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Beneplácita Peterson
La doctora escribía en la pizarra con rapidez mientras silabeaba los conceptos: "el-por-qué-de-las-co… sas", y se giraba a mirar al alumnado, dramática.
Beneplácita Peterson era una eminencia, una de las ardillas más sabias del mundo. Sus alumnos y alumnas, ardillas curiosas, iban a sus clases incluso aunque no estuviesen matriculadas, porque era un espectáculo. ¡Cuánto sabía Peterson!
Una ardillita levantó la pata. Beneplácita la vio, pero esperó hasta acabar su frase para darle la palabra:
-Diga, amiga mía.
-Verá, doctor. Quisiera saber su opinión sobre esto: ¿de dónde viene la lluvia cuando cae?
- Oh, excelente, excelente. Es una buena pregunta, aunque pudiera ser mejor. Tenga en cuenta, amiga mía, que toda pregunta tiene un contexto; no hay que olvidar el contexto, porque con él responderá su pregunta, y de paso, otras. Verá:
>> Fíjese: la lluvia cae de arriba, como si flotase, ligera, sobre nosotros. En cambio, los alimentos salen de abajo, del suelo. ¡Fíjese! El agua de arriba, los alimentos de abajo, y nosotros hechos de ambos, en medio ¡claro! Es irrefutable.
Y Peterson se giraba al decir irrefutable, mirando a ver si algún alumno refutaba. Le hubiese gustado, en el fondo.
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Redes
Leo columna criticando las redes sociales. Está bien escrita - rimbombancia pero también buenos argumentos:
"Lo hacemos todo a distancia incluso cuando estamos al lado de otra persona",
"Pantallas con aplicaciones que dulcifican nuestra imagen",
"Mentimos como cosacos en las historias que colgamos. Nos inventamos unos relatos fabulosos que no aguantarían un interrogatorio de cinco minutos.",
"Los restaurantes son todos idílicos. Los bares, fabulosos. Las playas, únicas. Las terrazas, lo más.",
"Hay veces que el tiempo se atasca. Incluso llueve de repente. Pero eso no lo contamos. Nos callamos nuestras miserias para parecer gigantes en los móviles de los demás".
En mi interior, el artículo provoca un chaparrón. Pero llueve sobre mojado: la eterna pregunta ¿debería dejar las redes? ¿Reducir su uso? ¿Quizá usarlas para hacer activismo en ellas de compartir también lo oscuro, combatiendo la imagen de vida perfecta?
Llueve sobre mojado. Ya me he hecho las preguntas otras veces, y todavía uso las redes; quizás incluso más que antes. ¿Qué narices me retiene entonces? Porque si sigo en ellas, será por algo... ¿No?
Pienso en un argumento que he oído hace poco: como vivimos en sociedad (nos guste o no), las redes son hoy ya indispensables para la inserción y cohesión social. O, en cristiano: "si no tienes Instagram ya no ligas". Y la evidente elongación: si no tienes LinkedIn no te contratan, si no tienes WhatsApp estás incomunicado, etc.
He visto a amigos míos detestar Instagram y, sin embargo, admitir que se quedan en él y usarlo activamente por este mismo argumento. Admitían también que les daba miedo dejarlas con éxito, pero que eso después les condujese a una paulatina desconexión con "la sociedad". Incluso se ponía algún ejemplo del excéntrico de turno que no tenía redes (“y así le va”, etc).
Pienso en ello, y no sé si es cierto, pero sé que me parece de pesadilla.
Y en fin ¿cómo negar al menos parte de verdad? Quizá las redes no sean imprescindibles para ligar, ser contratado o comunicarse, pero es realista pensar que - por lo menos - son un plus: ayudan. Del mismo modo que el acceso a Internet no es imprescindible para graduarse en la Universidad - pero sí un enorme facilitador. De hecho, la falta de acceso a Internet y/o equipos informáticos se considera ya un ítem de pobreza. Si no los tienes, no juegas en igualdad de condiciones con el resto de la sociedad. ¿Están las redes sociales alcanzando un nivel parecido como herramienta?
Este argumento, el de la "tenerlas por igualdad de condiciones" es desolador: nos quedamos en las redes porque el resto está en las redes. Dejarlas, acto de rebeldía individual, sería del estilo del ermitaño que se va a vivir al bosque, lejos del mundanal ruido: una acción que tiene beneficios para la psique, pero también enormes desventajas, y que sin duda no todo el mundo se atreve a llevar a cabo.
Llueve sobre mojado en mi interior. Hoy veo las redes sociales un poco más como redes a secas - redes; de pesca o caza, en las que se enredan las presas y no pueden salir.
- F. Uriarte.
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Sobre la invitación al caos
Oh no, no gracias,
No me dé usted caos,
No traiga desorden,
No me pida lo decadente.
Si yo ya tengo ruinas dentro:
edificios agrietados
que apenas sí sostengo
los días que me llega la fuerza.
Que yo ya vivo un torbellino
cada vez que cierro los ojos;
uno que todos los días
a duras penas navego.
No me diga
que "estable es aburrido"
(¡para mí eso es un lujo!),
no me cuente esas milongas.
Que usted sabe
tan bien como yo,
que tanto usted como yo,
sólo intentamos apaciguar el alma.
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Cuando paro y de sus meteoros
Hay días en los que me estreso. Pensándolo bien... Déjenme volver a empezar: hay días en los que me relajo. (Sí: mejor así). Supongo que todos pasamos por la vida -desde el día a día infantil, al adolescente, a las tareas como adulto- con esporádicos sentimientos de estupor y agotamiento. Después de todo, esta es nuestra primera vez estando vivos, y estamos aprendiendo a jugar mientras jugamos. Aprender a vivir mientras vivimos trae momentos en los que se nos hace difícil, o cansino, o demasiado rápido. Momentos en que, si esto fuese un partido, pediríamos pausa, tiempo muerto. Pun intended. Pero ocurre que los pequeños huecos que la vida siempre ofreció para coger aire -trayectos, paseos, esperas varias- son fácilmente rellenables con el smartphone. Atender mensajes, escuchar esa canción, o leerte esa noticia pendiente. Todo momento es bueno hoy para seguir jugando a la vida; para hacer avanzar un poquito alguno de nuestros muchos y desatendidos frentes. Tiene sentido, es razonable. Por eso lo hacemos. Y no, este no es un texto sobre nuestra relación con los móviles. Va de otra cosa. La tormenta de estímulos que es la vida se magnifica si la vemos desde la quietud. Hay días, como les dije arriba, en que me relajo. Suele suceder tras varios encadenando estrés: llega un momento en que se hace tan notorio, tan bola, que es imposible ignorarlo.
Esos días en mi tiempo libre no hago lo que suelo: leer, o hacer vida con gente, pasear, coger el móvil o el PC, poner Netflix; cualquiera de ellos estímulos extra. Esos días, en el culmen del agobio, paro. Uso el tiempo en no usarlo: bajo marchas, silencio el móvil y lo pongo lejos (donde las llaves), y me tumbo con los ojos cerrados. Y con esas nobles intenciones, no logro nada... Al principio. Primero sólo hay inercia mental, en la que uno sigue pensando, a toda velocidad, en lo que fuere. Se ha parado la ingesta de información, pero el procesamiento continúa. Y se hace cada vez más notorio que continúa: todo el ruido viene ahora de dentro. La mente, como un vendaval enfurecido, aún se revuelve y repiquetea con fuerza hacia afuera. El desequilibrio de presiones se acaba corrigiendo, claro: ya nada empuja hacia dentro, ergo la mente ya no necesita seguir empujando hacia fuera. La energía interna se va disipando. El símil meteorológico, sorprendentemente ajustado a las sensaciones, pide seguirse. La quietud, que es calmada en sí misma -sólo llega gradualmente-, parece que deja entrar aire fresco; más nuevo, lento, y sin caldear. Y no es que la mente se agudice con este aire: es que se hace más comfortable vivir en ella. De eso va este texto: del efecto que tiene en uno, en fin, parar.
- F. Uriarte
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El arquitecto, trazador.
El hechicero me dijo: "quizá no recordarás estas palabras, pero aún así pertenecerán a tu memoria, ¿no es cierto? Todo vino de una sola cosa, singularidad para unos, Ein Sof para otros. El nombre da igual - como es obvio. Nos gusta contar que aquello se expandió, evolucionó y cambió, dando lugar a todo. Ese objeto era la totalidad, ergo todo sigue conformando ese objeto. (Un universo nunca deja de serlo). Nada ha cambiado. Y nada puede cambiar. Futuro y pasado son regiones distintas de un ente, y el presente es el suelo que de él se pisa a cada paso. Lo que dijo Budha lo dijo Aristóteles lo dijo Yahvé lo dijo el Corán lo dijo la Ilíada y todos ellos lo dijeron (y fue oído) porque lo contenía tu corazón. (No hay otro remedio, por fuerza es así) Sigamos. Lo que vive y repta está hecho del mismo polvo que el desierto, y una roca nace, crece, y se reproduce. Así pues, ¿Quién separa cada año del anterior? ¿Quién traza fronteras entre países? ¿Quién se arroga vivo, consciente, inteligente en lugar de inerte, automático o simple? ¿Quién es el que traza todas estas líneas por el universo? Tú y yo: los osados primogénitos del universo, dividimos, fragmentamos y trituramos desde las ideas hasta el átomo. El hombre, agente disgregador, el más poderoso sicario de la Naturaleza, hágase la 2a ley así en las Ideas como en la Tierra."
- F. Uriarte.
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Las Canciones
Cuando el mundo era joven y los pueblos distantes, había pocas canciones. Muy pocas, contadas. Te las sabías todas, claro. Las novedades musicales surgían sólo de la imperfecta memoria (te digo, Mariano, que es "pero mira cómo beben", y no "pero mira cómo vienen"...), o en el escasísimo caso de que alguien volviese de un viaje a otra región. A veces traían canciones nuevas. "Cantar" era cantar Las Canciones, las que hay. En cualquier reunión, cualquier borrachera o sobremesa chupitosa, sólo el orden en que se cantaban servía para innovar. Y claro, tus amigos y vecinos también las conocían. Podías contar con ellos: cualquiera que propusieses cantar, se la sabrían. Nunca cantabas solo. Hoy las cosas no son así. El mundo no es joven, y los pueblos ya no son realmente distantes. Todo el mundo conoce canciones que hasta su ser más querido desconoce. Muchos crean sus propias canciones, y el número no deja de crecer. Ya no se puede conocer todas; ahora hay infinidad de canciones. Y por eso se canta mucho en soledad.
- F. Uriarte.
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Las causas del corazón rebosante y el llanto desesperado
"Sólo hay dos historias de superhéroes que funcionan: el propio héroe descubriendo su propio poder/responsabilidad, y la historia de héroes aprendiendo a trabajar unidos". No voy a decir de quién es la cita: pero me impactó cuando la leí de forma casual, en un texto que no pretendía ser sesudo. Resonó conmigo de una forma instintiva: de esas veces en que sabes que lo que oyes contiene algo valioso y más profundo. La cita trataba de explicar, entre otras cosas, por qué las secuelas nunca son tan buenas como la primera: no existe el mismo nivel de descubrimiento, de progresión. No existe la Ilíada, el aventuramiento en el mar, el proceso de articular lo caótico (ya sea nuestra propia alma o la del grupo) que constituye el mito del héroe. Ambas historias son la mismo, en el fondo, pero a niveles distintos. Cuando estudiamos al ser humano, podemos usar el nivel de abstracción en que "individuo" es la pieza clave: el mito del héroe se instancia entonces en manifestar al máximo el potencial individual. Caso de Iron Man, Spiderman, Ulises, el conde de Montecristo. (¿Puede suceder este mito individual en grupo? El autodescubrimiento solitario, independiente del grupo y sus presiones, es siempre apreciado -sabido- como más sólido, introspectivo, sincero. En definitiva, una mejor representación del mito.) Queda la historia grupal. En ella los héroes aprenden a trabajar en equipo: Los Vengadores, los 3 Mosqueteros, los Argonautas, la Liga de los Hombres Extraordinarios, los Power Rangers... Usamos un nivel de abstracción superior: el "grupo", que se supera a sí mismo y potencia nuestros talentos logrando la (dificilísima) cooperación armoniosa. Cualquiera que haya trabajado en grupo, sobre todo fuera de lo profesional (como los grupos políticos o de voluntariado), sabe lo difícil que es. Con demasiada frecuencia el todo resultante es mucho -mucho- menos que la suma de las partes: hay tremendas ineficiencias y pérdidas al cooperar. Si estas películas tienen éxito es porque son la manifestación de algo arraigado en todos nosotros. Podría ser que ver explosiones coloridas en pantallas grandes nos guste (culpemos, quizá, a una biología que nos encargó buscar frutos de colores intensos) pero la temática tiene que tener parte de la responsabilidad. Y es que ¿quién no siente el corazón rebosante cuando logra algo junto a las personas que quiere? ¿Quién no se entusiasma al sentir que está dando lo mejor de sí mismo? ¿Quién no llora desesperadamente al sentirse solo, o quién no derrotaría a un ejército cuando se siente verdaderamente, profundamente acompañado? ¿Quién no ha deseado que toda la humanidad se dé la mano fraternalmente y trabaje por una misma causa? Sólo hay dos sueños humanos que funcionan: el propio viaje del héroe y héroes aprendiendo a trabajar unidos. Ser capaz de algo, y además ser capaz en sociedad. Hacer lo correcto como individuo y como grupo. La cita, lo confieso, es del youtuber "Videogamedunkey". Hace humor, pero juraría que no es tonto.
- F. Uriarte.
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Homo asymptota
Tengo 26 años, y sigo aprendiendo mi oficio. No tengo rango de "maestro", o "experimentado" o siquiera de "novato". No tengo rango. En software, para cuando alcanzas una cierta maestría, han nacido 100 tecnologías nuevas que desconoces y en las que un "novato" particular te aventaja. (Una vez leí una frase sobre el mundillo: "interesarse por el software es interesarse por una conversación abierta y en continuo desarrollo". Nunca sabrás todo lo que hay por saber.) Este hecho es, por un lado, bonito, pero a veces amenazador: "¿me cansaré de tener que estar aprendiendo continuamente?" Una experimentada profesora de biología me habló de su caso una vez. El primer cambio a sus apuntes lo hizo a los 10 años. Los siguientes se espaciaron 5 años. Pero ahora los tenía que revisar cada año. En cualquier análisis moderno del mercado laboral aparecen la "adaptabilidad" y "predisposición al aprendizaje continuo" como habilidades clave para el futuro. Puede generarnos desasosiego esa expectativa, claro, pero seamos sinceros: la predisposición a aprender lleva siendo algo de incalculable valor durante siglos. Siempre. Ahora, únicamente, es explícito hasta en la fría economía. Una sociedad cuyo sistema socioeconómico premia el aprendizaje continuo y el desarollo personal, en lugar de lo estático, tiene (bien mirado; desde la distancia adecuada) algo de utópico. Es fácil imaginarse a la distante Atenas como el ágora filosófico en el que la sabiduría reina; o a futuristas aliens sesudos que adoran al dios Conocimiento, pero quizá nuestro sistema esté sorprendentemente cerca de una alternativa parecida. No dejemos que el intimidante "mercado" (es decir, la sociedad) y lo que pide nos agobie. No confundamos sus demandas con algo impersonal y despiadado; no creamos que pide algo distinto a "cualquier virtud fundamental humana". Disposición a aprender. Empatía, trabajo en equipo. Transversalidad de campos conocimiento. Aperturismo. Visto así, las demandas de la sociedad son hoy más generales, abstractas y platónicas que las que se pedían a mi abuelo, cuando empezó a trabajar en una zapatera. Nada tenían que ver aquellas con "virtudes humanas": la conversación sobre virtudes humanas pertenecía a otros ámbitos, no al laboral; quizá la iglesia, la familia o los amigos. Zapatero, a tus zapatos. Cuesta ver las cosas con perspectiva -y especialmente todo contexto presente, del que somos involucrados pasajeros-. Pero permítanme repetirlo: si una sociedad que premia el aprendizaje y el desarrollo personal no nos acerca a la Grecia utópica, no sé qué lo hace.
- F. Uriarte.
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Aquel día
Era miércoles, creo. Sí: fue un miércoles... 2 de Diciembre de 2020, y todo empezó poco a poco, sin llamar la atención. Tan sólo unas horas antes nada hubiese insinuado lo que ocurriría.
Yo estaba en mi casa, leyendo en el salón después de trabajar (sobre las 19:30) y reparé en ello de repente: qué silencio. Ya ahí, tumbado en el sofá con los ojos fuera del libro, lo noté un silencio particular. Yo, lo tuve claro, nunca había oído ese silencio.
Intrigado, presté más atención. Nada. En casa estaba solo, y de los vecinos no se oía nada: ni pasos, ni televisiones, ni el ascensor, ni voces atenuadas por las paredes... Ni siquiera el parqué o las ventanas restallar al dilatarse, o sonido de cañerías. Estaba todo en paz.
Desde la calle, lo mismo: ya no parecía haber tráfico de ningún tipo (ni una triste moto a domicilio); y no oía murmullos ni taconeos de la gente al pasear; o algún contenedor al tirarse la basura.
Me levanté con mucho cuidado del sofá, dejando suavemente el libro en la mesa. Sentía que si hacía ruido yo mismo, yo mismo me habría cargado algo frágil... Y efímero, ya que aquello sin duda no podría durar mucho. En cualquier momento algo sonaría (una cisterna, unos tacones, un coche), estaba claro, y daría fin a aquella coincidencia tan agradable. Pensaba que si hacía sólo un poco de ruido, el bullicio habitual del mundo se desperezaría y volvería por donde se había ido.
Al acercarme a la ventana vi algo sorprendente: la calle no estaba vacía. Había paseantes, como en cualquier tarde a esa hora. Iban en grupos, parejas o solos, pero todos en silencio. Vivo en un 5º, de forma que pude distinguir sus caras: casi sin excepción la gente sonreía, como alucinada. Los transeúntes se cruzaban; se sonreían y saludaban con la cabeza, todos ellos divertidos y sobrecogidos por aquel silencio, que preferían prolongar un poquito más, como yo.
Vi que yo no era el único que se había acercado a la ventana: personas de muchas edades mirábamos la misma calle, todos emocionados por el mismo improbabilísimo espectáculo. Se me puso la piel de gallina, y una enorme sonrisa de bobo en la cara - que todavía me sale el recordarlo.
No recuerdo cómo acabó. Sé que decidí disfrutarlo siguiendo con mi lectura, y que al cabo de unos capítulos ya se había terminado todo.
En las semanas siguientes salió en las noticias. Sí: había sido el momento más silencioso desde que se tenían registros. Y sí: para mí fue absolutamente inolvidable.
- Francisco Uriarte.
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La vida no tiene sentido, probablemente. O quizá sí, y puede que nos sea incognoscible. Hasta ahí tengo en común con un nihislita.
Y aún con eso... Cómo detesto al nihilista publicitario, impúdico; que no saca la cabeza de su propio culo.
Quiero decir: iré ahora con mis diferencias con este.
La principal: no me amilana la ausencia de sentido de la vida; o más descafeinadamente aún: no me supone una idea con suficiente peso como para que toda mi vida ideológica gire en torno a ella. No existe sentido, muy bien: y qué. Déjeme en paz señora; suélteme la manga.
(Me rechina, caballeros, me hierve la sangre: no hay nada más adolescente que el que se considera sabio por hacer la ausencia de sentido su mantra. "Yo es que miro a los ojos al abismo", y tal).
Los de esta secta -la del "amargamente" iluminado- los pongo yo en la vanguardia de los ismos varios: se me occuren elitismo, narcisismo, egocentrismo y maniqueísmo.
Maniqueísmo, por ejemplo: o repites su mantra -"no existe sentido"- y, sobre todo, lo admites como La Idea Fundamental, o estás en el engaño autoconsolatorio. No hay concesiones posibles: si pones matices absurdistas a la ausencia de sentido, es por tu propia desesperación ante la ausencia de sentido.
¡Claro hombre! Es que reprimo: tesis sin fisuras. Como cualquier otro axioma.
Olvida el nihilista de esta calaña que la filosofía nació, entre otros, con el prosaico objetivo de decirnos cómo vivir bien (ética). Objetivo que tiene como requisito -en fin- vivir. En el mundo. "Hacer cosas". Taca, y a comer.
El nihilista empeñado en poner al nihil en el centro del universo no nos explica qué ética deriva de su nihil-centrismo. Parece incluso, cuando el nihilista se pone espléndido (normalmente, mientras fuma), buscar destruir el humano afán de vivir.
Entiéndelos Francisco, me digo: lo único que quieren es ser reconocidos como adultos filosóficos, hombres sin miedo a entonar La Terrible Verdad. Observarla les ha marcado, y creen que a los demás no.
Les ha marcado tanto que, traumatizados, aposentan su identidad en aquella titánico trauma intelectual: descubrir la (posible) ausencia de sentido. Episodio que a todos nos marca.
Marca tanto, efectivamente, que estos pocos se obsesionan por enseñar la cicatriz a todo el que pasa. Cegados por la enorme cicatriz, no ven la posibilidad de que alguien igualmente marcado sea capaz de hablar -o pensar- en otra cosa. No ven el siguiente paso: pasar página.
Hay historias que hablan de esto, como siempre. Los nihilistas de esta calaña son el capitán Ahab. Ahab estaba obsesionado con Moby Dick, que se le comió una pierna. En el libro, Ahab no olvida a Moby Dick. Le enloquece la existencia del monstruo que lo marcó.
El traumatizado capitán no cae en que, por cada Ahab, hay otros 10 hombres cojos que no olvidan al terrible, invencible monstruo (cómo olvidarlo), pero viven: viven sin dejar que se convierta en la amarga idea central en su vida.
- F. Uriarte.
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El nudo que lo trasciende todo
Si existen otras realidades, seguro que no son pocas. Si existen otras realidades. Si existen otras realidades, seguro que se parecen a esta y se diferencian de esta. Unas muchas, otras poco. Unas primas-hermanas y otras lejanas desconocidas; y todas parientes evolutivas. Darwinismo cosmológico, que arroja no solo "muchas", sino infinitas combinaciones de mundos . Posibilidades yermas y posibilidades saturadas de vida, posibilidades blancas y negras. Posibilidades en las que nunca llego a conocerla a ella, y posibilidades en las que nos conocemos a través de todas las casualidades posibles. Si existen otras realidades. Si existen otras realidades, forman un ramo de infinitas flores infinitamente próximas. Soñar es, entonces, recorrer alguna, que existirá en algún sitio. Soñar es, entonces, un vistazo a otra posibilidad al azar. Soñar es, entonces, ver con los ojos de otro yo. Si existen otras realidades, Everett tenía razón (como todos, al decir cualquier cosa: lo falaz aquí será ley natural en alguna posibilidad. No hay balbuceo que no sea el nombre de un Dios o insultos o tautologías en alguna posibilidad). Si creó varias realidades, Dios es un ser un poco más racional y justo. Si imaginando o durmiendo rozamos otras realidades, ¿estaremos unidos, quizá por un hilo rojo, a todas nuestras alternativas? ¿Es el alma lo que trasciende y anuda líneas temporales, aquella esencia de la que beben todos nuestros álter ego? Sí existen otras realidades.
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La trampa del extrovertido
"Los rasgos del carácter [...] son psicosis secretas".
Sandor Ferenczi.
Reír nos gusta a todos, pero la risa y la sorpresa son inseparables amigos íntimos. Para seguir riendo toda la vida, necesitamos novedades continuas. Es la trampa en la que caen los extrovertidos. (Permítanme, como introvertido, hablar sobre los extrovertidos: no siendo uno, quizá gozo de la necesaria distancia entre sujeto y objeto de estudio. Permítanme, permítanme... Ya luego le darán la vuelta.) La cuestión es que un chiste cualquiera pierde su gracia la décima vez. Es un hecho de la microescala del bromista. Si pasamos a la macroescala, las novedades vitalistas con las que nutrir nuevas diversiones (nuevas personas, nuevos contextos, nuevas frases, nuevas experiencias...) son, por definición, más escasas cuantas más hemos vivido. Oh, oh. Chunga dinámica, feo asunto: necesitar algo que a medida que se consume se extingue, algo que es y será cada vez más escaso. La particular tala del Amazonas de los fiesteros. Y oiga, que sí, que existen infinitas novedades posibles, señora. Ya lo sabemos. El ejemplo: Paula, que se separó y ahora está con un surfero macizo, recorriendo el Machu Pichu en caravana y viviendo de las redes sociales. Pero, estadísticamente, Paula es una anécdota, señora. Usted lo sabe y yo también. Lo normal es que la gente seamos, más bien... Como Paco. Ya sabe: que acabó enraizando en esa ciudad, y trabajando en. Y hasta criando a un hijo; quién le ha visto y quién le ve. El caso es que hoy he visto en su hábitat -digamos, sin mentir demasiado, una boda- a fiesteros de 40 años. Y qué bien se lo pasaban. Qué-bien-se-lo-pasaban, joder. La coña, el alcohol, y el sexo y las mujeres y los penes. Casi, casi, caca-culo-pedo-pis. ¡Y oiga, que nada en contra de todo eso! “Pero es que esto no hace tanta gracia -pienso-, es imposible que esta broma y esta risa no sean algo impostadas...” Y ahí es cuando se me congela la sangre, cuando me huelo todo el pastel. Claro: es que son impostadas. Y me fijo más, claro. Esa gente fiestera, ya mayor, ya con responsabilidades, ya con hijos -en fin, ya Pacos-, habían venido a esa boda como animales sedientos. Estaba marcado en el calendario: era fiesta. Iban a tragar de ese oasis de novedad, vive dios. Y, supongo, luego seguirían con sus vidas (el desierto). Conclusión: el fracaso no era una opción. El ametrallamiento de bromas y risa eran LA ÚNICA dirección, EL ÚNICO catalizador que podía conducir a la novedad: a "lo inolvidable". ¡Ay! Lo inolvidable. Suspiran por ello. Aquellas caras me parecieron cada vez más enloquecidas; los gritos y el dar la nota, intentonas burdas de llegar a un oasis dando palos de ciego. Supongo que es la trampa del extrovertido: acabar creyéndose que la única forma viable de ser y estar, es ser divertido y estar divirtiéndose.
- F. Uriarte.
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Los únicos
De todos los átomos del universo, somos la única porción que se siente mal si no ve justificada su existencia.
Cada día de nuestra vida, casi un alivio cuando somos de utilidad. Sufrir cuando no la encontramos.
Como si hubiese sido inscrito en nosotros el que somos la joya del mundo material - y que por tanto no debemos desperdiciar la vida que se nos dió.
(Los primogénitos mimados del universo no pueden ser unos inútiles: no es así como la inclemente, edípica Mamá Naturaleza nos educó).
El esfuerzo del universo en autoorganizar átomos, protegido en un crisol de complejidad finamente programado para no desperdiciarse.
El esfuerzo cósmico está protegido. Qué putada para el individuo.
- F. Uriarte.
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Feriantes
"¿Pero eso... es real? ¿Funciona de verdad?" Chamanes, adivinos y druidas reducidos a feriantes, por culpa (no) exclusiva de todos los feriantes que usurparon esos títulos. Ya que estamos: ¿por qué podemos usar "feriante" de forma despectiva? ¿No será que a su vez otros, quizá pícaros, conquistaron ese nombre, dejando el sustantivo permanentemente incendiado, marcado? El poder de un chamán, adivino, druida, místico y hasta de un charlatán es el mismo: el uso de símbolos. Símbolos sólo a veces tangibles, no siempre gratuitos, no siempre verbales. Un científico -de ciencias puras- habla de ellos con soltura bajo el nombre de "abstracciones" o "niveles de abstracción". El poder de todo ello es fundamentalmente similar: asociaciones lingüísticas, semánticas. Tender puentes entre ideas, entramarlas. (La leyenda cuenta que la palabra fue un regalo de Dios -El Regalo- para el hombre, y la forma de la primera letra hebrea -Aleph, prima hermana de la letra Alfa o la A- es un eterno homenaje a esta unión cielo-tierra). Ignora el cerril -o elige eludir- el hecho de que no sabe explicar la mayoría de sus propios sentimientos, que evolucionan y mutan apegados a capas tan antiguas, ancestrales, que rara vez les podemos encontrar un correlato paralelo en nuestra capa racional. Si así fuese, por otro lado, el mundo lo llenarían seres de pura coherencia, sin un solo conflicto interior o exterior. ¿Por qué hasta los más inteligentes adalides de la racionalidad tienen vidas caóticas, con problemas emocionales, relaciones que fracasan, desencuentros, violencia? La problemática que resuelven los feriantes y los científicos es la misma: es difícil articular ideas, hacer esculturas partiendo de barro sensorial. Es complicadísimo su refinamiento, labrar el infinito detalle; llegar a la resolución y claridad que hace a un ideario resistente a cualquier pregunta difícil, o convicente cuando se despliega (ser convincente no es, en realidad, distinto de ser intimidante). Así, propongo al racionalista un reto: que articule hasta la filigrana, en detalle, qué cadena de estímulos y asociaciones de ideas le emocionaron cuando vio aquella película. Cuáles fueron los símbolos que resonaron tanto como para lograr enternecerle, desatar una reacción fisiológica reservada a la vulnerabilidad, romper su coraza. Que haga consciente lo inconsciente; atestigüe el tremendo trabajo -la imposibilidad, de hecho- que conlleva. Tendrá ante sí mismo (y en sí mismo) una muestra de que la razón y el discurso sólo arañan la superficie en la descripción lo simbólico y su intensísimo efecto en nosotros. Patente el velado poder de los símbolos -un teorema, un crucifijo, un baraja de tarot, un te quiero-, y haberle invitado a no despreciarlos. En fin, sí: "funcionan de verdad". Chamanes, adivinos y druidas. Maestros de sistemas simbólicos: eso es lo que veo. Nada de feriante en eso.
- F. Uriarte.
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1917
1917 es un peliculón, pero yo no soy crítico de cine. Escribiré lo que me hizo pensar y sentir. El soldado se encuentra con la refugiada francesa bajo los cimientos de un edificio de un pueblo arrasado. Ella, al principio aterrorizada, le pide luego que se quede y le cura las heridas; al bebé incluso le cae bien él. Se intuye la estampa familiar; ahí, en medio de la oscuridad, el fuego crepitando y los escombros. Es el oasis de la película - el único. Un recordatorio para el protagonista; esto le suena: es como es la vida, su vida, cuando no hay guerra. La vida es eso o puede ser sólo eso: caricias templadas, carantoñas lentas, caminar por un prado... Nada más. Nada más. ¿Por qué no puede la vida continuar siendo sólo eso? No es pedir tanto, probablemente piense él. No es pedir tanto tener la certeza de que vas a poder ver a alguien con el que ser amable, y que lo será contigo. Poder besar a alguien, y ser besado. Vivir dando por hecho que -con toda seguridad- acabarás vivo el día, y que aquellos a los que quieres seguirán ahí para verte. No es siquiera pedir un plato de comida: es pedir la ausencia de muerte y miseria. Un abrazo, una (son)risa, una taza de café, chocolate, una caricia (como la intuida en la escena, favor desinteresado), una mirada cómplice ("tienes un lugar en mí"). Todo esto le falta en el frente. Todo esto lo ve en sus fotos familiares. Todo esto se le clava estando de permiso, llega a decirlo: "no quiero ir a casa, porque sé que tendré que volver aquí". Cuantísimo damos por hecho de la vida. Qué inevitable y qué injusto: vivir en la utopía más humilde y desesperada de otro (tu abuelo, quizá) y no poder verlo; o incluso estar dispuesto a arriesgarla por sublimidades ideológicas. Todo belicoso debería ver la guerra antes de exaltarla; al menos en película, que ni siquiera arriesga su propia vida.
- Francisco Uriarte.
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En el estanque
He venido a un estanque, y mi cabeza se llena de preguntas.
Muchos peces nerviosos en este estanque, todos hablan de tiburones.
Yo creo saber a qué he venido a este estanque, y creo saber por qué otros peces han venido.
Algunos lo dicen, otros lo gritan, otros lo llevan escrito en la tarjeta o en la frente; o peor, en los ojos.
No vienen a cazar, ¡qué va! Qué cosas tienes, Francisco. Vienen a hablar con otros peces, a trabajar por un mundo mejor.
"Yo no soy un tiburón", win-win, y dame un abrazo, campeón.
Todos aquí sabemos que hemos venido al estanque de los tiburones, (se huele, se siente, la sangre está presente).
Pero por alguna razón, nadie encuentra un tiburón.
Win-win, LATAM, mutuo acuerdo canallita, dame un abrazo, campeón.
- F. Uriarte.
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La idea sin fin y su relación con la verdad
No hay concepto tantas veces intuido y más inasible que el de infinito. Como el problema de la naturaleza del tiempo, el infinito podría ser el adversario epistemológico definitivo: algo que estará siempre, por su propia naturaleza, fuera de la escala de una mente humana. Sin embargo, lo intuimos. Lo intuimos desde que existe la mente: es la idea subyacente en la de Dios. Los eones budistas son infinitos. El tiempo cíclico griego no tiene final. Parece una pesada broma del universo -que quizá es infinito, por cierto-: un concepto arraigado a la frontera misma de lo empírico, una licencia poética de la metafísica colándose, incluso, en la fría ciencia. La verdad -lo verdadero, lo real- es para Antonio Escohotado todo aquello "rodeado de un infinito pormenor". Siempre puedes seguir examinándolo más, y más, y más, sin toparte con límites, con el final conclusivo. Se sigue que lo falso es lo finito, lo delimitado, lo que (se) constriñe a una sola escala de análisis, las líneas delimitadoras: las fantasías y utopías, las ideologías, los conceptos y etiquetas. Todo ausente de matiz y faceta, de Verdad. Son palabras espléndidas las de Escohotado. Nos recuerdan la maravillosa naturaleza fractal de la realidad y la verdad, acaso indistinguibles. Y de paso se asoman a ese temido concepto, a esa sombra de derrota epistemológica. Un concepto límite, una bisagra que une lo de dentro y lo de fuera, lo físico y lo metafísico. No: la existencia de lo inabarcable no es una derrota. Simplemente es. El mano a mano entre lo esotérico y lo exotérico; todo aquello con lo que todos los místicos se topan en sus viajes. No hay cosa más grande que este concepto que (ya casi) escapa a nuestro entendimiento pero con el que todos nosotros somos paradójicamente familiares. Es el punto final inaceptable. Es San Pedro diciéndonos que no podemos pasar. Es Cantor y su enloquecedora hipótesis del continuo. Es el concepto que en el psiconauta produce tanto el buen como el mal viaje; es una verdadera última frontera, y quizá la clave de bóveda de todas las verdades intuidas. No hay otro adversario epistemológico. No hay otro inaceptable vital. No hay otra cosa que estemos negando al parcelar el mundo. No hay verdad que no lo contenga y viceversa. Y no hay otra idea tan indistinguible de la divinidad.
- F. Uriarte.
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