elvis-conti
Elvis Conti
1 post
Don't wanna be here? Send us removal request.
elvis-conti · 3 years ago
Text
Desasosiego
Tumblr media
- ¿Un ratón? - Se preguntó.
Ni siquiera se lo contestó, tomó la almohada y le hundió la cara. Un pánico inexplicable la había dominado a partir de que la última gota de luz vespertina se diluyó en la noche. Dos horas después ahí seguía, inmóvil y tratando de adivinar la forma de las cosas en medio de la obscuridad.
Se quitó la almohada para respirar mejor, aunque fuere el aire extrañamente helado de la habitación. Una tenue luz de luna roja se filtraba por el manto de nubes negras que la tenía secuestrada allá arriba, hasta meterse de a poco por la diminuta y única ventana de la buhardilla. No obstante, ese tímido haz le daba suficiente para distinguir el filo de la mesa y, desde ahí, perfilar la jarra con agua y algo cruciforme en la pared. Con toda seguridad algún Cristo colgado que no notó al entrar.
Después de una prolongada decisión, por fin saltó al piso para dar los dos pasos que la separaban del apagador del foco. Ella, agitada, supuso que bastaría guiarse por el tacto. Seguir la moldura rústica de la puerta hasta asir la perilla y, a unos 15 centímetros, supuso, podría alcanzar el botón.
Inexplicablemente, aquella maniobra aparentemente sencilla, resultó fallida por varios segundos, al grado que, acusando taquicardia, llegó a pensar que el apagador había desaparecido.
Hizo un esfuerzo por serenarse. Respiro hondo mientras se repetía una y otra vez que no era posible que desapareciera lo que hace apenas unas horas se encontraba justo ahí, a un lado de esa puerta. Después de porfiar en contra de esa absurda situación, lo palpó al fin, no sin soltar un ridículo grito de júbilo. Empero, aquella alegría espontánea fue fugaz, se encontró completamente frustrada al confirmar que el foco simplemente no prendía. No había corriente eléctrica.
Su siguiente pensamiento fue ir a quejarse con el encargado de la hostería.
Abrió la puerta sin meditarlo mucho, pero el ímpetu inicial se difuminó después de la fuerte impresión que recibió y terminó por descorazonarla. Se encontró con un pasillo largo y lóbrego al que no se le distinguía un fondo, ausente de luz y sin una sola señal de vida, aquello la confinaba de regreso al cuarto.
- ¿No estaba ocupado totalmente el hostal? - Se dijo mientras daba un paso hacia atrás sin apartar la vista al frente. Cerró finalmente la puerta de un portazo cuando, entre la obscuridad reinante y los nervios que la afectaban, creyó ver algunas sombras.
Cerrada la puerta se sacudió esas ideas. Le causaba coraje cuando su imaginación la ponía en jaque.
Enseguida, se lanzó sobre la cama como si esta fuera un sitio inexpugnable para cualquier tipo de amenaza, especialmente esas que su mente le fraguaba. Estando ahí, recordó que no había regresado el botón al modo de apagado. Poco le importó, ¡ya no se aventuraría más!
Deseaba dormir desesperadamente. Estaba convencida que, si lo lograba, despertaría hasta el nuevo día y se libraría de esa noche tan… ¿inquietante? Solo por darle un adjetivo.
Cerró los ojos y casi enseguida empezó a percibir algo que le sonaba amortiguado, algo francamente muy cerca de ella. No era un ratón. Ella conocía perfectamente el ruido de un ratón. Con sus pequeñas uñas y dientes rasgando y ruñendo lo que sea que encuentren a su paso. De hecho, hay que dejarlo consignado, ella había sido dotada de un sentido del oído realmente extraordinario, tenía la rara habilidad de desentrañar los sonidos más extraños y sutiles. Tanto era así, que continuamente le provocaba temores diversos, sobre todo durante aquellas noches en las que, como hoy, se hallaba en un sitio fuera de sus dominios y querencias. ¿Que sería si se llegara a topar con algo que no quisiera escuchar? O peor aún… ver.
Luchó para deshacerse de esa idea. Se disgustaba tanto cuando constataba como se sugestionaba gratuitamente. Se hizo un ovillo para enterrarse bajo una gran zalea de buey y una gruesa cobija de lana rasposa con un olor añejo de baúl.
Y hasta ese refugio improvisado le llegó otro rumor. Este era distinto. Parecía un murmullo que lo atravesaba todo, incluidas sus manos, con las que insistía en cubrirse los oídos. Desesperada por no poder ignorarlo, extrajo coraje desde algún punto de sus adentros para destaparse y, muy decidida, hacerle frente a aquello, lo que sea que fuere. Se sentó sobre la cama con las piernas en flor, siempre con el buen cuidado de no dejar colgando los pies, por figurarse que se los podría tocar algo o alguien.
Era inevitable la regresión a su niñez, cuando estaba segura de que, anidado en las paredes, vivía un ser con grandes extremidades que se descolgaba lentamente, como un reptil, para irse a habitar abajo de su cama, encaramado a los resortes del antiguo camastro de latón de allá, su casa paterna en Morelia.
Salvo la luz roja mortecina de la luna, el negro ahí era espectral. Por si aquello no fuera suficiente, en el cuarto primaba una sensación glacial incomprensible. Ella no lo veía, pero estaba segura de que soltaba un vaho cada que su respiración caliente chocaba con el ambiente polar que la tenía entumecida.
Otra vez, apenas audible, escuchó algo que la puso en guardia y a su concentración a prueba. La tensión estaba desbordada, claramente algo la acechaba adentro de ese cuarto de apenas 4 por 4.
Lo que estaba oyendo era muy similar a un jadeo. – Sí, ¡eso… un jadeo! – Se decía. Pero era uno muy peculiar: un jadeo diminuto.
En el pasado, cuando llegó a sentir que el misterio se impondría sobre la razón, ella optaba por la explicación más lógica y se aferraba a ella como a la vida misma, no daba pie al terror. Sabe que el terror paraliza, trastorna y la deja sin defensa. Ella prefiere por encima de todo al miedo. El miedo avispa los sentidos, abre la mente e inyecta chorros de adrenalina que la ponen alerta como espada desenvainada.
Un escalofrío lento le recorrió la espina cuando oyó con absoluta fidelidad la caída al suelo de algo metálico. Ella supo de inmediato que había sido un tornillo, uno minúsculo y ligero. Instintivamente se hizo pequeña, como una tortuga en su caparazón. Para ese momento, sus oídos se habían sensibilizado tanto que podrían haber identificado los pasos de una hormiga caminando sobre el piso.
Volvió a escuchar nuevamente esa respiración que, de tan pequeña, le parecía más y más enigmática. Unos minutos después un nuevo sonido se sumó.
Inadvertidamente, una suave pero pertinaz llovizna empezó a estrellarse contra el techo de dos aguas justo a metro y medio encima de su cabeza. Muy pronto, las gotas se fueron haciendo más gruesas y el golpeteo inicial se convirtió en un martilleo incesante que terminó por confundirse, al menos un poco, con aquello que la tenía completamente absorta, sumida en el desconcierto y la angustia.
Se quiso convencer de que así estaba mejor, sin escuchar nada, sin provocar a sus propios demonios. Decidió acostarse nuevamente y cubrirse con aquella zalea gigante y la colcha de lana con olor a granero. Dormir tan hondamente que terminara por olvidarse de todo. De los ruidos, de esa noche y de lo que sea que la amenazara.
Pero también quería expulsar de su pensamiento, aunque fuera momentáneamente, su vida presente, tan cargada de tristezas y desazones, de soledad, de nostalgia por tiempos y personas ya idos. No quería detenerse tampoco en su trabajo ni en el dictamen que debía emitir a primera hora en la mañana, y que era la razón por la que se encontraba hospedada en aquella hostería de mierda en Tepoztlán.
Quería en una palabra olvidarse de todo aquello.
Sin poder impedirlo, empezó a llorar. Su llanto era quedo y reprimido. Un llanto sin gimoteos ni grandes lamentos. Pero no por eso dejaba de ser desgarrador y doloroso. Y tuvo que ser en medio de esa tregua que, al final, liberó un poco su mente del entresijo que la había estado sobrecogiendo prácticamente desde que arribó a ese sitio. Aquello, además del cansancio por la tensión acumulada, hizo que se durmiera pesadamente.
Pero aquello no resultó ni plácido ni reparador. Ni siquiera duró mucho. Casi una hora después, un sueño terrible la expulsó de regreso a la realidad. Y aunque no podía recordar un solo detalle de la pesadilla, si se quedó con un sentimiento de desasosiego muy intenso. Todavía amodorrada, necesitó de unos segundos para percatarse que había estado sumida en un sueño muy tortuoso. En ese breve tiempo que pasa mientras se transita de un sueño profundo a la realidad, cuando la cabeza está concentrada en reordenar las ideas, en separar la realidad de lo onírico, hasta esa frontera donde lo fantástico se niega a regresar al inconsciente, llegaba el mismo rumor que la había mantenido en zozobra. Un jadeo incesante, un resuello casi angustioso. Algo que ocurría muy cerca de donde estaba.
Ese retorno le estaba resultando horrible. Después de la pesadilla despertó para encontrarse sumida en la incertidumbre, en el desconsuelo, el miedo hacia lo desconocido, hacia lo que no se puede controlar. Instintivamente se volvió a cubrir con la gran piel, cuando un poderoso trueno le recordó que afuera caía una tormenta, y que el topeteo de las gordas gotas de lluvia sobre el techo no eran ni escasas ni pacíficas. A pesar de esa batahola, en la que primaba un estrepito incansable, aquella respiración prevalecía por encima de todo.
En esas estaba cuando, inesperadamente, el foco de la habitación prendió. La energía eléctrica había regresado. Todavía incrédula volteaba en todas direcciones para cerciorarse que no era otro sueño. Aunque al principio quedó deslumbrada, sintió un alivio instantáneo al saber que la obscuridad había sido desterrada por una bombilla de 100 watts. El regocijo y el bienestar que la embargó era abrumador, tanto que terminó desternillada por una risotada loca.
Ahora, hay que decirlo, los seres humanos solemos atribuir todo lo enigmático y la ignominia a la obscuridad y, consecuentemente, la verdad y la justicia a la luz. Creemos que la claridad nos va a mantener siempre bajo buen resguardo de todos aquellos peligros que el misterio nos puede deparar. Ignoramos que el terror es más probable y severo bajo una luz plena.
Cuando sus ojos finalmente recuperaron su visión normal, se sorprendió de volver a oír aquel jadeo. Su vista siguió hasta donde parecía que ese rumor se originaba.
Estremecida observó con absoluto y profundo espanto, como nunca en su vida, que a unos tres metros de ella, el cristo del crucifijo se esforzaba denodadamente con su brazo derecho para liberarlo del tornillo que le tenía sometido su brazo izquierdo.
Fuera de sí, totalmente despavorida, escuchó como ese pequeño tornillo caía finalmente y se estrellaba contra el piso.
Entonces el cristo negro se dedicó a desenroscar el tercer tornillo que sujetaba sus dos pies. Ella, sin movimiento ni gesto alguno, absolutamente congelada, no movía otra cosa que los ojos que, abiertos como dos ventanas, seguían con un terror crudo aquel ente sin rasgos que respiraba copiosamente.
Sin saber cuánto tiempo transcurrió, el tercer tornillo cayó. El hombrecito se había liberado finalmente.
Ella trató de moverse, de reaccionar, pero no podía, seguía clavada en esa cama, estaba hipnotizada por esa visión tan detestable como fascinante.
Con un terror mayúsculo, vio como el aquel hombrecito se descolgó y se dejó caer sobre la mesa, después corrió diagonalmente a toda prisa para saltar hacia la silla. La que bajó por una de sus patas hasta el suelo.
Lo siguiente que ocurrió es que, raudo, no se detuvo hasta meterse debajo de su cama.
Ella, consumida por la andanada emocional que la tenía presa en esa habitación, sentía que perdía la conciencia. El corazón, a riesgo de colapsar, ya no podía latirle más fuerte.
A veces, cuando las circunstancias nos llevan hacía algún extremo, cuando nos apremian poniéndonos pruebas casi imposibles de superar, solo a veces, puede pasar que todo empeora.
Repentinamente, la luz se apagó. Nuevamente se había cortado la energía. Una negritud definitiva lo devoró todo.
Lo siguiente que escuchó fue distinto... se trataba del sutil reverberar de un resorte, lo que se terminaría mezclándose con unos gritos destemplados que nadie escuchará.
1 note · View note