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Decadencia y final de los Tercios
Se suele decir que el punto de inflexión de los Tercios es la derrota en la batalla de Rocroi en mayo de 1643. En esta, se enfrentan al ejército francés a manos del joven Luis II de Borbón, de tan solo 21 años y que más tarde se convertiría en príncipe de Condé. Los Tercios estuvieron bajo las órdenes de Francisco de Melo, Capitán General. Esta batalla representa el principio del fin de un ejército convertido en mito, reconocido por todos, y el declive de la hegemonía militar española hasta el momento. Bien es cierto que esta derrota es bastante simbólica: aunque los Tercios no vuelven a recuperar la gloria del pasado, aún mantuvieron su eficacia durante un tiempo, así que otros historiadores apuntan a la batalla de las Dunas en junio de 1658 como el final.
De cualquiera de las formas, a partir de Rocroi la política militar se vuelve defensiva, al contrario a como lo fue en momentos de apogeo, y se suceden una serie de derrotas clave que significan el fin de la hegemonía española. Además, es una derrota que extiende el sentimiento de desánimo que de ninguna forma había caracterizado a los Tercios hasta el momento. Francia logra hacerse con el famoso Camino Español (ruta por tierra que discurre desde el Milanesado a Flandes) gracias a una alianza con el Duque de Saboya. Esto obliga a los españoles a trazar una nueva ruta un poco más al este, pero dura poco tiempo hasta que es incautada por los franceses. Después de esto, existe un último intento vía marítima, pero que se desvanece por la derrota en la batalla de las Dunas, ya mencionada anteriormente.
Las causas del declive son varias, algunas ya explicadas. Aparte de estas, conforme había avanzado el tiempo, no se habían planteado reformas, lo cual visto desde tiempo después, parecían mas que necesarias. Estas se refieren a la estructura o las formas de instrucción, brillantes en su momento, pero que quedaron obsoletas en comparación con las nuevas fórmulas empleadas por otros ejércitos europeos. Además, ya hemos visto como hubo contantes problemas económicos que se acentuaron por la lucha contra el protestantismo y la defensa de los territorios de Flandes e Italia ante las ansias expansionistas de franceses y holandeses. A los problemas económicos de base se le suma el despilfarro de la corte, la ineptitud de monarcas y validos, y la subida de precios de los banqueros y mercenarios europeos de los que dependía el ejército hispánico. Estas cuestiones exprimieron económica y administrativamente a la Corona Española. La primera de ellas, la contrarreforma, gastó dinero del Tesoro Real durante más de 80 años sin resultados. Se suman a estos, problemas de otra índole: muchas bajas en combate, nuevas enfermedades, deserciones… Los mejores soldados mueren y no hay capacidad de reclutar nuevos soldados buenos. El tan complejo y bien organizado hasta el momento aparato de los Tercios se vino abajo con el paso del tiempo. A mediados de siglo XVII la Monarquía Hispánica perdía un territorio tras otro (véanse las consecuencias de la Paz de los Pirineos en 1659, la de Aquisgrán en 1668 y la de Nimega en 1678) y además tenía frentes abiertos con muchas potencias europeas con ejércitos cada vez más modernos y desarrollados.
Fueron muchos problemas combinados, entre ellos la falta de visión política los que permiten que en siglo XVIII desaparezcan los dominios hispánicos europeos, se produzca la pérdida de hegemonía española y con ella la decadencia de los Tercios. Estos quedan disueltos oficialmente con la reforma de Felipe V en 1704. Durante su reinado los sustituye por otro tipo de regimientos según el modelo europeo, aunque curiosamente conservan la vieja bandera de la cruz de San Andrés. Actualmente tanto algunas unidades de la legión como de la marina española portan su nombre e incluso se organizan de la misma forma, el legado de los Tercios sigue muy presente.
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LOS TERCIOS VS. OTROS EJÉRCITOS DE LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. EJÉRCITO HOLANDÉS
La Schutterrij o milicia cívica no formaba parte del ejército, su función principal era proteger a las ciudades de ataques o revueltas que pudiesen originarse, estaban agrupados con relación a un distrito.
Las autoridades holandesas no llegaron a plantear la idea de un ejército voluntario o conscripto organizado, para ellos los mercenarios eran la única opción factible. Los ejércitos mercenarios eran muy caros de mantener por lo que el contribuyente holandés tuvo que hacer frente a grandes pagos, más tarde se desarrolló un sistema de financiación basado en la deuda publica con un sistema de finanzas públicas que atrajo la confianza de los inversores.
El ejército de los Estados heredó la estructura de su comando superior en tiempos de los Habsburgo. Debajo del mando superior hubo algunas primaras posiciones en los primeros años de la existencia del ejército que diferían de la organización posterior, algunos ejemplos de estos casos fueron el general Van de Vivres (general intendente) y el maestro general de artillería o el general de la caballería.
La unidad básica del ejército del estado es la compañía de infantería o de caballería, mandada por un capitán que era asistido por un teniente y un alférez en el caso de la infantería o un corneta en el caso de la caballería.  Las compañías se combinaban en batallones como formaciones de combate a diferencia del tercio del ejército español de Flandes. El batallón era más pequeño que un tercio, pero tenía un complemento proporcionalmente superior de armas de fuego y utilizó diferentes tácticas como resultado de las reformas tácticas de Mauricio.
El reclutamiento de los mercenarios era generalmente desarrollado por empresarios militares, los Estados Generales concluían en capitulaciones en las que se establecían detalles sobre cómo se debía proceder a la búsqueda de los soldados. Durante el transporte, eran alojados y alimentados a cargo del capitán de la compañía. Aunque los Estados Generales preferían el pago directo a los soldados, en la practica este se hacia por medio de la figura del capitán, al final él era un pequeño empresario que poesía la compañía como empresa y con fines de lucro, y corría riesgos financieros. Para proteger sus intereses tenía que asegurarse de que las transferencias de dinero a su compañía pasaran por sus manos, muchas veces esto también se debía a que adelantaba pagos o realizaba préstamos a sus hombres.
Al principio el riesgo financiero hizo que la posesión de capital era un requisito previo informal para convertirse en capitán, más tarde la provisión del capitán fue asumida por los solicitadores militares que avanzaban regularmente el dinero que se debía a la compañía a cambio de un interés fija. De esta forma los hombres recibían algo de la paga regularmente lo que reducía la tendencia a los motines, cosa que no evitó en el ejército español en Flandes.
Al igual que en el ejército español la multinacionalidad de las tropas mercenarias holandesas era algo muy común. Sin embargo, en este caso se debía principalmente a las limitaciones demográficas y geográficas que los Países Bajos presentaban. La República pudo obtener u, gran número de reclutas en Escocia, Inglaterra, el Sacro Imperio Romano Germánico, Francia y más tarde también los cantones protestantes suizos. Los líderes del ejército también explotaron a menudo la rivalidad entre estas naciones para extraer esfuerzos adicionales. Las desventajas de esta política fue que a veces estallaron peleas épicas entre las contingentes en las cuales los ingleses a menudo estaban involucrados.
A menudo se tiene la idea de que la República solo reclutaba protestantes, sin embargo, esta no era una condición necesaria entre los mercenarios, solo los capellanes protestantes tenían acceso al ejército, pero a los católicos se les permitió inscribirse también.
De forma extraordinaria y en casos de emergencia el ejercito podía aumentar y reforzarse por medio de milicias cívicas o mediante la movilización de los waardgelders. De esta forma se organizaban tropas con contratos temporales ya fuera para la protección de las ciudades cuando el ejército de mercenarios estuviera en campaña o en momentos de emergencia que requirieran apoyo al ejército móvil.
Un ejemplo curioso de este poder temporal fue el empleo temporal de un tercio de amotinados españoles de 1602 a 1604. Los amotinados permanecieron formalmente en el servicio español como una formación militar coherente y no eran considerados desertores, pero llegaron a un acuerdo con los holandeses durante el cual se defendieron de los intentos del alto mando español de devolverlos a la obediencia por la fuerza.
Después de las derrotas del ejército holandés a finales del siglo XVII, Guillermo III introdujo una serie de medidas que llevarían al ejército a la revolución militar y como consecuencia a la modernización de este. El gobierno asumió el riesgo comercial de la guerra. Los capitanes perdieron su condición de empresarios y se transformaron en oficiales profesionales en sentido moderno, las perdidas se reponían mucho más rápidamente y esto permitía mantener un mayor estado de preparación. Otras reformas tuvieron carácter imitativo, la superioridad numérica de los ejércitos enemigos les obligaron a imitar reformas logísticas para poder igualar sus fuerzas. A diferencia de los franceses, los holandeses basaron su sistema en el poder económico del capitalismo moderno temprano. Al final de esta reforma en el año 1678 podemos hablar de un verdadero ejército profesional permanente por primera vez.
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LOS TERCIOS VS. OTROS EJÉRCITOS DE LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. EJÉRCITO OTOMANO
El sistema logístico del ejército otomano se basa en tres partes funcionales, el movimiento, la campaña activa y el acuartelamiento de invierno. Las campañas otomanas eran estacionales, generalmente entre finales de marzo y final de septiembre, por lo que tenían que mover grandes cantidades de soldados, caballos y otros animales de carga, siendo la actividad de las regiones fronterizas muy importante durante esta época. El gobierno impulsó un sistema estricto de corredores militares, Kol, para poder mantener esta carga de trabajo y que a la vez fuera eficiente. Tres de ellos estaban en Anatolia y en las provincias del Sur y otros tres en los Balcanes. Alrededor de estos traslados había un sistema muy desarrollado que se encargaba de la organización previa a las campañas militares. Para que el funcionamiento eficiente del sistema fue fundamental el pago regular a los soldados, las buenas cosechas, la ley y el orden, y terminar las campañas rápidamente y antes del fin de la temporada, es por esto por lo que las campañas iraníes siempre supusieron más problemas y dificultades.
Al final de la temporada de campaña el ejército volvía a sus provincias de origen, esto es muy importante especialmente paras los sipahis o para otras unidades provinciales que tenían que ocuparse de sus propiedades, de recolectar impuestos y de proteger sus intereses. El problema surgió cuando como medida para estar preparados a posibles ataques enemigos o para facilitar el inicio de la campaña se empezó a mantener a parte del ejército en cuarteles de invierno cerca de las fronteras como reservas. Esta nueva política creó muchas tensiones dentro de las unidades provinciales retenidas y creó problemas disciplinarios. El acuartelamiento de invierno requería un plan detallado y orden estricto para su implantación y desarrollo. La presencia de fábricas de pólvora, fundiciones de cañones y fuertes gremios de artesanos en las principales áreas de estacionamiento proporcionaron una gran ventaja a los militares otomanos durante su acuartelamiento de invierno.  
Las campañas otomanas se irán haciendo más numerosas según avanza el siglo XVII, y esto aumentó las necesidades logísticas de las mismas. A diferencia con los europeos, los otomanos pudieron reconfigurar su antiguo sistema logístico en un sistema más grande y menos corrupto. Al mismo tiempo, el gran tamaño y la capacidad variada de los recursos del vasto imperio resultó ser una gran ventaja. El promedio de edad del soldado otomano era más alto, consumía menos bienes y se adaptaba más fácilmente a las difíciles condiciones de las batallas que los europeos. De forma general se mantuvieron cualitativa y cuantitativamente superiores a sus contemporáneos debido a mejores raciones, sistemas de suministro más fiables y mejores servicios de sanidad.
Los mayores beneficiados de la transformación militar que sufrió el ejército otomano en el siglo XVII fueron los Jenízaros y los artilleros. Los Jenízaros son el grupo más similar a los tercios, infantería ligera portadora de mosquete que compone la unidad de élite del ejército otomano ya que eran el cuerpo más ideal para el nuevo entorno de batalla. Cada vez más jenízaros fueron entrenados y enviados a las provincias para misiones de vigilancia, los sipahis dejaron de ser eficientes según las necesidades de guerras cambiaron.
Los jenízaros eran reclutados de entre esclavos cristianos porque la ley islámica prohibía hacer esclavos musulmanes, a pesar de ello se les permitía seguir manteniendo contacto con su familia y no podían ser vendidos ni comprados ya que eran posesión del sultán, se crea una “familia de esclavos”. Los más prometedores (ni bizcos, ni altos, ni bajos) eran seleccionados para ser educados en hogares de las familias más poderosas, aprendían otras habilidades como el manejo de armas de fuego o la conducción de carros; el método de recolección fue conocido como el “devsirme”, un impuesto de sangre que se cobraba bajo estrictas normas. El sentimiento de camaradería se forjaba a lo largo de los años y culminaba en la jura de lealtad a sus compañeros, a través de elementos como la sal, el Corán o un sable. Los jenízaros no podían casarse ni tener concubinas con el objetivo de evitar que tuvieran descendencia o distracciones. Presentaban fanática lealtad, luchaban hasta morir en el campo de batalla y no se rendían.
Los éxitos militares que obtuvieron habían producido que este grupo de élite ganara más poder política e influencia que el propio sultán. En el siglo XVI habían acumulado gran cantidad de riqueza, relajado su disciplina militar y permitiéndose su entrada en actividades ajenas a la militar. Los sultanes dejaron de encabezar las batallas y delegaron su mando en los visires. A partir del sultanato de Selim II el “devsirime” dejó de tener importancia y se permitió la incorporación masiva de musulmanes al grupo militar, pasando a ser la unidad más numerosa del ejército. Los jenízaros exigieron concesiones y privilegios al sultán bajo la amenaza de derrocarlo. Esta situación política derivó en corrupción, sobornos e intrigas por parte de aquellos que querían ganarse el favor de la unión militar, esto afectó a la disciplina y a la eficiencia del cuerpo. Ineficiencia en el combate, abuso de poder y de influencia política, indisciplina, ambición e intereses personales hicieron de este cuerpo militar un problema para el sultán y para el ejército otomano. Terminaron siendo suprimidos por parte del sultán Mahmud II en el Incidente Afortunado de 1826.
Los tercios desaparecieron fruto de la degeneración misma del ejército de la monarquía hispánica, como consecuencia de la propia degeneración de la monarquía y de su papel hegemónico en Europa. Mientras que los jenízaros se convirtieron en un poder separado del sultán, y por lo tanto antagónico al gobierno central, en el caso del grupo hispano este se desarrollo como poder centralizado, brazo armado de la monarquía. El fin de los jenízaros surge desde dentro, el fin de los tercios sin embargo tiene causas externas y desemboca en una decadencia progresiva en la que hay que tener en cuenta la crisis económica y demográfica castellana del siglo XVII, la revolución militar en Francia, Holanda e Inglaterra que les hicieron ejércitos más competitivos, o la falta de replanteamiento de una nueva estrategia por parte del ejército español.
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Relaciones sociales en los Tercios
Aunque en los puestos más altos predomine la clase de la nobleza, podemos afirmar, sobre todo pasados los primeros años, que en los Tercios participó gente de contextos muy diferentes, y procedentes de todos los rincones de la península (mayoritariamente Castilla y Andalucía). Dada esta heterogeneidad es normal que hubiera una gran variedad de costumbres y marcos sociales.
Entre soldados, quizás la palabra que mejor describa su relación es la de fraternidad, tanto en momentos de servicio como fuera de él. Este sentimiento se crea en gran parte debido a la propia organización de los Tercios, que impulsa unos lazos mas cercanos en tiempos de descanso al tener un alojamiento conjunto. Así se consigue unidades muy unidas entre sí. Al fin y al cabo, compartían todo, tanto las victorias como las desgracias. Cuando moría uno, era sentido por todos. De hecho, en la correspondencia del momento, era común llamar a sus compañeros “hermanos”, es decir, se consideraba a la unidad una gran familia. Además, era común tener familiares reales combatiendo: No era raro encontrar en las listas tres, cuatro o incluso cinco parientes. Incluso la relación con los oficiales era muy paternal. Esta relación tan cercana tenía límites, por supuesto, como cuando alguien se saltaba las normas y había que imponer una sanción. Mientras esta fuera justa, no había conflicto que rompiera el afecto a las autoridades. Existía además un sentimiento de tremenda fidelidad entre ellos.
Por otro lado, no tan alegre, era el sentimiento común de los soldados que se sentían algo así como “abandonados por su Patria”. Aunque en España se quería participar de las victorias de los Tercios, poco más les propiciaban. Y entre ellos había un extendido sentimiento de incomprensión, de indiferencia con respecto a su sufrimiento. Y no se acusaba de esto jamás al propio rey, pues suponían que él no se encargaba de estas cuestiones, sino que eran los letrados los que tomaban las decisiones al respecto del ejército. Se quejaban del desprecio y olvido por parte de la Corte a pesar de su valentía diaria. A pesar de este ánimo, nunca se rindieron y continuaron luchando fieramente por Dios y su Patria, a la que a menudo añoraban y soñaban con volver a verla.
En sus horas libres, dedicaban su tiempo bien al estudio (por ejemplo, de la cultura griega y latina, que era bien conocida) bien a entrenar y hacer ejercicio, jugar a las carreras de anillas o al ajedrez. Los militares tenían cultura y escribían. En otro orden de las cosas, dedicaban también tiempo a las mujeres y al juego. Estos eran los vicios característicos del ejército. En realidad, es normal que tendieran a centrarse en estas distracciones: estaban lejos de su hogar, a menudo en lugares con condiciones climáticas pésimas, bajos sueldos, y por encima de todo, torturados por el trauma de las batallas.
Hasta aquí hemos visto como los Tercios conforman una micro-sociedad en sí misma, muy bien organizada y unida, técnicamente superior, valiente y dispuesta a morir por sus ideales. En la próxima entrada analizaremos el fin de esta sociedad y los motivos de su decadencia.
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Mentalidad: Disciplina y comportamiento (Parte II)
Estos dos elementos mencionados en el título son, junto los vistos en la entrada anterior son (Dios, el Rey y el Honor) los siempre presentes en la cabeza de un soldado de los Tercios, algo así como los pilares que sostienen su actuación.
Al contrario que ocurre con otros ejércitos, como los valones o los alemanes, los Tercios fueron siempre terriblemente disciplinados, algo clave para obtener la victoria. Pero esta disciplina impecable no es innata, sino que tuvo que ser inculcada con perseverancia con una dura instrucción y mandos muy rigurosos a la hora de ejercer su autoridad. La cuestión es que un acto de indisciplina podía significar en este contexto la pérdida de hombres, así que era esencial reprimirlos. Por ejemplo, en un primer asalto a la ciudad de Haarlem en Flandes: los hombres, guiados por la pasión y seguramente la adrenalina ignoraron una orden de retirada. ¿El resultado? 200 muertos y una de las mayores catástrofes militares de los Tercios.
Si que se registraron motines de soldados, aunque en condiciones excepcionales. Por ejemplo en 1573, tras la sustitución del Duque de Alba por su hijo Don Fadrique, empeoró la situación en distintos aspectos: falta de material, de pagas y de socorros. Así que desde está fecha hasta 1578 debido a la situación económica insoportable se produjeron algunos actos de rebeldía y disturbios. En 1573, después de haber obtenido Haarlem y de haber soportado un terrible invierno, los soldados no habían recibido su paga desde marzo de 1571. En caso de motín, los amotinados se hacían cargo de absolutamente todas las funciones de las autoridades, y seguían formas bastante “democráticas” para el momento. En la mayor parte de los casos la opción más fácil era aceptar las condicione de los amotinados y solucionar el conflicto.
Aunque hay testimonio de que en la vida cotidiana los soldados actuaban como “buenos cristianos”, existen relatos acerca de cómo en ocasiones dejaron rienda suelta a la brutalidad más absoluta: matanzas de poblaciones enteras, saqueos e incendios, familias torturadas, cadáveres en las calles… A esto se le llamó “la Furia Española”, en parte causada por las necesidades económicas, como hemos visto anteriormente. También se producían episodios violentos cuando se producían enfrentamientos pasionales por las “mujeres públicas” (que en realidad eran una herramienta para que los soldados no se casaran y tuvieran ataduras y para evitar la homosexualidad). Aunque había mínimo cuatro por cada 100 hombres, se creaban vínculos pretenciosos de exclusividad que luego causaban enfrentamientos. Al igual que existieron estos episodios violentos y oscuros, también los hubo de nobleza y gran calidad humana: con los prisioneros, en las capitulaciones con ciertas condiciones, con las familias de los fallecidos combatiendo…
Es difícil distinguir entre lo que respondía a órdenes superiores, a la disciplina, a la razón de Estado, la pasión y la sensibilidad humana. Por eso, en situaciones de tanta presión, es normal que se dieran todo tipo de situaciones.
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Mentalidad y vida espiritual de los Tercios (Parte I)
Existen durante el tiempo que duran los Tercios tres ideales que deben tenerse en mente en todo momento, que son: En primer lugar, la moral cristiana y a Dios, después a la Nación y su Rey, y por último, su honor. Según los escritos recogidos de la época, explica René Quatrefages que existen dos corrientes ideológicas: aquellos que luchan por la fe católica y Dios y los que lo hacen por la Nación y el Rey sin olvidar que este último es el instrumento de Dios en el mundo.
Para los primeros formar parte de los Tercios era la forma de expresar su convicción a través del derramamiento de sangre de los herejes. Está muy presente la idea de la predestinación: Dios concede, o no, la salvación en las batallas, y no se puede hacer nada contra eso. La victoria la otorga la voluntad divina. Es decir, hay cierto componente supersticioso. Cabe aquí preguntarse, ¿Dónde queda la fe en Dios en las torturas, los asesinatos de inocentes, los saqueos…? Bueno, en este caso, aparece de nuevo la predestinación, es decir, Dios no lo ha interrumpido o mejor, lo ha permitido. Aunque los oficiales estaban encargados de poner a la disposición de todos un Sacerdote, en la práctica no ocurría muy a menudo, por lo que no asistían a misa ni se confesaban habitualmente los soldados. Consecuentemente, al dejar el ejército muchos pasaban el resto de sus vidas cerca de Iglesias o monasterios cumpliendo sus pecados. En resumen, el mensaje religioso está muy presente en la vida militar y tiene mucha influencia en tanto la forma de pensar como de actuar de los Tercios.
Los segundos tienden más a luchar en nombre de “el Rey, la Nación y la Ley” (sin olvidar tampoco el componente religioso). Como se ha explicado en las anteriores entradas, el Rey es el que proporciona todo lo necesario a los soldados y es quién tiene la última palabra sobre todas las decisiones. Se debe disciplina y honor a esta figura. Tanto por Dios como por el Rey se debía luchar en nombre del bien. Y la espada de cada uno de ellos encarna a ambos, simbolizando la grandeza del Imperio. Entre los pertenecientes a los tercios había un sentimiento nacional, religioso y de honor mucho mayor que entre la población normal española, pero esque ellos tenían en los hombros el peso de llevar a su Nación al primer puesto en el mundo. También por eso se ha observado que a lo largo de los años este ejército nunca se rindió con facilidad, aunque también es verdad que el énfasis o apasionamiento que ponían en combate hicieron que en alguna batalla se saltaran los minuciosos reglamentos que hacían a los Tercios excelentes combatientes.
En conclusión, aunque ahora, desde la perspectiva del Siglo XXI sea difícil entender la fuerza que pueden tener las ideas religiosas, nacionales y sobre todo del honor, hay que entender que en el momento no podía haber mayor honor que morir por Dios y su Majestad.
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LOS TERCIOS VS. OTROS EJÉRCITOS DE LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. EJÉRCITO FRANCÉS (II)
Para poder hacer una comparación con los Tercios, como unidad militar de élite, nos vamos a centrar en La Casa del Rey, un cuerpo de élite dentro del ejército francés que actuaba cuando era requerido y que formaba parte del grupo permanente.
Dentro de este ejército podemos encontrar diferentes unidades militares, la primera es la Guardia de Corps, a su vez subdividida en cuatro, y se encargaban de la protección del rey directamente, vigilaban donde dormía y escoltaban su comida desde la cocina hasta la mesa del rey.  Su armamento fue variando según pasaban los años, en el siglo XVII contaban con pistola, espada y carabinas rayadas o rifles.
Los Jinetes de Guardia estaban comprendidos en dos grupos, los Gendarmes de la Guardia y los Jinetes Ligeros de la Guardia. Su capitán era el propio rey y estaban comandados por un teniente capitán. Su misión era proteger los estandartes reales cuando el rey salía al campo de batalla.
Los Mosqueteros de la Guardia se crearon en 1622 cuando el rey Luis XIII proporcionó a la caballería ligera, carabineros, mosquetes. Luchaban en la batalla a pie y a caballo, es decir formaban parte de la infantería, pero también de la caballería, al mismo tiempo componían la guardia real cuando el rey estaba fuera de palacio. Es una de las unidades militares más prestigiosas en Francia y en principio solo estaba reservada para los nobles franceses.
Los Granaderos a caballo de la Guardia fue fundada por los granaderos de infantería más valientes del ejército. Estaba destinado a ser la crema de las tropas de élite y se encontraría a la cabeza de la Casa del Rey, tanto a pie como a caballo. Estaban armados con pistolas, carabinas y sables curvos, tenían en sus bolsas granadas. Se les exigió usar grandes bigotes negros para que se les viera más temibles y belicosos.
Los Guardias Franceses era el regimiento de infantería de la guardia, reclutada con soldados nativos franceses. Eran una unidad grande, 30 compañías con unos 200 hombres en cada una de ellas. Se les dio preeminencia sobre los Guardias Suizos que también eran parte de la guardia real, estaba formado por soldados suizos con sueldo francés. Eran los encargados de la seguridad del rey dentro de palacio.
La Gendarmería de Francia no estaba técnicamente en la casa del Rey, aunque tenia precedencia después de la caballería de la guardia y no era parte de la caballería de línea ya que dependía directamente del rey. En realidad, era una reserva de la caballería de la guardia.
Las diferencias entre los Tercios como la unidad de élite del ejército de la monarquía hispánica con respecto a la unidad militar de élite del ejército francés son muy significativas. Para empezar las reformas que se dan en el ejército hispano y que permiten la aparición de los tercios son mucho anteriores a las que dan lugar al ejército francés. Mientras que los Tercios tienen un alto contenido heterogéneo en cuanto a la nacionalidad y a la clase social de los participantes, la Casa del Rey estaba destinado a soldados franceses, con la excepción de los Guardias Suizos, y pertenecientes a la nobleza o a las clases sociales más pudientes, esto es algo que se va flexibilizando con el pasar de los años. Por último, me gustaría destacar la finalidad de los dos diferentes grupos militares, mientras que los tercios surgen como apoyo al ejército hispano en las batallas que se dan en las guerras modernas, la Casa del Rey surge como unidad de apoyo y protección de la monarquía en sí y del propio rey, dentro del palacio y fuera del mismo, cuando el monarca acudía a la batalla.
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La vida en los Tercios
Analizar los Tercios como una sociedad independiente es muy interesante: su día a día, condiciones materiales, vida espiritual, formas de socializar, relaciones entre soldados… Por eso en las siguientes entradas se analizará este aspecto, empezando por algunos rasgos generales.
El soldado de los Tercios es visto frecuentemente como un privilegiado puesto que vive con las necesidades básicas cubiertas: alimentación, alojamiento y vestimenta. Su base alimenticia en circunstancias normales se constituía de pan, carne (cabra, vaca), pescado (atún u otro pescado fresco), huevos, vino, aceite y legumbres. En situaciones excepcionales, por ejemplo, mientras estaban embarcados o durante los asedios se restringía la dieta en opciones y tamaño. Aunque es verdad que no había mucha variedad generalmente, cumplía con lo necesario para sobrevivir cómodamente y proporcionaba la energía y calorías necesarias. Los precios de los alimentos no se regían por las leyes de mercado. Las tasas a los vivanderos las ponían los Maestres de Campo.  Si esto no se cumplía, para abaratar los precios se introducían en el mercado los depósitos de aprovisionamiento del Rey.
Lo que si era gratuito eran los alojamientos. Había tres opciones dependiendo de las circunstancias: El alojamiento en casa particular, en fortaleza o de acampada. En casa particular la situación dependía de los medios y la amabilidad del dueño. Solía ser el preferido puesto que para unos soldados acostumbrados a un campamento las condiciones mejoraban indudablemente. En fortaleza o ciudadela las condiciones eran como cualquier cuartel: un comedor, el lecho con sábanas y mantas… Por último, acampar era el menos favorito, sobre todo en aquellas zonas donde la lluvia solía ser constante y se realizaban largas operaciones.
No existía un uniforma como lo concebimos ahora, pero si que se utilizaban prendas determinadas que proporcionaba el rey: un par de zapatos, calzas con medias, dos camisas, el casco para luchar, casaca y un jubón (prenda rígida que cubría el torso). Ni los colores ni las prendas suplementarias de cada soldado eran iguales. Igual que vimos que pasaba con las armas, la ropa también estaba a cargo del usuario.
Por último, respecto al sueldo, cabe decir que no cambió ni nominal ni realmente entre el Siglo XV y el XVII. Consistía en 3 ducados, o lo que es lo mismo 375 maravedís (que permaneció muy estable con respecto a la plata) más posibles pagas extra. En realidad, no es un demasiado alto, además de que los precios subían mientras el salario se mantenía constante, pero precisamente el nivel de vida privilegiado de los infantes no se basaba en el sueldo, sino en otros beneficios que ya hemos mencionado, como el alojamiento gratuito o la exención de impuestos. Los soldados enriquecidos no lo fueron por el sueldo: más bien, o ya lo eran, o encontraron otra fuente de ingresos.
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LOS TERCIOS VS. OTROS EJÉRCITOS DE LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. EJÉRCITO FRANCÉS (I)
Luis XI de Francia fue el primer monarca que tuvo que hacer frente a una serie de desafíos militares que acosarían a las monarquías durante los próximos años. Tuvo que reorganizar las fuerzas y los grupos que habían formado parte del ejército francés durante la Guerra de los 100 años. El reto era mantener a un ejército también durante los momentos en los que la guerra no estuviera sucediendo en ese preciso momento, sobretodo cuando no se podían acudir a medios tradicionales como el saqueo de las ciudades enemigas o vivir en el terreno acondicionado durante la campaña militar. A su vez el rey tuvo que hacer frente a los escándalos que surgieron en el seno de los círculos más cercanos a la corona cuando se conoció su voluntad de hacer al ejército permanente. El principal problema del ejército francés era el poco control que tenia el rey sobre los nobles y cuando éste les llamaba a la movilización tardaban mucho tiempo en reunirse, algunos ni siquiera acudían.
No podemos hablar de un ejército francés completamente moderno hasta la subida al trono de Luis XIV en el año 1661. Hasta ese momento contaban con una fuerza militar compuesta por unos 70.000 soldados, pero altamente desorganizados. El grupo estaba compuesto por mercenarios, unidades de guardia, milicias locales reclutados solo para campañas específicas, pero se disolvía una vez terminada la campaña militar. Intereses externos hicieron a la profesionalización del ejército francés dar saltos hacia atrás en los años siguientes.
Por otra parte, el arma más poderosa del ejército francés era su potente nobleza a caballo que componía las filas de la gendarmería. Uno de los avances más importantes del ejército de la monarquía hispánica, y la base de los Tercios en sí, fue el traslado del foco de una caballería muy pesada típica del medievo a una infantería ligera, que permitía ser más dinámico en el campo de batalla. Y a esto hay que sumar el fuerte desarme que habían sufrido como consecuencia de la guerra contra España y de la Paz de los Pirineos.  
Al enfrentarse el ejercito español, principalmente los Tercios, contra el ejército francés, que era su mayor enemigo, podemos encontrar algunas diferencias principales. La potencia militar de Francia se sustentaba en una caballería pesada bastante sólida, era el elemento constitutivo de la táctica militar que desarrollaron los franceses, esta se basaba en el choque de masas de combatientes compactas. El ejército hispano, por el contrario, disponía de una caballería ligera de procedencia heterogénea y que actuaba como complemento a las tropas de a pie. Para tratar de solventar esta desventaja los Reyes Católicos aumentaron la caballería pesada y distribuyeron a los peones o combatientes a pie en tres secciones, piqueros escudados y armas de tiro. Sin embargo, este planteamiento dio un giro drástico cuando por medio de la evolución militar la infantería se convirtió en fuente de fuerza con carácter autónomo y popular.
La clase dirigente en Francia consideraba que la incapacidad militar del pueblo llano era uno de los fundamentos del orden social, por otra parte, para España, que siempre escaseaba de hombres, el peón supuso un grupo importante dentro del ejército. El predominio de la infantería se apoya en dos fundamentos, la participación armada del pueblo y la creación de una milicia pagada y sometida a una disciplina regularizada. Esto se materializó durante la Edad Media, con la administración formal militar de los ejércitos de España en un sistema plural y multinacional pero regido por el estado, la adopción de la pica larga y la distribución de peones en compañías especializadas. Los tercios surgen en este contexto y son el fruto de los cambios bélicos que se dieron durante este momento. El ejército francés no se adaptó de la misma forma y continuaron basando su potencia militar en los grupos pesados pertenecientes a la nobleza francesa y en un alto número de mercenarios, mantuvieron el concepto de batalla casi feudal.
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LOS TERCIOS VS. OTROS EJÉRCITOS DE LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII. INTRODUCCIÓN
El sistema militar hispánico se desarrolla como respuesta al proceso de reconquista y de las particulares condiciones que este proceso impuso en las campañas militares de los reinos cristianos. Esto provocó que los modelos militares medievales ibéricos presentaran diferencias con respecto a otros ejércitos feudales occidentales, principalmente el uso de una caballería más ligera en comparación con la típica caballería pesada de los ejércitos europeos durante la Edad Media, y el importante papel de las Órdenes Militares que ocuparon un lugar prácticamente inamovible en las estructuras bélicas peninsulares hasta finales del siglo XV.
Es precisamente a finales del siglo XV cuando podemos empezar a observar ciertos cambios en las estructuras de las unidades bélicas del continente, en el caso del modelo militar hispánico tenemos que decir que no parecía responder a un plan anteriormente preconcebido, sino que fue el fruto de las circunstancias que se dieron en las guerras en Granada y Nápoles.
Los requerimientos estratégico-políticos hicieron obligatorio contar con fuerzas profesionales arrendadas. Estos grupos estaban formados por mercenarios militares, bandas de profesionales de la guerra organizadas y mandadas por capitanes propios que provenían de todas partes de Europa. La unión de unidades nacionales y de fuerza mercenaria es el modelo bélico más habitual en la Europa de los siglos XVI y XVII.
Las guerras tendían a ser poco brillantes, principalmente libradas por la infantería que se apoyaba en la artillería y en una caballería ligera. Las batallas eran claramente multinacionales, tanto por las múltiples nacionalidades que componían un solo bando como por la multinacionalidad de la propia fuerza que muchas veces recurrían a pactos y a alianzas en el campo de batalla.
Los tercios ejemplificaban a la perfección el ensamblaje de armas, servicios, soldados y materiales. Oficiales y soldados se formaban alrededor de la guerra hispano-holandesa para copiar y mejorar algunos aspectos del modelo español, llegando incluso a influir en la forma en la que se vería la guerra posteriormente. Sin embargo, estos cambios tardaron en instaurarse en el resto de los ejércitos nacionales de la época debido principalmente a las circunstancias particulares de cada uno de ellos.
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Las armas
Como es evidente, los soldados pertenecientes a los tercios debían portar buenas armas. Era el rey quién las proporcionaba, junto con la munición, pero las pagaba cada uno con su bolsillo. No se permitía el intercambio de armas entre soldados. Opcionalmente, se podía complementar el equipo propio con otras armas diferentes a las que suministraba el rey. El desembolso por parte de los soldados no era inmediato, sino que se permitía la demora para asegurar que todos estuvieran bien armados. Las adquisiciones de material eran continúas, como lo eran las campañas. Normalmente se fabricaban las armas en Milán y se trasladaban, por ejemplo, a Flandes, por el “itinerario español”. Gran parte del éxito de los Tercios reside en las armas que utilizaron y cómo las combinaron de manera eficaz: esto es, combinaron desde comienzos del Siglo XVI las armas blancas (espada y pica) con armas de fuego (el famoso arcabuz y el mosquete).
El primer arma a destacar es la espada, que todos los soldados debían tener. Debía ser buena, cortante y no lo suficientemente larga para impedir desvainarla rápida y cómodamente (esto es, no más de 95 centímetros). Se llevaba fijada por una especia de cinturón, ajustado para mantenerla en su sitio, por encima de la cadera. Los llamados mata-amigos la llevaban un poco más larga para poder obtener ventaja en los duelos. Además de la espada, cada soldado llevaba el arma que le correspondía por su puesto o especialidad. Por ejemplo, la pica, que como explica René Quatrefages fue el arma más noble y solicitada, la “Reina de las armas”. Esta debía medir aproximadamente metro y medio para poder superar en tamaño a las del enemigo. Aunque si que era pesada, permitía una ventaja estratégica en el combate defensivo y demostró ser terriblemente eficaz.
Después de la espada y la pica, es esencial mencionar el arcabuz. Estos contaban con un cañón sobre un afuste (una especie de soporte) reforzado en la parte de la cámara para evitar explosiones o sobrecalentamiento. La carga de pólvora (compuesta por salitre, carbón y azufre) disparaba la bala de plomo. Es curioso que la forma y tamaño de estas balas cambiaba, puesto que cada soldado se fabricaba las suyas. Los soldados debían portar en todo momento un frasco de pólvora de repuesto en su bandolera. Esto en realidad era bastante problemático, ya que a menudo resultaba una cantidad insuficiente, y si no había una reserva colectiva, podía significar la catástrofe en la batalla.
Como se solía decir, un buen arma “es lo que da más honor”. Por eso un ejército profesional y bien equipado fue clave para el gran triunfo de los Tercios en la Edad Moderna. ¡Os dejo a continuación un link donde podéis encontrar imágenes de las armas para acompañar la información de esta entrada!
https://terciosviejos.blogspot.com/2019/11/los-tercios-las-armas.html
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EDAD MODERNA VS. EDAD MEDIA
Los tercios son el perfecto ejemplo de la modernización del ejército durante los siglos XVI y XVII, es fruto de lo que se conoce como revolución militar, aunque de una forma pionera al resto de rivales europeos. El concepto fue expuesto por primera vez por Michael Roberts para explicar el desarrollo del ejercito holandés en su conflicto contra la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII. Años más tarde se ha determinado que Roberts había sido impreciso en el marco cronológico ya que también había que incluir los avances del ejército de la Monarquía Hispánica a comienzos del siglo XVI.
La primera vez que podemos observar la palabra “tercios” para designar a las tropas de infantería del ejército de la monarquía hispánica es en el año 1536 en la Ordenanza de Génova, desarrollada por Carlos V. Los tercios no son un producto de la Edad Moderna, no surgen de un día para otro, no se generan de forma espontánea, sino que la unidad militar resulta de la adaptación y las medidas que se toman a lo largo de los años. Podemos situar el inicio de la gestación del proyecto en la frontera entre la Edad Media y la Edad Moderna, por lo que podemos decir que los tercios fueron diseñados y estructurados a finales del medievo, aunque adquirirán fuerza e importancia en los dos siguientes siglos.
La guerra de Granada sirvió al ejército de la Monarquía Hispánica para comenzar a convertirse en moderno, proceso que seria perfeccionado durante las dos guerras de Nápoles. La expedición del Gran Capitán en 1504 ya reunía ciertas características que se observarán en los tercios futuros, un contingente permanente, estatal, profesional, con administración propia, y donde los títulos nobiliarios quedaron eclipsados. Se hizo uso de las primeras armas de fuego y supieron enfrentarse a la caballería pesada del enemigo, siendo esta el arma de guerra más utilizada y significativa de la Edad Media.
La revolución militar que supone el cambio entre el ejército durante la Edad Media y el ejército durante la Edad Moderna se fundamenta en tres cambios básicos que definirán la guerra en este periodo. El primero es la sustitución de la caballería pesada por la infantería como el elemento central, el segundo es la introducción de armas de fuego y el tercero es el aumento del tamaño de los ejércitos. Otro componente que también influye es el tiempo, ya que se tiende a buscar campañas más lentas para poder obtener resultados verdaderamente definitivos, ya no hablamos de una sucesión de asedios con resultados momentáneos e indecisos, sino que hablamos de victorias y derrotas con una gran magnitud.
Los nuevos ejércitos están marcados por un nuevo interés, los recién creados estados modernos requieren ejércitos que defiendan sus intereses, basan la defensa de los intereses de la corona y del estado en un ejército permanente, profesionalizado y centralizado. A su vez, sirve para aumentar el poder de la monarquía y del rey en detrimento del poder de otros estamentos, en este caso de la nobleza.
La profesionalización del ejército se debe fundamentalmente a que las tropas reclutadas a corto plazo eran muy poco eficaces en los nuevos contextos bélicos y a que los esfuerzos que supone la preparación de los soldados y los costes de los entrenamientos, armas y técnicas solo tendrían sentido si una vez realizado la formación esos hombres seguían al servicio de la corona en lugar de volver a sus casas.
La modernización del ejército deriva en un aumento del coste de la guerra, hecho al que tendrán que hacer frente y que supone el mayor problema de las monarquías de la época. Pero también este coste se traslada hacia la corona, mientras que en los ejércitos feudales los costes dependían en su basta mayoría de otros sectores sociales, el oficio de la nobleza era la guerra y las armas. Por eso podemos observar como el poder militar moderno pasa a ser un poder focalizado en la corona, es decir en los intereses del estado que deja de depender de la nobleza para poder defenderse.
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LOS TERCIOS VS. LA LEGIÓN ROMANA
Existe la creencia generalizada de que los Tercios fueron el resultado de la adaptación de la legión romana a tiempos modernos dentro del Ejército de la monarquía hispánica. Es más, se les conoce hoy en día como las “Legiones romanas de la Monarquía Hispánica”. No solo se recuperó la importancia de la infantería y de la profesionalización de los soldados que en otros tiempos había servido a Roma para conseguir el control del área Mediterránea, sino que esto le sirvió para superar a la propia legión en su expansión militar. 
La relación de las dos unidades militares es innegable, principalmente por el uso de la infantería en el campo de batalla. Sin embargo, si profundizamos en aspectos más técnicos y los comparamos podemos encontrar algunas diferencias significativas. Sancho de Londoño, maestre de campo del tercio de Lombardía en un tratado que se publica en Bruselas a fecha de 1589 dijo “A imitación de las legiones romanas son lo que nosotros llamamos tercios, aunque difieren mucho en el número, en el orden y en todo lo demás”. 
Para poder hacer esta comparación es necesario delimitar qué es lo que estamos comparando, ya que no podemos relacionar una unidad militar con todo un ejército, por eso debemos referirnos al ejército profesional que surge a partir del emperador Augusto. 
La primera diferencia que queremos recalcar está relacionada con el grado de complejidad técnica que adquirieron los tercios con relación a las tropas macedónicas de Alejandro Magno, que basaron su modo operativo en el uso de las picas. Los tercios son conocidos por el uso de picas en batalla, pero consiguieron dotar de versatilidad que dio las armas de fuego a los diferentes grupos de combatientes. 
Mientras que los romanos dejaban a sus soldados más curtidos como último recurso, es decir, eran los últimos en entrar en batalla y enfrentaban a los soldados más inexpertos o auxiliares en primer lugar, los tercios “viejos” se encontraban a la vanguardia del combate ya que se dudaba de la fiabilidad del valor combativo de las tropas mercenarias, que se situaban por detrás. 
Alistarse en el ejército romano suponía una buena forma de ganarse la vida, los soldados aprendían un oficio, la paga era regular, estaban alimentados y llevaban una vida mejor que cualquier otro campesino durante la Edad Antigua. Además, al final de la vida en el servicio que solía durar unos veinte años se les otorgaba un pedazo de tierra para que pudieran cultivarlo y mantenerlo. 
En los tercios se entraba como voluntario y se salía de la misma forma en la que se había entrado, los soldados pasaban verdaderas miserias y calamidades en el frente, las razones por las que aguantaban estas condiciones se basaban en el concepto del honor personal y de la camaradería con el resto de los compañeros de armas. Muchos de ellos se alistaron porque no sabían hacer otra cosa en la vida, no en sí porque les fuera a proporcionar una mejor vida sino porque era la única forma de subsistencia que conocían. 
Debido, precisamente, a lo anteriormente expuesto los motines fueron algo mucho más común entre los tercios que en el ejercito romano, las penurias económicas que sufrían ellos y que a su vez vivía la monarquía de los Habsburgo los normalizaron. 
Puede que la diferencia más significativa sea que los tercios no fueron unidades de combate propiamente dicho como fue la legión romana, eran unidades de logística, proporcionando a las tropas de los Habsburgo muchas más posibilidades de ataque. 
Por último, hay que destacar un elemento que fue indispensable para el éxito militar de los tercios. El sistema de ascensos estaba basado en el mérito en las armas, a lo largo de los años un soldado primerizo podría pasar a ser sargento, alférez o capitán. Gracias a este tipo de oficialidad basada en curtir a los soldados en miles de batallas se evitaban derrotas como algunas de las que vivió el ejército romano fruto de la inexperiencia de los mandos de la legión. 
Las legiones de Roma sirvieron sin duda como la inspiración de los tercios españoles, sobretodo en el plano espiritual y moral, esto sirvió como fuente de legitimación, el ser la unidad heredera de uno de los mayores ejércitos de la historia dota de seguridad y de prestigio al cuerpo militar. Es claro que tienen un lazo de conexión entre ambas, pero no podemos decir que en la práctica fueran unidades militares completamente equivalentes, porque los tercios sufrieron un desarrollo más extenso, tal vez necesario para la época en la que surgen. 
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Creo que la forma más sencilla de entender la jerarquía es a través de estas tablas que hemos compuesto. De todas formas, vamos a subir una imagen en la próxima entrada de un organigrama para que se entienda mejor.
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El reclutamiento
El primer paso para formar un ejército es, sin duda, el reclutamiento de miembros capaces y comprometidos. El sistema de reclutamiento de los Tercios surge tiempo antes de que estos surjan oficialmente. Es un sistema de selección difícil, ya que se ve afectado por un intenso juego de influencias que entorpece la selección “de los mejores”.
En el momento en el que el rey necesita nuevos soldados, funciona así: este escoge un capitán, que puede ser nuevo o no en su cargo, encargado de formar nuevas compañías. Es importante mencionar que el proceso se complica, también, porque no había tantos hombres cualificados para el empleo. Los candidatos (“pretendientes”) son normalmente miembros de la Corte. Cuando se anuncia que se va a proceder a un nuevo reclutamiento, los hombres preparados para ello se trasladaban a la Corte y ahí presentar ante en Consejo de Guerra sus hojas de servicios y méritos, algo así como un historial militar. De hecho, es curiosos que cuando se iba a realizar un reclutamiento se intentaba mantenerlo en el máximo secreto posible porque, si no, se producía un caos momentáneo en la Corte. Así se podía hacer la selección más tranquilamente y evitar resentimientos una vez terminada. A veces eran los propios altos mandos del ejército los que proponían candidatos.
El documento que acreditaba la entrada en los Tercios era la conducta, concedida por el rey. Esta se solicitaba a la Corte mostrando la hoja de servicios, y normalmente acompañada de una recomendación. Durante toda la existencia de los Tercios se usa la misma redacción que en las primeras conductas emitidas por Carlos V entre 1534 y 1537.
Se precisa siempre que cualidades han de tener los reclutados: ni personas muy mayores ni menores de 20 años, ni mancos… En general personas incapaces de realizar el trabajo. Si estas fueran reclutadas, no serían pagadas. Había preferencia por aquellos que ya estuviesen armados. Una vez seleccionados, se les reunía para una revisión y se les pagaba una cantidad a cada uno. A partir de este momento, se era muy estricto tanto con el comportamiento como con los constantes informes acerca de las fechas de partida y del destino de la tropa recién reclutada.
El compromiso que se adquiere para luchar en los tercios es voluntario, salvo en el caso excepcional de determinados prisioneros. La antigua tradición que obligaba a los nobles a servir al rey en la guerra, se convierte en voluntaria. Las posibilidades de reclutamiento normalmente eran satisfactoria, hasta el momento en el que las presiones empezaron a hacer su parte.
El contrato firmado no tenía límite temporal: o el soldado dejaba el ejército o viceversa. Dicho contrato no se hacía efectivo hasta que les hubiera pasado la revista en la nueva compañía, cuando quedaban a total disposición del rey. El capitán era el encargado de asegurarse del bienestar de los hombres reclutados y proveerlos del material necesario para su supervivencia (vestuario, alimentación, alojamiento…) Eran los veedores los que, en nombre del Rey, debían verificar la calidad de los reclutados, y aceptaros o rechazarlos. Los aceptados y no equipados recibían un sueldo en concepto de anticipo, para que pudieran completar con nuevos materiales.
Inmediatamente después, la compañía formada debía partir al lugar de destino, sea este Flandes o Italia. Se ve como este proceso es bastante meticuloso, sigue procesos marcados y con profesionales al mando. Sin embargo, sería muy atrevido decir que no tenía fallos. Marcos de Isaba, combatiente de la época, escribió una obra relacionada con esto, Cuerpo enfermo de la milicia española, en 1594. Explica como había oficiales no capacitados para la selección, y recomienda que sean solo los Capitanes Generales los que la hagan, y sea su decisión ratificada por el rey. Escribe, cita con la que termina esta entrada, también sobre los tiempos de ascenso en el ejército:
"Hagamos y criemos de nuevo un soldado, el tiempo que ha de tener cuando comenzare, cuánto ha de ser obediente en tal nombre, cuánto ha de ser cabo de escuadra, sargento, alférez y qué edad ha de entrar para ser capitán y puesto en esto corra los grados y términos que es justo en la milicia tengan su fuerza y lugar y sea de esta manera."
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El origen de los Tercios
“La historia de las naciones es la historia de sus ejércitos”. Esta cita del almirante Jurien de la Gravière ilustra perfectamente como si miramos la España del 1700, nos invade una profunda desazón. Un país sin ejército, dependiente de mercenarios e indefensa. Refiriéndose a este momento, Cánovas del Castillo escribe: “No pudo España formar nada parecido a un ejército en aquella época, limitándose los viejos tercios a un modesto papel de auxiliares de alemanes y holandeses.” Se ve claro como la decadencia de la Monarquía Hispánica va acompañada de la decadencia de los Tercios, y por ende, la importancia de un ejército bien organizado en este momento de la historia.
Esta nueva organización militar empieza a desarrollarse poco a poco a partir de 1495. En la primera expedición a Italia se encuentra al mando Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, al que se le atribuye el hecho de haber introducido una serie de reformas que convertirían los tercios en una máquina imparable. Él es el que organiza la infantería en unidades divididas en 12 compañías con un capitán al frente de cada una de ellas. Otros autores, como el experto René Quatrefages atribuye el origen a los Reyes Católicos, y como estos deciden adaptar el modelo suizo de piqueros a su ejército. Tampoco hay que olvidar que los reinos cristianos de España llevaban en el momento 800 años combatiendo, sobreviviendo gracias a la guerra y luchando por la fe cristiana. Esta es la energía que se transmite en los escritos de la época.
En 1497 los Reyes Católicos dictan una ordenanza dirigida a la gente de la guerra española. Dice lo siguiente: “Repartiéronse los peones en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las trían, que llamaron picas; y el otro tenía el nombre de antiguos escudados; y el otro; de ballesteros y espingarderos”. Tanto esta ordenanza como la de 1504 son el supuesto germen de los tercios. Desde este momento ya se introducen dos terceras partes de piqueras y una tercera de arcabuceros. De hecho, es Gonzalo Fernández de Córdoba el que impulsa de forma importante la utilización del arcabuz, que hasta entonces no había tenido demasiado uso, y demuestra que combinándolo con las picas, es extremadamente eficaz en combate. También es él el que comprende la necesidad de libertad de movimientos de las tropas y la explotación del terreno. Esto constituye sin lugar a duda la base de los ejércitos modernos que vendrán después.
En 1510 ya se ha definido la organización de las tropas, que resumidamente funcionan así: El capitán es responsable de la compañía; y este cuenta con un sargento y un alférez o teniente que lo asistan. En 1520 solo los Tercios de entre todos los otros ejércitos europeos (incluso el francés o inglés) cuentan con arcabuceros. Para finales de la década, ya se han sustituido por complemento la espingarda por el arcabuz.
En 1529, Carlos V, tras su coronación como emperador del Sacro Imperio, es cuando supuestamente se decide a crear oficialmente los tercios: Quería un ejército permanente para poder combatir en todos los frentes abiertos. Sin embargo, hasta 1536 en las Ordenanzas de Génova no existe documentación en la que aparezca la palabra Tercio: En este documento están escritas las normas y disposiciones que organizan los ejércitos de Carlos en los territorios italianos. A estos primeros Tercios en Nápoles, Sicilia y Lombardía se les llama Tercios Viejos, por ser justo los más antiguos. Los siguientes en crearse son los de Málaga y Jaén. Se establece en las ordenanzas que debe haber cuatro Maestros de Campo que ostentan el mando de la infantería, a pesar de que el cargo existía desde 1510. Se informa acerca de la organización de los arcabuceros y de los soldados (cómo y por cuantos se componen las compañías). Resulta curioso que se de preferencia en la gran mayoría de puestos a los soldados nacionales (en la española, españoles y en la italiana, italianos) seguramente para evitar errores de comunicación. En definitiva, se concretan todo tipo de detalles acerca de los cargos y sus funciones y de la artillería a utilizar.
En definitiva, a partir de 1536 quedan definitivamente organizados los Tercios, aunque esto es tan solo el resultado de reformas poco a poco introducidas desde el inicio del siglo XVI. Se convertirán en una terrible máquina de guerra que perdura hasta la reforma del ejército introducida por Felipe V, que adopta otro modelo. Finalizan los tercios como tan, pero los ejércitos españoles aún viven momentos de gloria en el Siglo XVIII.
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