«𝘓𝘢 𝘉𝘶𝘩𝘪𝘵𝘢» 🥀 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐀𝐥𝐡𝐚𝐦𝐛𝐫𝐚 𝐲 𝐞𝐥 𝐌𝐚𝐥𝐞𝐜𝐨́𝐧 ☻︎ 𝘏𝘢𝘤𝘦𝘥𝘰𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘮𝘱𝘢𝘴 ☹︎ | ʳᵖ.
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𝐌𝐀𝐋𝐀𝐌𝐀𝐍𝐄𝐑𝐀
«𝐷𝑒 𝑡𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑖𝑟 𝑎 𝑙𝑜 𝑗𝑜𝑛𝑑𝑜, 𝑠𝑒 𝑐𝑜𝑟𝑟𝑒 𝑒𝑙 𝑝𝑒𝑙𝑖𝑔𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑎𝑐𝑎𝑏𝑎𝑟 𝑡𝑜𝑐𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑓𝑜𝑛𝑑𝑜» me decían las malas lenguas, pero no me quedé clavaíca ni se me tostaron las entrañas; en la mañana renací de un quejío entre la piedra, la leyenda y la zambra. Me criaron entre guijarros, cuestas y hostias en bici, así fue como me hice burra y zalamera, usando la soga que me ataba a Granada.

● 𝐍𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐥𝐞𝐭𝐨: Teresa Vega Lara, pero se presenta como Teté.
● 𝐌𝐨𝐭𝐞𝐬 𝐚𝐬𝐨𝐜𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬: La Buhíta o la Buhíta de Graná. Viene dado a que se la veía a menudo cantando por las noches en lo más alto de las plazuelas frente a la Alhambra «ululando a la luna».
● 𝐅𝐞𝐜𝐡𝐚 𝐝𝐞 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨: 22 de agosto, actualmente tiene 22 años.
● 𝐋𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨: Granada, Andalucía (España). Oriunda del barrio del Sacromonte, una de las seis barriadas que conforman el distrito del Albaicín. No obstante, posee la doble nacionalidad cubana y española. La primera por parte paterna procedente de La Habana y la segunda heredada de su madre afincada en las cuevas del Sacromonte, pero de origen desconocido.
● 𝐑𝐞𝐬𝐢𝐝𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥: Detroit, Michigan (Estados Unidos). A los 18 años decidió emigrar a los Estados Unidos dónde ha vivido hasta ahora a pesar de haber estado desde junio de 2022 a marzo de 2024 en su ciudad natal, Granada, por motivos personales.
● 𝐏𝐫𝐨𝐟𝐞𝐬𝐢𝐨́𝐧: 2 trabajos son los que desempeña en la actualidad tras haber abandonado el cuerpo de bomberos al que ingresó en 2019, además de otro pequeños trabajos previos como camarera en pubs.
⠀⠀—Gasolinera-bar: tras su regreso a Detroit, comenzó a trabajar en una gasolinera 24 horas próxima al centro de la ciudad. Se encarga de repostar gasolina, servir bocadillos y en general ocuparse de la tienda con la venta de suministros básicos. ⠀⠀—Bar-sede de Los Santos: ayuda algunas noches como camarera de copas en el bar de la banda a la que pertenece su hermanastro: «La ruca».
● 𝐑𝐚𝐳𝐚: Licántropa por conversión.
Los licántropos son seres sobrenaturales que cuentan con la capacidad de cambiar su fisionomía humana a la de un lobo a voluntad, a excepción de las noches en las que la la luna llena se alza brillante afectando a s u capacidad de razonamiento. A diferencia de los licántropos de sangre, los cuáles heredan la condición genética en su ADN, la fémina fue convertida a la edad de 19 años.

La infancia y adolescencia de Teresa fue fuertemente marcada por la poesía cubana de exiliados como Acosta, Esténger o Padilla que su padre le inculcaba, pero también por la española de una España dividida y enfrentada en dos mitades que los abuelos y abuelas de las cuestas le relataban. Su alrededor emanaba el aire de la liberación de la dictadura, la España de la transición, con la pena y la gloria que llevaba el bando rojo tras el fusilamiento de García Lorca o Hinojosa, el exilio de Machado, Cernuda, Alberti o Rosa Chacel y el encarcelamiento y muerte de Hernández.
Su vivienda en sí misma era una de las famosas cuevas de las que tanto se habla más allá de Granada: las cuevas del Sacromonte.
Las cuevas utilizadas como vivienda son una de las características más personales del paisaje urbano granadino. Excavadas sobre los cerros y barrancos del cinturón montañoso que rodea Granada, las cuevas aparecen en los límites de la ciudad edificada pero integradas en ella. A nivel social, el desafío es aún mayor si cabe. Moriscos entre cristianos; gitanos entre payos; anarquistas entre fascistas; los malditos entre la gente de bien. A lo largo de la historia los barrios de cuevas de Granada han sido el contenedor de excluidos y el refugio de minorías difíciles de someter. (Más información aquí)

Era una niña que vivía más horas en la calle que dentro de casa, correteando y pisándola solo para dormir y algunas veces ni lo hacía, se pasaba las noches escuchando la leyenda del Barranco de los Negros cada vez que los mayores se reunían y la narraban mientras cortaban embutido y les daban a beber una chorraica de vino. También se dedicaba a timar algún que otro turista perdido o se sacaba los euros que su padre se gastaba en alcohol cantando por las cuestas del barrio con picardía y encanto. Para cuando pasó a la pubertad, ya comenzaba a mandar a paseo a los muchachos que iban tras ella, era un alma libre y con su fuerte carácter se los comía con su mirar tan oscuro como sus cabellos.
Entre todo este enjambre de sentimientos e historias agridulces aparece la familia Ayala, fue su suerte en un mar de desdichas. Se trataba de un matrimonio de ancianos que vivía en su misma calle viéndola crecer hasta la partida de su madre, la yaya Carmina la reemplazó y tomó su lugar encargándose de peinarla, alimentarla y mimarla, aunque también de regañarla y meterla en vereda mientras que el yayo Manuel le enseñaba a usar el filo del cuchillo o enseñarle refranes, coplas y darle un par de monedas extra a escondidas para que se las gastase en unos pionos caseros de la panadería de la tía Paca.
No fue el único de la familia que la acogió, una persona que se convertiría en su compañero de vida, Alvarico o cómo él la llama a ella «su séptima cuerda». Álvaro Ayala, era el nieto mayor de la familia, se convirtió en su fiel compañero desde el primer momento. Nunca veías a Teresa sin Álvaro ni a Álvaro sin Teresa desde que ambos se conocieron cuando eran poco más que unos criajos. Un verano, se asomó al verla tirar chinas con rabia contra una de las paredes y tras un cruce de miradas y unas sonrisas robadas, el entendimiento de aquel par de críos se afianzó. Aquel duende de pelo rizado era acomo su hermano, más que un amigo era su cómplice de fechorías sin maldad y andanzas repletas de picardía propias de las novelas del Lazarillo de Tormes, Avarico era todo un personaje salido de una novela del siglo de oro. A veces, se unía Salomé Ayala, la pequeña de la familia, pero no por ello la dejaban atrás aunque no siempre podía seguir el ritmo de aquel par debido a que era siete años menor que ellos.
Uña y cuerda, la antítesis del agua y el aceite, tacón y tablao. Decía el viejo refrán que si uno se tiraba por un puente el otro le seguía, Teresa se habría tirado y vuelto a subir para tirarse de nuevo si Alvarico le decía de ir por una más. De raíces vascas, aires de plazuela andaluza y pies en el Sacromonte, Alvarico es un alma errante con tanto arte que cualquier lugar se queda chico para él y su guitarra. Fue quién enseñó a la morena a tocar y a sonreír cuando no podía hacerlo tras la marcha de su madre, fue su pilar cuando no le quedaba más que la pena de la soledad de un padre ausente.

Teresa estaba decidida a irse de casa en tener los recursos suficientes porque la atadura a la sombra de su padre era cada vez más insostenible, necesitaba dejarle atrás antes de que la absorbiese. Llevaba ahorrando para ello desde los dieciséis, trabajando en una tienda de comestibles de su barrio con un salario precario a 3€/h y dejó sus estudios de lado en cuanto dejaron de ser obligatorios, no volviendo a retomarlos porque ir a clase no era para ella y todo lo que aprendió fue de manera autodidacta, incluyendo inglés para timar a los guiris que visitaban el Sacromonte.
El momento llegó, la misma madrugada que cumplió dieciocho decidió marcharse y su padre no la retuvo, era consciente de que tarde o temprano se iría como hizo su madre, dejándole atrás para ver el mundo que no podía tener entre las paredes de su hogar. Antes de partir y en un momento de catarsis, Fez decidió revelarle su secreto mejor guardado, un secreto que cambiaría su vida para siempre: la historia sobre su primer amor, Eva, y su primer hijo, siendo entonces conocedora de que tenía un hermanastro llamado Jordan en los Estados Unidos.
Esa madrugada puso distancia entre su pasado y ella, comenzando un largo viaje por carretera a lomos del viejo Chevy familiar por cortesía de la juventud de su padre y con el que recorrió parte de Europa. Condujo de país en país, durmiendo en moteles de mala muerte, también en la parte trasera de su coche o en mitad de la nada, malviviendo libremente hasta que llegó a Berlín (Alemania), siendo el país germano su última parada antes de que la vida la pusiese en un nuevo camino.
Una madrugada, después de comprar víveres para esa semana, rondaba el parking de una tienda que abría las veinticuatro horas de una carretera secundaria a las afueras de Berlín. Cuando estaba de camino a su coche, escuchó unos ruidos extraños a su espalda y fue cuando supo que la seguían. En ese momento comenzó a andar más deprisa y a terminar por correr al notar como era perseguida por algún tipo de animal, pero sus zancadas no fueron lo suficientemente rápidas.
Escuchó un rugido atronador a pocos centímetros de ella y cuando su rostro se giró en busca de la fuente del ruido, las fauces de lo que parecía un lobo envolvieron parte de su torso, arañaron allá dónde había piel mordiendo con fuerza en su hombro, pudiendo así arrastrarla al interior del callejón más cercano. Perdió el conocimiento durante varias horas, pero milagrosamente y sin explicación despertó sin ninguna herida, lo que casi la hizo creer que fue una pesadilla salvo por el hecho de que se encontraba tirada en la calle y con su ropa rasgada y ensangrentada. Esa misma noche comenzó a experimentar cambios en la habitación del motel donde se estaba alojando, su temperamento daba señales de descontrol y en el reflejo del cristal de la estancia pudo ver como sus ojos tomaron un color ambarino brillante, mientras que la carne del interior de sus uñas se desgarraba para dar paso a unas incipientes garras que poco tenían de humanas.
Se encontraba en una situación de desesperación absoluta, quería y necesitaba que todo aquello terminase porque sentía que estaba perdiendo la cabeza y el dolor comenzaba a sobrepasar los límites de lo racional, además de vivir esta situación sin poder recurrir a nadie. Estaba sola. Como grito desesperado, corrió sin rumbo hasta llegar a un bosque cercano, no sabía exactamente que pretendía y el pensamiento de saltar se apareció ante sus ojos, quizá no trataba de quitarse la vida, o sí, pero su mente irracional se silenció ante la visión frente a ella de una mujer menuda de largos cabellos azabache que se mimetizaba con la naturaleza en perfecta armonía. Casi parecía una alucinación, su voz la acunó como nana que mece a un bebé y su ternura la desarmó. A pesar de que su nombre era Aura Kisleeva, ella siempre la ha denominado como su salvación y lo más cercano a una madre que ha conocido.

Fue ella quién la enseñó a ser una loba, que era en lo que se había transformado después de que un licántropo descontrolado le diese caza en aquel estacionamiento. Durante meses, Aura y su pareja Kasch, la hospedaron en su hogar en Berlín encontrando en la pareja una familia que no esperaba tener. En esos meses en los que aprendió a querer ese nuevo ser que habitaba bajo su piel conoció al hijo mediano de Aura, Joel Vulkan, el cual se encontraba en la capital alemana de visita. Llegado cierto punto, comenzaría una nueva aventura tras decidir abandonar Berlín, la coincidencia le fue servida en bandeja al descubrir que Joel procedía de la misma ciudad donde tenía constancia que su hermanastro residía dos décadas atrás: Detroit.
Una vez se instaló en Detroit y tras semanas pateándose las calles de la ciudad, dio con Jordan en el conflictivo barrio de Belmont. Su primer encuentro estuvo cargado de hostilidades y curiosidad a partes iguales, había realizado preguntas indiscretas que la llevaron a descubrir que era miembro de una banda llamada Los Santos. Aún así se presentó en La Ruca, bar sede de la banda, con una foto y una historia que no dejaría indiferente a ninguno de los dos. Desde aquel momento y a pesar del odio que Jordan sintió por el abandono de Fez, su padre, decidió que Teresa no tenía la culpa y la cuidaría con su vida al igual que Los Santos, los cuáles a pesar del recelo inicial terminarían considerándola como una más.

⬤ De piernas largas, lengua de oro y marcado acento, Teté es una chica de barrio con imán propio acostumbrada a la calle. Maldice constantemente y no se calla ni una, es consciente de que es una malhablada y por ello se ha llevado más de una colleja de los yayos Ayala a lo largo de los años. Es espabilada, desconfiada e impulsiva. Su 1.78 cm está repleto de carácter explosivo y temperamental que ha forjado con los años por todo lo que ha vivido, pero con un mundo interior enorme que hace de ella una mujer imprevisible y de armas tomar.
⬤ Hay cuatro cosas intocables para Teresa:
—Su Chevy: el viejo Chevrolet Chevelle de 1971 de su padre que compró en su juventud puede ser el objeto de mayor valor del cubano, pero ante la incapacidad de conducirlo debido a la retirada de su carnet por conducir ebrio, Teresa decidió quedárselo.
⠀⠀⠀—Su cabello: tiene una melena morena y ligeramente ondulada tan larga como brillante que le llega más allá de la zona baja de la espalda, desde niña ha tenido el pelo largo y es uno de sus rasgos más caracteristicos.
⠀⠀⠀—Sus aros: jamás sale de casa sin unos decorando sus orejas, siempre dorados. Tiene una amplia colección, aunque sus favoritos se los dio la yaya Carmina cuando cumplió dieciséis años. No tenían mucho dinero, pero ahorró para regalarle sus primeros pendientes de oro.
⠀⠀⠀—Su medalla de oro: perteneció a su madre Lola y es de las pocas pertenencias físicas de ella que posee, jamás se la quita y en ella sale representada Santa Sara Kali, patrona del pueblo gitano.

⬤ Heredó cosas de ambos de sus progenitores.
⠀⠀⠀—De su padre: el amor por las letras, o más concretamente, la poesía. No solo leerla, sino también escribirla y desde niña allá donde hubiese una superficie dejaba sus garabatos en ella, además de redactar cuadernos con sus bocetos escritos.
⠀⠀⠀—De su madre: la magia del «cante jondo», aunque no es algo que saque a relucir en exceso salvo cuando Alvarico saca su guitarra y se junta con los Ayala.
⬤ Al poco de llegar a los Estados Unidos, adoptó un cachorro de rottweiler al que llamó Twist por la famosa novela de Dickens, aunque no lee demasiadas novelas porque pierde la atención con facilidad, fue la primera que leyó y guarda una anécdota sobre ella con bastante cariño en su interior. El pasado año, mientras pasaba un tiempo en Granada, decidió adoptar a otro cachorro de la misma raza llamado Sota, ya que siempre le robaba la baraja de cartas mientras echaban una partida a la fresca junto a Alvarico.
⬤ Sufre de parálisis del sueño, los sentidos y la conciencia permanecen intactos, pero se siente como una presión encima o una sensación de ahogo como también alucinaciones visuales, auditivas y sensoriales junto a un temor desmesurado. Los episodios incrementaron cuando se transformó en loba, raramente logra conciliar más de cinco horas seguidas. Se ha acostumbrado a vivir en una eterna vigía.
⬤ Comenzó en la adolescencia a dejar graffitis por distintos puntos de Granada cuando era joven en Êttandâ pal andalûh (ortografía no-oficial del español creada en 2018 por el colectivo EPA para adaptarse a las particularidades de los dialectos andaluces). En cuanto descubrió que Juan Ramón Jiménez lo hacía porque la ortografía castellana no reflejaba bien lo que luego él recitaba, también al ver que Los Quintero lo representaban en los diálogos de los andaluces de sus obras teatrales o cientos de autores de antologías flamencas lo plasmaban en las letras manteniendo la sonoridad, métrica y rima de los cantes.

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«𝐂𝐨𝐦𝐛𝐮𝐬𝐭𝐢𝐛𝐥𝐞»


En un estado de demencia prácticamente absoluta, uno de los abuelos que vivía por las cuestas del Sacromonte, recuerda con exactitud cuándo y dónde conoció a su mujer. Sé que no es correcto romantizar la vejez, porque llegar a los noventa significa -muchas veces- volver a ese momento de la infancia en el que dependes de casi todo tu entorno.
No obstante, resulta conmovedor pensar «me olvidaré de todo, menos de nuestra historia».
Yo tengo la certeza de que no nos vamos olvidar de nuestro primer beso, así como tampoco olvidaremos la primera vez que nos acostamos. Sabemos guardar bien secretos desde el minuto uno, y eso siempre me ha dado miedo, porque lo que no se dice en voz alta parece que no existe. Temía que no existiéramos porque no nos nombrábamos, aunque estuviésemos constantemente buscándonos.
Por eso te pedía: di mi nombre en alto y no te lo guardes pa' dentro. Grítalo.
Para mí el amor debía demostrarse todo el tiempo a mi manera. Tú me enseñaste que el amor posee más caras de las que yo alcanzaba a ver: el amor no solo es mi forma de amar, también es la forma en la que soy amada.
Quisiera explicar el amor tal y como lo entendía antes de ti, pero ahora es imposible (no me arrepiento). Quisiera contarte cómo no voy a dormir jamás si algún día ya no estamos juntos, porque tú no me besarás los hombros al cerrar los párpados. En ese estado de duermevela donde comienzo a hablar sin decir nada, tú me abrazas por la espalda y me arropas. Ciertas noches nos despertamos en mitad de la madrugada y, sin ningún tipo de explicación, sabemos que el otro también ha abierto los ojos.
Pienso que nuestros cerebros están conectados de algún modo indescifrable y pienso en lo ilegítimo que sería si esto dejara de ser así. No dormiré nunca más si no eres tú quien acompaña mis movimientos bajo las sábanas.
Puede que cuando tenga noventa años me termine olvidando de todo. Menos de ti. Menos del combustible.
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«𝐂𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐣𝐨𝐧𝐝𝐨»


𝐷𝑒 𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑎𝑑𝑜, 𝑑𝑒 𝑐𝑎𝑠𝑖 𝑒𝑥𝑡𝑖𝑛𝑔𝑢𝑖𝑑𝑜, 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑒 «𝑗𝑜𝑛𝑑𝑜», 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑜́𝑙𝑜 𝑠𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑠𝑒𝑟𝑣𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑢́𝑙𝑡𝑖𝑚𝑜𝑠 𝑓𝑙𝑎𝑚𝑒𝑛𝑐𝑜𝑠, 𝘩𝑎 𝑠𝑎𝑙𝑡𝑎𝑑𝑜 𝑎 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑟𝑖𝑚𝑒𝑟𝑜𝑠 𝑝𝑙𝑎𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑎𝑐𝑡𝑢𝑎𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑. 𝐼𝑛𝑛𝑢𝑚𝑒𝑟𝑎𝑏𝑙𝑒𝑠 «𝑐𝑎𝑛𝑡𝑎𝑜𝑟𝑒𝑠», 𝑖𝑛𝑐𝑎𝑙𝑐𝑢𝑙𝑎𝑏𝑙𝑒𝑠 𝑚𝑖𝑙𝑙𝑎𝑟𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑑𝑖𝑠𝑐𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑔𝑟𝑎𝑚𝑜́𝑓𝑜𝑛𝑜 𝑙𝑎𝑛𝑧𝑎𝑛 𝑎𝑙 𝑣𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑒𝑙 𝑡𝑒𝑚𝑏𝑙𝑜𝑟 𝑎𝑛𝑔𝑢𝑠𝑡𝑖𝑜𝑠𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 «𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟𝑖𝑙𝑙𝑎𝑠» 𝑔𝑖𝑡𝑎𝑛𝑎𝑠, 𝑒𝑙 𝑠𝑜𝑙𝑙𝑜𝑧𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 «𝑠𝑜𝑙𝑒𝑎𝑟𝑒𝑠», 𝑒𝑙 «𝑙𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜» 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 «𝑐𝑎𝑟𝑡𝑎𝑔𝑒𝑛𝑒𝑟𝑎𝑠» 𝑦 «𝑡𝑎𝑟𝑎𝑛𝑡𝑎𝑠», 𝑒𝑙 𝑠𝑜𝑛 𝑙𝑖𝑔𝑒𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 «𝑓𝑎𝑛𝑑𝑎𝑛𝑔𝑢𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠»... «𝐶𝑎𝑟𝑎𝑐𝑜𝑙𝑒𝑠», «𝑡𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠» 𝑦 «𝑠𝑒𝑟𝑟𝑎𝑛𝑎𝑠».
𝑇𝑜𝑑𝑎 𝐸𝑠𝑝𝑎𝑛̃𝑎 𝑒𝑠 𝑢𝑛𝑎 «𝑠𝑎𝑙𝑖𝑎», 𝑢𝑛 𝑔𝑜𝑟𝑔𝑜𝑟𝑖𝑡𝑜, 𝑢𝑛 𝑡𝑒𝑚𝑏𝑙𝑜𝑟, 𝑢𝑛 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑚𝑒𝑐𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜.
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«𝑫𝒆𝒍 𝒔𝒂𝒍𝒊𝒕𝒓𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒓𝒓𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒗𝒆𝒏𝒂𝒔»


𝐷𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑟𝑎𝑖́𝑐𝑒𝑠 𝑦 𝑒𝑙 𝑎𝑔𝑢𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑜𝑟𝑟𝑒𝑛 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑠𝑢 𝑒𝑛𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜,
𝑆𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝘩𝑖𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑎 𝑣𝑜𝑧 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑎𝑡𝑟𝑎𝑣𝑖𝑒𝑠𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜.
𝑆𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑧𝑜𝑠, 𝑦 𝑠𝑢𝑠 𝑙𝑢𝑛𝑎𝑠
𝑄𝑢𝑒 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑏𝑙𝑎𝑛 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑟𝑒𝑡𝑎𝑚𝑎𝑠
𝐷𝑒𝑠𝑡𝑎𝑝𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑡𝑢 𝑏𝑒𝑙𝑙𝑒𝑧𝑎
𝐷𝑒 𝘩𝑒𝑟𝑚𝑜𝑠𝑎 𝑓𝑙𝑜𝑟 𝑎𝑟𝑟𝑎𝑛𝑐𝑎𝑑𝑎.
𝑆𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑧𝑜𝑠, 𝑒𝑠 𝑒𝑙 𝑎𝑙𝑏𝑎,
𝑈𝑛𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑎 𝑖𝑙𝑢𝑚𝑖𝑛𝑎𝑑𝑎,
𝐷𝑒 𝑙𝑎 𝑛𝑎𝑡𝑢𝑟𝑎𝑙𝑒𝑧𝑎 𝑚𝑎́𝑠 𝑝𝑢𝑟𝑎,
𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑎𝘩𝑜𝑔𝑎 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑎𝑏𝑟𝑎𝑧𝑎.
𝑇𝑢́ 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒𝑠 𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑧𝑜𝑠 𝑏𝑙𝑎𝑛𝑐𝑜𝑠,
𝑌 𝑦𝑜 𝑢𝑛𝑜 𝑐𝘩𝑖𝑐𝑜 𝑦 𝑛𝑒𝑔𝑟𝑜
𝑃𝑒𝑟𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑡𝑟𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑎́𝑛 𝑚𝑎𝑛𝑎𝑛𝑑𝑜
𝑆𝑜𝑙, 𝑙𝑖𝑏𝑒𝑟𝑡𝑎𝑑 𝑦 𝑣𝑒́𝑟𝑡𝑖𝑔𝑜.
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«𝐘𝐚 𝐦𝐢 𝐩𝐚𝐩𝐚 𝐦𝐞 𝐝𝐞𝐜𝐢́𝐚»



𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑛𝑖𝑛̃𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑎𝑙𝑡𝑎𝑟 𝑠𝑒 𝑝𝑜𝑛𝑖́𝑎 𝑐𝘩𝑜𝑐𝑜𝑙𝑎𝑡𝑒 𝑦 𝑚𝑒𝑧𝑐𝑎𝑙 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑚𝑖𝑠 𝑎𝑏𝑢𝑒𝑙𝑎𝑠 𝑦 𝑎𝑏𝑢𝑒𝑙𝑜𝑠, 𝑡𝑎𝑚𝑏𝑖𝑒́𝑛 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑙𝑜𝑠 𝑦𝑎𝑦𝑜𝑠 𝑦 𝑦𝑎𝑦𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝐴𝑙𝑣𝑎𝑟𝑖𝑐𝑜...𝑆𝑒 𝑝𝑜𝑛𝑖́𝑎𝑛 𝑝𝑢𝑟𝑜𝑠 𝑦 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠, 𝑠𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑛𝑑𝑖́𝑎𝑛 𝑣𝑒𝑙𝑎𝑠, 𝑠𝑒 𝑎𝑙𝑢𝑚𝑏𝑟𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑙𝑎𝑠 𝑓𝑜𝑡𝑜𝑠 𝑣𝑖𝑒𝑗𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑓𝑎𝑚𝑖𝑙𝑖𝑎. 𝑈𝑛𝑎 𝑜𝑓𝑟𝑒𝑛𝑑𝑎 𝑙𝑙𝑒𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 𝑦 𝑠𝑎𝑏𝑜𝑟𝑒𝑠, 𝑒𝑛𝑚𝑎𝑟𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑒𝑛 𝑝𝑎𝑝𝑒𝑙 𝑝𝑖𝑐𝑎𝑑𝑜 𝑦 𝑟𝑎𝑚𝑖𝑡𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑖𝑚𝑜𝑛𝑒𝑟𝑜. 𝑇𝑎𝑚𝑏𝑖𝑒́𝑛 𝑠𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑒𝑛𝑑𝑖́𝑎 𝑙𝑎 𝑟𝑎𝑑𝑖𝑜 𝑦 𝑠𝑜𝑛𝑎𝑏𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑜𝑧 𝑑𝑒 𝐶𝘩𝑎𝑣𝑒𝑙𝑎 𝑉𝑎𝑟𝑔𝑎𝑠 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑔𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝐽𝑢𝑎𝑛 𝐺𝑎𝑏𝑟𝑖𝑒𝑙 𝑦 𝑙𝑎 𝑝𝑎𝑙𝑎𝑏𝑟𝑎 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑐𝑖𝑠𝑎 𝑑𝑒 𝑉𝑖𝑜𝑙𝑒𝑡𝑎 𝑃𝑎𝑟𝑟𝑎 𝑦 𝑙𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒𝑗𝑖́𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝐿𝑜𝑙𝑒 𝑦 𝑀𝑎𝑛𝑢𝑒𝑙.
𝐻𝑎𝑐𝑖́𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑜𝑠 𝑎 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎, 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑎 𝑙𝑎 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒 𝑦 𝑝𝑜𝑟 𝑒𝑠𝑜 𝑐𝑟𝑒𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒𝑣𝑖𝑣𝑖𝑟𝑎́𝑛 𝑎 𝑡𝑜𝑠' 𝑛𝑜𝑠𝑜𝑡𝑟𝑜𝑠. 𝑀𝑖𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑡𝑎𝑛𝑡𝑜 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟𝑒́ 𝑒𝑛 𝑚𝑖 𝑐𝑎𝑠𝑖𝑐𝑎 𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑠𝑡𝑟𝑢𝑖𝑟 𝑦 𝑚𝑎𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑟𝑒́ 𝑙𝑎𝑠 𝑣𝑒𝑙𝑎𝑠 𝑐𝑎𝑙𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑎́𝑛 𝑦 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑜𝑛.
𝐿𝑎𝑠 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑟𝑒𝑖𝑛𝑎 𝑠𝑖𝑔𝑢𝑒𝑛 𝑝𝑟𝑒𝑛𝑑𝑖́𝑎𝑠, 𝑝𝑎𝑝𝑎.
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«𝐋𝐚 𝐪𝐮𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐋𝐨𝐫𝐜𝐚 𝐲 𝐂𝐚𝐦𝐚𝐫𝐨́𝐧»


𝐴𝑦, 𝑐𝑜́𝑚𝑜 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑎 𝑒𝑙 𝑎𝑙𝑏𝑎, 𝑐𝑜́𝑚𝑜 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑎!
¡𝑄𝑢𝑒́ 𝑡𝑒́𝑚𝑝𝑎𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝘩𝑖𝑒𝑙𝑜 𝑎𝑧𝑢𝑙 𝑙𝑒𝑣𝑎𝑛𝑡𝑎!
𝐸𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑣𝑎 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑒𝑙 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜
𝘩𝑢𝑛𝑑𝑖𝑑𝑜 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑎𝑏𝑒𝑙𝑙𝑜𝑠.
𝐴𝑦𝑒𝑟 𝑦 𝑚𝑎𝑛̃𝑎𝑛𝑎 𝑐𝑜𝑚𝑒𝑛
𝑜𝑠𝑐𝑢𝑟𝑎𝑠 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑑𝑢𝑒𝑙𝑜. [...] ⠀
𝐸𝑙 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜 𝑣𝑎 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜.
𝐹𝑙𝑜𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑢𝑛 𝑣𝑒𝑙𝑒𝑟𝑜.
𝐹𝑙𝑜𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑢𝑛 𝑣𝑒𝑙𝑒𝑟𝑜.
𝑁𝑎𝑑𝑖𝑒 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒 𝑎𝑏𝑟𝑖𝑟 𝑠𝑒𝑚𝑖𝑙𝑙𝑎𝑠
𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑑𝑒𝑙 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜.
𝑭𝒆𝒅𝒆𝒓𝒊𝒄𝒐 𝑮𝒂𝒓𝒄𝒊́𝒂 𝑳𝒐𝒓𝒄𝒂: 𝑨𝒔𝒊́ 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒂𝒔𝒆𝒏 𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐 𝒂𝒏̃𝒐𝒔 [𝟏𝟗𝟑𝟑] 𝒑𝒐𝒓 𝑪𝒂𝒎𝒂𝒓𝒐́𝒏.
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«𝐍𝐨 𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐭𝐚𝐫»


𝑃𝑒𝑟𝑜, 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑏𝑎𝑖𝑙𝑎𝑟.
𝐵𝑖𝑒𝑛𝑣𝑒𝑛𝑖𝑑𝑎 𝑎 𝑐𝑎𝑠𝑎, 𝑒𝑙 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑎𝑛𝑠𝑎.
𝑆𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑒𝑙 𝑠𝑢𝑠𝑡𝑜 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑐𝑢𝑒𝑟𝑝𝑜.
𝐸𝑙 𝑣𝑒́𝑟𝑡𝑖𝑔𝑜 𝑑𝑒𝑛𝑡𝑟𝑜.
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«𝐋𝐚 𝐡𝐚𝐛𝐚𝐧𝐞𝐫𝐚»


𝐸𝑙 𝑎𝑚𝑜𝑟 𝑒𝑠 𝑢𝑛 𝑛𝑖𝑛̃𝑜 𝑔𝑖𝑡𝑎𝑛𝑜, 𝑞𝑢𝑒 𝑗𝑎𝑚𝑎́𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑖𝑜́ 𝑙𝑎 𝑙𝑒𝑦.
𝑌 𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑡𝑒𝑚𝑏𝑙𝑎𝑏𝑎 𝑚𝑖 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑒, 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑡𝑒𝑚𝑏𝑙𝑎𝑏𝑎 𝑚𝑖 𝑐𝑜𝑟𝑎𝑧𝑜́𝑛 𝑠𝑜𝑙𝑖𝑡𝑜 𝑝𝑟𝑖𝑚𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑙𝑙𝑒.
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«𝐐𝐮𝐞𝐫𝐢𝐝𝐚 𝐩𝐚𝐭𝐫𝐢𝐚»


𝑆𝑖 𝑡𝑢́ 𝑚𝑒 𝑣𝑖𝑒𝑟𝑎𝑠, 𝑝𝑎𝑝𝑎́, 𝑚𝑒 𝑑𝑖𝑟𝑖𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑏𝑜𝑛𝑖𝑡𝑎 𝑚𝑖 𝑐𝘩𝑎𝑚𝑎, 𝑚𝑖 𝐶𝑢𝑏𝑎, 𝑚𝑖 𝑣𝑖𝑑𝑎.
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«𝐋𝐚 𝐦𝐚𝐥𝐪𝐮𝐞𝐫𝐢𝐝𝐚»


⠀⠀
𝑀𝑒 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑎𝑛 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑙𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎
𝐴𝑙𝑔𝑢𝑛𝑜𝑠 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑛 𝑚𝑎𝑙𝑡𝑟𝑎𝑡𝑎𝑑𝑜
𝑂𝑡𝑟𝑜𝑠 𝑠𝑖𝑛 𝑚𝑖𝑟𝑎𝑟 𝑚𝑖𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠
𝑀𝑖𝑠 𝑝𝑎𝑙𝑎𝑏𝑟𝑎𝑠 𝑠𝑖𝑙𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎𝑟𝑜𝑛.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
𝑀𝑒 𝑐𝑜𝑟𝑡𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑐𝑜𝑛 𝑐𝑢𝑐𝘩𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠
𝑉𝑖𝑜𝑙𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑚𝑖 𝑝𝑒𝑐𝘩𝑜 𝘩𝑎𝑚𝑏𝑟𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜
𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑎́𝑠 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖́𝑎
𝐸𝑟𝑎 𝑢𝑛 𝑎𝑏𝑟𝑎𝑧𝑜 𝑎 𝑓𝑢𝑒𝑔𝑜 𝑙𝑒𝑛𝑡𝑜.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
𝑄𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒 𝑑𝑒𝑡𝑒𝑛𝑔𝑎𝑠 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑎 𝑚𝑖́
𝑀𝑖𝑟𝑎 𝑚𝑖𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑢𝑛 𝑚𝑜𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜
𝑄𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒 𝑑𝑒𝑡𝑒𝑛𝑔𝑎𝑠 𝑗𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑎 𝑚𝑖́
𝑆𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑚𝑖 𝑣𝑜𝑧, 𝑎𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑢 𝑐𝑖𝑒𝑙𝑜.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
𝑨𝒃𝒓𝒆 𝒕𝒖 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
𝑀𝑒 𝑙𝑙𝑎𝑚𝑎𝑛 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑙𝑞𝑢𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎.
𝐶𝑜𝑛 𝑢𝑛𝑎 𝑡𝑒𝑙𝑎 𝑠𝑎𝑔𝑟𝑎𝑑𝑎
𝑀𝑎𝑡𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑚𝑖𝑠 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠
𝑀𝑢𝑡𝑖𝑙𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑎𝑠𝑖́ 𝑚𝑖𝑠 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜𝑠.
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❝𝙰𝚜𝚌𝚎𝚜𝚒𝚜❞ | ¿𝙿𝚘𝚛 𝚚𝚞𝚎́ 𝚖𝚎 𝚑𝚊𝚜 𝚊𝚋𝚊𝚗𝚍𝚘𝚗𝚊𝚍𝚘, 𝙿𝚊𝚍𝚛𝚎?
He firmado la paz y mi cuerpo entero, mis bolsillos que están llenos de fe están en tregua. No te veo, no te toco, donde estás la fe no me resguarda hoy. [...] Tócame, por favor, ilumina esta casa donde ahora duermo pensando en aquella que ya no es mía.
Se enderezarán los lirios en esta tregua, campos violentos en mis ojos para así no ver cómo el tiempo se desintegra, para no sentir como se escapa; para no tener miedo todo lo que no hago y por aquello que hago y no está bien. No me cabe fe en los bolsillos, dame una señal.⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
— Jimena García, 2020.

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❝𝙻𝚊 𝚗𝚒𝚗̃𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝚖𝚊𝚛𝚊𝚌𝚊𝚜 ❞ | 𝙿𝚕𝚊𝚢𝚊 𝙲𝚊𝚕𝚎𝚝𝚘𝚗𝚎𝚜, 𝙲𝚞𝚋𝚊.
La niña de las maracas tiene un corazón que baila al ritmo de un bolero. Su música huele a palmera y sal.
La niña de las maracas es capaz de hacerte viajar en el espacio con el brillo de sus ojos. Y te transporta a otro tiempo, otro mundo, otra vida.
La niña de las maracas tiene una no sonrisa que inunda de alegria, que invita a reir, cantar, bailar, saltar.
La niña de las maracas hace magia con su música, su mirada, su sonrisa.
Y si observas con fuerza al mirarte en el espejo, descubrirás que su estela sigue viva en el fondo de tu alma.
Y cada noche vuelve para cantarte bajito al oido un bolero que suena a recuerdos.
Que sabe a Cuba.


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❝𝙿𝚕𝚊𝚢𝚊 𝙲𝚊𝚕𝚎𝚝𝚘𝚗𝚎𝚜, 𝙶𝚒𝚋𝚊𝚛𝚊, 𝙲𝚞𝚋𝚊❞ | 𝙳𝚒𝚎𝚌𝚒𝚗𝚞𝚎𝚟𝚎 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚢𝚘, 𝟸𝟶𝟸𝟶.
En ti yo tengo alegría. En ti tengo sufrimiento. Y el que no sufre, no vive y contigo vivo contento.
El que no sufre, no vive y contigo vivo contento.⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
—Ismael Rivera.

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𝟶𝟻. ❝𝚁𝚎𝚎𝚗𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚛𝚘❞ | 𝙶𝚒𝚋𝚊𝚛𝚊, 𝙲𝚞𝚋𝚊.
↳ 𝙷𝚊𝚢 𝚖𝚘𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚖𝚒𝚗𝚞́𝚜𝚌𝚞𝚕𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚞𝚛𝚊𝚗 𝚞𝚗𝚘𝚜 𝚜𝚎𝚐𝚞𝚗𝚍𝚘𝚜, 𝚖𝚒𝚕𝚎́𝚜𝚒𝚖𝚊𝚜, 𝚙𝚎𝚛𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚊𝚗 𝚜𝚎𝚗𝚝𝚒𝚍𝚘 𝚊 𝚝𝚘𝚍𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊.

[Relato número 11 en conjunto con el 12 perteneciente a Joel Vulkan]
—Qué bolá, Teresa —Pronunció en un tono que le recordó a su padre, el mismo acento que le había acompañado aún habiéndose distanciado de su amada Cuba décadas atrás en busca del gran sueño americano. La muchacha asintió, mientras el hombre le señaló el camino que debían tomar. Al segundo señaló su equipaje con el mentón—. ¿Eso es todo?
—¿Dónde estamos yendo? —Le siguió con la mirada mientras se hacía la larga cabellera a un lado, el calor, la humedad, el clima, todo era muy diferente a Detroit y era notable en cuanto puso un pie en el exterior. El hombre observó cómo la muchacha no sabía de qué manera dirigirse a él, así que la ayudó con una mueca torcida que dejaba ver una sonrisa bajo aquella apariencia ermitaña.
—Edu, chama —Con un movimiento de manos le indicó que le tendiese la mochila, colocándola en la parte trasera de la camioneta y con la otra señaló la puerta del copiloto para que tomase asiento—. Este viejo solo hace de güagüero, pero serán dos horas de carretera.
Edu se encogió de hombros mientras observaba a la muchacha que desprendía energía por cada resquicio de su mirar. Llegados a ese punto Teresa no se iba a echar atrás, debía dar un último salto de fe y eso implicaba confiar en esel hombre que parecía saber más de lo que ella conocía. Por ello, en cuanto la camioneta arrancó, bajó la ventanilla y se tomó la libertad de sintonizar la radio en busca de alguna banda sonora que les acompañase durante el trayecto, de las que su padre ponía mientras cocinaba en sus momentos sobrios. Era inevitable pensar en él y en cómo reaccionaría al saber que su niña había visitado sus raíces. Fue las voz de Rubén Blades la que pareció arrancar ligeros tarareos de Edu, mientras la joven observaba las calles cubanas pasar una tras otra aferrada únicamente al tallo del girasol, dejando que su mente volase por mil escenarios irreales y sintiendo a la par como aquel país era un soplo de aire que necesitaba más de lo que le había dicho a nadie.
Las carreteras se disiparon y a lo lejos la costa se abrió camino entre aguas cristalinas y arenas blanquecinas, dignas de cualquier postal de un hotel cualquiera, el tipo de sitio al que todos soñaban con viajar una vez en su vida. Conforme avanzaban pudo ver el cartel que daba nombre a la ciudad, habían entrado en Gibara e inmediatamente, antes de siquiera pisar su suelo, ya se había enamorado de lugar. Al parecer no era la única abstraída, los ojos del viejo cubano se tiñeron de un tono que ella bien reconocía, no era otro que pura y viva nostalgia.
—Esta es mi parada, ¿no, Edu?
—El siguiente viaje te pertenece solo a ti, Tere.
Añadió el hombre en una abreviatura cariñosa mientras le dedicaba una sonrisa esperanzada, como si el sabor de su nombre le supiese cercano. Teresa bajó la mochila del asiento trasero, aunque antes volvió a la puerta del piloto dónde seguía él montado. Apoyó la palma de la mano en el hueco vacío de ningún cristal, antes de palmear la camioneta con una sonrisa sin añadir nada más. Era su viaje. Un viaje que había durado cuatro semanas y terminaba en la Playa Caletones, o eso leyó en un trozo de madera escrito a mano. Había poca gente, sería una hora cercana al mediodía de modo que la arena estaba en su temperatura perfecta, incluso se sintió bien cuando los dedos la tocaron, los pies descalzos se hundieron en ella tras quitarse las sandalias, las mismas que cargó en la mano contraria que sujetaba la mochila.
La joven avanzó cerca de la orilla, allí dejó caer los objetos de sus manos de golpe para sentir cada pequeña sensación de su alrededor. El mar revuelto, la sal sintiéndose pegada a su cuerpo, la humedad impregnando su piel y el viento meciendo su pelo.
Había llegado hasta Caletones subido en un viejo Moskvitch color azul celeste que el mismo Edu le había prestado del taller, con los espejos retrovisores picados y la pintura saltada por haber estado al sol cubano durante centenares de días. Esperaba dentro del vehículo, aparcado al pie de la carretera y con las ventanillas bajadas a que el morro conocido de la camioneta de su amigo apareciese, con o sin Teresa en su interior. Aquella mediodía sería el punto de inflexión a partir del cual podría reconducir su vida hacia lo que había dejado en Detroit o bien hacia algo completamente nuevo; y a pesar de todo el caos que había dejado sembrado en Detroit, lo que le aterrorizaba era comenzar de cero. Aquella incertidumbre le tenía con el corazón en un puño, podía notarse en la frecuencia con la que se llevaba un cigarrillo tras otro a los labios a la espera de una respuesta que parecía estar haciéndose de rogar. Joel nunca había destacado por su paciencia, los minutos se le hacían eternidades y sentía el minutero del reloj congelado en mitad de la sofocante humedad de Gibara.
El rugido de un motor aproximándose a la playa, prácticamente vacía, le hizo alzar la vista como lo haría un perro curioso con las orejas en punta. En la lejanía, la vieja furgoneta Chevrolet del dueño del taller Calle 8 avanzaba hasta la entrada de la playa donde se detuvo y, a través de la luna delantera, entornando los ojos, el rubio pudo vislumbrar dos siluetas. Una extraña sensación le inundó por completo, podía sentir su corazón latir contra su esternón con tanta fuerza que cada latido retumbaba en el interior de su cabeza haciéndole perder incluso la visión durante milésimas de segundo. Había subido a aquel avión, se había lanzado a la aventura y había vuelto a mostrarle a él y al mundo que era una de las mujeres más valientes que había conocido.


Habían pasado más de dos meses desde la última vez que la vio en el taller, con los ojos encendidos en ira y la boca cargada de veneno fruto de la decepción: aquel recuerdo pasó por su mente como breves y cegadores fogonazos de realidad que le entrecortaron la respiración. Estaba paralizado, subido al coche con el estómago revuelto por la vorágine de sensaciones que se le agolpaban en las entrañas al volver a verla allí, adornando su melena con la bandana que una vez fue suya. Con unos kilos de menos y un tono de piel más bronceado que de costumbre, que resaltaba aún más por el color blanco de su vestido.
—Estás preciosa —murmuró desde su asiento casi tartamudeando, sin perder un solo detalle en cómo sus manos se deslizaban por las hebillas de sus sandalias para quitárselas y acercarse a la playa descalza.
Se llevó las manos al rostro y se lo frotó con las palmas de las manos, echando un último vistazo a su aspecto antes de reunir el valor para salir del coche y acercarse a ella. Joel estaba más moreno que nunca, su cabello rubio había crecido y ahora su rostro estaba cubierto por una barba descuidada que no terminaba de desagradarle. Respiró profundamente y exhaló el aire despacio hasta quedarse sin una gota de oxígeno en los pulmones, momento en el que tiró del pomo de la puerta y salió del vehículo. Se mordía los labios conforme caminaba hasta la playa y hundía los pies en la arena, silencioso, con cautela. No sabía cuál sería la reacción de la española, y es que siempre iba sobrada de imprevisibilidad. Conforme sus zancadas avanzaban y los metros entre ambos se reducían, la brisa marina le azotaba en la cara con aquel aroma tan suyo, tan particular, ese que en cuestión de segundos le hizo recordar lo vivido con ella.
«¿Sabes que el olfato dicen que está asociado a la memoria? Podrías olvidarme pero oler algo y que te vuelva a la mente, ¿a qué huelo?».
Por primera vez en su vida, no sabía qué decir. Estaba allí, parado, a las espaldas de Teresa, vacilando en qué sería lo primero que le diría después de haber vuelto de la mismísima muerte. Con las manos en los bolsillos de sus bermudas vaqueras, que dejaban a la vista las cicatrices de las quemaduras de la explosión, y con una camisa holgada con la mitad de los botones desabrochados. Tragó saliva, movió la cabeza hacia un lado y otro para estirar los músculos del cuello, tensos como jamás en su vida, y entonces se pronunció.
— Prometimos venir juntos a Cuba.
El agua era tan cristalina que casi dolía mirarla, pero la voz que sonó a su espalda dolió mil veces más, se sintió metralla atravesando su piel sin tregua ni piedad. Trataba de mover el cuerpo pero no podía, lo sentía como si no le perteneciese. Sin embargo, si sentía esa aflicción intensa, un ensordecedor pitido en los oídos, la carne erizarse. Con su voz acudieron las imágenes de dos años sucederse una tras otra, al igual que un moribundo a punto de encontrar alivio en la muerte, pero ésta no parecía ser la que había tomado la mano de la persona que solo creía que volvería a ver en otra vida. Con gran esfuerzo tragó saliva, veía borroso como si las lágrimas que querían precipitarse pero no asomaban le empañasen la vista, fue un parpadeo tras otro lo que le devolvió una imagen más nítida, la misma que continuaba clavada en el horizonte de tonalidades brillantes. No había sido un sueño, a pesar de estar consciente su cabeza era una marea de sensaciones que impedían a su cuerpo dar un pequeño y simple giro.
«Prometimos venir juntos a Cuba».
Era imposible salir ileso de aquello, y allí estaba a su espalda, al igual que uno de los tres fantasmas que se presentaron ante Scrooge en una de las renombradas novelas de Dickens, la diferencia era que Joel no era un fantasma. Lo sentía allí. Como un imán que la llamaba a su espalda en una especie de magnetismo que siempre terminaba uniéndolos. La irrealidad lo bañaba todo, la desorientación la mantenía presa y fue la que la impulsó a obligarla a dar movimiento a su cuerpo. Hay momentos minúsculos que duran unos segundos, milésimas, pero que dan sentido a toda una vida, pero en aquel momento solo tenían el presente, el mismo que compartían en un lugar recóndito de Cuba.
Una ligera brisa se levantó entre ambos cuando el rostro de Joel dejó de estar en sus pensamientos y pasó a estar frente a ella, las rodillas le flaquearon y sintió como se doblaban tratando de aferrarse a algo tangible. Su tez más oscura, su cabello más rubio, su barba más larga, él, tan vivo. Quiso odiarle con las mismas fuerzas que deseaba besarle. Los labios de la española se entreabrieron, volviendo a cerrarse en un titubeo. La sangre comenzó a recorrerle el rostro y es que lo que Teresa no alcanzaba a comprender era el por qué de toda esa situación, quizás fue el no saber, su carácter o el simple hecho de aquella mínima posibilidad escondida en lo más profundo de su cabeza fuese real.
El espacio que les separaba era tan reducido que las dos zancadas que dio fueron muy pequeñas, el girasol seguía pendiendo en sus manos mostrando aquella dualidad de sentimientos. Aún aferrado a él sus manos comenzaron a dar pequeños empujones en el pecho del americano, enérgicos y con las palmas abiertas.
—Cómo te atreves… Cómo te atreves... —Trataba de hacerle retroceder, con cada empujón brusco se quitaba una espina hincada de los días que había pasado clavada en lo más hondo de su pecho—. ¡Cómo te atreviste a dejarme sola!
Su voz sonaba como suenan las voces que pierden todo, desamparadas y perdidas, pero su ojos oscuros llameaban sentimientos que solo Joel podía despertar en ella, los mantenía anclados en los suyos y de esa manera continuaba dándole pequeños golpes en el pecho que lo desplazaban poco a poco hacía atrás.
— ¿Cómo me permitiste dejar que te fueses? —Su voz se alzó algo más mientras los toques superficiales pasaron a ser de agarre, las yemas hincándose en parte de la piel que la camisa abierta dejaba al descubierto. En ese instante su labio inferior comenzó a temblar debido al torrente de emociones que estaba sintiendo al tener aquel par de ojos miel mirarla de esa manera.
De no ser por la brisa marina meciendo su melena, podría haberse dicho que la imagen de Teresa se había quedado congelada mirando a la infinidad del horizonte. Y mientras ella parecía estar petrificada, el rubio comenzaba a sentir una ardiente sensación en el centro del pecho que se extendió hasta el último pelo de su cabeza y consiguió hacerle temblar el pulso. No se movía, los segundos se le hicieron años, y durante esos instantes su mente comenzó a correr a la misma velocidad con la que en su momento él había surcado carreteras hasta hacer quemar neumáticos. Aquellos pensamientos iban directos a colisionar con un muro de hormigón donde podía leerse la palabra rechazo.
No, que hubiese llegado hasta allí no significaba que todo hubiese sanado, ni mucho menos que todos sus errores se arreglasen en cuestión de milésimas de segundo. Quizá Teresa había decidido poner un regusto agridulce al punto y final de su historia, queriendo zanjar todo cara a cara. Corazón a corazón. El pecho del americano se hinchaba y deshinchaba cada vez más rápido, y tragó saliva en el instante en el que giró sobre sus talones descalzos para mirarle. No estaba preparado para articular ni una sola palabra más sin saber cuál sería la reacción de ella tras haber vuelto a hacer una aparición estelar en mitad de su vida, patas arriba.
Que después de haber estado a más de dos mil trescientas millas ahora la tuviese a escasos centímetros provocaba en él una sensación parecida a la de haber vuelto a casa, y cerró los ojos por unos segundos para volver a abrirlos y cerciorarse de que una vez lo hiciera, ella siguiese allí. Y recibió un primer empujón que se siguió de otros tantos, dejándose vencer a la fuerza y a la frustración que la morena descargaba a cada golpe en el pecho. Retrocedía cortos pasos mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos hasta empañarle la vista, mordiéndose los labios para reprimir exteriorizar el nudo que se le había formado en la garganta. Su último quejido desgarrador mientras hundía los dedos sobre su piel le arrancó un suspiro del pecho y vacilante, llevó una mano al antebrazo de la muchacha para posarla alrededor del mismo, sin ejercer presión, simplemente permitiéndose el lujo de volver a sentirla al tacto.
— Lo siento —murmuró.
Percibía a Joel derrotado bajo su tacto, pero continuaba haciéndole retroceder en cortos empujones, y él, se dejaba mover por el movimiento de sus manos. La muchacha improvisaba porque difícilmente podía pensar de forma racional, nada de aquello tenía sentido y a pesar de la ira que salía a través de cada golpe, se sentía como una chiquilla perdida en mitad de la nada. Ninguna cosa experimentada en el pasado era comparable al torrente de sentimientos que su pecho le devolvía en forma de latidos desbocados, un pinchazo fuerte y punzante que la mantuvo sin habla cuando la tocó, la rozó, le sintió, sus ojos cayeron a la mano de él. Unas yemas más rugosas, más curtidas, enviaron una descarga por todo su cuerpo e inmediatamente sus ojos bajaron allí dónde ambos cuerpos se juntaron cuando su huracán interior dejó de empujarle. Pasó de 100 a 0, rebajando su tono y sus movimientos hasta que se mantuvo inmóvil, pudiendo jurar que el suelo bajo sus pies se sentía como cemento y no aquella blanquecina arena que les rodeaba.
La mirada de Teresa continuó cayendo hasta las piernas ajenas, viendo en ellas las quemaduras, fue entonces cuando el sollozo que retuvo y que no había pronunciado rompió toda aquella templanza, la ira se disipó en la nada mientras levantaba su rostro en busca del suyo. Había memorizado cada surco de la piel del americano, cada marca, cada lunar, cada cicatriz para tratar de encontrarlas en algún claro de su cabeza durante el infierno vivido esos dos meses. Dos meses. La expresión de Teresa cambió al ver la mirada brillante de Joel, avecinando una lluvia salada que no tardó en aparecer por sus mejillas y que ella recogió levantando las manos para tomarle por el mentón primeramente, para terminar por sujetar su rostro con ambas manos y limpiar con el pulgar allí donde el reguero caía, abriendo camino hasta su nueva barba. Había dejado caer el girasol a los pies de ambos pero no fue consciente. Solo podía mirarle a él. Las quemaduras evidenciaban que la pesadilla era real, que él había estado allí. No pudo evitar rememorar el desgarro que experimentó al ver el lamborghini en llamas, la matricula despezada, la cadena tirada.
—Te vi arder, tú... tú, estabas allí sentado, no había nada, no estabas, te fuiste —Pronunció en un tono rebajado, con miedo a aventurarse, pero su labio inferior tembló en un puchero imparable, mientras sus fosas se inundaron de su olor—. Tú estabas... Estabas… Yo lo vi.
Sus labios quedaron entreabiertos, llegó a aproximarse aún más de lo que había estado antes sin poder apartar la vista de sus ojos, así sus palabras se disiparon en la nada, temerosas y quebradas, hasta terminar y sentir cómo sus pupilas comenzaban a humedecerse. Se perdía bajo sus manos, naufragaba cada vez que respiraba su aroma, tembló con su voz al pronunciar «lo siento» y se estremeció al ser consciente de que Joel Vulkan, por algún milagro del cielo, estaba ante ella.


En el momento en el que su rostro empapado en lágrimas fue enmarcado entre sus manos aquel silencioso llanto se abrió paso entre ellos dos, sollozando en un intento de recuperar un normal compás de su respiración y dejando caer los párpados para deleitarse ante el solo contacto de las palmas de sus manos sobre su rostro de una manera muy distinta a la última vez que su piel rozó la ajena: en forma de bofetada. Acongojado, volvió a abrir los ojos en el momento en el que titubeó buscando una explicación a todo lo sucedido, todo lo que sus ojos habían podido presenciar durante el caos de la explosión y el incendio en el polígono industrial de Detroit. Y negó con la cabeza ligeramente, tomando sus muñecas con ambas manos y acariciando con los pulgares el dorso de las suyas.
— Sí, Teresa... estuve allí pero me salvé. Me salvaron. — quizá podría entrar en detalles si después de asimilar que volvía a estar junto a él lograba ordenar sus pensamientos antes de estar dispuesta a escuchar todo lo que quería contarle. — Estoy aquí, no me fui, nunca me iría sin despedirme de ti porque te... — sacudió ligeramente la cabeza y se relamió el labio inferior con la punta de la lengua, tomándose un respiro antes de seguir hablando. — ... porque aunque no estuviésemos juntos, sabía que nunca me lo hubieras perdonado.
Apartó con suavidad las manos de ella de su rostro para dejarlas caer junto con las suyas propias a la altura de su pecho, casi obligándola a posar las palmas contra el mismo, con la vista posada en cada uno de sus finos dedos. Esperaba hacerla sentir su corazón latir con la misma fuerza con la que lo hacía en sus recuerdos.
—Sigo aquí. — en el viaje desde sus brazos hasta sus ojos, antes de mirarla y perderse en la profundidad de sus iris color café, pudo ver brillar sobre sus clavículas el colgante que perdió en el accidente.
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𝟶𝟺. ❝𝙱𝚒𝚕𝚕𝚎𝚝𝚎 𝚊 𝙻𝚘𝚛𝚊❞ | 𝙳𝚎𝚝𝚛𝚘𝚒𝚝 — 𝙶𝚒𝚋𝚊𝚛𝚊.
↳ 𝙻𝚊 𝚕𝚘𝚌𝚞𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚞𝚙𝚘𝚗𝚒́𝚊 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚕𝚊𝚣𝚊𝚛𝚜𝚎 𝚖𝚊́𝚜 𝚍𝚎 𝚍𝚘𝚜 𝚖𝚒𝚕 𝚔𝚒𝚕𝚘́𝚖𝚎𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚊 𝚞́𝚗𝚒𝚌𝚊 𝚌𝚎𝚛𝚝𝚎𝚣𝚊 𝚍𝚎 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚛 𝚙𝚎𝚛𝚜𝚒𝚐𝚞𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚊 𝚞𝚗 𝚏𝚊𝚗𝚝𝚊𝚜𝚖𝚊.

[Relato número 10. Continuación de «Billete a Lora» de Joel Vulkan]
Era la primera noche que ninguna pesadilla la despertaba entre gritos y sudores fríos de madrugada, sin embargo, cuando la luz del teléfono móvil le devolvió la hora de vuelta marcaba las 2:10 a.m. En el exterior la oscuridad seguía tiñendo el cielo iluminado por las escasas farolas que adornaban las calles en esa zona escondida del sur, trató en vano de volver a conciliar el sueño bajo el amparo de los ronquidos del rottweiler pero de poco sirvió, aquel gran par de ojos negros se activaron haciendo gala de su mote en otra vida, en otro lugar. El frío bajo sus pies descalzos terminó por despertarla, sino lo hizo ya el crujido de los tablones de madera de la modesta casa de su hermano, para terminar dirigiendo sus pies hasta la cocina. Bebió un largo vaso de agua fría, mientras observaba a través de la ventana la luna, ésta se encontraba alzada y brillante en lo más alto, saludándola e invitándola a formar parte de ella. Algo se removió en su interior, su loba comenzaba a picar bajo la piel queriendo salir y no quiso retenerla, se necesitaban una a la otra en noches de desamparo.
Las baldosas fueron sustituidas por las briznas de césped húmedo, a esa hora todo seguía en silencio, el rocío bañaba la superficie que pisaba, el olor a tierra de la relente nocturna y las fragancias de los jazmines aferrándose al aire. Para que nadie la viese se adentró más allá de la zona del río que delimitaba el campamento, fue allí dónde dejó que las telas de ropa fueran cayendo una a una hasta quedar en completa y absoluta desnudez. La piel fue sustituida por su característico pelaje cobrizo y sus ojos color ámbar derretido. En cuestión de segundos se había adentrado en las profundidades de los bosques de alrededor, se perdió durante horas y con cada aullido sentía la liberación que ambas necesitaban recorrerla de pies a cabeza.


Tres semanas. Llevaba tres semanas con fragmentos de Joel llegando a su alrededor, había pasado siete días y nada había vuelto a llegarle, comenzaba a pensar que había sido un delirio, una fantasía, o así era hasta que los tenía de nuevo entre las manos, el no saber qué estaba sucediendo y no mencionárselo a nadie comenzaba a carcomerla por dentro.
Eran pasadas las cinco y media de la madrugada cuando volvió a entrar al campamento como si éste se hubiese quedado congelado en el tiempo, ni un alma había asomado la cabeza. A sabiendas de que difícilmente volvería a dormir optó por volver a su casa y seguir trabajando en las obras antes de que el sol fuese demasiado fuerte. Twist en cuando escuchó las llaves del Chevy, pareció salir de aquel trance durmiente, estaba listo y preparado para dar una vuelta.
[...]
Llegaron a la casa bajo el sonido de los grillos y las ruedas recorriendo el terreno pedregoso da la entrada, el rottie automáticamente fue a deambular por la zona en busca de algún conejo del que, irónicamente, se terminaría haciendo amigo. No quería pensar en las mofetas y en la peste que le había dejado la última, además del gimoteo al ver que el animal no quería jugar con él. En cuanto a ella, comenzaría por enyesar las paredes de su futura habitación, iba a tiro hecho, decidida cruzando el umbral, pero debido a los sentidos agudizados de haber estado convertida poco antes, notó trazas de olor diferente en el ambiente.
Al levantar la vista a la altura de sus ojos, justo al lado de la puerta, vislumbró un sobre rojizo pegado al espejo. El escalofrío fue instantáneo, alguien se había vuelto a colar en su casa y comenzaba a sentir cierta inseguridad al ser consciente de que la estaban observando. Al principio era una débil sensación, pero había aumentado las últimas semanas hasta erizarla. Se tomó sus segundos, dudosa y recelosa, pero la curiosidad pudo y tomó el sobre entre sus manos. El rugoso tacto en las yemas del papel antes de ser rasgado y ver el interior, removió en su estómago ciertas náuseas producto del desconcierto y la emoción, ¿otro recuerdo? ¿un fragmento de su pasado? O más bien de su futuro. En él se hallaba un billete a Cuba de ida para una persona. Pasado mañana. Dos días. El pasaje de avión pendía en su mano mientras el minutero del reloj marcaba las 6:07 a.m, momento en el que el cielo se convirtió en erupción temblorosa de colores y luces, dejó que el torbellino colorido engullera con lentitud el recuerdo de las las cenizas y las llamas del lamborghini para dar paso a un cielo de tonos anaranjados, rojizos y amarillos.

[...]
«Atención pasajeros, American Airlines anuncia su última llamada del vuelo 601, con servicio directo al aeropuerto Lora. Embarque por la puerta dos. Repito, última llamada a los... »
Alzó el rostro al escuchar la megafonía del Aeropuerto Internacional de Detroit, mientras cada vez era más frecuente escuchar el español entre los pasajeros que la rodeaban. Dos días atrás había encontrado el billete de ida sin retorno. Un día antes lo había guardado en un cajón rehusando la idea de embarcarse en aquella particular aventura, que parecía culminar en tierras cubanas. Y hacía exactamente doce horas que lo había vuelto a tomar entre sus manos y en un acto impulsivo, había organizado todo lo que atañía a su querido amigo de cuatro patas. No dio muchas explicaciones, tan solo que necesitaba aires nuevos y su hermano, confiando en la cabeza de su hermana, había aceptado quedarse al no tan cachorro con la condición de que le llamase una vez al día para saber que todo andaba bien.
Era consciente de la situación, de la locura que suponía desplazarse más de dos mil kilómetros con la única certeza de estar persiguiendo a un fantasma. Ella. Quién temía a los aviones y que se aferraba a la mano del americano con fuerza suficiente como para partírsela en dos en cada viaje realizado. Ella. Quién desconfiaba hasta de su sombra y no daba un duro más allá de lo que podía ver y tocar. Allí estaba, sentada junto a una señora que se santiguaba constantemente al rezo del Padre nuestro, lo que no ayudaba a calmar sus nervios. Lo que sí ayudó fueron los dos tragos cortos de ron blanco que se tomaron cada una para amenizar las, algo menos de cuatro horas de vuelo que separaban ambos países mientras la morena desempolvaba su idioma natal poco empleado en las calles estadounidenses.


Se despidieron con una bendición en la frente a manos de la mujer y un fuerte abrazo efusivo de parte de ella en aquella amistad fugaz a base de conversación que había durado casi todo el viaje, por parte de ambas, y es que el alcohol aflojó la lengua de Teresa y llenó de rubor sus mejillas. Salió de las primeras, de manera que escapó al baño antes de salir a la terminal de llegadas. Cargada con una única mochila, de equipaje ligero y alma errante, había empacado en un espacio reducido todo lo que necesitaba, además de lo puesto. La bandana roja de Joel decoraba su cabeza, los grandes aros de oro, la cadena que le pertenecía a él y había encontrado tirada en mitad del caos del accidente y un vestido blanco corto que resaltaba la tez oscura adquirida por genética e incrementada por las largas horas al sol. La mujer que le devolvía la vista tras el espejo tenía cierto brillo en los ojos, expectante y nerviosa, se mojó la cara antes de tomar una larga bocanada sin saber muy bien qué era lo que le depararía una vez saliese.
El tumulto de gente seguía presente, no sabía donde ir, ¿un taxi? No tenía alojamiento, no tenía nada, no conocía a nadie. Como siempre hacía se las apañaría sola, pero al parecer sus preocupaciones se disolvieron en la nada. Un hombre le devolvía la mirada de forma directa, sus ojos la traspasaron y ella, indiscreta como siempre, le mantuvo la vista unos segundos antes de descenderlos y ver que en sus manos portaba un cartel con la palabra «Vega» grabada en él. Avanzó a pasos cortos mientras el hombre, que rondaría la sesenta de edad, extendía el brazo entregándole un girasol, ella alargó la mano para cogerlo con mueca de extrañeza evidente y la sonrisa de él, como si la conociese, como si para él no fuese una extraña.

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