hostel-qhawaq
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The Condorverse
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  Part-time shaman, part-time barista. I live and work in a hostel that magically switches places at the Andes range. During my free times, I stream.  
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hostel-qhawaq · 1 year ago
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El Viaje
Cóndor había despertado antes del amanecer como era costumbre. Se vistió con los jeans grises que estaban tirados en el suelo al lado de su cama, se puso una camisa gris claro, la cual tuvo que abotonar dos veces por no hacer coincidir los botones con los agujeros y, por encima, una camiseta negra azabache holgada. Antes de bajar por las escaleras al lobby del hostel, se calzó sus botas de nieve con cordones rojos y, finalmente, el poncho azul abierto que solía llevar para todas partes y que aguardaba por su dueño en el respaldo de su silla gamer. Cóndor no era una persona que le gustara mucho la idea de cambiar su armario, y menos su estilo, por lo que si un extraño decidiera abrirlo para chusmear, se toparía con una gran cantidad de prendas con características similares.
Pero sí amaba la variedad en sus ponchos.
Tenía varios a la vista. Algunos estaban colgados en la pared, otros en los barrales de las cortinas y un par tirados sobre una silla que, teóricamente, conservaba en su habitación para cuando alguna de las chicas que quisiera pasar un rato con él y ver a qué estaba jugando en su PC, pudiera sentarse un rato a su lado. La silla era parte de uno de los espacios vacíos que, en la mente de Cóndor, estaban ahí para ser ocupados por cosas que él creía necesitar tarde o temprano a mano. Todo debía estar a mano. “Orden en el desorden”, como le solía explicar a Thaya cuando, a regañadientes, aceptaba que esa, solo esa, parte del hostel, estuviera hecha un caos.
Bajo las escaleras hasta la planta baja, que aún permanecía en la oscuridad y atravesó el lobby del hostel hasta la puerta de entrada. En la mesa de entrada, tomó una pequeña botella y unas hojas. Al abrir la puerta doble, una ventisca congelada golpeó su rostro sin piedad, lo que lo obligó a cerrar momentáneamente sus ojos. Con una sonrisa, cerró la puerta a sus espaldas para comenzar a caminar en medio de la negrura de la noche.
Los únicos sonidos que se oían eran el silbido de los vientos congelados que ascendían por la pendiente y explotaban en un remolino de vientos violentos y el suave crujido de la nieve cediendo ante el paso firme de aquellas botas de nieve con cordones rojos.
Cuando finalmente su paso se detuvo al cabo de largos minutos, Cóndor hizo una pausa para absorber el majestuoso paisaje que tenía enfrente, el cordón de la Ramada yacía ante él con sus quebradas, valles y glaciares. Agudizó su mirada y logró ver en una sombra moviéndose ágilmente y a gran velocidad por los arbustos a kilómetros de distancia.
Suspiró. 
Buscó una roca, se sentó en posición de loto y entrecerró los ojos ligeramente para comenzar a concentrarse en sus ciclos de respiración, que fueron amainando como el viento a su alrededor, el cual pareció entender qué estaba sucediendo y ayudó formando una burbuja climática alrededor de Cóndor, donde solo el silencio reinaba.
A medida que descendían sus pulsaciones, las imágenes con recuerdos de lo que había acontecido en aquel cordón montañoso unos 200 años atrás turbaban su mente. Acudió al entrenamiento de aquella misteriosa mujer que una vez lo salvó a él, y posiblemente, el Kay Pacha de un colapso y logró apaciguar su mente, fluir con el presente y soltar los pensamientos.
Habiendo pasado una hora, se incorporó lentamente, tomó un puñado de hojas de coca de su pequeña chuspa y los sopló al viento recitando una pequeña oración hacia sus adentros:
Pachamama, mamay, 
Amaña khuyay kaychu (Pachamama, madre mía)
Pachamama, mamay, (ya no te sientas así)
Kay jinataqa nanachisuyku (Pachamama, madre mía,)
Pachamama, mamay, (tanto te hemos lastimado.)
Kunan janpiykususqayku (Ahora te curaremos)
Ay, mamita
khuyawayku (te compasión de nosotros)
El tata inti comenzó levemente a aparecer detrás de las montañas y Cóndor sabía que era tiempo de regresar al Q’hawaq, donde Illa Thaya y Achika estarían a punto de despertar. Se giró para tomar el camino por donde había llegado y sintió la calidez del primer rayo de luz abrazando su espalda, por lo menos hasta que una gigantesca sombra cubrió su propia sombra y un frío más gélido que el de la noche tomó de rehén aquel risco.
“¿Tan rápido te marchas, yanacona?”, la voz se clavó como estalactitas en su espalda.
“Kukuchi, no busco problemas…no esta vez.”, Cóndor respondió impávido. Midiendo sus movimientos, sabiendo que estaba en la posición de presa.
“Entrégame a la niña y tal vez te deje vivir tu vida de aberración andante durante un par de siglos más.”
“¿Para qué? ¿Para que la sometas a un ritual obsoleto que solo trae sufrimiento con el objetivo de reemplazar a Sayani? Ella no regresará y lo sabes muy bien.” Cóndor sintió el presionar de la mandíbula de aquel ser que, a cada segundo que pasaba, más ira despertaba
“No eres digno de mencionar su nombre. Ya no.” espetó la bestia entre dientes.
Cóndor se giró para mirarlo a los ojos. Ante él, una enorme figura antropomórfica se elevaba a unos 2 metros de altura. Llevaba un poncho oscuro con capucha, el cual descendía hasta debajo de su cintura en forma triangular. A pesar de ser bípedo, era digitígrado, lo que significaba que solo apoyaba los dedos de las patas traseras y, tal y como los cuadrúpedos, sus tobillos estaban por encima de sus dedos. Detrás de la capucha, solo se veían dos ojos verdes brillantes con pupilas felinas. Los pequeños rayos que se filtraban por sus costados dejaban en evidencia un pelaje ocre con círculos concéntricos pardos alrededor de sus piernas. Detrás suyo, una cola con los mismos colores y círculos se zarandeaba violentamente, arrojando latigazos a diestra y siniestra. El significado de este movimiento logró crispar las plumas de los brazos de Cóndor.
“¿Has dejado tu puesto solo para pedirme esto? Veo que no aprendes, necio achachila. Esa misma negligencia fue la razón por la que tu señora cayó aquel entonces.”, Cóndor no solía perder la calma, pero la actitud de aquel espíritu de la montaña le había traído amargos recuerdos que le habían costado a Cóndor sus poderes, su mejor amigo, su amada y más de 200 años de trabajo interno para poder dejar todo eso de lado.
“¿Qué dices, traidor?”
“Tu suyu no habría caído ante las fuerzas del Supay si hubieras protegido tu columna como se te había ordenado. Eres un necio y un obtuso, Kukuchi, y eso fue lo que le costó la vida a Sayani. Ahora quieres redimirte ante la Pachamama haciendo correr sangre inocente. No eres más que un patético espíritu de montaña atrapado en costumbres anticuadas que llevarán a nuestras comunidades y sus valores a la extinción.” Cóndor sabía que había llegado al límite y no podría comprarse más tiempo, pero si sus planes llegaban a funcionar, podría quitarse el riesgo de que Kukuchi lo aceche tanto a él como a las chicas durante un tiempo. Era particularmente importante que tanto Thaya como Achika no estuvieran en peligro cada vez que descendieran de la montaña a buscar provisiones para el Q’hawaq. Si Cóndor sabía que Kukuchi estaría pendiente cada vez que el hostel se manifestara en alguno de los cerros de la Ramada, no podría quedarse tranquilo, por lo que aquel era el mejor momento para resolver ese problema de raíz.
Con un rugido, la sombra se abalanzó sobre la nieve sin emitir ni un sonido, la capucha del poncho oscuro se retrajo y develó la cabeza de un gato antropomórfico blandiendo afilados colmillos. Una estela de sombras partió los rayos de luz y apareció en el lugar de la trayectoria que las garras de Kikuchi habían tomado en dirección al cuello de Cóndor. 
El impacto dio de pleno en el poncho de Cóndor. Con satisfacción, Kukuchi sonrió pero su expresión se convirtió en sorpresa cuando vio que sus garras habían atravesado el poncho azul, pero Cóndor ya no se encontraba dentro de él. Sin embargo, sus instintos fueron más rápidos, oyó a Cóndor detrás suyo con sus oídos agudizados y en un movimiento rápido, utilizó su largo rabo para meterle una zancadilla que arrojó a la nieve a Cóndor. Acto seguido, se colocó sobre él colocando una garra en su garganta, estrangulándolo.
“Eres una inofensiva chinchilla comparado a lo que solías ser, Kuntur. Parece que hoy te arrancaré algo más que las alas.”
Y, con la misma velocidad con la que lo había detectado a Cóndor, las orejas de Kukuchi se movieron automáticamente y se impulsó en un ágil salto hacia atrás con la rapidez de un felino. Cuando estuvo nuevamente en dos patas, entre sus garras vio clavada una pluma negra. Sangre había comenzado a brotar de la herida.
“Pero qué tenemos aquí…un gatito perdido. Tenía entendido que el Cerro Negro estaba para el norte, ¿qué te trae al otro lado del Colorado, Kukuchi? ¿Acaso ya buscas reemplazarme como nuevo achachila del Alma Negra? Que yo recuerde no pasaron ni 200 años desde que soy la que manda por aquí…”, la voz era femenina, grave e imponía respeto.
Cóndor vio como el risco quedó en sombras cuando otro ser antropomorfo desplegó sus alas negras como el azabache en frente de ambos y descendió planeando delicadamente para posarse en la punta del risco con los brazos cruzados. Más alto que Kukuchi, su porte severo, los accesorios y decoraciones que llevaba en su vestimenta, le daban más jerarquía que Kukuchi.”
“N-no, Wamanyana. Solo presentí una presencia demoníaca y…y decidí echar un vistazo.”
“Kukuchi, tu presencia aquí es un acto de sublevación a nuestra madre. En el último Cabildo de Achachilas, tanto tú como todo el resto de los presentes, oímos que la niña quedaría bajo la protección de Cóndor por voluntad de nuestra madre. Si tus actos llegaran a oídos de Wiracocha, quedarías sometido a un peor castigo que la muerte: el olvido. Sugiero que regreses a tu montaña de inmediato y recapacites en tu actuar.”
“S-sí, señora.”, Kukuchi hincó la rodilla en la nieve a modo de reverencia y desapareció en una nube de sombras.
“Veo que las hojas de coca llegaron a buen puerto. Gracias. Te debo una, Martina.”
Múltiples voces comenzaron a resonar en el aire a destiempo cuando el ave antropomórfica gigante abrió el pico para hablar. Como ecos, las voces comenzaron a unificarse en un segundo y pronto se escuchó una sola voz, nítida, pero que a los oídos de Cóndor provenía de distintas direcciones: “Ya no soy aquella que conocías bajo ese nombre, Kuntur. Lo deberías saber.”
Cóndor sonrió amargamente. “Sí, pero algo en esa mirada aún me recuerda a la Hija del Viento Zonda que tanto nos ayudó durante el conflicto del cruce del General.”
“También deberías saber que la desconfianza de Kukuchi no es del todo injustificada; la niña es de suma importancia para el balance de nuestro mundo, chamán. Tienes bajo tu cuidado a la futura Gran Achachila que restaurará el Ayni cuando nuestra madre la reclame. Tanto él como otros Achachilas cuestionan la decisión de nuestra madre, aunque por temor a las represalias, no lo dejan en evidencia.”
“Lo sé. Solo que aún es pequeña y le falta mucho por aprender. Me parece cruel que alguien así sepa desde tan pequeño que tendrá una responsabilidad tan grande cuando muera y que debe dedicar toda su vida a dicha tarea. ¿Acaso no crees que es injusto?”
“Los designios de…” Wamanya vio los ojos llorosos de Cóndor y detuvo lo que iba a decir. Se quedó callada durante unos instantes y lentamente cubrió su cuerpo con sus gigantescas alas. Al abrirlas, una mujer morena de 1,60 mts vestida con los mismos accesorios de aquella gigantesca ave, se presentó ante él. Su pelo se encontraba trenzado, sus ojos eran igual de regios, pero esta vez comunicaban compasión.”
“Cuando aún era mortal y era quien conocías, estaba muy perdida. Pensé que tenía que cumplir con mis designios familiares y convertirme en cacique de los huarpes, como mi padre, sin embargo terminé vagando por el mundo como una bandolera fuera de la ley. Pero si hay algo que siempre hice, fue escuchar al viento. El viento me llevó a conocer al General y ofrecerle mis servicios. Si no hubiera hecho eso, jamás los hubiera conocido a ustedes 3, que tanto me enseñaron sobre la tierra y nuestro rol como hijos de ella. A pesar de eso, no podría haber continuado estando con ustedes porque vivíamos en dos mundos separados. Tampoco lo habría querido. El viento me seguía susurrando y debía seguir mi corazón. Cuando nos despedimos por última vez, yo ya no era la mujer rebelde que habías conocido. Tenía un propósito. Pero si no me hubiera cruzado contigo, probablemente ese propósito jamás habría existido. Cuando finalmente morí, sentí algo liberador dentro mío, porque había seguido el camino que sentía que debía seguir. El camino del viento. A lo que voy es, el llamado que tendrá esa niña se manifestará tarde o temprano, y tú no podrás estar con ella toda su vida, no obstante, lo que sí puedes ofrecerle es tu sabiduría y herramientas para que, cuando tenga que seguir su propio viento, pueda vivir su vida a pleno, hasta el momento que regrese a la montaña y despierte como nuestra líder.”
Cóndor, que había estado escuchando mirando hacia la nieve, alzó su rostro con una sonrisa triste.
“Gracias, Martina. Te extrañé estos últimos 200 años.”
“Y yo a ti, amigo alado. Ahora ve.”
Cuando Cóndor estaba a unos pasos de la Achachila, esta le gritó: “Ah, Cóndor. Una última cosa.”. Cóndor se giró y notó una sonrisa pícara en el rostro de la mujer. “Algo me dice que la semana que viene estarás por la Patagonia. Por favor, no seas aburrido y lleva a la niña a pasear. No todo tiene que ser un interminable aprendizaje de nombres de arbustos, árboles, insectos y líquenes, señor chamán. ¡Estoy segura que también te servirá a ti para relajarte un poco!”
Cóndor la vio dar unos pasos hacia atrás y arrojarse hacia el precipicio con toda la naturalidad de un ser que es uno con la montaña. Al cabo de unos segundos, vio a un gigantesco carancho andino planear por las quebradas y perderse entre las nubes.
“Engreída.” Cóndor sonrió para sus adentros, recordando que él mismo le había enseñado aquella despedida espectacular 200 años atrás.
Al regresar al hostel de montaña, ya había amanecido. El sol atravesaba los gigantescos ventanales de la entrada y bañaba el lobby del Q’hawaq con una dulce calidez. De unas escaleras que llevaban a un semipiso bajaban dos mujeres: una mayor, alta y corpulenta llamada Illa Thaya y la menor, bajita y delgada, una preadolescente llamada Achika, bajando por las escaleras que llevaban a sus habitaciones con cara de dormidas y bostezando.
“¿Recién llegás? ¿Todo bien?”, le preguntó con una tonada mezclada entre el acento de Cóndor y el propio de Oruro.
“Sí, me encontré con unos amigos.”
“¿Amigos?” Achika señalaba con un dedo el agujero en el poncho.”
“Ah, ¿esto? Sí, bueno, a veces a tus amigos les cuesta dejar el pasado, jaja.”
Mirándolo seriamente, Thaya preguntó: “¿En serio está todo bien?”.
“Sí, perdón por preocuparlas. Ya me aseguré de que no nos fastidiara durante algunos años.”. Cóndor era una persona muy transparente y fiel a sus emociones. Era muy difícil para él mentir, por más que no quisiera preocupar a sus amados. Les sonrió tranquilamente mientras se quitaba el poncho y se colocaba su delantal de barista oficial del Q’hawaq. Bueno, el único barista que aquel albergue de montaña tenía, a decir verdad.
“¿Cómo quieren el café hoy? Si mal no recuerdo nos quedan algunos granos de Huila, ¿cierto?”
“¡A mí hazme un latte con caramelo!” Dijo con entusiasmo Achika.
“Un Ristretto para mí.”, dijo Thaya aún con cara de preocupada.
“¡Marchando!”.
Luego de un desayuno que contó con unos exquisitos platos de repostería boliviana como gaznates dulces, porciones de queques marmolados, churros y alfajores bolivianos, los 3 se levantaron, las chicas lavaron los platos y Cóndor los utensilios y el equipo de café.
Al cabo de unos minutos, Achika y Cóndor se reunieron en el lobby, pero esta vez preparados para salir a caminar por la montaña. Cóndor llevaba un poncho ecuatoriano con una celeste con rayas blancas y Achika su clásico sweater índigo con pollera negra. Cóndor notó que Achika estaba un poco decaída. Aún preadolescente, a veces le sucedía. En especial cuando extrañaba la vida de su comunidad a pies del volcán Illimani, a unos kilómetros de La Paz, Bolivia. La vida allí era muy tranquila y llevadera y cada quien en el ayllu tenía su rol bien marcado. Sin embargo, el destino de Achika había sido muy distinto que el de sus compañeros de clase. A sus 12 años le había caído un rayo en la cabeza, lo cual por más extraño que suene, es algo frecuente estando en el altiplano. Si bien este hito en su vida la había dejado completamente ciega y con una cicatriz profunda en la cara que parecía un árbol quemado cuyas ramas se extendían por sobre la mejilla izquierda, también le había despertado extraños poderes que la llevaron en una aventura dramática y peligrosa donde conoció a Cóndor e Illa Thaya. Como toda persona elegida por el rayo para ser amauta, una sabia con diversidad de conocimientos de sanación espiritual, se entrenaba bajo el ala de Cóndor y la protección de Thaya.
“¿Llevas las empanadas de viento?”, Cóndor preguntó.
“Cóndor, no estamos en Ecuador. Aquí en Argentina se llaman empanadas de queso.”, respondió con un tono irritado.
“Viento, queso. Da igual. Todos son elementos de la naturaleza al fin y al cabo.”
“¿Qué?”, preguntó desconcertada.
“Jajaja, nada. Te estoy molestando. Yo llevo el api, así que ya tenemos bebida para la merienda. ¿Y tu tari?”
“Aquí conmigo.” abrió su morral para mostrarle un pedazo de tela ceremonial de colores llamativos plegada prolijamente.
“Perfecto. Yo llevo las hojas de coca y lo demás. Vamos entonces.”
“¿Qué me enseñarás hoy?”
“Ya verás…”
Cóndor y Achika caminaron largos kilómetros por un sendero que se abría mágicamente ante sus pies. Achika estaba acostumbrada a ver la nieve aplanarse mágicamente, los arbustos correrse, las ramas acomodarse y los senderos formarse cuando caminaba junto a Cóndor. Él era como una parte de la montaña y, si bien ya no era un Achachila, un espíritu de la montaña, sabía cómo conectarse con la tierra, la roca, las plantas, el viento y todo aquello que lo rodeaba. Achika aún desconocía estas formas, pero lo que el rayo le había quitado en visión, se lo había dado en percepción de energías, del samay de todas las cosas. Por eso, cada vez que estaba en medio de la naturaleza, no necesitaba de ningún tipo de ayuda para caminar.
Luego de unas horas de caminata, llegaron a un punto del Cerro Almanegra desde donde se veía toda la cadena montañosa de la Ramada. En esa pequeña explanada, había una caseta erigida de piedra con detalles en madera que se encontraba oculta al ojo humano. Desde esa altura, Achika notó como varios hilos de energía vital surcaban los cielos en dirección a las otras gigantescas montañas que componían la cadena.
“¿Qué es eso? ¡Emana una energía increíble!” preguntó entusiasmada.
“Este es el cabezal del Alma Negra. Aquí se conecta la montaña con los otros seismiles de la Ramada y permanecen comunicadas. Los chamanes que trabajan en las comunidades de alrededor, vienen aquí a challar, a dejar sus tributos y oraciones a la montaña para pedir prosperidad, cuidado de los cultivos o, lo que eventualmente vendrás a hacer tú, a pagar respeto en tu camino como amauta.”
Achika se acercó a la estructura y tanteó con sus dedos la fineza del tallado de la piedra, lo sutil de los caminos de las vetas de la madera. No tenía tantos años de vida, pero podía reconocer cuándo un trabajo estaba hecho a la perfección. 
“¿Qué hay dentro?”, preguntó Achika con tranquilidad.
“Ahora verás. Primero pásame tu tari.”
Achika sacó delicadamente un mantel de tela. Este paño ritual, o “tari” en lengua aymara, estaba finamente trabajado en lana de llama. Tenía guardas aymaras que lo atravesaban en las esquinas y una mezcla de colores que evocaban el lugar en el cual estaba inspirado: el Cerro de los Siete Colores de Purmamarca.
Cóndor, en cambio, le entregó unas hojas de coca con una pequeña llipta, una piedrita de cal. Achika, sabiendo que era hora de chacchar, de mascar coca para evitar el apunamiento y comenzar el ritual, cortó la parte inferior de las hojas, las dobló y se las introdujo entre la mejilla y la mandíbula.
Cóndor hizo lo propio sin necesidad de la llipta y comenzó a armar la ofrenda en el mantel dentro del pequeño santuario, a la cual le agregó una empanada, una pequeña botella de aguardiente, café en granos, una pequeña casa de madera con forma del hostel Qhawaq y, finalmente, se quitó su aro de la oreja izquierda y lo colocó en el centro de la mesa.
Luego cerró los ojos y comenzó a recitar una plegaria a la madre tierra que Achika sintió como una vibración que venía desde los pies y le infundía una energía única que había sentido pocas veces. A través de su visión, sintió nubes cubriendo todo y vio una gran batalla ocurriendo en las faldas de la montaña al mismo tiempo que un ejército atravesaba el valle. En el medio de la refriega en una de las montañas, notó la energía de Cóndor, otra muy gentil y una última confundida, pero que le recordó a la vibración que emitía el cerro en el que se encontraba.
“Resabios de otra época. Cuando seas más grande te contaré.”, le dijo Cóndor con tranquilidad.
Luego, Achika sintió perturbaciones en el viento, como si fuera cortado una y otra vez por objetos como…alas gigantes.
“Kukuri”, dijo Cóndor con una sonrisa. “Tan…ridículamente apuesto como siempre.”
El hombre alado estaba vestido con un traje blanco con detalles negros. Sus alas eran igual de blancas y tenían pequeñas porciones negras que las hacían asemejar a las alas de un Cóndor, pero como si las hubieran dotado de más belleza.
“Gracias, Kuntur. Me alegra saber que estás bien. Pareciera como si hubiese sido ayer que nos vimos.”, girando para la niña, “Ah, la gran promesa del Aconcagüa. Bienvenida.”
Achika sonrió sonrojada y se escondió detrás del poncho de Cóndor.
“Tengo entendido que tienes algo para nosotros.”, preguntó Cóndor con una sonrisa pícara.
“Así es. Les traje equipo de nieve, de campamento y de skii por órdenes de nuestra señora Wamanyana. Dijo que el Q’hawaq aparecería en la Patagonia y se tomarían un receso de sus actividades chamanísticas.”
“¡¿Vacaciones?! ¡No me dijiste nada!” Entusiasmada, Achika salió detrás de Cóndor casi dando saltos de alegría.
Cóndor y Kukuri se echaron a reír.
“Es hora de que te tomes unas merecidas vacaciones, pequeña. Por unas semanas vamos a descansar y a disfrutar de la nieve. ¡Empezando, mañana mismo!”
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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¡Me di cuenta que no había compartido el manga en español! Acá va.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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Cóndor - Orígenes - Capítulo 4 (Final)
Hacía un frío terrible, el aire gélido congelaba los pulmones de Dante y enterraba cada paso en la nieve pensando que todo había llegado a su final. Todo, incluso su vida. Lo rodeaba un mar interminable de nieve, no había ni principio ni final, estaba completamente perdido, y a punto de sucumbir ante el frío. Un último escalofrío de pánico recorrió su espina dorsal; quiso gritar, pero sentía una opresión en el pecho. Entonces, una voz apareció de la nada y comenzó a perseguirlo, una voz salvaje que gritaba incoherencias se acercaba por su espalda, aunque parecía no haber nadie más, hasta que en un parpadeo aquella voz gritó su nombre frente a él. Era una bestia de varios metros de altura con plumaje negro, alas gruesas y un prominente pico. Una punzada de horror penetró el cuerpo de Dante, y desde ahí no recuerda nada más.
─¡DANTEEEEEEE! ─escuchó como gritaba una voz familiar.
Abrió los ojos, todo su cuerpo hasta la raíz de su cabello estaba cubierto de sudor. Había tenido una pesadilla. Fausto sostenía una camisa con la que secaba el cuello y la frente de su hermano, estaba asustado porque nunca lo había visto hiperventilar y moverse tan erráticamente dentro de un sueño. Ninguno de los dos sabía si la humedad del rostro de Dante era únicamente sudor o si había soltado algunas lágrimas.
─Dante, ─intentó tranquilizarlo─ estás bien, estoy aquí.
Al hermano mayor le tomó varios segundos quitarse de la mente la imagen de esa ave negra y enorme que lo llamaba. Se sentía como si la hubiera visto por primera vez, no solo porque no había visto nunca esa especie que parecía casi ficticia, sino porque nunca había sido más que una sombra en sus recuerdos. Pero ahora que ya podía visualizarla le parecía aterradora. Se sentó luego de unos momentos y se incorporó en la realidad.
─¿Qué soñaste?
─Vi un ave enorme.
─¿Un ave otra vez? ¿La misma de siempre?
─Eso creo.
─¿Y qué pasó? ¿Te hizo algo? ¿Te atacó?
─No. No pasó nada, solo me estaba llamando, pero sentí como si algo horrible hubiese ocurrido.
Fausto se quedó en silencio asintiendo con la cabeza. Siempre le intrigaron los sueños de su hermano, más las otras particularidades que lo caracterizaban. Dante vio su rostro preocupado, también la cicatriz sobre su frente, aquella por la que comenzó ese largo viaje que los llevó tan lejos de casa. Ya habían perdido la cuenta de los días que llevaban en el mar, quizá eran dos semanas, y ya se habían acostumbrado al son del barco.
─¿Qué tal si subimos y tomamos algo de aire fresco? Estás bañado en sudor. Toma ─Fausto le extendió una botella de agua─, bebe un poco.
En lo que subían a la cubierta se encontraron con Ernesto, uno de los hombres más desagradables que Dante ha visto en su vida y que también había salido de prisión. Le gustaba burlarse de los demás, salvo de los que eran más grandes que él. Los saludó con evidente intención de provocarlos, pero lo ignoraron.
─¿La princesa durmió mal? ─insistió con su voz ronca y aguda.
─¿Qué tal si cierras la boca? ─contestó Fausto parándose frente a él─, tu aliento de mierda huele hasta aquí.
Ernesto se plantó frente a él a centímetros de su nariz, pero antes de que pudiesen comenzar a pelear llegó el capitán Pizarro.
─¡Caballeros! Es muy temprano para peleas. Sepárense.
Ninguno de los dos apartó la mirada del otro, hasta que Dante jaló levemente a Fausto por el brazo. Este cedió y se dio la vuelta.
─Aborrezco a ese animal ─masculló Fausto.
─Déjalo ir. Deja que esa emoción te traspase.
─Lo voy a traspasar yo a él un día con un...
Se detuvo y suspiró. Su hermano comprendió lo que iba a decir.
─Respira. Está bien.
De alguna manera terminó él consolándolo, tal como cuando eran pequeños, y a pesar de que ahora el menor fuera el más alto y más fuerte. Fausto cambió de tema y le preguntó por su sueño, pero Dante no le dijo nada nuevo, incluso él estaba desconcertado por la sencillez del sueño.
─A veces así son ─intentó explicar─ las pesadillas, ¿no? No es lo que ves, sino lo que sientes.
De repente un grito llamó la atención de todos. Alguien en la proa divisó la tierra firme. Todos se acercaron para observar. En la distancia aquella montaña parecía tener apenas un dedo de grosor. Pizarro comenzó a reír y a felicitar al hombre que vio la tierra antes que él, no había un solo día en que el capitán no mostrara una gran reserva de energía, siempre estaba hablando, comiendo o simplemente inquieto. Dante sintió una gran emoción, por un momento se olvidó incluso del sueño, pues por fin estarían en tierras nuevas y frente a nuevas oportunidades.
Llegaron a tierra firme. Era realmente un nuevo mundo para ellos, el aire olía diferente, incluso la luz del sol se veía diferente. Dante se sintió tan maravillado de cada detalle. Conforme avanzaban vio a hombres de su misma tierra, pero más le impresionó la gente de tez oscura con rasgos faciales diferentes, ropas distintas, y ese lenguaje que no entendía. Solo caminaron de extremo a extremo por la costa, pues Pizarro estaba esperaba la llegada de algún viejo amigo.
─¡Diego! ─exclamó al acercarse aquel hombre─ ¡mi buen amigo, qué alegría verte!
El señor De Almagro era un tipo más reservado, se veía incluso más maduro, pero correspondió al saludo del capitán. Comenzaron a hablar de trivialidades sobre la señora de Diego, ya que había hecho una familia en esas tierras.
─¿Te sientes mejor? ─preguntó Fausto aburrido de esa cháchara personal.
Dante recordó que se refería al sueño y contestó afirmativamente. Él ansiaba pasear por esa tierra, hablar con la gente aunque no les entendiera nada, probar sus comidas, ver más paisajes, o incluso perderse en algún bosque. Sin embargo, fue una visita bastante corta. Llenaron los barcos de provisiones y volvieron a partir con nuevos hombres abordo ese mismo día, y esta vez no viajarían con el capitán. Despedirse le causó tristeza, pero aún conservaba la emoción de la expectativa.
─Nunca estoy preparado para despedirme ─confesó Dante.
Ya era de noche, algunos hombres dormían, pero sabía que su hermano estaba despierto.
─¿Por qué lo dices? ¿Extrañas a Lizzie?
─No. Bueno, sí, también. Todas las personas que se han ido la mayoría de las veces ni siquiera pude decirles adiós, pero aún si así fuera, nunca estoy realmente listo para dejar ir.
─Quizá nadie lo está.
─Quizá.
Fausto creyó que hablaba ahora de Trisha, pero Dante hablaba de todo al mismo tiempo. Se refería a dejar esa tierra fascinante, a su Sevilla, y a las personas que lo han marcado con su ausencia. De las cuatro embarcaciones ellos se estaban quedando atrás, pero todo parecía marchar relativamente bien. No obstante, una noche uno de los hombres comenzó a llamar la atención de todos, anunciaba con tono de alarma que algo andaba mal. Nadie le prestó atención al principio, no era el primer hombre que deliraba por la fiebre o por alguna enfermedad mental, pero entonces el agua comenzó a llenar el barco.
─¡Está entrando agua, se está hundiendo el barco!
Todos los hombres se espabilaron y comenzaron a buscar por dónde estaba entrando el agua. “Es por la parte trasera” dijo uno, pero ya el barco estaba empinado hacia atrás y no había forma de encontrar qué los estaba hundiendo.
─Todos a la cubierta ─ordenó uno de ellos.
Había hombres en la cubierta, pero los que aún dormían, como Dante y Fausto, tuvieron que pelearse con los demás para subir corriendo por las escaleras. Había casi una centena de hombres en esa embarcación. Algunos se golpeaban y se empujaban, ya que el capitán del barco no era Pizarro sino un tal Moya nadie le hacía caso cuando se armaban las peleas. La luz de la luna los alumbraba lo suficiente como para ver el paisaje más escalofriante que hayan visto: una eterna negrura, no había nada más que agua helada y oscuridad.
Dante vio a su hermano, que estaba más preocupado por los hombres a su alrededor. Empujó a algunos cuantos para hacerse paso e intercambió insultos con otros tantos, pero consiguió llegar a proa con su hermano. Algunos hombres estaban más preocupados por pelear que por salvarse, Dante pensó que quizá el miedo los ponía violentos. El capitán Moya dijo algunas palabras para calmarlos, pero nadie lo escuchó. El barco poco a poco se hundía y tampoco se divisaba a los otros barcos.
─Fausto...
─No digas nada.
─Vamos a estar bien.
Fausto vio a su hermano mayor, tenía cara de que decía la verdad, aunque no tuviera idea de cómo sobrevivirían. Algunos hombres comenzaron a lanzarse al agua e intentaban nadar hacia el norte, pero al poco tiempo se los tragaba el agua. La marea era violenta esa noche de luna llena, las olas no parecían tan grandes estando a babor, pero cuando los hombres se lanzaban parecían un grano de arroz a la deriva. El agua llenó el barco hasta que tuvieron que agarrarse del mástil y de la borda para no caer por la inclinación.
Dante veía todo pasar frente a sus ojos como si no comprendiera la gravedad del asunto. No había nada que hacer, no había ni botes, solo algún salvavidas por el que unos hombres comenzaron a pelear. Intercambiaron puñaladas matándose por el salvavidas. El capitán veía hacia el frente, hacia la nada en la punta del barco, quizá imaginaba cómo se hundía con él ese sueño de encontrar las riquezas en Birú. Dante permanecía en shock.
─Qué final tan patético ─se quejó Fausto.
Su hermano quiso contradecirlo, pero tenía razón. Pensó que quizá Lizzie se preocuparía porque no le habían enviado ninguna carta, podría incluso molestarse, o quizá se enteraría de la noticia del naufragio y se sentiría devastada. También recordó el rostro de Trisha, había un alivio en la espera de la muerte porque tal vez se encontraría con ella en algún cielo si existía. Los hombres comenzaron a gritar, el barco tomó una inclinación de noventa grados. De los pocos hombres que se agarraron de la borda solo algunos lograban sostenerse. El agua se tragó el mástil y con él a la mitad de los hombres en el barco. Las olas los alcanzaban, el corazón de Dante comenzó a latir con más fuerza, hubiese querido evitar su muerte o al menos la de su hermanito.
─Te quiero, hermano ─dijo el mayor.
─Yo también te quiero, Dante.
Fausto pensaba que había desperdiciado su vida, esto lo mortificaba enormemente. Dante, por su parte, se sintió culpable porque la idea de ir al Nuevo Mundo había sido suya. Quiso disculparse, pero ya no tenía caso, y entonces el agua los arropó a todos con su fuerza descomunal. Tomó la mano de su hermano bajo el agua, aún a punto de ahogarse quiso encontrar una solución, pero no podían pelear contra el capricho del mar, así que simplemente se dejaron morir. El agua era helada, todo se tornó negro, sin luna ni estrellas.
Los cuerpos de los hermanos terminaron en la costa luego del naufragio. Fueron los únicos hallados con vida. Dante despertó vomitando agua, también tosió el agua que tenía en los pulmones y se sintió como si hubiera muerto y regresado a la vida. Estaba desorientado, no recordaba nada de lo que había ocurrido. Se frotó los ojos y vio caras desconocidas, lo veían fijamente como si él fuera el extraño. Entonces las imágenes del barco hundiéndose y del agua tragándolos vinieron a su mente.
─¿Fausto? ¿Y Fausto? ¡¿Dónde está mi hermano?!
Un hombre hizo “Shhh, shhh” y dijo algunas palabras para calmarlo, pero Dante no entendió nada de lo que dijo. Señaló a otra habitación separada por una cortina, estaba Fausto inconsciente y con dos mujeres cuidándolo. El mismo hombre volvió a decir cosas que Dante no entendió. Quiso levantarse de la cama, pero estaba extremadamente débil y todo le daba vueltas, como si todavía estuviese en el barco.
─Dice que despertó ─intervino un hombre blanco─ igual que tú, pero hace rato. Estaba tan agotado que se desmayó luego de escupir toda el agua.
Dante comenzó a llorar, no sabía si de alivio, de alegría, o de miedo por haber encarado a la muerte y haber sobrevivido. Sintió que no merecía esa segunda oportunidad, que debían haberla tenido sus padres, o Trisha, o quién sea, pero volvió a ver a su hermano y se alegró de que todo estuviera bien.
─¿Tú eres Dante? ─preguntó el hombre blanco.
El muchacho lo vio sorprendido.
─Cuando él despertó ─explicó─ solo decía ese nombre, se puso un poco violento porque no entendía a la gente de aquí, entonces cuando te vio aquí en la cama de al lado se tranquilizó y se desmayó casi al instante.
─Sí ─contestó Dante luego de asimilar la información─, es mi hermano. Yo soy Dante, y él es Fausto.
El hombre blanco se presentó como Leo, también le presentó a su esposa Qwi y al resto de su familia. Había muchas personas para ser una casa tan pequeña, especialmente en esa habitación. Era una construcción hecha de madera con pilares que sostenían un techo de paja. Dante seguía mareado y todo le daba vueltas, estuvo a punto de vomitar, pero en algún momento se volvió a quedar dormido. Horas más tarde despertó con su hermano al lado de él. También estaban Leo y su esposa.
─Buenos... ¿días? Ya es casi de noche ─bromeó Fausto.
─¿Noche? Dios mío. ¿Cuánto tiempo hemos estado aquí?
─Los encontramos ayer por la mañana ─intervino Leo.
A Dante le dolía todo el cuerpo. El mareo no se le había quitado.
─Todavía siento el vaivén del barco bajo mis piés ─confesó Fausto al verlo desorientado aún.
─Yo también, siento que aún me llevan las olas.
Alguien se asomó por la cortina, un visitante intercambió palabras con Leo en esa lengua ininteligible, y detrás de él apareció un hombre mayor que vestía diferente a los demás. Tenía una corona de plumas y un collar de caparazones, caracoles y algunos colmillos. Saludó a Leo también, pero rápidamente posó su mirada sobre los visitantes, sobre todo en Dante, que al verlo entrecerró los ojos como si hiciera un esfuerzo por reconocer algo que ya conocía. Dante sentía una energía pacífica, pero al mismo tiempo imponente proveniente de ese señor. Se acercó a él y le habló.
─Pregunta que cuál es tu nombre ─tradujo Leo.
─Dante ─aclaró su garganta─, me llamo Dante.
Y el hombre asintió con la cabeza. El joven quiso preguntar su nombre también, pero le dio vergüenza.
─Él es Lurk Pqi, es el chamán del pueblo.
─¿Chamán?
─Sí. Es un hombre, digamos, que tiene capacidades especiales. Es como el sanador del pueblo.
─¿Es un médico o algo así? ─quiso saber Fausto.
─No exactamente. Él es más... cómo lo digo.
La señora a su lado intervino para decirle algo en su lengua y Leo lo tradujo después.
─Sí, exacto, su especialidad es ayudar en los malestares espirituales. Puede sanar enfermedades, conoce todas las plantas medicinales, como también puede comunicarse con los ancestros.
─¿Habla con espíritus? ─preguntó Dante exaltado.
─Sí, pero no te asustes. Aquí tienen creencias un poco diferentes a las nuestras, pero no es nada por lo que debas preocuparte.
Fausto miraba al chamán con cierta incredulidad, pero el hombre veía con atención a Dante. Pronunció algunas palabras en su lengua, pero esta vez Leo no tradujo lo que dijo. El chamán se fue poco después. Le habían pedido a Dante que descansara hasta que recuperara fuerzas. Fausto y él fueron alimentados por las mujeres de la casa, y pasados unos días ya se sentían totalmente recuperados. Un día Dante se acercó a Leo, quería visitar al chamán y hacerle algunas preguntas.
─Tenía razón ─le confesó a Dante antes de entrar a verlo─, él dijo que querrías verlo pronto.
El joven le preguntó sobre sus poderes, sobre cómo funcionaban y cómo ayudaba a la gente con esas habilidades. Sin embargo, Leo tenía que estar presente todo el tiempo para traducir lo que ambos decían. Dante quería hablarle de sus sueños, de la última pesadilla, del incidente con Fausto cuando lo hirieron en la frente y de las personas supuestamente muertas con las que había hablado, pero todo esto le resultaba muy incómodo frente a Leo.
─¿Hay algo más de lo que quieras hablar? ─preguntó el intérprete.
El chamán sabía que Dante tenía una inquietud, pero este se negó a hablarlo por el momento. El joven salió de ahí con un nuevo propósito: aprender la lengua de los indígenas para poder comunicarse con el anciano. Dos años transcurrieron de su naufragio, años en los que Dante aprendió una nueva lengua, a hacer menjurjes y tés medicinales con plantas del territorio, y no solo ayudaba a las personas sino a los animales. Por otro lado, Fausto se aburría cada vez más, a veces comenzaba peleas con algún hombre o se perdía durante horas para entrenar con una lanza como si fuera una espada. Mejoró significativamente su puntería, y se hizo aún más alto y más fuerte. Entonces un día recibieron la noticia de que los barcos de Pizarro habían vuelto a esa costa. Dante no sabía que pensar, pero Fausto se alegró como si su llegada fuese un rescate.
─¡Muchachos! ─exclamó Pizarro cuando aparecieron en la playa─, ¡Pero si son ustedes, vivos y en persona!
Los recibió con alegría y los recordaba perfectamente a pesar de sus cambios físicos. La conversación los llevó al tema del naufragio, ningún hombre había sobrevivido salvo por ellos dos. Para Dante había sido un renacer, nunca había estado tan cerca de la paz espiritual como cuando se integró en ese pueblo indígena, pero Fausto aún tenía la esperanza de volver a navegar, entonces el capitán Pizarro les a ofreció viajar otra vez con él.
─¡Seguro que sí! ─respondió Fausto inmediatamente.
Pero Dante no tenía la misma certeza. Su hermano ya estaba listo para subirse a bordo, pero él decidió hablar con el chamán para tomar una decisión.
─Creo que tú ya sabes la respuesta ─contestó─, sabes lo que tienes que hacer.
─No tengo idea ─replicó─ de qué es lo que debería hacer, siento que hay una parte de mí que no quiere ir a esas tierras.
─¿Por qué no?
─Hay algo que me llama ─pensó durante unos instantes antes de continuar─, no es el oro, ni siquiera es la aventura, es como si alguien esperara por mí, pero como si algo malo fuera a pasar.
─Yo también creo que debes ir. Hay algo en tu destino a lo que le temes, pero no debes luchar contra ello.
─Es que ni siquiera sé a qué le temo.
─Le has temido a tus sueños que te han dado respuestas, a tus manos que han sanado heridas, y a tus sentidos que han aprendido a ver más que con los ojos. Aquello a lo que le temas es una prueba para tu espíritu.
─¿Y si no es lo que deseo? ¿Y si quiero quedarme aquí?
─Si deseas quedarte aquí y dejar ir a tu hermano, entonces hazlo.
Muy en su interior Dante ya sabía la respuesta. La comodidad del pueblo lo había adormecido, pero desde que oyó por primera vez la frase "Nuevo Mundo" en boca de su antiguo mentor supo que debía descubrir algo en aquellas tierras misteriosas, llenas de riquezas materiales y espirituales. Fausto había dado por sentado que debía despedirse de su hermano, pero lo sorprendió cuando le dijo que lo acompañaría.
─¿Estás seguro?
─Sí. Creo que mi propósito desde el inicio ha sido llegar a ese destino.
─¡Vaya que sí! ─exclamó Fausto con exaltación─, montañas de oro y de plata, tendremos suficiente para vivir el resto de nuestras vidas. Que se pudra Sevilla.
─Ahí sigue Lizzie, ¿recuerdas?
─Qué más da. Tendremos hasta para darle a Lizzie también.
Los hermanos se subieron al barco, Fausto desbordaba emoción e incluso se encontró con algunos conocidos de la prisión. Se amistó con ellos rápidamente, Dante se dio cuenta de que a Fausto le hizo mucha falta interactuar con gente semejante. Solo él había se había sentido a gusto en el pueblo esos dos años, no había esperado despedirse, pero su hermano no había dejado de esperar un rescate. Las charlas vulgares y los juegos rústicos donde los hombres peleaban y apostaban no le sentaban a Dante. A veces su hermano intervenía cuando alguno que otro bribón intentaba retarlo a pelear, pero cada vez se aislaban más el uno del otro. Era un ambiente casi familiar, pero todavía hostil.
Finalmente llegaron a las tierras de Birú, habían oído los rumores de las riquezas inconmensurables, pero también de una cierta resistencia hacia los españoles. En los últimos años había reinado el emperador Huáscar, al menos hasta que su hermano Atahualpa tomó su lugar por la fuerza. Los rumores de la guerra civil a raíz de la disputa entre los hermanos llegaron a los oídos de los españoles. Dante se enteró de que irían al encuentro con ese tal Atahualpa, ya que su hermano Huáscar estaba preso, así que Pizarro planeaba hacer negociaciones con él, pero el capitán también era un estratega habilidoso.
Al momento del encuentro estuvo presente un intérprete que medió las palabras entre el capitán y el ahora emperador. Pizarro le ofreció una biblia para cerrar el pacto antes de oír su respuesta:
─Nosotros creemos ─dijo extendiéndole la biblia─ en un Dios todopoderoso, mediante y él en su nombre honraremos nuestra cooperación.
Y el intérprete tradujo sus palabras. El inca tomó esa pila de hojas cosidas, la observó con desconcierto y la tiró al suelo. Exclamó palabras en su lengua indígena y antes de que el intérprete pudiese traducir algo Pizarro dio la orden de ataque. Dante, Fausto y el resto de los hombres oyeron la señal para disparar sus armas desde el escondite en el que estaban, tenían rodeados a los hombres de Atahualpa y cada uno de ellos murió a causa de las pistolas y cañones españoles, todos salvo el emperador que fue aprisionado. Dante vio la masacre y quedó paralizado.
─Será solo una estratagema ─había dicho Pizarro─, solo deben estar atentos a que de la señal en caso de que sea necesario.
Todos dispararon sin pensarlo dos veces, excepto Dante. Él no había pensado que realmente matarían a los nativos. No pudo disparar a matar. De vuelta hacia el campamento todos comenzaron a hablar de que fue el único que no disparó. “El imbécil se quedó petrificado" dijo uno antes de que Fausto saltara a defenderlo. El mayor, cansado de ese día sangriento y agotador, simplemente le dijo a su hermano que no valía la pena pelear.
─¿Ves que es un cobarde? ─le dijo el provocador a Fausto.
Pero esta palabra tocó la fibra sensible del ego de Dante. Sabía que podía simplemente ignorarlo, pero quiso demostrar su valía.
─Te reto a un duelo con espadas.
Todos los hombres alrededor, incluido Fausto, quedaron sorprendidos. Pizarro llegó a calmar la conmoción, pero al ver que Dante había retado a otro sujeto más alto y más fuerte que él a un duelo con espadas, accedió a que hicieran un espectáculo para entretener a los hombres. Fausto intervino para preguntarle si estaba seguro.
─Confía en mí, Fato.
Y los hombres tomaron sus espadas. Dante inspiró, exhaló, y desenvainó el arma. Se hizo consciente cada articulación de su cuerpo, y se lanzó al combate. Su contrincante tenía una fuerza descomunal, tenía el ataque de un vikingo, pero Dante era ágil y veloz. La espada del oponente le rozó la mejilla y por poco le corta el cuello si no se agachaba, pero Dante esquivó los ataques y comenzó a devolverlos también. Pegó un brinco para asestarle un golpe en el yelmo y esto dejó al grandulón atontado. Siguió con los ataques consecutivos, uno tras otro, no le dio más alternativa que echarse hacia atrás y solamente bloquear la ofensiva del joven.
─¡Acaba la pelea! ─gritó alguien.
Y otros más lo imitaron. Dante pudo haber terminado el combate cortando la garganta del oponente, pero lo golpeó en la cabeza una vez más y lo empujó con su propio cuerpo. El hombre cayó al suelo y todos armaron un griterío en apoyo del ganador. Pero, a pesar de las felicitaciones de Fausto, del capitán Pizarro y de los otros hombres, Dante no se sintió mejor consigo mismo.
Al cabo de los días las matanzas seguían, los hombres comenzaron a robar y a abusar de los nativos que no los apoyaban. Aquellos que sí estaban a su favor no lo hacían por amor a los españoles, sino por desprecio y rechazo a Atahualpa. Dante no quería ver más masacres, no pudo unirse a sus compañeros que asesinaban a gente inocente por conquistar una tierra que no les importaba más que por el oro. Pizarro y Atahualpa al tiempo de interactuar mientras el segundo estaba prisionero incluso se hicieron amigos, pero Diego de Almagro mandó órdenes para Pizarro que debían ser cumplidas.
─No tengo más opción ─dijo Francisco─, no puedo evitar tu ejecución.
Atahualpa había mandado a matar a su hermano Huáscar mientras este también estaba encarcelado, y De Almagro alegó que no podrían dejarlo vivo después de sus acciones.
─Ya le hablé sobre la propuesta de oro y de plata, sé que ya habíamos hecho un trato, pero no tengo más opción que llevarlo a cabo.
Y Atahualpa aceptó su destino, fue ejecutado. Dante sintió que a Pizarro le afectó más que al propio Atahualpa. Las tropas se movieron hacia el Cusco, el centro del imperio que debían tomar por la fuerza. Dante intentó convencer a Fausto de escapar, de esconderse, de no seguir matando personas inocentes, pero su hermano lo rechazó de forma cruel.
─¿Eres imbécil, Dante? Hay oro, plata, riquezas, ¿y te preocupas de unos analfabetos? ¡Tenemos la gloria aquí! Somos guerreros y seremos parte de una historia que será recordada para siempre. ¡Deja de lloriquear y agarra tus armas!
Dante quedó petrificado con las palabras de Dante, ¿cómo no se había dado cuenta? Su hermano llevaba todo este tiempo conviviendo con criminales, burlándose de los nativos sacrificados, y siento totalmente indiferente a las masacres y los saqueos. Además, no podían huir, ¿adónde? ¿A que lo mataran los indígenas afectados por la invasión? ¿O para que los encontraran luego y los acusaran de traición? De alguna manera tenía que resistir con la única esperanza de volver a casa, pero ¿cuál, si tampoco tenía un hogar al que volver?
En la toma del Cusco cientos de nativos intentaron pelear, pero las tropas no tuvieron piedad. Dante siguió a su hermano, que peleó fuertemente contra un hombre fornido que parecía haber entrenado para el combate, Fausto parecía disfrutar de la pelea cuerpo a cuerpo donde tenía cierta ventaja, pero cuando se cansó cayó al suelo Dante intervino para defenderlo. Vio a los ojos a aquel hombre indígena, tenía ojos de miedo, y detrás de él se escondían en una pequeña choza una mujer y dos niños.
─Por favor, perdón, perdón ─le rogó Dante cubriendo el cuerpo de su hermano.
El hombre vio al joven cubriendo el cuerpo de su hermano, y no pudo seguir golpeándolo. Vio a su esposa y a sus hijos, y retrodeció lentamente de cara hacia los hermanos para acercarse a su familia. Alrededor aún se escuchaban tiros y gritos de agonía.
─Quítate de en medio ─espetó Fausto.
Se quitó a Dante de encima, desenfundó su pistola y le disparó al hombre. La mujer y los niños gritaron por el padre y esposo caído. Los niños salieron por el cuerpo del hombre, y Dante les disparó también. La mujer dejó salir de su garganta el grito de agonía más espantoso que se haya escuchado jamás, se arrastró hacia el cuerpo de su familia muerta, tomó una piedra del suelo y se la lanzó a Fausto, pero apenas llegó a la punta de sus pies.
Dante no había podido levantarse del suelo, estaba petrificado y consumido por el horror, veía como unas sombras espantosas envolvían en cuerpo de su hermano y se movían a su alrededor, tenían una energía densa y escalofriante. Fausto vio a la mujer y volvió a jalar el gatillo. El sonido del disparo y la salpicadura de sangre hizo reaccionar a Dante. Se levantó del suelo.
─Qué has hecho, Fausto.
Fausto observó a su hermano, tenía lágrimas en los ojos, luego vio nuevamente la matanza que había hecho recién. Dante tomó su arma y apuntó al rostro del menor.
─Dante, lo siento.
Las sombras seguían danzando a través del cuerpo de su hermano, temblaba y parecía querer luchar contra sus impulsos, pero alzó su arma contra Dante y este disparó antes de que Fausto lo hiciera. La bala le dio en la frente, justo en lugar de la cicatriz, y cayó muerto al suelo. Todos los aliados de alrededor se volvieron contra Dante y comenzaron a gritar “traición". Dejó atrás el cuerpo de su hermano y huyó de los perseguidores que disparaban en su dirección. Recibió balazos en un brazo y la cadera, pero tomó un caballo y se dirigió hacia las montañas.
Comenzó a subir una montaña huyendo del sonido de las tropas que lo perseguían. Se cayó del caballo y se lastimó la rodilla, pero siguió a pie. El dolor se hacía más agudo con cada paso, había perdido sangre y se sentía más débil. Sin embargo, el paisaje le resultaba familiar. Instintivamente tomó el camino correcto para encontrar un arroyo donde beber agua y limpiar sus heridas. Siguió andando, todo estaba cubierto de nieve, pero inexplicablemente encontraba caminos con un sendero de tierra libre de nieve, como si alguien hubiera despejado el camino. Cada paso que daba se sentía seguro y estable, a pesar de que caminaba por un barranco. La tierra era sólida, no había piedras en su camino, el pasaje era como una entrada hacia algún lugar misterioso.
Sus heridas le dolían, tenía el brazo y la rodilla inflamados y la herida en su cadera incluso entorpecía más su caminar, pero vio en la cima de la montaña una silueta que lo llamaba poderosamente. Mientras más se acercaba más dolor sentía. Al borde del precipicio, a punto de desfallecer por el dolor y con sus extremidades entumecidas por el frío al fin vio a esa ave con la que había soñado durante toda su vida. En una enorme grieta que dividía la montaña en dos estaba plantado el Cóndor gigante.
─Te he estado esperando durante años ─la voz retumbó dentro de la cabeza de Dante─, y por fin has llegado.
El joven tenía un torrente de emociones contradictorias fluyendo en su interior. Quería reír y llorar al mismo tiempo.
─Has llegado al final de este camino, ahora debes tomar la decisión de continuar con uno nuevo y seguir tu destino.
─No puedo ─dijo Dante sollozando en voz alta─, mi hermano... ¡Mi hermano! ¡Yo he matado a mi hermano!
La voz profunda del ave volvió a sonar con eco en su cabeza.
─Te hemos estado observando desde que naciste, Dante. Tú y Fausto tienen un lazo mucho más profundo del que crees, pero, para bien o para mal, esta lucha no ha terminado.
─¿Qué quieres decir? ¿Y a quiénes te refieres?
─Todo dependerá de tus decisiones. Tú eres un elegido, Dante, tu conexión con Pachamama es algo de lo que no puedes huir, y de aquí en adelante todo dependerá de tus decisiones.
Y antes de que Dante pudiese preguntar más, la voz prosiguió:
─Tú tienes el poder de conectar este mundo terrenal con el mundo espiritual. Sin embargo, se aproxima el comienzo de una nueva era, y la desconexión entre ambos planos puede traer un desequilibro devastador para todo el mundo.
─¿Y por qué yo?
─Tú eres un guardián elegido por la Pachamama para proteger a la Madre Tierra. Yo soy un achachila y mi deber es proteger esta montaña, pero ahora estoy aquí para cederte mi lugar.
Dante seguía sin comprender la profundidad de las palabras que el Cóndor le había explicado.
─Yo soy la confluencia de todas las conciencias de todos los guardianes a lo largo del tiempo. El concepto del tiempo que manejan los humanos es algo práctico, pero para nosotros es un todo aquello que ha existido, que existe, y que existirá. El tiempo es un eterno ciclo donde todo esta interconectado. Sí, también hay más como yo, incluso en muchos planos de realidad diferentes a este. He vivido durante más tiempo del que puedas imaginar, he visto guerras, imperios alzarse y decaer, civilizaciones construirse y ser destruidas, pero la muerte y el renacer son cosas que no se pueden separar. Todo lo que acaba trae consigo un nuevo comienzo.
Dante no había dejado de sentir dolor, a pesar de que el frío entumeció sus extremidades. Vio hacia abajo, las tropas se habían separado y algunos subían por el mismo camino que él había encontrado.
─Mi ciclo como guardián ha llegado a su final, has llegado a la cumbre de tu destino y ahora tienes la oportunidad de seguir con el mismo propósito de proteger esta montaña. No obstante, hay algo que debes saber: tu identidad y todos tus recuerdos en esta vida terrenal serán borrados, pero a cambio tendrás la sabiduría que tu cuerpo humano no podría obtener en su forma natural, obtendrás el conocimiento sobre tus habilidades y dones innatos.
Dante vio a las tropas que estaban cada vez más cerca de su posición. Pensó en su hermano, y es todas las personas que había dejado atrás en su vida. Pensó en todos y cada uno, "adiós, los amaré siempre" le susurró a sus recuerdos. El ave abrió sus enormes alas y la nieve de alrededor se movió. La grieta en el pico de la montaña era increíblemente profunda y enorme, ahora podía divisarla mejor ya que se aproximó al borde de ella. El ave y él se lanzaron juntos al precipicio y comenzaron a fusionarse.
Dante vio imágenes de recuerdos ajenos, vio distintos seres de distintas dimensiones, vio épocas diferentes a las que él conocía, tiempos del pasado y del futuro, y se transformó él mismo en un cóndor que salió volando por la grieta de la montaña. Esta nueva consciencia tomó poco a poco los recuerdos de Dante e instintivamente luchó contra esa fuerza. El ave chocó contra la montaña y cayó. La metamorfosis fue dolorosa, un montón de imágenes surgieron en su cabeza y le impidieron ver con claridad, también cientos de voces hicieron ruido dentro de su cabeza y no pudo escuchar su propia consciencia. Poco a poco dejó de ser Dante, entre agonía y gritos de dolor se transformó en un ave herida que convulsionaba bajo la rama rota de un árbol.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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Cóndor - Orígenes - Capítulo 3: Un Nuevo Mundo
─¿El Nuevo Mundo? ¿Mi padre te dijo eso?
─¡Así es! ─le contestó Dante exaltado─, suena emocionante, ¿no crees?
Los jóvenes estaban escondidos en el establo. Dante practicaba equitación con Trisha luego de ver sus clases de esgrima con Rodrigo. Ya era la segunda vez que ella se escapaba de la vista de su madre luego de practicar, ya que así podía conversar libremente con su amigo.
─¡Suena increíblemente emocionante! Cómo quisiera ir...
─Tal vez no sea el mejor trabajo para alguien de tu casta.
─¿Cómo dices? ─respondió Trisha con tono incrédulo.
─Quiero decir... tú eres toda una señorita, eres como una princesa.
─¿Entonces eso es como tener una discapacidad? ¿Acaso eso sugieres?
─¡No, no, no! ¡No es eso! Quiero decir...
Dante se trabó y pensó rápidamente qué contestar. Si estuviera en el lugar de Trisha también quisiera explorar el mundo y nuevas tierras, incluso estaría tan aburrido como ella de esa vida tan perfecta, aunque también envidiaba ciertas comodidades.
─Trish, me refiero a que tú tienes más oportunidades que yo. No me malentiendas, tenemos vidas distintas y no quiero decir que no tengas tus problemas, pero si yo puedo explorar las tierras del otro lado del mundo es porque en realidad ya no tengo nada que perder aquí. Tú aún tienes un hogar, un futuro, y una familia.
─Dices que tengo más oportunidades que tú, pero no es así. Con todo lo que te ha ocurrido... creo que debe ser doloroso haber pasado todo eso; pero sabes, yo no soy realmente libre de tomar mis propias decisiones. Tenemos oportunidades distintas, pero envidio tu libertad, ¿sabes?
─¿Libertad? ─Dante suspiró luego de pronunciar esta palabra─, a veces no tengo qué comer, mi hermano está en prisión, y ya casi no recuerdo la voz de mis padres, Trish. No sé si me gusta esta libertad.
─Sabes, Dante, si hay algo que me maravilla de ti es que tienes una fuerza interior muy poderosa. Todo lo que has vivido ha sido terrible, pero creo que tienes un propósito en esta vida. No debes dejar que esa tristeza se sobreponga.
Trisha sostuvo la mano de Dante mientras hablaba.
─No dejes ─continuó─ que esas sombras opaquen tu corazón.
─No sé si es tristeza ─respondió Dante después de varios segundos─, son un montón de emociones juntas. La mayoría de las veces no siento nada, pero luego hay momentos en los que me quedo solo y de repente siento todo a la vez, y entro en pánico.
─Debes dejar que esas emociones te traspasen. Cuando las aceptas puede ser aterrador sentirlas, pero mientras más luchas contra ellas más las encierras dentro de ti.
Dante pensó es su hermano Fato, en lo tierno que era cuando estaba pequeño, y aun así creció para volverse en alguien que jamás había imaginado. No era un mal hombre, pero Dante sabía que hasta un buen hombre puede hacer cosas terribles dadas las circunstancias.
─¿En qué piensas? ─preguntó Trisha frente al silencio de Dante.
─Es difícil cargar con todo. Pienso en mi hermano, yo podría fácilmente estar en su lugar. Quizá un día sea yo el que...
Dante se horrorizó de pronto al caer en cuenta de que iba a pronunciar esas palabras frente a Trisha, aún no le había confesado que su hermano era un asesino.
─Bueno ─corrigió de inmediato─, quién sabe.
─Si no estás en el lugar de tu hermano es porque son personas diferentes. Y siempre que tú tengas la fuerza para hacer lo correcto vas a estar bien.
─¿Y si no tengo la fuerza?
─Como te dije, no debes dejar que esas sombras te dominen y opaquen tu corazón. Tienes la fuerza para hacer lo correcto. A veces es doloroso, pero a largo plazo genera más satisfacción que haber seguido cualquier capricho. Además, cuando haces las cosas con amor nunca se sienten como un sacrificio, ¿no crees? 
─Sí, creo que sí.
─Es curioso, yo no puedo ver mi propio futuro. Lo más probable es que ni siquiera sea mío, sino de mi futuro esposo, pero siento que hay algo brillante para ti, Dante.
─No digas esas cosas, Trish.
─¡Tendré que casarme contigo entonces!
─¡¿Qué?! ─el rostro de Dante se tornó rojo─ ¡¿Qué cosas dices?! ¡Tu mamá nos mataría!
En el fondo le gustaron esas palabras, tenía la vaga esperanza de poder compartir muchos años más al lado de Trisha. Ella se rio de su reacción, y pronto salieron del establo a hurtadillas, cuidando que nadie viera el escondite del que salían.
Esa misma semana Dante había ido a visitar por segunda vez a su hermano. Si no iba con Rodrigo no lo dejaban pasar; y aunque le daba mucha vergüenza utilizar a su ahora maestro, debía comentarle a Fausto sobre la noticia acerca de la exploración al Nuevo Mundo.
─¿Entonces ─recapituló Fausto─ dices que podría salir de aquí si nos postulamos como soldados de ese tal Pizarro?
─Bueno, no sé si exactamente soldados, solo vamos a conocer las tierras, según dicen, pero ¿no te parece una oportunidad genial?
─¿Genial? ¡Brillante! ─exclamó con sarcasmo─, ¿qué podría salir mal de una expedición para la que reclutan ladrones y asesinos?
Dante suspiró, sin saber exactamente cuáles eran las palabras correctas para responder.
─Fato, tú y yo no tenemos ya nada que perder. La gente que irá a esa exploración probablemente tampoco, y eso quizá los haga peligrosos, pero es una buena oportunidad para sacarte de aquí, y quizá comenzar una nueva vida.
─¿No tienes una vida lo bastante decente?
En efecto, el mayor pensó en Trisha, en Rodrigo, incluso en Lizzie, pero si era por sacar a Fausto de la cárcel haría lo que estuviera a su alcance.
─Dante ─se acercó Fausto hacia los barrotes de metal para ver de cerca a su hermano─, piensa por ti. No te voy a decir que estoy cómodo en esta cárcel cochina, pero tú tienes cosas que perder, más que yo. Ya he tomado malas decisiones, y me arrepiento de algunas, pero si lo haces únicamente para sacarme de aquí...
─No, no es únicamente por eso, quiero conocer algo más que no sea Sevilla y sus ratas. Estaría bien comenzar a hacer nuevos recuerdos en otras tierras, ¿no crees?
─Si lo dices así casi suena como una buena idea.
Y después de meses Dante logró sacarle una sonrisa al rostro de Fausto. Cuando sonreía se veía gentil, todavía había en su rostro algo de ese niño hiperactivo y con ganas de conocer todo a su alrededor, a pesar de que el dolor lo haya arrastrado hacia caminos turbulentos.
Le comunicó a Rodrigo la confirmación de su hermano para realizar el viaje de exploración, por lo que días más tarde le llegó una carta del capitán, el mismo Francisco Pizarro, donde explicaba que dentro de varias semanas le hará saber el punto de encuentro para reunir a todos sus hombres antes de embarcar, pero que por lo pronto moverá sus contactos para la liberación de su hermano Fausto junto con otros presos. Dante pensó más a profundidad lo que Fausto le había dicho, quizá sí se estaban metiendo en un lío más grande del que podía imaginar, pero la idea de explorar un mundo desconocido le llamaba poderosamente la atención. Hubo una chispa que se encendió en su interior cuando escuchó por primera vez la frase "Nuevo Mundo", pues simbolizaba para él también una nueva vida, o quizá algo más, algo para lo que estaba destinado.
─¡Oh, ¡qué emocionante! ─exclamó Trisha─, juro que me cortaré el cabello, me vestiré como hombre y me escaparé para irme contigo al Nuevo Mundo.
─¡Me colgarían si eso ocurriera!
Habían terminado la práctica de equitación, se encontraban nuevamente en su escondite.
─Oye ─dijo Dante─, creo que has perdido un arete. Tienes uno sí y otro no.
─¿Ah, sí? ─Trisha se chequeó las orejas─, ay, ayúdame a encontrarlo.
Buscaron en el establo, por los alrededores, también en el picadero donde habían montado hace algunas horas, pero pronto intervino la madre de Trisha.
─Debo irme ─se despidió fugazmente─, si lo encuentras me avisas, ¿está bien? ¡Y no te vayas sin despedirte!
─Está bien, ¡lo prometo!
Pronunció las últimas palabras alzando la voz, ya que Trisha se alejaba. Su madre le lanzó a Dante una mirada desaprobatoria mientras la joven sacudía la mano en señal de despedida. Según Trisha, su madre no le decía nada sobre él, pero Dante no le creía, tenía la idea de que más bien la regañaban a menudo, especialmente por desaparecer sospechosamente durante horas, pero ella poseía un corazón demasiado grande como para mostrarse disgustada con él.
Al día siguiente Don Rodrigo y Dante irían a un torneo donde el joven solo sería espectador. Aunque le apasionaba el arte de la espada no cumplía con los requisitos para participar, así que se conformaba con observar. Sin embargo, uno de los sirvientes le informó a Dante que Don Rodrigo debía faltar a su compromiso por razones ajenas a su voluntad. No dio explicaciones. Preguntó por Trisha, si podría practicar con ella por la tarde, pero el sirviente le dijo que la señorita tampoco estará recibiendo a nadie ni ese día ni el siguiente.
─¿Y podría acercarme al establo a practicar equitación?
─No me informaron nada sobre eso, tendría que preguntar...
─Vamos, he entrenado aquí durante meses, no será un gran rollo si no molesto a nadie, ¿no?
El sirviente lo dejó pasar. Dante utilizó su lado más persuasivo, tenía intención de escabullirse y quizá encontrar a Trisha por su cuenta, aunque esto le resultó imposible, pues el sirviente no le quitó el ojo de encima salvo por unos minutos que fue a hablar con otro sirviente antes de que llegaran más. Dante comenzó a preocuparse de que la madre de Trisha haya escuchado sus conversaciones, o de que haya ocurrido algo por culpa de él. Se consideraba a sí mismo una mala influencia, era un plebeyo perseguido por los inquisidores hasta hace unos meses, y que pronto partiría quién sabe por cuanto tiempo al otro lado del mar. No había querido admitirlo, pero ya comenzaba a extrañar a Trisha. La próxima vez que se vieran probablemente sería la última.
Los sirvientes comenzaron a vigilarlo sin discreción alguna. Dante se sentía tenso, y esto hacía a Lily sentirse inquieta también. Poco a poco fue asumiendo que sería imposible hacer nada por ver a Trisha. Se bajó de la yegua y comenzó a caminar junto a ella en dirección al establo. Buscó con la mirada el arete, a varios metros de distancia distinguió un objeto brillante en la tierra. “Bingo”, pensó. Había encontrado el pequeño accesorio. Vio a algunos sirvientes hablando entre ellos, y pensó en darles el arete de Trisha, pero se lo quedó. Simbolizaba para él la posibilidad de un reencuentro. Dejó a Lily en su lugar y luego dejó atrás el ambiente tenso e incómodo que había ese día en el lugar.
─Trish... eres la criatura más hermosa que han visto mis ojos... Si un día vuelvo, te encontraré y pediré tu mano, y si estás casada, te robaré de tu esposo si así me lo permites. Te llevaré lejos donde nadie nos conozca, y te trataré como una princesa...
─¿Dante? ¿Eres tú?
─¡Lizzie! ─Dante gritó tornándose pálido por el susto─ ¡Estás en casa! Dios mío.
Internamente estaba muriendo de la vergüenza, pues practicaba frente a uno de los vestidos de Lizzie como si le estuviera hablando a Trisha.
─Te escuché hablando, ¿hay alguien aquí?
─¡Noup! ¡No hay nadie! Bienvenida.
─¿Qué te traes tú que estás tan raro, Dante?
─Pues que me has asustado.
─Ajá...
Al día siguiente volvió a ir a casa de su mentor, pero otro sirviente lo recibió con la misma noticia, solo que con una variante:
─El señor no estará recibiendo visitas durante esta semana. La señorita Trisha ha caído enferma y los doctores se están ocupando de su salud.
─¿Enferma? ¿Trisha?
─Sí, señor.
─¿Puedo verla?
─No se aceptan visitas.
─Insisto. Permítanme hablar con Rodrigo, o con alguien, por favor.
Toda insistencia fue en vano. Sintió la tentación de entrar corriendo, por la fuerza, pero sería un escándalo y podría perjudicar la salud de Trisha.
─¿Y por qué no puedo practicar en el establo como siempre?
─Son las órdenes que me dieron.
Derrotado. Dante se sentía derrotado, y, además, preocupado. Esa noche Lizzie no llegó a casa; por lo general llegaba antes del amanecer, incluso a medianoche los días más relajados, pero noches como esa ella llegaba por la mañana y directamente a dormir.
─¡DANTE! ¡DANTE! ─gritaba Lizzie histéricamente.
El día apenas comenzaba a esclarecer, ella estaba llegando del trabajo y Dante se despertó desconcertado y asustado por sus gritos.
─¿Lizzie? ¿Qué pasa?
─¡¿Qué te sucede?! ¡¿Estás bien?!
─¿Qué?
Dante no comprendía nada en absoluto, pero conforme se fue despertando sintió una molestia en la garganta. Se tocó el rostro, estaba empapado de lágrimas.
─Dante, estabas gritando mientras dormías. ¿No recuerdas nada?
─¿Gritando yo?
─Sí. ¿Estás bien? ¿Qué sucede?
─No recuerdo nada. Me duele la garganta.
Lizzie escuchó los gritos de Dante desde la calle, entró corriendo y lo encontró peleando solo en su sueño, agitando su cuerpo y moviendo los brazos como si quisiera agarrar algo.
─No recuerdo nada, Lizzie, no sé qué me pasó.
Ella estaba todavía sobre Dante, viéndolo con preocupación. Algunas horas después retomaron el mismo tema de conversación.
─¿Entonces no recuerdas nada de nada?
─No. Ni siquiera me di cuenta de que estaba gritando. Si no me lo dices ni me entero.
Transcurrieron varios minutos de silencio mientras Lizzie cortaba pan y cocinaba unos huevos.
─Fausto hace falta ─rompió ella el silencio─, ¿no crees? A veces lo extraño.
─Sí, yo también lo extraño un montón.
─Entonces se van de expedición juntos, ¿eh?
─No sé. Ya no sé.
Lizzie había visto la emoción que le generaba a Dante pensar en viajar hacia el Nuevo Mundo, pero ahora no parecía tan convencido. Le pareció que quizá el sueño habría sido terrible, tanto que no lo recordaba, pero aun así a su espíritu le dolía.
─Toma ─le llevó la comida a la mesa─, quizá comer te ayude a levantar el ánimo.
─Gracias, Lizzie.
Comió sin apetito. Tenía un pensamiento que no lograba articular todavía, había algo en su cabeza que no podía entender, o más bien que no quería ver. Algo sobre ese sueño le aterraba. Repentinamente tuvo esa sensación nuevamente, la de estar a la deriva, en desventaja frente a la pérdida y a los infortunios. Dos seres amados estaban en una situación difícil: su hermano en prisión, y Trisha enferma. Y él no podía hacer nada. La impotencia le daba ganas de llorar, a duras penas podía tragar su comida con el nudo en la garganta. “Pierdo a todos los que amo”, pensó. “Y nunca puedo hacer nada”. Recordó el arete perdido de Trisha, lo tenía en su bolsillo. Poseerlo en sus manos se sentía como una promesa, como una excusa para verla, o para insistir cuando menos.
─No puedo ─contestó el sirviente─ dejarlo pasar, señor. Tenemos órdenes de no aceptar visitas.
Las mismas palabras de los últimos días, pero Dante no se conformó. Se dio la vuelta para despistar al sirviente y entró corriendo por el vasto jardín del castillo. Varios hombres lo persiguieron, pero él fue más veloz. Llegó exhausto al establo, se detuvo jadeando y sintiendo que tragaba sangre. Se escondió en el lugar que solía ser de él y de Trisha, y esperó allí a que se olvidaran de él o que alguien lo encontrara. Sabía que no podría entrar a verla, pero si ella oía que él estaba cerca quizá podría hacerle saber que al menos estaba luchando por encontrarla.
─¿Dante? ─dijo una voz masculina─, ¿estás por aquí?
Era Don Rodrigo, pero no contestó.
─Dante, lo lamento mucho.
¿Disculparse? ¿Por qué debería disculparse Don Rodrigo?
─Por favor... ─se le quebró la voz antes de romper en llanto.
Dante salió gateando de su escondite.
─Dante...
El joven se enderezó, no entendía la expresión de su mentor. Vio el rostro arrugado de Rodrigo, se veía tan viejo y cansado, también se vía más pequeño y delgado que antes.
─Mi hija... Trisha... ─agachó la cabeza frente al joven.
Estas palabras helaron su sangre. Repasó y analizó mentalmente cada movimiento que hizo el señor. Tardó varios segundos en entender la situación, pero tan pronto lo hizo un agudo dolor recorrió sus venas.
─No... ─dijo el muchacho.
─Fue la peste.
─No...
“No, no, no” se dijo decenas de veces en su cabeza. No podía ser Trish, no podía pasarle a ella ahora.
─Dante, lo sien...
─¡NOOOOOO! ─gritó con vehemencia.
Cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar. No podía estar viviendo algo así otra vez. De ahí en adelante solo conserva recuerdos vagos de lo que sucedió. Los días sucesivos transcurrieron como si estuviera en un sueño. No se levantaba de la cama, Lizzie le preparaba la comida y se la llevaba al colchón donde dormía, pero él no abría la boca. Los sonidos que escuchaba a su alrededor ya no los entendía, y todo lo que veía parecía gris y sin sentido. Cada noche despertaba llorando o gritando, a veces Lizzie estaba ahí para limpiar sus lágrimas, pero otras veces se encontraba totalmente solo.
Trisha ─se decía a sí mismo─ ¿acaso yo seré digno de esa pureza que tú posees? A pesar de la fuerza de mis brazos, mi corazón es blando y no puedo pelear contra este dolor... Trisha, por favor, dame una palabra si una parte de ti sigue en este mundo. ¿Seré capaz de pelear contra las sombras en mi corazón? ¡Trisha! ¡Te lo ruego!
La desesperación lo abrumaba sobre todo por las noches. Deseaba verla, pero mientras más lo pensaba, menos lo conseguía. No dormía bien, aunque tampoco recordaba sus pesadillas. “Debes dejar que esas emociones te traspasen”, recordó las palabras de Trish, "No dejes que esas sombras opaquen tu corazón”, pero su cuerpo estaba entumecido del cansancio y de la tristeza. También recordó a aquél viejo que no había vuelto a visitar, su consejo sobre aceptarse a sí mismo era similar a lo que Trish había dicho, pero su corazón no podía con tanto dolor.
─Dante, te lo ruego, come algo ─Lizzie le insistió con el tenedor en la mano─, solo un poco.
Por primera vez en días Dante vio algo con nitidez, consciente de su entorno. El rostro de Lizzie estaba cansado, ¿por qué esa muchacha había aceptado a ayudar a dos niños que no conocía, y ahora incluso lo cuidaba como si fuera un hijo? Ella había sido como un ángel para él, una hermana mayor. Dante abrió la boca y aceptó la comida. Lizzie, contenta como nunca, continuó dándole de comer en la boca.
─Lizzie... ¿Por qué nos has ayudado, a mí y a Fausto?
Hizo silencio.
─Me ayudas ahora que soy una carga enorme para ti. A pesar de los inquisidores, a pesar de todo, ¿por qué?
Nunca se había concentrado en el color que caracterizaba el aura de Lizzie, la vio fijamente y se centró en su energía. Era una habilidad que no dominaba, y le costaba ver en esa oscuridad y con esa pesadumbre, pero creyó ver un aura de color rosado un poco oscuro. Dante sentía que ese podría ser el color de una madre.
─Diría que nunca me he llevado bien con la soledad ─sonrió tímidamente.
─¿Has tenido algún hijo?
─Sí ─respondió luego de pensarlo unos segundos─, y lo perdí. Pero está bien, no pongas esa cara triste, el amor siempre vuelve de formas diferentes. Lo digo por experiencia, no solo para animarte. El amor siempre vuelve.
La sonrisa de Lizzie era cálida. Aunque a veces podía parecer distante, siempre era amable con todos. Incluso con esos dos niños huérfanos y descuidados. Dante, aún acostado en el colchón roto y sucio que habían tomado de un basurero, cayó en cuenta de que todavía tenía oportunidad de amar. Comenzó a llorar otra vez, pero no eran lágrimas amargas, sentía cosas ambiguas: tristeza y agradecimiento, dolor y esperanza. Lizzie lo vio preocupada, y lo abrazó. Lloró en los brazos de la querida Lizzie, la que nunca se había quejado de él o su hermano.
Luego de algunos días de recuperar fuerzas fue a casa de Don Rodrigo. Se disculpó con él, por su reacción de la última vez y por haber salido corriendo de ahí sin dar ni siquiera el pésame. Pero el gentil hombre lo comprendió sin más. Comenzaron sus prácticas de esgrima, día a día Dante ganaba más energía a pesar de que había perdido un poco de fuerza por los días sin comer. La técnica de su muñeca era ágil y veloz. Se estaba acostumbrando a la espada ropera. La hoja era fina y larga, era la espada que más le gustaba, pues era elegante y su uso se centraba más en la técnica que en la fuerza del portador.
─Dante, tengo algo que quisiera darte ─le anunció justo antes de la práctica de ese día.
Le hizo un ademán al sirviente para que se acercara con lo que sostenía en sus brazos.
─Esta es una espada muy especial, me parece que es perfecta para ti. Quisiera que tú la tengas.
Era una espada ropera de lazo, la hoja estaba reluciente como si nunca se hubiera usado, y la empuñadura plateada era fina y grácil. Dante se negó a aceptarla en un principio, era un regalo demasiado costoso, ¿y qué pasaría si la intentaban robar? No se sentía merecedor de esa muestra de confianza.
─Por favor, acéptala ─insistió Rodrigo─. Es una prueba de mi más sincero cariño. Además, te has desenvuelto de modo excelente. A las personas como tú y como yo el ejercicio de la esgrima nos ayuda a lidiar con nuestros demonios. Con cada práctica te vuelves no solo más ágil, sino más sabio y más fuerte.
─No sé cómo agradecerle, señor. Su gentileza conmigo ha sido más de lo que hubiera podido pedir nunca.
─Eres un joven bastante sensato, me parece que tienes algo especial.
Dante le agradeció sus palabras recordando la conversación con Trish donde ella le decía algo parecido.
─Bautizo a esta espada como La Redentora. Le otorgo a usted, joven Dante, el honor de ser su portador.
Y Dante tomó la espada. Aún tenía el semblante ligeramente triste, Don Rodrigo lo notó.
─Joven Dante, donde sea que esté Trish ella estará feliz de saber que estamos bien.
─Lo sé, Don Rodrigo. Pero siento que perdí otra vez. He perdido todo.
─No todo. Tu hermano Fausto aún está vivo, y aún te necesita.
─Con Fausto es complicado. No he sido un buen hermano mayor. Todo lo que he perdido ya está fuera de mis manos, pero él, aunque esté con vida, siento que está cada vez más lejos de mí en un sentido que no puedo explicar. Debí ser el hermano mayor, pero le fallé.
─La culpa ─puso su mano sobre el hombro del joven─ es el peor método de tortura que puedes usar contra ti mismo. La vida no se trata de “haber sabido” o de “haber hecho”, sino de actuar con lo que ya sabes y de hacer lo que está en tus manos. Lo que importa es el presente.
─Sí, creo que eso es lo importante, vivir en el presente, pero a veces se hace muy cuesta arriba. Todo lo que amo lo pierdo o se aleja de mí.
─Me lo dices a mí, que perdí a mi hija.
Dante hizo silencio.
─Sabes ─prosiguió el hombre─, los sentimientos que tienes por tu hermano nacen de un amor muy profundo. Solo él carga con los errores que ha cometido, así que no necesitas culparte por ello. Lo mejor que puedes hacer es estar para él. No puedes tomar sus decisiones, pero siempre y cuando tú hagas lo que consideres correcto, no tendrás nada por lo que sentir remordimiento.
Esas palabras se asentaron en la mente de Dante. Por la tarde, luego de la práctica, se enteró de que Francisco Pizarro estaba en el Tribunal de Sevilla, los presos serían liberados pronto. Uno de los sirvientes de Don Rodrigo le dio una carta a Dante. Era Pizarro informando el punto de encuentro y el día en que se juntaría toda la tripulación.
Don Rodrigo invitó a Dante a acompañarlo al Tribunal para presentarle a Pizarro en persona, y así se hizo. Francisco era un hombre con un tono de voz elevado y tosco, sus movimientos eran vigorosos, y tenía una energía bastante intimidante.
─¡Así que usted es el señor Dante! ─exclamó con su voz gruesa─, es un honor conocerlo. Mi amigo Rodrigo me habló de ti y de tu hermano. Espero le haya llegado mi carta más reciente.
─Sí, señor. La tengo aquí mismo.
─Maravilloso.
Al día siguiente Fausto saldría de la cárcel. Dante estaba emocionado tanto por su hermano como por la próxima partida hacia Tierra Firme, pero una parte de él no quería despedirse de Sevilla. Tenía en sus manos el ave de madera que su padre había tallado para él, y también sostuvo el arete de Trish. Este lo colocó en su oreja izquierda. Imaginó que siempre que tuviera esos objetos consigo jamás olvidaría de donde viene y a quienes ha amado.
Lizzie y Dante fueron a primera hora a recibir a Fausto, incluso llegaron antes que Pizarro, quien estaba encargado de ocuparse de los presos. La condición era llevárselos y que estos no fuesen integrados a la sociedad nuevamente, sino hasta después de que volviesen del viaje. Comenzó a salir un grupo de hombres, cada uno con una expresión más fea que el otro, y entre ellos estaba Fato, más bajo y más flaco que los demás. Lizzie se acercó a él corriendo y lo abrazó entre lágrimas.
─Te extrañamos mucho, niño. Estás más alto ─le dijo tal como si fuera su madre.
Dante se dio cuenta de que sí estaba más alto, incluso más alto que él, a pesar de ser el mayor. También tenía las manos más grandes y más ásperas. Abrazó a su hermanito tratando de contener las lágrimas, ya que Lizzie las estaba llorando por él.
─Te extrañé mucho, hermano ─dijo el menor.
─Yo también, Fato. Yo también.
Los hermanos se despidieron de Lizzie. Ella les sonrió gentilmente y les prometió que estaría bien. Les exigió que le mandaran cartas y que volvieran pronto. Don Rodrigo llegó para despedirse de su amigo el capitán Pizarro. Fausto se quedó con Lizzie en lo que Dante se aproximó a su mentor para despedirse también.
─No tengo cómo agradecerle todo su apoyo, Don Rodrigo. Estoy eternamente en deuda.
─Cuando haces las cosas con amor nunca se sienten como un sacrificio. No me debes nada, pero si vuelves algún día podríamos tener un duelo, ¿qué te parece?
─¡Será un honor!
Le había dicho las mismas palabras que Trisha. Era evidente de dónde la joven había heredado su sabiduría. Cuando se volvió hacia Fausto y Lizzie su hermano estaba hablando con otros hombres que había conocido en la prisión. Había carretas que los transportarían hacia la costa donde los esperaban cuatro barcos y cientos de hombres listos para la expedición.
─Extrañaré a Lizzie ─dijo Dante una vez se separaron de ella.
─Yo también ─confesó Fausto─, siempre la vi como una hermana mayor.
─Sí ─soltó una corta risa─, yo también.
─¿Crees que esté bien sin nosotros?
─Lo estuvo antes de nosotros, lo estará ahora.
─Sí, puede que sí.
─Sabes, hace no mucho me dijo que “el amor siempre vuelve de formas diferentes”. Eso dijo ella. Creo que no estará sola, seguramente ayude a alguien que decida quedarse con ella como sucedió con nosotros, o quizá se enamore.
─Quién sabe. Es joven y bonita. Aunque nadie quiere a una prostituta.
Estas palabras de Fausto sonaron amargas para los oídos de Dante.
─Tú y yo lo hicimos.
─Es verdad ─suspiró─. Eso hicimos.
Al llegar a la costa Dante se sintió ajeno al entorno. Veía caras con ceños fruncidos y cicatrices, hombres que casi le doblaban la altura, y sentía mucha hostilidad. El capitán Pizarro agrupó cerca de trescientos hombres que serían divididos en cuatro barcos. Otros tres hombres lo ayudaron a agruparlos a todos, los dirigían de las carretas hacia el grupo más grande. El capitán se montó sobre un pequeño podio de madera para ver mejor a sus hombres, aunque si hablaba seguramente menos de la mitad lo escucharían.
─¡Caballeros! ─llamó la atención con su voz estridente─, Ya algunos lo sabrán bien por los rumores o bien por las cartas que yo mismo les he enviado. Al que tenga dudas, le ruego su atención. Yo soy el capitán Francisco Pizarro, y los he reclutado para hacer un viaje de exploración hacia el Nuevo Mundo. Mi objetivo es llegar a Tierra Firme, he escuchado de los rumores sobre Birú, una tierra con oro y plata en abundancia.
Estas últimas palabras captaron la atención del grupo. Todos miraban fijamente al capitán ahora.
─Así es ─repitió con voz casi gritada─, ¡montañas de oro y de plata! ¡Esa es nuestra recompensa! Necesito de su cooperación y lealtad, y todos saldremos victoriosos de esta exploración. Tengo contactos en Tierra Firme que nos darán información y aliados, pero por ahora les informo que nuestro objetivo será Birú, una tierra de riquezas.
La multitud de hombres hizo un gran ruido en señal de aprobación.
─¡Pero ─interrumpió─, pero! Mis condiciones serán las siguientes: requiero de su total lealtad. Si yo les digo que salten del barco, ustedes saltan. Si yo les digo que se separen de una pelea, se separan. Y si yo les digo que maten, ¡ustedes matan! ¿Han entendido?
Y la multitud volvió a emitir un rugido salvaje, más ruidoso que el anterior. Dante vio a su alrededor y observó hombres avaros y agresivos. Algunos tenían un brillo particularmente peligroso en su mirada. Unos sonreían, otros solo gritaban. Fausto rodeó a Dante con su brazo y lo agitó por el hombro.
─Sonríe ─le ordenó sonriendo también.
Dante se percató de cómo un grupo diagonal a él lo estaba viendo fijamente con una mirada burlona, pero terriblemente amenazante.
─Míralos de vuelta. Que no te intimiden ─volvió a hablar Fausto.
Y su hermano hizo caso. Sostuvo la mirada hasta que los otros volvieron la vista hacia Pizarro. Poco después comenzaron a abordar los barcos. Fausto y Dante irían con el capitán, pero por desgracia también con el grupo de hombres que habían intentado intimidarlos.
─Un nuevo mundo, una nueva vida. ¿No te parece que será emocionante?
Fausto parecía alegre, se veía incluso risueño. Dante imaginó que salir de prisión debía ser algo renovador para él.
─Creí que rechazabas la idea.
─Para nada. No pienso volver jamás entre esos barrotes. Además, ¡oro y plata! Vamos, no nos vendría nada mal después de dormir en el piso y comer pan sucio.
Dante vio el rostro de su hermanito iluminado por la emoción. Aunque ahora era más alto, con la voz más grave, e incluso con más inteligencia para movilizarse en la calle de lo que él podría tener, vio ese rubor jovial en sus mejillas.
─¿Aprendiste algo en prisión? ─preguntó Dante con curiosidad.
─Que la gente es más mala de lo que parece ─respondió jocosamente, como si fuera un chiste.
─Hmmmm, ¿y qué tal algo más positivo?
─Que eres la única familia que me queda.
Fausto se mostraba particularmente contento ese día. Su hermano supuso que quizá había aprendido de sus experiencias, y se alegró enormemente de tener a su hermano de vuelta. El barco zarpó, y lentamente comenzaron a alejarse de la tierra. El viento sobre sus rostros tenía un aroma a salitre y a esperanza, aunque Dante tenía un sentimiento que no podía discernir si era simple miedo o una corazonada. Pero, por el momento, vio a su hermano y el vasto mar frente a ellos, y se alegró de que tuviesen una nueva oportunidad para hacer sus vidas.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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Cóndor - Orígenes - Capítulo 2
Lo golpeó una, y otra, y otra vez, hasta que se rompió el palo de madera y las astillas salieron volando. La espalda de Fausto tenía moretones verdosos y amarillentos, también corría la sangre desde las heridas hechas por el palo de la escoba. Regularmente robaba el pan de don Sergio, pero ese día no lo atrapó desprevenido como siempre. Sergio tenía cierto desdén por la autoridad, así que castigaba a los pillos él mismo. Sin importar que fuera un niño, tomó a Fausto por el brazo, le rompió la camisa que ya apenas le cubría el pecho y la espalda, y comenzó a azotarlo en la misma calle. Le quitó el pan de la mano y lo lanzó hacia un charco de agua sucia, a donde se aproximaron algunos perros a mordisquear.
Nadie intervino por el joven ladrón. Cuando el señor dejó de golpearlo, Fausto quedó adolorido y llorando, cubierto de sangre y de tierra. Pronto recordó que su hermano y él no tendrían nada que comer, así que se levantó y tomó el pedazo de pan que quedó flotando entre las aguas negras. Un perro se abalanzó sobre Fausto intentando quedarse con el pan, pero el joven le propinó una patada en el hocico y retrocedió chillando adolorido.
─Traje algo de comida ─dijo apenas llegó.
Dante lo vio horrorizado. Venía sin camisa, ya tenía moretones en todo el cuerpo, pero esta vez tenía lágrimas de sangre corriendo por su pequeña espalda. También tenía sangre en la nariz, y se notaba en sus ojos hinchados que había estado llorando.
─¿Quién te ha hecho eso?
─Don Sergio, el panadero. Esta vez me agarró robando el pan.
─La semana pasada te golpeó otro sujeto también, Fausto. No podemos seguir con esto de robarle a otros, ¡solo mírate!
 ─¿Acaso no has visto que nadie nos quiere ni para espantar a las moscas? Siempre hay algún inquisidor cerca, siempre hay uno de esos bastardos buscándonos. Además, ¡están los delatores también! ¿No ves que solo podemos confiar en nosotros? No podemos hacer más nada.
Dante tomó el pedazo de pan, humedeció parte de su camisa con agua y comenzó a limpiarlo.
─No podemos comer este pan, huele horrible, está muy sucio.
─Es lo que hay. Comeremos lo que esté menos sucio.
─Tenemos que hacer algo más, Fato, me niego a vivir así. Vamos a lograr salir de aquí y ayudar a Lizzie, ¿de acuerdo?
─Ya somos una carga para ella. Hace un mes casi nos atrapan por mi culpa.
─No, no digas eso, hermano. No te culpes por lo que ha sucedido.
Hacía varias semanas que dos inquisidores siguieron a Fausto. Uno de ellos era nuevo en la iglesia de Sevilla, el otro era viejo, tenía una verruga en la ceja izquierda, y recordaba el rostro de los hermanos desde aquella vez que intentaron salvar a sus padres. Había estado buscándolos, y cuando vio a Fausto lo siguió. El joven se percató de que lo seguía el viejo con otro sujeto, por lo que entró a gritos a la casa.
─¡Inquisidor! ¡Corran!
Y los jóvenes salieron junto con Lizzie por la ventana de atrás. Rompieron el cristal y se llevaron por delante algunos vidrios rotos que les dejaron heridas que aún no sanaban del todo. Apenas lograron escapar de los inquisidores, hubo un vecino que logró esconderlos en el momento, pero no podían quedarse ahí. Un cliente de Lizzie los ayudó a conseguir una casa abandonada. No podían quedarse propiamente en la casa, ya que era de esas que habían desalojado y quedaban acechando delatores o adeptos a la Iglesia, pero tenía un sótano con una salida hacia un callejón poco transitado. Desde entonces viven en ese lugar polvoriento y a penas ventilado. 
─Toma ─le extendió Fausto.
Le había quitado la parte crujiente del pan, que era la que estaba sucia, y lo dividió en tres partes iguales. Guardaron la parte de Lizzie, que llegó hasta la noche con buenas noticias:
─He conseguido a una persona que tiene trabajo para ustedes.
─¡¿Trabajo?! ¿Será posible? ─exclamó Dante emocionado.
─¡Sí! Conozco a un tipo que está buscando gente para matar gatos. Él los odia, ya sabes lo que dicen de los gatos y la brujería. Son animales del diablo, o lo que sea. Dice que hay muchos por donde vive y está buscando quien lo ayude a limpiar.
El rostro de Dante se tornó pálido del horror.
─Matar... ¿Qué? ¿Gatos? ¿Matar seres vivos? ¿Lo dices en serio? ¡Lizzie, eso es horroroso!
─Yo lo haré ─dijo Fausto.
─Fato, ¿qué dices? ¿Matar gatos por dinero? ¿Quién diablo haría algo así?
─Dante ─suspiró Lizzie─, tienen que conseguir dinero de alguna manera, no pueden aguantar golpes toda la vida.
Dante no podía concebir la idea de matar gatos por dinero, pero Fausto sí. Aceptó el trabajo, mientras que Dante se limitó a seguir robando por un tiempo. Los meses pasaron, lograron mejorar ligeramente la calidad de la comida que ingerían, pero seguían viviendo en el sótano. Fausto había perdido toda sensibilidad a la hora de degollar gatos, cosa que su hermano Dante le reprochaba constantemente. Él, por su lado, había adquirido la práctica de disfrazarse de mujer y pedirle dinero o comida a hombres para luego desaparecer sin que se dieran cuenta. Aprendió a disfrazarse tan bien que incluso los inquisidores podrían verlo sin reconocerlo. Así los jóvenes crecieron, haciendo dinero por separado.
─¿No crees que sea hora de dejar de matar gatos, Fausto? ¡Por el amor de dios, qué trabajo tan enfermizo!
─¿Y disfrazarme de mujer? ¿Qué pasa si un día creen que eres prostituta? ¿Sabes lo que te harían?
─No me ha ocurrido nada, tampoco le hago daño a nadie, a diferencia de ti.
─Solo son gatos. Uno se acostumbra.
─¡No, no te acostumbres! Fato, por favor, deja de hacer eso, es horrendo.
─Me pagan bien, Dante. Es por el dinero.
Pero el mayor no se pudo conformar con esta respuesta. Sin embargo, cuando las autoridades se enteraron de que había fanáticos religiosos cazando gatos, prohibieron esta práctica. Dante sabía que no era una prohibición muy estricta, pero convenció a Fausto de no seguir haciendo aquello. El señor para el que trabajaba eventualmente dejó de cazar gatos también. Fausto comenzó a robar nuevamente, pero nunca hablaron de su modus operandi.
El hermano mayor, luego de muchos meses, volvió a tener uno de esos sueños extraños por los que se despertaba inusualmente tarde. Últimamente había estado pensando en lo poco que soñaba, en el poco contacto que tenía con la naturaleza, y en lo mucho que extrañaba tener tiempo para sentirse en paz. Se mantenía en un contante estado de alerta en el que no pensaba las cosas, solo actuaba por instinto. Fausto parecía sobrellevarlo mejor, con bastante naturalidad, pero Dante sentía un cansancio mental que comenzaba a deprimirlo. En su sueño vio un rostro arrugado y sonriente, tenía la barba blanca, y le hablaba con una voz que no articulaba palabras, pero aún así entendió. Se escuchaba familiar, y se sintió tranquilo. Esta imagen se disipó tan pronto despertó. Fausto intentó despertado a cachetadas aún sabiendo que era en vano.
─Hey, ¿por fin despertaste?
─Sí... Maldición, me arden los cachetes.
Fausto soltó una carcajada.
─Tal vez sea mi culpa.
─¡¿Me abofeteaste?!
─Así es.
─¡Fatoooo! Por dios, me arde el rostro.
─Una vez te golpeé con una olla.
─¡¿Con una qué?!
─Sí, y no te despertaste.
─Increíble.
Los hermanos se rieron por las memorias del pasado. Dante aún guardaba el pájaro de madera que su padre había tallado para él. Fausto, en cambio, recordaba las cosas más amargas de su vida. A veces veía en sus sueños las llamas del fuego, los gritos de desesperación, y el llanto de su madre que realmente no había visto, pero lo imaginaba. Ese día Dante se arregló y salió a conquistar miradas. Sin embargo, se encontró con uno de los viejos que había caído en su trampa hace unos días, y cuando reconoció a Dante comenzó a seguirlo. Este se escabulló entre la multitud y logró zafarse del tipo, lo perseguía no con ira, sino con desesperación. El joven se metió debajo de una mesa para cruzar hacia el otro lado de la calle y entró a una tienda llena de gente.
─Pssst, chico ─susurró alguien─, por aquí.
Dante vio a un anciano detrás del mostrador. Sin pensarlo dos veces, se escondió detrás del viejo. El acosador entró a la tienda, buscó con la mirada a Dante, que a sus ojos todavía era una mujer, pero no reconoció su rostro entre las personas dentro del lugar.
─¿Ha visto a una mujer de vestido verde con sombrero? ─le preguntó al viejo en el mostrador.
─No, señor.
─La vi entrar aquí.
─Pues no la he visto, señor.
─Pedazo de viejo, ¿te burlas de mí?
─Yo no, señor, pero el amor nos burla a todos ─dijo riendo al final.
El hombre se dio la vuelta y salió indignado de la tienda.
─Ya puedes salir, joven.
─Gracias, señor, de verdad se lo agradezco. ¿Cómo supo que no era mujer?
─No lo sabía hasta que te vi de cerca. Sea cual sea el caso, ese hombre parecía estar molestándote.
─Bueno, así es, pero yo también lo robé.
─No pareces el tipo de chico que roba por gusto, ¿o sí?
─Definitivamente no, pero las circunstancias me han llevado a esto.
─Bueno, no te tienes que justificar conmigo. Cada quien hace lo que cree que tiene que hacer.
Dante pensó que parecía un viejo amable, pero no quería confiar en él. Puede que fuese uno de los delatores traicioneros que parecen amigables al principio, o quizá podría ser Dante el que le ocasionara problemas por ayudarlo a esconderse.
─Debo irme, señor. Gracias por su ayuda.
─Dime, chico, ¿de verdad tienes que irte? Puedo ofrecerte algo de comer.
─Sí, debo irme. Pero muchas gracias.
Y se fue. Sin embargo, no pudo dejar de pensar en el viejo durante todo el día. Había sentido una amabilidad genuina de su parte; además, había algo en su trato que se le hacía familiar. El día se hizo cada vez más pesado, el cielo tomó un color rojizo a medida que caía el sol, y el calor se hizo más intenso. Cada vez había más gente en la calle, y comenzó a sentirse asfixiado. Cerca de la capilla había mucha gente, se estaban reuniendo para ver lo que todos conocían bien. Dante no pudo acercarse a ver, reconoció de reojo las tablillas. Sin embargo, del otro lado de la multitud vio el rostro de Fausto. Se escondía tras otros dos hombres, y notó que había saña en su mirada. Vio de principio a fin cómo las personas eran quemadas vivas, pero no veía a las personas, sino a los inquisidores que no sospechaban su presencia entre la gente.
Dante quiso acercarse a su hermano, pero los gritos eran la parte más insoportable, así que se alejó agotado, lleno de impotencia, y con el corazón acelerado por traer a la superficie recuerdos dolorosos. Se preguntaba qué pasaba por la cabeza de su hermano, eran tan diferentes. Había algo en el carácter de Fausto que le intimidaba. Dante se arriesgó a visitar al viejo de la tienda otra vez, se quitó el disfraz de mujer y lo visitó antes de que el sol se ocultara definitivamente.
─Algo me decía que volverías ─le dijo apenas entró.
─Le pido disculpas, señor. Tuve que irme, tenía trabajo que hacer.
─¿Y qué tal te fue?
─Bastante mal ─sonrió tímidamente.
El viejo le ofreció un asiento detrás del mostrador. Le dio comida y agua de beber. Dante no había comido en todo el día, y realmente no sintió apetito hasta que comenzó a dar los primeros bocados. Recordaba el rostro de Fausto entre la multitud, tenía la misma mirada de aquella vez que vieron morir a mamá y a papá.
─Pareces cansado, hijo, ¿está todo bien?
─Sí, señor. No había comido en todo el día.
─Ha sido difícil, ¿no?
─Bueno, no tenía mucho apetito, pero estaba muy buena la comida. Se lo agradezco un montón.
─No hablo de eso.
─¿De qué?
─De todo lo demás. Ha sido difícil, lo veo en tu rostro.
Dante tuvo una extraña sensación: ganas de llorar. Hacía años que no era consciente de sus propios sentimientos, ni siquiera había podido pensar en la gravedad de su situación, en lo horrible que había sido experimentar situaciones tan dolorosas.
─Difícil es poco. Vi a mis padres morir, he visto a mi hermano cambiar radicalmente, me he convertido en un ladrón. Aunque nunca he sido bueno, mi padre, él... Fue mi culpa. Lo que sucedió fue mi culpa.
─Lo que sea que haya ocurrido no es tu culpa. No es posible que sea tu culpa.
─Sí lo es. Hay algo mal en mí, tengo algo maldito, señor.
─Lo que sea que te digan que es maldito, muchacho, es un don. Has estado reprimiendo esas cosas de ti, ¿no es así?
─No lo sé.
─¿Tienes sueños o ves cosas?
─Solía tener sueños, pero nunca los recuerdo.
─¡Ahí está! Si no los recuerdas es porque hay algo que no quieres ver en ellos. No te sientas mal por ello, hay cosas que son difíciles de ver, pero esta parte de ti es un don. Te lo digo yo, muchacho. Si quieres recordar tus sueños, solo debes pedírtelo a ti mismo.
─Pero ¿cómo? Yo quisiera hacerlo. Más bien quisiera no tenerlos. ¡Ah, ya ni sé lo que digo!
─Cuando sepas lo que quieres vas a poder conseguirlo. El problema es que tienes una cosa y quieres otra. Tienes que aceptar lo que eres.
─También he visto cosas que no debería...
─¿Como qué?
─Prefiero no decirlo.
─Lo que sea que haya en ti, hijo, es tuyo y de nadie más. Hazlo tuyo, y dale forma. Haz de ello lo que tú digas y no lo que otros digan.
─¿Y si veo gente muerta?
─Entonces háblales. Quizá se sienten solos, ¿no crees?
─No he visto cosas últimamente, la verdad. Pero, ¿sabe? A veces quisiera.
─Te da miedo, ¿no es así?
─Sí... Mi papá, él... Fue mi culpa. Él dijo que él hacía esas cosas, se echó la culpa por mí. Yo debí morir y no él.
El entumecimiento fue una coraza que lo protegió durante años. Sin embargo, al pronunciar esas palabras repentinamente comenzó a sentir su rostro húmedo y la visión borrosa. Quedó desconcertado, porque de sus ojos brotaron lágrimas rebeldes, sin aviso, y entonces todos los sentimientos de pena y dolor florecieron con ellas. Empezó a llorar y a gemir, porque por primera vez había entendido que su dolor era real y muy pesado. El viejo lo abrazó y se sentó a su lado. Tardó un par de horas en recuperarse, sintió que sus ojos no podrían cesar el llanto, pero vio que ya había anochecido y decidió ir a casa.
─¿Dónde habías estado? ─preguntó Fausto cuando llegó Dante.
─Conocí a un señor, es un buen amigo.
─No confíes mucho en la gente, Dante.
─Lo sé, pero te digo, este señor es bueno.
Fausto y Lizzie ya estaban cenando, le habían puesto un plato a Dante sobre la mesa.
─¿Estás bien Dante? ─preguntó Lizzie─, tienes los ojos un poco hinchados.
─Ha de ser por la alergia, en la tienda había un gato.
No habían terminado de cenar cuando escucharon unos pasos en el piso de arriba. De repente habían pisadas correteando por toda la casa, hasta que alguien gritó "aquí" y abrieron el portillo hacia el sótano. Dante, Fausto y Lizzie quedaron congelados del pánico. Bajaron seguidos tres alguaciles.
─¡Corran! ─gritó Fausto.
Lizzie corrió hacia la puerta que daba al callejón. Dante la siguió, pero apresaron a Fausto, y se devolvió a ayudarlo. Los hermanos pelearon con los aguaciles, Dante logró zafarse porque Fausto golpeó en los genitales al hombre que lo había sujetado.
─¡Corre! ¡Déjame! ¡Ve con Lizzie!
Dante no hizo caso. Al final los dos fueron apresados. Más alguaciles llegaron por la puerta del callejón.
─¿Y la mujer? ─preguntó el que tenía a Fausto.
─Se fue.
Los encarcelaron en celdas diferentes. Para sorpresa de Dante, fue liberado luego de un par de horas, pero dijeron que su hermano no podría ser dejar la prisión.
─No me iré de aquí sin mi hermano, nos apresaron sin siquiera saber los cargos. ¿Esto les parece justicia?
─Los cargos son por robo y porte de armas, pero solamente contra su hermano. Usted puede irse.
Las palabras “robo” y “porte de armas” resonaron en su cabeza. Técnicamente llevaban robando varios años, pero jamás habían llevado alguna pistola. El alguacil le explicó que Fausto era parte de una pandilla que se dedicaba a robar, agredían a las personas, e incluso asesinaban. Dante no quería creer esto de su hermano. Pidió verlo, pero le negaron la visita y le sugirieron que regresara al día siguiente. Cuando volvió no querían dejarlo ver a Fausto. Según palabras del alguacil, “porque no se le permitiría tener visitas hasta después de ir al Tribunal", pero esto le pareció un disparate.
─¡No me iré de aquí sin ver a mi hermano!
─Debe retirarse, joven.
─No me llame joven. Soy un adulto y tengo derecho a ver a mi hermano. Déjenme ver a mi hermano.
─Tiene prohibida las visitas hasta nuevo aviso, eso lo dictará el Tribunal.
 ─¡Pues no me voy hasta ese entonces!
Un señor se había apeado de su caballo y escuchó el escándalo de Dante. Cuando este lo vio quedó hipnotizado por la brillante armadura y por la energía de serenidad que le transmitió el hombre vestido de plateado. Intervino para preguntar el motivo del escándalo, y Dante le explicó la situación. El carácter noble del caballero, y por su poderosa influencia, le otorgaron el pase para que el mayor lograra visitar a su hermano.
─Fausto, ¿estas bien?
─Hermano, ¿cómo entraste?
─Un caballero escuchó mis quejas, es gente que tiene poder aquí, tú sabes. También le pareció injusto que no me dejaran verte. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
─Sí, estoy bien.
─¿Qué es eso del porte de armas?
─No es nada.
─¿Te están incriminando falsamente por algo? ¿Qué fue lo que pasó?
─Las cosas son lo que parecen, Dante.
Al hermano mayor no le sentaron bien estas palabras. Cada vez sentía a su hermano más distante. El pequeño que antes hacía todo lo que él decía ahora portaba armas, y quién sabe qué más habrá hecho a sus espaldas.
─Fato, ¿qué has estado haciendo que yo no sepa?
─Lo de siempre, traer el pan a la mesa.
Para Dante, su hermano ya no era el pequeño hiperactivo. Ahora salía por su cuenta, tomaba sus decisiones, tenía la voz más gruesa y la espalda más ancha. Ya no era el niño que podía mantener a raya. Justo se dio cuenta de que eso era lo que comenzaba a intimidarle de Fausto, que tomaba decisiones cuestionables y sin consultarlo con nadie. Salió de ahí con más preguntas que respuestas, veía cierta frivolidad en él, pero aún seguía siendo su hermanito, sin importar qué. El caballero de brillante armadura seguía en los alrededores, Dante se acercó a darle lar gracias.
─No hay de qué, joven. ¿Me repites tu nombre?
─Dante, soy Dante, señor.
─Vale, Dante. Yo soy Rodrigo de León.
Tanto su aspecto como su nombre sonaban nobles. Casi brillaba de lo hermoso y de lo viril que se veía el caballero Rodrigo. Dante lo escuchó hablar sobre un torneo en el que iría a participar, entonces le extendió la invitación.
─¿Puedo ir yo a un torneo? Jamás he ido a uno.
─Seguro que sí. Te ves fuerte y joven. ¿Sabes? He estado buscando a alguien que me ayude.
─No soy de casta noble, señor.
─No te preocupes, Dante. Lo que importa es tu desempeño.
A Dante se le ocurrió que podría ser un intercambio equivalente: ayudarlo en lo que necesite a cambio de su ayuda en la liberación de Fausto. Así se hizo: pronto Fausto fue liberado, y Dante comenzó a pasar más tiempo con el caballero. Sus prácticas dieron frutos, logró dominar el arte de la espada rápidamente, y se encariñó con el caballo que le había prestado Rodrigo para cabalgar.
─En realidad es la yegua es de mi hija Trisha. Si quieres darle las gracias a alguien, debería ser a ella.
─Así lo haré, señor.
Le costó montar a caballo al principio. Lily, la yegua que solía montar, no parecía muy amable por lo general, pero le agradaba Dante y era dócil con él. Pronto desarrollaron un vínculo muy íntimo. Un día conoció a Trisha, la bella hija de Rodrigo. Ella quedó sorprendida por la tranquilidad que Lily mantenía al lado de Dante, cuando por lo general no le gustaban los extraños. Mientras que Dante, por su lado, nunca había visto a una señorita más hermosa y más elegante en su vida. Por poco se le olvida hablar cuando intercambiaron palabras por primera vez.
La señorita Trisha de León ya estaba en edad de casarse, pero no había conseguido a ningún pretendiente que le gustara a ella o a sus padres. Tenía una larga cabellera rubia y rizada, también tenía unas mejillas naturalmente sonrosadas, y una voz encantadora. A veces se le escuchaba cantando, era de sus pasatiempos favoritos, y tenía muy buena técnica. La primera vez que Dante la vio ella caminaba al lado de su madre. Creyó que era una princesa, su andar era grácil y elegante, pero su carácter era amable e ingenuo. Si no hubiera estado interactuando con otras personas, Dante probablemente hubiera creído que ella no era de este plano terrenal.
─¡Dante! ¿Aló? ¡Vuelve a tierra!
Dante se había quedado varios minutos viendo a la nada con el plato de comida frío frente a él.
─¿Estás enamorado, muchacho? ─preguntó Lizzie.
─¿Enamorado? ¿Yo?
─Desde que te la pasas con esa gente de dinero estás comportándote extraño ─dijo Fausto.
─Quién sabe. Yo no soy el único que tiene asuntos ocultos, ¿no, hermano?
Lizzie sintió la atmósfera tensa, no la comprendió para nada, pero decidió cambiar de tema para apaciguar a los hermanos.
─Bien, ¿quién quiere algo dulce? Hoy he podido comprar algo de fruta. Han sido muy buenos estos días, ¿no?
─Sí ─contestó Dante─, supongo que sí. Todo va mejorando.
Fausto se alejó de la mesa, y pronto salió de la casa también. Esa noche no volvió, y esa misma noche Dante tuvo un sueño que por primera vez en mucho tiempo recordó a la mañana siguiente. Vio a un ave gigante de plumaje negro y con un pico grueso. Aquella silueta que parecía nada más una sombra ahora tenía el rostro de un ave. Era de aspecto intimidante, indomable, y salvaje, pero al mismo tiempo parecía familiar. La había visto varias veces en sueños, solo que era una imagen que no se había revelado en su consciencia. Al aparecer simplemente la observó, y luego voló. En su sueño tenía algo de frío, había nieve y no reconocía el paisaje, pero se sentía como un hogar. Al despertar tenía lágrimas en sus ojos, no entendía por qué, pero tenía esa sensación particular de haberse reencontrado con alguien después de mucho tiempo.
Esa mañana estaba nostálgico. Su hermano no había llegado a casa, así que salió a buscarlo. Tuvo la sensación repentina de que nunca iba a poder volver al pasado. Aunque parecía obvio, era un pensamiento rumiante que finalmente logró reconocer. Extrañaba a sus padres vivos, a su hermano pequeño, sus juegos juntos, la rutina y la tranquilidad del hogar, aunque fueran tiempos caóticos. No obstante, nada de eso podría volver. Aceptar esto le quitó un peso de encima. El día parecía tener colores, la temperatura estaba fresca y el cielo despejado. Dante creyó ver vapor entre las personas, una especie de nube envolvía a la gente, aunque demasiado ligera. Imaginó que eran sus ojos los que veían mal. Pronto se alejó de la gente, y caminó hacia su antigua casa. Estaba tal como la última vez, con el mismo desorden, pero con más polvo. Recorrió las habitaciones, los pasillos, y vio que había lugares con menos polvo que otros. Se dio cuenta de que alguien había estado allá también. Casi logró escuchar las risas de cuando eran pequeños, o los regaños de su mamá, casi vio a sus padres bailando y dándose un beso a escondidas, como si ellos fueran los jóvenes. Sus cavilaciones fueron interrumpidas por alguien que apareció tras de él.
─Buenos días ─saludó el inquisidor de la verruga en la ceja.
Ese hombre tenía un rostro siniestro, ahora Dante se daba cuenta de que había algo oscuro al rededor de él. Le devolvió el saludo.
─¿Qué haces por aquí esta mañana? ¿Buscas algo de tus padres?
─No, solo venía a ver en qué estado estaba esta casa.
─Entiendo. ¿Qué hay de tu hermano? ¿Has ido a verlo?
─¿A qué te refieres?
─¿No lo sabes? ¿Desde cuándo no lo ves?
─No voy a responder tus preguntas, dime qué sucede con mi hermano.
─Tal vez desde anoche no lo ves, ¿no es cierto? Fue encarcelado. Y por lo que sé, es la segunda vez ─dijo con una sonrisa macabra.
─¿Qué quieres decir? ─contestó Dante con cautela.
─Tu hermano está encarcelado, como lo oyes. No por posesión de armas, sino por asesinato. Esta vez dudo mucho que tus amigos en la caballería te ayuden.
Y en unos pocos segundos el mundo se le vino abajo otra vez. Era imposible, no podía creer eso de Fausto. Probablemente lo hayan culpado por algo que no hizo. Esta era una teoría factible para Dante, que la sustentaba nada más el rostro malicioso del inquisidor. Fue a ver a su hermano, pero tal como la otra vez, no quisieron admitir visitas hasta que el Tribunal así lo permitiera. Fue en seguida a ver a Rodrigo, que cabalgaba con su preciosa hija.
─Don Rodrigo, hoy tengo asuntos apremiantes. No quisiera molestar, pero se trata de mi hermano.
Rodrigo se bajó del caballo para hablar cara a cara con Dante. Llegó al establo corriendo, estaba sudado y con la respiración agitada. Solo montaba su yegua cuando estaba con Rodrigo, de resto, se movía a pie como siempre. Tuvo que correr kilómetros para llegar ahí.
─Creo que mi hermano ha sido acusado falsamente de haber asesinado a un hombre, lo han encarcelado nuevamente.
─¿Falsamente? Dante, esas acusaciones no se pueden tomar a la ligera, ¿tienes alguna prueba?
─No, señor. Realmente solo es una suposición. No me dejaron verlo, así que no sé si él mismo lo ha confesado.
─Está bien, vamos a hacer algo al respecto. Voy a ir al Tribunal, hoy tengo asuntos que atender ahí de todos modos, ¿de acuerdo?
Acordaron esperar un par de horas para poder ir, pero la ansiedad se hacía más molesta conforme pasaba el tiempo. Dante quiso cabalgar un rato con Lily, pero su inquietud se la transmitió a la yegua y comenzó a ponerse violenta. Trisha intervino para calmarla.
─Vaya, lamento que te haya asustado así, casi te tumba.
─Está bien ─respondió Dante─, tampoco es la primera vez.
─¿Has montado caballo antes?
─No, nunca.
─Entonces parece que tienes un don natural.
Trisha le sonrió a Dante, y esto de algún modo lo tranquilizó. Ella siempre era amable con él, pero siempre tenían conversaciones cortas. La madre de la chica cada vez que la veía hablando con Dante la llamaba y le mandaba a hacer cualquier cosa para distraerla, pero ella siempre volteaba a ver a Dante como para despedirlo, con tristeza en sus ojos. Era hermosa, no solo físicamente, sino que estaba llena de nobleza y de amor por las cosas que la rodeaban.
─Estoy segura de que tu hermano va a salir de ahí. Debe ser un lugar horrible.
─Lo es.
─¿Estuviste ahí?
─Sí, también me encarcelaron, pero no por mucho. No era a mí a quien querían.
Para Trisha, que conocía ya bastante gente aburrida, pretenciosa y escrupulosa, Dante era el chico más interesante con el que nunca había hablado, tenía un carácter amable y receptivo, pero al mismo tiempo aventurero. Le resultaba encantador. Dante no podía imaginarse más que como un plebeyo para ella. Repentinamente, empezó a tener la misma visión vaporosa de antes, veía un humo ligero que desprendían las personas, frente a él veía a Trisha con un aura de color rosado pálido, casi transparente. Dante creyó que definitivamente se había enamorado, porque le pareció que ese era el color del amor.
─Me alegra que no estés ahí. Por cierto, tienes el cabello despeinado.
Trisha acarició un poco el cabello de Dante. Fue breve, y nada más una excusa, pero sonrojó los cachetes del joven. La madre de la chica estaba lejos, pero al verla interactuar con Dante, como de costumbre, la llamó.
─Espero verte pronto, Dante.
─Lo mismo digo, Trisha.
─Cuídate mucho.
─Lo haré.
─¿Lo prometes?
─Lo prometo.
Y se separaron. Pronto Rodrigo y Dante partieron, en presencia del caballero y de un alguacil pudieron hablar con Fausto. Aunque no entendían por qué no querían dejarlos solos, Rodrigo logró distraer al alguacil y dejó a los hermanos solos por unos minutos.
─No tenemos mucho tiempo, Fausto, dime qué pasó. Te voy a sacar de aquí.
─No tiene caso, deberías irte.
─¿Quién te hizo esto?
─Nadie.
─¿Entonces? ¿Es cierto que mataste a un hombre?
Fausto lo pensó un poco antes de dar su respuesta.
─El hijo de puta me estuvo siguiendo todo el tiempo, me estuvo observando todo el tiempo. Él me veía a mí, pero yo nunca lo vi a él.
─¿Quién?
─El inquisidor, se llama Thomas, el de la verruga en la ceja.
─Ese sujeto es abominable.
─Lo es.
─Él te hizo esto, ¿no? Se las va a ver conmigo.
─No, no me refiero a eso. Él quería encontrar algo, y lo encontró. Lo voy a matar un día. Si existe un infierno, lo mandaré para allá.
─¿Qué diablos estás diciendo, Fato? ¿Qué sucedió?
─Dante, no te preocupes por mí, ¿sí?
─Eres mi hermano, siempre me voy a preocupar por ti. Me pone los nervios de punta que no me digas qué sucedió. ¿Le robaste a alguien? ¿A quién has matado? ¿Qué era tan valioso como para hacer eso?
─Venganza.
Dante tardó varios segundos en procesar esta respuesta.
─¿Qué?
─Maté al que habló la otra vez, al que nos delató, que por su culpa mataron a mamá y a papá.
Dante comenzó a percibir el mismo humo casi transparente alrededor de su hermano, pero esta vez era un color denso y oscuro. Sintió temor por un momento, porque le parecía un aura agresiva y despiadada, ajena a lo que había conocido de su hermano. Ahora creyó más bien que estaba alucinando. El alguacil y el caballero volvieron, pero Dante ya no tenía más nada que decir. Siguió viendo esa aura vaporosa alrededor de las personas, era medio transparente, y solo la percibía con certeza si concentraba la mirada. Se frotó los ojos, por un momento creyó que era un defecto de su vista, pero no. Recordó las palabras que le dijo aquel anciano amable en su tienda, "tienes que aceptar lo que eres”. Aún así, todo lo tenía muy confundido.
─¿Qué dijo tu hermano? ¿Ha dicho algo que nos ayude a sacarlo?
─No, definitivamente no.
─¿Qué sucedió?
─Mató a un hombre, aún no sé si se lo merecía.
Las palabras salieron imprudentemente de la boca de Dante. Realmente estaba en shock, aún no podía creer que la persona que admitió el asesinato era su hermano. Sin embargo, Don Rodrigo comprendió que había una gran preocupación en Dante, que ahora estimaba mucho.
─He visto que tienes una habilidad nata para el arte de la espada. Asimismo, eres buen jinete. Te compartiré esta información para que la sopeses. Hace poco ha llegado un mensajero con noticias interesantes. ¿Te suena familiar el nombre Francisco Pizarro?
─No, señor.
─Lo conocerás. Él está en busca de soldados para una expedición.
─¿En busca de qué?
─Explorar el Nuevo Mundo.
Dante quedó sin habla.
─Lo que quiero decirte es que pienses en unirte. Puedo hablar con un par de personas, tu hermano podría ser liberado si se convierte en soldado. Podían irse ambos en el viaje de exploración.
En la cabeza de Dante retumbaron las palabras “Nuevo Mundo” y “exploración". Comenzó a sentir un cosquilleo que se extendió por toda su piel, la idea le emocionó y rápidamente se hizo fantasías sobre lo que descubriría en aquella tierra desconocida. Supo la respuesta de inmediato, debía ir para allá sin importar qué. Algo de esa tierra lo llamaba poderosamente, algo que siempre había estado latente.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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Cóndor - Orígenes - Capítulo 1
El sol salió y resplandeció entre las nubes, aunque la mañana era fría y silenciosa. Todos en la casa ya habían despertado, pues los quehaceres eran muchos y no había suficientes horas en el día para hacerlos todos. Aunque Dante solía levantarse a la misma hora que su hermano, había veces como esa mañana en las que se despertaba tarde y le costaba desprenderse de su sueño pesado. Cuando eso ocurría, Fausto hacía ruido a propósito, incluso saltaba en su cama o le halaba los pies, pero de ningún modo se despertaba.
—Hijo —interpeló la madre—, ¿Dante aún no se despierta?
—No, mamá. 
—Qué sueño tan irregular tiene ese niño, es muy extraño...
—Te preocupas por nada —intervino el papá—, debe ser la edad, aún es un chico.
—Seguramente. Anda a despertarlo, hijo, ¿me harías el favor? Tu hermano dijo que hoy ayudaría a tu padre.
Fausto quería ayudar a su papá también, pero era muy torpe con las manos. Su padre era artesano, y para moldear la arcilla o tallar la madera había que tener manos fuertes y hábiles, pero decían que él no tenía ni la fuerza ni la delicadeza necesaria. Más bien, no la tenía en comparación con su hermano mayor. A pesar de que le molestaba que lo compararan con Dante, él siempre lograba apaciguarlo y hacerlo sentir mejor.
—Eres un buen chico —le decía el mayor—, eres mejor que yo en muchas cosas, no te dejes engañar por ti mismo, ¿si? Serás bueno en todo lo que te propongas.
Pero aún así había veces en las que se sentía opacado y donde no era tomado en cuenta. Dante tenía un carácter introspectivo, extremadamente amable y siempre le sonreía a los demás, esto le hacía ganarse la confianza de cualquiera. En cambio, su hermano menor Fausto tenía una risa estridente y solía contestarle a sus mayores, a veces era llamado problemático o niño rebelde, pero siempre le hacía caso a su hermano mayor, que era también su mejor amigo. El joven Fausto se dirigió a la habitación de su hermano, lo zarandeó por los hombros, pero recibió como respuesta un largo y sonoro ronquido.
—¡Danteeeee! ¡Diablos, despierta!
 Y volvió a roncar. Fausto agarró un palo de madera y un yelmo improvisado que utilizaban para jugar a los caballeros, que era más bien una cacerola común. La golpeó con el palo al lado de su oreja y no lo pudo despertar. Entonces agarró firmemente la cacerola y la golpeó contra la cabeza de su hermano, sonó como una campana.
—¡Mamá, creo que a Dante se lo llevó el demonio!
La madre de los niños no entendió nada excepto por la palabra “demonio”, entonces corrió asustada a la habitación de los hermanos.
—¡¿Qué dices?! Fausto, ¿qué ocurre?
—No se despierta. Creo que se murió.
—¡No digas eso ni en broma!
Dante comenzó a articular unas palabras ininteligibles, como las de un borracho. Su madre se aceró lentamente, lo veían con suspenso. El pánico comenzó a invadir el cuerpo de la madre cuando vio que Dante abría la boca, como si quisiera gritar, pero de repente soltó un estornudo ruidoso y su hermano pegó un brinco del susto. Dante se despertó como si nada.
—¡Dante! Hijo, por Dios, ¡qué susto nos has dado!
—¿Yo? —dijo aún adormilado— ¿Por qué?
—¡Ya es casi media mañana y no te has levantado! ¡Ese sueño no es normal!
—Perdón mamá, estaba soñando con un ave.
Dante se sentó en la cama frotándose los ojos y continuó hablando de su sueño:
—Creo que era otra vez ese pájaro, se veía muy grande, en serio, ¡enorme! Y lo vi y extendió sus alas llenas de plumas gruesas, creo que incluso me dieron ganas de estornudar.
—Pues sí lo hiciste, ¡y me llevé un susto! Pensé que te estaba llevando un demonio en tu sueño.
—Te dije que no lo digas ni bromeando, Fausto.
Dante se rió de la ocurrencia de su hermano. Intentó recordar algo más del sueño, pero se le había escabullido y no recordaba ni siquiera el tipo de ave o la forma del animal, simplemente recordaba una silueta. Por lo general, Dante no dormía tanto, pero solía tener sueños, muchos sueños, y los recordaba con facilidad. Sin embargo, había algunos que olvidaba muy rápido, y le parecían  los más fascinantes. Eran esos sueños los que le impedían levantarse temprano. Por algún motivo, nada podía despertarlo sino hasta que terminara de soñar. Eso no lo preocupaba a él, pero su madre era muy devota y algunas veces se lo atribuía a los espíritus, aunque nunca habló de eso con los niños. Llegó a creer que se trataba de alguna posesión, pero su esposo, que no era tan creyente como ella, la tranquilizó diciendo que era improbable.
Dante por fin se acercó al taller donde su padre trabajaba, lo ayudó con las últimas artesanías que debía hacer esa mañana. Había acabado con buena parte del trabajo, siempre hacía los más difíciles primero, como los platos y las vasijas grandes, y dejaba para el final las cosas más pequeñas y sencillas. Dante se sintió culpable porque no pudo ayudar a su padre con el trabajo más pesado. Aunque siempre decía que no necesitaba ayuda, a veces se le hinchaban las manos y se notaba que le dolían. No lo quería admitir, pero los años comenzaban a afectarle un poco.
—Tu madre me dijo que soñaste con un ave otra vez.
—Sí, fue tan real —respondió con gran emoción—, esta vez incluso sentí el batir de sus alas tan cerca que hasta estornudé, o eso me dijo Fato.
Dante le decía Fato de cariño a su hermano, cuando él era pequeño y aún no pronunciaba bien las palabras se presentaba de ese modo. “Mi nombe e Fato” recordaba Dante con ternura. Hacía mucho frío todavía después del mediodía, eso les retrasó un poco el trabajo porque el cuerpo aún no se habituaba a las bajas temperaturas de los últimos días de otoño. De cualquier manera, terminaron antes de que mamá los llamara para ir a comer. El invierno se aproximaba y eso traía consigo ciertas complicaciones. Los más ancianos en la ciudad hablaban de que una epidemia estaba volviendo a atacar Sevilla, algunos eran escépticos, pero a los más pobres, es decir, la mayoría, les preocupaba. En la casa intentaban no hablar del tema frente a los niños, pero era una tensión silenciosa la que atormentaba a los adultos.
Esta familia vivía cerca de las afueras de Sevilla, lejos del centro, por lo que al señor Ortiz le tomaba horas ir y regresarse cuando le tocaba vender sus trabajos artesanales. Su esposa intentó convencerlo de que no fuera al centro al día siguiente:
—Ya sabes lo que están diciendo de esa enfermedad, la epidemia está volviendo, se va a poner peor durante estos meses.
—Mujer, no te preocupes, ¿con qué nos ganamos el pan si no es de este modo?
—Ya lo sé, pero...
—Nada. Es mejor así. Que pase lo que tenga que pasar.
—¡Preocúpate al menos un poco por ti mismo! ¿Qué sería de nosotros si te perdemos?
—Pudiste valerte por ti misma durante años sin mí, sé que estarían bien.
Fue otra conversación en vano, porque él nunca cedía cuando se trataba de cumplir con su trabajo y responsabilidades. Afuera, en la calle frente a la entrada, los niños jugaban a ser caballeros. Fausto quiso ser un doncel y Dante, como era más grande, dijo que sería el caballo. El menor se reía y le pegaba con el palo de madera en la nalga derecha de su hermano.
—¡Arre caballo! ¡Arre!
—¡Aaahhhh! ¡Ayuda! —decía bromeando, con algo de dolor.
—¡Los caballos no piden ayuda!
Entonces Dante relinchaba. A veces jugaban con otros niños, pero ese día no había casi nadie, tal vez por el frío y por las nubes grises que amenazaban con llover. A lo lejos, Dante escuchó que alguien se quejaba de dolor. Un hombre se aproximaba desde la esquina, caminaba con incomodidad, se cubría el cuello con las manos, estaba hinchado, pero no sangraba por ningún lado. Dante le pidió a su hermano que se bajara de su espalda.
—¿Qué pasa?
—Ese hombre, ese hombre necesita ayuda. Dile a papá que venga.
—¿Quién?
Dante se levantó y se acercó al hombre. Le insistió a su hermano para que llamara a papá porque había alguien que necesitaba ayuda.
—¿Señor? ¿Está usted bien?
—Niño, ayuda, por favor. Nadie me habla, me duele, me duele...
Dante sintió una punzada de desesperación, el pobre hombre estaba al borde de las lágrimas, cayó de rodillas y estaba a punto de desfallecer.
—Niño, ayúdame, por favor...
—¿Qué hago? ¿Qué tiene? ¡Ayuda! ¡Ayuda!
—Dile a mi hija, por favor...
Entonces una voz llamó a Dante desde atrás y se dio la vuelta.
—Hijo —era su padre—, ¿qué sucede?
—¡Este hombre necesita ayuda!
Y señaló al hombre convaleciente, arrodillado en el suelo. Dante se agachó para ayudarlo a sostenerse.
—¿A quién? Dante, hijo, ahí no hay nadie.
Al joven se le congelaron los huesos, no del frío, sino del miedo. Al voltearse nuevamente ya no estaba sosteniendo a alguien, no había ningún hombre. En la calle del frente vio como una vecina curiosa lo observaba desde una esquina de la ventana tras la cortina, que cerró rápidamente cuando hicieron contacto visual.
—Aquí había alguien pidiendo ayuda. ¡Papá, te lo juro, vi a alguien!
La mamá de Dante se agachó para levantarlo.
—Mi niño, vamos adentro, rápido.
Desde su habitación escuchó cómo sus padres conversaban preocupados.
—Hablé con la vecina —decía su mamá—, esta mañana encontraron a un hombre tirado en la calle. Muerto. Están comenzando a aparecer cuerpos. Ya estaba sucediendo en el centro, pero ahora aquí también... Esto no es normal.
—Tampoco es la primera vez que Dante ve cosas extrañas.
—¡Pero era un hombre que acababa de morir! ¿Será posible que haya hablado con un muerto?
—Eso no lo sabemos. No hablemos de esto.
—¿Qué es lo que te da tanto miedo de hablar de esto? Nunca quieres continuar con esta conversación.
—Las paredes escuchan, los chismes se riegan como si fueran ratas, no podemos tomarnos este tema a la ligera. Tenemos que ser precavidos con lo que decimos. Tú sabes bien a qué es lo que le temo.
A Dante le impresionaron las palabras de su padre, jamás imaginó escuchar la palabra “temor” de un hombre como él, que era grande, tosco y de nervios de acero. Fausto, aunque era más bien hiperactivo, también sentía la tensión del ambiente, y estaba sentado al lado de la puerta junto a su hermano, escuchando también.
—Dante, ¿de verdad viste algo?
—Sí, lo vi, de verdad lo vi.
—Yo te creo.
Dante no había dudado de si le creían o no. Más bien le aterraba que le creyesen, porque se imaginaba el riesgo que su familia corría si esa información llegaba a oídos del Santo Oficio. Pero, de todos modos, estas palabras ablandaron el corazón del hermano mayor. Pasaron algunos días, y la tensión de ese momento se fue disipando. En un par de semanas el suceso había quedado olvidado para todos, salvo para los padres de los niños. El señor Ortiz, aunque intentara apaciguar los nervios de su esposa, también sentía miedo por el futuro de su hijo. Dante a veces hablaba solo, siempre habían dicho que era un niño muy creativo y que tenía amigos imaginarios, pero a medida que crecía dejaron de ser tan imaginarios, a veces lo encontraban hablando solo, y él decía que se comunicaba con personas reales. Nunca les había pasado por la cabeza que podía ser gente muerta, sino hasta ahora.
—¡Danteeee! ¡Despierta!
Fausto le presionaba el pecho con sus manos repetidas veces, como si quisiera revivirlo y devolverle el pulso.
—¡Des-pier-ta! 
Entonces se detuvo y llamó a su mamá.
—¡Mamá, no se despierta!
Y su madre volvió a entrar a la habitación tan preocupada como si fuera la primera vez. Papá ya se había ido al centro a vender sus artesanías. Dante dormía profundamente, volvió a murmurar palabras inarticuladas, tenía el ceño fruncido, y esta vez comenzó a tener movimientos convulsos durante el sueño. Parecía sentirse incómodo. Estos movimientos extraños preocuparon a su mamá y a su hermano. Pronto empezó a hiperventilar.
—¡Dante! —gritó su hermano— ¡Dante, despierta! ¡Dante!
Y Dante se despertó de un brinco. Quedó atontado por unos segundos mientras regresaba a la realidad, y lo primero que vio fue el rostro de Fausto sobre sus piernas. Lo abrazó como si hubiera sido el menor el que hubiera estado peleando en sus sueños. Para Dante, la voz de su hermano fue como un hilo que siguió y lo condujo de vuelta hacia la vigilia, estaba luchando contra algo en el sueño, pero ya no recordaba qué, solo recordaba que había algo relacionado con Fato.
A pesar de que no sabía qué había soñado, tenía una sensación muy pesada. No quiso jugar con su hermano porque no tenía ánimos. Fausto comenzó a jugar solo, y otros niños del barrio se fueron integrando. Dante estaba más meditabundo de lo usual, en sus sueños veía constantemente a personas que no conocía, que le entregaban mensajes que no entendía, y también veía a muchos animales que tampoco había visto, particularmente a un ave que no identificaba. Se sentía extraño, y triste. Comenzó a caminar solo por la calle sin darse cuenta, estaba tan ensimismado intentando recrear en su mente la imagen del ave de sus sueños, pues creía que era importante. Entonces vio un ave negra frente a él, en el pavimento. Era un mirlo. Cantaba melódicamente y parecía mirar a Dante.
De pronto, Dante sintió el canto del ave, no pronunciaba palabras, pero articulaban un mensaje para él. “Ve con Fausto”, oía en su mente. Había algo que quería llevarlo hacia su hermano menor, como si este corriera algún riesgo. "Ayuda a Fausto", y el ave salió volando. Dante corrió de vuelta hacia su casa buscando a su hermano, que no estaba en el mismo lugar donde lo había visto por última vez. Entró a la casa llamándolo a gritos, tanto así que espantó a su madre. Como no lo encontraba, lo buscó por las calles y no respondió al llamado o las preguntas de su madre.
Tenía una sensación muy extraña, sintió que ya había vivido eso antes, las escenas comenzaron a encajar como un rompecabezas, y pronto logró ver todo el panorama. Lo que veía era exactamente lo mismo que había soñado: en una calle ciega estaban los niños jugando, pero Dante quedó paralizado cuando vio a uno de ellos sosteniendo el palo de madera de Fausto roto, y el rostro de su hermano ensangrentado. La sangre borbotaba de una herida en su frente.
—¡Fausto! —Apareció su madre— ¡Dios Santo! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué te ha sucedido?!
Uno de los niños se disculpó llorando y gimiendo, todos estaban temblando de pánico. Fausto estaba en shock, y Dante no podía oír nada ni moverse se su sitio. Su hermano lo miró, y entonces pudo reaccionar. Se acercó lentamente hacia él, e instintivamente supo qué hacer. Se imaginó que iba a estar bien si lograba hacer que dejara de sangrar. Puso la palma de su mano sobre la herida e hizo presión.
—Fato, estás bien, estoy aquí contigo, ¿sí? Vas a estar bien. ¿Me estás oyendo?
Dante apenas escuchaba sus propias palabras, pero estaba actuando por puro instinto.
—Dante, tenemos que llevar a Fausto a casa. ¿Puedes ayudarlo a levantarse?
Dante asintió con la cabeza. Tardó unos segundos en comprender lo que le había dicho su madre, luego quitó su mano de la frente de su hermano para poder cargarlo, y todos quedaron asombrados al ver que el joven ya no tenía ninguna herida abierta en la frente, sino una pequeña cicatriz. Dante era el más sorprendido, no entendía qué había hecho. La madre actuó de inmediato, cargó a su hijo con dificultad, pero se lo llevó antes de que los otros niños analizaran lo que habían visto. Dante corrió tras su madre aún desorientado.
Por la noche, cuando llegó el señor Ortiz a casa, su esposa le contó lo ocurrido, y esto le generó los mismos sentimientos confusos que a todos. Estaban agradecidos por el bienestar de su hijo, pero ¿qué pasaría con Dante? Los otros niños probablemente hablarían de eso, si es que nadie había hablado de sus actitudes extrañas anteriormente.
—Son niños —intentó consolarla—, quizá nadie les crea.
Pero ambos sabían que no solo era absolutamente probable, sino que sería inadmisible para los inquisidores. Al día siguiente el señor Ortiz se quedó en casa. Explicó que estaba muy cansado y el frío le dificultaba la movilidad en sus manos y sus pies, pero era mentira.
—Papá, cuando te sientas mejor ¿puedo ir contigo al centro?
El señor vio el rostro de su hijo menor, con una nueva cicatriz en la frente. Sabía que él siempre había querido ayudarlo tanto como lo hace Dante, pero nunca le había dado la oportunidad.
—Seguro, hijo.
Más tarde se acercó a Dante, entendía que esa experiencia lo habría impactado a él más que a nadie. Estaba tan ensimismado que no escuchó cuando su padre entró a la habitación.
—Hijo, ¿quieres hablar de cómo te sientes?
—Estoy bien, papá.
—No te veo tan bien que digamos.
—Solo estoy pensando en lo que pasó. Pero estoy bien.
—Sabes, tengo algo para ti.
Le extendió una de las artesanías que hacía con madera. Usualmente tallaba animales, y le entregó como regalo un pequeño pájaro.
—Sé que sueñas mucho con aves, parece que te gustan.
Dante pensó que ese había sido uno de los regalos más bonitos que le habían dado. Era diferente al resto de sus artesanías, dado que esta tenía muchos detalles y estaba perfectamente pulida. Luego le dijo que había pensado dárselo para su cumpleaños, pero creyó que ese era un mejor momento para darle la sorpresa.
—Está hermoso, papá, gracias. Lo atesoraré por siempre.
Esa noche no pudo conciliar el sueño. Por la mañana tampoco salió de su cama temprano, no porque estuviera soñando, sino porque tenía miedo de ver la cicatriz de su hermano o de que le hicieran preguntas sobre cómo se sentía. A pesar de que no comprendía exactamente por qué lo que hizo estuvo mal, tampoco lograba explicarse cómo fue capaz de curar una herida simplemente con su mano. Lo único que hizo fue imaginar la herida cicatrizada, quería que su hermano estuviera bien y sano, pero ¿y si estaba maldito? ¿y si no era un don, sino una profanación? Dante, en todas esas horas que no logró dormir, había recuperado algunos recuerdos que ahora parecían cobrar sentido, como aquella vez que de pequeño encontró a un pajarito negro, quizá sería un mirlo también, que no podía volar porque tenía un ala que no podía levantar. Deseó con toda su fuerza que la pobre avecilla alzara vuelo, y la sostuvo entre sus manos con toda su ternura, entonces luego de abrir sus manos el ave pudo volar como si nunca hubiera estado herida.
—¿Con quién hablabas? —recordó también que le preguntó una vez su madre.
—Es una chica, ¡nunca la había visto por aquí! Se llama Felicia.
—¿Felicia? —dijo su madre extrañada—, no me suena para nada ese nombre.
Le había parecido extraño en ese momento, porque su madre tenía años viviendo en Sevilla, y se había mudado a esa casa cuando se casó con su padre. Cuando volvió a ver a la niña esta le dijo que vivía ahí desde que tenía memoria, y no le preguntó más. Luego de eso nunca la volvió a ver. Nadie había escuchado de una Felicia tampoco.
Fausto corrió a la habitación y cerró la puerta con urgencia. Dante se puso alerta y salió de la cama.
—Alguien está tocando la puerta —le explicó al mayor—, son los de la iglesia.
—¿Inquisidores? ¿Son inquisidores?
—Sí.
Los jóvenes empezaron a sentir el estupor del miedo. Escucharon las voces a través de la puerta.
—¿Cuál es el problema? —preguntó la madre con tono firme.
—Venimos porque hemos oído ciertos rumores, y debemos confirmarlo.
Para el señor Ortiz, la palabra “confirmar” significaba otra cosa.
—Han venido a sacarnos las palabras por la fuerza, así son las cosas con ustedes, ¿no?
—¡Respete! —exclamó el segundo inquisidor.
—Tranquilo, no te exaltes. Venimos para ver al niño del que hablan por las calles, ¿está por aquí?
—¿Qué niño? —fingió Ortiz—, si hablan de alguien, es de mí, no de ningún niño.
—¿Está usted seguro? —contestó con ironía.
La madre de los niños veía impertérrita a los dos inquisidores en su puerta; sin embargo, le temblaban las rodillas.
—Aquí los niños no salen —intervino la mujer—, al parecer tienen esa enfermedad que está dando.
Los inquisidores quedaron desconcertados con esta respuesta, el segundo vio con cara de asco el interior de la casa.
—Entonces no tardaremos mucho, solo venimos a interrogar al señor, deberá acompañarnos.
—¿Adónde llevan a mi esposo? ¿Irá al Tribunal?
—Solo le haremos unas preguntas.
Pero ambos sabían que las preguntas consistían en tortura. Finalmente, el padre del hogar cedió y se fue con los inquisidores. Los niños salieron temblando de su habitación.
—¿Mamá? ¿Y papá? ¿Dónde está papá?
Y la señora Ortiz rompió en llanto. Los jóvenes, aunque conservaban algo de inocencia, sabían que nada relacionado con la Iglesia puede terminar bien para ellos. Todo terminaba en ejecuciones públicas y en cámaras de tortura, no importaba la veracidad del relato, si había rumores de algo pagano o hereje por las calles, terminabas en el Tribunal del Santo Oficio y posteriormente muerto.
Luego de un rato su madre les explicó que los rumores se habían expandido, y que su padre había asumido la responsabilidad de las acciones de Dante. Él no pudo soportar sentirse tan culpable, así que se escabulló por la noche y salió decidido hacia el centro de Sevilla. Su hermano y su madre dormían, así que nadie escuchó la puerta cerrarse tras el joven.
En el trayecto se encontró con uno de los sacerdotes de la iglesia, lo siguió porque imaginó que iría hacia donde estaba su padre, pero su lógica le falló, porque terminó en un barrio extraño y pronto lo vio comenzar a hablar con ciertas mujeres indecentes. Estaba frente a un prostíbulo. Dante se sintió intimidado por esa atmósfera tan desconocida y feroz, en una esquina había personas besándose y haciendo otras cosas que en su vida el joven podría haber pronunciado, así que salió corriendo por donde vino. A penas recordaba cómo eran las calles en esa oscuridad, pero su buena memoria lo guio hacia la Catedral de Sevilla. No consiguió más que vagabundos y prostitutas, no había rastro de su padre ni de nadie que pudiese ayudarlo. Entonces apareció, luego de muchísimo tiempo, Felicia.
—¿Felicia? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no te he visto más? ¡Tengo tantas preguntas! Ha sucedido algo horrible, no sé si hay tiempo...
Felicia no respondió nada, simplemente le sonrió con ternura.
—Felicia, esto sonará un poco extraño, pero hay una pregunta que quiero hacerte. ¿Tú... estás viva?
La sonrisa de la niña se desvaneció. Dante ahora se había dado cuenta de que ella era una chiquilla cuando ambos hablaban de pequeños, y que ahora él había crecido, pero ella seguía igual.
—Debes irte de aquí, Dante, vuelve a casa rápido.
Dante insistió un poco, pero al final le hizo caso. Nunca había visto la ciudad de noche, pero era aterradora. Al llegar a casa las luces estaban prendidas y su mamá estaba nuevamente llorando.
—¡Por todos los cielos! ¡Dante! ¡¿Dónde diablos estabas?! ¡Casi muero del susto!
El regaño que se llevó el joven fue infernal, lo comprendía, pero una parte de él aún deseaba justificarse. Su hermano menor no pudo pronunciar palabra para defenderlo. También estaba asustado y preocupado por su padre. Luego del regaño, ambos se quedaron durmiendo con su madre, pero Dante no logró conciliar el sueño. Era cerca del amanecer cuando Fausto le habló.
—¿No puedes dormir?
—¿También estabas despierto? No me di cuenta.
—Dormí un poco —hizo una pausa—. ¿Qué va a pasar con papá? ¿Lo viste?
—No, no lo vi.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Lo vamos a buscar?
—No creo que podamos. Pero no te preocupes, vamos a estar bien, ¿sí?
—No vuelvas a hacer nada estúpido.
—Sí, lo que hice fue estúpido, pero...
—¡Nada! No lo vuelvas a hacer, ¿oíste? La próxima vez voy a ir contigo.
—Bueno —susurró—, bueno, Fato, bajemos la voz, que mamá duerme.
Pero Dante no pensaba verdaderamente llevarse a su hermano con él. No podía sacarse de la cabeza los hombres que lo miraban con una sonrisa extraña, o las mujeres con ese rostro raído e indiferente a las miradas lascivas. Cuando volvió a ver a su hermano, había cerrado los ojos y se había quedado dormido. Sin darse cuenta, también cedió al sueño y se durmió. Los tres despertaron por los golpes contra la puerta.
—Niños, métanse debajo de la cama.
Y los hermanos obedecieron. Lo que pasó después fue un caos fugaz: su mamá gritó por ayuda, luego sus gritos fueron ensordecidos como si alguien le tapara la boca, y luego solo se oyeron las voces de los mismos inquisidores de la otra vez.
—¿Y los niños? Dijeron que habían dos niños aquí.
—Se deben haber muerto, la mujer dijo que estaban enfermos.
Y se fueron sin cerrar la puerta. Dante no dejó que el pánico lo congelara esta vez, así que salió corriendo tras su madre. Fausto corrió también con él, pero había tanta gente en la calle que pronto perdieron de vista a los inquisidores que se llevaban a su madre. Un señor le agarró con vehemencia el brazo al más pequeño, era un viejo con pústulas blancas en los bordes del labio inferior, le preguntó si necesitaba ayuda, pero Dante le propinó una patada en la rodilla y salieron corriendo. Nuevamente se perdieron entre la multitud. Parecía imposible llegar a la capilla.
—¡Dante, mira! ¡Vámonos en eso!
Iba pasando un caballo con una carreta cargada de madera, pero con espacio suficiente para que se montaran, si es que nadie se daba cuenta. Se había detenido por un momento, así que se montaron justo antes de que el caballo comenzara a caminar. El viaje pareció eterno, mucho más lento que corriendo, pero mientras más se acercaban a la catedral, más gente había en el camino. Llamaban menos la atención que tropezando con los transeúntes. Pronto vieron que la multitud se aglomeraba para ver una especie de espectáculo.
—Tenernos que bajarnos y acercarnos a la capilla —dijo Dante.
Su hermano lo siguió. El hombre que coordinaba el caballo los vio bajarse de la carreta y les gritó una sarta de groserías, pero ellos ya se habían escondido entre los espectadores. Dante tomaba de la mano a su hermano y lo guió hasta al frente. Lo que consiguieron fue ser testigos de una escena grotesca. Había personas atadas a grandes estacas de madera, tenían sus rostros cubiertos por bolsas de tela, pero Dante y Fausto reconocieron la ropa y la silueta de sus padres. Los clérigos comenzaron a prenderle fuego a las personas. Fausto reaccionó inmediatamente, corrió hacia donde estaba su madre, que también reconoció los gritos de su hijo menor llamándola. Entre las llamas le imploró que corriera. Todo se volvió gritos de agonía.
Dante salió tras su hermano, quería bajar a sus padres de las estacas, pero tomó a Fato del brazo e impidió que se acercara más a ellos, porque los dos inquisidores estaban cerca y comenzaron a perseguirlos. Dante haló con toda su fuerza a su hermano, que lloraba y gritaba con rabia. Se escondió otra vez entre la multitud, con muchísima dificultad, pero los inquisidores eran más torpes que ellos.
—¡Fato, tenemos que escondernos!
—¡Se van a morir, mamá y papá se van a morir!
—Fato, tenemos que correr, por favor.
—Malditos, ¡malditos! ¡Perros! ¡Los voy a matar!
La gente los veía con desagrado, ya no había tantas personas a su alrededor. Dante se metió en un callejón que tenía un olor fétido, había montañas de basura tras las cuales se escondieron. La mirada de Fausto estaba llena de lágrimas, pero tenía una expresión que Dante jamás había visto en su hermanito. Ambos sentían un dolor enorme, pero las lágrimas amargas de Fausto estaban cargadas de odio.
—Tenemos que escondernos, Fato. Tienes que hacerme caso.
Fausto siempre le hacía caso a su hermano. Aunque a veces era un poco temperamental, siempre había sido muy apegado a él. Dante, de alguna manera, creía que era un chico sensible, a veces incomprendido, pero nunca había sentido tanta hostilidad en la expresión de su rostro. Le pareció que era buena idea ir a casa, como si pudiesen considerar eso como un hogar después de ver a sus padres ser asesinados públicamente. Se escondieron entre la basura hasta que comenzó a oscurecer, y salieron de ahí. Un par de miradas sospechosas pasaron al lado de ellos y pronto aparecieron los inquisidores que los estaban buscando. Se metieron a un callejón que los guió hacia un bar, donde accidentalmente chocaron con una mujer.
—¡Perdón! ¡Nos persiguen! —exclamó Dante.
—Métanse debajo de mi falda.
Y la señorita los cubrió con el ruedo de su largo vestido. Se apoyó en la pared, de manera que pudo agacharse para abombar su vestido y cubrir mejor a los fugitivos. Los inquisidores siguieron su camino, no vieron a la prostituta de la esquina que escondía a los niños bajo su ropa.
—Ya se han ido.
Y ambos salieron apresuradamente. Tomaron una bocanada de aire. Dante estaba rojo de la vergüenza. Le agradeció a la señorita sin poder mirarla a los ojos.
—¿Por qué los están buscando?
—Quemaron a mis padres —dijo Fausto entre dientes.
Aún tenía los ojos hinchados del llanto, pero en su mirada había una expresión de furia contenida que a Dante aún le inquietaba. Él, por otro lado, todavía no había podido llorar.
—Soy Lizzie. Me pueden llamar así. Trabajo por aquí, pero este no es lugar en el que deban estar dos niños como ustedes. ¿No tienen a dónde ir?
—Intentamos ir a nuestra casa, pero debe estar vigilada. Si logramos entrar, seguro nos delatarán.
—Podrían quedarse conmigo. No tengo mucho por ofrecer, pero no estarán en la calle. Tampoco puedo mantenerlos, así que tendrán que buscar un trabajo o ganar dinero como puedan.
La señorita tenía un rostro joven todavía, pero parecía cansada. Llevaba un vestido escotado y algo sucio. Los guio hacia su vivienda, una casa pequeña con dos ambientes.
—Ustedes se quedarán aquí esta noche, mañana arreglaremos un poco el espacio. Por ahora debo salir a trabajar, ¿si? Cuando yo llegue no salgan de aquí. Es mejor que no lo hagan.
Pronto entendieron a qué se refería. Esa noche Lizzi llegó con un hombre, y luego con otro, y luego con otro. Cada vez que entraba con un hombre diferente hacía los mismos sonidos extraños, eran gemidos a veces forzados, a veces de dolor. No importa cuánto se taparan los oídos, aún seguían oyendo los ruidos. Dante cerró los ojos deseando que todo fuera un mal sueño. Esa fue la primera de tantas noches que la hostilidad de la Sevilla nocturna no los dejó conciliar el sueño.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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Cuentos del Condorverso: Ajanani
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Ilustraciones por: @tktk_tori (Twitter) Escrito por: Cóndor
Había sido difícil, como todo en mi vida, las personas creerían que alguien como yo lo tiene todo, todo para crecer, todo para ser feliz, todo para llegar lejos, pero no es así, no cuando lo más importante es lo único que te hace falta.
Viví desde siempre bajo las expectativas de los demás, de mi madrina, cuando decidió nombrarme como la «fuente de la energía»; de mis padres, orgullosos de su primogénita y única descendiente; de las personas a mi alrededor, recordando lo buena que era en todo lo que me correspondía, la delicadeza de mi actuar y la pureza de mi espíritu, pero, yo siempre me sentí vacía.
Podía disfrutar de la belleza del mundo que me rodea y amarlo, pero jamás comprendí mi razón para ocupar un lugar en él o como parte de, y eso, aunque jamás lo dije, realmente me dolía.
Fue probablemente hasta que lo conocí a él que pensé que había logrado llenar el vacío, y muchas veces me repetí a mí misma, «quizá amarlo es todo para lo que yo fui creada, ese es el motivo de mi paso por el kay pacha». Y de alguna loca manera tenía sentido, porque todo lo que podía hacer era complementarlo, porque él estaba lleno de todo aquello que a mí me faltaba: la determinación y las ganas de hacer y perseguir sus sueños, jamás lo vi dudar ni un poco de lo que deseaba, y yo jamás había deseado algo.
Amawt’a era todo lo que a mí me hubiera gustado ser, y creo que fue por eso que me sentí desde el primer momento tan locamente enamorada; su sabiduría, su elocuencia y su valor para enfrentarse a todo, eran lo que más me cautivaban. Él había sido elegido desde que era muy joven para convertirse en un yatiri, y la forma en la que contaba esa maravillosa historia, la suya, aquella que ya me sabía de memoria pero que podía escuchar una y otra vez sin sentirme aburrida, me hacía pensar que en definitiva era su destino y todos tenemos nuestra propia marca, incluso si no siempre es la del rayo, y que debemos vivir y cumplir la voluntad según esos designios, pero, yo aún no encontraba lo que me correspondía.
Su conexión con su hado aquel día en la montaña, la forma en la que el rayo golpeó su cuerpo y la particular marca que le fue conferida, no solamente lo llenaron de inspiración y trazaron la línea de su destino, también lo motivaron a adoptar un amor inmenso por hacer montañismo, no solamente como una forma de pasar su tiempo, si no para, como él lo describía, encontrarse a sí mismo y lograr escuchar las voces del silencio, que le ayudaban a conocer más de su persona y a conectar con aquella labor que al terminar su formación desempeñaría.
Siempre me habló al respecto y yo siempre pretendí escuchar lo que decía, pero en momentos podía sentirme tan celosa que cuando me contaba de ello solamente divagaba, sabía que actuar así era tonto y hasta infantil por momentos, y es que ni siquiera lograba identificar lo que me hacía sentir de esa manera y era cuando intentaba hacerlo que me perdía, lo escuchaba hablar, pero apenas prestaba atención, quizá era por todo el tiempo que estaba lejos de casa cuando las ideas de subir a las montañas lo dominaban y que no había poder humano que se las sacara de la cabeza. Por otro lado, había algo peor, porque quizá lo que me provocaba todos esos sentimientos era darme cuenta de lo fácil que era para él saber lo que quería, lo sencillo que le resultaba tomar decisiones, trazar un camino y seguirlo hasta sentirse satisfecho. ¿Por qué las cosas no eran así para mí?, ¿qué era lo que estaba tan mal conmigo?, y sabía que todo eso era incorrecto, sabía que estaba siendo completamente egoísta, porque lo amaba y también todo lo que era y la forma en la que era, por eso me había enamorado, entonces ¿por qué en ocasiones todo lo que podía sentir era envidia?
El día que lo perdí, por alguna razón yo sabía que sucedería, él estuvo planeando y preparándose para estar fuera por más de una semana, le rogué que se quedará desde que me habló por primera vez de sus planes, pero él estaba seguro de que algo allá arriba le estaba llamando, lo había visto y estaba esperando su llegada. No tengo idea de si sabía que era algo malo, pero incluso de ser así jamás me lo hubiese dicho; intenté que se quedara conmigo, en ese momento incluso me sentí tan tonta, como una niña haciendo una rabieta. No quería que fuera porque pensar que estaría lejos por tanto tiempo me hacía sentir una desesperación profunda, más que cualquier otra que hubiera podido experimentar en mi vida, pero no me hizo caso, salió muy temprano por la mañana, antes incluso que el sol y prometió volver en un par de días cuando tuviera la respuesta que buscaba, de una pregunta que hizo, pero que yo no conocía.
Tuve que quedarme en casa y realizar todas las labores que me correspondían, pero no podía parar de llorar, mi rostro estaba hinchado y yo trataba de convencerme que, si ignoraba esa desagradable sensación, los días pasarían más rápido y él estaría de vuelta antes de que yo me hubiese dado cuenta, pero jamás volvió, no lo hizo.
Estuvo fuera una semana, y luego otra y cuando estaba por llegar la tercera, yo estaba comenzando a comprender mi actuar antes de su partida, estaba segura de que algo malo sucedió, pero no había forma de comprobarlo, tenía que esperar un poco más, porque él me dijo que ese viaje sería diferente y que podía tardar un poco más de lo normal, así que incluso si lo hablaba con alguien más me dirían que todo estaba bien y que él bajaría pronto, pero pasaron tres meses sin una sola noticia, hasta que a mitad de la noche un muchacho que al igual que él estaba preparándose para convertirse en un yatiri tocó a la puerta de nuestro hogar como desesperado, me dijo que lo habían encontrado.
Amawt’a «murió de frío» en el exterior, luego de una semana de vagar buscando «una respuesta», pero nada de lo que sucedió tenía lógica, porque él hacía montañismo con su padre desde que era un niño, sabía lo que hacía, sabía prepararse, era prácticamente un experto, no se trataba de un novato buscando hacerse el valiente, era mi Amawt’a, y nada de lo que me decían tenía al menos un poco de sentido; pero mis padres y sus padres aceptaron todo lo que se dijo y me ordenaron hacerlo de la misma forma. Ellos siempre pensaron que él sabía que era el momento de partir y decidió recorrer los lugares por los que anduvo toda su vida, estaban seguros de que era el momento para él, pues había culminado su etapa en este plano de la existencia, una etapa tan corta que yo no podía aceptar de ninguna manera.
Y así despedí al amor de mi vida.
Siempre tuve una rutina bastante sencilla en casa, incluso cuando Amawt’a aún estaba conmigo, nunca fue demasiado exigente y nos gustaba hacer las cosas juntos, incluso las tareas del hogar, todo, por lo que dejarlo ir para mí no fue sencillo como lo fue para otros.
Me cansé de pretender que al igual que los demás iba a aceptar lo que sucedió, porque no solamente perdí al hombre que amaba, cuando se fue sentí que se llevó con él absolutamente todo, y quería entender que fue lo que lo motivó a marcharse sin haberse despedido, porque si todo lo que se decía era cierto y él sabía lo que pasaría o al menos lo presentía, entonces me habría gustado saberlo también, me habría gustado poder decir muchas cosas más o haberlo acompañado en esa última travesía.
Y entonces me quebré, supe que no importaba lo que hiciera o lo mucho que me preguntara algo, no encontraría una réplica que no estuviera basada en el dolor que estaba sintiendo y recordé lo que él dijo antes de irse, salió allá por una respuesta a una pregunta que jamás conocí, así que era mi turno de subir la montaña en busca de ellas, las respuestas que esta vez yo estaba buscando.
Me preparé torpemente para ello, en casa había equipo para subir a la montaña, pero la mayoría de las cosas eran de Amawt’a y yo no tenía idea de cómo se usaban al menos de forma adecuada, fue preparándome para el ascenso que me di cuenta de muchas cosas que no noté en un principio, como, por ejemplo, que para esa última escalada Amawt’a no se había llevado todo el equipo con el que solía cargar. Entonces pensé que tampoco yo lo necesitaría, no estaba segura de si iba a encontrarme con el mismo destino allá arriba, pero tampoco me importaba, porque incluso si eso sucedía iba a estar con él, y no quería interferir en el curso natural que debía llevar mi vida, o intentaba convencerme de que no era de esa manera, simplemente necesitaba descubrir que había en las montañas que le apasionaba tanto o quizá lo que sucedió ese día, necesitaba mis propias respuestas después de todo, porque todo en mi futuro era más incierto que nunca, sin el amor de mi vida a mi lado no había algo para lo que yo sintiera que serviría.
No quería cargar pesado, aunque no sabía cuánto tiempo estaría allí arriba, solo empaqué lo que creía necesario, comida para tres días, lámparas y equipo para fogatas, una navaja que le pertenecía a Amawt’a y cuerda, de verdad no sabía lo que estaba haciendo, pero no importaba. Por primera vez en mi vida, decidí algo y estaba dispuesta a llevarlo tan lejos como me fuera posible, además de mi ropa que era ya bastante abrigadora, llevé conmigo una pequeña manta de lana de alpaca que resultaba bastante útil para la temporada de frío, y mi collar, el collar que Amawt’a me regaló como promesa de nuestro amor y para recordarme que él siempre estaría a mi lado.
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Y así fue como emprendí mi camino, tampoco sabía nada de rutas, me estaba dejando guiar por cualquier cosa, por mi intuición o también quizá por mis ganas de encontrarlo a él allí arriba, incluso si sabía que algo como eso era completamente imposible.
No sabía ni por dónde comenzar, pero en las faldas de la montaña encontré a un grupo de jóvenes que se preparaban para escalar también y me uní a ellos de forma indirecta, fingí que sabía de lo que hablaban y me dejaron permanecer cerca durante el primer trayecto de la subida, cuando cayó la primera noche me invitaron a su campamento; estaban sorprendidos de que yo no hubiese llevado nada para refugiarme, pero intenté arreglármelas para que ellos no se dieran cuenta de que de hecho el que yo estuviera ahí no era nada prudente, no tengo idea de si logré lo que quería, pero me dejaron permanecer con ellos un poco más.
Jamás hice montañismo con Amawt’a y me dolía pensar que quizá es algo que hubiéramos podido disfrutar juntos, porque alrededor de la fogata, se platicaban historias maravillosas, de entes benévolos que ayudaban a los escaladores cuando estos estaban a punto de perderse o de perder la vida y pensé demasiado en por qué no ayudaron también a mi esposo a volver a casa, si realmente morir tan joven era su destino y por qué él, que tenía tantos sueños e ideas, tanto que hacer por delante, y como simplemente lo aceptó de una manera tan fría. Y después de tanto renegar de las adversidades y de haber repudiado el destino, el mal se presentó por primera vez ante mí mientras dormía, en mis sueños, pude ver a un saxra, y sabía que yo le había dado la energía, que yo había enfermado, porque no existía forma de estar bien si pensaba tan mal como lo hacía.
Todo el tiempo me sentía tan enojada y no hacía más que llenarme de horribles sentimientos que con el pasar de los días solamente crecían, incluso cuando ya estaba en la montaña, pensaba en lo mucho que hubiera querido estar ahí con Amawt’a y que quizá si ese día hubiese obedecido a mi instinto lo que pasó hubiera sido distinto, quería morir y lo sabía, no estaba arriba por respuestas, estaba allí porque no quería continuar mi vida y sabía lo horrible que algo así era y lo mal que estaba actuar de esa manera, pero lo seguía haciendo y me seguía hundiendo.
Llegó el tercer día y yo apenas había tocado mi comida, había estado siendo cuidada y alimentada por personas que ni siquiera me conocían y me di cuenta de cuánto les importaba o al menos lo mucho que estaban haciendo al gastar sus provisiones y compartirme de su espacio, pensé que no lo merecía, así que les agradecí su ayuda y me separé del grupo, les dije que estaría bien pero que la ruta que yo seguía era diferente desde el punto en el que nos encontrábamos, insistieron en que me quedara con ellos, pero poco pudieron hacer, así que me regalaron un poncho y un chullo que llevaban extras para que me mantuviera caliente en caso de alguna tormenta de nieve, y algo de comida, que dijeron nunca estaba de más en estos casos.
Caminé sin rumbo por sitios preciosos que nunca en mi vida creí que conocería, la vista era espectacular, pero incluso arriba, sentí la necesidad de volver a casa porque pensaba que Amawt’a estaría esperando por mí en ella. ¿Por qué él prefería estar aquí y no conmigo?, ¿alguna vez tuvo la necesidad de volver antes a casa para estar a mi lado?, ¿no era suficiente para él mi compañía?, no importaba ya. Se había ido y yo seguía sin respuestas, lo amaba tanto y era de lo único que estaba completamente segura, y también de que incluso si ya no estaba aquí yo lo amaría por el resto de mi vida.
El frío de la montaña se había vuelto indescriptible, caminaba con dolor entre una pequeña tormenta de nieve, en busca de alguna cueva o esperando desfallecer y encontrarme con mi muerte, no recuerdo demasiado de lo que sucedió, pero perdí la noción del tiempo e incluso de mí misma, y al abrir los ojos estaba ¿en casa?
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—¿Eh?, ¿dónde estoy?
—¿Cómo se siente? —preguntó la figura masculina frente a mí
Lucía joven y casi humano, pero su cabello era diferente, y sus brazos sabía que no se trataba de otro muchacho escalando la montaña y, aunque estaba aterrada por no saber dónde me encontraba, me hizo sentir realmente tranquila estar en su presencia.
—La encontré desmayada aquí cerca.
Él dijo que me encontró desmayada, y ahora probablemente estaba resguardada en su casa, pero nadie podría vivir en este nivel y a esta altura en la montaña y estaba segura de que había llegado bastante lejos de cualquier comunidad de montañeses, porque lo último que vi antes de perder la conciencia fueron las rocas cubiertas por interminables mantos blancos.
—Tome un poco, le hará bien —manifestó extendiendo una taza de café que olía delicioso. Y aunque mi cabeza estaba llena de dudas, una vez más alguien estaba cuidando de mí, aun cuando yo seguía pensando que realmente no lo merecía.
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—Disculpe las molestias. Es la primera vez que hago montañismo y claramente no venía preparada —musité.
—Descuide por favor —se limitó a decir
El joven frente a mí me miraba de una forma particularmente extraña, no era incómoda ni nada que se le asemeje a ese sentimiento, en realidad, me sentía bastante serena en su presencia, pero también expuesta, como si de alguna manera supiera lo que estaba haciendo y no hablo de la excusa de estar buscando una respuesta, si no de la verdadera razón por la que me encontraba en la montaña, una razón que ni siquiera yo aceptaba. Pero si lo sabía o no, no dijo nada, parecía alguien bastante reservado, pero era demasiado pronto para sacar conclusiones de cualquier modo.
El café que me había servido era delicioso, no simplemente me hizo entrar en calor, sino que me confortó muchísimo y me hizo sentir segura.
—Oh, ¡está delicioso! —añadí y fue en ese momento que comencé a tomar conciencia de todo lo que realmente estaba sucediendo. Yo salí de casa esperando morir congelada en la cima de una montaña, engañándome a mí misma para adornar la situación, con equipo insuficiente y sin saber a dónde iba o cómo llegaría, pero desde el primer momento estuve a salvo, primero cuando me uní al grupo de escaladores que se preocuparon por mi bienestar en todo momento y después dentro de ese extraño y moderno lugar que se elevaba miles de metros sobre el nivel del mar. El calor de la chimenea me había hecho olvidar completamente en dónde me encontraba y no tenía idea de cómo volvería, pero debía hacerlo.
Era obvio que algo en mi destino me quería con vida, y a estas alturas era igual de obvio que lo que le había sucedido a Amawt’a era parte del suyo. No me sentía bien, es decir, no es como si de pronto su partida hubiera dejado de dolerme o importarme, pero todo lo que me había estado cuestionando con anterioridad, me era claramente respondido; no esperaba que una voz de pronto me dijera lo que debía hacer o lo que quería escuchar, sin embargo, lo que había estado sucediendo desde que el viaje inició eran mi prueba. Aún quería estar allí arriba, al menos un poco más de tiempo, porque quizá algo más pasaría que me ayudaría a encontrar un cierre un poco menos doloroso.
—Tenemos disponible una habitación. Si gusta, puede pasar la noche aquí. —La voz del joven misterioso interrumpió mis pensamientos, estaba ofreciéndome refugio durante la noche y definitivamente quería aceptar, pero me sentía avergonzada.
—No quisiera continuar causando inconvenientes, le agrad... —Y antes de que hubiera podido terminar la oración, se había ido.
Tomar su repentina desaparición como una forma de negarse a aceptar un no de parte mía por respuesta, me llevó a decidir quedarme en el lugar, caminé nerviosamente por toda la sala, hasta toparme con unas escaleras que me dirigían a la segunda planta, en donde un pasillo lleno habitaciones me recibió. Toqué la puerta más cercana a las escaleras, para asegurarme de que no había nadie dentro a quien pudiese incomodar, no hubo respuesta, así que la abrí, estaba vacía y supuse que estaba bien si me quedaba a dormir en ella.
Me senté en la cama, dejando a un lado mi «equipaje», y permanecí en silencio por un momento, dejé mi mente en blanco, hasta que tuve la necesidad de retirar de mi cuello el collar que Amawt’a me había regalado, lo sostuve entre mis manos y pude sentirme una vez más, cerca de mi amado. Mi dulce Amawt’a, ¿quizá era él quien había estado cuidando de mi durante el viaje?; ¿acaso quería que volviera a casa y que siguiera con mi vida?, pero, ¿cómo iba a hacerlo si él ya no estaba en ella?, ¿cómo podría siquiera intentarlo? Sabía que todo eso iba a dolerme por el resto de mi existencia.
Él solía amar tanto las montañas, ¿qué había aquí arriba que lo tenía tan cautivado?, pensé «quizá él también estuvo en este lugar y le gustaba volver de vez en cuando», o ¿era la belleza de los paisajes que podías apreciar mientras subías?, ¿la adrenalina?, ¿las historias de hoguera?, o simplemente la experiencia de hacer algo que le apasionaba. Jamás presté atención suficiente cuando me hablaba de ello, y en ese momento anhelaba tanto haberlo hecho.
—Mi amor, me encantaría volver a verte.
—¿Entonces por qué no vas a encontrarte con él?
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Una voz gutural retumbó en mis oídos, no fue como si alguien en la habitación lo hubiera dicho, se sentía como si dentro de mi cabeza, algo hubiera decidido convertirse en el eco de las cosas terribles que había estado pensado, como si conociera mis planes para estar de nuevo con Amawt’a, para volver a estar a su lado.
Tuve miedo, un miedo abrazador como no lo experimenté nunca antes, alguien o algo conocía mis planes, esos que yo había estado negando, pero incluso si logré engañar a todos, engañarme a mí misma, a «él» a «eso» no lo había engañado. Tenía que volver a casa, tenía que regresar bien y recordarme a mí misma que ya tenía respuestas, demostrar que esa era la verdadera razón de por qué había subido y terminar de atormentarme con lo otro.
Busqué al joven para agradecerle, pero no hubo resultado, se sentía como si hubiera desaparecido, como si me hubiera dejado completamente sola en ese lugar, pero ya no importaba, no había tiempo. No quería estar un segundo más arriba en la montaña, tenía que bajar y tenía que hacerlo rápido, salí de la casa y caminé poco.
—¿Tan pronto te marchas? —Entre la tormenta y la penumbra de la noche la pacifica voz de aquel joven que me había rescatado se hizo presente.
—Ah, ¡perdón! es que me surgió un imprevisto. —No quería terminar dando detalles de más con respecto a lo que había sucedido, yo sabía que algo malo estaba adherido a mí y no iba a dejar de estarlo si yo misma no le daba fin, le había dado fuerza y se estaba alimentando de todo lo malo de mi energía, pero me apenaba que alguien más pudiera verlo, no quería que supieran las cosas que estuve pensando.
—¿Tan urgente como para dejar el equipaje?, sin embargo, no puedo permitirte que te marches sin haber pagado.
¿Qué?, esa voz, no era la suya, no era él, era otra vez un «eso».
—¿Quién eres?, ¡¿acaso no puedes dejarme en paz?!
Cerré mis ojos; un estruendo se hizo eco entre las paredes rocosas, y después hubo silencio, pensé que mis oídos habían dejado de funcionar, fue como si el mundo entero se hubiera apagado en un segundo y una enorme sombra se formó a mis espaldas.
Parecía un cóndor, el más enorme y majestuoso sobre la tierra, pero no lo era, porque en sus rasgos pude reconocer al joven misterioso que me salvó y después me preparó un café, y la vi a ella, una enorme sombra parasitaria pegada a mi nuca, la misma que estuvo alimentándose de mi energía y él la arrancó, la separó de mi cuerpo y caí al suelo, solo para ver cómo aquella imponente ave devoraba ese espíritu maligno ante mis ojos y después todo se volvió negro.
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Al abrir mis ojos descubrí que seguía en la habitación en la que entré para descansar la noche anterior, no había rastro de mi huida ni de nada de lo que aconteció posterior a ella, y ya no sabía si mis recuerdos eran eso o simplemente estuve soñando mucho durante la noche, me dormí, y esa mañana particularmente, me sentía más viva que nunca. La tristeza y enojo que me acompañaba desde que Amawt’a salió aquella mañana a su viaje sin retorno se fue, desapareció. Se sentían tan lejanas, como si se hubiera tratado de algo que sucedió hace tanto tiempo que, cuando piensas en ello ni siquiera puedes creer que realmente alguna vez te sentiste de esa manera.
Y después de meditar un poco sobre todo, recordé algo más, lo había visto a él, el amor de mi vida estuvo conmigo la noche anterior, no solo presente en el collar, sino durmiendo a mi lado, sentí sus brazos rodear mi cintura y a él dejando esos pequeños besos que acostumbraba a darme mientras estaba dormida y, aunque no recordaba que me hubiera dicho algo, sabía que seguía conmigo y sobre todo, que él no quería que me diera por vencida. Aun había algo para mí más adelante e incluso si no podía verlo ahora, sentía que debía continuar, por él y por mí.
Nunca había deseado nada como en algún punto desee morir, pero incluso si es triste, fue precisamente eso lo que me llevó a tomar acción y por primera vez seguir el curso de algo y llevarlo tan lejos como jamás pensé que llegaría, y mi deseo para cuando descubrí todo eso ya no era el mismo y quizá no completé aquello por lo que subí en principio. Pero ahora estaba segura de tener muchos más deseos por delante y los quería cumplir, desee vivir y desee conocer mi destino, fuese cual fuese, porque quizá no era tan claro como el que Amawt’a labró para sí mismo, pero de la misma manera en la que emprendí un viaje a las montañas en el que no tenía ni la más mínima idea de qué sucedería, quería ser valiente y enfrentarme así a la vida.
Fue siguiendo al amor de mi vida que obtuve respuestas a preguntas que me hice desde que tengo memoria y antes pensaba que la razón de mi existencia era complementarlo a él, pero luego de eso aún me pregunto si era en realidad él quien debía complementarme a mí.
—Y así fue como mi difunto esposo apareció en mis sueños. Estaba tan feliz —le dije al joven que me escuchaba atento mientras bebíamos una taza de café.
—Me alegra escuchar eso.
—Disculpe, me fui un poco por las ramas —respondí algo sonrojada.
—¿Piensa seguir escalando? —inquirió.
—No lo creo, ya me siento con un peso menos encima, comenzaré el descenso.
Me preparé para abandonar el lugar y él me acompañó hasta la puerta de entrada, me dio un termo lleno de café para el camino y me indicó algunas rutas que escaladores solían frecuentar para el descenso.
—Tenga cuidado durante el descenso e intente no desviarse del camino.
—Muchas gracias por todo, el café estuvo delicioso. —Y con eso me despedí de él, y no recordaba cuándo había sido la última vez que me sentí con tanta paz interior, quizá nunca, pero ir a la montaña me llenó de algo que no tenía, quizá por eso Amawt’a amaba tanto estar allí.
«Algún día me gustaría regresar». Y miré atrás para despedir el hostal que de una u otra manera me regaló tanta serenidad, pero ya no se encontraba en el mismo lugar.
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Yo tuve la oportunidad de ser ayudada por aquellos entes benévolos de los que los escaladores hablaban en las fogatas, y algunos eran humanos... ellos ni siquiera se dieron cuenta de que fueron parte de esos seres de los que tanto se cuentan y maravillan y el chico del café, si algún día se atraviesa en tu camino, no te vayas sin pagar de su hostal.
—Entonces, ¿por eso decidió poner este lugar en la montaña? —preguntó con ojos llenos de curiosidad el muchacho frente a mí—. ¿Para ayudar a las personas como yo?
—Me gusta la montaña, ahora comprendí por qué mi Amawt’a la amaba tanto y ese amor me lo heredó a mí, y estás en lo correcto —añadí—. Sí, quiero ayudar a las personas como tú, como alguna vez yo recibí ayuda, tú te perdiste, te alejaste demasiado del camino, yo no tenía uno y lo encontré aquí. Claro que este lugar no es tan mágico como el de «el joven misterioso», este no va a desaparecer cuando salgas de aquí y puedes volver si necesitas descansar o escuchar mi historia otra vez.
—Gracias por el hospedaje señora y por toda su labor.
—Solo llámame Ajanani y no es a mí a quien debes agradecer. Espero encuentres allá arriba lo que estás buscando. Y realmente tendrás suerte si te encuentras con él y te invita un poco de su café.
—Sí, muchas gracias, sé que lo haré —respondió con una sonrisa en su rostro a modo de despedida.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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This is a manga I commissioned to @tktk_tori on skeb. I wanted to convey a common day in the Q'hawaq and I came up with Tekatori while browsing skeb. He interpreted my creative brief to perfection and made my dreams come true through his fabulous art. If you are reading this, Tekatori, thank you so much! I hope we get to collaborate again in the future.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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About Cóndor Q'hawaq
(English version on top, Spanish below) Condor is a quasi-immortal being who lives and is bound to a magical hostel called "El Q'hawaq" that arbitrarily changes location within the Andes by a design of something yet to be discovered. The hostel receives particular passengers, such as spiritual beings, stars in human or anthropomorphic form, deities, itinerant "magical" artisans, humans from the story, and an endless number of visitors (other streamers) that enrich Condor's daily life.
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The story in the present is about Cóndor's day-to-day life at the hostel. We get to know that he is a reserved figure with a tormented past but with a calm and somewhat irritable and cynical facade. He helps his visitors to solve personal issues that have to do with their spiritual path or purpose in life, and beings from the Andes' cosmogony and other planes that might require his hidden powers.
The people of the native villages know that he is a shaman, the closest ones even know his condition of (quasi)immortal and servant of the Pachamama. But everyone treats him with respect for his position, his abilities, and the help he usually provides.
He tries to be self-sufficient (emotionally) given his immortal condition. However, He fails because he still retains his human essence and the internal struggle of both occasionally generates personality and mental disorders. Internally, he wants to belong and forge meaningful bonds with human beings but given some of his personality traits, he tends to unconsciously avoid contact.
Concept
The design was made by the artist Blazemaléfica, a very good friend of mine with whom I have been working for about 10 years on several projects.
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When working on the design, we wanted a character that felt modern but at the same time had apparent relation to the Andean mysticism, that felt unique, but not alien to its culture, and finally, that felt intriguing, but without too many hidden references that would impede its quick interpretation.
As this project receives collaboration from several people, we also avoided adding several details to the model, the reason is that the character needs to be simple enough for animators or other illustrators to reference.
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Clothing
Some of his garments mimic the color palette and shapes of Andean condors. The open poncho with Andean motifs, sleeves, and collar is a free design by the artist. The shawl is made with alpaca wool and cotton fibers. It has chacana motifs carefully hand-embroidered by the Great Achachila of the Aconcagüa and given to him as a gift.
His long, loose-fitting black sweater is made from a blend of cotton, llama, and merino, while the light gray shirt he wears underneath is long, linen, and has a triangular front bottom tail.
The boots are hiking boots and are black. The laces are red. =====
ESPAÑOL
Cóndor es un ser quasi-inmortal que vive en un hostel mágico llamado Q’hawaq que cambia arbitrariamente de ubicación dentro de los Andes por un designio de los dioses. El hostel recibe pasajeros muy particulares. Espíritus, estrellas con forma humana o antropomórfica, deidades, artesanos “mágicos” itinerantes y un sinfin de visitantes (otros streamers) que enriquecen el día a día de Cóndor.
La historia en general trata sobre el día a día en el hostel y de cómo Cóndor, una figura reservada con un pasado atormentado pero con una fachada tranquila, algo irritable y un poco cínica, ayuda a sus visitantes a resolver cuestiones personales que tienen que ver con su camino espiritual, seres de otros planos, mitologías andinas y afines y propósito en la vida.
La gente de los pueblos originarios, saben que él es un shamán, los más allegados inclusive conocen su condición de (quasi)inmortal y de siervo de la Pachamama. Pero todos lo tratan con respeto por su cargo, sus capacidades y la ayuda que suele brindar.
Intenta ser autosuficiente (en el plano emocional) dada su condición de inmortal, pero falla, porque aún conserva su esencia humana y el enfrentamiento de ambas cosas ocasionalmente le genera trastornos de personalidad y mentales. Internamente quiere sentir que pertenece y forjar lazos significativos con los seres humanos, pero dados algunos rasgos de su personalidad, tiende a evitar inconscientemente el contacto y la construcción de relaciones interpersonales.
Apariencia de Cóndor en el presente. Algunas de sus características actuales son obtenidas luego del desenlace de la novela, adquiriendo mayor significado y creando pequeños guiños a quienes están más involucrados con la narrativa del personaje.
Concepto
El diseño fue hecho por la artista Blazemaléfica, una muy buena amiga mía con la que vengo trabajando por alrededor de 10 años.
A la hora de trabajar el diseño, queríamos un personaje que se sintiera moderno pero al mismo tiempo tuviera toques del misticísmo andino, que fuera original, pero alienado a la cultura andina, y también se sintiera intrigante, pero sin referencias demasiado escondidas que impidan su rápida interpretación.
Vestimenta
Algunas de sus prendas, imitan la paleta de colores y formas de los cóndores andinos.
El poncho abierto con motivos andinos, mangas y cuello son un diseño libre de la artista. La chalina está hecha con fibras de lana de alpaca y algodón y posee motivos de chacana cuidadosamente bordados a mano por parte de la Gran Achachila del Aconcagüa, como regalo.
Su sweater negro, largo y holgado está hecho con una mezcla de algodón, llama y merino, mientras que la camisa gris claro que lleva debajo, es larga, de lino y tiene una cola inferior frontal triangular.
Las botas son de montaña y negras. Los cordones son rojos.
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hostel-qhawaq · 2 years ago
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The Condorverse intro
(English version, Spanish version below) The Condorverse is a narrative experience designed to be experienced on different digital platforms. A series of transmedia contents that seek to take the fan on an adventure path with lovable/despicable characters, real scenarios, narrative twists, and nods for the most diehard fans.
The stories seek to open the doors of the rich Andean culture within the global pop culture panorama, adapting certain elements to current times and to the aesthetics that were spread thanks to Japanese anime and manga. Each element of the story related to the Andes is created with great care, in such a way that the identity and culture of their communities are respected. However, as I mentioned at the beginning, creative licenses will seek to bring the story to more friendly and exciting venues for those who do not live in South America. The ultimate goal will be for these people to see the cultural richness and pique their interest to know more about the views of the culture and its cosmogony.
To create this universe and an experience that can be lived in different digital platforms and, perhaps in the future, analog ones as well, I am relying on musicians and music producers, illustrators, cartoonists, and graphic designers, video editors and animators and, finally, writers and editors. All of these creatives collaborated and will continue to collaborate in order to create a world that feels alive, where the audience can visit this Tumblr and catch up on the latest happenings in the universe as seen from the point of view of the different characters in the universe.
The narrative of the first approach to the universe, however, revolves around Condor Q'hawaq's past and present. The universe has other dimensional planes that have a strong relation to the Earth where Condor lives. ========
El condorverso es una experiencia narrativa pensada para vivir en distintas plataformas digitales. Un contenido transmedia que busca llevar al fan en un camino de aventuras con personajes queribles/odiables, escenarios verosímiles, giros narrativos y guiños para los más acérrimos seguidores.
Las historias buscan revalorizar la cultura andina dentro del panorama mundial de cultura pop, adaptando ciertos elementos a la actualidad y a la estética que se difundió gracias al animé y manga japonés. Cada elemento de la historia relacionado a los Andes está colocado con mucho cuidado, de tal manera que se respete la identidad y cultura de sus comunidades. No obstante, y tal como mencioné al comienzo, existirán licencias creativas que buscarán llevar la historia a un plano más amigable y emocionante para aquellas personas que no vivan en Sudamérica. El objetivo final, será que estas personas vean la riqueza cultural y deseen saber más sobre los pueblos originarios y la historia precolombina de Sudamérica.
Para crear este universo y crear una experiencia que pueda vivirse en distintas plataformas digitales y, tal vez en un futuro, analógicas, me estoy apoyando en músicos y productores musicales, ilustradores, historietistas y diseñadores gráficos, editores de video y animadores y, finalmente, en escritores y editores. Todos estos creativos colaboraron y colaborarán para crear un mundo que se sienta vivo, en el que la audiencia pueda visitar y ponerse al día sobre los últimos acontecimientos del universo visto desde el punto de vista de distintos personajes.
No obstante, la narrativa de la primera aproximación al universo, gira entorno al pasado y presente de Cóndor Q’hawaq. El universo tiene otros planos dimensionales relacionados a la Tierra donde vive Cóndor y poseen sus personajes propios y conflictos cósmicos que se interrelacionan con lo que sucede en la Tierra, a veces, al mismo tiempo.
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