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Cosas de adolescentes
Kids adaptada a los 10’s cambiando una gran urbe por Palo Alto, aunque podría tratarse de cualquier otro de esos “suburbs” de Estados Unidos. El lugar no importante demasiado, tan solo sirve para marcar el estatus social de los protagonistas. Los escenarios son conocidos y los personajes también: chica modelo que no se encuentra del todo bien y chico problemático por culpa de un amigo desequilibrado. Todo parece demasiado familiar y, sin embargo, la película tiene un aire que atrapa en la historia.
Si, aparecen las fiestas adolescentes en las que se juega a “Yo nunca…”, se bebe y se fuma como si fuera el gesto que te da la condición de ser humano, pero el modo en que la cámara graba los problemas de cada personaje reflejados en su rostro la hace diferente. La película debe mucho al papel de sus actores. Sobre todo, una notable Emma Roberts, pero también Jack Kilmer —hijo de Val Kilmer, que también aparece en la película—, que podría pertenecer a una película de Larry Clark perfectamente.
Los referentes de la película están más que claros, como decíamos, sin embargo, la atmósfera general del film hace que estos “problemas adolescentes” se sientan más posibles o reales que otras aventuras similares que han llegado de Estados Unidos. Por poner un ejemplo muy cercano, The Bling Ring, la última película de Sofia Coppola se centraba en unos personajes muy histriónicos, Palo Alto opta por personajes más normales y quizás por eso se siente algo rutinaria.
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Asfixia familiar
Miss Violence llega desde Grecia envuelta entre la controversia. Desde ese poster llamativo hasta tratarse de una película griega influida por el tipo de cine libre y renovador desde el éxito de Canino. Pero la película de Alexandros Avranas naufraga al no saber manejar las buenas ideas que plantea, tanto estéticas como narrativas, así como una historia poderosa e impactante.
La turbia historia que se narra en Miss Violence a partir de que una aparente feliz niña se lance al vacío desde el balcón. La película pretende contarse con sutileza, que todo se intuya y nada se vea. Sin embargo, todo acaba siendo demasiado explícito.
La película explora bien la asfixia de una familia dominada por el único hombre, en una clara crítica al patriarcado. El hombre ejerce su posición de poder y tiene una influencia sobre toda la familia. También se cuestiona la implicación de la figura materna, que permanece impasible y observa todo sin evitar todo lo que sucede en la casa. En cierto momento, la película parece ser un estudio de la familia, los ritos que existen en esta y la ausencia de libertad que genera. Sin embargo, esto se ve perjudicado por una historia demasiado poderosa que requiere toda la atención hasta resultar imparable.
Avranas demuestra que una buena historia no es suficiente en algunos casos y permite que el tedio mezclado con el morbo gratuito acabe por estropear una película con potencial.
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Estirar una buena historia
Daniel Ribeiro presentó en 2010 el aclamado corto I Don't Want To Go Back Alone en el que se acercaba a un tema tan poco tratado en el cine como es la vida diaria de un niño ciego. Todo ello se relacionaba con el queer cinema al tratar una historia de descubrimiento de la identidad sexual del chico. Todo ello con un tono fresco y particular que llamaba poderosamente la atención.
Ahora, Ribeiro presenta The Way He Looks, la misma historia extendida hasta el formato largo. De hecho, aparecen los mismos actores y se mantiene la misma esencia en una película que respeta la base del corto pero llega mucho más allá, ahondando en el tema principal de una forma mucho más decidida.
A pesar de cierto momentos pastelosos, la película consigue mantenerse en un nivel digno y consigue hace una versión diferente de la típica historia de adolescentes. Por supuesto, está todo motivado por la propia condición del protagonista, pero a pesar de ciertos esquemas similares a los tics del género, la película es otra cosa que una historia de adolescentes.
El cambio del corto al largo también se nota en ciertos aspectos y la película se siente alargada, pese a ello, es cierto que el corto se notaba demasiado esquemático, la historia necesitaba más espacio para explotar todo aquello que formaba parte de la historia. El resultado de este alargamiento es más que positivo.
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La expectativa y la huida
Ganadora del festival de Berlín, Madre e Hijo se encuadra de lleno dentro de la corriente del cine rumano que introduce al espectador en situaciones tensas mediante el diálogo más que la propia acción.
Un accidente de coche abre la puerta a una historia más centrada en aspectos cotidianos. Călin Peter Netzer demuestra que se puede realizar una emotiva guía sobre las cosas que escapan a las propias decisiones.
Si hay algo de lo que habla Madre e Hijo es de la propia supervivencia. Una supervivencia que se entiende como la forma de tratar de mantener una forma de vida similar a la previa tras un suceso que, sin previo aviso, lo trastoca todo. Así, toda una familia se dedica a evitar que las consecuencias legales del accidente acaben por meter en la cárcel al hijo. Un hijo que se muestra alejado y desinteresado, como si el accidente no tuviera que ver con él.
Entre una madre sobreprotectora y un hijo empeñado en separarse de ella, están los papeles completamente alejados que toman cada uno ante la situación. La madre se esforzará por conseguir que todo quede en un ajuste de dinero, en hacer lo que se espera que se haga. Lo lógico dentro de la educación social, por decirlo de alguna forma. De esta forma, la actitud de la madre tiene una relación directa con lo que denuncia el propio hijo de ella. Este está deseoso de ser independiente de una familia en la que siempre ha estado sobrepasado por sus propios padres. Ese choque entre ambos se mantiene intacto pese a que la película acabe optando por una posición más cercana a la madre.
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Derrumbe sintético
Ambient profundamente personal que puede recordar en ocasiones a Majical Cloudz y a esas canciones que dominan por una voz susurrante. La comparación es lejana ya que Psychic 9-5 Club es un trabajo que no se acerca tanto al pop como el dúo canadiense, sino que asume su alma ambient como una de las claves de una música que tiende a la repetición y a la recreación de un sonido de abandono.
El tercer disco de HTRK puede resultar demasiado árido en las primeras escuchas. No es hasta que las canciones empiezan a moldear al oyente cuando se consigue conectar con la sutileza y los cambios mínimos que estas generan. Como si de un dream pop muy suave se tratara siempre creado a partir de lo electrónico, las ocho canciones del álbum se expanden lentamente hasta generar un estado mental que se escapa.
Minimalismo estructural por lo tanto, pero también en las frases que se repiten, como proclamas. Las canciones parecen no desarrollarse, no latir, pero comienzan a ir lanzándose cada vez más y para cuando se llega al mejor tema del álbum, “The Body You Deserve” la propuesta se ha instalado por completo en quien lo escucha. Este álbum de título un tanto extraño es una de esas obras perfectas para acompañar en momento derruidos. Salvando las distancias, produce el mismo efecto que los primeros trabajos de Ben Frost, sin necesidad de recurrir al ruido pero manteniéndose en un sonido que no parece llegar al 100% pero que consigue fortalecer por completo.
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La aburrida política italiana
Antes de deslumbrar el año pasado con su magnífica interpretación en La Gran Bellezza, Toni Servillo ya lo hizo en la figura de un político en esta comedia extraña dirigida por Roberto Andò, aunque ha sido después del éxito cosechado por la ganadora del Oscar cuando ha sido estrenada en España. Recordemos que con esa sequedad e intimidación que le caracteriza, ya se metió en uno de los pesos pesados de la política italiana también en manos de Paolo Sorrentino.
La película es, como decimos, una extraña comedia. Todo resulta semejante a lo que narraba Nanni Moretti en su última y divertida película sobre la abdicación de un Papa, Habemus Papam. En Viva la Libertà el dirigente de un partido de izquierdas que naufraga, al igual que el resto de partidos de izquierda europeo, decide abandonar y resguardarse en la casa de un antiguo amor.
El partido queda descabezado, algo terrible para el propio funcionamiento interno. La solución es recurrir al hermano gemelo loco del político. A partir de este momento, lo que parecía un drama ajeno se convierte en una comedia que recurre a momentos extremos que resultan muy cómicos.
La política no es más que palabrería de locos, parece decir la película. Pero también sentencia que los demasiado cuerdos han llevado a la política al lugar en el que se encuentra. Hay mucho escondido en una película que es más que una comedia extraña o un drama ajeno.
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Envueltos en sonidos pasados
Un grupo que decide emular un sonido tan expuesto como el de los ochenta, por ejemplo, juega con elementos a su favor, como la sensación de nostalgia que maquilla las canciones y las hace sonar de una forma diferente tan solo por ese recuerdo. Pero también puede producirse la situación opuesta. Digamos que Yumi Zouma ejemplifican muy bien de lo que hablamos, por momentos consiguen embaucar y en otros generan un sentimiento de rechazo que resta interés a su música.
Comenzando por una directa y potente “A Long Walk Home For Parted Lovers”, Yumi Zouma se muestran como una cuidada mezcla que se mantiene similar a lo largo del EP. Ecos de épocas ya lejanas y sumidos en la sutileza. Siguiendo ese pop que se vuelve hacia el pop sofisticado y cuidado, con un sonido claramente ochentero y un estilo que parece completamente de otro tiempo.
Su música tiene la extraña capacidad de pasar desapercibida al mismo tiempo que llamar la atención de forma poderosa durante destellos momentáneos. Exactamente como un flash de nostalgia.
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Fórmula agotada en tan sólo dos EPs
New Brutalism, el segundo EP de Rainer Veil es el ejemplo perfecto de cómo las circunstancias inciden de manera directa en el impacto de una obra más allá de la calidad de la misma. Si Struck era uno de los discos cortos más interesantes del año pasado, con ideas muy en la línea de lo que se escuchaba, ya se sabe, toda esa oleada de electrónica oscura, pero con una faceta puramente original y propia, en este segundo EP, siguiendo su propia receta la chispa que tenía el proyecto ha desaparecido por completo.
Si analizamos la música veremos exactamente los mismos elementos. Una electrónica fría y mental. Beats y atmosferas en tensión, esperando a algo que nunca llega. La línea sigue siendo la misma y el grupo se mantiene pegado a sus propias reglas. Las canciones no es que estén en un escalón inferior, pero el momento en el que llegan está caracterizado por un exceso de esa corriente a la que se aupaban la pasada temporada y que ya da signos más que evidentes de agotamiento y hastío. El ejemplo es este EP.
Lo que hace muy poco tiempo era una oleada de aire fresco es ahora un lastre. Es una completa lástima ya que canciones como “Wade In” o “Slow Beaming” del debut se mantienen aún en la memoria. Lástima que nada de New Brutalism alcance esas cotas.
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La fea realidad
Plasmar mediante la ficción el ambiente desesperado que se vive y se habla en España aquí y ahora. Esa es la premisa y también el objetivo final de la película de Jaime Rosales que abandona su sesgo experimental para entregar una película más convencional pero manteniendo la identidad del director.
A partir de dos actores transparentes, Rosales consigue tocar todo lo relacionado con el inexistente empleo de los jóvenes. Especialmente centrado en aquellos sin estudios. Las ofertas de trabajo no existen. Los personajes reproducen las ideas comunes acerca del trabajo, se ilusionan con proyectos que no salen nunca y sobreviven gracias al apoyo familiar, menguado y también crítico. El panorama que presenta no puede ser más desolador. Igual que la realidad.
Hermosa Juventud no es una historia morbosa centrada en el porno pese a que una de las escenas esté centrada en eso. Rosales consigue que una simple entrevista con ellos mirando a cámara resulte mucho más pornográfico que las imágenes de desnudos que le siguen.
El filme no cae en los lugares comunes a pesar de que recurra a ideas que se oyen día sí y día también, sino que los ordena para generar un discurso que pretende alertar. No se trata de dar respuestas sino alertar sobre los problemas y consigue el objetivo del llamado cine social. La película se enmarca por completo en esa etiqueta y se impregna del realismo.
En efecto, se trata de un filme mucho más accesible que Sueño y Silencio, sin que eso signifique que el director se ha vulgarizado ni nada semejante. Era necesario hacer esta película aunque, esperemos, esté demasiado unida al presente.
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El triángulo peligra
El camino que ha tomado en los últimos meses el sello Tri Angle es más que preocupante. Después de iluminarnos con una serie de lanzamientos que figuran entre lo más acertado de la música de esta década como Holy Other o Balam Acab. Desde los lanzamientos escogidos siempre han ido apuntando hacia nuevos sonidos y hacia un terreno imaginativo. Sin embargo, entre los últimos discos publicados parecen haberse acomodado en un terreno que ya no suena a Tri Angle sino a esa zona de electrónica oscura y ya algo saturada con lanzamientos como Evian Christ o Fis. Ahora se suma a esa cuota poco representativa del sello Sd Laika con un álbum que se pierde entre su pretendida oscuridad.
Se trata de un disco abrupto que va saltando canción a canción por un mismo sendero que nunca llega a conectar. Disfrazado de experimentación vacía, That’s Harakiri es un lanzamiento olvidable entre sonidos industriales y la intención de abrumar a cada beat.
La inevitable pregunta es cuales serán los próximos pasos de Tri Angle y si retomará la senda de calidad que mantenía hace solo un año cuando, recordemos que publicaba el imprescindible Engravings de Forest Swords. La preocupación está más que justificada, han pasado de ser unos revolucionarios en cada lanzamiento a entrar en una senda de pseudoexperimentación que no dice absolutamente nada.
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El CICUS acogió dentro del festival Ubicua el proyecto Relay: un concierto que no es un concierto, una performance que no es una performance, danza que no es danza. Es complicado poner nombre a la interacción entre músicos, bailarines, fotógrafos pero también espectadores, piezas clave tan activos como los propios intérpretes.
A partir de tres espacios del centro cultural, diversos músicos investigan sus instrumentos, tanto acústicos como eléctricos y con espacio a las grabaciones de campo, mientras tres bailarines reaccionan ante la música o bien la dirigen mediante sus movimientos. Todo ello queda documentado por una serie de fotógrafos que capturan el proceso creativo pero también la reacción de los espectadores. Todo se fusiona de una forma improvisada, aún más ya que esos espacios no se mantienen inalterables, los músicos se trasladan a otros espacios con sus instrumentos por lo que la inclusión y deserción de sonidos y bailarines es constante.
Cualquier pieza, sonido o elemento sirve para que la música se mueva hacia otro lugar, creando una narración que no está prevista. La danza también utiliza cualquier espacio, como un balcón o un jardín. Todo entra en el juego. Así, los instrumentos no se tocan, sino que se palpan, se investigan. En definitiva, huyen de cualquier forma preestablecida. Nada de lo que se oye tiene que ver con el sonido estándar que saldría de los instrumentos. Se produce así una comunicación entre los intérpretes que hablan entre sí mediante la exploración de sus instrumentos. Adentrarse en cada espacio es similar a unirse a una conversación ajena.
El espectador se siente como si fuera una parte fundamental de lo sucede. Este puede enfrentarse a Relay de distintas formas. O bien mantenerse en un único espacio y observar los encuentros que se producen en él o trasladarse hacia otro lugar. Incluso puede seguir a un bailarín y verlo reaccionar ante diferentes situaciones. Las posibilidades son prácticamente infinitas.
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Berlín: desapariciones y drogas
Lose Your Head es en su mayor parte una historia que no alcanza un nivel de calidad mínimo exigible, siempre escorándose hacia los telefilmes a partir de actores y diálogos vergonzosos. Dirigida por Stefan Westerwelle y Patrick Schuckmann, la película es un extraño documento turístico del Berlín más festivo.
Un actor salido de las TV series españolas se pone en la piel de un turista español que busca pasar unos días de fiesta en las discotecas berlinesas. Nada más llegar, las drogas comienzan una aventura imposible de creer que se va enredando en los tópicos y las situaciones límites más allá de lo razonable. Además, esto se mezcla con una historia paralela de una desaparición de un chico griego.
El guión no puede salvarse en ningún caso, aunque si logre tocar ciertos prejuicios alemanes hacia los inmigrantes españoles y esa relación España-Alemania esté presente pese a que la realidad del protagonista sea muy diferente que ir a buscar un trabajo.
La cinta se convierte en un thriller psicotrópico que podría recordar a Tesis pero que no se mantiene debido a unas motivaciones absurdas en los personajes, empeñados en pronunciar frases vacías y empalagosas. Pierde cualquier credibilidad y la relación con la historia de las desapariciones es tan forzada como ligera.
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Desconectado
Piñata es uno de los álbumes mejor recibidos de lo que llevamos de año. Detrás de ese sugerente nombre se encuentra Madlib, siempre certero en sus bases y colaborando constantemente y Freddie Gibbs, rapero sin demasiados alardes ni notoriedad que desaparece ante colaboraciones como la de Danny Brown en el mejor tema del álbum y que justifica por sí mismo la escucha de este trabajo, “High”. Queda claro que el interés proviene especialmente de las producciones de Madlib, consiguiendo que el disco sea como poner sonido a una película de acción mala.
Y algo tiene que ver, ya que el álbum, titulado a partir de una pesadilla de Gibbs sobre drogas y niños, no deja en ningún momento de hablar de drogas y bandas. Una temática no demasiado extrapolable a nada habitual fuera del mundo de las bandas. Puede guardar cierto interés en ciertos momentos con esas bases de película de acción como “Scarface”.
En ese juego entre Madlib y Gibbs, en la mayoría de canciones acaba ganando Gibbs, Madlid queda en un segundo plano y el disco pierde la fuerza y el interés. Si recordamos el proyecto de Madlib con MF DOOM, Madvillain, la riqueza de aquel trabajo no estaba únicamente en la presencia de DOOM, sino que la música tenía un espacio mucho mayor. En la mayor parte de canciones de este trabajo, Gibbs no deja de rapear y agota.
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Una adaptación fiel
El Gran Cuaderno es una aclamada obra literaria con un gran poder de impacto debido a la descripción sin artificios que utiliza Agota Kristof. Es casi un guión de cine. No hay reflexión y la norma autoimpuesta por los protagonistas de la historia, contar únicamente aquello que es verdad, ayuda a crear unas duras imágenes que ahora János Szász lleva al cine de una forma fiel al libro aunque sin emplear todos los episodios que aparecen en la novela y que, incluso, exceden la dureza mostrada en la cinta.
Hay dos formas de aproximarse a esta película. Sin haber leído el libro, probablemente la película será altamente impactante y descubrirá al espectador la historia escrita por Kristof. La otra forma es habiendo el libro. La novela no es uno de esos libros que se olvidan tras su lectura. La sorpresa aparece en cada página. Digamos que El Gran Cuaderno pierde tras la lectura del libro la baza de lo inesperado que tanto ayuda a la obra en sí. Sin embargo, la película de Szász se levanta firma al conseguir trasladar la atmósfera de las páginas a la pantalla. La recreación de las situaciones así como la elección de los hermanos Gyémánt, tan fríos como los personajes de la novela, es todo un acierto para transmitir la credibilidad necesaria de esta historia extrema.
La inclusión de animación simple ayuda en esta historia que está muy bien narrada y mantiene el interés pese a que juegue en contra de la obra de Kristof que llega mucho más lejos, aún así es una buena adaptación.
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Mucho más que frases de autoayuda
La película de Ramón Salazar podría calificarse de pretenciosa en exceso tan solo viendo su prólogo, que puede expulsar a espectadores contrarios a las ínfulas de grandilocuencia y a la ñoñería. La primera escena, que nos presenta ante un grupo de superguays en una casa de Berlín tiene lo que podría esperarse: Mucha palabrería vacía que pretende sonar trascendente. El estilo narrativo mediante cortes y sin narración lineal de esos primeros instantes, de nuevo, puede encender la alarma del recelo. Para más inri, la actriz Najwa no ayuda en absoluto mediante una interpretación cargante en todo momento.
Si consigue superarse ese inicio la película se convierte en otra cosa muy diferente y, aunque nunca podemos quitarnos de la cabeza la vergüenza ajena debido a ciertas frases del guión, merece la pena descubrir lo que Salazar propone en la esquiva 10000 Noches en Ninguna Parte.
En tres espacios completamente diferentes – Madrid, París y Berlín –, el personaje protagonista cuyo nombre nunca llegamos a conocer vive tres historias completamente diferentes y aparentemente interconectadas entre sí. Esa conexión no es evidente y cada espectador le otorgará un significado. No es una película con una historia transparente, sino que deja mucho espacio al propio espectador.
Finalmente, la película trata de una forma valiente y muy interesante la compleja relación entre un hijo y su madre. El hijo es el reflejo antagónico de la forma de ser de la madre, completamente despreocupada. Los roles se invierten y el hijo ha de cuidar de ella tras un accidente. Los constantes choques entre ambos hacen que el protagonista sueñe con marcharse lejos, quizás a Berlín, quizás a París. Huir al pasado y revivir los sueños infantiles o bien situarse en el centro de lo que resulta cool, llevar una vida como la que fomentan las revistas de tendencias.
La sutileza con la que Salazar va hilando su historia vence y el peso del plano real de la película acaba venciendo ante la transcendencia superficial que reta constantemente al espectador, pero la película es otra cosa.
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Promo, promo, promo
El festival Sónar es especialmente reconocido gracias a sus interesantes campañas artísticas dirigidas por Sergio Caballero. Con el antecedente de Finisterrae, primer largometraje de Caballero, que sirvió a si mismo como campaña promocional y artística de la edición del festival de música avanzada de aquel año, este año se repite la jugada con un cortometraje que otorga sentido al logotipo que recuerda a Frankenstein de esta edición. Los personajes protagonistas también lo hacen a partir de restos de comida y un aspecto desagradable que va en sintonía con una historia que pretende ser de terror pero que se queda en la comedia.
Siguiendo una trama semejante a El Exorcista, pero que nadie podría tomarse en serio, el cortometraje no se olvida de promocionar del festival. No debemos olvidar que en gran parte, este cortometraje cumple una función muy evidente como pone de manifiesto el cartel del festival que anuncia cada nuevo episodio de esta historia surrealista.
Los personajes se mueven mediante cuerdas y palos, de una forma tosca, sin maquillar ni los brazos de los actores que en determinadas ocasiones se visten con los aterradores trajes de los personajes. Asimismo, los cortes en el cartón que sirve de escenario pueden apreciarse claramente. Los “efectos especiales” no se esconden llamando al humor y poniendo de manifiesto el absurdo de la representación.
Finalmente, el cortometraje cumple su función al margen de la promoción, mediante el humor absurdo y bruto de estar ante una chorrada auténtica movida por el mal gusto.
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Volar también es fantasía
Hayao Miyazaki anunciaba su retirada con una película mucho más seria que las anteriores obras del director, recibida con entusiasmo aunque también cierto recelo por esa seriedad y el abandono de algunos elementos característicos del director como la fantasía desbordante de grandes películas como Ponyo o Howl’s Moving Castle, por citar a los dos precedentes de The Wind Rises.
Claramente el tono es diferente desde las primeras imágenes. Las criaturas mágicas e inimaginables son sustituidas por aviones, que aparecen representados como máquinas igualmente inalcanzables y extrañas como podría ser un castillo que se mueve o los seres indescriptibles de Spirited Away.
Esa intención de ser más serio pasa por un tema, a su vez, más serio, que se fija en hechos reales y que, incluso, podrían tener una dimensión actual. Estamos en los años inmediatamente anteriores a la segunda Guerra Mundial. Japón empieza a ser una potencia aliada de Alemania y tiene que construir su propia tecnología armamentística. Estamos, aunque parezca extraño, ante una película bélica aunque parezca otra cosa. No, no se muestran batallas, sino algo tan interesante como quién construía los aviones de guerra y qué se escondía tras sus aspiraciones. Esa moralidad es la que tiene que cuestionarse el protagonista de la cinta. Una justificación que no queda del todo clara y que se escapa a una auténtica respuesta. Los protagonistas intentan escudarse en que preferirían desarrollar su ingeniería para fines pacíficos y por el propio placer de crear máquinas, pero lo cierto es que no pueden evitar la cuestión de que, lo quieran o no, son hombres de guerra.
Al margen de ese asunto espinoso, la película se centra en las aspiraciones y los sueños de un chico que sueña con construir aviones para transportar a personas y cada vez más grandes. Los sueños están realmente conseguidos, siendo los momentos de mayor fantasía y reconocibles de Miyazaki. Manda un mensaje de apoyo a seguir los sueños personales por más imposibles que puedan parecer.
En un tercer ángulo, el verdadero peso de la película recae en una historia de amor imposible que se potencia en la parte final de la película. La cultura japonesa del trabajo no llega a entenderse cuando el oficio se antepone a la familia. La decisión entre un sueño y aquello que se desea de verdad chocan de manera frontal y, cuestión de visiones, con un planteamiento que entristece una cinta notable pero un escalón inferior con respecto a otras obras del director.
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