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Hija del exilio
16/09/2023
Papá me contó como si fuera muy novedoso, el ritual que repite cada año: ver el grito de independencia y, de pie, entre lágrimas, cantar el himno nacional.
Sí, el nacionalismo es una mierda, pero ¿quién se atrevería a cuestionar a este Señor que ama la patria que le dió refugio?¿Quién podría juzgar a este fantasma que se aferra a su acento, a empezar sus mañanas con mates y a sus desgastadas alpargatas? ¿Cómo le explicas que está mal volver identitario un pedazo de territorio a alguien que conoce mejor que cualquier mexicano la historia de este país? ¿Cómo le cuento a mi papá de sus teorías académicas cuando lo veo sufrir al ver las caras de confusión cuando habla en México y nadie lo entiende y veo sus ojos tristes cuando allá le dicen que ya habla como mexicano?
El otro día Agustina subió una foto de su bebé. Agustina, la primita con la que viví cuando cumplió quince años. De repente y sin avisar se apareció un llanto incontrolable, que aunque no conocía por experiencia propia, pude reconocer fácilmente. Le llamé a mi papá que al escucharme desbordada se asustó. Yo solo conseguí decir un: -“Extraño mucho Argentina”.
Su respuesta fue clara, sincera y nada esperanzadora: “Mi niña, nosotros estamos condenados a extrañar toda la vida.”
Y ahí lo entendí; yo también soy hija del exilio.
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Humanos y lunas.
8/04/2024 De repente me encontré llorando, conmovida hasta la médula de ser parte de este histórico grupo de humanos que un lunes de Abril de 2024, detuvieron sus vidas para voltear a ver al cielo al mismo tiempo.
Que fascinante resultan los eventos astronómicos cuando caes en cuenta de la cadena de coincidencias necesarias para que ocurran: que la Luna se posicione en su órbita de tal manera que parezca alinearse perfectamente con el centro del Sol desde nuestra perspectiva, y que al mismo tiempo, se encuentre lo suficientemente cerca de la Tierra como para oscurecer al Sol por completo.
Sin embargo, el hecho de que en nuestro planeta ocurran eclipses es, por sí mismo, casi un milagro: nuestra Luna es unas 400 veces más pequeña que el Sol, pero también está aproximadamente 400 veces más cerca de nosotros, lo que le permite ocultar el Sol justo lo suficiente durante un eclipse total, que no pasa en otros planetas. Nuestra luna también se está alejando de la Tierra, por lo que en aproximadamente 600 millones de años no existirán eclipses como este.
Vivimos en el tiempo y el planeta perfectos.
Hoy, miles de humanos, producto de millones de años de evolución de una vida que comenzó como apenas una simple célula con material genético nadando en su interior, buscamos al Sol, que se disfrazó de Luna, entre las sombras de los árboles en el asfalto caliente.
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12/03/2024 La muerte es un concepto extrañísimo y complejo. Para una bióloga, el término está asociado a la incapacidad orgánica de sostener la homeostasis, pero ¿realmente ha estado vivo mi tío Juan este último mes? A pesar de no poder respirar por sí mismo sonríe cuando su hija le dice que es guapo. ¿Está su cuerpo siendo capaz de mantener homeostasis aún cuando una infección lo ha tenido 27 días seguidos con calenturas que no seden? ¿Y ahora que lo diagnosticaron en estado vegetativo? ¿Está menos vivo o más muerto?
Mi mamá lloró y lloró y al final se limpió las lágrimas después de encontrar consuelo en la idea de que los gestos de sufrimiento de mi tío durante sus convulsiones eran meros reflejos, no señales de dolor consciente. Creo que la ví sonreír después de decir que sentía alivio de saberlo muerto desde hace un mes, libre de sufrimiento. Para mi es distinto, hay algo en la condición física que implica ocupar un espacio que me impide pensarlo muerto hasta que así lo indique el aparato que monitorea su corazón.
Desde que su muerte fue inminente no he podido dejar de pensar en cómo su funeral marcará la última reunión de los siete hermanos que, desde chicos, se han puesto en fila por edades y luego han sonreído a la cámara felices de estar en manada. Los he visto en esa misma foto perder pelo, engordar y llenarse de arrugas y canas. Pero ahora, sin Juan ¿será que seguirá siendo una tradición y así poco a poco, una foto dónde antes aparecían 7 personas se vuelva sólo un retrato del último hermano vivo, o ante el evidente espacio vacío al final de la fila que deja el hermano pequeño al irse, nadie volverá a pedir que se tome?
Mi mamá y Santiago creen que, de haber conocido el diagnóstico antes, podríamos haber evitado prolongar el sufrimiento de todos desconectándolo. Pero yo, la más atea y científica de las biólogas, estoy segura de que de alguna manera inexplicable por las matemáticas y la física, mi tío, que siempre amó el tiempo en familia y cuyo más grande deseo era la cercanía de su hija con el resto y que tantas veces intentó imponer sin éxito, siguió luchando para regalarnos en estas semanas de tanta tristeza y vulnerabilidad compartida, espacios de carcajadas, abrazos apretados, tiempo para ir a terapia y espacio para acoger todo el amor que nos deja.
Sé que ahora está listo para irse porque sabe con certeza que todos podremos sobrevivir a su ausencia.
Juan no deja de ser generoso ni cuando se va.
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Sobre las crisis de Diciembre.
4/12/2023 Los finales de año siempre me ponen tremendamente nostálgica. Creo que es un sentimiento que compartimos todas las personas alrededor del mundo. Alguna vez leí en algún lugar que Diciembre era el mes donde más personas se suicidan, si me acuerdo bien tenía que ver con la presión social y mediática de estas fechas para ser feliz.
Alguna vez me gustaron mucho estás fechas, me encantaba rescatar mi lista de propósitos y ver cuales había cumplido y a cuales me había acercado.
Hace dos años dejé de hacer listas porque nunca había ni un sólo propósito cumplido en la lista. Este año fue extrañísimo. Lo empecé con la sensación agridulce que trae terminar la universidad y empezar a trabajar. Terminar la uni pero no estar titulada es un limbo tan terrible que me sorprende que no se le hubiera ocurrido a Dante Alighieri.
Llevo como tres años compartiendo memes sobre lo terrible que es escribir una tesis sin tener perra idea que al final de este año, justo cuando pensé que había puesto el punto final a un documento que escribía después de llorar en la regadera escuchando Taylor Swift (no es exageración, este año fue mi artista más escuchada en mi Spotify wrapped y que no estuvieran los Stones ni los Beatles, demuestra que en efecto, toqué fondo) descubrí un error monumental en mi metodología que mandó a la verga quince cuartillas de resultados, doce de conclusiones y tres meses de trabajo intenso.
Esa tarde lloré y pataleé como niña chiquita y sólo pensaba en que sería imposible titularse este año a los 25 y cómo Darwin regresó del viaje del Beagle con 27 y la teoría científica más revolucionaria en la historia de la ciencia mientras yo la cagaba monumentalmente intentando explicar porqué a unos pinches pajaritos con patas azules les caga anidar después de que un huracán azota su sitio de reproducción.
Darwin tuvo su crisis de los 25 (¿será que la tuvo o eran puros mareos? ) y su coming of age fue un viaje de cinco años de pura aventura (y mucha ciencia), circunnavegando el globo en el Beagle.
Yo en cambio, tengo y valgo pura verga.
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La Añera
Tienen los pies cansados y el cuerpo triste, porque en su espalda cargan una mochila llena de recuerdos y cariños que tuvieron que enterrar cuando se fueron. Con el corazón encogido, después de empacar toda una vida, un par de botellas de agua y lo poco que les queda de esperanza, caminan en contra de su alma, que necia, desolada y atada a sus pueblos, a su gente, a sus historias, se niega a seguirles el paso.
Hay niños, niñas, abuelos y enfermos, todos expuestos al sol abrumador de todos los días y a la fría noche, teñida de soledad y miedos. Ellos saben que el camino es largo, duro y aterrador, saben que todos los días van a ser batallas y que esta nueva vida que han elegido está llena de peligros y monstruos, pero es lo que toca, porque estos oscuros engendros que han preferido son menos aterradores que los que los asedian en su país, y cuando duermen la nostalgia se pinta de esperanza y sus corazones vuelven a brillar un poquito, porque saben, que, si lo logran, no habrá más hambre ni guerra.
Y resulta que nuestro país, no es solo un puente, sino el único camino que existe entre estas dos vidas. Esta gente no eligió el dolor, ni el cansancio, ni el miedo, esta gente vive la consecuencia de un mundo desigual e injusto, a esta gente le tocó la otra moneda, el lado gris.
Nosotros conocemos su dolor, lo entendemos porque también lo vivimos, un millón de mexicanos dejan nuestro país cada año persiguiendo el mismo sueño. Sin embargo, parece que se nos olvida, y repetimos el mismo discurso de odio que hace un par de años hacía que nos hirviera la sangre, que ahora ese muro que amenazaban con ponernos para alejarnos, segregarnos y humillarnos, nosotros lo estamos exigiendo en el sur. Recuperemos nuestra empatía y nuestra congruencia, todos somos ciudadanos del mundo y como parte de un pueblo migrante, lo mínimo que podemos hacer es ayudarles a hacer su paso un poco menos desagradable, no juzguemos por actividades individuales de dos o tres personas, no caigamos en videos y fotos falsas hechas por xenófobos racistas.
La migración es un fenómeno que ha existido siempre y que desde hace unos años se ha visto incrementado por la alta desigualdad económica que divide a nuestro mundo, no se combate con muros ni violencia pues seguirá existiendo mientras la libertad, la educación y la comida sean solo privilegios de un sector y no derechos garantizados para todas y todos.
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Oleaje
El refugio del sonido de la arena moviéndose bajo los pies cuando la ola la acaricia, la paz de ese momento y la certeza de que por más sosegado que se sienta ese instante, la ola siempre vuelve a quebrar en la costa.
Así se siente el amor de mis papás, a veces como el lenitivo vaivén de la marea y a veces como el violento acto de las olas reventando sobre las rocas.
Ahí están, detenidos en un tiempo donde el océano oscilaba con dulzura, veo la foto y me da nostalgia y no puedo evitar pensar que no estoy cumpliendo con el portafolio, que tal vez estoy contando una historia que ya conozco, sin embargo, esta foto apareció en mi computadora sin avisar, como una desagradable broma del destino, que macabro, me reta a contar un relato que no reconozco.
Me he preguntado por varios días, antes de conseguir la valentía para escribir y la fortaleza para aceptar que algo ya no existe, ¿quién habrá tomado la foto y qué estaría pensando cuando decidió tomarla?
¿Se habrá conmovido con ese amor? Un amor que te hace bailar incluso cuando no tienes ningún sentido del ritmo, que consigue carcajadas y que mira con ternura; un amor tan intenso que es palpable incluso a través de una imagen que años después sigue incitando suspiros.
Ese amor de marea baja, que arrulla y consuela; que curó las almas más oscuras y las liberó de los peores demonios. ¿Será eso lo que vió el fotógrafo?
Tal vez sabía de las promesas que le hicieron a sus respectivas madres mientras que con los ojos brillantes por las lágrimas le contaban a la luna de su mutua devoción. Quizá había escuchado que él le leía poemas de Borges hasta altas horas de la madrugada y que en ella encontró su lugar en el mundo.
Hace mucho de esa foto, pero incluso ahora, se pueden encontrar migajas de ese amor generoso si se presta atención, ahí, en la bondad con la que se cuidan, en la terquedad de estar juntos mientras el mundo se acaba aunque no se soporten, en el breve intercambio de ideas cuando comparten la mesa a medio día y sobre todo, en la intensidad remanente de sus peleas cada vez menos espaciadas.
La Blanca y el Negro, dos personas tan diferentes como iguales, los fantasmas de un amor hecho para encontrarse, diambulan la cotidaniedad como intentando hallar algo de eso que fue, sin mucha voluntad ni esperanza pero con la idea certera de que el mar en que nadaron alguna vez sigue esperandolos en algún sitio, aunque ahora más que océano seá laguna, aunque ahora más que brisa haya tormenta, aunque las olas ya no hagan cosquillas en los pies, a pesar de que ahora los aviente con brutalidad hacia las rocas.
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Una última carta de amor
17 de septiembre 2021.
Hace mucho no sentía una tristeza como la que hoy invadió mi alma, esa tristeza que arde en todo el cuerpo y te recuerda que estás viva. Le he contado a tres personas diferentes y siento que nadie ha terminado de entender cómo fue ni que pasó; tal vez es otra de esas cosas muy nuestras.
Me siento en paz. Es extraño y casi contradictorio, porque escribo esto con un dolor insoportable de cabeza y los ojos casi extintos por la hinchazón, intento ponerle nombre e intensión a lo que siento. ¡Que orgulloso estaría Juan Carlos, mi psicólogo! Me acaba de dar de alta ayer, después de un proceso lento y doloroso del cual salí victoriosa. Que risa pensar que ayer lloré poquito cuando acabó lo que tendría que haber sido nuestra última sesión: -aquí voy a estar siempre que me necesites, pero creo que por ahora tienes las herramientas para seguir tu proceso sola, vas muy bien, estoy orgulloso de ti.- Me reí mientras le escribía hoy, apenas unas 24 horas después pidiéndole un espacio en su agenda.
Cortar se sintió bonito. ¿? La verdad no se me ocurre un adjetivo más adecuado, no creo que exista una palabra que lo explique. Pienso que dentro de todo el dolor fuimos capaces de reconocer un amor inmenso, que nos permite terminar así, entre un montón de lagrimas y carcajadas y con la certeza de que volveremos a encontrarnos un día y seremos amigos, de que estaremos siempre cercanos. La certeza que ambos estamos tatuados en un lugar grande y calentito del corazón del otro.
Pensar que no voy a estar en tu examen de titulación, ni que voy a poder ver tu tesis impresa o a saber de primera mano a que posgrado te irás hace que me ponga a llorar. Me es muy triste saber que ya no seré más parte de tus proyectos, de tu caminar. Me pone peor saber que tu tampoco lo serás del mío y me apanica la idea de no tener a quien enseñarle correos antes de enviarlos o a quien contarle sin miedo a ser juzgada que me da pavor irme a una isla desierta a muestrear pájaros sin internet ni agua caliente.
Han pasado bien poquitas horas y ya me dí cuenta de lo difícil que será reconfigurar mi vida a una donde tú no seas personaje estelar. Me siento muy perdida, hace mucho no me sabía soltera – esta vez es la primera que se siente definitiva ¿no? – y me parece extrañísimo que hace cinco horas estuviéramos hablando como sí nada y ahora no tener ni la mínima idea de que es lo que sigue. Eliminar las fotos, nuestro chat – que es además, el archivo de los últimos tres años de mi vida- pensar si podré escribirte si me siento muy mal, no saber si me contestarás, si tu vas a querer saber de mi tan pronto o sí lo vas a sentir como una intromisión. Es rarísimo que eras la persona con la que más cómoda me sentía existiendo y ahora me aterroriza no saber ni cómo tratarte. Me asfixia no saber cómo estás ni que piensas. Quisiera que existiera un manual para saber cuales son los protocolos y dónde poner tantas emociones. – Me voy a inventar el mío.-
Sé que fue la decisión correcta, se sintió bien. Siempre supe que iba a ser un dolor desgarrador, pero estamos seguros. Estoy segura de que es lo mejor para los dos. Para mí. Eso me mantiene cuerda, le da sentido al dolor.
Tengo ganas de dejarme estar triste, saberme humana, tener la certeza de que amé con pasión y que fui amada.
Ya puse mi himno de los fines de relación, se que te parecerá ridículo. Me lo enseñó Juan la primera vez que me rompieron el corazón. -Adiós de Cerati, escucha la letra.- Le hice caso y los siguientes tres meses de tristeza y reparación esa canción me acompañó todos los días. Nunca lo había puesto contigo, ni cuando te corté, ni cuando me cortaste. Por eso sé que esto va enserio. Porque sé que estoy segura y sé que tu también y Adiós de Cerati solo se pone en situaciones de esa índole.
Quiero acordarme de ti y de nosotros en nuestra mejor etapa, pero no sé nombrarla, no puedo elegir una. Creo que fuimos muy cambiantes a lo largo de nuestra historia, lo normal, pues al final, crecimos juntos, fuimos buenos y mejores muchos días. Pero de lo que sí tengo certeza es que siempre me sentí protegida, cobijada y acompañada contigo. Sobre todo eso último, desde esa noche donde un borracho me agarró las nalgas en un bar y aunque tu estabas lejísimos estuviste dispuesto a mandar a tus amigos -que ni me conocían- por mí, hasta hace un mes que me hiciste una tarea porque no podía más con la carga escolar ni con la carga viral de la vacuna. Desde que te conocí no volví a sentirme sola, desde ese beso en medio de un bar lleno de estudiantes borrachos y chicharrones con valentina embarrados en el piso.
La UNAM me recuerda a ti, todos sus secretos los conocí de tu mano: las rutas del puma bus, los mejores pozoles, las cervezas más baratas, el espacio escultórico.
La ciudad entera me recuerda a ti.
Me da mucho miedo pero también mucha emoción aprender a sentirme acompañada por mí misma, a resignificar cada espacio de la ciudad y a hacerla toda mía de nuevo. Hacer memorias nuevas – sólo mías.- Conocer lugares nuevos -sólo míos.- Tener nuevos amigos – sólo míos.- Tengo ganas de conocer y armar mi vida propia, de conocerme a mí sin ti.
La vida contigo fue espectacular, no tengo ninguna queja. Te lo he dicho varias veces pero no puedo imaginarme pensandote sin sentir mucho cariño. Quedamos que no nos íbamos a agradecer nada, creo que los dos conocemos bien nuestro papel en la vida del otro. Pero te quiero dar un resumen rápidito, como esos que ponen en las series antes de que empiece la nueva temporada para refrescar la memoria de los televidentes. Ahí te va: Gracias por la paciencia de amarme en momentos tan oscuros de mi vida, se que fue difícil, gracias por ayudarme a salir de ahí. Gracias por las carcajadas, tantas y tantas carcajadas. Gracias por tu franqueza siempre empática. Por tu trato dulce y ligero entendiendo mi fragilidad. Gracias por cada mañana amanecida en tus brazos. Gracias por cada charla, aprendí una inmensidad de cosas contigo. Gracias por dejarme un poquito de todos tus saberes, por compartirme tus pasiones y hacerlas un poquito mías también. Gracias por tu apropiarte también, un poquito de las mías. Gracias por tus abrazos siempre apretados, para que no cupiera nunca duda de cuanto me querías. Gracias por compartirme a tus amigos, tu familia y en general a todo tu círculo social. Gracias por creer en mí siempre, por hacerme saber que podía con todo y por estar ahí cuando no podía. Gracias por la paciencia manejando mis intensas emociones. Gracias infinitas por tu compañía: por saber que estabas al alcance de una llamada, para lo que fuera, el día que fuera, a la hora que fuera. Fue el más grande regalo que alguien me pudo haber dado en momentos donde sentía que la soledad me comía viva. Gracias por tres años y medio de mucho amor, de mucha amistad, de mucha alegría.
No se me ocurre un placer más absoluto que haberte conocido y haberme dejado conocer por ti, eres un hombre increíble al que siempre admiraré y querré.
Cuando me despedí de alguien a quien quiero mucho me pidió que le escribiera cuando pasaran cosas importantes en mi vida, esta carta es una solicitud explícita de que hagas tu lo mismo. Serán muchas y estaré esperando.
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Me hizo falta toda la vida
Era alto, culto, divertido y sabía a aventuras. Nunca he tenido demasiado aguante cuando de tomar se trata, por eso una hora y un par de cervezas después mi mirada estaba fija en sus labios, delgados y llenos de historias increíbles, nunca había tenido tantas ganas de besar a alguien. Lo vi crecer, de lejos, y aunque nunca habíamos cruzado una sola palabra, desde esa tarde sentí que lo conocía de toda la vida. Es difícil escapar de un ser tan extraordinario, el cuerpo siempre quiere más: besos, historias, sonrisas, abrazos, palabras. Tenía la voz de mar y sus abrazos se sentían como casa. Frenético, impredecible y lleno de vida, me arrulla su voz, la quiero escuchar siempre, hablo con él y puedo sentir a través del teléfono como sus ojos brillan, chiquitos y medio cerrados, como espiando a la vida. Podía estar horas y horas escuchándolo hablar de todo lo que lo apasiona, me contagia su fuego, me incendia con él. Siempre que le hablo tengo la ventana abierta, puedo sentir el aire de la noche rozando mi piel y mis ojos están fijos en el estrellado cielo, hay silencios donde se escuchan los grillos cantándole a la luna y luego él, otra vez, contándome otra historia; y así todas las noches. Me conoce, me entiende y compartimos el mismo mundo. Se acabó el silencio, me toca a mi, le conté cosas que a nadie, nunca. Mis miedos y mis dolores, mis más grandes alegrías y mis más terribles fracasos, él se quedó callado, escuchando, como si se supiera ya de memoria cada herida. Lo puede entender, lo ha sentido, ha experimentado conmigo todas estas sensaciones, siempre que hablo con él me siendo desnuda, expuesta, pero no me da miedo. Él construye con sus palabras una manta que coloca sobre mis hombros y me abraza, me abraza mucho y entonces entiendo: hemos visto el mundo con la misma lupa. Era increíble, fascinante, adictivo y estaba totalmente loca por él. Despertar y verlo, si escribiera una lista con mis cosas favoritas en la vida seguro esa sería la primera. Me hizo falta toda la vida, para dejar las sabanas inundadas de risas, para dejar de ser valiente un rato, para tirarnos en el pasto y recorrer su espalda. Lo veo y sonrío, me dice que me quiere y siento a mis pulmones guardar su alma y hacerme fuerte y grande y capaz de cualquier cosa. Me conoce y me escucha y guarda en su memoria todo lo que le cuento. Me gusta ese amor suyo (y me asusta un montón) salvaje e incierto, unos días tan potente y otros tan endeble. Me quiere, me quiere de verdad y aunque él también esté lleno de miedo, cada vez que me mira, me hace sentir infinita.
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Azares nocivos.
Es un jueves por la tarde, estoy sentada en la mesita del balcón, con el frío de otoño acariciándome la piel, hace mucho no escribo, pero hoy mi alma, si es que tengo alguna, me ha arrastrado casi por inercia a tomar el bolígrafo negro y el mismo cuaderno de siempre. Estoy sentada, espiando a la gente que camina con prisa a la entrada del subte. Hay un café en la mesita y aunque estoy ansiosa por sentir el calor de la bebida recorriendo mi cuerpo no toco la taza. Me siento lejos de todo y esta sensación de un vació constante en mi pecho que se ha instalado desde hace varios días parece no dejarme en paz. Estoy de mal humor, lo he estado por ya por un tiempo. Ni el café ayuda, quiero marcarle pero no la quiero molestar, han pasado ya varios años y no quiero explicar el porque de mi llamada. Me imagino la conversación, pensar en todos los incómodos silencios de la que estaría repleta me hace querer vomitar. -Rodrigo ha muerto.- pienso en voz alta. Lo repito un par de veces hasta que escucho a mi voz quebrarse. Mierda. Me gustaría ser un poco menos yo, para entonces encontrar paz en saber que está en el cielo con toda la gente que amó y que se fue antes que él. O para poder hacer algún ritual budista de despedida, llenar su recuerdo de flores y pensarlo hecho luz. Jurar que es la estrella más brillante de la noche, o que poder sentirlo cuando escuchó a George Duke. Pero no, Rodrigo está muerto y no hay ni ritual ni música que lo traiga de vuelta. Mi retorcida mente se lo imagina así, bien muerto, pálido, triste y con lombrices saliendo de los agujeros que antes ocupaban sus ojos grises. Pensarlo así me da escalofríos, casi me hace tenerle miedo a la muerte. Casi, porque en realidad, lo único que me tiene sentada en esta mesita es la certeza de que un día me alcanzará a mí también. Rodrigo es la única persona a la que he querido durante más de 10 años, parece que mi cariño con cualquier otro ser humano tiene fecha de caducidad, eso me lo dijo Mirta el día que le dije que no me interesaba saber de ella nunca más, cerró la puerta de un portazo y no volvió a aparecer en mi vida. Era una chica simpática Mirta, la conocí en el puesto de pollos del mercado, vino cada jueves durante más de un año a regar unas hortensias que me regaló después de que le dijera que yo no iba a hacerlo. Venía a las 4:00 porque sabía que me gustaba tomar café a esa hora, cuando el calor había bajado y cuando un hilo de aire frío se empezaba a colar por mí siempre semi abierta ventana. También sabía que tomó el café con leche pero que nunca hay en mi casa, por eso llegaba con un litro bajo el brazo cada semana. La corrí de mi vida porque era demasiado buena y positiva, esa tarde regó las hortensias mientras yo hacía el café, le dije que quería dejar mi trabajo porque todos eran unos imbéciles, además ese día las líneas de subte habían colapsado todas y había estado cuarenta minutos encerrada en un vagón con niños llorando y gente de mal humor a quince metros bajo suelo. Mirta salió a decir que era una exagerada, amargada y terca, tenía razón, pero vamos, a veces solo necesitas a alguien que putee contigo. Así era Rodrigo, llegaba sin avisar porque tenía llave de la casa, muchas veces pasó que cuando entraba, cansada de la ciudad y la vida, veía su silueta en este mismo balcón donde estoy yo ahora con un vaso de vino en la mano y un libro en la otra. Rodrigo sabía leerme la cara: -Vamos morocha, sonría, que ya sabemos que la vida está llena de catástrofes, pero que no queda más que vivirla. Y luego me servía vino en un vaso y me hacía beber un trago por cada mal rato del día. Generalmente acabábamos muertos, acostados sobre la alfombra de la sala escuchando música que solo se veía interrumpida por nuestras abruptas carcajadas. La noche empieza a caer como manta sobre la ciudad y el café que reposa sobre la mesita sigue intacto. Me gustaría tener leche para tomarlo, seguro ahora está frío y se quedará así, ileso de mis labios secos. El poco calor que le quedaba a mi cuerpo se termina de escapar y comienzo a temblar, me parece increíble como el cuerpo tiene estos mecanismos de auto cuidado, mi mandíbula castañea y por uno largo periodo de tiempo es lo único que se oye en esta ciudad: mi cuerpo intentando calentarse. Necesito música, pienso, pero no me puedo mover. El bolígrafo negro y el cuaderno sigen sobre la mesa, tal vez sea hora de escribir, tal vez sea mejor llamarle. Tarareo Someday de Duke, hasta que el frío no me lo permite más. Las estrellas se ven especialmente brillantes está noche, parece que la ciudad quedó vacía, muerta, no hay ruido, solo mi respiración, cada vez más serena. Creo que es hora de llamar. Mis dedos se mueven lentos, flojos, tiritantes. Cinco, ocho, nueve, tres, dos, dos, siete. El teléfono llama y entre tono y tono siento que pasa una vida. -Hola ¿Quién llama? Silencio. No puedo lograr que las palabras salgan de mi boca. -¿Hola? -Rodrigo murió. Llamaron ayer para avisar. La autopsia determinó que fue un envenenamiento. -… - Fue el vino, lo vi el lunes y nos tomamos una botella. Los médicos dicen que este último mes se han reportado muchos casos iguales. Que las empresas están usando alcohol metílico para cortar los gastos. -¿Qué mierda me estás diciendo Ana? Tos, mucha tos. -Que se murió Rodrigo y que yo me tomé el vino con él. -Mierda Ana. Mierda.
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Convergencias
Tomás tenía dos fuentes de felicidad: el té en las mañanas y los gatos. Ambos los convirtió en sus pasiones. Se compró varios juegos de tazas, una tetera que le costó casi tres meses de sueldo y una caja que albergaba más de 47 sabores distintos de té. Aprendió a hacer Chai casero y tenía un arbolito de té negro en el balcón. En su casa vivían 12 gatos: Coronel, Rumba, Zorbas, Chip, Plutón, Afortunada, Secretario, Profesor, Barlovento, Neurona, Saturno y Melquiades. Todos tenían cita una vez a la semana en el veterinario para revisión, cepillado y; a pesar de los varios intentos del Doctor para explicarle que los gatos no lo necesitaban; baño. Doce cajas de arena, doce platos para comida y otros doce para agua (que generalmente sustituía por leche más cara que la consumía él) y más 28 juguetes distintos adornaban la casa del muchacho. En el mismo edificio de Tomás, en el apartamento 406 para ser precisos, vivía Mariana, una chica alta y muy delgada. Mariana tenía los ojos negros como el carbón y dos pasiones: los libros y la música. Todas las paredes del departamento estaban decoradas con libreros que iban del piso al techo y donde estaban, acomodados mejor que en cualquier biblioteca, una cantidad impresionante de libros. Cada uno de ellos tenía, escrito con lápiz, el lugar y la fecha de cuando habían sido adquiridos además de alguno que otro dato curioso. En la primera hoja después de la portada de Mobby Dick, por ejemplo, se podía leer con una letra totalmente clara: 8 de Diciembre, 2008. La librería que está junto a la casa azul. Tardé en leerlo 12 días, y durante sus respectivas 12 noches, soñé con ballenas y mar. Todas las mañanas despertaba con un sabor salado en la boca. Se lo presté a Arturito, no le gustó y me lo regresó con manchas de mermelada en la página 56.
Cada dos semanas, Mariana limpiaba uno por uno, todos los libros que vivían en los estantes con un trapo húmedo y mucha dulzura. Le gustaba hacerlo mientras escuchaba música, ella también tenía una cantidad infinita de discos que trataba con el mismo cuidado que sus libros. A pesar de que varios de sus amigos se habían ofrecido para digitalizar toda es música, Mariana había sido muy terca. Le gustaba que los discos estuvieran decorados y que trajeran ese pequeño folleto adentro donde uno podía leer las canciones. Mariana y Tomás se cruzaron una tarde en la escalera del edificio, el subía con los brazos llenos de compras del supermercado y ella iba hacía la verdulería a contarle a Don Pepe la increíble historia que la tenía atrapada. Cruzaron sonrisas y siguieron su camino. Estaba Tomás a un piso de su departamento cuando se encontró un pequeño librito en la escalera, Seda, se leía en la portada, lo colocó bajo su brazo y después de alimentar, acariciar y cepillar a sus 12 gatos, se sentó en el sillón a leer. En la primera hoja se encontró con el cartel: 28 de mayo, 2015. Biblioteca Pública Central (se me olvidó regresarlo.) Lo leí tres veces en una semana. Tomás lo leyó en dos horas, le encantó, nunca supo a quien devolverlo.
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Daños colaterales de un mundo injusto.
Mi hermano escribió en su tesis doctoral (modestia aparte): "cómo sueño con un mundo donde tanto amor, tanta libertad y tantas oportunidades como las que yo tuve, no sean privilegios sino una garantía para todos." De chiquita me perdí un par de veces en el súper, cuando mi mamá se cambiaba de pasillo y yo seguía escogiendo el cereal. Me acuerdo de la sensación de angustia que inundaba mi cuerpo cuando la buscaba y no la encontraba y toda la tristeza que me llegaba de pronto como balde de agua fría, ¿y si no la encuentro? ¿Y si no la vuelvo a ver? Y seguro pasaban menos de cinco minutos hasta que veía su silueta larga asomándose de algún pasillo o escuchaba su voz gritando mi nombre, pero yo sentía que había pasado una vida. Hoy hay niños, NIÑOS perdidos y lejos de todo lo que conocen y quieren, niños a los que les arrebataron todo el amor de un golpe, niños retenidos en jaulas como si fueran animales, como si el dolor y el miedo que deben de estar sintiendo no fueran suficiente para mantenerlos inmóviles. Me los imagino y se me arruga el corazón y siento a la sombra de mi infancia irse a llorar a una esquina. Que ellos no eligieron esta vida carajo, que vivimos en un mundo que siempre castiga a los que nacieron castigados, pero que son niños, y que no pertenecen ahí, deberían de estar corriendo con el viento y trepando árboles. Que tristeza, como me gustaría abrazarlos y sacarlos de ahí mientras les digo: vayan, corran, jueguen que en este mundo los únicos privilegiados son ustedes, que en este mundo ustedes también tienen tanto amor, tanta libertad y tantas oportunidades como las que yo tengo.
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La gran mierda.
La primera vez que un hombre me acosó tenía (más o menos) siete años y jugaba en el cuarto con un niño al que le habían enseñado que podía hacer un trueque con sus juguetes y mi cuerpo. Era tan chiquita que no me acuerdo lo que pasó, solo se que baje corriendo a contarle a mi mamá y que todavía cuando lo veo la panza se me revuelve un poco y no puedo evitar un asco profundo cuando dice mi nombre. La segunda vez fue en una Suburban con destino a la playa, no tenía mas de doce años, estaba con mi hermano y su novia y para estar juntos los tres nos fuimos a la parte de atrás de la camioneta donde no hay asientos separados pero uno largo donde caben alrededor de cinco personas. La carretera a la costa oaxaqueña es una de mis favoritas, la caracteriza un paisaje mágico pero también unas curvas insufribles. Era de noche y todos nos quedamos rápidamente dormidos, me despertó una mano recorriéndome la espalda, no me pude mover del miedo durante más de diez minutos, cuando la mano cambio de territorio y comenzó a subir por mi panza me gire por instinto. Los ojos más negros que he visto en mi vida se cruzaron con los míos. - Shhh no vayas a despertar a tu papá, es que te quería despertar porque te quedaste dormida en mi hombro y no quería que si el señor se despertaba y veía pensará mal de mi.- No volví a cerrar los ojos durante las siguientes cuatro horas y media que quedaban de camino, llegamos a Puerto Escondido cuando ya había salido el sol y en el primer momento en el que estuve sola, llore. Me bañe tres veces ese día pero la sensación de asco y repulsión no abandonaba mi cuerpo, tenía doce años y una culpa inmensa. Nunca le conté a nadie, nunca me volví a ir en Suburban. Después crecí, tener quince años y vivir en un barrió que se llenó de construcciones es una terrible combinación. Para ir a la tiendita tenía que recorrer mas o menos cinco cuadras, dos construcciones y una cantidad insólita de gritos y vulgaridades. Hace dos años me vine a vivir a la Ciudad de México donde atravesar la puerta de mi casa todos lo días es un acto de infinita valentía. El día comienza eligiendo la ropa que voy a usar, procurando que no sean faldas, vestidos o shorts, que no sea nada muy ajustado ni escotado y esperando que todavía no sea hora pico en el metro para no encontrarme a ningún imbécil al que se le ocurra presionar su pene en mis nalgas. Están en todos lados, hace unos meses, en el bar, donde camino al baño jaló mi mano y me pegó a él, me agarró de las nalgas y me intentó besar, le pegue en los huevos y me fui corriendo a encontrarme con mis amigas. Llorando, fui con el gerente del lugar pero sólo me dijo que esas cosas pasaban porque las mujeres se ponen borrachas. No volví a ese lugar, no volví a salir a ningún lugar del estilo. Tres semanas atrás, regresando de mi escuela a las nueve de la noche escuche a un grupo de hombres silbándome y gritándome para que me encontrara con ellos. Traía audífonos, le subí a la música y caminé lo más rápido que pude, entonces los sentí detrás de mi, riéndose, gritándome, siguiéndome. No me acuerdo de haber sentido tanto miedo en mi vida, mis piernas se movían por pura inercia y en mi cabeza no dejaban de apareces todos los posibles escenarios. Me van a violar, me van a matar, no me van a encontrar mañana. Entonces vi un Oxxo; entré y no salí por veinte minutos, veinte minutos de todo mi cuerpo sudando frío, veinte minutos de llanto contenido, veinte minutos de un temblor incesable recorriendo cada rincón de mi cuerpo. Salir de la tienda ha sido probablemente el acto de osadía más grande que he cometido en mi vida. No pude dormir esa noche porque cada vez que cerraba los ojos escucha sus risas.
Y estoy cansada. Tengo veinte años y estoy cansada. Cansada de salir de mi casa todos los días con miedo y de regresar con lagrimas, estoy cansada de despertar y no tener la certeza de que regresaré a mi casa ese día, de cruzarme de banqueta cuando veo a un grupo de hombres, estoy cansada de intentar que el miedo no domine mi vida. Porque entonces ellos ganan y no lo voy a permitir. Tengo veinte años, estoy cansada y todavía no entiendo porque. ¿Por qué mierda hay que pasar por esto todos los días? Sigo sin entender y sin saber, bien a bien, como salvarme. Y a pesar de todo, me se enormemente privilegiada: soy parte del selecto grupo de las que no hemos sido asesinadas. ¿Qué es esto, carajo?
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A veces, la eternidad dura un segundo
Hay momentos donde la magia de un espacio es tan palpable que el cerebro deja de ser el que controla el cuerpo. Esa noche, por ejemplo, en la que mi mano arañaba tu espalda y nuestros alientos se mezclaban con la brisa de verano. No dejabas de repetir lo bonita que era y por momentos me lo creí, después me mirabas a través del fuego que danzaba sobre la madera, sentía como tu mirada me consumía y se unía al baile de las llamas, tal vez era el olor de las flores empapadas de primavera, quizá era la humedad que inundaba el espacio. Probablemente fue tu mano contra la mía. <Te quiero> <¿Para siempre?> <Por hoy.> <Es suficiente> Y te quise, te quise más que nunca, te quise para mí , te quise para siempre.
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Animal de ponto.
Nunca fuimos tan infinitos como aquella noche; estaba tan desnuda que lo único que traía puesto era ropa. Tú secabas las lágrimas que recorrían mi rostro dejando un rastro negro del maquillaje en su camino. Te lo solté todo. Escuchabas en silencio, con tu mano sobre mi pierna y tus ojos fijos en lo míos. Terminé de hablar y seguiste sin decir nada; después te acercaste y con un beso te llevaste toda la mierda. Follamos esa noche ¿Te acuerdas? Yo miraba por la ventana mientras gemía y lloraba, tu te concentrabas solo en darme amor; entonces mi llanto paraba y mi mirada se perdía en las estrellas del cielo, no me acuerdo de haber visto nunca tantas como esa noche, tampoco me acuerdo de haberme sentido tan llena, tan plena, tan feliz. Repartías besos a lo largo de mi espalda, yo todavía contemplaba el cielo, hechizado; lleno de pequeños puntos de luz, incluso algunos tan lejanos que estaban apagados hace tiempo y sin embargo su fuego todavía iluminaba el firmamento esa noche; entonces me acordé, la última vez que me había sentido así había sido un enero con mi familia en la playa, yo estaba haciendo castillos de arena cerca de la orilla del mar, enfadada con mi mamá porque me había obligado a ponerme bloqueador solar que hacía que toda la arena se pegará a mi cuerpo y joder, como raspaba. De repente pasó algo, fue como intuitivo, algo que obligó a mi mirada a fijarse en las olas del mar. Entonces los vi, miles y miles de delfines brincando a través de las olas, juro que tienen magia, juro que contagian paz. Primero vino la euforia; le grité a mi familia para que no se perdieran el espectáculo, vinieron todos corriendo, exaltados como yo. Después un abrupto silencio que se veía corrompido únicamente por las olas chocando con la orilla y los chillidos de aquellos fascinantes animales, se alejaron después de un largo tiempo de bailes y brincos, dejándonos a todos embelesados y sin poder soltar una sola palabra, nos sentamos en la arena, apoyé mi cabeza en el hombro de mi mamá importándome una mierda la arena pegada por el protector que arañaba mi cachete. Gemía, miraba por la ventana y me sentía así. Terminamos y me abrazaste como nadie en mucho tiempo, alejaste los mechones de cabello que interrumpían el lazo de mi mirada con la tuya, te acercaste lo más que pudiste a mi oído: <<Mi vida, todo va a estar bien>>. Pero ya estaba bien, ya estaba perfecto.
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Exijo un trueque
Tal vez fue el extraño parecido contigo o los siete vasos de vodka con jugo que me tomé antes, pero cuando su mano tiró de la mía invitándome al calor de sus brazos no lo pensé dos veces. El aire pintado de azul aquella noche se mezclaba con los intermitentes suspiros de mi cuerpo; <Que bien besas> dijo cuando nuestros labios se separaron, sonreí; lo mismo me habías dicho tú esa noche de tequilas y baile. ¿Acaso son todos iguales? ¿O será mi condena encontrarte en cualquiera? Sonrió y por un momento pude jurar que el cuerpo adyacente al mío era ni más ni menos que el tuyo, quizá por eso me gustó tanto y no dude en darle mi número cuando lo pidió. Joder, incluso su carácter era tan parecido; y yo que pretendía olvidarme de ti con él. Al final terminaron siendo bastante diferentes, a él si le importaba saber como amanecía todos los días, cuando estaba enferma llevaba películas y dejaba que me acurrucara en su pecho. Además en las noches donde él y la luna eran mi única compañía solía acariciarme la espalda desnuda mientras me susurraba al oído <Te quiero cariño>. Aún con toda esa dulzura incluso ahora hubiera cambiado todas esas noches con él por una más contigo. Mierda, es que es aburrido que te quieran.
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Le escribo a tu fulgor
Te escribo porque te extraño, te extraño tanto y tan seguido que la sensación es ya parte de mi personalidad, tan así que mucho tiempo pasó desapercibida; enmascarada de furia, estrés o agobio. Aprendí a vivir con ella, la gente me llamaba malhumorada cuando en realidad solo estaba incompleta; te hecho de menos, no sabía cuanto hasta hoy que te v; sentada con las piernas cruzadas y la mirada perdida en la historia que tenias entre los dedos, demasiado abstraída como para notar mi mirada casi penetrante, siempre te gustó leer; decías que era el escape perfecto para este mundo de mierda donde no existen los finales felices. Te observe durante varios minutos a través de la vidriera que separaba nuestros cuerpos, durante los primeros meses sin ti iba casi diario rogando encontrarte tan perfecta como ahora, esperando que nuestras miradas chocaran y se produjera de nuevo el fuego de aquella noche en la que te conocí, no me importaba añadir casi diez cuadras a mi recorrido diario porque la posibilidad de verte otra vez se llevaba la tristeza por lo menos el tiempo que tardaba en caminarlas, después me cansé; supuse que no querías ser hallada y te dejé de buscar. Hace más de siete meses no pasaba por aquí, hoy la burocracia, el papeleo y el trafico hicieron que “tu pequeño refugio de magia” como solías llamarlo, fuera mi único escape de mi tan terrible día. Te miré por tanto tiempo que por un momento regrese a la cotidianidad de esos años donde creía que yo te podía dar aquel final feliz que tanto anhelabas, te observe toda; sin perder ningún detalle de esos que habían hecho que me enamorara tanto de ti; nunca volteaste ni notaste mi pesada mirada. Te escribo porque te extraño, ha pasado tanto y te siento tal y como te imagine, mejor de lo que te recordaba, ensimismada en un mundo donde la alegría se contagia con el viento y así con tu sonrisa abarcándote la cara entera mientras tus ojos devoran las palabras, te iluminaste, irradiaste esta preciosa luz que te caracteriza y que hace falta en el mundo, eres bella mujer; feliz estoy de lo que seas.
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Adjetivamente así.
Te quiero así, roto, imperfecto y deficiente. Tosco, como tu mano en mi mejilla aquella tarde en el café cuando éramos felices por el simple hecho de estar juntos. Tu mirada penetrante, fija en mis sombríos ojos intentando descifrar el misterio que escondían. <Quiero conocerte> dijiste, como si después de los cuatro meses que habíamos pasado juntos siguiera siendo una completa extraña. <No se nada de ti> manifestaste ante mi silencio. Mis largos dedos eran los que ahora acariciaban tu cara; <Sabes más de lo que deberías> le di el último sorbo al café y te planté un beso que manchó de rojo tus labios, después me fui.
Dañado, como esa noche en la que el cielo sufría contigo y viniste a refugiarte bajo mis brazos como si estos te pudieran aislar del dolor que te asediaba; te limpie las lagrimas con mis dedos intentando arrastrar con ellas también la tristeza. Tus ojos se clavaron en los míos y me preguntaste porque nunca lloraba. Tuve que pensar la respuesta unos minutos; <No se, supongo que ya no me quedan motivos> dije después de un rato. Tu cabeza se recargaba en mis piernas mientras mi mano recorría tu abundante cabellera, el silencio nos sosegó durante un momento casi eterno, <Tal vez tu alma es tan cristalina que no necesita que la limpies tan frecuentemente.> Sonreí ante la inocencia de tu pensamiento. <Tal vez es tan negra que limpiarla ya no funciona>.
Averiado, como tu auto esa mañana calurosa en la que planeábamos escaparnos de la vida, el sudor escurría de tu frente humedeciendo tu camisa mientras intentabas descifrar que tan peligroso era el humo que salía del cofre. Terminamos caminando tomados de la mano a menos de quinientos metros del lugar del que queríamos huir, cuando nos cansamos nos sentamos en la orilla de puente de madera que amenazaba con caerse en cualquier instante, tu mano seguía sobre la mía recordándome la maravilla de tener alguien con quien compartir los cantos de aquellos pájaros que cesaban el sigilo del crepúsculo, tus fisgones dedos recorrían mis labios como queriendo retener cada detalle para que fueran estos, una mejor fuga que la que habíamos planeado.
Te quiero así, porque es fácil. Porque entonces soy yo la entera, la ideal, la intacta; y es más simple pretender que soy de esa manera que aceptar que estoy más deshecha que tú. Te quiero porque siendo como eres; roto, imperfecto y deficiente te vuelves más humano que cualquier hombre que conocí nunca, porque vale la pena pegar tus piezas rotas con mis caricias y que una sonrisa sea la mejor forma de agradecerme. Te quiero. Te quiero así.
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