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Endécimo manifiesto
Oigo quejas que la lluvia
ya no cae como antaño
pero al bosque han hecho daño
que por orden nadie estudia.
Ríos negros de agua turbia
bañan lagos de cemento,
la sequía es el lamento,
todo lo rige un estado
que ha vendido y regalado
lo nuestro por nacimiento.
¿Cómo habremos producido
un presente tan horrible?
Es que parece increíble
tal consumo sin sentido.
Y aunque hay pobres escondidos
sufriendo y pasando hambruna,
otros todo lo acumulan;
no les entra en la cabeza
que al juntar tanta riqueza
al infierno se postula.
Si al final todo circula
y no nos llevamos nada,
¿de qué sirve la parada
de querer tanta fortuna?
No sólo es inoportuna
tal forma de ver la vida,
también pienso que es suicida
pretender que no es finito
este planeta bendito
que prepara su partida.
Esta tierra prometida,
¡Cómo lo hemos olvidado!
Tanto tiempo nos ha dado
bendiciones sin medida;
alimentos y bebida
dos millones de años ya,
siempre andando en libertad,
sin credos, miedos ni dioses,
caminando entre los bosques
sin ropa, a pata pelá.
¡Si quizás cuál fue la mecha
que encendió todo con fuego!
Empezamos nuevo juego
de la siembra y la cosecha.
Ya la trampa estaba hecha
y perdimos el respeto;
superiores por decreto,
ante el resto y para siempre:
¡que la eternidad contemple
al humano y su secreto!
Qué tristeza de sujeto,
en dos pies y altivamente,
hoy va preso de su mente,
de su alma y su esqueleto.
Él se cree tan completo
porque todo lo razona;
ama, quiere y se emociona.
“Pienso luego existo”, dice;
mas con su lengua maldice,
lucha, odia y encabrona.
Porque es único en su clase,
entre tantos seres vivos,
que va buscando un sentido,
esclavo de su lenguaje.
Lo que no convierte en frase
o no cuadra en su medida
va excluyendo de su vida
con la vibración eterna,
que, aún metido en la caverna,
era dicha compartida.
Despertar entre las hojas
sin la mano que te aprieta.
Un ruido que sólo inquieta,
mas de paz no te despoja.
Es el hambre que te arroja
y te mueve en osadía
a ganarte tu estadía
encontrando alguna presa
que madre naturaleza
ofrezca en su melodía.
Música que en estos días
¡ay, cómo cuesta escucharla!
Si la vida hay que pelearla
ofertando la energía
sin queja ni rebeldía,
zombies de computadora,
con rutina agotadora
que te exprime hasta los huesos,
y te tiene del pescuezo
una deuda abrumadora.
Te pasa la aplanadora
una educación de mierda;
mentirosos nos gobiernan
mientras todo se lo roban.
No me vengan con la joda
que avanzamos para esto…
De la evolución me resto,
yo esta locura abandono.
Tráiganme de vuelta al mono,
¡éste es mi manifiesto!
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(Pobre) Loco
Dicen que Viña es una ciudad de locos. No por el ajetreo o porque tenga ritmo de vida voraz, como otras, sino porque está llena de locos. Literalmente. Locos de verdad (o de remate). Está el correcaminos, por ejemplo. Ése que (re)corre las calles y los nortes y ponientes al trote incansable; el que se cree paco, dirigiendo el tránsito en la esquina de la calle Quillota con 2 (dos) norte (o ése ya murió), o el pirata que pide monedas, o la vieja chica de San Martín (que también pide monedas). Está lleno (de locos). Ya son parte del paisaje viñamarino. Casi ni se notan (mucho menos molestan). Pero a veces molestan (y se notan). A veces (me) hacen perder el tiempo. Porque de repente estos pobres locos (me) hacen pensar. Uno, por ejemplo. El que se pasea por todas partes con su carro de supermercado. Es (el carro) como su casa rodante: ahí tiene una colchoneta (creo), algo de ropa (creo, y muy poca en todo caso), creo que una olla y algo más. Lo veo y empiezo a preguntarme de dónde puede haber sacado un carro de supermercado, aunque la respuesta es tan obvia como irrelevante. Después lo analizo un poco más; qué hará en el día, cómo y qué comerá, cómo (y si) consigue algo de plata. Hasta ahí, bien. Pero sigo. Sin darme cuenta llego a pensar en cómo funcionará su cabeza. ¿Hablará? Por lo general termino con el sentimiento (¿?) que a uno lo embarga, no tanto por genuino sino como por costumbre, repetición o cultura; ése que te hace decir, o repetir lo que por años has escuchado que se dice en esos casos: “pobre loco…”
“Pobre loco…”Me permito (a veces) un rato (corto) para pensar las cosas al revés. O se empiezan a dar vueltas solas a medida que avanza el pensamiento y se va metiendo y entrando y trastocando (la realidad (o el pensamiento)). Y empiezo (a veces) a pensar un rato (corto) si (él, el loco) no estuviera tan loco. Pero no. El tipo está loco. Mal. No hay dudas. ¿O no? Es un vago. Apesta (y mucho). Está flaco. Está (muy) solo. No trabaja. No hace nada por la vida. Casi no come, y cuando come come mal, puesto que vive de limosnas. Pero come. Y vive. No hace nada, pero ahí está. Y la gente que pasa y lo ve dice “pobre loco”, y le tira unas monedas. No sé si da las gracias siquiera (el loco). No sé si habla. No sé lo que hace. A veces, cuando tengo tiempo (suficiente para seguir pensando en el pobre loco), pienso en cómo sería mi vida si fuera así, si tuviera ese problema de ser así de loco. No sé si tendría hambre. Probablemente sí, aunque el hambre pareciera ser más un problema de costumbre que de verdad. De repente tendría frío. De repente mucho (frío). Tendría algunas enfermedades. Y también tendría otras cosas. Tendría tiempo. ¿Demasiado? Raro (pensarlo). ¿Se puede tener demasiado (tiempo)? Si no tuviera que trabajar, no tuviera que hablar, no tuviera que hacer cosas, no tuviera que hacer, no tuviera que, no tuviera… Si no tuviera. Si no tuviera que tener (o qué tener)… si pudiera no tener que tener…
Tendría tiempo. Tendría mucho, (mucho) tiempo. Podría contar las plumas de las palomas que picotean migajas en la plaza, o mirarme a m�� recogiendo monedas que me tiran los cuerdos en la plaza (y contarlas incluso). Podría ver todas y cada una de las puestas de sol en el mar. Y sería un vago y sería un loco y no tendría que hacer nada, puesto que nada se espera de un vago ni de un loco, y menos de un vago loco. Nadie me esperaría en ninguna parte. Y podría no tener que contentarme con el rayo verde sino que encontraría el fucsia, el violeta y el morado (rayos todos), y seguiría mirando el horizonte una vez que el sol se hubiere puesto y podría encontrar nuevos rayos cada día. La puesta de sol sería la puesta del sol y no la espera a que el sol se ponga. No una pausa. No un recreo. No un lapso ni un momento ni un permiso.
Comería cuando tuviera hambre y comería cuando hubiera algo para comer, y agradecería cada cosa que pasara por mi garganta pero no sería un trámite. No tendría muchas cosas y ciertamente no tendría (necesitaría) un despertador. Y dentro de la miseria del pobre loco me voy perdiendo y voy viendo trastocado mi pensamiento y me empiezo a volver un poco más pobre que loco. Muchas cosas no las podría hacer porque no tendría casi nada, pero tendría tanto tiempo que podría hacer cualquier cosa. Podría ver cada atardecer desde un lugar distinto. Podría correrme dos pasos a la izquierda cada día para ver el atardecer desde un ángulo diferente (o a la derecha (o primero a la izquierda un año (o dos) y después a la derecha (o al revés)). Podría sentarme un día entero, o una semana, o media semana, a mirar a la gente pasar. Podría escuchar lo que dicen, lo que hablan, lo que hacen. ¿Hablarán? ¿Qué harán? ¿Qué haría yo si no fuera un pobre loco y tuviera cosas que hacer, tuviera gente a quien complacer, tuviera cosas, tuviera, tuviera que tener?
Por suerte nunca tengo tanto tiempo como para seguir pensando en el pobre loco. Siempre pasa algo que me hace dejar de pensar las cosas al revés y me devuelve a la cordura. Suena el celular, o recuerdo que tengo que hacer algo, o necesito a alguien, o a algo (necesito). Cuando tengo suerte no es nada tan urgente, y es sólo alguien que me llama (o me acuerdo que tengo que llamar (da igual)), para ir a ver una película o un partido de fútbol o cualquier cosa para (simplemente) matar el tiempo. En el mejor de los casos. Si no, tengo que trabajar. El tema es que logro dejar de perder el tiempo y empiezo nuevamente a ocuparme de las cosas que no importan para nada.
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