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Días en lo que ya no sé qué es real en esta soledad acompañada.
Ojalá la vida fuese menos caótica.
Ojalá la vida pesara menos.
Ojalá, ojalá.
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Amor bonito
Este año he elegido tener un amor bonito.
Un momento para compartir que no me desgaste y del que no genere expectativa alguna.
Un amor que pueda presentar a mi familia con la certeza de que no se irá en cuanto llegue el fin de semana, o los planes ya no vayan en la misma corriente.
Un amor del que pase horas hablando con mis amigos, pues se ha metido en mi mente de una manera tranquilamente guapa para contar.
He decidido sentir y aceptar que merezco ser abrazado por la tranquilidad que el amor trae consigo.
Permito que este corazón salvaje se presente ante situaciones espontáneas que le inviten a danzar en esta marea de emociones.
Un amor que se desprenda de las tardes de café, la música que nos une, los secretos que nadie más sabe y la vida que vamos formando día con día.
Merezco un amor del tamaño del Sol; cálido, como los brazos de mamá; fuerte, como papá; sincero, como el cariño de hermanos; apacible, como las salidas con amigos; y que busque el bien mutuo, como las visitas a casa de los abuelos.
Este año decreto que se quede en mí lo bello que se había ido antes, decido entender que los demás no están obligados a querernos de la forma que queremos; sin embargo, debemos ser auténticos y fieles a nuestra forma de amar, porque considero que ahí está la verdad humana.
Sin suplicar con acciones a que este amor se quede, pues la libertad es el ancla más grande a nuestro ser más puro.
Un amor que derroche confianza y memorias pacíficas; que sea viento, como el acantilado en Cabo da Roca; que sea paz, como las atardeceres en Puerto Escondido; que sea aventura, como las noches en Málaga; que sea casa, como mi ciudad natal; y que no dejemos de sorprendernos, como la inmensa Nueva York.
Hoy uno mis puntos para exponerlos abiertamente ante las posibilidades. Merecemos amor. Un amor bonito, sincero, ligero, creciente, vivo, que palpite a su ritmo expansivo...
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Llueven mariposas en el metro.
Suena Mariposas - Taburete, llevas el volante en una carretera texana de cielo hermoso, y vas cantando a todo pulmón. De todas las canciones que me has enviado, ésta, justo ésta es mi favorita.
No todo es coincidencia, Ramón. Yo tenía que conocerte para terminar de conocerme. Para poner a prueba y confirmarme el que no podemos poseer nada bajo este mismo cielo.
Que ames mucho, aunque me cueste entender que eres libre como las mariposas, como la Luna, como los colibríes, como la música, como el gorrión innato que vas descubriendo. No me atrevo a atarte esas alas preciosas que deslumbran calma. Naciste para serlo todo.
Me recuerdas la lentitud del tiempo. Tu cuerpo sabio y la manera en que sólo tú sabes activar mi locura instantánea. Mencionaste que “todos” siempre te extrañan; yo no quiero ser “todos”. No quiero sentir que estoy en constante competencia.
Ligeros, espontáneos y tranquilos; simples, así nos quiero traer a la mente.
Luna llena, disimulo. La arena ya no quema nunca en Puerto. Las nubes ya se mezclan con el humo.
También te escribo lo que no te pude hablar. Puede que lo más maduro que haré este año es aceptar ser buenos amigos con tal de mantenernos en el otro.
Que no me canso de quererte en soledad. Que no me digan que juego con el tiempo, para volver atrás.
Hasta ahora, hasta pronto, hasta que la vida nos quiera caminando juntos en alguna otra ciudad caótica, o tal vez no. Ahí estaré contando los días que sean necesarios, con el lente listo para capturar tu esencia dispersa. Tal vez ahora sí terminemos One Day, o no. Ahí estarán esperándote la bondad que nos alimenta y las risas estúpidas que sobran al vernos, o tal vez no. Prefiero mil veces entregarme tal cual soy, desnudarme a través de mis palabras y mi protegida franqueza, para recordarme al pasar de mi vida que no guardé nada; incluso aquello que costaba aceptar o era incómodo de expresar.
Hace algunos años dejé de forzar las cosas, decido abrazar el momento y sumergirme en las impredecibles posibilidades infinitas. Por voluntad, hoy me ahogo entre la pesadez que deja el perder lo que no se ha tenido, a fingir que no has encendido mi bosque hecho mar. Por mí.
Que tal vez alguna otra tarde cualquiera, donde no espero nada, entre otra alma viajera a un restaurante y conectemos de la misma forma en que lo hice contigo, o tal vez no.
Sin más, que el destino sea revolución y evolución para ambos. Deseándote lo mejor, con un hueco en el corazón donde tu voz peculiar hace eco ahora. Todo es como tiene que ser, repito.
Sin prisas, pensando menos y sintiendo más.
Baila alto, hojita ligera, en las sierras mexicanas.
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Vamos a dejarnos un ratito en paz
¿Dónde están mis pies? Caminan en una laguna inmensa que no me sumerge y tampoco me impulsa a flotar. Perdí la cabeza hace ya algunos años; desde entonces, no he sabido cómo recuperarla. La lapicera de mi vida cayó una tarde, quedaron esparcidos los colores y sólo tuve la capacidad de tomar una pluma para seguir escribiendo; los dejé ahí, olvidé sus nombres, me cegué ante la posibilidad de recoger partículas porque ya no importaba reconstruir nada.
Y fue así, que desde ese momento mi luz intercambió memorias, desvío destinos, olvidó las promesas que de niño me hice, apagó las ganas, cobijó las heridas y abrió algunas otras.
Me pesan los recuerdos, he caminado este tiempo sin rumbo, pegándome entre los muebles de esta habitación hecha mundo. Ni siquiera la música me ha salvado. Si pudiera regresar al día de mi nacimiento con la sabiduría presente, seguro lo hubiera evitado.
Hace unos días surgió en mí una iluminación poderosa. Entre sueños, palabras y sonidos entendí el daño que vagaba. Entre latigazos mentales, traiciones, abandonos y castigos, está todavía aquel niño tranquilo con miedo en sus ojos. ¿Qué hace aquí? ¿Dónde están sus pies? Al igual que yo, camina en una laguna inmensa que no lo sumerge y tampoco lo impulsa a flotar.
Vamos a dejarnos un ratito en paz que ya hemos sido bastante duros con nuestra persona. Si quieres habitar la calma, tendrás que soltar tus posibilidades, pues te has centrado en derribar límites que no nos pertenecen. Volvamos a la simplicidad, en donde los amaneceres cobran sentido por ser amaneceres, sin más. Descuidar lo impuesto, agradecer por lo que es, distraernos del dolor que es parte de esta tierra. Invitarnos nuestra bebida caliente favorita con intención de que nuestros cuerpos recobren su clima interior. Para luego, platicarnos, perdonarnos, escucharnos y llorar, y llorar, y llorar para sanar.
Perdí la cabeza hace ya algunos años; desde entonces, he intentado saber cómo recuperarla. La lapicera de mi vida cayó una tarde, quedaron esparcidos los colores y sólo tuve la capacidad de tomar una pluma para seguir escribiendo; hoy vuelvo por ellos, conmemoro sus nombres, observo la posibilidad de recoger partículas porque es momento de reconstruirnos.
Y es así, que desde ese momento mi luz intercambia memorias, desvía destinos, recuerda las promesas que de niño me hice, enciende las ganas, cobija las heridas y cierra algunas otras.
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No quería olvidar este blog
No quería olvidar este blog y, con ello, tampoco olvidarme.
Recordarme a dónde voy, de dónde vengo, por qué y en qué me inspiro. Darme todo aquello que nadie me ha dado. Tomarme de la mano para llevarme a mi playa preferida. Regalarme momentos conmigo para apreciar que estoy completo.
We all have scars, I know it’s hard, dice Arlo Parks.
Llevo rato olvidando qué quiero, haciéndome creer que la vida es esta tormenta a la deriva; cuando no es así, cuando no soy así.
Si algo me caracteriza y, con lo cual me identifico, es la perspectiva que le doy a este viaje. Mi amor por los colores, lo delicioso que se siente compartir tiempo con nuestras amistades y familia. El olor de lo simple que desprenden las flores, las caminatas en la mañana, los abrazos, la música, el escribir, el imaginar alto, el volar lejos...
Quiero resurgir, empezar de nuevo cuantas veces sean necesarias. Retomar sueños. Volver a mi centro. Creer que nada ha valido la pena, para voltear y darme cuenta que sí. Seguir en esta vereda creando para mí.
Mi persona lo merece, es tiempo de abrazarme y ser más fuerte. Tal vez encuentre esto en los tantos blogs de positivismo que seguía hace algunos años, en los posts de felicidad, en la música que alegra, en los demás; pero, qué bonito, sería formarlo en mí.
Soy mi versión más fiel esta vez. No quería olvidar este blog, porque conmemora y mantiene presente mi esencia.
¿Estás ahí? Sigo aquí.
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Una mañana en mi ciudad natal
El jardín central, el clima fresco y la luz entrando tenuemente entre los portales de cantera antigua; entre los comportamientos caóticos, la ciudad de los templos, el tren, la cajeta y los autobuses ruidosos.
La abuela debe estar regando las plantas o preparándose para sus desayunos calientes que iluminan el portal de su casa. Antes de que extendieran la casa, entraban los rayos desde temprano por la ventana de la cocina; ya no.
Las bicicletas de quienes trabajan, el movimiento de los mercados, la gente con sueño. Un boulevard que conecta de norte a sur el tráfico, siempre habitado por diversos negocios y caminos alternos.
Los dos edificios más altos también se iluminan en esta mañana fresca. Entre semana, los niños yendo a las escuelas en manada, las señoras con sus bolsas de mandado entre las banquetas del centro y algunas otras barriendo afuera de donde viven, los músicos que caminan con sus instrumentos en la espalda. Qué bonita ciudad de paso, como dice el abuelo.
Los domingos aquí son tranquilos, se comulga silencio que prepara a las campanas de las misas donde los menores cantan. Aves en el cielo, los campos que la industria ha aniquilado todavía nos abrazan en las faldas de los cerros que la rodean. Se ve a la lejanía un Sol enorme que se asoma desde el puente Tresguerras: arquitecto y pintor colonial. Territorio histórico con pocos árboles para mi gusto. Los vecinos se saludan con los buenos días. Buenos días es justo lo que mejor describiría a este pedacito mexicano.
La urbe dividida entre las privadas de clase alta, los fraccionamientos que han aumentado como plaga, las colonias populares, las colonias viejas, y las comunidades aledañas. Mezcla perfecta que nos da un pellizco de realidad. Nada es lineal, todo es dispar. Riqueza colectiva que inspira.
El arte esplendoroso es visible entre sus paredes, los incontables puestos, los edificios vetustos como el de la presidencia, los bares con propuesta, el café Dolci Peccati que ahora es Casa Madero. Mundo lindo que se expande a través de los corazones celayenses cansados. Siempre agradecido con las casas de la cultura, galerías escondidas y proyectos independientes por compartir su sabiduría.
Sonidos por doquier. Los vendedores ambulantes diversos, el gas, las motocicletas de cobranza, los anunciantes de las malas noticias, el chisme, los periódicos amarillistas, las cortinas metálicas abriéndose, los desamparados pidiendo dinero; pero, sobre todo el comercio coexistente. La ciudad ya despertó.
Podría escribir, escribir y escribir; sin embargo, los resumiré a la simpleza del vivir aquí. Aunque hace un par de años mis sueños dejaron de pertenecerle, es mi resguardo, mi guarida, la terraza donde el viento cura, mi jardín iluminado para reorganizar mis pensamientos y rumbos. Ciudad que me ha visto volar. Encuentro todo, recibo mucho, intento dar también. Una mañana en mi ciudad natal, otra tacita de café, por favor. Hogar.
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2021: cosas que aprendí
Una pandemia dura más de dos semanas y a veces sólo nos queda aceptarlo, fluir y crear a través de ello.
La vida cambia en un chasquido, afortunadamente, tú decides qué perspectiva darle.
A pesar de que duele volver a empezar, soltar, mudarte y despedirte de quienes quieres; también hay algo precioso en los nuevos comienzos. Confía en el proceso. Alguien dijo “uno vuelve, pero ya no desde el mismo punto”.
Renunciar a tu empleo formal, es darte otra oportunidad para reconstruir tu camino, desprenderte del control efímero y despertar sueños que habías arrumbado.
Es necesario aventarte y enfrentar la vida, con todo y esos miedos que creías que ya no existían.
En el mundo todavía hay un buen de personas y lugares que te están esperando con los brazos abiertos.
Este año aprendí que la vida es más simple de lo que a veces nos aferramos a creer. Gracias Puerto Escondido por devolverme la ilusión y llenarme de experiencias chidas.
Si buscas, encuentras. Aférrate a la búsqueda y creación constante de esos proyectos que te mantienen volando.
Preocúpate conscientemente, y actúa. Te prometo que si te mueves, encontrarás un nuevo empleo, llegarán nuevos acompañantes a tus aventuras, aún hay cafeterías esperando ser visitadas por ti, cualquier ciudad te quedará pequeña al pasar de unos meses, sólo observa y aprende.
La fiesta se hizo para disfrutarla, pásala bien, entrégate a la música. Sólo somos nosotros aquí, a nadie le importa cómo bailes. A todos se nos olvidará todo en un par de días.
Llamaré a este año como mi revolución laboral; pues me ha costado un chingo aceptar que hay jefes que necesitan amor en casa, creativos que merecemos una mano para subir y retos que se ven tan altos, hasta que estamos arriba.
Tu intuición es poderosa, escucha.
Ve en búsqueda de tu comunidad, de tu círculo, de aquellos que creen en ti y admiras. Hay un sin fin de soñadores esparcidos por el mundo, qué dicha coincidir con cada una de esas personas. Este año fui parte de un proyecto de Bryan Berrios, director cinematográfico que me inspira desde hace algunos años. Abracé a uno de mis artistas y diseñadores mexicanos preferidos por su peculiaridad: Aviesc Who. Tuve la dicha de trabajar con Cerese y Deborah, directoras creativas impresionantes en todo su esplendor, a quienes les debo agradecimiento infinito por ser mis mentoras. Aún no me la creo.
Cada día estás más cerca de donde anhelas estar, lleva contigo ese valioso avance y humildad; jamás los subestimes.
La familia siempre será la familia; está bien alejarte de aquellos que dañan y ponerles límites por tu bien. Como dicen mis amigos los Technicolor Fabrics, “decidí soltar, por el bien de mi persona nada más”.
Por mucho que amemos a una persona, no es nuestra responsabilidad, ni fuimos enviados para salvarle de su caos voluntario.
Tu cuerpo es divino, único, bello, natural; estás en tu mejor etapa, gózalo, entiéndelo, tómale fotos, abrázalo y compártelo con responsabilidad. Quien te diga lo contrario, no ha entendido lo anterior.
Qué bonito te ves sonriendo y qué bonitas se ven las personas sonriendo. Esparce alegría, sé amable con los demás, todos la estamos pasando de la chingada a veces.
Tus privilegios son herramientas para cambiar el mundo. Alguien dijo en twitter, “me gusta pensar que, al final de esta vida, lo único que te llevas es todo lo que has dado”.
Abuelo, sé que estás en una nube de paz y mi corazón te lleva conmigo, de ti aprendí el amor incondicional. Vuela alto, estrella cariñosa, que te di todo de mí y recibí todo lo que eras, en especial tus historias. Te honro y bendigo tu trascendencia. Gracias por tanto.
Los amigos sinceros y tu ciudad, siempre estarán para nosotros; son bendición, no lo des por hecho. Es tiempo de no buscar a quien no te busca; eres mucho más que eso.
Aprendí de más, los recuerdos ahora parecen bengalas disparadas en un cielo infinito que llamo hogar. Por todo aquello que tal vez olvidé al escribir esto, por aquello que pude haber aprendido y entenderé más tarde, y por lo mucho que desaprendí también.
Ríe mucho, piérdete entre este laberinto vivencial, la vida es aquí, ahora. Trabaja duro, sin intercambiar tu calma mental. Toma tus descansos de realidad. Cierra los ojos, respira, venera tu historia personal; ya llegaste.
Este 2022 tampoco quiero proponerme nada, mas que tres retos: - Aplicar todo lo anteriormente mencionado y continuar aprendiendo. - Dejar de hablar del cuerpo de los demás, y de las personas en general. - Amar y vivir con el corazón.
Aquí todo es, nada es; ahora todo está, nada está.
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Viajes con la abuela
Crecí con mis cuatro abuelos en el retrato familiar, son mi vida y a veces temo entender qué sería una sin ellos. Los cuatro, peculiares en su máximo esplendor. Agradecido estaré siempre porque llevo en mí sus trazos, valores, amor por el campo, su incansable fe a sus diversos caminos y su manera tan única de ser.
La abuela Amelia nos lleva a lugares de su infancia en sólo una oración; un sin fin de historias de miedo, su inocencia, su ingenio, leyendas de su pueblo, sus peleas y otras muchas más que estremecen: aquellas que nos cuentan un poco de la tristeza que lleva consigo. Imaginen a sus casi cien nietos escuchando hasta la madrugada todo esto. Estoy seguro que hoy, más de uno de nosotros, podría terminar de contar esas anécdotas por las incontables veces que las repetíamos.
Viajar con la abuela es de mis lecciones más valiosas. No lleva prisa, el tiempo para ella es un número más y que el mundo la espere, porque siempre habrá tiempo de regresar por su suéter, desayunar justo cuando acordaste recogerla, volver para apagar la estufa o pasar al baño cuando estamos listos para partir.
Hay tantas canciones que me recuerdan a ella, representa a la mismísima figura folclórica mexicana. En su casa, flores de más, paredes de colores, pájaros que cantan, hojas de caligrafía, fotografías viejas, blusas y accesorios preciosos que protege más que a sus nietos.
Mi abuela es un mar inmenso, es un libro que a diario quiero leer. Símbolo de fortaleza de pies a cabeza, voz con intención y una nariz respingada que acentúa su belleza cansada.
Recuerdo mucho cuando nos quedamos varados en un desierto de camino a Texas. La abuela sacó fruta, pretendiendo que todo estaba bien, me invitó a caminar entre los cactus y me dijo “vamos a bajarnos a caminar, ya alguien vendrá por nosotros y, si no, pues ya, nos quedamos aquí; yo me duermo en esa penca (señaló)”.
Otro viaje que recuerdo es cuando fuimos a Xilitla y la abuela hizo todo el recorrido con nosotros, desde Las Pozas hasta las cascadas de Tamul. Esa mujer tiene la energía de todos sus nietos juntos.
Nadar con la abuela, tomar su café de olla, echarle otra pizca de sal a sus sapitos de masa, brindar por su felicidad tequilera, el pulque con ella, verla bailar, quedarme otro ratito para terminar su novela de las diez… Son tantos viajes presentes que resguardo y pido al cielo que la conserve con ese llama que incendia a los corazones que buscan ser inspirados.
Ella es de esas personas que hace amigas a donde quiera que va. Tiene el tiempo de platicar, preguntar y escuchar con calma a las personas que se encuentra en el camino.
Imposible describirla completamente en esta cuartilla, es demasiada persona para ser real. La abuela camina descalza en los aviones, escoge la mejor fruta en los mercados, se estira en las piedras grandes, quiere a las gallinas, tiene un don para las plantas y contempla los cielos de octubre. Es sabia, dura, honesta, muy honesta algunas veces.
Aprendí a querer más y más a la abuela ahora que ya no soy niño; pues uno se vuelve empático, se ve en un espejo, eres su reflejo, entiendes los porqués y abrazas internamente aquello que la abuela sinceramente te ha heredado.
Que la abuela sea muy amada siempre, se lo merece, se lo ha ganado, la vida se lo debe.
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Otoño en un mundo caótico
10.22.21
Ha vuelto el otoño con las hojas sobre la cajuela del carro al despertar esta mañana. Hay árboles gigantes donde se estaciona y sería imposible que el cambio de colores pase desapercibido en la ciudad.
Se avecina el frío que avisa su llegada, donde la ropa de invierno ligera y los cardigans se vuelven amigos de nuestros cuerpos cansados.
El sabor a miel en mi boca, el café caliente, las velas las calabazas y la música. La melancolía en nuestros cuerpos y la tristeza que se disfruta; nos dejamos llevar en una estación místicamente marchita.
Agrego a este espectáculo sensorial a la muerte, las revelaciones paganas, nuestra conexión con la oscuridad, la naturaleza atemporal, el subibaja emocional y la certeza de que bajo el cielo todo tiene un ciclo momentáneo.
Con este otoño, la primera fotografía en el blog.
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El Malibú
En mi mente renace aquel regreso en carretera observando la ventana. En la parte trasera, mi hermano mayor sentado del otro lado, mamá platicando con papá al frente mientras él manejaba y seguramente iba comiendo pepitas; uno de los viajes familiares que todavía recuerdo vagamente.
Quiero suponer que todos los niños nos volvemos amigos de las carcachas de nuestra infancia, pues se vuelven hogar.
Carro azul perla alargado, extremadamente expuesto al Sol, con dos puertas y la marca no la sé. Mis seres cercanos saben que los carros y yo no somos compatibles para nada.
Íbamos una vez por mes al lago de Acworth o al río Chattahoochee. A papá le ha gustado escaparnos los domingos desde que tengo memoria.
Regresar dormido o despierto, para hacerme el dormido y que papá me cargara para llevarme adentro de la casa. ¿Quién hubiese querido caminar después de esos trayectos cuando se es niño?
Historias de sobra que hoy se vuelven una cuando intento plasmar y compartir esto que vivo.
En ese carro me quemé el dedo pulgar derecho con su encendedor. No sabía qué era presionar la yema con fuerza en esas líneas de un círculo indefensamente caliente.
El sillón de atrás escuchó más pláticas con mi hermano y mi mejor amiga de la infancia, Blanca Gardenia, cuando íbamos por helado o a la tienda.
Fue colchón, escritorio y transporte para las visitas a “la pulguita”. Las pulgas, como se les conoce coloquialmente, son el sinónimo de los tianguis de segunda mano mexicanos, pero tres veces más grandes; en ese lugar elegíamos nuestras mascotas, palomas sobre todo, y conejos que fallecían. Alguna noche les contaré más de ellas, su misticismo y en el poder que tienen sobre mí las thrift stores.
Las idas al supermercado, tardes en Chuck E. Cheese, cuando volvimos del hospital porque una abeja estaba en mi jugo e inflamó mi cara entera, o al ir a las fiestas de señores; todo ello, parte de las millas que la nave voló.
Mentiría si escribo que recuerdo si servía el aire acondicionado o las ventanas mismas, sin embargo, ahí conocí la música sin usar una grabadora conectada a la luz por vez primera. Sonaban Los Acosta, Selena Quintanilla, Baby Blue de Anahí y mis cassettes de música cristiana.
Mis padres nunca tuvieron una relación bonita como en las películas de amor y esa etapa fue turbulenta; pero esos momentos en el carro azul perla madreada, se conservan como poema sincero. Mucho de mi persona debe agradecerle a este mundo pocho en el que crecí. Hay tantas cosas bonitas de mi infancia que curaban, protegían y cegaban de todo lo que dolía y hoy ya no está, se fue.
El Malibú se despidió de nosotros un día nublado. Pasamos el día entero sentados en la terraza esperando a que llegara la grúa por él, pues ya era un carro viejo y mis padres habían decidido donarlo después de comprar una camioneta.
Llegó un trailer que ni siquiera cabía en el complejo de apartamentos y nos lo arrebató sin clemencia alguna. Éramos dos niños miniatura observando a un monstruo de fierro gigante aniquilando a nuestro viejo amigo azul. Lloré la primera semana; ¿por qué mis padres comprarían otra camioneta si con el Malibú era suficiente? ¿Acaso los adultos no piensan en sus hijos cuando toman decisiones? ¿Qué quería yo? Nadie preguntó. Sólo al Malibú quería de vuelta, repetía. Uno crece, cambia de canal y esos tormentos suaves se olvidan.
Nadie sabe qué fue de él; hay días que visualizo cómo fue comprimido para volverse chatarra después de ser recogido, otros donde pienso que algún conocedor de coches lo reparó para coleccionarlo y ahora está parkeado frente a un porche millonario; y algunos más, donde aún imagino haberlo visto pasar por la ventana entre el tráfico.
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Reconectar
Julio llegó más rápido que los trenes en la Dordoña. Han sido cambios, muchos, que como le platicaba hace un par de meses a una amiga: el 2020 fue un año pausado en el exterior, pero con un sin fin de movimientos internos. Tiempo para reconectar con nosotros, después de un respiro en forma de viaje por la costa sur mexicana y decisiones que todavía no convencen.
Inicié un nuevo empleo, me mudé de estado, extrañé, abracé mi soltar y me fui como las estaciones del año, con preguntas y respuestas. Hubo mucho alcohol, personas, pasos, puestas de Sol, agua, plantas, café, música profunda y una vacuna que te transporta al otro lado; la vida.
En este 11 de julio guardo fotografías en mi computadora para iniciar de cero, Ed Maverick suena (saben que me fascina incluir la música del momento en mis escritos), y mi teléfono ya no tiene memoria al igual que mi cerebro.
Un almacén innecesario de recuerdos y preocupaciones que nunca me han pertenecido. Se esfuman, vuelven, se quedan, se van. ¿A dónde voy? No lo sé. Tal vez sí, o tal vez no.
Escribo para reencontrarme conmigo, recordar, rehacer, redescubrir, replantear, recaer, refluir... Qué bonito prefijo, ahora que lo contemplo, porque indica repetición, volver, ser nuevamente en los nuevos comienzos, siempre.
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Por si un día ya no estoy.
Por si un día ya no estoy. Cierra la ventana que se quedó abierta, la recámara se mojará cuando llueva. Apaga la vela, desempolva el espejo y guarda todo aquello que me traiga a tu mente.
Por si un día ya no estoy. Mis herramientas de trabajo y mis contraseñas ahora te pertenecen, tú sabrás dónde encontrarlas. Quema las fotos, conserva las que te gusten y regala mis pinturas como creas conveniente.
Por si un día ya no estoy. Disculpa que te pida tanto, pero esta carta comprueba que mi confianza te pertenecía. Olvida mis preocupaciones, borra mis enojos, nada nunca importó más que nuestros lazos.
Por si un día ya no estoy. Tal vez me fui sin aviso previo, sin dejar pista alguna, sin tiempo, ni nota de despedida. Quédate tranquila, pues me fui de la misma manera.
Por si un día ya no estoy. Conserva tu bondad, busca un hogar para mi mascota y riega mis plantas, si todavía tenía alguna. Dona mis zapatos y las decoraciones, la ropa también, menos las prendas que ya tenían dueño.
Por si un día ya no estoy. Encuéntrame en la música que escuchaba sin nadie y en los libros empolvados que nunca leí. Recuérdame en los atardeceres silenciosos y en los viajes de carretera cuando ventilas la mano.
Por si un día ya no estoy. Promete que te mantendrás cerca de las personas que quise, aunque sea a la distancia. Cumple las promesas que te has hecho a ti misma y camina las calles que anhelaste.
Por si un día ya no estoy. Lleva mis escritos a una librería cualquiera, para que cualquiera puede leerme sin querer. No tenía deudas y, si hay dinero, úsalo a tu conveniencia y tómate una sidra a mi nombre con él.
Por sin un día ya no estoy. Habrá muchas cosas que quise decirte y no aparecieron al deletrear esta cuartilla, pero entenderás. Que quise mucho, que reí de más, que me dolían unos días más que otros, que voy en paz.
Por si un día ya no estoy. Omite la noticia, la gente que debía saberlo, ya lo sabrá mientras leas esto. Cerré mis ojos, respiré profundo, mi cuerpo comprendió qué fue estar vivo y el resto no lo sé aún.
Por si un día ya no estoy. Puede que no sepa que éste fue el fin de todo y después ya no hay más, ni siquiera un rayo de luz. Abraza a mamá, pues fue la única que pensó y no dejará de pensar en mí hasta el final de sus días.
Por si un día ya no estoy. Conserva todo lo bueno que compartimos y sólo lo bonito que vivimos. Déjame ir, será porque ahora soy libre, o nunca me habré ido.
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Perspectivas
A lo mejor no todo está tan mal esta tarde en un café con copias de arte colgadas en la pared, donde el tiempo es antes de las 6, pero en la ventana parecieran las 12 de la madrugada.
La temperatura baja, la taza se enfría, el volumen que desconecta sube y nace ahí la necesidad de plasmar esta emoción tranquila de lo simple que es vivir.
Es aquí, sin nada más, donde las preocupaciones no influyen en mis cambios radicales de sentir. Mis respiraciones no son profundas, pues no hay nada qué suspirar. Absorbo la calma fija que me ha rodeado siempre y no he querido abrazar desde el amor irracional.
La simpleza del presente, del no pensar; entre ella la liberación divina de lo desconocido e incomprensible. Sin buscar inexistentes explicaciones, ni motivos: aquí.
En este estado no existe el mañana, ni el ayer, sin haber más, donde a lo mejor no todo está tan mal.
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Tal vez quería que fueras tú
Pronunciando tu nombre y que se escapen las horas. Hoy se calman las olas, no encuentro mi nombre y huyendo estoy.
Tal vez quería que hablasen tus labios el lenguaje implícito de tu mirada. Correr en mí, de la piel en ti, en tu silencio infinito.
Recobrando las sílabas intuitivamente escabullidas entre tus dientes. Ayer se leían en ellas el aquí que no está.
Tal vez quería que éstas fuesen las manos que sujeto en presente. Desenredar tu cabello, con mis dedos sin prisa, en ideas que se van.
Encontrando nuestros momentos, mi razón en la sombra de tu bonita sonrisa. Mañana se desvanecerá la noción de lo que hubiésemos sido.
Tal vez quería que gritaras mi nombre en voz alta con fuerza. Hilar las promesas que jamás se dirían.
Volviendo al inicio de la canción arrítmicamente confusa que fuimos. Siempre tu rostro en boceto de segundos efímeros.
Tal vez quería que fueras tú, sin más, con nadie, así de simple. Ver lejos del escondite, tu serenidad innata.
Escondiendo este paseo compartido que termina en memoria infeliz. Nunca se calmaron las olas, encontré mi nombre y huyendo estás.
Tal vez quería que expulsaras tus miedos al escaparse las horas. Correr en ti, de la piel en mí, en mi silencio infinito.
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De anoche
A punto de dormir me ha surgido esta necesidad incontrolable de escribir nuevamente, para documentar lo que siento, para plasmarlo y huir.
Pero, curiosamente, nunca sé lo que siento o cómo es que lo siento; sólo sé que estoy perdido en esta inmensidad, en la neblina infinita.
Como un ser vacío levitando en un espacio sin fondo, como un ciego, como una persona que prepara el té confiando en que sanará su intranquilidad.
Paciencia, dónde se obtiene, el porqué de la vida.
Tumblr no está sirviendo: error 504 - Gateway Timeout una y otra vez.
Qué putas. Detengan este cúmulo que aniquila de una puta vez.
Voces, se repiten las preguntas como una secuencia.
La música del fondo pareciere no parar, aún sin tener un volumen medible.
La luz cansa, el cuerpo se deteriora, el tiempo corre en un reloj que no está.
Deseo relajarme, aunque relajarse ya no sea una opción.
Es mi presente, éste es mi ahora, escribiendo y pensando.
Todo lo que pudimos haber hecho y soñamos con hacer; lo que no estamos haciendo.
El mundo es un caos, palpita, respira, se expande, calla, grita, me voltea en un giro de millones de grados.
Estoy aquí, sin estar aquí.
Volteo a ver las fotografías que coloqué en la pared, los recuerdos que de cada una se desprenden, la persona que habita en ellas y ya no soy.
Observo las fotos, sin analizar más, en ellas, personas que habitan y ya no son, tampoco están.
Qué dice mi alma, tal vez ya no dice nada.
No entiendo este círculo en medio de una pandemia que me envejece el rostro y el cerebro.
Tengo hambre otra vez, aún así, estoy en búsqueda de empleo, planeando ver a mis seres queridos, soñando con volver a casa…
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¿Quién soy?
¿Quién soy? Y al formular esa pregunta quieren responder varias personas a la vez, personas que habitan en mí. Distintos Yo que se han ido formando a lo largo de los años con pensamientos diversos, en un mismo cuerpo, que a veces dudo sea el mismo.
¿Quien soy? Me cuestiono repetidamente. Presiento que esta pregunta nace del no querer defraudar a lo que realmente soy y muy en el fondo lo sé. Nace del explicarle a mis diecisiete años por qué sus sueños siguen inconclusos, a los veintes por qué se tomaron las decisiones que nos llevaron a esto, y al presente, recordarle las misiones que ha dejado pasar desapercibidas.
¿Quién soy? Mientras contemplo que la recámara está fresca y la bebida caliente (volviéndose el chai mi favorita en los últimos días), el cuadro tal vez siga fresco y, curiosamente, las acuarelas no tienen olor. Soy este momento arropado de dudas y respuestas.
Soy el Moscow Mule y la otra bebida alcohólica que nunca grabo, que se volvieron mi amuleto al bailar; soy el clima, la canción de Abbey Glover, los minutos antes de las doce de la noche, la luz que se refleja en estas paredes.
Soy mis dedos al analizar lo que plasmaré en este escrito, soy el tiempo que paso extrañando, soy la gente que ahora forma parte de mi vida.
Soy mis risas y las risas que comparto; soy las alarmas de mañana, mis planes a futuro, mis miedos y el dinero que porto ahora en la tarjeta. Soy esta noche, los suéteres que tengo guardados para usar, soy los pedidos que el correo entregará en los siguientes días.
¿Quién soy? Ya no deseo preguntarlo. Tengo respuestas de sobra, soy todo y nada. Soy mi nombre, mi edad, mi nacionalidad, mi piel, mis facciones, las ideas que expongo, los secretos que guardo; pero, ¿qué pasa si decido desprenderme de todo ello? ¿Si ya no lo quiero? ¿Si lo regalo al viento que va en el sentido opuesto a mi cuerpo?
¿Quién soy? Vuelvo a preguntarlo. Se vuelve una pregunta personal, de mí, para mí.
Lo encuentro y sujeto, lo pierdo y suelto; lo encuentro y suelto, lo pierdo y sujeto...
¿Quién soy?
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Text
You
Under the sheets of your bed are hidden all your body preoccupations, formed by the springs of your mattress; the ones only you know and you are trying to understand.
Over the sheets of your bed are exposed the wildest dreams and ideas, formed by the feathers inside your pillows; the ones you expose to the world and your mind screams while you are daydreaming.
As Abhi said, we need to keep who we are... And more than the physical descriptions, he refers to our culture, our words, our modals, the way we say hello, how we dance, the things that make us laugh, the special features of ourselves and our plans to improve them.
It is the time to embrace our constructed personality, but also to feed our essence deep inside. The brilliant light within us. Our truth.
You.
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