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Entre espejos
Entre espejos
brotó la imagen
de un rostro rasgado
por el silencio.
Entre espejos
se borró la piel
en el letargo de un silbido
los papalotes
se van volando
y yo no estoy en ninguna parte
ni mis manos abiertas al ocaso
ni sus líneas
carriles, avenidas,
en mi pulso hay un solo sonido
y suena entre espejos
en un vaivén de todos lados.
Hoy no supe de qué lado peinarme
o si mojarme el cabello,
usar gel.
Hoy no supe si decía mucho
o si eran las palabras en mi boca
las palabras de mi abuelo.
Revestí mis impulsos con asombro,
me lavé los dientes, las axilas
y el rostro.
Me puse loción.
Llevo el olor de las naranjas,
azúcar, un poco de aceite, limón.
El aroma de mi padre.
Pero aún no decido vestirme igual.
¡mira!
hay un aire de lirios
trizando su dije de jade
entre el jadeo del alba
y entre los ojos la sangre
¡de nuevo, mira!
con el corazón de los amores
y con los amores, trizas
terrones que me apiñan.
Entre espejos
hay un par de ojos
muertos.
Entre espejos
hay una sola luz
refractada.
Entre espejos
hay un solo cuerpo
trazándose al infinito.
Entre espejos
no existe todo,
entre espejos
hay un delay.
Entre espejos
nunca es posible
la nada.
Y me ha dicho mi madre
que le decía mi abuela
que no te mires mucho,
que no te pierdas mucho.
¡mira!
De nuevo los ojos haciéndose grandes
en sí mismos.
¡mira!
Mirándose
el cuerpo
y el odio
o quizás el amor
propio
alumbrándose completo.
Y sí tenían razón
mi madre y mi abuela
cuando dijeron que no.
La pausa es un golpe indispuesto
para azotarse la cabeza
y entender la importancia del silencio.
Ya me di un par de golpes
y me duelen mucho, demasiado.
Pero mi abuela me ha puesto pomada
y mi mamá me ha llenado de besos.
Así que me detuve
entre dos espejos.
Pero no me miré mucho tiempo.
¡mira!
Estoy mirándose de nuevo.
Y apareció lo que dijeron
que aparecería si me miraba mucho
o si me perdía...
¡mira!
Dos ojos sin ojos
entre dos espejos.
Un abdomen craquelado,
dos orejas largas, sucias,
y un hocico de cerdo.
¡mira!
Ese fue el espejo
donde muchos se miran
pero no les gusta verse.
Y el otro,
entre dos espejos,
aún se borda muy adentro
y guarda la voz de mi infancia,
mis canicas, mis tazos,
algunos muertos vivos,
un corazón un poco más pequeño
y mi cara de niño.
¡mira!
Entre dos espejos
se acarician los brazos
las olas,
van y vienen
volando
los papalotes de nuevo.
¡mira!
Entre dos espejos
tengo siete años,
mis pies se hunden en la arena
y suena el eco de mis padres
y suena el soundtrack de Tarzan,
"en mi corazón",
y mis amigos del callejón
me gritan mi nombre
"Johann, Johann"
y me tocan la ventana
para salir a jugar.
¡mira! ¡mira!
Entre dos espejos
eres uno mismo
y tus ojos
no se ponen a llorar.
¡mira, Johann, mira!
Estás en Veracruz,
naciste hace tres años,
te trajo el sonido a la vida
y estás sonando en todos lados.
¡mira!
El universo es un retoño
enflorecido por estrellas
y de la estrella vino el cuerpo
a mirarse con las manos.
¡mira!
Entre dos espejos
hay un futuro
insinuado.
Un adulto que se peina
y que habla con su abuelo.
Un adulto que se arregla
para irse con su amada,
amada que se mira
entre dos espejos
y le limpio las manos
y la miro y la sueño
y le mando besos.
Dos ojos enormes
los ojos de mi amada
mirados en tres
pequeños pulsos
donde suena la dulzura
de un amor
que se replica al infinito
y que no cabe en el silencio.
¡mira!
Los algodones se disuelven
en la lengua
y nos pintan de rosa los labios.
¡mira!
¡Hoy solamente soy la soledad mirando!
Y mirando soltándose el cabello
han vuelto al aroma
las voces de los muertos.
Y los muertos, mis amores
los traigo en la palabra
pantalones bien puestos.
¡mira!
¡mira!
¡mírate de nuevo!
Es Johann De Medina
a las tres de la mañana
jugando con los muertos.
¡mira, de nuevo!
Eres este que se ama con los vivos
y que está entre los espejos.
Ahora amo
más que nunca
a mis amores,
y mis amores me preexisten
y me besan y me abrazan
y bordan mi vida con su aliento.
Así que ya decidí ponerme un poco de gel.
Darle la bendición a mis abuelos.
Besar la frente de mis padres.
Tomar las llaves.
Abrir la reja.
Mirarme.
Salirme.
Lejos.
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Voy detrás del movimiento,
busco la quietud,
la certidumbre.
Bajo la lluvia
en la calma
del último invierno,
traigo la camisa bien puesta
y al cielo bordado en la sonrisa.
Para andar de sur a norte
con los ojos sin ojeras
y el aliento arremangado,
doy un suspiro al despertar.
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Hay algo que tengo que hacer, lo sé,
antes de que se acabe el mundo.
Debo desterrar la ingrata certeza de la vida,
la insufrible iridisción de las centellas,
partículas de sangre atizando la piel,
bordando sus cruces delirantes debajo de los huesos,
en la partida de un eco que aún replica su adiós,
en las grietas del olvido, témpanos que desgarran,
muecas al espejo de mi infancia,
atisbos de otra vida,
el último poema,
mi estertor.
Hay algo que tengo que hacer, lo sé muy bien,
antes de que se acabe el mundo,
antes de acabarme yo.
Fumar los últimos cigarros de la cajetilla,
encender a la noche con la palabra,
trizar una tras otra las arterias de mi puño
en la templanza del silencio donde navajas galopan.
Estoy tomando prestada la furia de alguien más,
la irreverencia de un cruce de miradas,
el bombardeo de una sinfonía mortuoria
que redobla en mi corazón,
orquesta de ultramar.
Serán las señales de los tránsitos internos las que den paso a otra vida,
viajar hasta el fondo de una garganta latente que guarda su ardor para la mañana,
la salida del sol, el silbar de las olas, la combustión de las bestias,
un resquicio salvaje partiéndose al principio de las cosas,
desbordándose en mi boca, tocando la llaga de un muerto
que fueron los otros antes del ocaso incipiente del hoy.
El ayer, la carie de los parias, de la tierra infértil,
el hijo muerto de una madre
que se hace piedra en su vientre
y murmura:
no han dicho acaso los vivos que volverían por mí al día siguiente,
no han dicho acaso que están golpe a golpe tocando los féretros
hasta encontrarme u olvidarme.
No hay nada que hacer después de vomitar,
sólo tragarse la saliva, respirar hondo,
devorar al horizonte con los ojos
y despedirse.
Hay algo que tengo que hacer
antes de que se acaben las palabras.
Debo tomarme del principio y sacudir la lengua,
debo decir estas cosas,
afirmar a los otros:
yo no existí,
pero aquí estoy.
Hablando solo,
planeando de polo a polo
con los brazos extendidos,
desplegando los pulmones,
respirando los inviernos de mi vida
que son veinticinco o acaso más
electrodos que tensan mis extremos
y me disparan a los rieles del lenguaje,
al derrumbe de un acento citadino,
transformándome en pura electricidad.
— Johann De Medina
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