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Delusional
Estaba perdiendo la cabeza en pos de aquel círculo vicioso de somníferos, alcohol y soledad.
Su mano derecha, en vano, intentó reducir la dosis que pronto se tatuaría las escamas de lo habitual en el torrente sanguíneo de Haruki.
Haruki...
—Haruki, Haruki... —Balbuceaba, relamiendo sus labios resecos, con sus esfuerzos dirigidos en mantener la cabeza erguida. El resto de su cuerpo había sido víctima del deceso hacia el piso tiempo atrás. Estaba sentado y perdido. Le costaba respirar.
En medio de la oscuridad de su habitación, con el peso abrumador de la soledad aplastándolo, coqueteó con el abismo emocional.
En un momento de debilidad, las sombras jugaron con su percepción diluida de fármacos y sustancias. Pronto el cuerpo de su ex tomó forma en medio de la habitación. Una sonrisa amarga le atravesó la expresión y ciñó su agarre a la botella semi vacía que sostenía entre sus manos.
—Te odio, Haruki. —Le había escupido.
Su corazón, ya hecho añicos, se retorció ante el eco doloroso de su voz. Podría abrirse el pecho allí mismo con los cristales de la botella, pensó. Pero temía que la inmensidad de su sufrir lo acompañara al infierno. —¡Te odio! ¡Me arrepiento de haberte conocido! —Le gritaba desde lo alto. Cada palabra un nuevo cascote de pesar. Una de sus manos se aferró a su pecho. Temblaba. La humedad en sus ojos ya era familiar. Antes de que la sombra de su amado se desvanezca, alcanzó a oír su mandamiento de despedida. "Morirás solo, y sufriendo". Haruki supo que era cierto.
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21032024
Noches como esta, que se acercan con la sutileza de un engaño, la opresión en mi pecho toma forma de nudo en mi garganta.
Palabras no dichas y llamados condenados.
Ven, por favor.
Creo que moriré con tu ausencia. Duele.
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Se balanceaba peligrosamente en el borde del balcón, el viento nocturno jugaba con su cabello desaliñado mientras sus ojos, empañados por el alcohol, miraban hacia el vacío. Una botella vacía descansaba en sus manos temblorosas, un reflejo de la amarga compañía que había elegido para ahogar sus penas. Sus pensamientos, embriagados por el dolor de un corazón roto, se deslizaban por los recuerdos dolorosos como espinas afiladas.
El eco de su propia risa se mezclaba con el lamento de la noche, mientras recordaba los días de felicidad que ahora parecían tan lejanos. Cada paso en falso en su vida lo llevaba más cerca del abismo, y aunque sabía que estaba al borde de la autodestrucción, no podía evitar sentirse atraído por ella. La sensación de perderlo todo, incluso su propia cordura, lo envolvía como una sombra implacable.
En ese momento, mientras la oscuridad de su alma se confundía con la noche, una extraña calma lo invadió. Se dio cuenta de que ya no le importaba ser autodestructivo. Y así, en el filo de la desesperación, decidió dejar que el viento decidiera su destino.
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Con la mirada nublada por el alcohol y el alma embriagada por la desolación, él deambulaba por la terraza, perdido en un laberinto de recuerdos y arrepentimientos. Cada paso era un tropiezo con su propia decadencia, mientras el frío del metal bajo sus pies parecía recordarle lo efímero de su existencia. El viento nocturno acariciaba su rostro con una indiferencia cruel, como si la noche misma conspirara para recordarle su fragilidad. En cada esquina de su mente, se agolpaban los fantasmas del pasado, las promesas rotas y los amores perdidos, como sombras que se negaban a ser olvidadas. Con cada trago, su esencia se desvanecía más en el abismo de su propia autodestrucción, y mientras observaba la oscuridad que se extendía ante él, se preguntaba si acaso había algo más en la vida que esta interminable danza entre el licor y el dolor.
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El viento susurraba melodías tristes mientras él permanecía en el borde del abismo, contemplando el vacío que se extendía ante sus ojos. El ruido de la ciudad, usualmente bulliciosa, se desvanecía en su mente, eclipsado por el eco de sus propios pensamientos tumultuosos. Sus manos temblorosas se aferraban al barandal de hierro forjado, pero su corazón anhelaba la liberación que sólo el abismo prometía. En ese momento de desesperación, la noche se convertía en su confidente, mientras las estrellas observaban silenciosas su trágico baile con el destino. Cerró los ojos, buscando la paz que se le negaba en vida, e imaginó dar un paso hacia el vacío, dejando atrás el peso abrumador de sus angustias y penas, en un último acto de desafío a la gravedad y al destino inclemente
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