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Alfr
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Humans
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Under the mountain
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A golden bough?
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The Raven King (John Uskglass?)
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Some sea creatures (that do not really exist, tbh, I've invented most of them)
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Sólo quería mis cómics (parte II)
Parte II: la experiencia vivida
Ya he dicho en el artículo anterior (que podéis leer aquí –y haciendo scroll, supongo-) que una no nace lectora de cómics, llega a serlo. Me propongo ahora hacer una reflexión sobre el hecho de leer o hacer (o ambas) tebeos y que el mundo, la vida, la sociedad, llamadlo X, decida juzgarte no por ello sino por lo que tu padre tuvo a bien en cederte de forma casual como parte de su carga cromosómica. Llevo un mes dándole vueltas al asunto y es realmente difícil de enfocar porque una no se siente nunca bien en uno u otro lado de la barrera sino que es más bien una cuestión de umbrales (y ya sabéis lo que pensaba Lovecraft de ellos). Así pues y en consonancia con lo que explicaré más abajo, confesaré que nunca me siento segura del todo de las cosas que voy a decir. Esta es mi opinión ahora mismo, en este verano de 2016, pero que tal vez en unos meses cambie de idea y vuelva a escribir sobre el tema.
La lectora
Creo que es buena idea, para entrar en materia, contaros una pequeña historia: sucedió hace unos 20 o 22 años cuando yo era un retaco de unos ocho o diez años de edad que adoraba leer los domingos de forma ritual, nada más que mi padre entraba por la puerta con los periódicos, el suplemento infantil de El País, El Pequeño País. No sé si lo siguen haciendo, imagino que sí, pero hace veinte años se trataba de una revistita individual en cuya portada venían las aventuras de Leo Verdura, un león vegetariano, y donde yo descubrí a muchos clásicos del tebeo como Spirou y Fantasio, Marco Antonio o los típicos Mortadelos y 13 rue del Percebe que hemos leído todas/os las/os niñas/os españolas/es desde los 70 a la actualidad.
He aquí una imagen del susodicho suplemento.
El caso es que, además, mi padre me había descubierto las aventuras de Astérix y Obélix y se habían convertido en mis preferidos. Hacía relativamente poco habían empezado a darme una asignación semanal (a razón de 100 pesetas) que yo ahorraba para pagarme mis caprichos. Así que aquel fin de semana de junio había una feria del libro en mi ciudad natal y mi padre me llevó a pasar la tarde del sábado rebuscando entre las pilas de libros de segunda mano, cosa que a mí me había parecido el súmmum de la felicidad. Y allí estaba yo, midiendo menos de metro y medio y rebuscando entre una pila gigantesca (o eso me parecía) de Astérix, Tintines y Lucky Lukes. Cuando una es pequeña no se da cuenta de muchas cosas pero seguramente el tendero me estaba observando mientras iba colocando en una pila los que no tenía y calculando cuánto me iban a costar (porque yo tenía un flamante billete verde de mil pesetas en mi monedero) ya que nada más acabar de decidir qué me iba a comprar el buen señor me preguntó si no me interesaban más unos tebeos con letras rosas que había sacado del fondo de una pila que aquellos tebeos de niño que me estaba llevando. La verdad es que yo no supe qué decirle. Por un lado, no me gustaban nada aquellos tebeos que me ofrecía, yo quería los Astérix; por otro lado sentí que el señor tenía razón y que estaba ocupando una parcela que no correspondía a un ser femenino, diminuto y con coletitas. En mi estupor, decidí llevarme todo (porque los Astérix me los llevaba sí o sí, cabezona lo soy desde siempre) pero me quedé sin dinero para comprarme nada más.
Sí, aún los conservo.
Voy a pasar de hacer una lectura de los susodichos tebeos (porque además los acabo de releer y he visto cosas peores) pero quedaos con este mensaje: las lectoras no somos bienvenidas. Por supuesto, podemos seguir como hemos hecho hasta ahora y pasarnos esta opinión fundada en nada por el mismísimo… forro, que es lo que hemos hecho siempre; lo cual no quita que debido a esto y otras cosas de las que hablaré más adelante, vayamos a toparnos con trabas en nuestro periplo lector.
En el artículo anterior mencionaba, además, un post que había leído en el que una chica expresaba la sensación desagradable que la invadía cada vez que entraba en una tienda de cómics o, de manera más general, cada vez que hablaba sobre este mundo con alguien a quien no conocía demasiado. El caso es que un amigo que tiene una tienda de tebeos lo publicó en su perfil personal de Facebook y se armó la marimorena en bote. Lo más llamativo no fueron los típicos trols y mansplainers varios que vienen a decirte lo que ya sabes porque -cómo lo vas a saber tú sola- sino la cantidad de mujeres que afirmaban que ellas nunca se habían sentido incómodas en este tipo de situaciones (¡Afortunadas ellas!). Me resulta curioso por dos motivos: el primero es que yo siempre me siento observada aunque sepa que nadie me mire y el segundo es que siento que el producto que se me ofrece no es para mí (que sí lo es, que hay mucho pero os recuerdo mi aventura con los Astérix). Lo cual me hace pensar en un único motivo: este ambiente, en un principio, no fue pensado para que las chicas –las mujeres- nos metiéramos ahí; aunque lo hayamos hecho de igual modo con el beneplácito del don Dinero, como todo en este heteropatriarcado capitalista nuestro, lleno eres de gracia, bendito tú seas entre todos los sistemas y benditos los frutos de la oferta y la demanda. Amén (por favor, leed esto con la ironía con que fue escrito, que nos conocemos).
Aquí, Liz Prince, retrata muy bien alguna de las situaciones que refiero.
Tal vez penséis que esto es algo aislado y que estoy haciendo una montaña de un grano de arena pero hace relativamente poco me he visto implicada en varias situaciones parecidas con lo que concluyo que no es un hecho aislado y que os pasa a más personas.
Las mujeres nos pasamos la vida haciendo oídos sordos a cierto tufillo de la cultura de masas para poder disfrutarla (y os juro que también la disfrutamos, aunque seamos críticas con ella). Porque como el mundo sabe, que algo sea leído por un público femenino lo degrada convirtiéndolo en un folletín, es como si las mujeres fuéramos una especie de Rey Midas inverso que convierte en pasteloso o feminazi cada cosa que tocamos. Y no se queda ahí la cosa, qué va. Se nos juzga automáticamente por lo que compramos y se nos intenta enseñar lo que nos gusta o no nos gusta sin que hayamos tenido tiempo de comprobarlo (ya sé que vosotrxs no lo hacéis, pero sabéis que se hace).
El lenguaje, ya sea el del cómic –que es lo que nos ocupa ahora mismo- o cualquier otro que impregne nuestro entorno inmediato está influido y construye ideología; en palabras de la teórica Patrizia Violi, “la relación de la mujer y el lenguaje es intrínsecamente contradictoria porque el lenguaje la empuja a emplear un sistema de representación que la excluye” (1991: 154). Y es que una no puede existir fuera de la cultura en la que está inmersa, puede intentar sustraerse de ella para apreciarla desde un punto de vista más amplio pero no puede deshacerse por completo de esta pátina que nos deja haber crecido y vivido en un ambiente occidental heredero del Estado del Bienestar, que diría mi admirada Elaine Showalter. Añado que lo personal es político siempre: que yo vaya con la cabeza alta a por mis tebeos, es un acto político, que yo luche conmigo misma para no sentirme cohibida eligiendo tebeos que me gustan genuinamente, es un acto político, es algo que me debo a mí misma y a vosotras que estáis leyendo y a las que no también, y ¿sabés qué? La sensación de estar haciendo algo incorrecto, cada vez es menor.
Sigamos trabajando en ello.
En la próxima entrega, hablaré de la autora. Lo cual seguramente me lleve por la calle de la amargura más que este textito que me llevó a tirarme de los pelos, enfadarme conmigo, con mis amigxs, desenfadarme y quererlxs a todxs otra vez.
Bibliografía:
Showalter, Elaine, A literature of their own, 1978, Virago, Londres.
Violi, Patrizia, El infinito singular, 1991, Cátedra, Madrid.
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Yo sólo quería mis cómics
Parte I: Los hechos y los mitos
Una no nace lectora de cómics, se llega a serlo. Pensadlo. ¿Cuándo fue la primera vez que tuvisteis un tebeo en las manos? Pues ahí empezó todo, si no hubiese llegado a vuestras manos, no habríais tenido consciencia de ese mundo –tan grande o pequeño como queráis verlo-. Nadie nace aficionada/o a algo que forma parte de nuestra cultura sino que la cultura es la que llega a ella/él, y nuestra cultura, amigas, amigos, es patriarcal y occidental, al menos la de aquí, Europa. No me voy a meter en muchos detalles porque si no, no acabaría nunca (esto empezó como respuesta al revuelo que armó este post y acabó teniendo más de seis páginas de apuntes).
Cuando empecé a plantearme el tema de escribir algo serio sobre las mujeres y los cómics me surgieron a su vez una serie de temas interrelacionados: ¿iba a hablar sobre las mujeres que compramos tebeos? ¿Sobre las que los hacen? ¿Sobre las locas, locas fantasías que se han dibujado sobre nosotras? Y me di cuenta de que así ni iba a terminar nunca (porque preguntar y rascar no son más que empezar) ni iba a responder a nada; así que me limitaré a dar una perspectiva personal, lo cual implica que irá salpicada de mis iras y afectos -que son míos en tanto que formo parte de lo que voy a hablar tanto como sujeto como como objeto-.
El de los cómics y las mujeres es aún hoy un tema que desata pasiones, lo que, desde mi humilde punto de vista, es algo inherentemente bueno: se está hablando de ello y yo, como ingenua de la vida por convicción que soy, pienso que es un principio y que hablando se entiende la gente. El hecho es que hace unos quince años, cuando a mí volvió a interesarme este tema, era mucho menos común hallar a alguien con quien discutir y que aportase cosas nuevas y hoy, sin embargo, mucha gente tiene su opinión formada al respecto. Un dato a tener en cuenta es que hace quince años yo no sabría nombrar más de tres autoras de cómics y tres lectoras más –como yo- y hoy puedo dar más de veinte nombres de cada (y apuesto que tú también). El aumento de lectoras y autoras está directamente relacionado: a más temas interesantes sobre los que leer (y mirar –no puedo dejar de pensar en la importancia de la mirada en el arte gráfico-), más lectoras. Y no lo digo yo, lo dicen las todopoderosas RRSS; como ejemplo, he aquí un gráfico de seguimiento de páginas en Facebook elaborado al respecto por un analista político interesado en el tema:
Cerca de un 45% de las personas que leen/compran/adoran los tebeos somos mujeres. Los mercados se han dado cuenta de este dato y han empezado a darnos visibilidad en los últimos diez años (porque existir ya existíamos antes), al fin y al cabo y en palabras de la ilustradora Maika Vila, a las mujeres no nos falta potencial como comunicadoras, tenemos muchas cosas que contar. Si entramos en cualquier tienda de tebeos a día de hoy encontraremos sin problemas nombres como Doucet, Campos, Simone o Jansson por nombrar algunas veteranas, y otros nuevos (que son un trillón pero si seguís los enlaces del artículo, sacaréis más de una decena), así como compilaciones y trabajos colectivos, muestras de que no sólo existimos, sino que colaboramos entre nosotras.
El de los colectivos de autoras es un tema aparte, claro; si buscamos en internet al Collectif des créatrices de bandes dessinées, la Asociación de autoras de cómics (AAC) o la plataforma Wombastic, que se formaron en principio para dar visibilidad y defender los intereses y las ideas de las creadoras, nos encontraremos con multitud de debates no sólo relativos a si la formación de una asociación o colectivo sólo de mujeres es discriminación para los autores hombres, si es sexista o si qué sé yo (¡feminazis, feminazis everywhere!) sino también relativos a la existencia o no de una psique con género a la hora de crear y de leer una obra artística sea cual sea. Una vez una ilustradora con la que discutí me decía que cuando dibujaba ella no tenía género y que dibujaba “lo que le salía del coño” (sic). Supongo que son formas de interpretar los significados de esas retorcidas metáforas que son las palabras y que esa mujer nunca tuvo el problema al que nos enfrentamos muchas de vernos en ese dilema de la alteridad al que se refería mi querida Simone de Beauvoir en el ya clásico Deuxième Sexe.
Aun así, colectivos o no, el del tebeo es un mundo que dista mucho de acercarse a la igualdad, no hay más que ver la polémica de principios de año a raíz de las nominaciones a mejor autor del festival de Angoulème (uno de los premios europeos más prestigioso), que sólo hay sido ganado una vez en sus más de cuarenta años de trayectoria por una mujer (por Florence Cestar en 2000). Del mismo modo, aplicado a España, sólo dos han sido galardonadas alguna vez en el Salón del Cómic de Barcelona, Ana Miralles en 2005 y Purita Campos en 2013. Las polémicas respecto a estos hechos me recuerdan al Gamergate de hace dos años relativa al mundo norteamericano de los videojuegos o al veto a las autoras y autores no blancos que se hizo el año pasado en los premios Hugo de Ciencia Ficción. No somos bienvenidas, ni entre determinados grupos de fans, ni entre aquellas personas que tienen más o menos poder dentro de la estructura sobre la que se asientan los diversos fandoms y son fans (editoriales, tribunales de premios, revistas especializadas, etc…). Puntualizo en que estas personas con poder son fans que, en cierto modo, temen perder sus privilegios de WASPs porque es un hecho que los mercados lo que quieren es nuestro dinero y no les importa si somos mujeres, hombres o cualquier género intermedio.
El rechazo de la industria del cómic a las mujeres –al menos hasta hace una década- viene de lejos y no atañe sólo a las autoras. Las lectoras también hemos sido ignoradas y condenadas a los “cómics para chicas” o a someternos a la mirada masculina (que parece ser es la unisex) para poder disfrutar de las aventuras de este o aquel (¡o aquella! Que personajes femeninos sí que hay –ahora entraré a los cómos-) personaje.
Decía Laura Mulvey sobre el cine en el 89 que la mirada masculina es la que proyecta su fantasía sobre la figura femenina, dándole a ésta una configuración acorde a su pensamiento. La mujer, el personaje femenino, se mostraría pues como un objeto sexual, leitmotiv del espectáculo, aguantando esta mirada objetualizante y significando, a su vez, el deseo masculino (Mulvey, 1989: 19). De hecho, Mulvey hace referencia explícita a las strippers y a las pin-ups como ejemplos de esta mirada masculina:
La agente Pezzini, arreglada pero informal.
Viuda Negra busca a Jacq’s.
Androide asesino saliendo del agua en Star Wars (Dark Horse, 1998)
Ni siquiera la publicidad que va en las contraportadas de estas revistas sobre tebeos, o en los mismos tebeos de grapa, escapa a esta obsesión escopofílica de la industria del cómic en los 90:
No es un problema de falta de referentes femeninos, sino de cómo se muestran estos referentes femeninos: mujeres desproporcionadas con diálogos demenciales y tramas pensadas para el recreo de la mirada masculina. Ahora mismo me viene a la mente la hermana de Witchblade hablando de su trabajo como modelo y su cuerpo de medidas inverosímiles como si fuera lo más normal de mundo (y algo deseable):
En ese mismo arco argumental, curiosamente guionizado por una mujer en esta época, Christina Z, uno de los antagonistas logra que la hija de la mejor amiga de la protagonista trabaje para su club sadomasoquista con el único objeto de atraer a la agente Pezzini y conseguir así dominar el Witchblade (suena loco, ¿eh?). Aquí entra en juego otro tema sobre los personajes femeninos y los cómics: los tropos. A finales de los 90 y a raíz de un episodio de Linterna Verde, la artista y escritora Gail Simone denominó este uso de los personajes femeninos “fridging”, que consiste en que un personaje femenino es sacrificado (muerto, vejado, humillado, perdidos sus poderes, etc…) para que un personaje masculino cobre nuevo protagonismo. Así mismo, Simone puso de manifiesto el hecho según el cual los héroes mueren de un modo noble y desinteresado mientras que la mayoría de heroínas lo hacen de forma silenciosa, negligente, humillante, o se retiran para dejar su puesto a otra persona (porque perdieron sus poderes, por ejemplo).
Por supuesto el fridging no es el único tropo por el cual un personaje femenino recae en tópicos sexistas, se me ocurre por ejemplo la Blancanieves de Fábulas, que deja una carrera política exitosa para dedicarse a la maternidad. También es cierto que en los últimos diez años, la cosa ha ido mejorando considerablemente aunque, por otro lado, me vienen a la mente las posturas en las que Wonder Woman aparece en el célebre número 600 de la serie –y en las cuales… probad a imaginar a Ojo de Halcón-.
Me resulta muy fácil ver por qué a la mayoría de las muchachas adolescentes en esa época las tiendas de cómics nos resultaban lugares ajenos y poco amigables. No resulta muy agradable que te retraten como un objeto hecho para ser admirado y usado. Claro que es ya es una percepción personal mía. Creo que Noelle Stevenson lo resume muy bien en esta tira:
Esta noción tan concreta circula tanto en los textos como en las imágenes que se ofrecen a las/os lectoras/es y el público experimenta por la confirmación (en caso de ser un lector) o la alteridad (en caso de ser una lectora) de sus identidades de género a partir de las imágenes que le llegan y su implicación con las mismas. Es, como indica Naomi Wolf, ya desde principios de los 90, en su Beauty Myth, un cliché mainstream dentro de un orden social mainstream (Wolf, 1990: 164): la cultura popular falla en lo que a invertir su potencial subversivo en romper estereotipos de género se refiere.
Pero no es sólo esto. Nos queda, además, otro tema por tratar: los cómics “para chicas”. Entrecomillo el término porque comercialmente parece que hay consenso sobre la existencia de algo que se llama así, pero yo me pregunto ¿qué es exactamente un cómic para chicas? ¿Es aquel dirigido a público femenino? ¿Es el que ha creado una o varias mujeres? ¿El que relata los sinvivires de la existencia como ente femenino? ¿A qué huelen las nubes?
El concepto “cómic para chicas” es lo que hizo a la autora francesa Julie Maroh formar el Collectif des créatrices de bandes dessinées. Según sus declaraciones, el concepto le parecía que constreñía a las creadoras de género femenino dentro de unos márgenes demasiado estrechos y con los que no tenían por qué sentirse identificadas; el objetivo del Colectivo es eliminar fronteras. Además, otras autoras ven en este concepto una limitación a su proyección pública, como si aceptarlo las clasificase ya dentro de una etiqueta de la que no pudieran salirse más. Las autoras de cómic quieren luchar contra los clichés en los que la industria editorial quiere encerrarlas. Muchas dicen estar hartas de que se las cite en jornadas sobre creación para preguntarles cómo es ser dibujante/escritora y mujer sin interesarse por su trabajo y hartas de las mesas redondas formadas únicamente por mujeres o únicamente por hombres.
En realidad es un tema mucho más complejo que la ruptura de fronteras porque las fronteras funcionan en ambas direcciones. El mercado mayoritario está dirigido a un público masculino como si “lo masculino” fuese sinónimo de “unisex” (aquí no me gusta el término, genderless, sería más adecuado pero menos visual), de válido para todos los géneros; pero no es sólo eso, la mirada masculina sigue prevaleciendo en estos cómics mainstream haciendo que muchas lectoras nos sintamos incómodas con esta imagen que nos ofrece; del mismo modo muchas lectoras y lectores dicen sentirse fuera de lugar comprando cómics escritos o protagonizados (o ambos) por mujeres., como si consumirlos las/os convirtiese en aficionadas/os de segunda. Es una misión de todo el colectivo lector, autor y vendedor acabar con estos prejuicios, no debemos excluir a nadie de este objetivo.
Ya sé que mucha gente estará pensando que me estoy pasando el manga por el forro y no es así. El manga (entiéndase que aplico el término al mercado de cómics asiáticos) pertenece a un mercado distinto al nuestro con una problemática distinta a la nuestra. Sí es cierto que existe un género “para chicas” dentro de este mercado (el shôjo, en contraposición al shonen, que es para chicos adolescentes) y no puedo obviar que también tiene su propia problemática (tanto en su lugar geográfico de origen como aquí –yo nunca me sentí rara comprando shonen, por ejemplo-) pero no voy a meterme a discutirla en tanto que desconozco muchos de sus pormenores, ésta es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.
Con todo y como dice el cancionero popular, no se pueden poner diques al mar. Queridas autoras, dibujantes, coloristas, escritoras, artistas polifacéticas, ávidas lectoras, tenemos que seguir trabajando (y luchando). ¡Está claro que funciona! Desde que hablamos más, ocupamos más espacios, no es que tengamos más que decir; es que hemos conquistado poco a poco nuestra tribuna desde la que lanzar nuestros mensajes. Es verdad que los mercados, que nos han visto con dinero y ganas de gastarlo, nos han hecho un poco la vida más fácil pero aun así ha sido difícil ¡pero gratificante! Seguiremos escribiendo y dibujando y construyendo cultura con nuestro esfuerzo y sin olvidarnos de nuestras contrapartidas masculinas que, en muchas ocasiones, han ayudado tanto activamente como sólo apoyando nuestras decisiones. Avanzar es cosa de todo el mundo, y no olvidéis que por mucho esfuerzo que hayamos invertido y la escasa retribución que nos haya reportado, estos pequeños actos merecen la pena, animan a las demás (y los demás) a seguir avanzando y reportarán beneficios (no digo de qué tipo, espero que de muchos) en el futuro y a futuras personas que quieran seguir trabajando en ello. Como diría mi querida Woolf: it would be worth while.
Nos vemos en la segunda parte: La experiencia vivida.
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