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kaphqa · 30 days ago
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«Llamadas telefónicas», de Roberto Bolaño
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“Son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Soportar de verdad. Un poeta, en cambio, lo puede soportar todo.”: Con esta frase representativa me gustaría empezar a abordar mi reseña sobre Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño. Llamadas telefónicas es una antología de cuentos divididos en tres segmentos temáticos. Muchos de estos cuentos tratan experiencias vividas por el propio Bolaño durante su juventud. El primero de estos segmentos es Llamadas telefónicas; que contempla los cuentos Sensini, Henri Simon Leprince, Enrique Martín, Una aventura literaria y Llamadas telefónicas. El segundo es Detectives; que comprende los cuentos El Gusano, La nieve, Otro cuento ruso, William Burns y Detectives. El tercero de los segmentos es Vida de Anne Moore; el cual contiene Compañeros de celda, Clara, Joanna Silvestri y Vida de Anne Moore.
Quise empezar la reseña citando la frase inicial, extraída del cuento Enrique Martín, dada la naturaleza de este libro de cuentos, especialmente el de la primera sección, Llamadas telefónicas, que le da título al libro completo, pues es esa primera parte la que considero capaz de sacudir el corazón de quienes alguna vez pensamos, y seguimos pensando —pues nos hemos quedado cavilando más que escribiendo— sobre cómo la literatura es lo único por lo que merece la pena vivir. El cuento inicia con la afirmación de que un hombre no puede soportarlo todo, pero un poeta sí, y esta es la idea principal que anticipa el futuro desenlace de Enrique Martín, poeta y amigo de Arturo Belano (narrador y alter ego de Bolaño). A través de tres encuentros, Belano relata cómo Enrique, que escribía en castellano y catalán, le pedía opiniones sobre su obra, opiniones que él suavizaba por cortesía. Con el tiempo, Enrique abandona la escritura y se consuela pensando que apreciar el arte no exige exponerse al ridículo. Años después, Belano se entera de su suicidio. El relato cierra con Belano abriendo un paquete que Enrique le pidió guardar en la época en que abandonó la poesía: el paquete contenía sus poemas.
Anteriormente no me había topado con ningún cuento del calibre de belleza (o de tristeza) que encierra este, y es que este es probablemente el tema favorito de Bolaño: escribir sobre los que escriben, y el metauniverso que eso contiene y conlleva. Esta decisión no es sino una especie de iceberg, de entregar la vida a la literatura, de morir por lo inverbalizable, como en una sensación que se perpetua en su subir por el esófago hasta alcanzar la garganta y escaparse, bruscamente de los labios (o del lápiz) en un vómito de verbos inacabados, similar a expulsar conejitos por la boca, como hubiese dicho Cortázar. Enrique Martín es entonces capaz de soportarlo todo, porque escribe. Pero cuando elude su marca, su hado como escritor, no queda más remedio que la muerte, porque hay cosas que un poeta puede soportar —soportarlo todo—, pero un hombre no, y es que escribir es el camino difícil, pero el único camino posible de los que ya han sido desposeídos por y entregados a la literatura.
Otro cuento del segmento que me pareció memorable fue Sensini, que narra la amistad epistolar entre un escritor que narra en primera persona (que bien podría ser Belano, alter ego de Bolaño) y el escritor argentino Luis Antonio Sensini. Exiliado en España, Sensini sobrevive precariamente participando en concursos literarios provinciales, mientras que su amigo epistolar también compite, aunque con menos éxito. A través de sus cartas, este se encariña con Sensini, conoce algunos aspectos de su vida y se interesa por su hija menor, Miranda, a quien sólo ha visto en una fotografía. Pero eventualmente, Sensini decide regresar a Argentina para averiguar el destino de su hijo mayor, presuntamente asesinado durante la dictadura. Años después, su amigo se entera de su muerte y, por azar, conoce a Miranda, con quien comparte brevemente el recuerdo del padre. Este cuento expone la precarización del oficio de escribir, ya que, a través de la mencionada correspondencia, se deja ver que en las competencias literarias nunca gana el mejor. El hecho de que un escritor ya consolidado y admirado por uno más novato —como el narrador, que aún no alcanza la fama— se presente a concursos regionales, de tercera división, para subsistir, y que, aun así, no reciba el primer lugar, evidencia una realidad desoladora. Incluso el hecho de que poca gente conozca su obra es algo que deprime profundamente y que reflexiona sobre el mundo literario, en donde todos parecemos ignorantes respecto de nuestra posición en el mundo.
El libro continúa con su segundo segmento, Detectives, en el que se explora el género policiaco. El primer cuento de Detectives es El Gusano, cuento en el que Arturo Belano es un joven en México que dedica sus días a saltarse la escuela, y usa ese tiempo en visitar librerías e ir al cine. Belano compra libros de segunda mano o en oferta, pero cuando no le alcanza el dinero, roba libros. Se intuye, porque tiene 16 años y abandonó la escuela, que los libros y la poesía son sus únicos amigos. Cada vez que Belano visita una de sus librerías favoritas, observa por uno de los ventanales de la tienda la presencia de un hombre sentado en una banca de la Alameda: se trata de El Gusano. El señor reposa en la banca sin hacer nada; sólo fuma su cigarrillo. Belano nunca lo ha visto hacer otra cosa diferente. Cada día, Belano lo observa un poco más y repara en los detalles, como, por ejemplo, en que es un hombre limpio y bien vestido como para dormir en la calle; y, detalle a detalle, Belano comprende que reposa ahí porque, lejos del productivismo y las preocupaciones comunes, El Gusano se dedica a observar, con una pausa poética, la vida desde su banca. Así, tras su análisis detectivesco con el que deduce ciertos detalles de este personaje, un día comienza a sentarse junto a él, y entablan una amistad, pero con la misma fugacidad que surge este vínculo, un día El Gusano desaparece. Podríamos decir, con mucha seguridad, de que aquí hace aparición una de las primeras manifestaciones poéticas ante los ojos de un joven Belano, quien descubre que la poesía está en todas partes, pese a la imposibilidad de definirla, pues en la figura de El Gusano se percibe, ante la mirada sensible de Belano, la poesía aún no escrita.
Más adelante, tenemos un cuento titulado Otro cuento ruso, que es la breve y anecdótica historia de un español sorche de la División Azul que combatió del lado de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, siendo torturado para que revelara su procedencia, pero quien, milagrosamente, logra salvarse gracias a la palabra “arte”, pronunciada accidentalmente cuando, al ponerle unas tenazas en la lengua, grita de dolor la palabra: “¡coño!” en español. Su traductor alemán interpreta erróneamente la exclamación como Kunst (arte, en alemán). Los soldados, al creer que se trata de un simple artista, detienen la tortura y lo devuelven con el resto de los prisioneros hasta que se aclare su situación. Este cuento ironiza y juega con el poder de la palabra y el arte. Me parece hermoso que una sola palabra tenga el poder de alterar el destino de una situación. Aún más fascinante es su capacidad para crear mundos.
Quisiera también hacer una breve mención a otro cuento del segmento, titulado William Burns, por su capacidad intrínseca de alterar el género policial. En resumen: Un narrador relata la historia de William Burns (narrada por otro a este), quien se convierte en protector de dos mujeres atemorizadas por un supuesto asesino. Cada una tiene un perro que pasea con Burns. Un día, él cree reconocer al asesino, que también tiene un perro, y este lo sigue hasta su casa, donde lo adopta sin querer. Tiempo después, el hombre intenta recuperar a su perro, pero Burns lo mata, creyendo que de esa manera protegía a las mujeres. En realidad, el asesino era él. Seis meses más tarde, el narrador concluye la historia contando que William Burns fue asesinado por desconocidos. Lo que hace policial a este relato son ciertos elementos desordenados y un final desconcertante. William Burns subvierte el género policial, y de algún modo, Bolaño juega con el lector que ya está familiarizado con esos códigos, ofreciéndonos un desenlace que no encaja del todo con las convenciones del género. Lo más curioso, a mi parecer, es el elemento que se plantea al inicio: un narrador que relata lo que le contó otro narrador, lo que genera aún más confusión cuando llegamos al final del cuento, donde se lee: “Seis meses después, termina su historia Pancho Monge, William Burns fue asesinado por desconocidos.” En efecto, hay tres niveles narrativos: un narrador que cuenta lo que un narratario escuchó de un primer narrador. A esto se suma el dato confuso de que, seis meses después, el narratario logró terminar su relato, lo cual no parece del todo lógico si consideramos la brevedad de la historia. A decir verdad, le di muchas vueltas a este cuento, y terminé revisando un ensayo en una revista en línea sobre estudios filológicos, al que enlazaré más abajo.[1] Le quise colocar una mención especial a William Burns precisamente por eso, por su capacidad de subvertir a los propios lectores que creemos saber a lo que vamos, pero que sin embargo no.
Y, finalmente, al tercer y último segmento de Llamadas telefónicas, titulado Vida de Anne Moore, es el segmento que, debo confesar, menos me atrajo, pero no por ello descarto su grandeza. En este último segmento, Bolaño utiliza conceptos, situaciones y personajes ya característicos de su obra, centrados en la marginalidad y el cine porno. El cuento Joanna Silvestri es la historia de una actriz porno que relata sus experiencias de vida a un detective chileno. El personaje principal en su relato es Jack Holmes, un ex actor porno ya retirado, de quien Joanna se enamora profundamente y con quien comparte los últimos días de la vida de este, quien, además de vivir en un ambiente marginal y retirado, se encuentra desahuciado. Vida de Anne Moore, por su parte, es un relato más extenso y biográfico que mezcla la memoria, el deseo, la marginalidad y el vacío existencial. No es tanto una biografía como un intento —fallido, consciente— de una mujer por mantenerse lúcida ante un vacío existencial inconmensurable, siendo una forma de escape al fracaso el narrar el propio fracaso personal.
Mi sensación después de haber leído el libro y de haber escrito esto es un tanto culposa: una mezcla entre el consuelo que brinda la literatura de Bolaño —sobre los marginados, casi como si de un himno se tratase— y la tristeza que no halla más sitio en común que el de compartir espacio dedicándonos a esto: a la literatura. Bolaño, siento, es representativo de una generación que se enmarca en el desasosiego de quienes nos paramos ante la vida con una sensibilidad dolorosa; con la sensibilidad de un niño, un mendigo o una prostituta, incapaces, como los dos últimos, de encontrar una esperanza que nos arrastre a vivir de una manera menos fatigada, pero también con el anhelo intrínseco del ensayo de vivir que plantea la inocencia y la ignorancia de una vida por delante, como en el caso de un niño. En definitiva, leer a Bolaño es asomarse a un hueco de lo humanamente profundo, pero desde los márgenes, con la conciencia de que, aunque no haya redención, la escritura sigue siendo una forma de subversión, un refugio compartido entre quienes aún nos resistimos un poco.
[1] López Rivera, J.A., Balsalobre Robles F. (2005). LA DESAUTOMATIZACIÓN DEL GÉNERO POLICIACO EN “WILLIAM BURNS”, DE ROBERTO BOLAÑO: REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS, N° IX.https://www.um.es/tonosdigital/znum9/corpora/RBO.htm
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kaphqa · 1 month ago
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«Poeta chileno», de Alejandro Zambra
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La tentativa posibilidad de convertirse en un «poeta chileno» es una leyenda en el imaginario colectivo de quienes crecimos oyendo el relato mítico de que, en este país, nacen grandes poetas; de que somos bicampeones mundiales de la poesía. Con el tiempo, no obstante, nos enfrentamos a la realidad: a la imposibilidad de dedicarnos por completo a la escritura. Aun así, la literatura persiste en nuestras vidas, como esperanza y como ruina, aunque no la escojamos del todo. Zambra recoge las piezas de ese camino del héroe (o del antihéroe, o antipoeta) que implica ser poeta en Chile. La historia narra parte de la vida de Gonzalo, profesor de literatura y poeta, y cómo este se relaciona con su hijastro, Vicente. A medida que Vicente crezca, ambos serán unidos por un deseo compartido: ser poetas chilenos. La novela empieza en Santiago de Chile a principios de los años 90, con Gonzalo y Carla, dos adolescentes que se conocen y mantienen una relación sentimental. Pero cuando la relación llega a su fin, Gonzalo comienza a escribir poemas desesperados mientras busca su propia voz literaria. Con el paso de los años, sin embargo, ambos se reencuentran. Carla, que ya tiene un hijo de una relación anterior (a quien ya mencionábamos como Vicente), retoma su vínculo con Gonzalo, y los tres comienzan a vivir como una familia que, tras convivir durante aproximadamente seis años, vuelve a enfrentar una separación, esta vez con Vicente en medio. Vicente, ya siendo un adolescente, se verá influenciado por la literatura y terminará convirtiéndose en un poeta chileno, al igual que su expadrastro. Al estilo de Bolaño, en esta novela desfilan largas listas de escritores que sedimentaron la escena de la poesía nacional y siguieron los pasos que ahora siguen Gonzalo y Vicente. Nicanor Parra, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita y Yanko González son sólo algunos de los nombres que aparecen en el amplio listado de poetas que se nos muestra en esta radiografía de poetas made in Chile, en la que, además, se escribe sobre el amor, la pérdida y el paso del tiempo. Zambra es un escritor que aborda los temas complejos y los vuelve cotidianos y amenos a través de su narrativa; un autor que también se mueve con una grácil ironía, como, por ejemplo, cuando sigue a la periodista norteamericana Pru sólo dentro de territorio nacional, dado que, cuando esta toma un avión a Nueva York, Zambra renuncia a Pru con las siguientes palabras que lo relegan a Chile: “[D]e verdad me encantaría subirme con ella al avión, pero tengo que quedarme en territorio chileno, con Vicente, porque Vicente es un poeta chileno y yo soy un novelista chileno y los novelistas chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos”. Así Zambra nos regresa a nuestro marginal mundo de la poesía chilena. Hay una escena que para mí resulta bastante significativa, y es cuando Vicente se percata del vacío; de los espacios vacíos que deja tras de sí la ausencia de Gonzalo en la casa después de la separación con su madre:
Cuando vio por la ventana que la camioneta atestada de cajas se alejaba, bajó corriendo al cuartito y la visión de esos estantes vacíos le pareció tenebrosa y desoladora. Se quedó mirando las zonas más blancas en la pintura y tuvo el pensamiento confuso de que los libros perdidos habían protegido las paredes, que ahora estaban más expuestas, desnudas.
Vicente comienza a llenar esos estantes de libreros que Gonzalo vació con todo papel impreso que halla, lo que encuentre: libros malos, revistas, promociones de libros a 100 pesos, etcétera. Es la pérdida y la ausencia total de la novela, pues, sabemos, el amor fracasa, era eventual que Gonzalo y Carla fracasaran. Pero cuando una paternidad es negada porque no corresponde, porque las palabras hijastro y padrastro pesan ante la imposibilidad de un nexo real y sanguíneo, la herida es casi invisible para todos los demás, excepto para ellos; entonces ser poeta quizás es una herida, pero es que si fuéramos felices no haríamos poesía: “¿Dinamarca? ¿Hay poetas en Dinamarca? Si los daneses son tan felices, no creo, para qué necesitan poetas si son tan felices.” Más adelante, Vicente, ya habiéndose apropiado hace bastante tiempo del cuartito con los estantes, tomará aún más propiedad sobre la habitación y tirará todo despojo de revistas viejas y libros malos y sólo dejará los libros buenos, los de poesía, los que habrá leído muchas o por lo menos una vez por completo. Por medio de una trama sentimental de los lazos afectivos y la idea de familia, la novela logra desplegar todo un universo poético. De este modo, cierra con un epílogo reconfortante, un final que podría interpretarse como feliz o, quizás, inevitablemente ligado al fracaso: no queda del todo claro. Lo cierto es que, tras reencontrarse después de muchos años, Gonzalo y Vicente pueden finalmente compartir y disfrutar de los libros, de las conversaciones, de la poesía que los une más allá de los roles de padrastro e hijastro. Porque, citando al autor:
Lo pasan bien, se cagan de la risa, ninguno de los dos sabe lo que viene y en este momento no les importa. Yo tampoco lo sé: tal vez Gonzalo se entusiasma y vuelve a escribir poemas, vuelve a ser plenamente un poeta chileno, tal vez Gonzalo y Vicente se convierten en dos amigos que se juntan cada tanto a hablar de poesía. O quizás Vicente se va de viaje a buscar a Pru o a buscar a nadie y no regresa nunca o se queda en Santiago para siempre, igual que Gonzalo, y se juntan o pelean o se pierden de vista y vuelven a verse dentro de siete o de veinte años, o no se ven nunca más. […] Ojalá no se pierdan de vista, eso sería lo más parecido a un final feliz, y hasta me dan ganas de seguir escribiendo hasta llegar a las mil páginas solamente para asegurarme de que al menos durante esas mil páginas Gonzalo y Vicente no se pierdan de vista, pero sería condenarlos, desproveerlos de vida, de voluntad, porque incluso es posible que quieran dejar de verse, que para alguno de ellos, probablemente para Vicente, o para los dos, sea lo mejor.
Algunas citas que me gustaron:
“Vicente piensa que son los poetas y no los narradores los que deben capturar absolutamente todos los detalles de cada experiencia vivida, pero no para contarlos, no para vociferarlos en un relato, sino para inscribirlos, por así decirlo, en su sensibilidad, en su mirada: para vivirlos, en una palabra.” (p. 137)
“Los poetas chilenos son curiosamente más famosos que los narradores y hay muchos narradores que escriben novelas sobre poetas. Son como héroes nacionales, figuras legendarias.” (p. 195)
“Pero es un mundo mejor. Un poco. Es un mundo más genuino. Menos fome. Menos triste. O sea, Chile es clasista, machista, rígido. Pero el mundo de los poetas es un poco menos clasista. Solo un poco. Por último creen en el talento, tal vez creen demasiado en el talento. En la comunidad. No sé, son más libres, menos cuicos. Se mezclan más.” (p. 225)
“Los poetas son más torpes y genuinos. Trabajan con las palabras, pero ni siquiera saben hablar.” (p. 225)
“Piensa en la fiesta de Eustaquio Álvarez y recuerda las palabras de Rita y siente que es verdad, que el mundo de los poetas chilenos es un poco estúpido pero de todos modos más genuino, menos falso que la vida corriente de quienes aceptan las reglas y bajan la cabeza. Por supuesto que hay oportunismo y violencia, pero también verdadera pasión y heroísmo y fidelidad a los sueños. Piensa que los poetas chilenos son perros callejeros y que los perros callejeros son poetas chilenos y que ella misma es una poeta chilena metiendo el hocico en los basureros de una ciudad desconocida —le gusta entenderse a sí misma como una poeta chilena, una poeta chilena que no es poeta ni es chilena, pero de algún modo su peregrinaje de periodista en busca de oportunidades, el sueño siempre frustrado de publicar en las grandes revistas, o al menos de escribir un reportaje notable y rotundo, la hermana con esos hombres y sobre todo con esas mujeres que merodean por los callejones del mito y el deseo.” (p. 235-236)
“Habría sido más fácil decepcionarse de la poesía, olvidarse de la poesía, que aceptar, como hizo Gonzalo, el fracaso propio. Hubiera sido mejor echarle la culpa a la poesía, pero habría sido mentira, porque ahí están esos poemas que acaba de leer, poemas que demuestran que la poesía sí sirve para algo, que las palabras duelen, vibran, curan, consuelan, repercuten, permanecen.” (p. 266-267)
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