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LECHUGA
Mimí, mi amiga de Naranjo, tiene una gran pasión.
No, no es ni La Liga, ni Saprissa. Es la agricultura orgánica.
En el barrio San Jerónimo, Mimí aprovecha cada rincón de su casa para producir tomates, zanahorias, apios, chiles, espinacas, lechugas y todo lo demás para lo cual usted y yo necesitamos pasar por la pulpería de la esquina.
Hasta tomillo tiene, y está bonito.
Con eso, me terminó de convencer.
El tomillo es más delicado que novia con la regla.
A mí, nunca me han durado mucho (ni los tomillos, ni las novias).
Exóticos
Mimí no utiliza venenos.
(Agroquímicos, como decimos cuando queremos echárnoslas de sofisticados.)
Aun así, su huerto es una belleza. Sus plantas lucen más saludables que selfie con filtro en Instagram.
El secreto: abono orgánico.
Otra cosa que Mimí produce de forma casera.
En varias cajas desperdigadas por un viejo almacén, Mimí tiene cocinando todo tipo de sustancias con nombres exóticos como «lombricompost» y «microorganismos».
Caquita
Mimí levanta la tapa de una de las cajas.
Adentro, sobre un lecho de tierra negra, veo trozos de papaya y hojas de lechuga.
Mimí alza un pedazo de papaya. Colgadas de su carne color naranja hay tres o cuatro lombrices.
(Entiéndase: de la carne de la papaya. Mimí es la higiene en persona.)
He aquí el lombricompost en proceso de formación.
Las lombrices se van comiendo la papaya y, supongo (aunque Mimí no lo dice explícitamente), al final la expulsan en forma de excremento.
Es esta caquita la que les encanta a las plantas.
(Sí: tus tomates son coprofílicos.)
Tamarindo
En otro recipiente, un gran balde verde, Mimí guarda otro de sus secretos, al que llama «microorganismos líquidos».
Cuando quita la tapa, el almacén se llena de un olor particularmente penetrante.
Lo olfateo y no sé si debe gustarme o darme asco.
El aroma es algo entre palomitas con caramelo y vómito de viernes por la noche.
No muy seguro de que sea buena idea, acerco la mirada al balde.
Contiene un líquido, color fresco de tamarindo.
—Lo utilizo en vez de agua —dice Mimí—. A las plantas les fascina.
Veneno
No sé si, así a primera vista, me fascine lo orgánico.
Pensar que la zanahoria que me voy a comer haya crecido absorbiendo potajes extraños y comiendo caquitas de lombriz.
Lo cierto es que las plantas de Mimí parecen felices. Lucen tan hermosas y vigorosas que parecen sacadas de una revista de Jardinería Moderna.
Y todo esto sin agroquímicos.
Un agricultor «convencional» en San Antonio de Escazú me comentó que, por contraste, a los tomates que van para la feria les echan siete tipos de veneno.
Creo que prefiero las lombrices.
Aunque lavaré la lechuga. Por si acaso.
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HELADO
¿Conocen esta planta?
Mimí, mi amiga de Naranjo, la tiene en el patio de su casa.
Pero podría haber tomado la foto en cualquier lugar.
En Costa Rica, estas plantas prácticamente se consideran monte (en el sentido de que aparecen en muchos lados sin que nadie las haya sembrado ni cuidado deliberadamente).
En Bélgica, en cambio, esta misma planta se vende como novedad exótica.
Igual que las naranjas, los limones, los mangos y todo lo que, aquí en Costa Rica, se nos pudre en el suelo porque da pereza recogerlo.
(Lo mismo pasa, en sentido inverso, con las peras y manzanas belgas. En el Walmart de Escazú son carísimas. En Bélgica, uno ni las vuelve a ver.)
Vegetariano
El nombre de la planta, no lo sé.
Pero sí sé, desde que lo leí ayer, cuál es la función de las manchas llamativas que exhibe a lo largo y ancho de sus hojas.
Constituyen un mecanismo de defensa.
En la naturaleza, nada sucede por casualidad.
En su libro Costa Rica, An Ecotraveller’s Guide, Hannah Robinson (¡qué nombre más delicioso para una viajera empedernida!) explica que las manchas sirven para despistar a los herbívoros.
(A los animales que se alimentan de plantas, pues. Como yo. Soy vegetariano.)
Saludable
Y es que las manchas son igualitas a las marcas que suele dejar en las plantas la deficiencia de minerales esenciales.
Es decir, en circunstancias naturales, las manchas son señal de enfermedad.
(¿Qué lechuga prefieres: la que viene con ronchas o la que luce un verde impecable?)
Al igual que uno, los animales evitan comer plantas que no tengan aspecto saludable.
(A menos que hayan leído el libro de Hannah. Hoy día, se ve de todo.)
Otro
De la misma forma, los animales prefieren no comerse una planta con rastros de que ya ha sido tocada por otro animal.
(Los machos humanos, aunque no lo admitamos, también preferimos virgen a nuestra novia.)
Por esto, ciertas plantas han desarrollado huecos grandes o marcas blancas en las partes más suculentas de sus hojas.
Un animal las ve y las pasa de lado, pensando que ya nada que ver.
«A este helado ya lo lamieron otras lenguas. Mejor voy y me busco otro.»
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TIEMPO
San Jerónimo, Naranjo, Alajuela, Costa Rica
8:03 a.m.
Nada de dormir hasta tarde aquí en Naranjo.
Desde las 6:29 a.m. estoy despierto.
Así pasa cuando hay niños que tienen que ir a la escuela--y bebés que se levantan con hambre.
Pasé la noche recostado en un colchón inflable en la casa de una amiga a quien llamaré Mimí.
Mimí tiene dos nietos: July (9) y Daniel (17 meses).
Fue Daniel quien se despertó pidiendo comida.
A July le tocaba escuela.
Tempranito
Las clases de July empiezan a las siete de la mañana.
Muy temprano, para mi gusto.
Pero tiene su lógica: en Costa Rica, amanece a las cinco y a las dos se viene el aguacero.
El país tiene dos estaciones. De enero a mayo es el llamado «verano» (temporada seca). El resto del año es temporada de lluvia («invierno»).
Octubre es, tradicionalmente, el mes más lluvioso y frío.
Así que, las matemáticas, mejor tempranito.
Medalla
Por otra parte, no hay que preocuparse porque a los niños los maltraten mucho.
Ayer, cuando llegué a Naranjo a las dos de la tarde, ya July estaba en casa, viendo telenovelas (y los inevitables anuncios de Tabcín y Goicoechea).
—¿No tienes escuela? —pregunté, un poco sorprendido—. ¿No me digas que los maestros otra vez están en huelga?
(El año pasado, dejaron a los chiquillos sin clases durante cuatro meses seguidos, dizque protestando en contra de un paquete fiscal que, al final, igual fue aprobado.)
—No —dijo July—. Mis maestros no están de acuerdo con la huelga.
(Denles una medalla. Pero ya.)
Dibujar
—Lo que pasa —siguió diciendo July— es que las clases terminan a las nueve y cuarenta y cinco.
Pelé los ojos.
—¿Cómo así?
¿Menos de tres horas de escuela? ¿Incluyendo los recreos y todo?
—¿Y qué materias vieron en ese tiempo? —pregunté.
—Matemática —dijo July—. Y luego Ciencias.
—¿Qué vieron en Ciencias?
—Nos pusieron a dibujar. Es que ya no quedaba tiempo para más nada.
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HÉROES
Hoy vine a un pueblo llamado Naranjo.
Que le hayan puesto por nombre «Naranjo» es un poco misterioso: aun después de múltiples visitas, no he visto el primer palo de naranjas.
Lo que sí hay, y en cantidades deliciosas, son cafetales.
Es aquí en Naranjo donde crece la materia prima de tu Douwe Egberts (y nuestro «1820»).
Riesgos
Los cafetales hacen de Naranjo un paraíso de colores.
Naranjo es uno de esos lugares donde, en cualquier esquina, te puedes instalar con caballete y pincel y pintar los cuadros más idílicos sin tener que agregarle absolutamente nada al paisaje.
Aunque adentrarse en los cafetales mismos no viene sin riesgos.
Hoy lo comprobé. De chiripa quedé con vida.
Serpiente
Dejé el Tucson a la orilla de la calle (sin querer, delante de unas cabinas, de aquellas que se alquilan por hora y se cobran en efectivo) y crucé a pie, hacia donde se extendía una plantación de «guao» y «parece mentira».
Busqué un huequito entre los cafetos que le servían de lindero y me colé cual maleante entre los arbustos.
Cuando, debajo de mis pies, oí el crujir de la maleza y vi un poco de ramas y hojas secas más enredadas que reforma a plan fiscal, enseguida pensé: «Este es el lugar soñado para que me salga una serpiente.»
Ganas
Llevaba tenis. Y jeans que me cubrían los tobillos.
Aun así, tenía mis dudas.
Ni idea qué tan penetrantes pueden ser unos colmillos.
(Y pocas ganas de descubrirlo de forma empírica.)
Dicha
Les juro que ni había terminado de pensar en el color favorito para mi ataúd cuando, a un iPhone de distancia de mi pie derecho, algo nervioso se movió en la maleza.
Era color café. Más corto que memoria de cuarentón.
Y serpenteaba.
(Por dicha, se alejaba de mí.)
Trasero
Apenas había sacado el celular para tomarle foto cuando sentí un cosquilleo espeluznante en la frente.
Levanté la mirada y, lista para comerme las cejas, vi una araña que ni Rowling en Animales Fantásticos.
Me miraba con ojos de esposa celosa.
Cuando movió las patas, casi me voy de trasero.
Senseo
Terminé de tomar mis fotos y di media vuelta.
La miel, un rato. Tentar la muerte, igual.
La próxima vez que enciendan su Senseo, piensen un momento en quienes cogen su café.
A partir de hoy, los considero héroes.
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RUEDA
Explorar Costa Rica.
Muy bien.
¿Y cómo lo haremos, exactamente?
Una ventaja que tengo es que vivo aquí.
Puedo, literalmente, subirme a mi carro y llegar a cualquier parte del país en cuestión de horas.
(Incluida, mínimo, hora y media para salir de las presas de San José.)
Calle
Manejar en Costa Rica es una mezcla exótica de cielo e infierno.
Cielo, porque el país es excepcionalmente hermoso: Jessica Alba hecha paisajes.
Infierno, porque navegar las carreteras ticas es más peligroso que saltar en bungee. Sin casco. Y sin cuerda.
Salir de San José es un dolor muela.
A cualquier hora, el tráfico es denso.
(Lo cual, en mis momentos más oscuros, me hace pensar que (1) o nadie trabaja en este país o (2) todos trabajan en la calle.)
Remotos
También debo matizar aquello de que puedo llegar a cualquier parte.
Hay secciones del país, como las montañas de Talamanca, que son completamente inaccesibles.
Para llegar, hay que tener helicóptero.
O, mínimo, zapatos bien macizos.
Hay huecos donde, por lo increíblemente remotos, no se meten ni los narcotraficantes.
Polvo
Otra limitante es que mi carro es sencillo.
Gran error. Debí comprarlo con doble tracción.
Ni para bajar a Playa Piñuelas sirve. Con el primer hueco, se queda pegado.
Menos mal que, en los últimos diez años, Costa Rica ha invertido visiblemente en mejorar sus carreteras.
Está bien: se olvidaron de ponerles luces. Y puentes peatonales. Y carril de emergencia.
Pero, al menos, ya puedo viajar hasta la Zona Sur sin llegar con tres llantas ponchadas y los pulmones llenos de polvo.
Viaje
En mi biblioteca, tengo toda una colección de libros sobre Costa Rica.
(Soy de la generación antigua, aquella que aún compra textos en papel y no todo se lo pregunta a Siri.)
Retomaré su lectura y los iré comentando.
Es justicia: algunos ya tienen amarillentas las hojas.
Será como volver a inventar la rueda.
Pero sin rueda, no hay viaje.
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Puntarenas, en azul, es la provincia más grande de Costa Rica (en superficie, mas no en población: más de la mitad de los costarricenses viven en San José).
Costa Rica desde cero
Llevo doce años viviendo en Costa Rica.
Más o menos. (Como todo en este hermoso país.)
Aun después de tanto tiempo, hay un trillón de cosas que ignoro.
Cosas básicas, además.
Como: ¿Cuál es la provincia costarricense más grande?
Fue esta misma pregunta la que me hizo una niña de ocho años en estos días.
No le supe contestar.
Me hizo comprender que, en muchos sentidos, sigo siendo un completo ignorante.
Pero no será por mucho tiempo más.
Me he hecho una propuesta.
La propuesta es ésta: voy a tratar de averiguar cuanto se pueda sobre Costa Rica.
Todo.
Incluida la cantidad exacta de granos de arena en Playa Ostional (son muchos).
Empezaremos desde cero. Como si acabara de llegar.
¿Me acompañas durante el recorrido?
Será un viaje fascinante.
La provincia más grande, por cierto, es Puntarenas.
¿Ves? ¡Ya empezamos!
Karel
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