Colección de abismos portátiles y ventanas desenmarcadas.
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It changes. It’s nobody’s fault.
Sarah Paulson as Abby - Carol (2015), dir. Todd Haynes:
She opens her purse and searches inside. She produces an envelope. ABBY: ‘Here - she…’ THERESE: ‘ What?’ ABBY hands her a letter.
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Solo lo que se glosa infinitivo
“No es un verbo sino un vértigo.” Pizarnik Atemperar, como quien administra lo insomne. Compadecer, como a quien le hace falta. Conciliar, como quien devela. Contar, como quien enuncia los monos que subieron al árbol de eucalipto. Decir, como quien avanza. Sin pausa. Escribir, como quien usa una lengua que no sabe pronunciar. Fracasar, como quien se vuelve un clásico. Hablar, como quien pierde la voz y consigue otra. Imaginar, como quien fragua el rumbo de un jeroglífico y lo muta en profecía. Interpretar, como quien descifra malestares. Leer, como quien sabe que encontrará algo indefinido. Y encuentra. Pensar, como quien se deja ir. Para regresar. Recolectar, como subrayando la insignificancia. Recordar, como quien elabora lo recibido. Sostener, como lo que también es esperar. Tropezar, como quien aplaca la arrogancia de las definiciones. Traducir, como quien muestra algo que estaba en un interior y no se veía. Sin sólo hacer presente lo que no estaba ahí. Viajar, como quien lee bajo una sombrilla de color magenta. Zarpar, como quien vuelve a empezar.
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Y pasaba todos los días, flaco, mal vestido, era un soldado. Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales. Le enseñé mis muñecas, él sonreía, había hambre en su risa, yo pensé que si le regalaba unas gorditas de harina haría muy bien. Al otro día, cuando él pasaba al cerro, le ofrecí las gordas; su cuerpo flaco sonrió y sus labios se elasticaron con un "yo me llamo Rafael, soy trompeta del cerro de La Iguana". Apretó la servilleta contra su estómago helado y se fue; parecía por detrás un espantapájaros; me dio risa y pensé que llevaba los pantalones de un muerto.// Hubo un combate de tres días en Parral; se combatía "mucho.// "Traen un muerto —dijeron—, el único que hubo en el cerro de La Iguana". "En una camilla de ramas de álamo pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban, tenía unos balazos, vi su pantalón, hoy sí era el de un muerto
Cartucho. Nellie Campobello.
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Hay cosas que no sé describir pero que me imagino la altura de mi boca respecto a tu cuello y tu piel enrojecida.
conmovida por una montaña de caramelos y el hijo de val kilmer
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sobre esa noche
el amor
mi amor
es la ambulancia que corre
llena de ruido y prisa
y furia, un furia tensa,
por la ciudad de noche;
nada puede detenerla, ni los semáforos en rojo
ni los que se besan a mitad de la calle,
nada;
la ambulancia
blanca y roja, piel de metal,
lleva adentro algo, alguien,
un ser pálido, conectado a tubos
y a una breve luz de la máquina
gris
la ambulancia llegará tarde
y
no habrá médicos que digan
“Hicimos lo posible”.
el amor
mi amor
es
un tiburón en la orilla de la playa
dispuesto a morir en el agua más cálida
o salir de ahí con algo en la boca
para estar un poco más,
un poco más
en el gusto de la vida
entre nosotros no pasó así
cada quien se fue a casa
con una idea equivocada del otro
porque no hubo tiempo
porque no se pudo
porque nadie abrió esa piel
abajo de la piel
ni abrió los ojos debajo de los ojos
ni pudimos besarnos bajo el agua
el amor
mi amor
no es esto
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Mi idea de Idea
Yo no te pido nada Yo no te acepto nada. Alcanza con que estés en el mundo. I.V.
Vuelvo siempre a ciertos poemas, a veces por ninguna razón, a veces porque esos poemas me recuerdan o me ayudan a soltar ciertos nudos que se hacen una y otra vez alrededor de las mismas ansias. Eso me pasa con algunos de Vilariño, sobre todo con Ya no, que tal vez sea su más famoso, el que le escribió a Onetti cuando rompieron. Hoy lo escuché en su voz, nunca lo había hecho. Me sorprendió su cadencia de dolor manso, quieto como las aguas del río que seguramente contemplaba durante horas en ese Montevideo que no puedo imaginar sino con baldosas mojadas y aires húmedos.
A Vilariño llegué más o menos en las mismas fechas que a Orozco (ambas, por cierto, nacieron en 1920); la leí como epígrafe en un libro: “Sos un extraño, un huésped” y ahí se abrió el misterio, quién el extraño, quién el ajeno que de todas formas se aparecía en un poema para volvérsele propio, quién era esa mujer que se llamaba Idea Idea Idea.
En una feria de libro compré por diez pesos el Material de Lectura de ella y ahí encontré el poema completo junto con otros que también me maravillaron. Me entusiasma su facilidad para usar palabras grandes: amor, tristeza, vida, soledad… Esas cosas que me dijeron que deben evitarse en un poema porque tienden a ser tan fuertes que pueden tumbarlo. Pero en ella pasa lo contrario: es en esa simpleza en el decir en la que brota la contundencia de una angustia enunciada como hecho; formada, sólida, pesada. La imagino con su rostro anguloso y su gesto de desdén mirándonos desde sus poemas irrefutables, certeros, esperando una pregunta que no atino a hacerle, que se me escapa, que la rodea de algún misterio.
Hace un año que conocí su ciudad, entré a una librería pequeñita en el centro y compré su poesía completa. Preferiría decir que comencé a leer en un café, pero en realidad fue en esa banca afuera, con apuro y ansia. Luego caminé por la rambla durante horas. Me gustaría —ahora lo sé— haberme fumado un cigarro mientras andaba y pensaba en ella. Llegué al hostal y le compartí a Lucía Baltar algunos poemas. Esa amistad se forjó así, creo, con la complicidad abierta entre las páginas del libro guinda que nos confirmó que había muchas cosas tristes pero gracias a ellas éramos también capaces de encontrarnos, de entendernos. Vilariño, la que quisiera llorando decirte destrucción/ y que tú me entendieras/ o decirte se fue/ el verano se fue/ o decirte no te amo/ y que tú me entendieras. Y sin embargo lo dice así, tan aparentemente escueto que lo entendemos, aunque no, aunque sepamos que se nos escapa algo y que es precisamente esa ausencia la que resuena en el sentido de todo el poema. Se me ocurre que ése es el mismo gesto de Pizarnik, de algunos versos de Thénon. Yo no sé si será el río el que pudo despojarlas de esa forma, desnudarlas, desnudar lo que dicen. No sé si desde su nombre (y los de los hermanos que la rodeaban: Numen, Poema, Azul y Alma) Idea estaba destinada a ser lo que fue, a que Rodríguez Monegal dijera que un día todos ellos iban a ser recordados como los contemporáneos de Vilariño, a que Onetti asegurara que nunca sintió que ella se hubiera enamorado de él. No sé qué es, pero ahora mismo no puedo dejar de escucharla. A ella, Vilariño, la sola, la triste, la que ama y pronuncia.
Es cierto que su forma de querer a ratos me parece malsana, pero me pregunto si en su voluntad de nombrarla no estará también el intento de exorcizarla o, cuando menos, de asumirla en un contexto en el que probablemente no podría haber hecho mucho más y en el que era más libre que casi todas. Vilariño y nosotros cojeamos del mismo pie, y aun así intentamos no tropezarnos, no caer, cocinar sin fe, pero seguir cocinando, aunque al final quede tan poco, porque qué lástima faltar a tan hondo deber, a tan preciada cita, a un amor tan seguro. Pero también porque el intento es por no dejar de construir la esperanza en un orden distinto. Ella se compró un mar como Orozco se hizo un jardín: siempre un consuelo al fondo de las cosas, Se puede borrar el amor pero hay mar, pero hay agua, y tal vez al final sean la misma cosa: ese desapego porque estoy de paso.
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Homeland Que no es posible la historia de amor entre una oficial de operaciones de la CIA asignada al Centro de Contraterrorismo -que además es bipolar y está rota- y un ex sargento de pelotón de los Marines de Estados Unidos -que ademásfue prisionero de guerra y es terrorista o ex terrorista o está roto-.
Baste decir: Abu Nazir, Al-Qaeda, seguridad nacional.
Baste decir: el enemigo de Carrie es Carrie, el enemigo de Brody es Brody.
Baste decir: lo quemaremos todo. La palabra héroe. La palabra nadie. La palabra es.
Que no es posible una historia de amor donde hay terapia electroconvulsiva, chalecos antibalas, servicios de vigilancia las veinticuatro horas del día, agentes dobles.
Baste decir Bagdad, Langley, Delta Force.
Que no. Que no es posible. Que no insistan. Ilustración: Gustavo Villegas Poema: Sara Uribe
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Una que me come en mi mesa
de mi cuerpo en mi cuerpo
de mi mesa podría decir yo pero es ella: siempre la tercera persona detrás de no sé qué este laberinto sobre servilletas
una #mujer sin identificar al lado bajo la cama alrededor de la cama sobre la cama flotando encima de la cama
una #mujer que no una #mujer sin identificar una #mujer temprana al grito pero ¿y si no? insisto ¿y si no? repito
¿y si no soy una
#mujer sino una
pie dra
disfra zada de per sona? Ilustración: Cyrielle Tremblay Poema: Yolanda Segura
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Evolution of the Desk (1980-2014)
gif: grofjardanhazy, original video via Best Reviews
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NO. Irene Gruss
Lo que ya no va a venir, lo que no voy a oír ni a poder mirar, todos los olores que se escaparon de aquella valija, sin mencionar los papeles, mis amigos, los amores que siguen viviendo, cada uno, en su marca y en su árbol. Lo que ya no puedo volver a tocar: ni un ruido ni un libro ni el fuego que antes pudo haberme quemado; y todo es igual, cada pedazo, cada luz que aparecen como si hubieran muerto, cada ojo y cada mantel, todo se reduce a mi memoria y al asombro.
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Allá lejos, ¿para qué? Olga Orozco
La chair est triste, héla! et j'ai lu tous les livres.
Fuir! Là-bas fuir!
Stéphane Mallarmé
Ni mi carne fue triste ni tampoco leí todos los libros.
Sé que es triste la carne que interroga tan sólo por ausencia,
porque toda respuesta de otro cuerpo la sume en el error y el desencuentro
y la devuelve oscura, vacía, desolada, a su playa desierta.
Pero cuando dos cuerpos elegidos para el amor se buscan y se encuentran,
cada cuerpo es entonces una respuesta exacta para cada pregunta del deseo
y la carne vertiginosa asciende por el revés de la caída
y es delirio de fuego y alabanza, un aluvión de soles,
hasta precipitarse en el suspenso donde se vuelan juntas las dos almas
y hay un solo aleteo enamorado contra las puertas de la eternidad.
No, ninguna tristeza, sino la bendición de un prodigioso encuentro
que nos lleva más lejos que todas las victorias sobre los límites del mundo.
Y tampoco leí todos los libros,
pero abrí muchos libros como puertas que daban a circulares laberintos de puertas.
¿No cambia cada página el eco de otras páginas y lo envía más lejos
y es el mismo y es otro cuando vuelve?
Eso es lo que hace el mar con cada ola, el viento con el olvido y los recuerdos.
¡Asombrosa tarea la de este desmesurado, ilegible universo!
Nunca sentí el hastío del jardín atrapado en su estación sombría,
ni el del ciego papel que me interroga en vano.
No pasó por mi casa la costumbre con su alevosa ráfaga congelando los años
ni me arroj6 a la cara su enrarecido aliento de animal enjaulado.
Solamente el milagro, amargo, deslumbrante o tormentoso,
-no la hierba oxidada-, creció bajo mis pies.
¿De quién huir? ¿y adónde? ¿y para qué?
Dondequiera que vaya soy yo misma pegada a mi aventura,
a mi ansioso destino tan ajeno a quedarme o a partir con mi bolsa de fábulas
y el impreciso mapa de lo desconocido.
Allá lejos estoy tan cerca de las revelaciones y las dichas
como aquí, como ahora,
donde no logro descifrar jamás el confuso alfabeto de este mundo.
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Otra ciudad. Laura Wittner
Cuando levanto la vista veo nieve, nieve refulgiendo desde el televisor. Como siempre, titilan sobre el mapa los lugares donde una no está. Seguro extrañaría el mercado de flores y despertar en este piso octavo que se abre desafiando al viento. La verdad es que hubo un solo día de nieve y que hay una posible segunda versión para las cosas conocidas. Las valijas están hechas desde siempre y además están sobre el sofá en posición de espera. Ese momento dura, se sostiene, es una manera de estar: estar a punto de ser abandonado. El pozo negro de las valijas hechas, reverso del desembarco: el deseo humano por lo incompleto que se refleja, dicen, en la predilección por lo pequeño, lo breve, el fragmento.
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Escribir: tocar el extremo. ¿Cómo entonces tocar el cuerpo, en lugar de significarlo o de hacerlo significar? Uno está tentado de responder con prisa que o bien eso es imposible, que el cuerpo es lo ininscriptible, o bien que se trata de remedar o de amoldar el cuerpo a la misma escritura (bailar, sangrar...). Respuestas sin duda inevitables — sin embargo, rápidas, convenidas, insuficientes: una y otra hablan en el fondo de significar el cuerpo, directa indirectamente, como ausencia o como presencia. Escribir no es significar. Se ha preguntado: ¿cómo tocar el cuerpo? Puede que no sea posible responder a este «cómo», como si de una pregunta técnica se tratara. Pero lo que hay que decir es que eso —tocar el cuerpo, tocarlo, tocar en fin— ocurre todo el tiempo en la escritura.
De Corpus, Jean Luc Nancy.
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La angustia, el deseo de ver, de tocar y comer el cuerpo de Dios, de ser ese cuerpo y de no ser sino eso constituyen el principio de (sin)razón de Occidente. Por esto, el cuerpo, cuerpo, jamás tuvo ahí lugar, y menos que nunca cuando ahí se lo nombra y se lo convoca. El cuerpo para nosotros es siempre sacrificado: hostia.
De Corpus. Jean Luc Nancy
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El sexo, sí, más bien una medida: la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.
De "El jardín de las delicias". Olga Orozco.
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