Tumgik
houseofrisingsun · 7 years
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Loyalty.
Quebec | En la actualidad
 Cuando el Google Maps le llevó hasta ese barrio alejado de cualquier zona remotamente cercana del centro de Quebec, Sean se preguntó si no había metido mal los datos en la aplicación. Pero según Maps, había llegado a su destino, lo que significaba que estaba frente al bloque de apartamentos donde vivía Brenna junto a Megan. Apagó el motor de su Ford ranchera y se quedó mirando la fachada, preguntándose si había sido buena idea conducir hasta allí para dar una sorpresa a la pequeña de las Waden.
 Había llegado el día anterior a Quebec por motivo de la boda de su hermano que se celebraría dentro de unos días y, tras hablar con Nokomis y conocer el pequeño acercamiento que había tenido con su hermana, Sean decidió mover ficha e intentar ayudar en la reconciliación fraternal. O ayudaba, o lo empeoraría. Pero las cosas no podían seguir paradas. Además, que estando en la misma ciudad en la que vivía Brenna se le hacía raro no ir a verla. La última vez que la vio —más allá de una pantalla de ordenador— fue cuando él se quedó dormido y el cuerpo desnudo de la joven reposaba a su lado, en su habitación de El Refugio. Como despedida fue sensacional. Tanto que no había podido quitarse de la cabeza a aquella chica atolondrada e impulsiva con la que discutía nueve de cada diez veces que hablaban. Esperaba que en esa ocasión no se cumpliera la estadística.
 Abandonó la ranchera y cruzó la calle, apretando el paso cuando vio salir a una señora mayor del portal para evitar que la puerta se le cerrase y poder acceder así al bloque. Subió por el ascensor hasta la planta tercera y buscó una vez en el rellano la letra D que indicaba la casa de las chicas. Se frotó la nuca cuando se plantó ante la puerta. Aun no era tarde para mandarla un mensaje avisando de que iba pero tal vez era mejor así. Si se presentaba sorpresivamente, Brenna no podría poner una excusa para no atenderle. Llamó al timbre dos veces y esperó, colocando sus brazos en jarras y echando un vistazo al resto de las puertas.
Cuando la puerta se abrió, Sean giró el rostro encontrándose a Megan quien le miraba desde el otro lado con los ojos abiertos como platos.
 —¿Qué haces tú aquí? —fue lo primero que salió de los labios de la pelirroja, cuyo cabello tenía recogido con un moño inmovilizado con un largo lápiz—. Nueva Orleans está lejísimos como para que te plantes en nuestra puerta así de primeras —añadió Megan aún en shock por ver al cazador pisando su felpudo.
—Ya veo que te alegras un montón de verme, Megan. ¿Está Brenna?
—No es eso, es que...bueno, yo... —la chica sacudió la cabeza—. Madre mía, la va a dar un ataque cuando te vea aquí. Espera... —giró su cuerpo y volvió su rostro hacia el interior—. ¡BRENNAAAAAAAAAAAAAA!
 Sean se cruzó de brazos arqueando las cejas. Megan aún no le había invitado a entrar y él estaba esperando fuera como si necesitase un pase VIP o algo por el estilo. Era consciente de que no había sido el anfitrión más simpático del mundo en El Refugio, pero estaba claro que a Megan no le había calado hondo.
Desde hacía dos días, Brenna parecía uno de los fantasmas que la seguían a todas partes. Pálida, silenciosa, lenta de reflejos...porque el último encuentro con Nokomis le había afectado de sobremanera. Apenas había dormido durante dos noches y cada vez que lo intentaba, el rostro lloroso y apesarado de su hermana mayor invadía alguna de sus sueños, manteniéndola en un estado de vigilia y alerta nada recomendable. No era para nada justo, porque al fin y al cabo, ella era la víctima y no tendría por qué sentirse culpable por no haber colaborado en la reconciliación. No quería congraciarse, ni perdonar, ni entender...sólo buscaba olvidar y tener algo de paz.
 Aquella noche había comprado la cena que le había encargado Megan, pero lo poco que probó le sentó muy mal. Al parecer hasta su estómago la saboteaba, así que tras día y medio alimentándose de té y yogur helado, le quedaban muy pocas energías. Y su amantísima amiga pelirroja comenzaba a insistirle para que fuera al médico, probablemente con toda la razón del mundo. Brenna le había narrado detalladamente cómo había sido su encuentro con Nokomis, las razones que le había dado o cómo la había hecho partícipe de nuevo de su pequeña familia, pero con un tono más bien neutro y presumiendo de frialdad. Su resentimiento era palpable y también la forma dolorosa en la que se tragaba las lágrimas, así que Meg simplemente la abrazó durante un buen rato hasta que se quedó dormida a su lado en el sofá. No había nadie como ella, capaz de mantenerse firme y a su lado aun cuando las circunstancias no parecían darle la razón, cuando la propia Brenna parecía la mala de la película y la que debía recibir un castigo del karma.
Apenas comenzaba a caer la tarde del segundo día cuando Megan obligó a su amiga a tomar una ducha, cambiarse el pijama y asimilar algo de proteína en forma de pastel de carne. Así de estricta se ponía cuando Bren actuaba como una cría y llegaba a casa, tras un durísimo día de trabajo en la biblioteca de la ciudad, para encontrársela hecha un ovillo en la esquina de la cama intercambiando incoherencias con alguno de sus fantasmas.
 *****
 El grito la sobresaltó. No había oído el timbre, así que Brenna actuó por instinto y rodó de la cama para correr por el pasillo hasta el lugar justo donde la reclamaba Megan. No podía pensar, pero siempre se ponía en lo peor: se había caído y se había roto la cadera, la había saludado una rata desde el conducto de la calefacción o acababan de llegar las facturas de la luz. Sin embargo, cuando la joven se plantó a su lado con el rostro fijo en la puerta la morena deseó no haber acudido.
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 Despeinada, somnolienta, luciendo una camiseta enorme de Dora la Exploradora desteñida y un sólo calcetín -roto- sujetándose y agonizando sobre su calcañar, le daba la bienvenida con una ovación de sorpresa al hombre que la miraba desde la puerta. Hecha un cuadro de sensualidad...dantesca y abstracta.
 —¿Me has mezclado algo en el pastel de carne, Meg? ¿Qué fue: Cannabis o LSD? Porque te juro que estoy sufriendo un ictus o algún tipo de alucinación. ¿Tú estás viendo a Sean? ¿O esto es como lo que me pasaba con las series y pelis? Que lo veo en todos lados....—farfulló llevándose una mano a la cabeza para frotarse el moño amarrado con un lazo mal hecho. La tele se oía al fondo con la melodía de intro de la serie favorita de las dos amigas, algo que desconcentró a Bren de Sean durante al menos un minuto. Se la veía un poco ida y agotada, pero el público que la rodeaba también logró captar el momento en el que a la muchacha se le encendió la luz mental para comenzar a divagar— Tiene que ser eso, sí. La falta de vitamina y el exceso de cafeína, estoy hecha una mierda. Porque si Sean fuera a venir me lo habría dicho en la última conversación de Skype, o incluso me hubiera mandado un mensaje. No es su estilo el dar sorpresas, especialmente a gente que va armada...—explicó a Megan gesticulando, mientras volvía la vista a la puerta otra vez y se percataba de que el cazador parecía muy real, que le temblaban las piernas y la garganta se le secaba. Sabía con certeza que en cuanto él abriera la boca, a ella se le abriría el suelo bajo los pies y rompería a llorar como una idiota.
—Lleva un par de días pachucha del estómago —le explicó Megan a un Sean que no había apartado la mirada de Brenna, preguntándose no solo el aspecto dejado que tenía la chica, si no esa verborrea que había soltado sin creerse que fuera él—. Y no se ha alimentado correctamente, de ahí que delire más de lo normal —excusó a su amiga afirmando con la cabeza solemnemente. Sean despegó los labios para decir algo pero Megan alzó un dedo, interrumpiéndolo—. ¿Nos das un segundo? O bueno, quien dice un segundo dice unos cinco minutos. Sí, en lo que Brenna vuelve a ser persona. Pero pasa, pasa. No te quedes en la puerta. Cierra cuando entres y ahí está el salón. Ponte cómodo. O no mucho. Sí, mejor.
 Megan le dedicó una sonrisa fugaz a Sean quien entró y cerró la puerta tras él, totalmente alucinando por el comportamiento de ambas amigas que se perdieron por algún punto del pasillo desapareciendo tras una puerta. El cazador paseó por el pequeño apartamento y entró en el salón. No había demasiada decoración, seguramente por el hecho de que no llevaban ni un mes viviendo allí. Pero había lo suficiente: un sofá, una tele, una mesita —llena de pañuelos, un vaso de agua y restos de envoltorios de comida—, una mesa y unas cuantas sillas. Sean metió las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y se acercó hasta la ventana, comprobando que las vistas desde allí eran un aparcamiento interior del propio edificio.
 A diez metros de distancia, más concretamente en la habitación de Brenna, Megan revolvía el armario de esta con celeridad, como si fuera una autómata.
 —¿Dónde están tus bragas rojas? Por dios, Brenna. Que no puedes ir con las Mickey Mouse por la vida —le iba diciendo hasta que encontró unas braguitas de un color neutro que sacó victoriosamente del cajón—. Ajá! Aquí están —se giró hacia Brenna que parecía aún en shock parada junto a la cama. Se acercó hasta ella y la tomó de los hombros, mirándola a los ojos muy seriamente—. Brenna, escúchame. Ya sé que has andado medio ida desde la conversación con tu hermana y que lo último que te apetece es ponerte ropa de persona mayor y actuar como tal. Pero ahora mismo en el salón está Sean O'Neill, ese tipo por el que inexplicablemente te sientes atraída y que sé que te vuelve loca. Pues está aquí, en nuestra casa y no ha venido a verme precisamente a mí. Así que vete quitándote esa horrorosa camiseta, cámbiate de ropa interior y ponte algo que conjunte. Yo me encargaré de cepillar esa melena rebelde y hacerla parecer más o menos decente y en cinco minutos saldrás ahí con tu mejor talante a pasar un rato muy bueno con él y a olvidarte de todo, ¿de acuerdo? Pues venga, en marcha.
Brenna vio a Meg revolotear de un lado a otro, lanzándole ropa a diestro y siniestro mientras ella no hacía ni amago de esquivarla. Cuando la zarandeó ligeramente reaccionó momentáneamente. Aún tenía unas braguitas rojas sobre el hombro.
 —Así que no es mi imaginación...—murmuró tocándose la cara e intentando enfundarse unos vaqueros con parsimonia— ¡Pero si yo no lo he invitado a venir! Vaya cara que tiene —exclamó fingiéndose ofendida, mientras Megan hacía esfuerzos por desenredarle el pelo o dejarla calva en el peor de los casos— ¿Y qué voy a decirle? ¿Qué...voy a...? Si en la última conversación que tuvimos lo reté a ser una fiera salvaje. ¡Seré gilipollas y bocazas! —murmuró luciendo ahora unas mejillas algo más sonrosadas y acto seguido, se encontró de nuevo en el salón, arrastrada por Meg y plantada frente al hombre que la dejaba -curiosamente- sin palabras.
 —¿Así que la mochila del otro día sí era para ir de viaje?
—espetó Bren, mientras notaba cómo se le ensanchaba la sonrisa y sin poder evitarlo acortó los pocos metros hasta la ventana para darle un enorme abrazo al cazador. Los ánimos parecían invadirla lentamente — ¿Cómo estás? Bien creo. Vaya...—palpó un poco sus antebrazos y nerviosa dio un par de pasos atrás—...¿por qué no me has avisado? ¿te gusta el hogar que nos consiguió Megan? Es magnífico ¿no crees? ¿dónde te hospedas? —Bren comenzó a preguntar sin control, mientras percibía por el rabillo del ojo cómo Meg se situaba en el marco de la puerta y esperaba a saltarle a Sean ante el más mínimo comentario fuera de tono.
El abrazo, sus preguntas, su toqueteo, su parloteo. Todo eso le vino de un momento a otro a Sean en cuanto Brenna apareció frente a él mucho más presentable que cuando la había visto hacía tres minutos en la puerta. Aún lucía algo pálida pero si había estado mal del estómago, era comprensible. Aunque él la veía estupenda aún "pachucha".
 —Si te aviso ya no sería una sorpresa, ¿no crees? —le dijo Sean encogiéndose de hombros—. Además que temía que al decirte que viniera me pusieras una excusa para no verme. No sé, quien sabe, igual no te apetecía o cualquier cosa —soltó un suspiro y lanzó una mirada de reojo a Megan, que les custodiaba de brazos cruzados desde la puerta—. ¿Puedo invitarte a un café? Me han hablado de una cafetería muy buena en el centro y bueno, tengo la ranchera ahí aparcada. Así nos podremos poner al día. En persona, eso sí.
 Sean frunció los labios en un amago de sonrisa y espero a que Brenna dijera algo pero Megan se les adelantó.
 —Por supuesto que accede a ese café. Vamos, lleva un par de días sin salir de casa y le vendrá bien algo de aire fresco en sus mejillas, ¿verdad, Bren?
 Con disimulo o no, Megan fue empujando a la pareja fuera del salón hasta ella misma abrirles la puerta e invitarles a salir con una mano.
 —Pasarlo bien, ¿eh? Y tened cuidado que sois un imán para los problemas.
 Y dicho aquello les cerró la puerta, dejándolos en el rellano. Sean chasqueo la lengua con el ceño fruncido y miró a Brenna.
 —¿He venido en un mal momento o algo por el estilo? —preguntó entrecerrando los ojos.
—Me he dejado las llaves dentro. Y el móvil. Y el dinero —comentó Brenna impávida, mientras intentaba comprender cómo había sido teletrasportada con tanta eficiencia del salón al rellano
—. Pues sí que tenía ganas de perderme de vista...—bromeó mientras fijaba la vista en Sean e intentaba poner en orden sus pensamientos. Su camiseta ceñida y su rostro adusto la desconcentraban del intento de parecer una persona normal.
 —Sólo que llevo un par de días un poco mal. El estómago. Las ganas de vivir. La culpa...esas cosas que nos pasan a las mujeres que somos todo corazón —aseguró comenzando a caminar escaleras abajo, evitando a propósito la peligrosa cercanía del cazador y su intensa presencia— ¿Cuándo has llegado?
—Ayer —le respondió Sean siguiendo a Brenna escaleras abajo—. No te he avisado porque el viaje ha surgido casi de improviso y bueno, pensé que igual te haría ilusión la sorpresa.
 Aquello era una verdad a medias. El último mes Reagan se había pasado cada día mandando mensajes a Sean para que acudiera a Quebec para que le ayudase con la boda que estaba por venir y él había intentado alargar ese momento todo lo que pudo y un poco más. Descubrió que si su hermano por lo general le parecía una persona pesada y pedante, con esto de su inminente matrimonio y preparación de la ceremonia se había vuelto un histérico al que no pretendía soportar. Y aunque fuese su hermano, él tenía muy poca paciencia y no le apetecía dejar viuda a su cuñada antes de tiempo.
El viaje desde el apartamento al centro de la ciudad transcurrió entre comentarios banales y prudentes. Sean se mostraba mucho más cauto porque, para empezar, aquella ocasión en que ambos estaban cara a cara era muy diferente a cuando Brenna le visitó en Nueva Orleans. Allí estaban en su territorio, en su casa y él ponía las condiciones. Desde entonces había llovido mucho y Sean no quería mostrarse tan sumamente altivo con la chica, y más viéndola débil como estaba en esos instantes, puesto que aunque le regalaba sonrisas y poco a poco iba aumentando su parloteo, Sean podía traslucir el dolor y la pena que agarrotaban el corazón de la joven. Él no quería torcer tan rápido el encuentro entre ambos pero antes o después tendría que sacar el tema de Nokomis, al menos suavizar un poco el terreno antes de que todo estallara por los aires.
 En cuestión de veinticinco minutos Sean y Brenna estaban en una cafetería pidiendo un par de capuchinos con extra de pepitas de chocolate por orden de Brenna. Sean no era de demasiadas florituras a la hora de tomar un simple café pero cedió y no dijo nada. Se sentaron en una mesa en el extremo del establecimiento, junto a un gran ventanal al que daba la sombra y desde del que podía verse un parque adyacente.
 —¿Y bien? ¿Qué tal lo llevas? —preguntó entonces Sean, sentado frente a Brenna. La luz natural de la tarde impactaba en su rostro y podía ver sus enormes ojos revoloteando por el local—. Te voy a pedir una cosa, Brenna. ¿De acuerdo? Que esta conversación sea franca y no me ocultes con aparente alegría tu estado actual, porque luces mal y sé que estás peor. Así que te preguntaré, ¿qué tal lo llevas?
Si algo intuía Brenna era que Sean leía en su cara el motivo de su tristeza y que no se tragaba la excusa sobre su angustiosa jornada de gastroenteritis. Ella tampoco se creía lo imprevisible de su visita, ya que estaba claro que había abandonado su Refugio por alguna causa de fuerza mayor, una directamente relacionada con su familia. Pero no iba a quitar el tema, no le apetecía, porque sabía seguro que eso le estropearía el escaso momento de buen humor que le había traído Sean con aquellos ojos oscuros y su visita.
 —Nunca te miento. Pero si quieres que sea franca, te diré que no quiero tocar el asunto sobre el que tengo la impresión de que tú sí quieres hablar. La última vez...dije cosas que no debía decirte, estaba muy molesta, por no decir algo más fuerte —aseguró jugando con una servilleta entre sus dedos, mientras esquivaba la mirada de su amigo— ¿Quieres saber por qué estoy así? Sólo lo comentaré una vez, luego cambiamos el rumbo...sí, me cayó mal el curry de la cena de hace dos días. Pero no porque estuviera horrible, que lo estaba, sino porque horas antes tu futura cuñada vino a verme llena de arrepentimiento y me montó una historia sobre un demonio asesino, que la poseía y blablablá. Como si eso pudiera ayudarme a recomponerme. Las heridas no se cierran soltando barbaridades, menos cuando han pasado diez años del daño...ah, y al parecer deberías ir ahorrando. No vas a tener un sobrino, sino dos. Creo que tu hermano es un buen hacedor de O'Neills —bromeó intentando componer una sonrisa que no le llegó a los ojos.
 El olor a chocolate del café pareció encender un grado más el ánimo de Brenna, así que tras el primer sorbo, se animó a indagar en el silencio de Sean, el cual se había quedado completamente mudo.
 —¿Has dejado a los PowerRangers al frente de tu negocio bienquerido? ¿No son...muy destructivos? No me malinterpretes, pero es algo raro en ti...aunque imagino que te irás pasado el fin de semana ¿no?
Sean torció una sonrisa al escuchar lo de los Power Rangers y bajó su vista a su taza humeante de café cuyas virutas de chocolate se habían derretido sobre la crema.
 —No, voy a pasar unos días más allá del fin de semana. Yo también me cojo vacaciones aunque no lo creas —enarcó una ceja mirándola a los ojos—. Me relaja venir a Quebec. Me gusta Nueva Orleans, el ambiente de El Refugio pero... —suspiró con cierto deje exasperante y se recostó contra el respaldo de la silla, mirando ausente hacia algún punto al otro lado del cristal—, a veces me gusta pretender que soy un tío normal visitando a sus parientes que viven al otro lado de la frontera. Ya sabes, que mi única preocupación durante unos días sea que Michael no se abra la cabeza en el parque o que se ponga el pijama a la primera —hizo una leve pausa y chasqueó la lengua, mirando a Brenna—. Descubrí el otro año que aquí está mi verdadero refugio.
 Tomó la taza de café con una mano y le dio un trago, lamiéndose el labio superior recogiendo los restos de espuma que habían quedado ahí. Seguramente que nunca antes le había hablado con tanta franqueza a Brenna pero era el efecto de estar en Quebec, de hecho. Allí estaba más relajado, menos preocupado de encontrarse a cualquiera por la calle con el que tener que saldar cuentas o tener que estar preocupado de que lo hacían los cazadores para no llamar la atención.
 —Mi hermano se casa con tu hermana, Brenna —la dijo de pronto, apoyando sus codos sobre el borde de la mesa, para no darle más rodeos al tema—. Y quiero que seas mi acompañante a la boda —le espetó ladeando la cabeza—. Y antes de que te pongas como una histérica ofendida, quiero que sepas que Nokomis también quiere que vengas. Así que por favor, antes de negarte rotundamente, cosa que ya puedo ver en el reflejo de tus ojos, me gustaría que me dijeras que te impide ir a la boda. En serio, todo eso que guardas en contra de tu hermana, quiero que lo sueltes de una puta vez porque solo te está envenenando el alma y provocándote gastroenteritis. Este rencor tiene que acabar de una vez por todas, Brenna. Tienes que seguir adelante así que venga.
—Veo que no le he dado suficiente seriedad en la entonación de "sólo lo diré una vez", Sean —murmuró con demasiada lentitud mientras miraba al hombre que tenía enfrente, que parecía retarla con la mirada, como si quisiera provocar una gran pelea. Pensó que su estrategia era hacerla saltar por los aires, para que quemara toda su ira contra él y al final reconociera que todo tenía solución. Pero Brenna no funcionaba así, ella apenas le había dado vueltas a lo que Nokomis le había contado porque a pesar de ser un ser sobrenatural, fingía que quería ser una adulta escéptica.
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 —Ella no es mi hermana. No lo entiendes, no sé cómo perdonarla. Es gracioso...porque puedo entender las razones de cien millones de fantasmas para sus iras y rencores, y luego darles consuelo, aconsejarlos y cumplir con sus últimas voluntades...que en el 95% de los casos tienen que ver con perdonarse a sí mismos o a alguien a quien quieren —comentó exhalando con una risa cansada— No puedes obligarme a que se me pase el rencor Sean. Te tengo miedo, pero hay cosas sobre las que tienes que desistir. Y esta es una de ellas. Es tu familia, está bien. Me alegra que te hagan feliz, que te cuiden y te sientas protegido. Es lo justo. Y también lo sería que me comprendieras un poco...—alzó la vista al cazador en un gesto entre inquisitivo y suplicante—...siento lo del otro día. Y para resarcirte, si quieres, puedo acompañarte a comprar el esmoquin. Eso si no lo tienes ya, claro.
—Olvídate del esmoquin —acotó rápidamente Sean apuntándola con un dedo—. Y deja de decir que no te comprendo, joder Brenna —apretó los dientes y mesó la barba, controlando su tono de voz pues comenzaba a dispararse levemente y no quería que todo eso se arruinara antes de la "sorpresita" que la tenía preparada. Esperaba que le diera tiempo a suavizar algo las cosas antes de que Reagan y Nokomis entraran por esa puerta—. A ver, que no quiero terminar discutiendo contigo porque ya me cansa el discutir contigo. Vamos a ver —se humedeció los labios poniendo sus pensamientos en orden—. No puedes vivir con ese rencor dentro de ti toda la vida, ¿es que no lo comprendes? ¿Es que no ves que no tiene sentido que la odies? Que el pasado es el pasado. Todos cometemos errores y ella cometió una muy gordo, pero ahora intenta recompensarlo. Si no quieres perdonarla, si no sabes cómo y ni lo quieres intentar, entonces, ¿para qué cojones te has quedado en Quebec? ¿Eh? Hay miles de ciudades a las que poder huir, ¿por qué quedarse en Quebec? Aún mejor, respóndeme a esto —se inclinó hacia delante y bajó su tono de voz—. ¿Cómo te sentirías si un día una de esas almas que te visitan para pasar al otro lado resulta ser tu hermana, Brenna? ¿Qué pensarías? Se acabarían las prórrogas entre vosotras. Ya no habría más rencor por tu parte porque no habría a quien odiar. Tu hermana desaparecería, para siempre. ¿Y no te arrepentirías de no haber intentado aunque sea perdonarla? Dices que ella no se pone en tu piel pero, ¿acaso la has dado ocasión para hacerlo?
 A cuatro calles de allí, en el extremo opuesto del parque, Reagan paseaba a la par que Nokomis. En una mano tenía unas cuantas pipas y con la otra las iba abriendo con los dientes antes de echar la cáscara a un lado. Estaba nervioso. Que Nokomis le dijera que había hablado con su hermana hacía dos días no le había hecho especial ilusión, pero que su hermano se apuntase, siendo casi el principal promotor de esa reconciliación, le había hecho mucho menos ilusión.
 —¿Tú crees que esto es buena idea, cariño? —le preguntó Ray lanzándola una mirada de soslayo—. Que ya sé que es la décima vez que te pregunto esto desde que hemos salido de casa pero no sé, que no quiero que te pongas mal por su culpa. Y mira, sé que la familia es muy importante pero si ella no quiere volver a mantener contacto contigo, no sé porque te empañas en arriesgarte a que te vuelva a hacer sentir mal, Noko —frunció el ceño preocupado y escupió unos restos de cáscara haciendo una pedorreta con los labios.
—No lo sé. La verdad es que me preocupa mucho la reacción de Brenna, es una encerrona en toda regla y si queda algo de la chiquilla que era, sé que terminará por lanzarnos algo a la cabeza. Pero tengo que intentarlo Ray...es mi naturaleza, soy cabezota ya lo sabes —aseguró Noko aferrando la mano de su prometido mientras veían a pocos metros el cartel de la cafetería. Apuró el paso y sin ser consciente, apretó un poco demasiado el amarre— Sean se ha tomado muchas molestias. Por ella y por mí, no voy a mostrarme desagradecida con él. Y si la cosa se pone muy fea, llevo a mi superhéroe justo al lado...
 En otro lugar, concretamente la mesa iluminada de forma tenue en la que estaban Sean y Brenna, la situación no parecía tan esperanzadora. La muchacha, presa de una vez más de una extraña decepción, había intentado mantenerse en silencio para no herir a Sean. Y lo estaba prolongando mientras le daba vueltas a la insistencia del cazador a que pasara página.
 —Yo tampoco quiero discutir, y empiezo a pensar que has venido hasta Quebec sólo para facilitarle las cosas a Nokomis. Eres uno de mis puntos flacos, tú lo sabes...y...bueno ahora mismo me estoy planteando si realmente te escuchas, Sean. Puede que necesite tiempo, sólo eso y este es un buen lugar para pasarlo, sólo eso. Y no sé si te has parado a pensar en que esta ciudad y mi hermana eran la mejor excusa para sacar a Megan de Boston. No todo gira en torno a Nokomis, ¿entiendes? —espetó intentando mantener la calma, una muy liviana que se tornó en un auténtico vendaval en cuanto los ojos verdes de su hermana atravesaron el umbral de la cafetería.
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 —Quivy...por favor...—susurró Noko y los ojos se le anegaron en lágrimas sin poder evitarlo, al contrario que a Brenna que se le encendieron de la indignación—...dame otra oportunidad. Déjame hablar.
 Brenna muda de la sorpresa no hizo amago de levantarse. Tampoco miró a Sean ni lo recriminó de ninguna forma, decidida a no volver a hablarle en lo que le quedaba de existencia. La rabia ardió en su interior por la trampa que le habían tendido, pero decidió silenciar su dolor con una estúpida y difícil mueca de frialdad.  Le dedicó una mirada a Ray y esperó a que los futuros señores del fundo O'Neill-Waden tomaran asiento con una pasmosa calma. Pensó que podría estar sufriendo un ictus, porque ni siquiera sabía cómo iba a salir de aquella cafetería sin caerse a trozos.
 —Todos cometemos errores, algunos más graves que otros, pero lo que nos hace diferentes es reconocerlos. No me van a ser suficientes los días de vida que me quedan para pedirte perdón, pero lo intentaré. Cuentas conmigo. Te quiero, te apoyo, he aprendido cómo debo actuar con la gente a la que quiero...tenía un concepto de cómo cuidar de los míos muy equivocado. Actuaba con miedo y eso me llevó a destruirte, a comportarme como una idiota egoísta...pero empecemos de nuevo Bren, esta vez lo haré bien —murmuró Nokomis, fijándose en que la pequeña Waden ni la miraba y parecía no escuchar. Intercambió un par de miradas con Ray y Sean, muy breves y angustiadas.
 —Estoy como muerta Nokomis. Me dejaste con todos aquellos espíritus aterradores encima, con mamá y papá, con su dolor porque te creían...y aún te creen muerta. Yo misma intenté buscarte en el otro plano. Y a la abuela también. Pero sólo encontré los problemas de muchos, muchísimos, espíritus enfadados y tristes. Ni una sonrisa, ni una palabra de ánimo, ni un abrazo...hasta que Megan me obligó a salir del agujero. Hubiera muerto de no ser por ella. No creo que alcances a entenderlo nunca —aseguró repiqueteando con sus dedos sobre la mesa.
 —Tienes razón. No lo entiendo. Porque yo me pasé noches enteras sin dormir, aferrando a Michael mientras creía que Silas vendría a matarme al saber que estaba poseída. Luego empecé a sospechar que yo misma lo había matado, no yo...la cosa. Y muchas veces marqué tu número, otras tantas lo miré y miles luché contra mí misma para no ceder a mis ganas de contar con alguien más. Contigo Brenna. Pero no lo hice, porque sé que ahora estarías muerta. Y no me arrepiento de eso, de protegerte —Noko alzó la mano y sujetó la de su hermana con fuerza sobre la mesa. La joven temblaba tanto que por un momento creyó que iba a desmayarse. Pero simplemente se estaba tragando las lágrimas—. Dame otra oportunidad. Por favor. Voy a insistir hasta que me quede sin voz. Quiero que vengas a la boda. Y que seas mi madrina, también la de los...—pidió Nokomis conmocionada y acercó la mano que sujetaba hasta posarla sobre su tripa. Aún no le había contado nada a Ray sobre que lo que esperaban eran mellizos y no quería hacerlo en aquel momento, porque deseaba que la noticia lo hiciera sentirse especial. Como se había sentido ella.
 —No lo sé Nokomis...no lo sé, no sé si puedo...—murmuró Brenna entre dientes y sintió removerse algo bajo el vientre de su hermana. E inevitablemente sonrió, como si se despertara un extraño instinto en su corazón—.
Sean observaba la escena entre las hermanas atento y muy tenso, como si en cualquier momento estaría dispuesto a intervenir para separarlas si la cosa llegaba al plano físico. Por su parte, Ray había apoyado una mano en el muslo de Nokomis, dándola ánimos y apoyo al escucharla hablar de ese modo, flagelándose por sus elecciones de pasado y esos recuerdos que, aunque pertenecían a años atrás, sabía que nunca dejarían de atormentarla en lo más profundo de su ser.
Ambos hermanos a veces se intercambiaban alguna que otra mirada y volvían a centrarla en ellas. El hecho de que Brenna rehuyera por completo la mirada de Sean, le dolía. Por momentos pensó que aquella era la definitiva, que después de esa no le volvería a hablar y que nunca más se sentarían a tomar un café.
 Pero entonces ocurrió. Esa sonrisa llena de emoción y embriagada por un oscuro sentimiento de conexión cuanto tocó la tripa de su hermana, hizo que Sean pudiera leer en Brenna ese primer paso a la rotura del muro que había construido contra ella. El cazador se humedeció los labios y dudo en si decir algo o no. Pero Reagan se le adelantó.
 —Sé que no tuvimos un muy buen comienzo tú y yo. Me gustaría que me perdonaras por el hecho de cómo te eché de nuestra casa pero, como comprenderás y atendiendo a las circunstancias, no me diste una muy buena primera impresión —admitió Ray pero torciendo una sonrisa amable—. Pero ahora, y conociendo mejor la dimensión de vuestra historia, me gustaría conocerte. No sé, siento que en este grupito soy el tipo que juega con desventaja teniendo en cuenta que tú y mi hermano parecéis la mar de amigos...
—No te creas. Solo guardamos las apariencias. En el fondo discutimos el noventa por cierto del tiempo —apuntó Sean medio en broma medio en serio, aún algo incómodo y en tensión porque no sabía la reacción de Brenna hacia él por esa "encerrona" que la había montado.
—Bueno, como sea —Ray hizo un gesto con la mano y volvió a mirar a Brenna—. No te vamos a obligar a nada, porque tienes tus motivos para pensar como lo haces pero tienes que tener muy claro que las puertas de nuestra casa están siempre abiertas para ti. No importa como lo estarían en un pasado. Creo que el pasado hay que dejarle atrás y bueno, no solo harías a Nokomis muy feliz, sino también a tus sobrinos. Michael quiere conocerte, y esta pequeña que viene de camino necesitará una tía molona como ejemplo.... —soltó una risa ligera mirando la panza de Nokomis, aun viviendo en la inopia sobre el hecho de que no iba a ser padre de uno, si no de dos bebés.
 Sean se humedeció los labios y miró a Brenna, conteniendo la respiración. Era extraño, puesto que más adelante analizaría el cómo de preocupado estaba ante la reacción de Brenna, el cómo le quitaba el aliento literalmente el saber que Brenna pudiera salir de esa cafetería sin querer saber nada de él nunca más. Y descubrió que esa posibilidad, le dolía. Le dolía más de lo que podría imaginar.
Brenna trató de serenarse dándole un largo trago a la taza de medio litro de cafeína que sostenía en una mano. La otra aún seguía aferrada a la de Nokomis, sobre su vientre. Y no entendía por qué no la había apartado, pero sí sabía que tenía ganas de volver a sentir a sus pequeños sobrinos de nuevo revolotear.
Sus sobrinos.
La madrina.
La tía molona.
En el calor de una familia que no la juzgaría.
Y se dio cuenta de que aquello la reconfortaba de alguna forma, porque era como si volviera a sentirse otra vez un "poco" normal. Pensó en Megan. En qué diría si la oyera pensar después de tanto maldecir a Noko, después de aguantar tanto y tanto de sus días de dolor. La leve sensación de traición le amargó el trago de café dulce.
 —Gracias Reagan —murmuró por lo bajo, un tanto avergonzada. Si hubiera ocupado ella el lugar de Ray aquella tarde, seguramente se habría autolanzado por la ventana. Cuando la rabia y la inmadurez la cegaban, se volvía una terca insensible. Pero así era el carácter un tanto indómito de las Waden, empujando contra todo al igual que toros bravos— Yo necesito algo de espacio. No sé si podré ir a la boda. Ahora mismo...yo...es que se me está cayendo el mundo encima. Y el efecto sorpresa no ayuda a aclararme la cabeza...tenéis que disculparme...—murmuró nerviosísima, poniéndose en pie y desembarazándose torpemente del amarre de su hermana mientras se hacía con el bolso y sin mediar palabra, caminaba para alejarse de aquella mesa.
 Brenna estaba muy confundida por lo contradictorio de sus sentimientos. Quería perdonar, deseaba recuperar el tiempo perdido y pertenecer a la vida de esa gente, pero al mismo tiempo se percibía extraña, como si ya no tuviera el más mínimo derecho a desear algo así. Además, se engañaría a sí misma si dijera que no le había dolido la medio-trampa que le acababa de tender Sean. Porque si bien su presencia la encendía -literalmente- como un árbol de navidad y le borraba de un plomazo la tristeza, también tenía el efecto opuesto de desollarle el humor y hacerla sentir un poco infantil. Justo como en aquel momento que corría calle abajo haciendo un auténtico "sin-pa" en la cafetería.
 En la cafetería, Nokomis se había quedado muda pero tranquila de alguna forma. Porque en el fondo, tenía la sensación de que había hecho algún tipo de agujero al muro impenetrable que había levantado Brenna en diez años. Y eso la llenaba de una alegría extraña, como si de repente todo encajara en su mundo y se colocara justo donde debía estar cada cosa en su corazón. Besó precipitada e inesperadamente la mejilla de Ray, en un gesto de adoración absoluta mientras le dedicaba una enorme sonrisa que duró unos segundos de intimidad. Finalmente volvió la vista a Sean y amplió la sonrisa, para romper un poco la incomodidad que pudiera sentir.
 —No lo parece, pero vendrá a la boda. Tengo el presentimiento de que lo hará. Cuando el amor es real, no es algo a lo que se pueda renunciar. Y ella, sigue siendo mi niña pequeña...lo siento...—comentó casi en un susurro idiota, mientras asentía y tomaba la mano de su prometido— Gracias Sean. Sé que esto lo has hecho por las dos, y sé que te habrá costado, al menos, una bronca con ella. Lo siento por eso.
—Bueno, la bronca aún está por llegar, de hecho... —dijo Sean bastante ausente, mirando hacia la puerta por la que se había ido precipitadamente Brenna. De hecho, una imagen desoladora se le presentó en su mente: Brenna vagando por las calles de la ciudad hasta que caería la noche, y a saber la clase de peligros que podría atraer la joven con la suerte que tenía. Se terminó el café de un trago y se puso de pie—. Si me perdonáis, tengo que irme yo también. Luego nos vemos en casa —se despidió cruzando a grandes zancadas la cafetería.
—No llegues tarde, ¿eh? ¡Recuerda que hoy es la noche de palomitas y película! —terminó alzando la voz Ray para que su hermano le escuchara antes de abandonar el local. El pequeño de los O'Neill entrecerró los ojos, mirando por donde se había ido Sean y soltó un leve gruñido de sospecha—. ¿Crees que ha salido tras tu hermana? Es raro. Sean no sale corriendo detrás de cualquier y más si es una chica... —sus ojos se convirtieron en una fina línea y volteó el rostro hacia Nokomis—. ¿Tú crees que esos dos....? Ya sabes —hizo un gesto con la cabeza—. Mi hermano y tu hermana... —suspiró y agitó la cabeza—. No quiero pensarlo. En fin. Jáh! Y se han ido sin pagar, ¡qué getas! —exclamó observando las tazas de café vacías sobre la mesa—. Pero bueno, no importa, ya que estamos aquí te invito a un té —le dijo con tono meloso Ray, quien se había acercado de tal modo a su prometida que pasaba un brazo por el respaldo de su silla y con la otra mano la tenía sobre las piernas de ella. Rozó con la punta de su nariz la mejilla de ella y terminó por darla un beso en el mentón. Parecían un par de tontos enamorados adolescentes, pero Ray sudaba ese tipo de amor por cada poro de su piel y ver a Nokomis tranquila y relajada tras ese encuentro, le llenaba de una satisfacción difícil de explicar—. La cosa ha salido bien, ¿verdad? Tú la conoces mejor, y si dice que vendrá a la boda seguro que lo hace. ¿Y sabes quien ha tenido toda la culpa de que a Brenna se le derritiera el corazón? —preguntó antes de agacharse y quedar su cara a pocos centímetros de la tripa de Noko—. Pues de mi princesa irlandesa, que ya desde el útero de su madre obra milagros, ¿a qué si? ¿A que si? —le dedicó una leve caricia a la tripa, como si fuera el bien más preciado del mundo y sonrió a Nokomis, depositando otro beso esta vez en sus labios.
 A cinco calles de allí, Sean tuvo que dar una leve carrera para alcanzar a Brenna, que iba a un paso encendido.
 —Brenna —la llamó, pero viendo que la chica le ignoraba, tuvo que agarrarla del brazo y detenerla—. ¡Brenna! Para. Deja que te lleve a casa de nuevo. Estás muy lejos de tu barrio —le dijo intentando que su tono sonara relajado pero en realidad sonó serio, pues esperaba que la chica explotara con él.
Nokomis perdió una mano en los rizos del amor de su vida mientras este les regalaba un mimo a sus hijos, y luego le sostuvo el rostro mientras alzaba el rostro para dedicárselos a ella. Lo miró durante unos segundos, repasando cada rasgo de su rostro y especialmente la perfección de sus maravillosos ojos claros y finalmente suspiró.
 —Quería prepararte una cena, comprarte un buen vino y luego tomarte la mano cuando estuvieras relajado y te sintieras dichoso para decirte una cosa...—comentó pausadamente, dedicándole unas caricias a aquel rostro recién afeitado antes de continuar—...que tenemos mucha suerte. Y no sólo porque el destino nos haya enlazado para siempre, sino porque tú traes absolutamente todo lo bueno a mi vida. Después de tener a Michael, creí que la vida nunca podría regalarme algo tan maravilloso, pero todo esto que vivimos es mucho mejor, yo diría que roza lo perfecto. Y por primera vez en mi vida, no me asusta reconocer que me encanta que todo encaje tan bien. Ray...ayer, en la revisión del médico...—hizo una pausa y sonrió un momento—...tranquilo, no sé el sexo del bebé...sólo sé que no estará sólo o sola. Vas a ser papá de mellizos, cariño....dos...¿entiendes lo que significa eso? —susurró y su sonrisa se ensanchó tanto que las carcajadas de auténtica felicidad invadieron todo el local, mientras era incapaz de apartar la vista de su irlandés adorado y atónito.
 Un par de manzanas en la zona este, Brenna jadeaba y sus mejillas se encendían con un alarmante tono escarlata. Cualquiera con dos dedos de frente leería el enfado en su rostro y simplemente se apartaría de su camino, pero Sean no, él tenía que salir a buscarla.
 —No entiendo qué pasa contigo. ¿Puedes dejarme en paz? O sea vienes a verme, te interesas por mí y luego me empujas por un precipicio. ¿Quién demonios te crees que eres para decidir sobre lo que quiero hacer o no, a quién quiero ver o no? ¿Qué te da derecho a hacerme este daño? —espetó empujándolo levemente, con ambas manos sobre su enorme pecho, en medio de una acera poco concurrida; Brenna hablaba sin darse cuenta de que ella hacía justamente lo mismo, actuaba sin pensar en las consecuencias o lo que querían las personas que le importaban, si creía que era por su propio bien— Se supone que un amigo no tiende emboscadas, que no apuñala...si quieres que tu cuñada esté feliz y tranquila me parece bien, pero respétame ¡joder! No puedo pensar ni perdonar si me siento presionada, suelo huir de los problemas ya lo sabes —aseguró bajando algo el tono, ya que al fin y al cabo sabía que Sean era un buen hombre, que se preocupaba por el bienestar de su familia y trataba de hacer siempre lo correcto, aunque eso la arrastrara a ella como si fuera una marioneta segundona.
—Lo sé y no quiero que sigas huyendo. Por eso he hecho esto. Porque si no te empujo a que te enfrentes a ellos, seguirás arrastrándote como lo haces. Huyendo y ocultándote. Y sé que ahora no querrás verlo pero créeme cuando te digo Brenna que no puedes enfrentar sola todo lo que tienes en tu vida. Sé que Megan es importante para ti pero necesitas el apoyo de una familia, de tu familia para ello. ¿Por qué tienes que ser tan terca? A veces parece que si no quieres perdonar a Nokomis es por puro orgullo. ¡Si he visto cómo te derretías al tocar la barriga de Nokomis! La has odiado durante muchos años, ¿crees que por perdonarla vas a salir perdiendo o algo por el estilo? —especuló Sean, bufando y colocando sus brazos en jarras. Ya no le importaba discutir con Brenna, puesto que parecía que la muchacha solo funcionaba cuando era presionada, cuando se la ponía al límite. EL resto del tiempo se limitaba a quedarse en pijama en su casa, huyendo y escondiéndose del mundo real, o eso pensaba él deduciendo el cómo se la había encontrado hacía un rato antes.
 En el restaurante, Ray no podía creérselo. Al principio se preocupó y todas las alarmas de su cerebro se encendieron cuando Nokomis empezó a hablar sobre algo que había pasado en la revisión del día anterior, pero cuando le desveló que serían mellizos.... Algo explotó en su estómago, algo que se extendió hacia su garganta y le hinchó el pecho. Algo que debía de ser felicidad del modo abrasador que le hacía querer reír, saltar y alzar los brazos al aire. Pero en vez de eso decidió reír con ganas, agarrar a Nokomis y besarla con pasión en los labios, como si así pudiera contagiar su felicidad cuando la propia mujer lucía brillante y plena.
 —Hemos hecho a dos criaturas, Noko. No me lo puedo creer —bajó la mirada hacia la barriga, la tocó con ambas manos y volvió a mirar a su chica—. Sé que lo que significa eso. Lo sé, cariño —se inclinó hacia ella y apoyó su frente sobre la suya—. Que vamos a ser muy felices y que nada ni nadie nos lo va a arrebatar. Vamos a criar a una familia perfecta, Noko. Perfecta. Michael y sus dos hermanitos. Serán tres. Tres —se echó a reír y casi pudo contemplarse cierta humedad en sus ojos de pura emoción—. Me estás haciendo el hombre más feliz del planeta. Porque ya te he pedido que te cases conmigo, que si no te lo volvería a pedir un millón de veces más. ¿Y el médico que te dijo? ¿Están bien de salud? ¿Cómo no han dado con el otro hasta ahora? Ah, entonces tendremos la parejita, seguro. Porque cada vez que decía algo sobre mi impresión de que el bebé era niña, sé que no estabas muy segura y ahora va a resultar que ambos teníamos razón —se mordió el labio inferior—. Qué maravilla. En serio, nunca pensé que pudiera ser así de feliz, que el futuro me estaba guardando esta delicia de vida —la tomó de las manos y besó sus nudillos con tanto cariño que parecía que se le había olvidado que estaba en un sitio público, pero es que el mundo tendía a desaparecer cuando estaba al lado de Nokomis.
 —Nada es blanco o negro Sean. No en mi mundo. No sé si puedo borrar todo el dolor que viví, porque eso me cambió y mucho. Antes era una cría inocente, sin cinismo ni miedo, ahora...vivo a diario sumida en el miedo a perder lo poco que me importa...¿Por qué crees que huyo de los problemas? Porque aunque los encare no desaparecen, al contrario, en mi caso todo se duplica. Al Karma le gusta joderme la existencia porque sí, es algo que he aprendido desde bien pequeña —aseguró dando un par de pasos atrás, en un gesto no verbal sobre las ganas que tenía de salir pitando de aquella conversación— Y si yo soy terca, tú eres el Rey de ese vasto territorio. Deja de recriminármelo, así soy —espetó frunciendo el ceño— Y sí, no pasa nada porque me gusten los críos. Yo soy una de ellos, ¿no crees?
 En otro plano opuesto, a Nokomis le latía tan desaforadamente el corazón que por un momento creyó que podía desvanecerse de pura felicidad. Ladeó la cabeza sin borrar la sonrisa mientras Ray besaba sus nudillos e ignoró por completo al público de algunas mesas, que los miraban con cierto asombro envidioso.
 —Significa también que tendremos que mudarnos. Y que tendremos que trabajar un poco más duro, que habrá muchas noches sin dormir y que si se parecen un poco a ti, recibiré muchos abrazos cada día. Soy afortunada y aún no sé por qué, pero tengo claro que pelearé cada día por mantener esto que tenemos unido y creciendo, amor mío —juró mientras asentía— También implica que los del Otro Lado se equivocan. Las pesadillas también mueren y, a veces, les ganamos nosotros —suspiró casi sin poder creerse que pensara que todo iría bien— ¿Te apetece que cenemos algo, cariño? Estoy un poquito hambrienta...
—Me apetece —admitió Ray dándole un pequeño pellizco con los dientes a Noko en la punta de la nariz—. Y no te preocupes por eso. Yo ya sabes que soy un animal nocturno y no necesito muchas horas para dormir. Y sí, tendremos que mudarnos porque el piso se nos quedará muy pequeño. Ay, me estoy acordando de Michael ahora mismo y su reacción cuando lo sepa, ¡seguro que alucina cuando se entere de que no va a tener uno, sino dos hermanitos! —exclamó soltando una risotada—. Seguro que él también nos echa una mano, cariño. Todo va a salir bien. Todo va a salir estupendamente bien.
 Lo que no estaba saliendo tan bien era el encuentro entre aquellos dos que empezaban a subir el tono de voz en mitad de la calle sin importarles nada.
 —Yo nunca he dicho que seas una cría, Brenna. Eso es algo que tienes tan interiorizado que sale en cada momento de tu vida. Te lo crees tanto que te menosprecias a ti misma y no ves cómo eres en realidad. Al igual que tampoco ves que tienes mucho más que ganar, que de perder. Y si, joder Brenna, sí. Todos hemos sufrido golpes en la vida que nos han hecho el tipo de persona que somos hoy. Pero eso no significa que nos tengamos que quedar paralizados pensando que nos merecíamos esos golpes o que no podemos hacer nada para cambiarlo. Es tu vida, toma las riendas de ella y sal adelante. Ahora mismo la vida te da la oportunidad de darte algo que hace años te quito y es una familia. Pero tú te empeñas en rechazarlo. Una y otra y otra vez. Supera el pasado y empieza a vivir el presente porque cuando te quieras dar cuenta te arrepentirás de haber estado huyendo toda tu vida —bufó pasándose una mano por el cabello—. Y ahora vuelve conmigo al coche que te acerco a casa. Y no voy a aceptar un no por respuesta. Si quieres pasar todo el viaje gritándome, bien. O callada. Me da igual. Pero no voy a dejar que vagues por las calles solas hasta ese barrio en el que vives al otro lado de la ciudad.
—Creo que sí. Michael ya desde pequeñito ha sido muy responsable, ya ves que siempre está pendiente de mí e intenta copiarte a ti cuando tú me cuidas o me echas una mano en algo. Eres un gran padre, Ray —sonrió acariciando su mejilla— Y ya verás que divertido cuando te nombre cambiapañales oficial. Por cierto, no tienes ni idea de lo que te espera ¿verdad? —bromeó con una carcajada divertida y cariñosa, mientras negaba con la cabeza— ¿Has pensado en algún nombre?
 —Es que no tienes que aceptar nada. No voy contigo, no soy tu responsabilidad. Sé cuidarme y también cómo llegar a casa. Además, oí lo de la noche de películas...tu hermano tiene un tono de voz lo suficientemente grave para que atraviese el cristal de una cafetería —aseguró apartándose un par de metros más del cazador, intentando cortar la conversación de manera fulminante—  Tú lo has dicho, ¡es mi vida! Yo hago lo que me da la gana y si quiero correr, ¡pues corro! —gruñó comenzando una carrera calle abajo, esquivando baldosas sueltas y perdiéndose por callejones para evitar el semblante cansado de Sean. Odiaba esa mirada acusatoria, madura, preocupada...y también que él viera algo que ella no lograba ver. ¿Qué se suponía que era ella en realidad?
Sean se mordió el labio inferior con fuerza para evitar que empezase a gritar como un loco en mitad de la calle mientras veía a Brenna desaparecer corriendo por una de las calles. ¿Pero cómo era posible que aquella muchacha fuese tan testaruda? A él le irritaba de los pies a la cabeza su terquedad. Sus ideales parecían inamovibles y él ya no sabía qué hacer para que viera una versión mejor de sí misma. Entendía su sufrimiento pero tampoco le veía punto a que se quedase viviendo en él. Dando una patada a una piedra que salió rebotando por el asfalto, Sean se dio media vuelta con las manos en los bolsillos de regreso a la cafetería, pues acababa de recordar que se había ido sin pagar.
 —Solo de niña —admitió Ray encogiéndose de hombros—. Había pensado en Keira... ¿Qué te parece? No es por ponerme intensito, pero proviene del irlandés Ciara que significa Santa u Oscura. Tal ambigüedad tiene el nombre y no sé, me gusta. Me imagino a una pequeña correteando por la casa con su melena oscura ondeando al viento y unos ojazos como los de su madre... —se mordió el labio inferior por que se le podía caer la baba de un momento a otro—. ¿Tú has pensado en algún nombre? Oye, si quieres podemos saber el sexo de los bebés. Que no me importa, de verdad...
—Me gusta y también cuando te pones intensito, quiere decir que te preocupas. Kei...—lo repitió varias veces, haciéndolo realidad en su cabeza. Y entonces alguien pateó en su vientre y ella se sobresaltó. Con los ojos muy pero que muy abiertos, miró a Ray y dibujó una "o" con la boca— Creo que le gusta la elección a tu princesa irlandesa...—sonrió seguidamente— Pues la verdad es que no he pensado en ningún nombre. Michael se llama así porque mi padre lleva el Mijäil como primer nombre, y se lo pusimos en su honor. Se lo puse mejor dicho. Estaba muy orgullosa de mi padre...—comentó pensativa— ...y no, la promesa sigue en pie. Creo que cuando le vea la carita al hermano o hermana de Keira, me saldrá el nombre del alma. Soy muy emocional para estas cosas. Esperemos que no termine por llamarse Elvis...—bromeó dejando escapar una carcajada divertida, que se cortó justo cuando Sean entró por la puerta del local luciendo un gesto completamente aireado y visiblemente exaltado.
 —No preguntaremos...es mejor no incomodar —murmuró por lo bajo a Ray, mientras su cuñado se sentaba frente a ellos— Íbamos a cenar algo...¿te...te apetece acompañarnos cielo? —ofreció Noko, con un gesto comprensivo y sin intentar cotillear sobre qué había pasado. Todo el mundo necesitaba su espacio personal, lo tenía muy claro.
Pero en cambio, Ray no entendía eso de espacio personal y menos cuando tenía que ver con su hermano. Miró a Sean con un claro interrogante en su rostro y no se cortó a la hora de preguntar.
 —¿A qué viene esa cara mustia y de enano gruñón?
—Mira Reagan, no tengo humor para tus bromitas así que mejor déjalo —le espetó Sean rebuscando unos billetes en su bolsillo para pagar los dos cafés.
—A ver hermano, que estás con tu familia, que aquí no tienes por qué tragarte todo lo que sientes. ¿Qué ha pasado?
—Y dale, qué pesado eres, joder —gruñó lanzando de mala manera dos billetes encima de la mesa esquivando la mirada tanto de Nokomis como de Ray, que siguió insistiendo porque a pesado no le ganaba nadie.
—¿Es por Brenna? ¿Has dado con ella y habéis discutido?
—¡Pues claro que hemos discutido! Y lo que más me jode es que ha salido corriendo. ¡Corriendo! ¿Pero es que acaso esa muchacha no puede pensar fríamente por una vez en su puñetera vida? —bufó y miró a Nokomis—. Mira, no quiero ofender, pero tu hermana me saca de quicio cuando se pone así de cabezota.
—Uh, ¿Brenna cabezota? Fíjate, no sé a quién habrá salido... —comentó Ray irónico lanzando una mirada de reojo a su chica antes de sonreír—. Pero bueno, ya se le pasará, ¿no? Además, que me sorprende verte tan azarado por su culpa. No pensé que fuerais TAN amigos...
—Sí, los somos. O lo éramos. Yo que sé, porque cada encuentro con ella termina realmente caótico y yo ya no sé qué pensar.
—¿En uno de esos encuentros te hizo eso? —preguntó Ray apuntando con un dedo la cicatriz del ojo con la que se había presentado Sean.
—¿Qué? ¿A qué te ref...? Ah, esto —se dio un leve toquecito con el dedo índice—. No. Me saltó una astilla arreglando el cobertizo —explicó escuetamente, poniéndose en pie—. ¿Volvemos a casa ya?
Y decidieron volver a casa en vista de cómo se sentía Sean. Pero antes, Nokomis pidió a Ray un favor: que se acercara al mostrador y pidiera algo de comida decente para llevar a casa. La coletilla "necesito algo de tiempo con tu hermano" iba implícita en tal petición, así que su prometido accedió aunque a regañadientes. Aunque era todo amor y optimismo, se le veía preocupado por su hermano desde que había puesto un pie en Quebec. Entre los preparativos de la boda, lo que había tardado en llegar Sean a acompañarlo y aquella cicatriz de la que claramente evitaba hablar el cazador, afectaba un poco el buen humor de Ray. Y nadie podía culparlo, porque tenía todo el derecho del mundo a cuidar de los suyos y que los suyos le retribuyeran, al menos, con algo de comunicación y apoyo. Sin embargo, Sean era hermético en sus asuntos, cargando con el peso del mundo él solo... algo a lo que Nokomis no iba a contribuir, y aunque lo entendía, no podía permitir que sufrieran los únicos O'Neill que tenía en el mundo.
 —Sólo se preocupa. Lo hace con todos, todo el tiempo. Es una de sus virtudes —susurró Nokomis a Sean, cuando Ray se alejó hacia el mostrador y se reclinó un poco hacia su cuñado para crear ambiente de confesiones— Sean...tu cobertizo tiene pinta de ser muy peleón o tú muy torpe. Porque pareciera que te hubieras clavado tú mismo contra las tablas. Y no, no me lo cuentes si no quieres, pero no me mientas...un médico sabe ciertas cosas sobre heridas —aseguró entrecerrando los ojos, en un gesto de preocupación. Luego le dio un momento para contestar, pero ante su silencio, ella continuó.
 —Gracias por lo de Brenna. No tenías por qué. Y al igual que me ha pedido a mí, en mi opinión profesional te aconsejaría que le dieras tiempo porque al final caerá en la cuenta de que también le importas y que ha sido una necia. Sin embargo, como mujer y como hermana, mi instinto me dice que se está comportando como una auténtica cretina contigo porque es una niña, una niña que se ha enamorado locamente de ti —advirtió sin pestañear, esperando algún tipo de gruñido de su cuñado— Y aunque al principio no es que me hiciera especial gracia, y no me malinterpretes ni nada parecido, pero me parecías un hombre demasiado...intenso, experimentado, maduro y hecho polvo para alguien tan irracional y alocada como ella. No quiero meterme donde no me llaman, pero creo adivinar cuando alguien vive en el corazón de otro alguien, y en vuestro caso...tenéis algo muy silencioso pero a la vez extremadamente radiante. Hay un feeling raro. Así que Sean, haz lo que creas mejor, pero antes...ve a por ella. Sin cuidado ni miramientos. Cuanto más tiempo le des, más oportunidad tendrá de huir...ya lo has comprobado —apuntilló Noko, mientras valoraba mentalmente que tal vez se estuviera extralimitando con los consejos que le daba a su cuñado, pero sentía que después de haberlo escuchado y visto tan hundido hacía unos meses, en aquel momento parecía otra persona completamente diferente. Porque a pesar de aquella fea cicatriz, sus ojos brillaban de una forma muy evidente cuando Brenna entraba en su campo de visión. Nunca lo reconocería, pero ella lo ilusionaba de alguna forma y eso significaba una oportunidad para ser feliz, así que su cuñada no cesaría de sugerirle cómo seguir por ese camino.
Sean lanzó una mirada por encima de su hombro y controló que Reagan estaba en la barra esperando que algún camarero le atendiera. Volteó el rostro hasta su cuñada y entrelazó sus manos por encima de la mesa, inclinándose ligeramente hacia delante como si no quisiera ser oído por nadie más.
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 —No sé lo que estoy haciendo, Nokomis. No lo sé —admitió Sean ciertamente confundido—. Sabes que no soy bueno con los sentimientos, y no me refiero solo a la hora de expresarlos. Si no también a la hora de sentirlo. Y tú hermana y yo solo somos amigos, aunque ella ha admitido y admite su atracción hacia mí. Pero yo no sé si... Quiero decir, sigo siendo ese tipo intenso y hecho polvo. No pienso en ella y yo como algo más, ¿entiendes? Solo quiero que Brenna esté bien. Me ha dado la oportunidad de conocerla estos meses y es una chica fantástica, llena de energía y vitalidad. Y a principio eso me echaba para atrás pero poco a poco le he ido cogiendo gusto a su personalidad y quiero que esté bien. Me gustaría si pudiera quitarla ese don de ver muertos. Pero como no puedo, intento arreglar otras parcelas de su vida, como la familiar —hizo un gesto con la mano hacia Nokomis—. Pero sé que no debería de intentarlo tanto. No solo porque me estoy metiendo en un tema que no me atañe, sino porque no soy un buen candidato para Brenna. Y eso lo sabes hasta tú, Nokomis —negó con la cabeza lentamente—. Tu hermana se merece un tipo diferente, uno más joven que la saque a bailar los sábados por la noche y que...¡yo que sé! Que vayan a ver comedias románticas los días del espectador. Y yo no puedo darle ese tipo de vida, porque mi vida es mucho más complicada, peligrosa y dura. Ella ya lo comprobó cuando estuvo en Nueva Orleans, y en parte, que ahora esté aquí es parte mi culpa. Por eso quiero ayudarla, pero por otro lado, sé que debería de dejar de hablar con ella, que a la larga sería lo mejor. Pero tampoco puedo hacerla eso porque todo el mundo en su vida la ha abandonado antes o después, y no te ofendas por eso pero es verdad. Y me gustaría hacerla ver que no es una cría. Se tiene por el eterno segundo plato de todo el mundo y no es así.
—Puede que se merezca otra cosa, pero dudo que eso la haga cambiar de opinión si realmente se preocupa por ti, Sean —aseguró Nokomis, valorando las palabras de su cuñado— Es normal que tengas miedo. Y también sé que me dirás que no es verdad, porque ser cazador lleva implícito fingir que puedes con todo y que los daños sólo te hacen más fuerte...pero todos necesitamos un refugio. Y no hablo sólo de tu casa, que es literal. Te lo digo por propia experiencia. Yo era un poco como tú, echando de mi vida y ahuyentando a las personas que se acercaban demasiado a mí. Temía dañar, pero también que me dañaran si desaparecían. Pero entonces...—susurró con una sonrisa e hizo un ademán con la barbilla hacia Ray, que exasperado trataba de explicarle al camarero que la hamburguesa de su mujer tenía que ser de pavo y asada, no frita, porque estaba embarazada y su salud era lo primero—...no puedes pelear contra la fuerza que te arrastra a la otra persona. Todos lo intentamos, pero inútilmente. ¿Quieres ser amigo de Brenna, hacerla sentirse bien, nunca sola y protegida? Adelante. Tú eres capaz de eso y muchísimo más, seriedad y autocontrol son tus segundos nombres, pero ella terminará por abandonar, porque aunque es valiente e insistente...y terca como ha dicho Ray de mí, al final también buscará normalidad para sentirse segura. Y entonces puede que conozca a ese otro que la lleve a ver películas románticas y otras mierdas que no la harán feliz....ya sabes. Pregúntate si cuando lo haga tú podrás continuar y ser feliz. Porque aunque no lo parezca, si tú tienes un vida complicada...ella justamente necesita a alguien que entienda lo difícil que es la suya —murmuró con cierta constricción en el rostro, como si más que un comentario intentara abrirle los ojos a Sean— Y ahora dime ¿te han hablado ya de la despedida de soltero de Ray? No es que me preocupe, pero soy una persona controladora...—bromeó y sonrió para relajar un poco el momento de charla-actitud "soy la hermana mayor y quiero lo mejor para la enana" que había tenido con el mejor cuñado del mundo.
—Aún no, pero creo que me han añadido a un grupo de WhatsApp llamado "Fiesta parda" —comentó Sean resoplando—. No sé yo si iré —y antes de que Nokomis le dijera que debía de ir por ser el padrino, Sean alzó ambas manos y añadió—, pero lo haré, solo por controlar a Reagan y que no se pase con el alcohol. Además, que he tenido veintiséis horas de camino para concienciarme y afrontar el hecho de que al ser su boda voy a tener que decir que sí a muchas cosas que, en otras circunstancias, diría que no —resopló resignado y volvió a girar la cabeza para ver si le daba tiempo a añadir algo más sobre la conversación que mantenían antes de que Reagan volviera con la comida. El hecho de que su hermano le estuviera haciendo aspavientos con las manos al camarero sobre el contenido de la bolsa, le indicó que sí—. Nokomis, sé que es tu hermana y quieres lo mejor para ella; y tampoco quiero alarmarte pero todo el mundo a mi alrededor muere —dijo con una seriedad fría que no daba opción a réplica—. Es un hecho. Por lo que no quiero que Brenna piense en mí como algo más cuando yo, no solo no la voy hacer feliz, si no que la puedo llevar a un final desastroso. Mi refugio sois vosotros, Nokomis. Sois esta ciudad y el ambiente que me proporcionáis mi hermano, Michael y tú. Y ahora cuando vengan los mellizos también. Pero no puedo permitir que Brenna se convierta en mi refugio también porque no sería justo ni para ella, y no podría afrontar una nueva pérdida de ese calibre si la ocurriera algo a ella. Ya me entiendes.
 Ray se acercó con una bolsa de asas blanca a la mesa y soltó un bufido indignado, rompiendo totalmente la conversación 'privada' de esos dos.
 —Vamos es que yo creo que ese camarero ha descubierto lo que es una mujer embarazada hoy, ¡no me fastidies! Que no es tan difícil rebajar la sal a unas pechugas de pollo, oiga.
—¿Desde cuándo te has vuelto un nutricionista? —le preguntó Sean mirándole con el ceño fruncido.
—Desde que me he comprado cinco libros diferentes sobre salud, comida y hábitos para embarazadas.
—Joder...
—En fin, ¿de qué hablabais? Porque me está empezando a mosquear esto de que me excluyáis de vuestras pequeñas conversaciones. ¿Tengo que ponerme celoso o qué? —bromeó Ray alzando la barbilla.
Nokomis se lo quedó mirando demasiado fijamente mientras repetía aquellas palabras de "todo el mundo a mi alrededor muere" y sintió una punzada de compasión mezclada con empatía que la hizo sentirse un poco mal por él. Sean se estaba negando su propia felicidad por salvaguardar a su hermana, un auto sacrificio que ella comprendía muy bien.
 —Cada uno escoge su camino en la vida, pero déjame decirte que eres una buena persona y te mereces todo lo mejor del mundo. Y tal vez no sea justo que niegues a Brenna la capacidad de decidir a quién quiere a su lado, pero puedo entenderlo y también te voy a dar la razón. Yo también renunciaría si creyera que puedo hacerle daño...de hecho, ya lo hice una vez. Y mira donde estamos —murmuró un segundo antes de que Ray volviera a su lado y ella, instintivamente, aferrara su mano.
 —Se ha informado, todo sea por cuidar de su familia. Y sí, me ha hecho beberme muchos batidos de espinacas con un sabor horripilante, porque decía que lo verde es salud. Se nota que es irlandés —bromeó Nokomis regalándole una sonrisa a su prometido, algo que hacía continuamente y una reacción que sólo le provocaba él— Hablábamos de que Sean no quiere llevar esmoquin, que prefiere ir sin corbata y un poco desarreglado. Pero que tú quieres que parezca un pingüino...Ray, tienes que dejarlo vestirse como mejor le parezca. Dijimos "boda íntima" cariño, eso significa que respetamos lo que quieren hacer o vestir nuestros invitados...
—¿Qué? —parecía que a Ray le hubiera caído un cubo de agua helada sobre sus hombros y miró a Sean con los ojos abiertos como platos—. ¿Otra vez con esa conversación? Vamos a ver, que me da igual si allí en Nueva Orleans vistes como un vagabundo todos los días. Pero has salido de Luisiana, al mundo civilizado que es Quebec, y si te tienes que poner un maldito traje con zapatos y corbata, te lo pones. Que vas a ser mi padrino y cuando en un futuro les enseñe las fotos de la boda a mis hijos no quiero que pregunten apuntando a su tío que quien era ese sin techo que invitamos a la boda.
—Eres un jodido dramático, Reagan —le espetó Sean negando con la cabeza.
—Y tú un quejica. Que te pido que te pongas un traje por una vez en tu vida y parece que te esté pidiendo que te bañes en salfuman o algo por el estilo.
—Es que no entiendo a qué viene ir tan de etiqueta. Yo con un vaquero y una camisa blanca gano bastante.
—Mira, eso te lo pones los sábados por la noche cuando quieras mojar churro. Pero a mi boda vas a ir con traje y punto pelota. Y espero que mañana en la tienda no me montes este numerito porque ya tengo un par de trajes ojeados para ti.
—¿Puedo suicidarme ahora? —preguntó Sean mirando a Nokomis fingiendo un victimismo extremo.
—Sí, encima tú dala disgustos a tu cuñada, que está embarazada.
Nokomis empezó a carcajearse en el momento justo en el que aquellos dos hermanos comenzaron a discutir por algo que parecía muy importante. Al menos lo era para Ray. Y se sintió más dichosa todavía por presenciar aquel momento. Porque en la normalidad, incluso de una discusión absurda, Nokomis comenzaba a pensar que todo iría bien en lo que le quedaba de vida. Estaba casi segura de que Tala no volvería, ni tampoco sus amenazas, ni las historias sobre que sus hijos causarían el fin del mundo antes de matarse el uno el al otro.
¿Qué importaban aquellas profecías sin sentido cuando tenía una familia tan maravillosa? Nada iba a salir mal, ese era el pensamiento que tenía que empezar a asentar en su mente.
 —C'est fini, muchachos. Volvamos a casa. Ha sido un día muy intenso...todos necesitamos descansar. Mañana trataremos de arreglar lo de la ropa...—sonrió Noko limpiándose las lágrimas de diversión del rabillo del ojo, mientras le picaba uno a su cuñado y luego volvía a besar la mejilla de su prometido. Todo era perfecto, demasiado perfecto.
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houseofrisingsun · 7 years
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Breakpoint.
Domingo, 23 de abril de 2017
Marcus se sentía libre. Y era una sensación extraña teniendo en cuenta que nunca había pertenecido realmente a nadie. Pero en esos momentos se sentía libre. Nada como un cubalibre en su mano, un puro en la otra y esa joven que se había acercado a él en cuanto había puesto un pie en la pista de baile para dar rienda suelta a sus placeres más humanos. Porque si bien era un arconte poderoso —o eso le decía Faizah una y otra vez en un intento de inflar su ego, sin éxito— los últimos siglos había alimentado resignado su parte humana, dándose por vencido en esa batalla que había ganado Samhein hacía tiempo arrancándole unas alas que poco a poco volvían a recobrar su aspecto pero que aún estaban lejos de mostrar su aspecto habitual. Y aún con alas o sin ellas, aún con Jacob y Faizah volviendo a formar el equipo que eran, Marcus no se sentía por la labor de retomar sus deberes de arconte y salvar el planeta. Porque todo se resumía a eso: detener a Samhein y a todo aquel que le siguiera en su camino imparable por quebrar la humanidad y el mundo. Marcus no se había parado a pensar por qué el que fue su compañero siglos atrás, había decidido emprender tal acción. ¿Venganza hacia unos dioses inexistentes? ¿Ansias de demostrar poder? Lo desconocía, y tampoco iba a preguntárselo la próxima vez que se vieran.
Había viajado hacia Nueva Orleans solo, justificando ante los otros dos arcontes que debía de ser el primero en abrir camino si querían establecerse en la ciudad donde se ubicaba una de las puertas del infierno que Samhein había tenido intención de poseer haría un mes y que por suerte, ellos habían impedido ahuyentándolo sin poder llegar a darle caza. Pero la amenaza seguía ahí y conocedor del tesón que impregnaba el carácter del viejo arconte, Marcus decidió hacer como suyo aquel terreno, establecerse en él y poder tener vigilado y controlado una de las plazas clave para el apocalíptico plan de Samhein. Pero para ello tenía que contar con el beneplácito de Sean O’Neill, dueño de El Refugio —casa y hogar para cazadores en cuyo suelo se encontraba el sello demoniaco— y quien parecía controlar el mercado sobrenatural en esa ciudad plagada de energía mística con corrientes de magia negra y vudú. Un auténtico polvorín que podía saltar por los aires y que Marcus debía mantener bajo control.
Por eso en esos instantes se encontraba bailando alguna canción de ritmos latinos, compartiendo su bebida con la joven y dando caladas al puro mientras miraba de reojo la mesa situada en la esquina de aquel bar. En ella parecía darse lugar una tensa reunión por las caras de los presentes. Él solo podía ver a Sean de lleno, pues dándole la espalda y sentado frente al cazador, se encontraba otro hombre de facciones duras, pelo canoso y hombros encorvados, que manoteaba mucho mientras hablaba. Sean, por su parte, apretaba los dientes, soltaba bufidos y lanzaba miradas sin ver al resto del bar, que parecía pasárselo todo lo bien que debía en un sitio como ese.
Sus mirada se cruzaron un instante. Marcus volteó a la joven que giró entre sus brazos lanzando una exclamación de sorpresa y placer al ver lo buen bailarín que era y Sean rodó los ojos de nuevo hacia su interlocutor.
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Jonas McKenzie le dedicaba una dura mirada desde el otro lado de la mesa. El contrabandista de armas que suplía de munición y armamento a El Refugio no estaba contento con los acontecimientos ocurridos las anteriores semanas. Sean había fallado en dos transferencias y le debía dinero. Decidieron concertar esa reunión de urgencia, pues nunca se veían cara a cara y si tenían que decirse algo lo hacían a través de intermediarios. Pero Jonas había decidido ocuparse personalmente de ese problemas y darle una oportunidad al cazador para explicar su ausencia el último mes y medio prácticamente. Si no llevaran ocho años de relación, compartiendo beneficios, Jonas se hubiera limitado a enviar a sus hombres a por Sean, darle una paliza de muerte y lanzar su cadáver en algún punto de las aguas del puerto.
—Sabes lo que hago con los chivatos, O'Neill... —No me jodas, Jonas —le replicó el cazador inclinándose hacia delante en la mesa—. Yo tengo mucho más que perder que tú. ¿Te crees que una mañana simplemente me levanté, marqué el número de los federales y les dije que se acercaran a husmear a mi puerta? No me jodas tú. —Yo solo sé que me debes cien de los grandes y he tenido que reordenar las dos partidas de armas que estaban destinadas para ti. No puedo parar mercancía solo porque uno de mis intermediarios le da por andar tonteando con la policía. ¿Está eso arreglado? —Lo está. Los federales se marcharon hace semanas. Si no he contactado contigo antes ha sido porque quería asegurarme de que nadie más tenía su atención puesta en mí o El Refugio. Y ahora, ¿podemos hablar de negocios? —arqueó las cejas haciendo un gesto con la mano hacia la mesa circular en la que solo habia un par de cañas y un cenicero—. ¿Cuando me vas a entregar la próxima partida de armas? —Cuando me des los cien que me debes.
Sean entornó los ojos y se mordió la lengua. Literalmente. Tardó unos segundos en responder y antes de hacerlo lanzó una mirada al resto del bar. La gente se lo estaba pasando realmente bien. Una pena que esa alegría a él no le llegase ni a rozar la piel.
—¿Cien? Jonas, no me puedes cobrar las dos partidas que no he recibido. —Pero yo sí te las había procurado. Es tu problema si no viniste a recogerlas. —Vale, pues dámelas ahora. —No puedo. Te he dicho que mi mercancía no puede estar parada al gusto de un solo cliente. Me ha tocado moverla y colocarla en otro lugar. —Asi que la has vendido, ¿no? Eso es lo que me quieres decir, que la has vendido. —Eso es, O'Neill. —Entonces, ¿para qué cojones me pides los cien de ambos cargamentos? Preparame uno nuevo y te pagaré los cincuenta que siempre ha valido. Nos ponemos al día y asunto arreglado. —No, no se arregla ningún asunto —Jonas entrelazó sus manos sobre la mesa con una parsomonia inaudita para la ocasión. Miró directamente a los ojos a Sean y habló lentamente, como si quisiera que el cerebro del cazador se empapase bien de esa información—. Me has fallado en recoger mis armas y no me has pagado lo que me debes. Tu retraso en el pago me ha repercutido en otras compras, lo que a su vez ha repercutido en otras ventas.... ¿Comprendes lo que has provocado con tu pequeña ausencia injustificada? —Te he dicho que... —Eh, se acabaron las excusas —le cortó Jonas alzando un dedo—. Me importa una soberana mierda en qué te hayas metido estas últimas semanas y si has hecho nuevos amigos, llámense federales o policía, me da igual. Tienes un mes para devolverme los cien mil dolares y entonces, solo entonces, podremos hablar de una nueva entrega de armas. Pero si no lo haces, si en un mes vuelves a fallarme y no veo el dinero, digamos que te abriré esa cicatriz que tienes en tu ojo y la alargaré hasta la mitad de tus tripas, sacando de tus adentros todo lo que pille por el camino. ¿Has comprendido?
Sean apretó los dientes devolviéndole la mirada, sin responder.
—No te oigo, responde —recalcó Jonas arqueando las cejas con gesto burlón. —En un mes tendrás tus cien mil. —Ah, eso quería oír. Y ahora me largo de este cuchitril. Apesta a sudor.
Y con las mismas, Jonas se levantó de la mesa y salió del bar, dejando a Sean plantado en la mesa, con las manos cerradas en sendos puños y preguntándose como iba a sacar cien mil dólares en un mes cuando no tenia ni tan siquiera armas para vender. Comenzó a mesarse la barba intranquilo y no había llegado a ninguna conclusión cuando aquel desconocido se dejó caer en la silla que segundos antes había ocupado Jonas. En cuando el cazador se quedó a solas, a Marcus no le costó demasiado que la conversación que habían tenido esos dos había acabado con un rapapolvo al cazador, así que saliendo del marcaje personal y asfixiante que le estaba haciendo su compañera de baile, Marcus se movió bailoteando por todo el bar hasta llegar a la mesa donde estaba Sean. Se sentó como si aquella mesa fuera la suya y soltó un suspiro mirando la pista de baile con ánimo antes de rodar los ojos hacia Sean.
—Vaya ritmo tienen aquí las mujeres. Ni en Puerto Rico se mueven así, y eso que he bailado con unas cuantas.
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Sean se le quedó mirando con su mano inmóvil en su barba, sin saber muy bien por qué aquel desconocido le estaba hablando con esas confianzas cuando le importaba más bien poco como se movían las mujeres de Puerto Rico. El desconocido dio un gran trago a su bebida, terminando el vaso y dejando este mismo sobre la mesa.
—¿Que bebes? Venga, que te invito a otra ronda —le dijo Marcus animado haciendo un gesto con su barbilla a la cerveza por la mitad que hacía un buen rato que Sean no tocaba. —Dejalo. No quiero. Ya me iba de todos modos —le respondió Sean haciendo el amago de levantarse de la mesa. —¿No me reconoces?
El cazador le miró una ves más dispuesto ya a abandonar la mesa pero aquella pregunta le pilló por sorpresa. Se fijó mejor en él: pelo negro, rasgos latinos, mentón grave y mirada profunda. No, no le sonaba en absoluto.
—¿Debería? —Pues hombre —resopló Marcus haciéndose el ofendido—. Mis hermanos y yo te salvamos la vida. Si no llegamos a aparecer a tiempo, estarías seco colgado de aquel techo, ¿recuerdas?
Todo a su alrededor se silenció. La música, la gente hablando, el ruido de vasos chocando entre sí, el ir y venir de la clientela; todo desapareció cuando aquel tipo hizo mención al episodio de tortura que Sean recibió haría ya dos meses. Se fijó mejor en él, intentando discernir si de verdad le conocía pero no podía ponerle un nombre, un lugar o un acontecimiento. Parecía que su rostro hablaba por sí mismo porque Marcus decidió aclararle todas las dudas.
—Me llamo Marcus, y fui uno de los que entraron volando, literalmente, por aquel tabique de aquel edificio. Es normal que no te acuerdes de mí. Creo que estabas con un pie en el otro lado y la cara llena de golpes. —Vale —afirmó una sola vez con la cabeza—. ¿Y qué quieres? ¿Que te de las gracias o algo así?
Marcus abrió la boca totalmente sorprendido ante la reacción del cazador, que parecía hasta molesto por su sola presencia.
—Un gracias no estaría mal. Pero no, no he venido aquí a que me agradezcas nada. Escucha, he venido aquí para ayudarte. —¿Y por qué ibas a querer ayudarme? —Porque fui creado supuestamente para salvaguardar la raza humana, y eso te incluye a ti aunque seas un desagradecido y un desagradable.
El cazador rodó los ojos y se puso en pie. Rebuscó en su bolsillo un par de billetes que lanzó a la mesa y miró a Marcus.
—Te invito a lo que sea que estés tomando. Buenas noches.
Y salió del bar dejando a Marcus sentado en la mesa, replanteándose si llevar aquella conversación o simplemente tomar lo que era suyo por la fuerza. Pero decidió darle una nueva oportunidad así que salió detrás suyo. Sean caminaba a paso tranquilo pero constante. Había metido las manos en los bolsillos delanteros de sus tejanos y cuando escucho esos pasos siguiendole se paró y miró por encima de su hombro.
—Mira Marcus, no quiero problemas, ¿de acuerdo? Lárgate y déjame en paz. No tengo la noche para aguantar a un borracho. —Me alegro porque no vas a tener que aguantar a ninguno. ¿No quieres saber por qué Samhein te secuestró? —Sé perfectamente por qué lo hizo. Ahora, repito, déjame en paz.
Sean echó andar nuevamente pero las palabras de Marcus le detuvieron en seco, provocando que un escalofrío le recorriera la columna.
—Entonces si lo sabes todo, habrás avisado a tus amigas a que se pongan a salvo. —¿Qué? —musitó Sean girando sobre sus talones. —Sí, las dos chicas que estaban contigo allí —le explicó Marcus parado a unos diez metros del cazador que ahora sí parecía prestarle toda la atención del mundo—. También las había cogido Samhein, ¿no? —No. Ellas vinieron para salvarme. —¿En serio? Vaya, pues Samhein aquel día casi le toca la lotería. Casi no consigue una boca del infierno, si no que también dos piezas de su puzzle. —¿A qué te refieres? —¿No lo sabes? Estás mas perdido de lo que pensaba.... —Déjate de misterios y adivinanzas. Cuéntamelo, ahora.
Marcus se humedeció los labios pensando en cuanto contarle y cuanto guardarse en la manga. Quería mantenerse cerca del cazador y si le decía toda la información, Sean no estaría por la labor de quererlo cerca. Entonces decidió jugar con los tiempos y la información.
—Te cuento lo que sé si tú a cambio nos permites quedarme a mí y a mis hermanos en El Refugio —un brillo de desconfianza cruzó la mirada de Sean—. Jacob es un bocazas y no te aseguro que Faizah pueda pasar un día sin provocar alguna discusión pero te ayudaremos a proteger tu casa, lo que guarda bajo sus cimientos. Escucha, Samhein, Avalon, Jacon, Faizah y yo somos lo mismo. Arcontes. Criaturas que existimos más allá de la memoria humana. Fuimos creados para perseverar la raza humana, mantener la paz y ser una especie de enviados de los dioses. Pero nuestros caminos se separaron, las cosas cambiaron y algunos de mis hermanos tomaron un camino muy diferente al dictado. No se de primera mano las intenciones de Samhein, pero si quería tu casa es porque quería echar mano de la boca del infierno que hay bajo ella y no me imagino que otras intenciones puede tener que no sea abrirlo. —¿Y qué pintan Brenna y Megan en todo esto? —ante la mueca de no conocer a nadie con esos nombres, Sean aclaró—. Las chicas. Las chicas que estaban conmigo. ¿Qué papel tienen en todo esto? —No lo sé. Pero emitían una energía especial y fuerte. —No son simples humanas. Puede que sea eso lo que captaste... —Puede ser. Pero Samhein no lo dejará estar. Me gustaría también hablar con ellas. —No están aquí. Se fueron. —Vale, no importa. Lo primero es lo primero. Necesitamos asentarnos en El Refugio. No te preocupes, pasaremos por simples cazadores o gente chunga de tu entorno que solo quiere una cama y un tejado bajo el que guarnecerse. Samhein no se atreverá a acercarse si nos presiente dentro, te lo aseguro. Y mientras tanto, podremos investigar y aclarar que es lo que quiere. ¿Trato hecho?
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Sean miró de arriba abajo a Marcus, y sin hacer ningún gesto con su rostro habló.
—Presentate en la casa mañana a mediodía con tus amigos y veremos como os ubico. No puedo tener ocupadas tres habitaciones así que os tendréis que conformar con una  y dormir apretados. —No será un problema. No sería la primera vez —admitió Marcus colocando sus brazos en jarras. —Vale.
Y sin despedida alguna, Sean se giró y retomó su camino, afinando el oído y percatándose aliviado de que Marcus no le seguía. Aquella noche no dormiría, pues tenía demasiado en mente. Unos arcontes bajo su techo, un misterio relacionado a Brenna y Megan; y encontrar el modo de reunir cien mil dolares en un mes puesto que si no lo hacía, nada de eso tendría importancia si su cuerpo terminaba frotando en alguna laguna de Louisiana.
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Hurt.
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Sean salió del Pat's O'Brien en búsqueda de aire fresco. En el interior del local la gente aún abarrotaba el pub y bebían, bailaban y cantaban ebrios tras una noche que los primeros rayos del amanecer en el horizonte comenzaba a dejar atrás. Sean sentía las piernas flácidas, por eso buscó el recio punto de apoyo que le daría cualquier de las columnas que conformaba el porche del bar. Miró lánguidamente a ambos lados de la calle. No pasaban coches y las únicas voces procedían del interior del Pat's. Estaba borracho. No sabía en qué medida ni hasta que punto, pero lo estaba. Había intentado beber conmedido sabiendo sus limites hasta que Dallas apareció, le acusó de pervertido (como mínimo) y a eso le siguió un intercambio de golpes que le había dejado la cara dolorida y la boca sabiéndole a sangre. Así que a partir de eso decidió anestesiar el dolor y convertir el sabor de su boca en algo más dulzón, lo que no le costó demasiado tras varias copas y chupitos. Recordaba vagamente varios episodios de haría unas horas como algo muy lejano, como algo que le había ocurrido a otro y no a él. Colocó un cigarrillo entre sus labios e intentó encenderle, sin éxito. La piedra del mechero parecía no funcionar, no provocar la chispa para que la llama saliera, y su vaivén debido a la falta de equilibrio tampoco ayudaba demasiado para prender el cigarrillo. — ¿Te echo una mano con eso? Shannon apareció a su lado. No sabía cuando tiempo llevaba ahí observándole, pero parecía que el suficiente como para saber que tenía serios problemas para encender el cigarrillo. —Déjame —se ofreció la chica, arrebatandole el cigarrillo y el mechero. Apoyó el cigarro entre sus propios labios y le encendió a la primera. Tras darle una profunda calada, soltó el aire y le pasó el cigarro de nuevo a Sean, quien le aceptó con un movimiento de cabeza.—Gracias. ¿Te vas ya?—Sí —afirmó la mujer haciendo un gesto con el pulgar por encima de su hombro—. Hay un tipo ahí dentro que ha empezado a desnudarse. Creo que eso es un buen indicador de que la noche ha acabado aquí —sonrió y miró a Sean de arriba abajo, viendo su estado algo perjudicado—. ¿Quieres que te acerque a El Refugio? Sean se frotó con parsimonia la frente y rodó los ojos. Debería de avisar a Brenna de que se iba. Al fin y al cabo había acudido con ella y con Megan allí; y tras la pelea con Dallas se había mostrado muy preocupado por él. Pero no quería cortarla la fiesta si ella aún estaba ahí dentro divirtiendose. Él ya había tenido suficiente. —Está bien —acepto finalmente Sean encogiéndose de hombros.—¿Necesitas ayuda? —preguntó Shannon al percatarse que cuando el cazador echó a andar, no podía seguir una buena linea recta, si no que iba dando pequeños tumbos de un lado a otro.—No, estoy bien. Te aseguro que estoy bien —alzó una mano afirmando lentamente con la cabeza.—Pareces un adolescente. Te tomas un par de copas y ya estás borracho perdido.—Han sido más de dos, creeme. Y no estoy acostumbrado a beber tanto, aunque no lo creas... Caminaron hasta un Toyota Prius blanco en el que Sean se dejó caer en el asiento del copiloto. Se sentía bien tomar asiento en una superficie tan mullida. Recostó su cabeza contra el resposacabezas y cerró los ojos por unos instantes. El coche arrancó sin hacer ruido alguno y se alejaron del pub. —¿Eléctrico? —preguntó Sean abriendo los ojos y mirando hacia el frontal del coche.—Híbrido —respondió Shannon lanzandole una rápida mirada.—Vaya, no está mal para una cazadora... Aunque aún no me has dicho lo que eres... —se lamio el labio inferior y la miró con cierta diversión. Shannon sonrió y negó con la cabeza. Avanzaba demasiado rápido por las estrechas calles del barrio francés aunque Sean no se percataba de ello. Al igual que tampoco se daba cuenta de las constantes miradas que la mujer lanzaba por el espejo retrovisor, comprobando dar esquinazo a ese molesto Dodge que parecía una sombra siguiendo a Sean allá por donde fuera.De pronto, el móvil de Sean sonó. Le costo más de lo debido localizar de qué bolsillo exactamente procedía el sonido y, cuando dio con ello, comprobó entre decepcionado y molesto que era Claire quien llamaba. No tenía ánimo en esos momentos para encarar una reprimenda por haber pegado a su novio. Sean rechazó la llamada y en un acto inconsciente lanzó el móvil sin mirar hacia el asiento de atrás, soltando un resoplido cansado. —¿Era la chica por la que os habéis peleado ese tío y tú? —preguntó Shannon mirando al frente y manejando el volante con ambas manos—. A tu edad y con líos de faldas... —se mordió el labio inferior para no estallar en risas ante la mueca indignada de Sean.—No es eso. No es para nada eso. Solo ha sido....un malentendido.—Pues ese malentendido casi te mata.—No exageres. No ha sido para tanto.—Si solo pudieras verte el rostro comprobarías que sí es para tanto.—Bah. Sean se acomodó en el asiento del copiloto, hundiéndose un poco más. Miró por la ventanilla y comprobó que estaban dando demasiado rodeo para ir a el Refugio. —¿Estás saliendo con esa chica, entonces? —preguntó Shannon, cortando el hilo de pensamientos de Sean.—¿Claire? ¡No! Ya te he dicho que fue un malentendido. Su novio es un imbécil posesivo que...—No me refiero a ella —le interrumpió la pelirroja—. Sino a la morena. La que te ha acompañado toda la noche.—¿Brenna? No, no estamos saliendo. Es solo una amiga.—¿Sabe ella que es solo una amiga? Sean se la quedó mirando muy serio aunque el brillo de sus ojillos delataba su estado de embriaguez. —¿A qué te refieres?—Creo que le gustas.—¿Qué dices? No. No digas gilipolleces, Shannon.—No son gilipolleces. Solo te digo lo que veo y esa chica está loca por ti. Solo hay que ver como te miraba.—Era el alcohol. Ahí dentro estábamos todos muy perjudicados. Menos tú, que por lo que parece no te ha afectado ni el olor a ron malo. ¿Adonde vamos, Shannon? Estás alejándote de el Refugio. No se va por aquí.—Pensé que querrías un poco de intimidad —ante el ceño fruncido de Sean, ella añadió—. Me he percatado de que te sigue un Dodge desde hace casi una semana. ¿Has cabreado a la policía? ¿Te has tirado a alguna de sus mujeres, también?—Eso no tiene gracia, Shannon —le reprochó Sean y miró por su espejo retrovisor, viendo que nadie les seguía.—Les he perdido dos manzanas atrás. Es fácil perder a cualquiera entre tanta callejuela estrecha. Esta ciudad es perfecta para eso.—Estás acostumbrada a dar esquinazo a la poli, por lo que veo. ¿Eso es parte de tu trabajo? Shannon no dijo nada. Alzó levemente la barbilla y agarró con mas fuerza el volante, apretando el pedal del acelerador. Sean vio que se alejaban del barrio francés y, por ende, de El Refugio —Shannon, ¿donde vamos?—Relájate, ¿vale? Déjate llevar.—No me gusta dejarme llevar. No vamos a El Refugio, ¿donde vamos, Shannon? Había algo raro ahí, y si su mente no hubiera estado tan nublada, se hubiera percatado nada más entrar en el coche. Necesitaba llamar a Brenna. Avisarla. —Necesito mi móvil —balbuceó Sean estirando su cuerpo entre los dos asientos delanteros para buscar el teléfono en la parte de atrás. Pero se encontró con que el petate con todas las cosas de Shannon estaban ahí—. ¿Ibas a abandonar la ciudad ya y...? Un pinchazo en el cuello silenció sus palabras. Un líquido caliente se coló en su torrente sanguíneo y Sean se desplomó en su asiento cogido por la sorpresa y la confusión. —Relájate, Sean. Será mejor para todos. Pero todas las alarmas del cazador saltaron en su mente abotargada y lenta. Estiró una de sus piernas y golpeó con la suela de su bota la cabeza de Shannon que rebotó contra el cristal de su lado. El coche perdió por unos instantes el control y Sean se abalanzó sobre el volante. Ambos luchaban por hacerse por el control el auto que daba bandazos de un lado a otro de la carretera. Si hubiera habido transeúntes a esa hora, se los hubieran llevado por delante por que avanzaron varios metros por la acera hasta que Sean sintió que la presión de sus manos le fallaba, que la visión se le desenfocaba y que su boca se quedaba tan seca como una piedra. Shannon le propinó un codazo para sacarlo de encima suyo y tomar el control del Prius. Sean cayó rendido y sin poder  mover ninguna extremidad de su cuerpo. Un silencioso letargo comenzó a hacer mella en él obligandolo a que cerrara sus párpados. La oscuridad lo invadió todo.
***
Los recuerdos de la noche anterior aparecieron como fogonazos de luz cegando su mente. Un puñetazo de Dallas directo a su mentón. La sonrisa de Brenna al acertar con el dardo en el centro de la diana. Shannon prendiendo su cigarro y devolviéndoselo humeando. El coche perdiendo el control. El pinchazo en su cuello.Despertó.Sentía la cabeza como un nido de pájaros. Todos piando. Todos picoteando en algún rincón. El estómago se resentía por la cantidad de alcohol ingerida y la garganta  le raspaba como la lija cuando Sean tragó saliva intentando humedecer su lengua, sin éxito. Abrió los ojos desorientado, sintiéndose en una postura incómoda. Quiso bajar los brazos pero las correas que le sujetaban por las muñecas al cabecero de la cama se lo impidieron. Un tirón seco que le hizo espabilar rápidamente. No estaba en su habitación, y mucho menos en El Refugio. Al mirar alrededor se encontró con un espacio abierto que se asemejaba a una nave, pero no tan grande. La estructura  de hormigón estaba desnuda, sin acabar. En las paredes que delimitaban la enorme estancia, habían hecho huecos para unos ventanales que nunca llegaron a instalar y por ellos pudo advertir como la maleza rodeaba el lugar, llegando a  invadir y entrar por alguno de ellos. La mayoría de las paredes habían sido decoradas por grafitis y por todo el suelo había cascotes de ladrillos y pedazos de hormigón desprendido. El lugar estaba definitivamente abandonado desde hacía tiempo y, por lo que pudo intuir Sean, bastante apartado. En mitad de alguna zona despoblada, puede que en la zona que arrasó el huracám Katrina y que, tras años de promesas de reconstrucción de zonas comunes, solo quedaron los esqueletos de decenas de edificios como ese.Tras analizar su entorno, Sean se paró a evaluar su situación. Estaba atado a una cama desprovista de colchón. Su cuerpo reposaba sobre un somier de alambres y muelles metálicos que arañaban su espalda desnuda a cada pequeño movimiento que hacía. Le habían dejado puesto únicamente los pantalones. Sus tobillos, al igual que sus muñecas, estaban fuertemente atadas con correas a las cuatro esquinas de la cama. No tenía mas heridas a simple vista que las que le había provocado Dallas horas atrás y que ahora, con los efectos del alcohol desapareciendo rápidamente, las sentía más que nunca ardiendo sobre su cara.A un lado había una mesita y lo que vio no le tranquilizó en absoluto. Reconoció unas pinzas unidas con cable a una batería del tamaño de una caja de zapatos. También había un par de cubos llenos de agua. Alzó la cabeza todo lo que pudo para ver qué mas había sobre esa mesa cuando Shannon le habló.
—Tranquilo, no habrá necesidad de usar nada de eso si colaboras.
Shannon se acercaba a paso tranquilo hasta la posición de Sean. La mujer debió de entrar por uno de los huecos de los ventanales pues no había puertas como tal. El cazador la miró asombrado y, a la vez, decepcionado. Con ella y consigo mismo. Sobre todo con él mismo.
—¿Qué es todo esto, Shannon? —Mi trabajo —anunció desapasionadamente la pelirroja, sentándose en el larguero de la cama, mirando a Sean sin sentimiento alguno en la mirada—. ¿No querías saber a qué me dedicaba? Mi trabajo me ha traído hasta aquí. ¿No es curioso el destino? —Curioso no es la palabra que utilizaría en este caso.—Lo sé. Yo tampoco —hizo una leve pausa en la que pareció reconsiderar la situación pero no hizo nada al respecto, simplemente volvió a mirar a Sean—. Mi cliente solo quiere una cosa de ti y me ha contratado para que la consiga. Cueste lo que cueste. Y si fueras otro no te daría la oportunidad que voy a darte ahora así que por favor, Sean, reconsidera mi petición antes de decir que no y ahórranos pasar un mal rato a ambos.—¿Mal rato? Soy yo el que está atado a una cama. No tú.—Pero eso puede cambiar si aceptas lo siguiente. Sean, mi cliente quiere que le cedas la propiedad de El Refugio y que declares ante todos los cazadores su legitimidad como propietario de la casa.—¿Cómo?—Lo que has oído.
Sean se la quedó mirando sin poder creerse sus palabras. Ahora todo comenzaba a tener sentido. Los asesinatos inclusive. El cazador desvió la mirada hasta el techo y se humedeció los labios, sintiéndolos igual de secos que su lengua.
—¿Fuiste tú la que mataste a esos cazadores? —preguntó pero sabía la respuesta de antemano.—Mi cliente me pidió mandar una señal. A ti y a los otros. Era el prólogo a la historia principal, que en este caso, eres tú.—Me están acusando a mí por esos asesinatos. Me puede caer la pena de muerte si consiguen pruebas contra mí.—Lo sé. Y lo siento. No esperaba que llamase la atención del FBI.—¿Que no esperabas que llamase la atención del FBI? ¡¿Y que esperabas, Shannon?! —bramó Sean  intentando aproximar su rostro al de ella pero le fue imposible por las ataduras, así que dejo caer de nuevo su cabeza contra el somier de alambre que rechinó ante el golpe seco.—Esperaba que eso allanase el camino para que, cuando llegara este momento, pudieras decir que sí y no tuviera que haber mas muertos.—¿Es eso lo que vas hacer, Shannon? ¿Matarme si digo que no?
La chica hizo un mohín y largó un suspiro de pena. Negó con la cabeza y se fijo en los tatuajes que adornaban los brazos y el torso del cazador.
—No será tan fácil para ti, me temo. Mi cliente espera que en un plazo de tres a cinco días, te convenza para que firmes el traspaso de propiedad.—¿Convencerme? —Sean soltó una risa seca y sin alegría alguna ante las palabras de Shannon—. Vas a torturarme para hacerme cambiar de opinión.—No si aceptas, Sean. ¿Aceptas?—No.—Siento oír eso, entonces.
Shannon se puso de pie y rodeó la cama hasta llegar a la mesita. Pulsó un botón de la batería que se encendió emitiendo un suave zumbido. Con absoluta serenidad, agarró las dos pinzas y las enganchó a ambos lados de la cama, en los largueros.
—¿Desde cuando eres así, Shannon? ¿Cuando te convertiste en una mercenaria sin sentimientos? —le dijo Sean viendo como iba y venía preparando aquello, ajena a que era a él a quien iba a torturar. A él. Al muchacho con el que había crecido, al chico con el que habían compartido confidencias y la más absoluta de las pasiones juveniles hacía muchos años en la triste y amarga Dublín—. Tú no eres así. ¡Escúchame, Shannon! Vamos, no tienes por qué hacer esto. Dime quien es tu cliente, lo arreglaremos. Si te tiene amenazada puedo protegerte. Puedo ayudarte a salir de lo que sea que estes metida. Pero no lo hagas. No eres así. Tú no.—¿Y como soy, Sean? —quiso saber ella con cierto tono distraído, ajustando  la intensidad de corriente de la batería, viendo la aguja que mostraba el dial de potencia—. Por que la vida da muchas vueltas y hasta tú no eres quien solías ser —se giró a mirarlo con frialdad e indiferencia—. Te has convertido en tu padre —sentenció Shannon cogiendo uno de los cubos de agua que estaban totalmente llenos.—Eso no es verdad. Sabes que no es cierto. Mi padre era un monstruo y me he asegurado todos estos años de no seguir sus pasos.—Siento comunicarte que has fallado.
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Shannon derramó la mitad del cubo de agua a lo largo del cuerpo de Sean cuyos músculos se tensaron ante la baja temperatura del liquido. Aunque sabía que lo que venía a continuación no iba a ser mejor, tal y como comprobó al cabo de diez segundos. Shannon se acercó de nuevo a la batería y rodó una pequeña ruletita hacia la derecha. La tensión se incrementó y la corriente salió disparada por el cable hasta las pinzas, transmitiendolo a toda la estructura metálica de la cama donde reposaba el cuerpo de Sean, quien recibió la sacudida eléctrica en cada poro de su piel gracias al agua que hacía de un inmejorable conductor eléctrico. Las descargas se prolongaron a lo largo de media hora hasta que Shannon se quedó sin agua en sus cubos. Se disculpó como quien tiene que abandonar una fiesta antes de tiempo y dejó a Sean a solas. El cazador respiraba con dificultad y aún no se había recuperado cuando el ciclo comenzó de nuevo. Agua, descarga, sacudida. Agua, descarga, sacudida. Shannon no dijo nada en ese periodo de tiempo, ni tan siquiera su rostro hizo alguna mueca cuando, tras dos horas de descargas, arrancó un grito de desesperación de Sean que reverberó a lo largo de la estructura de hormigón perdiéndose en mitad de la nada tal y como estaban.
***
Afuera había anochecido hacía tiempo. Shannon había colocado una serie de velas por la zona alumbrando fantasmagóricamente la escena arrojando sombras amarillentas a las paredes pintorrejeadas de grafitis y firmas sin sentido alguno. A Sean le zumbaban los oídos. Sentía las articulaciones agarrotadas por haber recibido tantas descargas seguidas e intuía que su espalda estaba en carne viva por removerse contra los alambres y muelles. El silencio inundaba el ambiente. De pronto, Shannon entró en su campo de visión. Volvió a tomar asiento en el larguero y se quedó mirando a Sean, con la barbilla apoyada en su puño y el codo clavado en su rodilla.
—Querías que fuera a la universidad —comentó como si estuvieran recordando viejos tiempos en una terraza frente a unas cervezas—. Llegaste a proponerme la idea de escaparnos juntos cuando cumpliéramos la mayoría de edad, ¿recuerdas? Fue bonito guardar esa esperanza. Al menos durante un tiempo.—Aún podemos huir juntos —le respondió Sean con voz ronca, en un intento de llevarse a Shannon a su terreno.—No hay nada de lo que huir, Sean —le indicó Shannon mirándolo con compasión. Apoyó una de sus manos sobre su pectoral derecho y acarició con la punta de sus dedos el tatuaje de rezaba 'Padre Fiero' en la base de su cuello—. ¿Acaso es lo que haces tú? ¿Huir? ¿Por eso te encierras en ese refugio con todos esos cazadores? Yo creo que eso es más esconderse. Siempre fuiste muy cobarde, de todos modos.—Shannon, no puedo ceder la casa a cualquiera. El Refugio es muy importante. ¿No te preguntas si no por qué armar todo este revuelo si fuese una simple propiedad? No puede caer en las manos equivocadas. Mi labor es muy importante y no la cederé a cualquiera.—Eso ya lo veremos.
La pelirroja se colocó a horcajadas de Sean y acarició de arriba abajo con ambas manos sus abdominales. Sean no sabía qué iba hacer así que intentó convencerla de que aquello no era buena idea.
—El Refugio en malas manos puede causar mucho caos, ¿es eso lo que quieres? ¡Podría matarte!—Yo ya estoy muerta, Sean —declaró mirándole a los ojos mientras sacaba de su bolsillo un puño americano que se encajó en su mano derecha.
Entonces sin añadir nada más, empezó a propinarle puñetazos en la parte izquierda de su casa. Uno tras otro, sin darle respiro. Las molestias que podía sentir hasta entonces por los golpes causados por Dallas pasaron a segundo plano cuando perdió la visión del ojo izquierdo. El párpado se le hinchó, la ceja se la partió y el pómulo se le unía en una gran masa de carne y piel sangrante cubriendo todo el globo ocular. En uno de los golpes directos a su sien perdió el conocimiento.
***
Era de día. Shannon le dio de beber un poco de agua que su estómago recibió con un rugido ahogado. Sentía toda la parte izquierda de su cara adormecida e inmóvil, pero al mismo tiempo le ardía cuando intentaba mover los labios o simplemente acompañar al parpadeo del ojo derecho, puesto que el izquierdo se encontraba totalmente desaparecido bajo ese tétrico hinchazón.Ya no quería hablar con Shannon. Ella había dejado su punto totalmente claro y Sean estaba demasiado cansado como para hacerla ver lo contrario. Además, tenía que guardar fuerzas para lo que aún estaba por venir.
—Sé que eres duro, Sean —le dijo ella acercándose de nuevo a la cama con un cuchillo en su mano—. Por eso sé que podrás aguantar todo lo que te eche y un poco más. Al final, las palizas diarias que te daba tu padre han servido para algo.
Soltaba todo aquello sin sentimiento, como quien informa al otro de que va a llover o qué hora es. Al no escuchar respuesta por parte de Sean, prosiguió con su labor de intentar convencerlo de aceptar la propuesta de su cliente. Utilizando la punta del cuchillo, abrió sendas aperturas entre la marca de las costillas que se dibujaban en sus costados. Lo suficiente para que fuesen profundas, no tanto como para que llegasen al pulmón. Sean emitió pequeños gruñidos al sentir esos cortes. El corazón comenzó a latirle muy deprisa como respuesta al dolor que iba a sufrir a continuación. Ayudándose de esos cubos con agua que ya había utilizado el día anterior, añadió al agua un kilo de sal, removió y se los echó a Sean. El agua con la sal penetró en los cortes del cazador provocandole tal escozor que Sean apretó los dientes hasta hacerlos chirriar. El último cubo no solo fue hacia sus costillas, si no también a su rostro. Eso le hizo gritar loco de dolor. Creyó sentir como el agua junto a la sal entraba hasta su cerebro atravesándole la inflamación de su rostro. El estómago se le revolvió y vomitó en dos secas arcadas el agua que había bebido minutos antes, acompañado de bilis verdosa que cayó por la comisura de sus labios cuarteados.
—¿Vas a aceptar ahora, Sean? —preguntó Shannon, agarrando un trapo para limpiar ese vómito de los labios de Sean. Éste entreabrio el ojo derecho, miró con desprecio absoluto a la pelirroja y musitó entre labios.—Que te jodan.
***
Había perdido por completo la percepción del tiempo. Ahora afuera estaba nublado y no podía juzgar por la escasa claridad si era primera hora de la mañana o por la tarde. Pasaba largos periodos inconsciente intercalados por otros tantos de tortura. Shannon no había mostrado nada nuevo, volviendo a las descargas una vez más donde el cuerpo de Sean oscilaba, temblaba y tiritaba sobre la cama como una hoja al ser empujada por el viento. Hasta ese momento. Sean despertó y lo primero que se percató fue que ya no estaba en la cama, si no que colgaba de unas cadenas del techo y sus tobillos estaban unidos por unos grilletes. Rozaba con las puntas de los pies el suelo y desde su posición podía ver la cama, confirmando sus sospechas de que su espalda estaba en carne viva al comprobar que los alambres y los muelles del somier estaban manchados de sangre. Apenas podía levantar la cabeza de su pecho. Cuando Shannon se acercó a él, tuvo que agarrarle de la mejilla y alzarle el rostro. Le miró con preocupación, por primera vez desde que esa pesadilla había empezado.
—Esa hinchazón no tiene buena pinta. Está infectada —dijo en relación al bulto que se había formado en su cara donde había golpeado con el puño americano. Se hizo de nuevo con el cuchillo y lo clavó desde encima de donde se suponía que debía estar su ceja hasta la mitad de la mejilla. Aquello se abrió como un enorme grano y supuró pus y sangre que le entró en la boca a Sean, quien escupió directamente al rostro de Shannon sin miramientos. La mujer, sorprendida por aquel 'ataque', le propinó un sonoro tortazo en la mejilla sana a Sean quien dejó caer su rostro de nuevo sobre su torso—. ¿Aceptas traspasar la propiedad de la casa a mi cliente? —preguntó una vez más Shannon, dirigiéndose hacia la mesa de los horrores.—No —respondió casi en un susurro inaudible Sean. Su garganta estaba tan seca que solo intentar hablar le suponía un esfuerzo atroz.
Shannon regresó a su lado blandiendo en su mano un látigo de varios ramales. El final de cada ramal acababa en una punta de acero que arrancaba brillos en su superficie pulida.
—Sean, te lo voy a volver a preguntar por la amistad que un d��a nos unió. ¿Aceptas la propuesta de...?—Cállate —le pidió Sean en un tono mucho mas débil de lo que le hubiera gustado. En vez de una orden, sonó como un ruego ahogado—. Acaba con esto.—No puedo, Sean. No hasta que aceptes.—No voy a aceptar.—Está bien.
Shannon desapareció de su campo de visión. Y hubiera preferido que no desapareciera. El látigo chasqueó en el aire cuando lo abatió en su dirección, mas concretamente contra su espalda. Los ramales se extendieron por toda su piel y las cabezas puntiagudas de acero se clavaron cuan dardos en su piel que, cuando Shannon tiró para desclavarlos, se llevaron parte de la poca piel que quedaba y mucho más de musculo. Sean gritó y se intentó desarramar pero era imposible. Los latigazos se seguían uno tras otro y la agonía se estaba convirtiendo en algo imposible de soportar. Perdió el conocimiento varias veces pero lo recuperó todas ellas cuando el látigo volvía hacer contacto en su espalda.
***
La noche dio paso a un nuevo día. Sean no sentía ni las manos ni los brazos. Seguía colgado del techo y podía presentir la sangre resbalando por su cuerpo empapando su pantalón, tanto la que procedía de su espalda —que era abundante— como la que se escapa en pequeños hilillos por entre los cortes de sus costillas.Escuchó un eco de voces. O tal vez eran imaginaciones suyas. Se perdió de nuevo entre la inconsciencia hasta que sintió unas bofetadas en su rostro obligandolo a salir de las sombras.
—Eso es, despierta. ¿Estás con nosotros, Sean?
El aludido enfocó todo lo que pudo su ojo derecho porque no podía creerse a quien tenía delante. ¿Cual era su nombre? No lo recordó de primeras. Le costaba ubicarse; pensar en cualquier otra cosa que no fuera el dolor que sentía en cada poro de su piel. De pronto lo recordó. Samhain. Aquel desgraciado que le había ofrecido una suculenta  cantidad de dinero haría semanas por El Refugio, estaba delante de él, sonriente.
—Eres un animal, Sean. ¿Te lo habían dicho antes? Cualquiera no llegaría hasta donde has llegado tú. Pero tú... —le apuntó reiteradas veces con el dedo índice, casi con orgullo desmedido—. Tú eres de los duros.—No ha aceptado su oferta, señor —esa fue Shannon hablando desde algún punto. Sean no hizo ni el esfuerzo de ubicarla. Le daba igual.—Por supuesto que no, ¡nadie dijo que esto fuese fácil! —se echó a reír y dio una palmada seca. Entonces, apoyo una de sus manos sobre la nuca del cazador y le obligó a que le mirase a los ojos—. Estoy acostumbrado a que las cosas se resistan, ¿tú no, Sean?
No respondió. Porque estaba demasiado ocupado desengañándose de que lo que veía fuera cierto. Pero no sabia si por fruto de la tortura, deshidratacion o cansancio, le estaba pareciendo ver el mismísimo infierno en la mirada de Samhain. Y lo peor es que las puertas estaban abiertas para atraparle, ahogarle y no dejarle salir nunca más.
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houseofrisingsun · 8 years
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>> Corría entre minas y dunas, en medio de un vastísimo desierto árido en el que apenas podía alcanzar a vislumbrar sus propios pies. Incapaz de detenerse, Dallas se sentía agotado, sudoroso, hambriento y cargando con un enorme peso sobre su espalda, el cual no podía ver pero que tenía una importancia abrumadora para su seguridad y la de los suyos. El simple acto de girar la cabeza y otear sobre su hombro, le resultaba simplemente una misión suicida, titánica, imposible, porque tenía la certeza de que en el momento que mirara lo que sostenía tras de sí, se le abrirían los ojos de golpe a la nueva realidad que le esperaba ahí mismo, silenciosa y letal.<<
Ese era el sueño recurrente que sacudía las noches de Dallas, desde hacía más o menos dos meses. Mientras intentaba despertar de aquella pesadilla y normalizarse, jadeó durante unos segundos lo más controladamente que le fue posible con su implacable disciplina interna. Un soldado no tenía miedo a lo desconocido ni a perder. Nunca. Los rizos húmedos sobre su frente se perdieron entre sus propios dedos candentes, e hizo un esfuerzo para que el sudor de su camiseta empapada no enfriara a Claire. Ella dormía profundamente, más quieta y tranquila que de costumbre, mientras dejaba caer una mano sobre su pecho. Dallas tras un par de segundos de incertidumbre, tuvo que hacer un truco casi de prestidigitador para quitársela de encima y así poder cambiarse la camiseta en el más absoluto sigilo. Cuando terminó de acomodársela y sentado sobre el borde la cama, se sintió un poco Pigmalión cuando aún con ojos mínimos, admiraba el suave ascender y descender del pecho de la rubia, al compás de su corazón.
Tenía claro que Claire era suya, presente y futuro, pero por alguna extraña razón algo amenazaba la calma en las noches del muchacho y, oculto tras un muro mental, se escondía algún tipo de miedo a perderla entre secretos inquietantes y palabras desconocidas. No quería presentir nada y mucho menos deseaba buscarle algún sentido a sus propios sueños, porque eso significaría reconocer que no era solo una mala pasada de su cabeza. Sin embargo Dallas tenía que reconocer que sentía a Claire extraña, como si la cegadora llama que la caracterizaba y lo incendiaba desde que la había visto por primera vez, danzara y cintilara variablemente tras el soplido irrespetuoso de algún viento traicionero. Porque Dallas la percibía cambiante tras su aparente alegría y además, también había algo en ella, en su piel, en el fondo de sus ojos claros y en el aire que rodeaba al amor de su vida, que le advertía claramente que no siguiera indagando, porque algo en la naturaleza de Claire estaba cobrando vida y creciendo, algo grande y diferente que él no entendía en absoluto y que tampoco sabía hasta qué punto podría hacerle bien. Y esa sensación de falta de control sobre el bienestar de su chica a Tucker lo atemorizaba hasta el punto de robarle el sueño, aunque ella no pareciera darse ni cuenta.
En un primer momento, unos tres meses atrás, Dallas achacó parte de aquella sensación de inquietud al hecho de la separación y del daño que se habían hecho. Después pensó que tal vez la arpía le había hecho algo malo a su chica, brujería febril, hasta llegar a cambiarle el alma de alguna forma. Pero no, no era eso. Ni siquiera la sensación de culpa que ella pudiera cargar por haber hecho cosas con el monstruo de Jade, y que Dallas intentaba apartar con excusas cuando Claire intentaba quitar el tema, porque tenía la impresión de que se trataba de algo distinto, algo que no era la Claire que él conocía...y que le cayera todo el cielo encima, si él no sabría reconocer al amor de su vida entre un millón de personas. Allí y en ella había algo muy raro, lo mismo que en él.
Y para añadir más leña a sus tribulaciones, estaba el tema de Zoey. Su pequeña y aguerrida hermana. Desaparecida y sin rastro alguno, sin comunicación psíquica, sin existencia, como si nunca hubiera sido real y jamás lo hubiera salvado de sus propios pecados. Cada noche, cada día, en cada pestañeo él se culpaba por seguir estático y sin darle salida, caza y venganza a su ausencia. Porque tanto dolor vivido lo había convertido en alguien débil, dependiente de la rutina para ocultarse de sus propias culpas, ajeno a lo que siempre había sido. Cuatro meses desde que era un auténtico traidor, un cabrón fraternal malnacido que no era capaz de dejar su bonito agujero sureño de cuento para ir en busca de Carnegie y Thompson, y ponerles de una puta vez el cuero del revés hasta que le dieran las respuestas que necesitaba.
Angustiado por la falta de sueño y vencido por sus propios remordimientos, Dallas decidió no volver a la cama. Básicamente porque tenía la amarga impresión de que podría contagiar a Claire con todas y cada uno de sus horribles sospechas. Sin apenas pensarlo tomó unos pantalones y sus botas, antes de salir/huir de la habitación con la camiseta que llevaba sobre el cuerpo. Moon lo miró e hizo amago de seguirlo, pero desistió cuando se dio cuenta de que su amo no lo necesitaba. Completamente desaliñado y bastante nervioso, Dallas se encontró poniendo los pies fuera del apartamento y caminando hacia ningún lado de Nueva Orleans, vagando sin rumbo fijo, porque sabía que lo único que necesitaba era un poco de aire fresco antes de echarle pelotas y decidirse a tomar las riendas de su patética existencia de nuevo. El jugar al adulto feliz, construyéndole casitas a su perro y planificándole un futuro "normal" a su prometida mientras su hermana estaba secuestrada, torturada o cualquier otro adjetivo terrible e inimaginable, comenzaba a pasarle factura y el sentimiento de culpa se abría paso hasta su superficie consciente, a paso rápido y peligroso.
Poco a poco, su paseo comenzó a convertirse en carrera, y enseguida se dio cuenta de que trotaba. A su pulso acelerado se unió enseguida una ácida sensación de ahogo, justamente segundos antes de que el veneno y los deseos de venganza hicieran aparición en su pecho. Ahí estaban en todo su esplendor atroz, y pensó que más valía tarde que nunca.
>>"Claire, la mujer que amaba, estaba en peligro por fuerzas ajenas a su comprensión. La Zoey que quería estaba muerta, por culpa del Infierno y su propia madre."<<
Dallas supo todo aquello con claridad meridiana, aunque se negaba a aceptarlo como si fuera "el rey de los tercos en los territorios de la ceguera". Así que en lugar de volver a casa, continuó trotando para tragarse las ganas de incendiar aquella manzana. Tras un breve rato, que duró más de dos horas, llegó a zonas de la ciudad que él no solía frecuentar por lo sórdido y nocturno de su actividad. Los típicos garitos que llenaban los locales y en los que se emborrachaban, mientras se dejaban llenar por el jazz y la malta convertida en licor, cobraban vida en aquellos momentos y traficaban con la poca humanidad de las almas que los ocupaban.
Atraído por las risas, el humo especiado de los cigarros y su propia curiosidad morbosa, Tucker entreabrió las puertas de roble de uno de ellos -el cual rezaba "Pat O'Brien's"- y se adentró entre la muchedumbre en penumbra. Nadie reparó en él, ya que debían estar celebrando una fiesta privada de lo más ebria, pero él sí se fijó en los rostros de la multitud....concretamente sus ojos viajaron directamente hacia uno: Sean O'Neill.
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Y de repente alzó el mentón y se sintió crecer un par de palmos a modo de desafío, siguiendo la respuesta instintiva de cada una de sus células. Seguidamente a Dallas se le tensaron las venas del cuello al mismo tiempo que resollaba y rechinaba los dientes, como si sus sentidos se guiaran por el compás una música ancestral que solamente él podía oír. La brecha en su orgullo crujió atronadoramente y se hizo más profunda en el momento en el que se imaginó aquellas enormes manos masculinas sobre su chica. Sin dormir, herido y embravuconado, llegó a la altura del cazador como una exhalación espantosa, mientras este se terminaba un chupito y mantenía el ceño fruncido en medio de alguna discusión con una chica menuda y morena.
—Te doy dos minutos para que salgas ahí fuera y terminemos lo que tú empezaste la noche en la que te follaste a mi chica, cargándola con una culpa que no tiene —gruñó Dallas lo suficientemente alto como para llamar la atención de Sean y también varios cazadores amigos que lo rodeaban. Su rostro estaba cargado de amenaza y prometía una violencia malsana, personal y aterradora. Pero Tucker no podía evitarlo. Había llegado a ese punto de no retorno, ese en el que los temores a perder y culpas por ganar lo asediaban continuamente, ensombreciendo todo lo que era. Y si Sean era fruto de una mala casualidad, iba a costarle muy caro, porque Dallas necesitaba desquitar toda su rabia, frustración e inseguridad con alguien que las pagara. Y a falta de sus captores en Afganistán, el cazador tenía todas las papeletas a que le rompieran varios huesos aquella noche por culpa de una venganza ajena a su persona.
—Espero que no seas tan cobarde como para lanzar a todos tus perros contra mí, porque ya sabes que los ataré y volveré a por ti en menos de lo que tardes en pedir una segunda ronda con esta...—dirigió la mirada a la veinteañera morena que en aquel momento lo atendía extrañada y estupefacta—...joder, ¿es que eres una asaltacunas o qué, pedazo de cabrón? Veo que te gustan jóvenes, pero esta noche creo que no la pasarás con ella y creo que le haré un franco favor al quitarle a un tipo como tú de encima. [...] Hoy toca dormir caliente O'Neill, pero en una cama de hospital o quizás frío en algún agujero bajo tierra —farfulló ignorando las quejas de Brenna que hacía aspavientos a su lado, clavando los ojos en el cazador con aire aún más amenazador que un momento antes, mientras daba un par de pasos hacia delante para encararse con él. A Dallas le ardía tantísimo la sangre bajo los puños en aquel momento, que ya no consideraba el salir a la calle como una opción para calmar lo desmesurado de su ira.
No cabía un alma más en el Pat O'Brien's. El parloteo de los allí presentes silenciaba la música de fondo y cada poco tiempo se oían los vítores de algún grupo alabando la capacidad de alguno de sus miembros de beber una jarra entera de cerveza de un tirón. La noche prometía. O eso esperaba Sean. Había invitado a Brenna a cenar. No sabía exactamente por qué lo hacía pero él lo hizo, con la excusa de salir un poco de la casa y de enseñarle él personalmente la vida nocturna de Nueva Orleans. Aunque lo cierto era que hacía muchísimo tiempo que no disfrutaba de la misma, percatándose de que había llevado desde hacía un tiempo un tipo de vida muy ermitaña. Megan también se unió al plan y eso hizo que el cazador aliviase esa sensación de que, tal vez y solo tal vez, Brenna se tomase aquello como una cita. Estaba perdido con la joven, puesto que parecía hacerla más daño que bien y eso es algo que él no quería. Quería ayudarla, no hacerla sentir miserable. Así que esa noche intentaría arreglarlo.
Después de cenar, Sean las llevó al Pat O'Brien's, asegurándolas que era el pub de los cazadores por excelencia de Nueva Orleans. Los viernes se concentraba más gente que el resto de la semana, aunque cuando llegaron allí, Sean no esperaba encontrarse a tanta gente. Aunque a las chicas les pareció estupendo, pues en seguida llegaron a la barra y empezaron a pedir varias rondas. Sean comenzó a relajarse como hacía tiempo que no hacía. Las caras conocidas, las palmadas en la espalda, los cumplidos hacia su persona por verlo lejos de la casa y más disfrutando de la noche, le elevaron a una especie de burbuja sin preocupaciones que tanto había extrañado. Los chupitos caían uno tras otro. A veces invitaba él, otras veces Brenna o Megan, y otras algún desconocido que envalentonado por el alcohol, gritaba a los cuatro vientos rondas para el personal.
Cuando Megan y Brenna regresaron de bailar (o lo que fuera que hubiera hecho esas dos pues decidieron imitar unos pasos de baile raros, a lo que Brenna le aseguró que eso se llama twerk y ahora estaba muy de moda), Sean las esperaba con una bandeja de chupitos de diferentes colores. El cazador se enzarzó en una especie de discusión con Brenna cuando la joven le dijo que ella misma le enseñaría a bailar twerk.
—De eso nada —le estaba diciendo Sean, inclinado hacia ella para poder hablarla cerca del oído pues el jaleo a su alrededor era atronador—. Yo no bailo. Y es una verdad como un templo porque...
Enmudeció en el mismo instante en que esa conocida voz lanzó aquella grave amenaza hacia su persona. Sean se irguió como si un calambre le hubiera recorrido de arriba abajo y se giró a mirar a Dallas. El muchacho tenía un aspecto horroroso. Parecía que no hubiera dormido en una semana y en sus ojos podía apreciarse un claro intento de provocación, como si las palabras no lo hubieran dejado suficientemente claro. Cuando dijo aquel comentario sobre sus 'perros', varios de los presentes, los que más cerca estaban y habían escuchado la acusación del joven, mutaron la expresión de sus rostros y parecieron querer echársele encima pero Sean alzó levemente la mano hacia ellos, sin apartar la vista de Dallas, para indicarles que se estuvieran quietos. Lo que sí no le pareció bien fue aquella referencia a Brenna. Dio un paso hacia delante, acortando así todo el espacio que les separaba a ambos y le habló muy cerca del rostro.
—Te estás equivocando de momento y de lugar, muchacho —le dijo entre dientes pero lo suficientemente alto como para que Dallas le oyera—. Lárgate. Porque te estás equivocando totalmente. Si quieres hablar, hablaremos. Pero no aquí. No ahora.
Alzó las cejas en un rápido movimiento como dejando en claro su punto y se giró, dispuesto a dar la espalda a Dallas, olvidarse de él y seguir con la fiesta.
Pero Dallas no se olvidó del tema y mucho menos estaba dispuesto a irse, pero sí ignoró los aires de los doce cazadores que lo miraban con cara de malas pulgas, a punto de saltarle encima en el momento en el que él pusiera una mano sobre Sean. Él no tenía amigos ni aires de superioridad moral como Sean, pero sí le sobraba valor, también más sentido del honor que él y bastante peor genio.
—¿Que me equivoco? Menudas pelotas que tienes hijo de perra....—escupió Dallas entre dientes, con una risita de incredulidad absoluta pintada en su rostro—. Sal afuera de una buena vez, no quiero testigos de esto. No volveré a repetirlo. Tenemos cuentas pendientes y solo nos incumben a nosotros —exigió Dallas, evitando que el cazador le diera la espalda al frenarlo con un manotazo seco y potente. Pero entonces le cayó encima un pequeño puñetazo, apenas indoloro y casi a modo de llamada de atención, de la muchacha morena que acompañaba a Sean. Su ceño fruncido daba bastante más miedo que cualquier cosa que pudiera hacerle, o al menos eso creía Dallas.
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—¿Pero tú quién te crees que eres? ¿Terminator? Deja de molestarlo, ya bastantes problemas tiene encima como para un chulito venga a...—Brenna hablaba tan deprisa, que sus amenazas sonaban a las de un Yorkshire enfurecido más que a las de una agente de la ley. Dallas se mantenía inmóvil, mirándola con los labios fruncidos y un gesto a medio camino entre la estupefacción y la pena. Y a la fiesta de insultos verbales y locura dialéctica, se unió también otra muchacha, una pelirroja que parecía más tranquila pero más demoledora de alguna forma —...y ya vale con tanta testosterona. Desde que hemos llegado a Nueva Orleans es un no parar de malos ratos, que parece que el agua de aquí os vuelve a todos gilipollas o algo porque....—en medio de las palabras de aquellas dos jóvenes se superponían unas vibraciones muy raras, conocidas, semejantes y desconcertantes, así que Dallas tuvo la vaga sensación de que las conocía, de revivir algún dejavú que le enervaba e intimidaba a partes iguales, como si los tres formaran parte del mismo círculo psíquico.
—Basta —Dallas gruñó, alzó la mano y las empujó a callarse con autoridad. Sus amenazas vanas le eran indiferentes, pero sí necesitaba alejarlas porque se le había asentado una extraña sensación en el estómago y no tenía tiempo para perderlo con aquellas dos pánfilas—. No es asunto vuestro, seáis quienes seáis. Vamos a dejar las cosas claras: esto es entre Sean y yo, él era el mentor de mi prometida, un casi hermano y se la folló a trío con una puta terrible en un momento muy bajo. Se aprovecharon de ella mientras estaba borracha...—alzó la voz para que todos los presentes pudieran oírlo bien mientras lo señalaba con dureza, para así darle algo menos de credibilidad al "gran jefe de El Refugio", mientras hacía partícipes de sus asuntos a todo el mundo, al contrario de lo que pretendía en un principio, y provocando también a las agallas y paciencia del O'Neill.
Finalmente se volvió otra vez hacia el hombre, avanzó, lo amarró de las solapas de su cazadora y lo arrastró hasta alzarlo ligeramente del suelo, segundos antes de empujarlo contra la barra.
—¿Sales o te saco?
¿Brenna le acababa de soltar un puñetazo a Dallas? Sean no podía ni creérselo, y así lo reflejaba su gesto de estupefacción mirando a Brenna y Megan encararse con Dallas. Se hubiera echado a reír con ganas si no fuera porque Dallas le estaba avinagrando el momento, pero apenas podía apartar la mirada del dúo que increpaba al moreno cuyo rostro comenzó a crisparse aún más, como si le estuvieran revolviendo las entrañas con tanto parloteo. Cuando Dallas alzó la mano mandándolas callar, Sean temió que golpeara  a Brenna como respuesta a su ataque, así que se interpuso entre el chico y ella, apartándolas con un brazo y colocándolas a sus espaldas. Lo siguiente le dejó lívido. "Se aprovecharon de ella mientras estaba borracha...". Las palabras resonaron como un eco en la mente de Sean. Apretó los dientes hasta hacerlos rechinar. Le daba igual lo que pensaría la gente. De hecho, aquella información apenas caló en los allí presentes que, en su mayoría, no tenían sentido de la fidelidad conyugal y ni mucho menos en el reparo a la hora de ver con malos ojos orgías o tríos. Pero a Sean le dolió en el alma aquella acusación, porque le recordó lo muy perdido que estaba cuando Jade se cruzó en su camino. A modo de pequeños fogonazos, algunos recuerdos saltaron a su memoria de él en esa habitación junto con Jade y Claire. Fue por eso que no vio venir y ni pudo evitar ese empujón y zarandeo que le mandó contra la barra. Se acabó. Dallas había colmado la paciencia del cazador.
—Eres un desgraciado —le espetó Sean mirándole desde una mueca hosca en su rostro oscurecido por la rabia.
Se incorporó y con el impulso de separarse de la barra, alzó el puño y le impactó con toda su fuerza contra el mentón de Dallas. Algo crujió bajo el golpe pero Sean no se detuvo a mirar si fueron sus nudillos o la mandíbula del muchacho, porque acto seguido placó con su cuerpo el de Dallas arrastrándole por todo el bar hasta la salida. Ambos hombres salieron despedidos hacia la acera, rodaron y cayeron a la carretera. Sean rodó por el suelo y con una agilidad pasmosa, se puso de pie. Su pose era desgarbada, con los brazos ligeramente arqueados a ambos lados de su cuerpo y sus hombros en tensión.
—Eres un niñato —comenzó a decirle, andando en círculos alrededor de Dallas a una prudencial distancia—. ¿Me oyes? ¡Un puto niñato de mierda! No tienes ni idea. Ni idea de lo que ocurrió aquella noche. Ni de las consecuencias que tuvo. Pero no, tú solo piensas con ese pequeño cerebro al que ni le llega el riego que tienes que venir aquí y batirme en una especie de duelo, ¿para qué, eh? ¿Para sentirte mejor? —resopló negando con la cabeza. La ira y la impotencia ascendían en él y no conseguía calmarse. Le hervía la sangre—. ¿Sabe Claire que estás aquí? Me apuesto a que no lo sabe y también me apuesto a que no la va hacer ni pizca de gracia cuando se entere. Porque parece que no la conoces todavía. Yo no sé qué coño ha visto en ti pero das asco. Dejas mucho que desear... A Dallas le había crujido el cuello y tenía una profunda brecha en el interior de la mejilla izquierda, consecuencia del derechazo de Sean y por culpa de sus propios dientes. Le dolía y palpitaba todo el rostro, pero eso no era suficiente para detenerlo o calmarlo.
Cuando rodaron a la calle, se puso en pie de inmediato y alzó los puños mientras se mantenía erguido y quieto, en una auténtica lucha cuerpo a cuerpo. Sean lo miraba con un desdén inconmensurable, aunque su pose aún no era amenazadora. La sola mención a Claire en la boca de aquel hombre, lo hizo sentir de lo más impotente consigo mismo por no poder ni protegerla.
—Trágate esa maldita lengua. Ni la mentes, no te atrevas —alzó la voz roncamente y volvió a cargar sobre el cazador, haciéndolo caer en el suelo mientras se enzarzaban en una lluvia de golpes altos y bajos, gruñendo y desgarrándose la ropa contra el asfalto de la calle. Pero en algún momento, Dallas logró hacerse momentáneamente con el control y lo inmovilizó bajo su peso mientras le sacudía golpes lentos pero muy dolorosos al rostro de Sean. Ambos tenían magulladuras y gran parte de su rostro bañado por la sangre que les corría de distintos ángulos, pero ninguno mostraba el menor signo de dolor o desistimiento.
—¿Que no conozco las consecuencias? —cuestionó el muchacho y su voz sonó un tanto rara, seguramente por la hinchazón que ya comenzaba a hacer aparición en parte de sus pómulos y encías—. Claire no es la misma, sufre mucho por culpa de esa noche. No se perdona... ¿de verdad crees que esto es por mí? Me porté como un cabronazo, las excusas que tengo no me valen tampoco...—Dallas cesó un segundo los golpes, mientras intentaba recuperar un poco el aliento y fijó la vista en el cazador. Ninguno pestañeaba, el odio y el rencor era como una droga malévola que los empujaba a despedazarse siguiendo su instinto de protección—...no me importa que haya hecho lo que ha hecho, me importa que no sea capaz de perdonarse y me importa además que tú no hayas sido capaz de protegerla cuando estaba claro que no tenía a nadie más...la traicionaste también, ella estaba hundida y ¿tú qué hiciste? Follártela y entregársela a esa puta arpía ¡JODER! —exclamó y volvió a amarrar a Sean por las solapas para golpearle la cabeza un par de veces contra el asfalto sin piedad—. Confiaba en ti, maldita sea, ella confiaba en ti... Y yo no podía cuidar de ella, pero nadie lo hizo tampoco, nadie se preocupó por su seguridad...ella es lo mejor que me ha pasado en la vida y ahora...—murmuró con rabia, mientras le daba un enorme puñetazo final al cazador en la nariz, rompiéndosela ligeramente. Dallas no podía parar de golpear, al mismo ritmo que su cabeza sólo giraba en torno a su propia frustración como hombre, en el sentimiento de culpa de Claire que nunca conseguiría borrar y en que ya no quedaba nadie en el mundo que no lo viera como un monstruo. Porque en realidad, lo era. La lluvia de golpes le estaba noqueando y si seguía así un minuto más, Sean iba a perder el conocimiento y a saber si volvería a abrir los ojos, porque no dudaba de que Dallas sería capaz de matarle ahí mismo en ese arrebato de rabia, ira y enfado que estaba pagando con él. Un borbotón de sangre salió de entre sus labios puesto que se había mordido la lengua en uno de los golpes y ahora la boca le sabía agria y a hierro. Cogió aire como pudo y alzó ambas manos llevándolas a la cara de Dallas, agarrándole la cabeza y clavando sus pulgares sobre los globos oculares del joven No es que quisiera arrancarle los ojos, no tenía intención de hacerle daño, sino simplemente quería apartar a Dallas de encima de él. La presión sobre sus ojos hizo que el muchacho dejase de dar golpes y llevara sus propias manos a las de Sean para intentar apartarlas de su rostro. Ahí el cazador tomó ventaja y pudo erguirse, empujando a Dallas al suelo y soltando bruscamente su cabeza. Se puso en pie pero las piernas hicieron el amago de fallarle, porque lo trastabilleó hacia atrás manteniendo el equilibrio. Le ardía la cara. Escupió sangre un par de veces al suelo y, con la respiración agitada, alzó una mano hacia Dallas para que mantuviera las distancias. Intentó mantenerse cabal y hablar desde la razón, o al menos, la poca razón que le quedaba. Pero alguno de los dos tenía que hacerlo o si no iban a terminar muy mal.
—Vamos a ver, muchacho, escúchame. Escúchame por una vez en tu vida. Esto no trata sobre mí. Tu problema es contigo mismo, ¿me oyes? La culpa te está envenenando. Y es normal pero esto no es manera de arreglar las cosas. Yo no soy el origen del problema, ¿es que acaso no lo ves? ¡Dallas!
Pero el muchacho volvió a la carga hacia Sean, cegado por sus palabras. Pero en esta ocasión, Sean no iba a permitir que le volviera a atrapar y le cediera a golpes. Agarró a Dallas según chocó contra él. Pasó un brazo por el cuello y barrió con su pierna los pies de Dallas, haciendo que perdiera el equilibrio. Le tiró al suelo y le puso de cara contra el asfalto, inmovilizándole contra la carretera colocando su rodilla en mitad de su columna. Con ambas manos agarró por las muñecas al joven y le impidió que se moviera tanto mientras volvía a hablarle.
—Creer que tu dolor es el único que importa es de necios, Dallas —comenzó Sean luchando por que Dallas no se librara de su agarre—. Como bien has dicho, Claire me importa. ¡Joder que si lo hace! Nunca he tenido una hermana y la quiero como si lo fuera, por mucho que te joda a ti. Cuando regresó de Irak, ¿quién crees que estuvo ahí para ayudarla? ¿A quién crees que se le cayó el alma a los pies al verla así de herida y saber que habías sido tú el responsable? ¿Crees que me hizo gracia? No me hizo ninguna gracia y si te hubiera visto por aquel entonces, te hubiera matado con mis propias manos —aseguró el cazador entre dientes—. Lo que ocurrió aquella noche me partió el alma, ¿me oyes? Me quieras creer o no. Fue el culmen y me pasó factura, por supuesto que me pasó factura. Tuvo consecuencias que a ti no te importan, pero que sepas que las hubo. Si pudiera cambiar lo de aquella noche, lo haría. Si pudiera evitar que Claire se fuera con Jade, lo hubiera hecho. Estuve cerca, pero llegué tarde. Cuando llegué al hotel ellas ya se habían ido... —tuvo que hacer una pausa porque hablar de todo aquello comenzaba a ahogarle con una serie de sentimientos que creía enterrados—. La he perdido, Dallas. He perdido a Claire porque no puedo ni mirarla a la cara ahora mismo. Pero tú no seas tan idiota. Todavía la tienes. Todavía confía en ti, aunque no sé cómo mantiene esa fe en alguien como tú pero ambos sabemos que Claire es así. Y si la ves mal, si la ves con problemas y tú también los tienes, como puede verse, habla con ella. Viniendo aquí a golpearme no arreglas nada. ¿Acaso cuando regreses ahora a casa ella se va a sentir mejor? No, no lo hará. Y tú te seguirás sintiendo como la mierda. Así que sé un poco inteligente, joder. Sé inteligente. Ahora te voy a soltar y te juro que como te vuelvas hacia mí para pegarme de nuevo, haré que una docena de cazadores salgan de ese bar y terminen esto por mí.
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Dallas escuchó todo lo que le contó Sean sobre aquella noche, no por gusto ni porque se sintiera animado a comprender, sino porque no le quedaba más remedio inmovilizado e inerme como estaba. Se ahogaba en su propia furia, pero también estaba exhausto, así que pensó que lo fácil sería recurrir a sus poderes y quemar a aquel viejo cabrón sin mayor dificultad, pero eso tampoco sería un consuelo para él. Intentaba no llamar la atención del Infierno, así que el seguir con un ataque de ira incontrolado y cargarse a Sean, convertirse en un fugitivo de los cazadores y poner a Claire en el ojo del huracán de nuevo, no le parecía una buena solución. Tampoco le ayudaría a apartarse de la idea de que era un auténtico inútil, una lacra, la ficha que sobra en el mundo o la que solo vive para hacer daño.
Jadeó en el suelo agotado y dolorido por la forma en la que Sean intentaba romperle el brazo, pero no dijo ni una palabra. No suplicó, ni se disculpó, ni mucho menos fingió entender. Porque a ojos de Tucker, Sean no era un buen tipo tampoco. Y él mismo se lo estaba reconociendo. Aunque en algo tenía razón: no se merecía la confianza, la fe ni el cariño de su rubia, pero ella se lo daba incondicionalmente. Eso solo significaba amor, el más puro y entregado que él nunca llegaría a conocer. De repente entendió que lo único que le quedaba era seguir adelante, no dejar de pelear contra viento y marea por sus chicas, siempre en continua guerra contra el destino y todos los que querían utilizarlos, matarlos o maltratarlos por el simple hecho de respirar.
—Nunca hay un respiro en esta maldita vida que nos toca ¿verdad? No nos dará tregua, ni nos permitirá ser felices —murmuró Tucker con dificultad, más como un razonamiento para sí mismo que para que lo oyera Sean.
De repente el peso de la rodilla que estaba a punto de hacerle trizas la duodécima vértebra, se hizo más liviano y supo que el cazador acababa de aflojar su amarre. También enseguida escuchó voces femeninas alarmadas, a las que hizo caso omiso; voces que consolaban y ayudaban a su contrincante, mientras lo increpaban a él duramente. Lo que sí hizo reaccionar a un Dallas derrotado fue la violenta patada en el abdomen de una bota del número 45, porque rodó hasta quedarse boca arriba y permaneció encogido durante un par de segundos. Al parecer, los amigos de Sean acudían a su rescate.
—Déjalo, Liam. No seas abusón, creo que esto ya se ha acabado hombre...los dos están hechos polvo. Venga, ayudadnos a llevar a Sean al hospital —el susurro de la voz de la muchacha morena le llegó apagado, aplacado por su compasión.
Dallas se puso en pie con dignidad y, sin mirar atrás ni mediar palabra, comenzó a caminar hacia la dirección contraria al pub, a paso muy lento y firme, mientras se amarraba el estómago y se manchaba la camiseta por culpa de sus nudillos ensangrentados. Aquella noche no había solucionado absolutamente ninguno de sus problemas, así que volvería a casa, se ducharía y trataría de no alarmar a Claire. Aunque estaba claro que sería misión imposible, porque ella lo conocía mejor que nadie y las mentiras piadosas ya no estaban permitidas entre ellos. Y cayó en la cuenta de que la haría sentirse un poco peor por todo lo que acababa de provocar con aquella pelea, por Sean, por él mismo...así que detuvo su avance y decidió reposar en un banco dos cuadras antes del apartamento, mientras el sol asomaba molestando sus párpados amoratados. Se preguntó en qué momento había perdido el norte y cuándo había vuelto a revivir los rebeldes y tortuosos 14 años, porque se comportaba peor que un crío con una navaja nueva. Su autocontrol lo abandonaba a pasos agigantados y por primera vez en años tuvo miedo, miedo a no saber dónde estaban los límites de lo que estaba bien o mal en su ceguera loca por cuidar de su propio bienestar. Porque allí en medio de aquella pelea, un momento antes, el arrancarle las entrañas al cazador y entregárselas a Claire a modo de ofrenda, no le había parecido ninguna mala idea...tal vez y solo tal vez, el único malo de aquella película era él y no su oscuridad interior.
—No, Brenna —le dijo Sean cuando escuchó lo del hospital—. Estoy bien —ante la mueca de la chica, Sean alzó ambas manos—. Son solo un par de golpes, ¿de acuerdo? Vamos anda, entremos todos de nuevo. Me pondré hielo para que se me baje la hinchazón.
Apoyó una mano en la espalda de Brenna invitándola a entrar al bar pero el cazador vio como Dallas se alejaba por la calle. Una parte de él sentía pena por el chaval, porque solo estaba perdido y con un gran trauma que debería de resolver con ayuda. Pero a él no le escucharía y, además, ya tenía suficientes problemas como para también meterse en los de Dallas.
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houseofrisingsun · 8 years
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Suspects
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Jueves, 23 de febrero de 2017
—¿Y recuerdas a la señora Tolstein? ¡Sí! La de los rulos. La que siempre estaba mascando tabaco... Que vivía al final de la calle y siempre se asomaba a gritarnos que nos alejásemos de sus cubos de basura.
—Julia 'La Calcetines'.
—¡Esa misma!
—Recuerdo que siempre ponía los calcetines en el marco de la puerta y se los robábamos por la noche. Al día siguiente se oían sus gritos por todo el barrio.
Se echaron a reír al recodar la escena de la señora Tolstein saliendo en bata a la calle y maldiciendo a los hijos de satanás que vivían en esa calle.
—¿Sabes? No me permito pensar demasiado en esos tiempos, Shannon —admitió Sean dando un sorbo a su taza de café.
—Yo tampoco. Pero siempre que lo hago rescato momentos como esos. Momentos que me hagan reír.
—Pues habrá pocos de esos.
—No te creas La mayoría son contigo.
Sean se la quedó mirando curioso ante esa afirmación. Bien era cierto que Shannon y él se habían criado a dos casas de distancia a las afueras de Dublín, y que habían compartido multitud de momentos. Muchos buenos, algún que otro malo. Sean podía confirmar sin lugar a dudas que Shannon había sido su única amiga durante su infancia Su confidente. Esa persona ante la que mostrarse débil cuando las palizas que le daba su padre se solapaban unas con otras y el dolor físico era insoportable. Esa amiga que le daba 'clases particulares' cuando a los doce años su padre decidió que su primogénito debería de centrarse en la cacería y ayudar en casa. Esa chica con la que experimentó una juventud de hormonas revueltas y descubrimientos físicos que quedaron en la intimidad de alguna colina aislada, lejos de ojos curiosos.
Pero todo aquello acabó cuando Sean agarró a Reagan y se fueron de Dublin, dando el salto a Estados Unidos, perdiendo el contacto irremediablemente hasta hacía una semana, que la pelirroja se había presentado en El Refugio por sorpresa, ignorando que su dueño era su amigo de la infancia. Y si el reencuentro podría haber sido mucho mas emotivo y emocionante, las sospechas que había arrojado Brenna hacia la “casualidad” de su aparición con todo lo que estaba aconteciendo en su vida en esos momentos, frenó esa ilusión e hizo que Sean andara con pies de plomo. Por eso, había invitado a la chica a un café lejos de El Refugio. Aprovechando que la temperatura era agradable, ocuparon una de las mesas de la terraza mientras bebían pequeños sorbos de sus respectivos cafés. Sean esperaba sondearla, saber qué había sido de su vida y juzgar si de verdad Shannon estaba en Nueva Orleans por coincidencia o por otros motivos mas macabros que la relacionasen con los recientes asesinatos.
—¿Qué has estado haciendo, Shannon? Quiero decir, ¿cuanto tiempo ha pasado?
—Demasiado para contarlo, Sean —agito la cabeza dejando la taza sobre el platito—. Y sí, como podrás intuir, mis aspiraciones de ir a al universidad se esfumaron. Aunque nunca lo tuve como una posibilidad factible. El de crear castillos de humo eras tú.
—Eras inteligente, Shannon. Mucho. Podía haber estudiado cualquier carrera. ¿Por qué no lo hiciste? ¿Qué pasó cuando me fui?
Pausa. Sean se quedó mirando fijamente a la mujer. Quería advertir en su gesto cualquier cambio que le indicase si estaba mintiendo, ocultando algo o diciendo la verdad. Shannon se apartó el cabello del rostro. Miró hacia la calle como pensándose la respuesta y cuando sus ojos se toparon con los de Sean, el cazador no vio nada en ellos que le hiciese sospechar de que, las palabras que dijo a continuación, fuesen mentira.
—Las cosas en casa se pusieron aun mas tensas. Mi madre decidió que yo también tenía que aportar dinero en casa y que una vez terminado el instituto, no había necesidad de seguir estudiando. Descubrí también que la pensión por viudedad se la habían retirado hacía un par de años atrás y que ella... bueno, se había visto obligada a recurrir a otros métodos menos éticos para conseguir más dinero aparte del que ganaba en la cafetería. Y, por favor Sean —alzó una mano hacia él, mostrando una sonrisa cansada—, no indagues mas al respecto porque de solo pensarlo se me revuelve el estómago.
—Está bien. Es solo que me gustaría saber qué camino te llevó a que, hoy en día, termines alojándote en un sitio como El Refugio. Nada más.
—La manzana no cae lejos del árbol —apuntó Shannon recostándose en la silla.
—Pero tu padre murió cuando tú eras muy pequeña y desde entonces no tuviste nada que ver con el mundo sobrenatural. Podrías haberte dedicado a cualquier cosa y, sin embargo, estás aquí.
—¿Y tú? —preguntó entonces Shannon, siempre sin ningún tipo de variación en su tono calmado de voz—. Me dijiste que tu hermano y tú os alejabais de Dublín para empezar de cero. Vinisteis hasta los Estados Unidos donde podrías haber empezado de cero, y no lo hiciste. Sigues siendo cazador, y no solo eso, llevas una especie de banda en una casa colonial. ¿Qué explicación le das a eso?
—No sabía hacer otra cosa, Shannon —se defendió Sean encogiéndose de hombros.
—¡Tonterías!
—Es verdad. Lo intenté pero...
—No te gustaba tanto como cazar.
—¿Como dices?
—Admítelo, Sean. Te encanta esta vida. ¿Si no por qué ibas a aceptar algo así? Una vida tan solitaria, tan sacrificada, tan peligrosa. Te gusta sentir la adrenalina. Te gusta estar en contacto con otros cazadores y mantener todo bajo control. No pasa nada porque lo admitas.
—¿Es por eso que tú has acabado siendo...? —ladeó la cabeza—. ¿Qué eres exactamente?
—Soy lo que ves, Sean.
—No, no. Dejémonos de ambigüedades. ¿Qué eres? ¿Cazadora? ¿Cazarecompensas? ¿Mercenaria, tal vez?
—¿Y qué mas da a lo que me dedique?
—A mi no me da igual.
—Sean, hemos tardado un mundo en vernos. No voy a destriparte todo mi pasado mientras nos tomamos un café. Perdería el misterio y la emoción, ¿no crees? —Sean fue a replicar pero ella le chitó y añadió—. Te propongo una cosa. La próxima ronda que sea de cervezas. La pago yo. Yo te cuento lo que soy y tú me dices por qué te quedaste en esa casa. ¿Trato hecho?
—Supongo que sí.
Shannon sonrió y se puso de pie.
—Tengo que irme. Tengo negocios en la ciudad.
—¿Me vas a contar sobre esos negocios la próxima vez? —quiso saber el cazador, con cierto tono burlón mientras se ponía de pie también.
—No lo sé. Ya veremos cuan interesante es tu historia con esa casa —se echó a reír y se acercó hasta Sean para darle un beso en la mejilla—. Luego nos vemos, Sean. Hasta luego.
—Ten cuidado, anda. Que esta ciudad es mas peligrosa de lo que parece.
—Vale, papá.
Sean sonrió viendo alejarse a la chica. Negó con la cabeza y puso rumbo en sentido contrario, de vuelta a El Refugio. Captó por el rabillo del ojo el movimiento de ese Dodge negro que había permanecido aparcado a cinco coches de distancia al final de la calle. Y ahora que él se ponía en movimiento, el coche también le seguiría como seguía haciendo desde hacía días. Los federales esperaban pillarle con las manos en la masa. Sean no sabía si creían que era tan imbécil como para no saber que le estaban siguiendo. A pesar de que no le gustaba ser controlado de ese modo, esperaba que así el agente Kurter se diera cuenta de una vez que él no era el responsable de los asesinatos, porque mientras le investigaban a él, el verdadero asesino estaría pensando en su siguiente víctima o algo peor.
¿Era Shannon la asesina tal y como había sugerido Brenna? Sean aprovechó ese paseo y se puso a pensar. Por un lado estaban las sospechas infundadas de Brenna, cuyo peso se asentaba en las declaraciones y recuerdos difusos de una de las almas pertenecientes a uno de los asesinados. Dicha alma había confesado que su asesina había sido una mujer de pelo rojo. Vale, podría ser Shannon pero seguramente hubiera miles de pelirrojas en la ciudad en esos momentos y eso no convertía a todas ellas en asesinas. Y por otro lado, estaba la fe que Sean guardaba en la inocencia de Shannon. No solo porque creía impensable que esa mujer, a la que recordaba perfectamente como el reflejo de la inocente chica que un día conoció en Dublín, pudiera llevar a cabo tales asesinatos de esa violencia desmedida; si no porque Shannon en cierto modo era lo único bueno que recordaba de su pasado, de su estancia en la casa de sus padres. Habían existido muy pocas cosas buenas a lo largo de su vida y no quería que esa también se arruinase.
Estaba pensando en todo eso cuando una chica saltó para interponerse en su camino. Sean se sobresaltó a no haberla visto venir, pero se relajó en cuanto reconoció ese pálido rostro de pecas y pelo rojo como el fuego enmarcando una expresión enfadada. Era Megan, la amiga de Brenna.
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—¿Pero se puede saber qué estás haciendo?
—¿Qué? —respondió Sean frunciendo el ceño—. ¿Que qué hago yo? ¡Qué haces tú increpandome en mitad de la calle! Me has asustado, joder.
—No debería de ser yo la que te asuste si no ella —afirmó Megan cruzándose de brazos, muy digna en su postura.
—¿Ella? ¿Te refieres a Brenna?
—¡No! ¿Es que acaso no me estás escuchando?
—¡Lo estoy haciendo pero es imposible entenderte! En serio, ¿es algo que te ha transmitido Brenna como si fuera un catarro? ¡Porque tenéis la misma capacidad de explicaros, o sea nula!
Megan frunció los labios y se tomó lo que parecieron un par de segundos antes de hablar en un tono tranquilo y no gritando al cazador, que es de lo que tenía ganas en realidad.
—A ver, que yo te hablo de la mujer con la que acabas de tomar un café, a la que has besado y has mirado como un crío en primaria enamorado de su profesora.
—¿Me estás espiando? No me jodas, ¿Brenna te ha enviado para que me vigiles o algo así? Vamos, lo que me faltaba. Como si no tuviera suficiente con los federales.
Los federales. Se acordó de que estaban siguiéndole, observandole y muy seguramente preguntándose que ocurría entre ellos dos. Por eso, Sean agarró a Megan del brazo y la obligó a que andara a su lado a pesar de que la chica forcejeara porque la soltase.
—Ay, ¿qué haces? Que yo no quiero volver a la casa, que yo iba a comprar...
—Tú disimula, que nos están observando los federales, joder —la soltó del brazo y comprobó que Megan seguía andando a su lado, mirando a su alrededor en busca de esos espías—. Disimula, ostias.
—Vale, vale. Disimulo.
—Entonces, ¿qué hacías espiándome?
—Que no te estaba espiando, ¿vale? No te creas tan importante. Me he topado con la escena por casualidad. Estaba en la librería de enfrente de la cafetería mirando unos libros e iba a entrar en esa misma cafetería a un par de batidos, porque yo ya no sé ni qué hacer para animar a Brenna un poco que desde que cenó contigo el día de San Valentín está muy rara. Total, que he salido y me he encontrado con vosotros dos de risitas, miraditas y besitos.
—Ha sido solo un beso en la mejilla, no exageres —hizo una leve pausa—. ¿Y qué la pasa a Brenna?
—¿En serio me lo estás preguntando? Qué fuerte, Sean. Eres increíble.
—Eh, lo digo en serio —se detuvo esperando que Megan le diera una explicación—. Sé que esa noche todo salio al revés y que no me porté bien con Brenna. Pero ella tampoco estuvo acertada lanzando acusaciones vacías sobre gente que no conoce.
—Eres un cabezota. Un cabezota insoportable —le espetó la pelirroja sin miedo a la reacción que pudiera tener Sean—. ¿Es que acaso tu ego no te deja ver la naturaleza de las personas? ¿O es que vivir en esa casa te ha hecho tan obtuso de mente que eres incapaz de apreciar un ser bondadoso cuando lo tienes delante? Hablo de Brenna. Y creerás que digo todas estas cosas sin criterio porque es mi mejor amiga, pero no es así. Es mi mejor amiga por lo que es, porque desde que tengo uso de razón se ha portado genial conmigo, siempre ha estado ahí y nunca se equivoca con las personas. ¿Que de su opinión de un modo alocado y directo? Si, ¡pero eso no la quita razón alguna! Y si ella te ha dicho que Shannon es peligrosa y es la asesina, es por que lo es.
—Permiteme que lo dude —le respondió Sean con una mueca de rechazo y retomando la marcha. Ahora quería alejarse de Megan porque lo ultimo que necesitaba era esa conversación.
—¡No te lo permito! Porque estamos hablando de una persona que lo dejó todo en Boston y se vino aquí sin pensarlo cuando tú, oh dios Sean todo poderoso, le ofreciste tu ayuda asegurándola que podrías poner fin a su tortuoso día a día con respecto a su don.
—Eh, para ahí. Yo no la ofrecí ninguna garantía.
—¡Es que ahora mismo no la estas ofreciendo nada! Dolores de cabeza y amarguras, nada más.
—Oye, ¿que quieres que te diga, eh? Soy como soy. Perdoname si no me ando con tonterías ni florituras a la hora de decir las cosas.
—No son tonterías, es educación. Y es tener en cuenta a una persona que quiere ayudarte. Es valorar a alguien que se preocupa por ti sin conocerte tan siquiera. Porque mira, yo no sé que habrá visto Brenna en ti, pero para ella eres lo suficientemente importante como para involucrarse en un problema que no es el suyo.
—Yo no la he pedido que se meta en nada.
—Y aún así lo ha hecho —Megan intentaba mantener el ritmo de los pasos de Sean que avanzaba a grandes zancadas por las calles, mientras que ella casi se veía obligada a correr a su lado. Pero no iba a parar hasta que Sean recapacitase—. ¿Eso no te dice nada? ¿Eso no te empuja a querer tratar mejor a Brenna? ¿A preocuparte un poco por ella y responder con el mismo cariño que ella lo hace?
—La dije que se fuera de Nueva Orleans. Se lo dije. Que no tenía que correr peligros innecesarios por mi culpa pero tu amiga decidió quedarse y abanderarse como la suicida que es. La dejé claro que no quería que la ocurriera nada. Ni a ella ni a ti. Pero ella en vez de aceptar mi preocupación, se lo tomó a malas. Como un insulto o algo así, como si quisiera decir que ella no pudiera defenderse cuando no dije nada sobre eso. Sé que se puede defenderse y que lo haría llegado el momento. Es solo que esa necesidad de defensa puede evitarla volviendo a casa, a Boston.
Habían llegado a el Refugio. Megan detuvo a Sean cogiéndole del brazo. Respiraba agitadamente, cansada por aquel 'paseo' que había sido casi a la carrera.
—Entonces no te comportes como un capullo con ella, Sean. Tenla en cuenta. A pesar de todo lo que has dicho, de todos los peligros que ella sabe que corre quedándose aquí, ha decidido permanecer a tu lado y ayudarte. ¿Acaso eso no la convierte en alguien maravilloso?
—Sí, supongo...
—Pues hazla caso. Y aléjate de Shannon.
Sean se quedó mirando a Megan mordiéndose la lengua. No podía asegurarla eso, del mismo modo que tampoco podía aclarar con él mismo la culpablidad de Shannon. Tenía que investigar algo más. Necesitaba mas datos sobre el pasado de Shannon y de ahí sacar sus propias conclusiones. Necesitaba mas tiempo.
—Brenna tiene suerte de tener una amiga como tú.
—La suerte la tengo yo. Y la tienes tú por haberla conocido. Que no se te olvide.
—No se me olvidará. Te lo aseguro.
Y con un movimiento de cabeza se despidió de Megan entrando en El Refugio. En el porche se detuvo y se giró para mirar como el Dodge aparcaba al otro lado de la calle. Suspiró resignado y entró en la casa.
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houseofrisingsun · 8 years
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Martes, 14 de febrero de 2017
Sabía que el punto rojo de su cigarrillo encendido le delataba en la oscuridad de su habitación, pero prefería vigilar de ese modo la calle y comprobar que aquel Dodge negro seguía aparcado a quince metros de la entrada de El Refugio. Le estaban vigilando, por supuesto. Por lo que sus movimientos quedaban extremadamente limitados, y tampoco podía escaparse a hurtadillas de la casa, puesto que si el agente Kurter se percataba de ello, le haría aún más sospechoso de lo que era de por sí.  Entonces, ¿cómo iba a descubrir quién le estaba incriminando? Podría delegar en otros cazadores, pero tampoco quería salpicar a nadie más. Además, que con los federales metiendo las narices en sus asuntos, muchos cazadores no querrían ni acercarse a él. La policía era algo serio para una profesión como aquella. Sean se terminó el cigarrillo, le lanzó al jarrón lleno de colillas y salió de la habitación. Tenía una cita. Aunque Brenna no hubiera querido llamarlo así, juraría que aquella chica le estaba pidiendo una cita el día de los enamorados con el pretexto de que no pasase solo ese día. ¿Y qué más daba? Él no le daba importancia a esas celebraciones y, si bien era cierto que el año pasado sí la paso acompañado, estaba más acostumbrado a la soltería que a celebrar esos días llenos de flores y cursiladas. Aunque la postal le había arrancado una sonrisa. Ese había sido un gran punto a favor de la chica.
Bajó las escaleras y lanzó una mirada a los salones para encontrar a Brenna pero la chica no estaba en ninguno de ellos. Vale que bajaba quince minutos tarde, pero había querido percatarse de algún movimiento del interior del Dodge. Distraídamente y casi como un movimiento reflejo, comenzó a recoger los botellines de cerveza que habían dejado sobre la repisa de una chimenea que hacía años que no se encendía. Sean no es que apurase del todo la limpieza de la casa, pero sí intentaba mantener un mínimo de salubridad en lo que él consideraba su hogar. Brenna observaba a Megan leer muy concentrada, en un sillón al fondo de aquella vieja habitación. Y seguidamente, como acto reflejo, miró de reojo la hora que marcaba el reloj sobre la cómoda y tragó saliva. Ya pasaban de las 9 pm y notó cómo el aire se enrarecía a su alrededor. No tanto por los muertos que hacían cola y susurraban flanqueándola, como por la sensación de culpa que la desequilibraba por momentos.
No le comentó nada a Megan de sus intenciones cuando decidió colarse, furtivamente, en el cuarto de Sean a dejarle una invitación a algo que "no era una cita"; tampoco le habló de que le apetecía pasar aquella noche en compañía del anfitrión de la casa o que fingía que no le importaba dónde estaba él, cuándo llegaban a El Refugio después de sus inconmensurables paseos por Nueva Orleans. No entendía por qué estaba ocultándole toda aquella información o enmascarándosela con un simple "no me importa en absoluto ese tipo, es un gruñón y tiene siempre cara de tostada volcada" a su alma gemela, cuando eran un libro abierto la una para la otra; aunque de alguna forma sí sabía cuál era el problema: porque lo que Brenna temía era que Megan la juzgara por interesarse en alguien como Sean...alguien tan oscuro, peligroso y fuera de su alcance. Tan incómodo con lo que ella era, tan temeroso de que lo tocara o lo imposible de que la tomara enserio. Se sentía un tanto descolocada en temas de emociones y, todavía más cuando el mundo se le ponía patas arriba y el caos amenazaba con confundirla como a una cría de quince años. Porque así se sentía, al igual que una novata en el tema de acercarse a alguien que le trastornaba los sentidos de formas raras y antinaturales. Y luego estaba el tema de la casa...aquel lugar la inquietaba, no le permitía dormir bien, se la tragaba poco a poco.
Tomó aire y apartó toda aquella basura de su cabeza, porque al parecer las vacaciones no le sentaban nada bien y comenzaba a comportarse como una auténtica cretina. Tras el inciso, se decidió a cambiar de estrategia.
—Oye Meg...tengo que preguntarte una cosa —murmuró mientras rodaba boca abajo sobre la cama con desinterés mientras la miraba de soslayo, como intentando esquivar la importancia de cualquier cosa que fuera a decirle; luego esperó el "uhm" de su amiga— ¿Te importaría si bajo a cenar algo a solas....a solas con Sean? —espetó casi en un susurro bajo, culpabilizándose por querer dejarla a solas en un día como aquel. Un día en el que solían empacharse a chocolate y ver pelis románticas, hasta que la lágrima les inundaba los pies.
Megan detuvo su lectura y alzó su mirada por encima del libro. Se encontró con la mirada huidiza de Brenna y aquel comportamiento la hizo fruncir el ceño. ¿Sonaba culpable la pregunta de su amiga? No la sorprendió demasiado que quisiera cenar con Sean a solas. A pesar de que su amiga intentaba restarle importancia a la presencia del hombre, Megan la conocía lo suficientemente bien como para saber que sentía algo por él, de un modo que no entendía, eso sí, puesto que apenas se conocían. Sean solo la transmitía peligro y frialdad, pero parecía que a Brenna la transmitía otro tipo de sentimientos más cálidos.
—Claro que no —respondió Megan cerrando el libro y colocándolo sobre su regazo—. ¿Me estás pidiendo permiso? —Arrugó la nariz ante lo estúpido que sonaba aquello y sonrió, negando con la cabeza—. Además, hoy es San Valentín, ¿no? Que mejor día para lanzarle la caña... —bromeó ella guiñándola el ojo antes de volver a abrir el libro y sumergirse de nuevo en la lectura.
Un rato después y aún con una mala sensación en el cuerpo por el momento con Megan -por ocultarle emociones y disfrazarlas de socarronería- Brenna se apoyaba en el marco de la puerta de la sala oeste de la casa. Sean se movía con botellines y papeles en la mano, intentando poner orden en la estancia y posiblemente en su cabeza. Parecía muy preocupado. Ella sin embargo se había arreglado un poco el pelo, pero seguía luciendo un tanto informal y desangelada como buena rebelde de la feminidad que era. —Hola Valenpig, ¿quieres pollo frito o prefieres salida nocturna? Te advierto que los clubes para jubilados ya han cerrado...—bromeó sin moverse de la puerta—...y también que nadie más se ha apuntado a nuestra fiesta, así que tendrás que cargar con la Valenpiga y sus malos chistes toda la noche...o al menos hasta la madrugada. Y ahora, ¿todo bien? Esas ojeras que luces como el campeón de un combate contra Morfeo, son una mala señal...
—Estoy bien —afirmó Sean restándole importancia a esas ojeras, terminando de tirar todo a la papelera, esa papelera que estaba en la esquina del salón y que nadie parecía darle uso. Se sacudió las manos entre sí y se giró hacia Brenna. ¿Se había peinado? No dijo nada al respecto—. Pero sí es verdad que estoy un poco cansado así que, ¿por qué no pedimos algo de comida y cenamos aquí? No me apetece demasiado salir —sugirió y para que Brenna no sospechase, añadió—. Es lo que tenemos los jubilados, que a estas horas ya el cansancio nos vence. No te preocupes, dentro de una hora estaré en la cama —dijo con su habitual semblante serio aunque con tono bromista—. Elige tú la comida, a mí me da igual. Además, eres tú la que me ha invitado así que espero que ejerzas como anfitriona —se dejó caer en uno de los sofases emitiendo un leve suspiro y se quedó mirando a la chica antes de continuar—. Tenemos que hablar de la poca atención que te estoy prestando. Lo siento, te prometí soluciones y tan siquiera me estoy encargando de lo tuyo. Tenéis que estar aburridas de estar aquí, ¿no?
Brenna miró a Sean durante un minuto, o tal vez dos, fijamente sin decir nada. Captaba la mentira como se capta el primer rayo de sol tras el invierno, pero aun así no dijo nada. No iba a meterse donde no la llamaban y, aunque ese era su estilo, no lo sería aquella noche. No conocía absolutamente nada de los negocios o movimientos de un cazador, así que ¿quién era ella para comprender las responsabilidades o noches en vela que iban implícitas con el oficio? El mantenerse alejada de las rutinas de Sean no le parecía una mala opción en aquellos momentos, porque no sabía hasta qué punto necesitaba añadir más desgracias a su triste existencia. Ella solo quería un poco de diversión, paz y silencio, especialmente esto último.
De repente, se descruzó de brazos y avanzó firme hasta la mesa en la que reposaba el teléfono fijo. Antes de levantarlo, la luz nocturna de la calle llamó su atención un segundo, y aún más concretamente un fantasma-alma con chaleco del FBI ensangrentado que rondaban la ventanilla de un enorme Dodge negro en el que parecía no haber nadie. A veces las almas se aferraban a los objetos, así que Bren no le dio importancia ni más atención a aquel moribundo pálido y ensangrentado de unos 40 años, ya que seguramente había muerto cerca o dentro de aquella camioneta.
—Lo sé...pero también comprendo que no soy ninguna prioridad —farfulló sin maldad mientras abría el listín telefónico, jugando con el auricular del teléfono en la mano— Pollo frito y cajún, es lo que nos conviene ahora —coló los dedos en un marcador de rueda para marcar una serie de números y esperó la voz pastosa al otro lado; luego encargó el pollo, unas patatas asadas y media tarta de manzana por consejo del mâitre del Chicken Rollin'. Cuando colgó, Sean seguía con la vista perdida en algún punto del salón, todavía más lejano que unos minutos antes.
—Ya está, comida de camino. Y ahora dejemos una cosa clara...mira Sean, yo no pretendo molestarte o robarte horas de trabajo, pero comer tienes que comer, así que sea lo que sea que ronda esa inquieta cabecita tuya ahora mismo...déjalo de lado, al menos, durante una hora ¿trato? —cuestionó mientras se sentaba en el brazo del enorme sofá de cuero donde reposaba el hombre antes de seguir hablando—. Meg y yo no estamos aburridas, aunque la verdad es que contaba volver, un poco antes, a Boston. Tenemos trabajo, vida y demás cosas...pero eso no es lo que me preocupa ahora mismo, es que por momentos tengo la sensación de que estoy enfermando o algo, que el aire de aquí no termina de sentarme del todo bien. Solo eso, estoy inquieta, no soy yo misma —aseguró tomando aire y aprovechando el momento para enlazar el pelo en una coleta, ya que en aquel sitio siempre hacía un calor raro y pegajoso aunque estuvieran en pleno invierno. Luego rodó los ojos como exasperada, mientras se frotaba las palmas de las manos sobre los muslos. Parecía que Brenna se estaba tragando algo o que sufría un ataque de ansiedad interiormente, completamente al margen del silencio de Sean o de la normalidad de la estancia. Así que finalmente, se decidió a soltárselo al cazador, por mucho que fuera a estropearle la velada con el Valenpig que tan rara la hacía sentir.
—Sean, a ver voy a ser directa por segunda vez y sé que esto te sonará raro, que posiblemente no te hará ninguna gracia o que nos fastidiará un poco mucho el momento precena informal, pero...¿quieres arreglar cuentas con el Más Allá? Porque ahora mismo y ahí, rondándote como una cortina de humo, hay un ser con voz de borrachuzo que me está golpeando el tímpano desde hace unos diez minutos y me está volviendo completamente loca con su melodía estridente...y, lo cierto es que está muy cerca de ti. Demasiado, incluso diría que quiere fundirse contigo. No logro que se muestre todavía, o puede que sea yo que no quiera visionarlo porque me provoca una mala sensación en las tripas, incluso logra marearme por la vibración que emite, pero...hay dos opciones: puedo apartarlo e ignorarlo, o puedo intentar preguntarle qué problema tiene contigo. Yo elegiría lo segundo, porque es un espíritu insistente y bastante altivo, del tipo RH Vengativo....no sé si me entiendes; pero bueno, es tu decisión....
Brenna se masajeó las sienes y alzó la vista a Sean. Por un momento ella creyó que palidecía después de oír sus palabras, pero enseguida cayó en la cuenta de que habría muy pocas cosas que harían tambalear la estabilidad de aquel cazador y, la verdad, dudaba que un fantasma cretino (y posiblemente muerto en alguna cacería, un daño colateral en la lista de Sean) fuera una de ellas. Pero Brenna se equivocaba. Sean podría no comprender por completo la naturaleza de Brenna, pero sí sabía algo sobre espíritus y entes que no llegaban a pasar al otro lado. Y que la chica pudiera ver, o al menor intuir uno pegado a Sean, solo podía significar que tenía relación con él, y dados los hechos acaecidos las últimas horas, solo pudo llegar a una conclusión, la cual pasó a explicar a la chica.
—Vale, pero antes de que le preguntes nada, necesitas saber lo que ocurre —dijo con cierto tono derrotado, porque no tenía intención de contárselo a ella pero ahora parecía necesario—. Están asesinando a cazadores que se alojan aquí, desde hace una semana. Y esta madrugada me han mantenido retenido en la comisaría porque el FBI se ha hecho con el caso y están husmeando a mi alrededor, ya que soy el principal sospechoso —chasqueó la lengua con hastío, rodando los ojos al recordar el rostro del agente Kurter—. Pero te juro que yo no soy el asesino y sea quien sea este, me quiere incriminar a mí. Pero tampoco puedo investigar a mis anchas porque ahí fuera hay un Dodge de los federales monitorizando mis movimientos. Así que, seguramente, el ente que me siga sea uno de los fallecidos que quiera decirme algo, aunque lo veo un poco difícil. Fueron brutalmente asesinados y sus lenguas fueron arrancadas. De ahí que presientas esas malas vibraciones. Cuando encontramos los cadáveres estaban en muy malas condiciones, Brenna. Y mira —se acercó un poco hasta la chica aún sentado en el sofá—, no me gustaría empujarte a que te sintieras peor de lo que ya te sientes, lo cual te digo desde ya que la culpa la tiene la casa porque...bueno, digamos que es especial; pero te agradecería que pudiera sacarle toda la información que puedas a este espíritu, cualquier cosa que me ayude a saber quién es el asesino, quien lo hizo y por qué va tras de mí. Por favor.
Sean alargó una mano y la apoyó en la rodilla de Brenna para darle más ahínco a sus palabras, acompañándolo con una mirada de súplica que pocas veces salpicaba el rostro de Sean. Pero el cazador necesitaba alguna pista, algo que le dijera quien era el responsable. Porque para él, no había más lógica que esa para explicar el origen de ese ente que le provocaba esa desagradable sensación a la chica. A Brenna le castañearon los dientes un segundo por la presión a la que le estaba sometiendo aquella alma, que entre aullidos y sombras se negaba a manifestarse. Dejó caer su mano sobre la de Sean y negó un par de veces con la cabeza, lentamente.
—No se trata de alguien que quiera darte un mensaje, se trata de alguien que quiere hacerte trizas muchacho...—susurró y frunció el entrecejo, luego se puso en pie y caminó hasta la cocina para alejarse de Sean, el ente con demasiada carga violenta y hacerse con una cerveza. Una vez hubo descorchado el botellín, el líquido frío y ambarino que se deslizó hasta su estómago, asentándoselo, pareció aclararle las ideas.
Que el cazador estuviera metido en un caso de homicidio múltiple era lo último que se esperaba, así que se sintió súbitamente estúpida al haberle montado toda aquella pantomima de críos, e incluso el molestarlo con su pequeño-gran problema de identidad, cuando él, con seguridad, estaba siendo vigilado y con la pena capital pendiéndole sobre el cogote. Estaban matando gente a su alrededor , justo allí frente a sus narices, y ella intentaba ignorar todas las señales, incluyendo a toda alma que la molestara con sus habituales problemas antes de cruzar al otro lado mientras jugaba a ser una adolescente en sus primeras vacaciones de primavera. ¿En qué momento se había convertido en una perra nihilista y despreocupada? Esa nunca había sido su tarea, nunca había abandonado a ninguna de esas almas en la estacada...ni siquiera cuando le pedían cumplir las últimas voluntades más bizarras y estrambóticas que se pudiera imaginar un ser humano.
Cuando notó la presencia de Sean flanqueándola a pocos metros, la sensación de ingravidez y mareo la golpearon de nuevo, pero un poco más levemente. Brenna estaba intentando alzar su propio escudo aural con mucho ahínco, tal y como había aprendido desde cría. Dio otro largo trago a la cerveza mientras se decidía a no seguir indagando sobre el fantasma que subía los decibelios de sus psicofonías en torno al cazador, ya que no parecía querer colaborar con ella en lo de hablar pausadamente.
—¿Tienes alguna foto de esos muertos mutilados? ¿Algo suyo? Solo así podrán localizarme y localizarlos. Si no han cruzado ya, es probable que estén perdidos en la oscuridad entre planos...ya sabes, soy un faro para las almas, pero solo cuando ellos deciden que quieren dejar de estar ciegos...—comentó mirando sobre el hombro al cazador— Confío en ti, así que sí, te ayudaré a sacarle lo poco que sepan, pero luego terminarás esa frase de "Es esta casa que...." ¿de acuerdo? —De acuerdo —afirmó Sean con un movimiento de cabeza.
Cuando Brenna abandonó el salón superada por algún tipo de sensación ante su sola presencia, Sean se sintió mal. Realmente mal. Debía de recordarse que Brenna no era como uno de esos cazadores que solo entendían a base de mano firme y palabras bruscas. Debía de recordar que existían seres que aún conservaban un mínimo de inocencia, que no estaban totalmente corrompidos y que debían de ser tratados como tal. Y uno de esos seres era Brenna. Había prometido ayudarla, y hasta en cierto modo quería protegerla, porque tenía ese halo alegre y en su mirada aún existía ese brillo de esperanza por una vida no tan perra como parecía ser.
La buscó y dio con ella en la cocina, tomándose una cerveza. Se plantó a sus espaldas y apoyó ambas manos en sus hombros, para llamar su atención. Eran tan pequeñita en comparación, y tenía tanto poder...
—Pero no quiero que hagas nada que te haga sentir peor, Brenna —le dijo Sean encogiéndose de hombros—. Mira, soy una mierda de anfitrión. Te prometí ayudarte y aquí estamos, pidiéndote ayuda yo a ti y sin haberte echado un cable respecto a tu don. Debería de haber pensado mejor el efecto que tendría este ambiente en ti. Lo siento —meneó la cabeza y soltó un suspiro—. Y no sé, creo que la última víctima aún guardaba sus cosas en una de las habitaciones, pero no estoy seguro. Podemos subir si quieres... Y respecto a fotos, no sé si tengo alguna foto suya en el móvil. Miraré a ver, pero termínate la cerveza y por favor, si quieres parar de hacer esto, dilo. No quiero que creas que debas de hacerlo porque me debas algo, lo cual no es verdad. —¿Cómo crees que resuelvo los casos en Boston? Vivo para ayudar, O'Neill —farfulló aclarándose los sentidos con un leve deje de cabeza, mientras el efecto un tanto narcótico de la cerveza comenzaba a calmarla; luego volvió la vista a Sean— No me haces sentir mal, solo esa cosa que te está robando la energía...ahora puedo entender por qué siempre pareces estar de mal humor y frustrado. No es tu culpa el ser un capullo —intentó bromear mientras ya pasaba por su lado y se dirigía a las escaleras—. Muéstrame la habitación y espero que no esté llena de calcetines sucios y porno barato...
Minutos después, Sean y Brenna hurgaban en la maleta de cuero desgastado de un cazador muerto, buscando algo indeterminado. Una pequeña navaja con las iniciales N.T. le dio la pista a la Parca, ya que al tocarla, enseguida sintió el sabor de un recuerdo con rostro de anciano y el cariño incondicional.
—¿Norbert Taylor era tu abuelo?—preguntó en voz alta mientras la forma de un treinteañero con rostro adusto se dibujaba a su lado y posaba la mano sobre la navaja que sostenía Brenna. Esta alzó los ojos al muchacho y ladeó la cabeza compasiva—. Eres como él, un buen hombre. Y sé que estás molesto y perdido, pero prometo hay paz...—comentó sintió la mirada turbia, oscura y sorprendida de Sean sobre ella, a pocos centímetros. Se alejó del cazador premeditamente, por si volvía a acontecer lo de la última vez que hicieron algo como aquello y caminó hasta la ventana mientras el espíritu la seguía.
Habló entre susurros casi imperceptibles con aquel ente que apenas podía articular nada fuera de sus pensamientos, ya que no le quedaba lengua u ojos para mostrarle el camino, pero logró captar ciertas vibraciones sobre su asesinato. Luego lo tomó de la mano y lo invitó a cruzar, mientras ella dejaba escapar la familiar exhalación liviana y dolorida de cuando un espíritu atravesaba su esternón.
—Es información confusa...—murmuró desde la ventana, lanzándole la navaja a Sean— Solo recordaba la violencia con la que le golpearon la nuca y la fiereza de la asesina. Era una mujer, alguien alto, esbelto, letal y con el pelo largo, sedoso, antinatural y de color rojo vivo, casi centelleante —comentó Brenna detallando cada uno de los momentos que le había permitido revivir el cazador muerto, al mismo tiempo que intentaba distanciarse de la inquietante sensación de ser ella misma la asesinada— Una mujer Sean...¿qué clase de persona disfruta haciéndole eso a otro ser humano? —jadeó como si fuera la primera vez que paladeaba la crueldad humana— ¿Por qué querrían incriminarte en esto? No llego a entenderlo... Sean no pudo evitar estar atento de la escena. El cómo Brenna hablaba con esa calidez al espíritu, el cómo le invitaba a pasar al otro lado a través de ella, aun cuando parecía una sensación del todo desagradable. Cazó la navaja al vuelo y se la quedó mirando mientras Brenna le explicaba lo que había visto el muerto. El físico de su asesina. Una mujer, de pelo rojo y violencia atroz. No le venía nadie a la cabeza con esa descripción.
—No lo sé, Brenna —musitó Sean aun dando vueltas a la navaja en sus manos antes de guardársela en un bolsillo—. Pero sea quien sea esa mujer, no me quiere muerto. Si no, me hubiera atacado como a los otros —admitió mirando a la joven—. Y sin embargo lo que está haciendo es enviarme un mensaje, algo relacionado con esto, con la casa y el hecho de que quiera quitarme de en medio... —chasqueó la lengua y desvió la mirada.
Nunca habían ido de ese modo a por él. Sí había tenido problemas con algún que otro cazador, pero nada que no se resolviera en privado. Pero aquello estaba siendo demasiado público, incluso incluyendo a nada más ni nada menos que los federales. No sabía cómo iba a salir de esa, porque algo le decía que iba a ver más asesinatos y seguirían apuntando hacia él. De pronto, un turbio pensamiento le recorrió la mente y se giró para mirar a Brenna.
—Deberíais de iros. Tu amiga y tú. Mañana mismo —le pidió dando un par de pasos hacia la chica—. Esa asesina volverá a actuar y si sigue su patrón de atacar a miembros de esta casa, vosotras estáis dentro de las posibilidades de convertiros en víctimas, y no me perdonaría que os ocurriera algo por nada del mundo. Siento que os haya hecho venir hasta aquí para iros con las manos vacías, pero creo que no deberíais de arriesgaros a permanecer en un sitio donde vuestra vida corre peligro —afirmó una sola vez con la cabeza y antes de que Brenna protestara o simplemente aceptara su mandato, arqueó las cejas—. Bajemos. Te recuerdo que has pedido la cena y esta 'no cita' se está volviendo muy lúgubre —torció una sonrisa y salió de la habitación, camino de las escaleras. Otra vez todo giraba en torno a aquella monstruosa mansión sureña desgastada. Mientras Brenna le daba vueltas a si aquello se había vuelto una lucha por el hogar tipo "Lo que el viento se llevó", Sean desapareció de su campo visual escaleras abajo, dejándola con la palabra en la boca.
—Y te creerás que obedezco a ciegas tus órdenes...—farfulló Brenna entre dientes, mientras saltaba el último escalón y volvía a la cocina, para proveerse de cerveza.
Cuando regresó al salón, Sean yacía de nuevo sobre el sofá, ahora más pendiente de ella y creyó que un tanto más serio que momentos antes. Dejó el par de cervezas sin abrir sobre la mesa auxiliar a su lado y se dirigió a la ventana mientras vigilaba la llegada del repartidor. Seguidamente se hizo el silencio durante un buen rato, mientras ambos se perdían en sus tribulaciones. Un gran plan para una primera cita: asesinatos, muertos, amenazas, dolor de cabeza y más tensión que en la cuerda de un equilibrista.
—No nos vamos —espetó Brenna, luego de valorar una vez más el riesgo de poner a quien más quería, a su mejor amiga, en el ojo del huracán— No es la primera vez que nos vemos con el agua al cuello Sean. Siempre trato de proteger a Megan, como ella hace conmigo, pero ya la has visto en acción hace unos días...sabe bien cómo defenderse. Y yo, por mi parte, no es por presumir pero estoy un poco blindada al parecer...porque no sería la primera vez que una bala me pasa rozando o una navaja se quiebra contra la pared antes de sesgarme la yugular. Vamos que tengo una flor en el culo —bromeó mientras se acercaba de nuevo al sofá, a tomar asiento al lado del cazador—. Es cierto que no me has ayudado todavía, pero lo harás. Además yo...Megan y yo, no vamos a dejarte solo con este marrón. Porque creo que te crees que puedes con el mundo, pero nunca viene mal la ayuda de un par de...bueno lo que sea seamos mi chica y yo —aseguró con una vaga sonrisa y entonces sonó el timbre— Esa perra esbelta y buenorra no se quedará contigo, quiero decir con tu casa y tu libertad. Mañana intentaré acercarme a los del FBI, para averiguar qué tienen. Falsearé "un poco" mi identidad y seguiré indagando con el Otro Lado...—comentó como si estuviera haciendo una lista mental con todas las posibilidades para ayudar a Sean, mientras rebuscaba en su cartera un billete de 50 $ y se dirigía al hall de El Refugio a recoger la comida.
—Brenna... —la llamó Sean viendo como abandonaba el salón.
Gruñó al sufrir la cabezonería de la chica. Y como no pensaba quedarse con la palabra en la boca, salió detrás de ella alcanzándola en el hall. La agarró del brazo y la giró para encararla.
—No tientes a la suerte —comenzó mirándola con cierta tensión—. Me da igual si en otras ocasiones has conseguido librarte de la muerte, pero lo que está ocurriendo aquí es serio y no quiero cargar con mi conciencia que a Megan o a ti os pase algo. No es tu batalla, Brenna. Es la mía. No te he pedido que te inmiscuyas en ella —frunció el ceño. No se le daba bien eso de aceptar ayuda ajena y podía llegar a ser realmente desagradable en vez de aceptarla y dejarlo estar—. No quiero que pises por la comisaría y mucho menos hables con los del FBI. Si descubren que tienes relación conmigo, te interrogarán también e incluso podrían sacarse de la manga que eres mi cómplice o algo por el estilo. Ahí fuera —apuntó con un dedo hacia la puerta abierta—, hay un agente vigilando quien entra y quién sale. Ya sabrán que te hospedas aquí, así que ni se te ocurra falsear tu identidad o añadiríamos leña al fuego. ¡Y no se te ocurra llevarme la contraria! —exclamó viendo que la chica estaba por replicarle. Entonces, por el rabillo del ojo, encontró a una mujer alta, esbelta, de melena rojiza y tez pálida, mirando a ambos desde la puerta—. ¿Qué? —le espetó poniendo los brazos en jarras.
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La recién llegada llevaba colgada al hombro un petate oscuro donde debía llevar las pocas pertenencias que necesitaba. Lanzó una mirada a Brenna y de nuevo miró a Sean, algo cortada por la discusión que había contemplado sin querer.
—No pretendía interrumpir. Estoy buscando al dueño de este refugio. —Le tienes delante, ¿qué quieres? ¿Una habitación? —Si hay alguna disponible, sí. —Dame un minuto y estoy contigo. ¿Tu nombre? —preguntó Sean de malas maneras. Era un simple trámite. No quería familiares, amigos o conocidos de alguien que tuviera el paso vetado al refugio. —Shannon. Shannon Doyle.
Entonces, Sean se la quedó mirando, y un cambio sustancial tornó su mueca de hosca a sorprendida, y de ahí a dibujar una especie de sonrisa en su rostro cansado.
—¿Shannon? ¿De Dublín? —Si... —admitió un poco a la defensiva la pelirroja, entrecerrando los ojos. —Soy O'Neill. Sean. ¿Te acuerdas? Del barrio.
Shannon dibujó una perfecta 'o' con sus labios, dejó caer el petate al suelo y se acercó hasta Sean para abrazarle, abrazo que fue correspondido por él, aun con cara de no poder creérselo.
—¡Increíble! —exclamó Shannon apartándose del hombre para mirarle de arriba abajo—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Diez años? —Muchos más. Quince como mínimo. —¡Estás genial! Y lo que es más importante, vivo —ladeó la cabeza ante ese matiz y Sean afirmó varias veces. Entonces se percató de que había dejado a Brenna en mitad de una discusión y decidió presentarlas. —Mira Brenna, te presento. Esta es Shannon, una amiga de la infancia. Shannon, esta es Brenna. —Encantada, Brenna —le saludó la pelirroja, extendiendo una mano hacia la joven. Tres cosas odiaba especialmente Brenna: la gente orgullosa, la que traicionaba a los suyos y la cabezota. Básicamente porque ella lo era a niveles peligrosamente alarmantes. Su rostro desencajado y su mirada sin pestañeo alguno mientras Sean le alzaba la voz con aquella autoridad de cazador heroico, podía darle una pista a aquel hombre sobre el tipo de reacción que iba a tener la muchacha. Ella aún mantenía la mano en el picaporte de la puerta e iba a callarlo con su enorme verborrea cínica, cuando visualizó por el rabillo del ojo mucho movimiento al otro lado del umbral y no percibió nada del olor que supone que esperaba: comida.
De repente reparó en que los observaban con sumo interés y un fingido arrepentimiento. El que Sean le riñera delante de otra persona le estaba sentando mal, pero cuando iba a cortarle la bronca con un final "que te den, machoman" entró la pelirroja sin dilación y, no sola, sino que acompañada de una buena fila de almas. A Brenna se le cerró la tráquea y sintió cómo hiperventilaba con ligeros espasmos, así que soltó el picaporte y se situó un poco tras la puerta de entrada, como intentando ocultarse. Con la garganta seca y los ojos vidriosos por la sorpresa, siguió el recorrido que separaba a la tal Shannon de la puerta hasta los brazos de Sean y luego vio su momento reencuentro completamente alejada de aquel hall, en algún plano entre el trance y la realidad. Y es que las vivencias de parte de los asesinados por aquella mujer la asaltaron durante varios segundos, pasando como flashbacks y diapositivas de telefilms macabros por su mente cansada. Aquello le hacía daño y la enfadaba a partes iguales, porque ella no tendría que cargar siempre con el dolor ajeno y mucho menos nadie tendría que regalárselo a sus congéneres. Y encima Sean había despreciado su ayuda como si molestara o fuera a causarle más problemas. Pues que se enterara que el problema lo tenía muy cerca, que lo abrazaba casi como un adolescente ilusionado y que se le estaba poniendo cara de baboso.
Brenna sintió una punzada de malestar en varias partes de su interior, así que frunció el ceño con gravedad. Mientras tanto, el cazador había adoptado una mueca risueña, casi cariñosa y afectiva, hacia la pelirroja, mientras ella parecía mantener algún tipo de teatro de lo absurdo porque lo conocía muy bien. Por inercia, la pequeña Parca comenzó a hacerle gestos bravucones al hombre, a espaldas de la espectacular muñeca irlandesa para indicarle que la soltara inmediatamente. Ella era la causa de sus muertos, ella le estaba cargando al hombro los asesinatos, ella era una perra traidora y peligrosa. Sin embargo Sean la ignoró completamente, ajeno a sus aspavientos, e incluso se la presentó con la mayor de las educaciones.
—Hola Shannon —saludó a la mujer secamente, mientras se mordía la lengua y la rabia se le atoraba en la garganta. No se le había pasado por alto el pequeño detalle en la modulación de su voz cuando ella dijo aquello de "sigues vivo". El rostro de Brenna ya no estaba pálido como cuando la pelirroja había entrado por la puerta, sino que el color le había encendido completamente las mejillas a causa de la bilis que viajaba por su organismo, agriándole el humor. Ni siquiera hizo amago de alzar la mano, simplemente porque le daba repulsión el tocar a alguien que pudiera causar tanto daño a otro ser humano, conscientemente. Si parecía una borde altiva a ojos del mundo, le importaba muy poco en aquel momento.
—No quiero parecer grosera, pero hay más hoteles o casa de huéspedes en la ciudad ¿sabes? Lo sentimos pero este está completamente lleno y además creo que tiene amianto...muy poco salubre...[...] Verás, Sean no te lo ha dicho, pero ahora mismo acabo de ocupar la última de las habitaciones...¿verdad? Seguro que quiere que su amiga de infancia descanse en un bonito lugar, más céntrico y moderno... —gruñó por lo bajo con bastante bordería, mientras clavaba la mirada en el cazador con ahínco. Iba a replicarle más tarde duramente sobre su forma de hablarle y ordenar (momentos antes), cuando se quedaran a solas, porque ella nunca obedecía, pero en aquel preciso instante lo que necesitaba era que entendiera que aquella mujer no era su amiga y que debía deshacerse de ella. YA. ¿Pero qué estaba haciendo? Eso era lo que reproducía a la perfección la mueca con la que Sean miraba a Brenna. Eso y el cabreo que aumentaba por momentos en el cazador. ¿Pero qué se creía esa 'niña'? ¿Qué podía entrar ahí y revolucionar su gallinero? ¿Con qué derecho se creía? Se mordió la lengua —literalmente hablando— y tuvo que coger aire antes de girarse hacia Shannon, quien no había dado importancia a las palabras de Brenna.
—¿Es eso cierto? —le preguntó a Sean haciendo un mohín de pena—. Si es así me voy, vi cerca del puerto un motel con habitaciones libres... —No, no, no —le interrumpió el cazador negando con la cabeza—. No la hagas caso. No...no sabe lo que dice —admitió con una sonrisa cruel en su rostro mirando a Brenna—. Ella lleva aquí una semana y no está al tanto de quien entra y quién sale. Pero ya te digo yo que hay habitaciones libres. Permíteme —se adelantó a coger su petate del suelo, a lo que Shannon emitió un 'oh, gracias'—. Por aquí, te enseñaré la habitación. —De acuerdo —se volvió hacia Brenna—. Encantada de haberte conocido. Espero que nos veamos por aquí —y se despidió con un movimiento de mano, subiendo por las escaleras.
Sean vio como Shannon ascendía la escalera y, con el petate en una mano, se giró hacia Brenna y en voz muy baja y tensa la refunfuñó.
—Tú quédate aquí. Ahora mismo bajo y aclaramos este asunto. ¡Qué te quedes aquí, te he dicho! —la apuntó con un dedo hablando entre dientes antes de girarse y subir las escaleras, pues arriba ya la estaba esperando Shannon.
Apenas pasaron cinco minutos, lo que le llevó enseñar a Shannon su habitación —totalmente alejada de donde dormía Brenna— y prometerse el uno al otro que tenían que ponerse al día. Cuando Sean volvió al salón entró hecho una furia. Por las bolsas que había encima de la mesa, la comida ya había llegado pero a él el hambre se le había quitado de un plumazo.
—¡¿Pero qué cojones te pasa a ti, eh?! —la espetó a Brenna haciendo gala de todo su enfado y malas maneras—. ¿Quién coño te crees para decirle a la gente si puede o no quedarse en esta casa? Joder Brenna, que aquí eres una simple invitada, ¡una invitada! Por la expresión de Sean se había ganado una buena bronca, pero él también tendría lo suyo, pues la había humillado delante de aquella mujer y medio la había tratado de cría caprichosa y adolescente. Estaba acostumbrada a que la minusvaloraran siempre, en la casa familiar siempre había sido la pequeña, un poco la rebelde  y la que siempre estaba a sus cosas, ignorando el mundo, ensimismada con sus muertos acosadores...pero el que el cazador le ordenara como si tuviera algún derecho a ello, la sacaba un poco de quicio. Siempre había lucido un impecable buen humor, tras el cual disimulaba sus miedos y demostraba su enorme talante paciente, pero aquel hombre la estaba colmando a pasos agigantados.
Mientras dejaba las bolsas de comida sobre la mesa, se preguntó a sí misma por qué se estaba metiendo en aquel tremendo embolado por alguien que apenas conocía y que no parecía necesitar su pequeña ayuda, pero sabía cuál era la respuesta: ella nunca abandonaba a sus amigos o a quien se preocupaba por ella. Si es que ese hombre lo hacía, porque en el momento en el que saboreó parte de su furia y el buen rollo que se gastaba con Shannon, parte de su confianza se fueron un poco por el retrete de la decepción. Tal vez no fuera un amigo, tal vez solo fingía ser un buen tipo para resarcirse de sus pecados...y a juzgar por el espíritu que le rondaba incesantemente, Brenna no parecía estar muy equivocada.
—Baja la voz, por favor —pidió mientras daba un par de pasos hacia atrás, ante el avance incriminatorio de su anfitrión. Le dolió ligeramente el tono que él usaba para referirse a ella, pero debía entender que en aquel momento su presencia no significaba absolutamente nada en aquel sitio ni mucho menos para el cazador, que solo la consideraba una molestia —No me creo nada, ni estoy aquí para fastidiarte la existencia joder....pero ¿es que acaso no me has visto hacer el baile de San Vito a su espalda? ¿Piensas que me gusta hacer el payaso todo el rato o qué? Sé que finjo ser tonta y que piensas que me falta un tornillo, pero cuando no me río o hago chistes malos, debes hacerme caso porque el tema es grave. Hace un momento te hacía señas claras para que entendieras que no debes fiarte de esa mujer —espetó señalando con el dedo las escaleras, luego lo apuntó al pecho del cazador�� Ella es quien te está tendiendo toda esta trampa de la que me has hablado, ella ha asesinado a tus amigos, ella tiene un saco de almas caminando a su lado...¡y no miento! ¡Abre los ojos y deja de pensar con la cabeza de abajo, O'Neill! ¿Por qué iba a aparecer de repente en tu puerta? ¿Casualidad? ¿Una entre ochocientos millones o qué? —gruñó con el ceño completamente fruncido por segunda vez en la noche, mientras trataba de no alzar la voz demasiado para que aquella pelirroja no alcanzara a oírlos. —¿Pero qué estás diciendo? —le espetó Sean frunciendo el ceño gravemente, como si a Brenna le hubiera salido una segunda cabeza junto a la otra—. ¿En serio juzgas a la gente por la fila de muertos que le acompañan a sus espaldas? Escúchame bien —colocó los brazos en jarras y se inclinó ligeramente hacia ella. El espacio de ellos apenas superaba el metro y Sean se asemejaba a un muro frente a Brenna—. En el mundo ahí fuera es muy probable que el 99% de la gente con que te cruces estén limpios, porque la mayoría de la gente lleva vidas impecables cuyo mayor pecado es tener pensamientos impuros con otra persona que no sea su pareja. Y hasta ahí llega el drama en sus vidas. Pero aquí dentro, Brenna, aquí dentro las cosas son muy diferentes. Mucho. No habrá persona que no cargue con uno, dos o hasta docenas de cadáveres a sus espaldas y sí, estos espíritus les perseguirán día a día. ¿Te crees que yo sin ir más lejos soy un santo? ¿Que nunca he derramado sangre? Tú misma lo has comprobado antes con ese ente que dices que me sigue y que te revuelve las tripas —se humedeció los labios haciendo una leve pausa antes de continuar—. No sabes nada de Shannon, y yo tampoco, al menos no sé qué ha sido de su vida desde la última vez que nos vimos pero sí, puede que tenga a un saco de almas caminando a su lado pero, ¿y qué? ¿Quién soy yo o tú para juzgarla? ¿Para incriminarla y hacerla responsable de los asesinatos? Además, sería muy estúpido por su parte dejarse ver y, ¡además! que ella no tiene ningún motivo para incriminarme. Ella y yo cuando éramos críos... —pero se detuvo ahí. Soltó un suspiro exasperado y negó con la cabeza—. Da igual, no te tengo por qué dar explicaciones.
Se separó de Brenna y caminó por el salón mirándose los pies pensativo. Estaba tan cabreado que aún sentía ese ardor en su pecho. Una voz en su cabeza, una voz que se parecía demasiado a la de su hermano, le advirtió que rebajara el ritmo de sus emociones, que tal vez a su corazón no le vendría demasiado bien tanta adrenalina bombeando a cien por hora.
—No sé a qué viene tanta preocupación por mí, sinceramente —dijo deteniéndose justo al sofá, sin mirar a Brenna—. Pero no necesito tanta atención. Y mucho menos que intentes poner en peligro tu vida por algo que no te atañe. Tienes tu vida en Boston, ¿no es así? Pues no te la compliques también en Nueva Orleans. No viniste hasta aquí para eso.
—¡Oh grandísimo Sean, gracias por hacerme partícipe de cómo es realmente el mundo y abrirme los ojos! Te mandaré una tarjeta de agradecimiento por tu grandísima sabiduría...esa que nadie te ha pedido —gruñó Brenna luego del discurso demagógico de Sean, realmente molesta por el grandísimo ego que cegaba a aquel hombre—. Sé que no te interesa, pero como a mí también me sale de la neurona lo de ponerme un poco chula y prepotente, cuando me viene en gana y con quien no se lo merece, te diré que he visto más basura humana de la que tú nunca llegarás a catar, por mucho que lo pienses y te creas el rey del mambo sobrenatural. Mientras tú jugabas con esa mujer en tu juventud, haciendo lo que sea que hacías y de lo que "tampoco" quiero explicaciones como me has remarcado, yo aún estaba en pañales, sí...y además empezaba a balbucear. ¿Y, a ver, sabes cuál fue mi primera palabra? ¿No lo adivinas? Pues fue: "Sí". Y la segunda "cruza"...dedicadas a una pobre ama de casa a la que su marido había degollado mientras dormía. Ese es mi primer recuerdo ¿entiendes? Así que NO, no necesito que vengas a darme lecciones sobre los pecados de la gente, sobre cuánta mierda portan o a qué nos dedicamos en vez de ser felices. Y deja que te explique cómo va esto, solo para que no me quede con la palabra dentro y nos quedemos todos tranquilos: esas almas que acompañan a Shannon, más o menos unas cuarenta o cincuenta sin exagerar, me han pasado de forma muy caótica los pocos retazos que les quedan en su ectoplasma, son ecos, y en muchos de ellos está esa...esa...esa "señorita" con un cuchillo —hizo un mohín cruzándose de brazos y negando enérgicamente con la cabeza, como si aún no se creyera que Sean no fuera a creerla luego de lo que había pasado— Tú sigue defendiéndola como el caballero de la brillante armadura que eres, porque cuando aparezcas a mi lado con la lengua cortada, te mandaré a que cruces al Otro Lado a través de alguna Parca de Groenlandia. Valiente estúpido, no te mereces nada de lo que...—murmuró Bren entre dientes, más afectada de lo que nunca se hubiera imaginado por la falta de confianza del cazador.
Sin embargo y tras la subida de decibelios, Brenna se percató de que Sean estaba intentando recuperarse de la mala excitación que le había provocado el momento, mientras reposaba junto al sofá. Entonces y de repente, la muchacha se sintió muy culpable por intentar protegerlo. Seguramente él no necesitaba su ayuda y posiblemente si estaba solo, era porque podía cuidar de sí mismo. Además, aunque era probable que se mereciera toda la mierda que iba a pasarle por proteger a Shannon e insistir en su autocegera, a Brenna la acongojaba pensar en todo el sufrimiento que iba a provocarle toda aquella traición que no se merecía y, también, en el hecho de que ella misma iba a dejarlo en la estacada. Algo que al final y evidentemente no haría, porque lo de cabezota, le venía en los genes Waden.
—No sé a qué viene tanta preocupación por mí, sinceramente. Pero no necesito tanta atención. Y mucho menos que intentes poner en peligro tu vida por algo que no te atañe. Tienes tu vida en Boston, ¿no es así? Pues no te la compliques también en Nueva Orleans. No viniste hasta aquí para eso.
El comentario de Sean la obligó a replegarse un poco más entre sus brazos, como buscando algo de amor propio en sí misma.
—Tienes toda la razón, no puedo ponerme en tus zapatos ni tú en los míos. Y sí, posiblemente deba volver a casa, la ley de "abandonar a la gente en su peor momento" es la que siempre ha regido mi vida —farfulló en voz baja, en un intento de no seguir alterando a Sean, algo que no iba a terminar de conseguir ya que con todo el ardor al que estaba sometido el cazador, el espíritu que lo rondaba y se alimentaba de su energía había emergido, y en aquel preciso momento la miraba con el odio tatuado en medio de una frente completamente etérea y despejada, como si se tratara de una marca de auténtica maldad en aquel ser—. Pero antes de largarme por esa puerta...voy a hacerte un último favor; eso si puedes creer en algo de lo que digo, por supuesto...—espetó entre dientes, con una profunda decepción pintada en sus ojos verdes—. El espíritu que te sigue, ese que te pertenece, se parece mucho a ti ¿sabes? Tiene tus mismos rasgos caídos y masculinos...incluso cada arruga que se te forma en la frente. Y ahora mismo te está aconsejando, porque aún tienes muchas cuentas pendientes con él según entiende, y es como si quisiera guiarte en cada paso que das...—alargó el silencio uno segundo más, mientras se apoyaba en el respaldo de una silla, un tanto inestable por la sensación de ahogo que le causaba aquel fantasma—...ahora dice "cárgatela de una puta vez, mo mhac. Solo es otro monstruo con apariencia de sirena" —murmuró la Parca y cambió la mirada de Sean, a su espíritu casi con desprecio— Que te den cabronazo, vas a pasarte toda la eternidad fuera de mi cotarro. Y veremos qué pasa cuando ya no tengas a quien pegarte para alimentarte...—amenazó la pequeña a aquel viejo irlandés refiriéndose a Sean como si fuera su víctima parasitaria; ya comenzaban a cansarla todos los tipos con apellido O'Neill, empezando por el muerto con sus recriminaciones racistas-misóginas sin sentido y siguiendo por el Superman autosuficiente y vivo, dueño de un ego desmesurado y una casa maldita. Sean permaneció casi hipnotizado mirando algún punto concreto del suelo. Había escuchado a Brenna, ese rapapolvo con el que le habían llovido avisos, recriminaciones y la respuesta que se merecía a su insolencia. Pero la última parte, esa donde le había hablado del espíritu pegado a su ser, le dejó conmocionado. No hubiera sabido quien era realmente hasta que Brenna pronunció en gaélico "mo mhac". Hijo. Es espíritu que tenía pegado era su padre. Fergus O'Neill. Molestándolo, aprovechándose de él hasta cuando estaba muerto. Aquello tenía que ser una pesadilla. Sean no se caracterizaba por ser un quejica o sentir pena de sí mismo, pero en ese momento no pudo evitar pensar que su vida era una maldita maldición, que los que le rodeaban terminaban en problemas y que, para el colmo, tenía aún a Fergus pegado a su alma. Y, de pronto, se echó a reír. Una risa cansada, irónica y del todo burlona. Se reía de su suerte, de su vida y del humor que parecía tener el destino con él. Miró allá donde Brenna parecía advertir a su padre y negó con la cabeza.
—Cómo no, tenías que seguir estando aquí... —se mordió el labio inferior y miró a Brenna—. No escuches a este desgraciado —entrecerró los ojos—. Solo ha servido en su vida para matar y dar palizas. Te lo aseguro —suspiró y se puso en pie dando dos pasos hacia ese espacio vacío donde deducía que estaría su padre—. No tengo derecho a pedirte que te deshagas de él, no después de lo que acaba de pasar —le dijo a Brenna pero sin mirarla.
Un sabor amargo comenzaba a formarse en su boca. Odiaba a Fergus con todo su ser. Era el reflejo interno de sus pesadillas. Recordaba cómo había puesto mucho esfuerzo en no parecerse a él durante todo ese tiempo y, sin embargo, a veces se encontraba a sí mismo cabreado, lleno de furia y soltando mil barbaridades por la boca. Justo como acababa de hacer con Brenna. Se frotó los ojos y cuando miró a Brenna, había algo triste en su rostro.
—No quiero que pase al otro lado. Que se quede conmigo, así será un recuerdo permanente de que no debo ser como él, aunque a veces la naturaleza siga su curso y me empuje a ser el gilipollas que fue él en vida —se dirigió hacia la chica acercándose a ella en un tono mucho más pacífico, más rendido—. Mira, soy imbécil. Ahora que me vas conociendo ya lo sabes. Mi hermano de hecho dice que debería de decir las cosas con más suavidad pero es que no sé cómo decir una verdad dolorosa con menos aplomo. Y la verdad en este caso es que no quiero que te ocurra nada por mi culpa. Que no quiero que salgas herida por ayudarme en algo porque sentiré que es mi responsabilidad y... yo siempre me he encargado de todo el mundo. No es una excusa, simplemente es un hecho. Y no me gusta tener la sensación de que una vida depende de mí, porque suele terminar mal. Quien se acerca a mí de un modo más...personal, termina muerto, Brenna. Y tú puede que estés acostumbrada a lidiar con muertos pero yo no, son un peso en mi conciencia y no me perdonaría que tú salieras dañada.
Y en un gesto impulsivo, sin pensar, Sean finalizó sus palabras alzando una mano para acariciar la mejilla de Brenna con el dorso de sus dedos antes de dejar caer su mano de nuevo a un lado. Brenna no se apartó cuando Sean se mostró cercano, pero apenas reaccionó, un tanto desequilibrada por la energía del espíritu y las palabras del cazador. ¿Cómo se podía ser tan jodidamente bipolar? Tenía un humor de perros, pasaba de cero a cien en menos de un minuto y, tanto podía mostrarse como el peor de los energúmenos, o como el más tierno y arrepentido de los hombres. A la joven la había superado ya hacía un rato toda la situación, así que se dejó caer sobre la silla en la que se apoyaba para pensar con un poco de claridad.
—No tienes que disculparte por ser como eres. Tampoco es tu responsabilidad que los demás se peguen a tu trasero, porque déjame decirte que si te portas bien con alguien, por lo general te devuelven el favor...y no te abandonan cuando estás con el agua al cuello —comentó Brenna mirando al suelo, sintiéndose realmente exhausta de repente—. Y si puede que seas gafe, pero eso como dices no es ninguna excusa para apartar a la gente de tu lado. Que no necesitas ayuda, perfecto...pero que sepas que debes aprender a leer entre líneas con más maestría, porque cuando tu amiguita de ahí arriba ha dicho "sigues vivo", no se alegraba precisamente de ello. Tan solo...bueno, deberías dormir con un ojo abierto. Ese es mi consejo —farfulló y volvió a ponerse de pie, decidida a volver a la habitación y darse un descanso. Trastabilló ligeramente, pero logró mantener la dignidad y la calma antes de hacer una salida cómica a base de rodar por la alfombra de la sala.
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—Y lo de tu padre...no es tan fácil. Él no se irá hasta que solucione sus asuntos. Y esos asuntos son su familia, tú y tu hermano por lo visto. Y no, no te mereces tener a un gilipollas como ese robándote el buen humor a diario, por muy mal que hayas obrado en algún momento de tu pasado. Puedo entender por qué te sientes tan frustrado, pero no que intentes fingir que no eres él y termines pareciéndote más de lo que crees...porque lo de alejarte de las personas que te importan porque puedes hacerles daño, no es más que la peor excusa de cobardes que he oído en mi vida. A la gente que se quiere se la cuida, se vive a su lado y se vigila por su bienestar. Aunque sea a costa de la propia dignidad —comentó Bren, asintiendo mientras alzaba la vista a Sean, que ahora parecía un tanto abatido—. Creo que necesitas pensar en lo que debes hacer, así que si necesitas más información sobre...bueno tu amiga o tal vez que intente hablar con esa cosa que te engendró, solo pídemelo. Yo nunca me niego a ayudar a nadie, es mi gran defecto. Pero eso sí amigo...si en dos días no tengo noticias tuyas, Megan y yo nos volvemos a casa. No vamos a quedarnos donde no nos quieren, y sí, te liberaremos de la ardua tarea de hacernos de niñero —aseguró por lo bajo, en un estado entre la decepción, el hastío y la derrota más absoluta. Porque en el fondo, Brenna se había esperado demasiado de aquella noche, de aquella cena y de aquel hombre, como una apocada adolescente. Y el hecho de que hubiera decepcionado a Brenna le dolió. Y Sean no supo bien porqué le importaba tanto la opinión de aquella chica. O tal vez sí lo sabía pero no quería aceptarlo. Porque no era fácil para él aceptar a nadie en su vida, no después del duro año que había pasado. Tras perder al amor de su vida, se refugió en su familia y tras salir curado de sus heridas, pensó que no tendría que volver a pasar por ello nunca más. Sin embargo, Brenna había aparecido en su vida como un rayo de sol dicharachero, lleno de energía y buen humor; y Sean decidió invitarla a su vida sin saber que Brenna se colaría dando lo mejor de sí misma por él. Y él, en una reacción totalmente inmadura e ilógica, había decidido alzar esos muros que si antes eran de piedra, ahora eran de titanio. Y no tenía derecho alguno de dañar a otra gente por sus propias cicatrices, y mucho menos a Brenna, quien permanecía a escasos pasos de la salida del salón abatida y totalmente dolida.
—Hablaré con Shannon, ¿de acuerdo? Ya sé que si ella es la asesina no me va a admitir que lo ha hecho, y más si viene a por mí pero al menos podré sacar alguna conclusión. Tendré en cuenta lo que me has dicho, te lo prometo.
Cogió las bolsas de la comida que habían pedido y se la tendió a Brenna.
—Toma, seguro que Megan tampoco ha cenado. Siento todo esto. Siento que esta 'no cita' haya salido así y si queréis iros antes de esos dos días, lo comprenderé.
Frunció el ceño e hizo un leve mohín antes de girarse y salir de allí. Se buscó un cigarrillo en alguno de sus bolsillos y cuando salió al porche, se encendió un cigarrillo. Aquel día había sido un día de mierda totalmente. Maldito San Valentín.
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houseofrisingsun · 8 years
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houseofrisingsun · 8 years
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houseofrisingsun · 8 years
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