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Isolated Memory
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❖ VALÉRIE DESCHAMPS ❖ ANTIQUARIAN IN ‹ MEMORIE'S POCKET › ❖ ❖PSYCHOMETRY READER ❖ PATRONUS: HUMMINGBIRD ❖ ❖ BOGGART: A COFFIN. DEATH IS HER BIGGEST FEAR. ❝The past beats inside us like a second heart❞
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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I’ve lived too long with pain. I won’t know who I am without it.
Orson Scott Card (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Too often, feelings arrive too soon, waiting for thoughts that often come too late.
Dejan Stojanovic (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Do you know what hurts most about a broken heart? Not being able to remember how you felt before.
Cassie Ainsworth (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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I belong to quick, futile moments of intense feeling. Yes, I belong to moments. Not to people.
Virginia Woolf (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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She wanted to leave. I loved her too much to make her stay.
Alex Flinn (via quotemadness)
[He...]
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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|| Ahí estoy :)
APERTURA DEL FORO
Como algunos sabéis, nuestra andadura comenzó en la plataforma de Twitter y más tarde tomamos la decisión de dejarla atrás para trasladarnos a este foro. Todas las tramas continuarán de la misma forma y sin interrupciones, pues ninguno de estos cambios afectan a los personajes ni a sus tramas. Todo el mundo que nos haya seguido hasta aquí podrá continuar de la misma manera y con los mismos personajes o, en su defecto, podrá efectuar los cambios que crea necesarios aprovechando la oportunidad del cambio de plataforma. Para todos los que llegáis de nuevas, en este mismo apartado de novedades hemos incluido todos los avances de trama que se desarrollaron en Twitter hasta la fecha del cambio para que no perdáis detalle. No obstante, estaremos encantados de atender cualquier duda a través del buzón o por MP a través de nuestro foro.
Att., 
Staff
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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〚17 diciembre 2017〛
Como cada domingo (o casi, con algunas excepciones), iba camino al 2014 de St Philip St para visitar a mi tía abuela Geneviève. Aprovechando el viaje me había pedido que hiciera unos recados y por supuesto no me iba a negar, tan solo se trataba de hacer un par de compras de algunas cosas que ella había olvidado para preparar la comida. Normalmente no llevaba dinero no-maj encima salvo cuando iba a visitar a mi abuela, puesto que no era la primera vez que hacía algún recado para ella desde que me acogió en su casa tras el rechazo de mi familia más directa cuando era apenas una chiquilla. 
Esta vez no llevaba a Nimbo conmigo porque habíamos descubierto recientemente que los adornos festivos le suponían un gran divertimento a costa de estropearlos o romperlos directamente, y la abuela ya presumía de tener la casa llena del espíritu de la navidad, lo que significaba que el árbol ya estaba en el lugar de siempre, además del resto de la decoración. Llevaba un par de bolsas medianas de papel sujetas con un brazo contra mi pecho mientras con la mano libre hacía sonar el timbre de la vivienda que anunciaría mi llegada. Había vivido aquí muchos años con la abuela pero desde que me había independizado tenía la costumbre de llamar antes de entrar aunque tuviera las llaves o estuviera abierto (lo que en este barrio no sucedía muy a menudo). Cerré la puerta tras de mí mientras los aromas de la cocina inundaban mis fosas nasales. 
La voz de la abuela resonaba desde aquella estancia para saludarme e indicarme dónde estaba (ocupada). Dejé las bolsas sobre una pequeña mesita de madera antes de dedicarle un beso en la mejilla y entablar una primera conversación sobre cómo había ido la semana. Tenía varias cazuelas al fuego haciendo "chup-chup" y el olor era mucho más intenso aquí en la cocina que en el resto de la casa. Normalmente cocinaba guisos muy tradicionales y se esmeraba mucho en ello porque le encantaba cocinar, a diferencia de mí. Apenas me había parado a mirar los adornos del salón porque había ido directa a la cocina, pero no había podido evitar descubrir su nuevo delantal con motivos navideños. 
Desde siempre cuidábamos la una de la otra y, por tanto, además de lo que pudiéramos sonsacar de nuestras conversaciones, a veces más superficiales y a veces más profundas, según el momento, siempre reparábamos en el resto de detalles que nos pudieran dar alguna pista del estado de la otra al margen de las palabras y de cualquier posible disimulo. Lo cierto es que la abuela era un hacha en cuanto a interpretar mis sentimientos y mi estado anímico, suponía que era cosa de la edad y la experiencia; ella me había visto crecer. Hoy parecía muy contenta, como acostumbraba a mostrarse. Pocas veces se dejaba vencer por sentimientos negativos o circunstancias adversas y envidiaba esa cualidad de ella casi más que cualquier otra (y no es que tuviera pocas). Uno de mis defectos era rendirme muy fácilmente ante contrariedades, ante las emociones y sentimientos más nocivos para uno mismo. Mis victorias apenas hacían contrapeso en la balanza contra mis derrotas. Había tratado de cambiarlo pero incluso en eso había fallado y continuaba siendo una persona derrotada por su desdicha y desventura, algo a lo que ya estaba más que acostumbrada y que había normalizado. No obstante, eso no significaba que no pudiera apreciar en otros a mi alrededor la situación contraria, sus triunfos sobre las desdichas, y envidiarlo. Por ejemplo, el espíritu navideño. 
Para estas fechas la mayoría de personas ya estaban imbuidas de ese espíritu festivo de diciembre. Las calles, incluso, lucían con ese ánimo. Por descontado, Faraway Coven también gozaba de esto. El anticuario estaba mucho más concurrido en estos días en los que la navidad estaba tan cerca. La gente buscaba regalos y detalles con los que sorprender y mostrar afecto a sus seres queridos. Yo misma tenía un par de paquetitos en casa, ya envueltos, para regalar a la abuela. Claro que la esencia de la navidad no se reducía a los regalos, que tan solo eran una pequeña parte de la celebración, al margen de la religión que profesara cada uno. Para la abuela Geneviève la religión era también importante, dado que asistía con cierta regularidad a la iglesia y era abiertamente protestante, a pesar de haber sufrido dos importantes crisis de fe a lo largo de su vida. Una de ellas la conocía porque me tocaba aunque de manera más indirecta; de la otra nunca me había hablado y tampoco yo la había querido presionar para que me lo contara. Hablamos largo y tendido de muchas cosas, por nimias que pudieran parecer a oídos de otros. El señor Compton, quien llevaba mucho tiempo encaprichado de mi abuela (aunque estaba casi segura de que tenía a otras mujeres en esa lista de caprichos), me había vuelto a preguntar por ella y, como buena mensajera en la que me convertía por momentos, le había trasladado sus mejores deseos para estas navidades así como sus recuerdos. Ya no lo hacía solo por la cortesía, sino porque siempre acabábamos viendo el lado gracioso de la situación. La abuela Geneviève no estaba para nada interesada en el señor Compton (el dueño del anticuario y el apartamento), no al menos en el mismo sentido (romántico) que él. Me había dado cuenta hacía tiempo que la abuela nunca me había hablado de ningún gran amor ni nada parecido. Tal vez nunca encontrara a "esa" persona especial. Lo que me llevaba a pensar que, quizá, solo fuera un cuento de hadas. La verdad, era un pensamiento que más de una noche donde las lágrimas abundaban en mis ojos me había consolado más que ningún otro argumento. Y a pesar de todo, y de las adversidades que ambas habíamos sufrido a lo largo de los años, allí estaba con esa gran sonrisa dibujada en los labios y en las arrugas del rabillo de los ojos. Movida por ese espíritu navideño que sin lugar a dudas quería contagiarme. No era una mala opción, por supuesto. Estaba totalmente abierta a cualquier tipo sensación que me volviera a hacer sentir esa calidez tan agradable dentro del pecho. Estaba cansada de las derrotas, del drama constante meciéndose en mis pestañas. Ya había perdido suficientes cosas como para dejar que también ese espíritu navideño se perdiera. 
¿Acaso no tenía derecho yo también de poseerlo y disfrutarlo? ¿No tenía ese derecho cualquiera, a pesar de todas sus tristezas? 
Ese espíritu, esa esencia, esa calidez, podría ser nuestra pequeña gran victoria en esta vida llena de derrotas.
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Home isn’t where you’re from, it’s where you find light when all grows dark.
Pierce Brown (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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When I am silent, I fall into the place where everything is music.
Rumi (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Daydreams were dangerous because they made her wish for things she could never have.
Julie Garwood (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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I miss you deeply, unfathomably, senselessly, terribly.
Franz Kafka (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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You never know how long your words will stay in someone’s mind even after you’ve forgotten you spoke to them.
Unknown (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Time only made everything hurt more.
six word story // leviitatee (via just-six)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Our love was an incomplete sentence.
six word story // night-school-for-wolves (via just-six)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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Alone had always felt like an actual place to me, as if it weren’t a state of being, but rather a room where I could retreat to be who I really was.
Cheryl Strayed (via quotemadness)
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isolatedmemory-blog · 7 years ago
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❝ᴍᴀɪ ɪ ᴛʜɪɴᴋ ᴏғ ʏᴏᴜ❞
De nuevo era domingo y había disfrutado de la compañía de la abuela Geneviève durante gran parte del día, en una de mis visitas semanales. 
Pocas eran las excepciones por las que no fuera a verla y pasar con ella algunas horas, refugiándome con ella de la soledad que me acompañaba el resto de mis días. Cada vez oscurecía más temprano, y es precisamente cuando el firmamento amenazaba con la oscuridad cuando yo solía marcharme de su casa para volver a mi pequeño y frío apartamento. 
Quedaban algunas horas para cenar y Nimbo dormitaba sobre uno de los sillones, así que lo dejé tranquilo y busqué algo que hacer, algo que me mantuviera ocupada y no me dejara pensar en cosas como la soledad que a veces sentía con más fuerza; en como había alejado a todo el mundo de mí después de que la única persona a la que más quise cerca me alejara de ella. Mientras un suspiro volaba de entre mis labios opté por bajar al anticuario y continuar trabajando en alguna de las piezas que tenía para restaurar. Lo bueno es que allí abajo siempre tenía trabajo y no me importaba dedicar una pequeña parte del domingo, día libre, a ello. No si eso me salvaba del vacío que se abría en mi interior. 
Bajé los escalones y sacudí en el aire la varita para encender la vieja radio. Caminé entre todos los estantes, muebles y artilugios que daban ese aspecto abarrotado al anticuario (aunque en realidad no me parecía que hubiera tantas cosas) hasta llegar más allá del mostrador y cruzar un pequeño umbral que me llevaba directo a la trastienda. No era muy grande y hacía muchas veces de taller, pero me las apañaba muy bien con el espacio que tenía y, sobre todo, con mis métodos de organización (los cuales le debían mucho a mi memoria fotográfica...). Encendí algunas velas y lámparas de aceite y me senté sobre el taburete situado frente a la mesa de trabajo, también llena de objetos y cajas con más objetos (desde piezas mezcladas de distintas cuberterías que había conseguido incompletas a joyeros, dedales, relojes o pinceles). Me acerqué un Tantalus victoriano en el que trabajé semanas atrás y que casi había olvidado. Un objeto que se vuelve fascinante para quien no lo conoce. Dado su tamaño, no se le podía clasificar como mueble pero tampoco era ciertamente un expositor, y resultaba mucho práctico que una simple pieza decorativa. Su nombre, Tantalus, se acuñó con mucho ingenio en Inglaterra evocando al personaje de la mitología griega: Tántalo, hijo de Zeus y la oceánide Pluto. La mitología cuenta que Tántalo fue invitado por Zeus a su mesa, en el Olimpo, de lo cual no tardó en jactarse ante el resto de mortales. No contento con divulgar los secretos que allí oía, secuestrar al mismísimo copero de los dioses y amante de Zeus, Ganímedes, se atrevió a robar néctar y ambrosía de su mesa. Más tarde, Tántalo invitó a los dioses a su morada y cuando la comida empezó a escasear ofreció a su propio hijo Pélope, descuartizando su cuerpo y dándolo de comer bien cocido al fuego. Los dioses, advertidos, rehusaron aquella comida (a excepción de Deméter), y por orden de Zeus se reconstituyó de nuevo el cuerpo del joven muchacho y se le dio de nuevo la vida. Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro por los crímenes cometidos con un castigo que pretendía ser ejemplo: consistía en estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intentaba tomar una fruta o sorber algo de agua, estos se retiraban inmediatamente fuera de su alcance. Qué mejor nombre para una licorera que permite ver el objeto de deseo (los licores) pero que al mismo tiempo los custodia bajo llave. En este caso se trataba de una pieza original inglesa del año 1900 o alrededor. Con espacio para tres botellas de cristal cortado y moldeado que estaban casi en perfecto estado, solo las botellitas resultaban preciosas a la vista, más aún si uno las imaginaba con contenidos de distintos colores, bien de licor o de pociones. Su estructura era de roble, aunque había perdido casi todo el barniz. Las pequeñas puertas tenían apertura horizontal y se descubrían así compartimentos interiores y un cajón secreto en su inferior. Los adornos y refuerzos, además de las asas en los laterales, eran de metal pulido, de estilo gótico. Las botellas, por supuesto, iban encajadas en tres espacios delimitados por la estructura principal además de un sencillo marco que las contenía en su sitio. Sin la llave para abrir el Tantalus era imposible que uno pudiera sacarlas para pegar un trago. Parte del trabajo había sido extremar algunos encantamientos que protegían el Tantalus de su apertura con varitas, por lo que la llave cobraba mucha más importancia. Sin embargo, quedaba algo de trabajo aún por delante antes de que pudiera ponerlo a la venta. El interior del cajón también parecía encantado para modificar el espacio, pero quizá por el (mal)uso y el paso del tiempo no cabía ahora ni un alfiler. Cualquier cosa que quisiera introducir automáticamente salía disparada, como si el cajón la escupiera (por suerte lo descubrí antes de probar con un alfiler que sin duda me habría dejado tuerta). La teoría parecía fácil, pero tenía que acudir a un viejo grimorio de hechizos que descansaba en una de las estanterías que tenía más cerca, a mi derecha. Incliné todo el torso hacia ella y estiré el brazo todo lo que daba de sí, haciendo lo mismo con los dedos. Con el dedo corazón pude alcanzar el volumen en cuestión y tirar de él para separarlo de entre los otros libros que lo oprimían por cada lado hasta que por fin pude cogerlo sin mayor problema. Iba pasando las páginas amarillentas y desgastadas en busca de algún hechizo que pudiera servirme; una tarea un tanto aburrida pero necesaria si quería avanzar con el trabajo. 
Los minutos se iban sucediendo con normalidad, al igual que las distintas canciones que se oían en la radio. De vez en cuando probaba algún encantamiento sobre el cajoncito pero el mayor resultado en una hora y media de trabajo había sido lograr que un diminuto botón permaneciera en el interior de cajón más o menos un par de minutos antes de ser arrojado de nuevo. Chasqueé la lengua, fruto del cansancio (mental) que empezaba a sentir y sobre todo la frustración por no conseguir ningún avance significativo. Apoyé el codo sobre la superficie de trabajo y me quedé mirando el Tantalus, consciente de que por mucho mirarlo fijamente no arreglaría nada. Restaurar objetos y muebles mágicos no era tan sencillo como podía parecer a simple vista. La magia era muy delicada y a veces también traicionera si no se iba con cuidado. Por suerte era una persona muy cautelosa, casi en todos los sentidos. La articulación de mi diestra aguantaba el peso de mi cabeza mientras el suave hilo musical invadía el momento, dejando el segundo plano en el que se había mantenido hasta ahora gracias a que mi concentración se iba diluyendo con cada nota musical. Comenzaba a prestar más atención a la canción que sonaba en ese momento que al Tantalus o el grimorio de hechizos abierto por la página 348 de 540.
"Think of me when your head sleeps on your pillow"
Decía la melodía. No pude evitar que mis pensamientos trajeran el nombre de Marcus a mi presente. ¿Pensaría él en mí, más allá de cuando nos cruzábamos por la calle alguna vez o cuando no tenía más remedio que ir a su comercio a por pociones? Yo intentaba por todos los medios no hacerlo, aunque no siempre funcionaba. Nuestra situación me recordaba al Tantalus. Éramos visibles el uno para el otro pero nuestros recuerdos nos custodiaban bajo llave, aunque no sabía si a modo de castigo o más bien como precaución.
"May I think of you", seguía la canción, y cuánta razón había en ese verso.
"Will you help me through, May I miss you."
Viré el rostro hacia abajo al mismo tiempo en que alzaba la otra mano, la izquierda, para sujetarme la cabeza con ambas manos. Los codos seguían apoyados en la mesa, esta vez ambos dos. Mis párpados se cerraron al instante. Echaba de menos cosas que no quería echar de menos.
"May I sing a song in your name."
Suspiré por la nariz, encontrando de lo más oportuna aquella dichosa canción en la radio. Si mantenía los ojos cerrados era por para mantener así a raya cualquier lágrima que deseara escapar de la cárcel que suponían mis párpados en esos momentos. Las ganas de dejarme ir, de dejar que el llanto se cobrara una nueva victoria cada vez eran más y más fuertes. Me tapé el rostro con las manos, por si acaso los párpados me fallaban o no eran suficientes ante aquel asedio que tenía el sabor del mar. Todo el mundo cantaba canciones; la mía en clave de silencio y a compás de corazón. Todos éramos melodía desde el mismo momento en que nuestro corazón comenzaba a latir hasta que éste enmudecía y se apagaba con una última nota final, como bien decía el último verso de aquella canción que perecía en la radio:
"I lived my life and I'll die, 'cause everything dies.”
Incluso las historias que una vez fueron de amor, mueren; y con ellas el amor.
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