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LOS DIOSES LOS PREFIEREN JÓVENES
¿Pensó usted alguna vez en cómo suicidarse? ¿Tuvo la capacidad de imaginar cómo hacerlo? ¿Pensó cual sería la mayor probabilidad de éxito?
Piense en aquellos suicidas que se arrojan a volar y terminan ensuciando todo el piso, molestando a los vecinos y transeúntes ocasionales con vísceras y huesos rotos. Piense en los que, por el contrario, lo resuelven con un balazo en privado y se quedan postrados en el piso con la postura más incómoda. Qué inconveniente estar muerto y encima tener que soportar que el cuerpo esté encorvado. Ni hablar de estar colgado quizás horas y que empiecen a hormiguear las extremidades. También vale traer a colación a quienes se pierden en el mar para convertirse en la eterna línea de caca de un cardumen que andaba de pasada.
Sin dudas que la existencia duele. Abandonarla, sin embargo, podría no ser tan inoportuno. Las píldoras letales son cápsulas de cianuro y son tan pequeñas como un grano de arroz. El usuario debe resquebrajarla con los dientes previamente a su digestión para liberar el veneno, que le causar�� muerte cerebral en minutos y la detención de su corazón poco después. La medicina moderna pudo adaptar la muerte a un blíster.
Según dicen quienes murieron a causa de envenenamiento por cianuro de potasio, la sensación que se experimenta es de quemazón interna y ahogo. En el último tramo las pulsaciones se vuelven lentas e irregulares. La temperatura baja, los labios, la cara y las extremidades se tornan azuladas. Los muertos caen en coma y mueren.
¿No sintió acaso, mientras leía, que ésta es la peor manera de morir?
Al humano solo le queda la muerte. El cuerpo se pudre todos los días un poco más. Nuestro tiempo está contado. Pero al quitarle el drama a tener que morir, esta actividad se vuelve aburrida.
Existía en el universo homérico la bella muerte. Allá por la antigüedad, las personas (varones) configuraban su sentido de individualidad a partir del otro, se basaban en la opinión pública para generar identidad.
Para los hombres en la plenitud de su naturaleza viril, tan varoniles como valientes, morir en combate en la flor de su vida confiere al guerrero difunto cierto conjunto de cualidades de hombre valeroso y osado.
Así, esa ‘gloria imperecedera’ le llegó a Héctor, que se detiene por unos instantes frente a Aquiles. Es consciente de que pronto va a morir. Atenea ya se la jugó; los demás dioses lo abandonaron. Pero, aunque ahora vencer o sobrevivir no esté en sus manos, sólo de él depende el cumplimiento de eso que exige su condición de héroe: convertir esa carga común a todas las criaturas mortales en un bien que le sea exclusivo y cuyo brillo le pertenezca para siempre.
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