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Un gato en un piso vacío, de Wislawa Szymborska
UN GATO EN UN PISO VACÍO Morir, eso no se le hace a un gato. Porque qué puede hacer un gato en un piso vacío. Trepar por las paredes. Restregarse entre los muebles. Parece que nada ha cambiado y, sin embargo, ha cambiado. Que nada se ha movido, pero está descolocado. Y por la noche la lámpara ya no se enciende. Se oyen pasos en la escalera, pero no son ésos. La mano que pone el pescado en el plato tampoco es aquella que lo ponía. Hay algo aquí que no empieza a la hora de siempre. Hay algo que no ocurre como debería. Aquí había alguien que estaba y estaba, que de repente se fue e insistentemente no está. Se ha buscado en todos los armarios. Se ha recorrido la estantería. Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado. Incluso se ha roto la prohibición y se han desparramado los papeles. Qué más se puede hacer. Dormir y esperar. Ya verá cuando regrese, ya verá cuando aparezca. Se va a enterar de que eso no se le puede hacer a un gato. Irá hacia él como si no quisiera, despacito, con las patas muy ofendidas. Y nada de saltos ni maullidos al principio. Wisława Szymborska
Traducción: Abel A.Murcia Soriano
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Un nuevo lenguaje: el lenguaje, de Krzystof Koehler
[Un nuevo lenguaje: el lenguaje]
Un nuevo lenguaje: el lenguaje
del mosquito en la oreja.
Lenguaje de los perros
atacando la oscuridad.
Lenguaje de motores en la noche;
el lenguaje de la brizna helada.
Un nuevo lenguaje. El lenguaje
de una canción bajo la negrura
y las estrellas. El lenguaje
de las pequeñas mariposas, los grillos
y la lamentación
por una tierra que nunca refresca.
El lenguaje de la vida.
La voz de la duda y el acuerdo.
Nada más, nada
menos. La oración del agua que riega
áridos desiertos.
Krzystof Koehler
(Polonia, 1963)
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Agente secreto, de Tonnys Oosterhof
Agente secreto
Cuidé hasta el último detalle: el alias,
el hotel donde nadie nos buscaría.
Sus músculos, su cuerpo pequeño y taciturno,
sus suaves y morenas plantas fueron mi delirio.
La calma con la que él hizo lo que hizo
para forzar mi confesión.
Asombro, cocteles fríos, bambú, falsas esperanzas:
era un maestro en tercer grado.
Al irme, yo había ya testificado cuando quiso.
Yo había matado, traicionado, mentido
le dije más de lo que alguna vez alguien le dijo
y estuve de acuerdo: nuestro encuentro nunca sucedió.
Tonnus Oosterhof
(Holanda, 1953)
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El espectro de la rosa, de Julio Cabrales
El espectro de la rosa Fue en Madrid, en la Calle Altamirano donde compré por una peseta un sucio librito de bolsillo que trataba sobre la vida de Nijinsky. Vatzlav Nijinsky no tuvo estrella pero nuestra imaginación hace sonar las campanas del Kremlin y cabecear las palomas de la plaza de San Marcos en Venecia y hacerlas espantar en desordenado vuelo. Es decir, todo hombre tiene su estrella tal vez la de David o la de Cristo o la del Horóscopo. Vatzlav desde pequeño bailó -el retrato vivo de la época azul y rosa de Picasso- bailaba junto con su madre por dinero ya Quevedo lo dijo, ya nuestros indios lo sabían, Pound en el canto XLV cristianamente dijo “Bienaventurados los pobres de espíritu”, y así Vatzlav bailaba junto a su madre por dinero. A los 16 años entró a la Escuela Imperial de Danza en San Petersburgo. era un potrillo alado, sus muslos se curvaban sobre sus rodillas como el cuello de los potros en el abrevadero. EL CHINO le decían por sus ojos rasgados. Rodeado de espejos que son los que nos descubren nuestras virtudes y vicios del rostro y del cuerpo�� y del ALMA!, frente ellos bailaba poniendo el pie de plano y como catapulta suspendiendo la frágil cintura de una mujer, el pie inclinado y frenado el impulso por los dedos o como un gimnasta y de salto en salto como un cervatillo de la sala de estudio al escenario, bajo los focos, sobre la música, por las ovaciones, en el circo. los prismáticos como cangrejos de señoras gordas olorosas ataviadas de collares y señoritas pálidas y doncellas bellísimas se preguntaban “¿quién es, quién es?” frunciendo la nariz o con los ojos luminosos. Vatzlav hacía palidecer a las primas bailarinas, es decir, bailaba muy bien, era el sol. En el entrechat royal a dix entrecruzaba diez veces los pies antes de tocar el suelo. En las tertulias oía hablar por primera vez de Monet Renoir Rodin Debussy Mallarmé y allí estaba Diaghilev que era una fiera, elegante el hijueputa haciéndole dar importancia a sus palabras disimuladamente y formaba ruedas y a saber que cosas decía, total que hizo amistad con Nijinsky y fue su maestro, protector y apoderado; le fue moldeando el gusto a su gusto: (No sé hasta donde el hombre por su temperamento escoge) el olvido de las mujeres, el olvido de los tragos, el olvido de la sangre. Nijinsky era una mina. Y Vatzlav hacía y ejecutaba con la fidelidad de un perro. Iba y venía con él, después de cada ensayo, de cada viaje. La monstruosa influencia del maestro. El pobre no sabía: esto es bueno, esto es malo, estaba aún en el paraíso de la idiotez! por eso vino Cristo Maestro de Maestros, (no sé hasta donde lo fue Sócrates) Vatzlav era en una palabra: ¡PENDEJO! Y cuando en París se presentó el 1 de Mayo de 1909: había llovido esa noche y las luces del teatro Chatelet rielaban en las calles nocturnas y en las vitrinas se miraban los programas y dibujos de Cocteau. En París se decía que Serguei tenía secuestrado a Vatzlav -el pueblo y el chisme son una misma cosa- Serguei, es cierto, lo amaba por ambición. Esa noche se interpretaba El Espectro de la Rosa, la mejor composición de Fodín inspirada en un poema de Gautier (inspiración de inspiraciones etc.). Je suis le spectre de la rose que tu portais hier au bal Soy el espectro de la rosa que ayer llevaste al baile. Y no había entonces más amor que para su danza y de un salto cruzaba el escenario desapareciendo como un fantasma. Y Cocteau hurgaba el camerino de Vatzlav y éste le decía: Je ne suis pas un sauter Je suis un artiste Yo no soy un acróbata Soy un artista. Pero era un esclavo, es un oficio duro, ya Cardenal lo decía en su poema a Marilyn Monroe: tras el telón hay más tragedia que la que se representa. Mientras unos van al bar, mientras otros fuman y se cuentan chistes, mientras aquellos van a la mar un fin de semana y esos a cazar y otros a pescar al cine al lupanar al NIGHT CLUB o de mañanita un domingo a misa, mientras unos están enamorados y otros enamorados de sí mismos, mientras el río, mientras el mar, mientras los astros, mientras los automóviles!, mientras la vida, Vatzlav estaba allí, esclavo, ¡coño! Diaghilev allí sin hacer nada por el pobre muchacho. Las aves construyen sus nidos. Los castores su presas. Las hormigas sus hoyos. Maeterlinck! Thoreau! Walt Disney! Más trarde Nijinsky fue a Suramérica y esto le dolió a Diaghilev y más le dolió cuando se casó con Rómola (una compañera del ballet) entonces intervino la economía, la economía es un mago saca conejos de los sombreros pero a la mejor mona se le cae el zapote y Nijinsky no tenía escenario pero tenía una mujer, es decir, para mí una mujer lo es todo si no pregúntenselo a Coronel. Y cuando volvió Nijinsky la argolla de Diaghilev le echó en cara: “Por ahora vuestra creación será un hijo El Espectro de la Rosa ha optado por ser padre. Qué cosa más antipática es un alumbramiento.” Y Nijinsky: “Vosotros habíais admirado siempre la hermosa entrada del Espectro de la Rosa.” no sabían lo que decían, no sabían que “el hijo es muerte, ¡Ay! Es muerte, digo –pasión de la esperanza-“. Serguei Diaghilev hizo como si lo ignorase pero por dentro un fuego le consumía. A Nijinsky la guerra europea lo sorprendió en Hungría como siempre la guerra nos sorprende aunque la esperemos siempre nos sorprenden los dientes de la rata peluda de la guerra, es decir, de la muerte. Allí permanecío un tiempo inventando, imaginando como hacen los artistas, una y otra forma: la naturaleza, el viento, pájaros! Un sistema de notación de la danza como el de las partituras. Y amando a Rómola como el primer hombre y como el último, compartiendo todo como su fruto: KYRA, una niña. Y cuando la suerte cambió porque a veces los golpes de la suerte son tan fuertes. Qué se yo! Y fue a Nueva York. Y cuando volvió a Madrid en el vestíbulo del hotel Ritz Diaghilev lo abrazó apasionadamente: Vatzlav, draga moi kak tui pajivayeski le dijo. Más tarde en Saint Moritz se le acercaron círculos, colores redondos, cada vez más intensos: el negro con el amarillo, el rojo con el blanco. Palomas blancas cruzaban la noche. Vientos extraños encendían fuegos en el bosque. Lo negro danzaba en la sombra. Lo rojo en la sangre. Se le acercaron cuadros, colores cuadrados. Escenas, chispazos, aletargamientos. El alejamiento de una estrella en la noche. Decía: Como cuando se apaga el televisor. Quiero mostrar a la vez la belleza y el poder destructor del amor. Y componía figuras: Mariposas fantásticas con cabeza de él dignas de Rorschach y los psicoanalistas, extrañas arañas que evocaban a Diaghilev ESE ES SERGUEI señalaba con el dedo y bajaba al pequeño pueblo con una gran cruz dorada en el pecho y detenía Y preguntaba al que encontraba si había celebrado el Santo Sacrificio de la Misa. Lo mismo que Federico Nietzsche estaba celoso de Cristo. Nijinsky estaba enfermo y bailaba, seguía bailando sobre dos pedazos de terciopelo que formaban una cruz y extendía los brazos diciendo: ahora os bailaré la guerra; sus sufrimientos, sus distracciones, sus muertes. La guerra que no habéis impedido y de la cual habréis de responder. Y bailó como nunca, como un trompo trasladánsdose, como una garza en un pie girando, como un torbellino, como un remolino, como las hélices de un avión que hace suspender la gravitación de la masa, como las aspas de un molino que hace triturar la harina del hambre o los suenños de Cervantes. Girando como gira la esfera de la Tierra, con su corazón, con su sangre recordando la escena de Petruschka -la marioneta tratando de escapar a su destino-. Un día Sergue Diaghilev fue a verle e impresionado y como en broma le dijo: pero hombre, Vatzlav, eres un holgazán! Te necesito, es necesario que bailes para el ballet ruso, para mí. No puedo, le dijo, porque estoy LOCO. Diaghilev le dio la espalda y se echó a llorar: qué debo hacer. Es culpa mía. Rómola recordaba sus palabras al ser internado: Valor femka! No pierdas la esperanza. Dios existe. No es el primero ni el último que lo afirma o lo niega sin haber visto su Rostro. Mientras el fantasma de Nijinsky Ladies & gentleman Y el fantasma que va a ser de ti está entre nosotros. Buenas noches! Julio Cabrales (Nació en Managua, Nicaragua, en 1944 y es hijo del poeta Luis Alberto Cabrales, uno de los iniciadores del grupo "Vanguardia". A los 16 años publicó sus primeros poemas en La prensa Literaria y desde entonces ha escrito mucha poesía y ha publicado bastante en revistas nacionales y extranjeras. Tiene algunas de sus producciones publicadas en separatas de revistas pero hasta la vez no ha publicado ningún libro a pesar de la abundancia y calidad de su obra. Vivió un tiempo en españa; ahora estudia Humanidades en Managua.)
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La eternidad, de Dulce María González
La eternidad Sucedió en la casa de la selva junto a los arcos del corredor donde se bebe horchata frente al abierto zaguán el zorro ocultó sus ojos tras el oleaje de tules y ahí la niña se detuvo el aire corría entre sus piernas azotaba las gasas de su vestido la llamaron a gritos desde la cocina y el viento elevó una sábana al fondo del patio. Dulce María González En Lo perdido (Vaso Roto Ediciones, 2014)
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Dos poemas de Sharon Olds
Cangrejo
Cuando como cangrejo, la rosada pinza resistente resbala por mi lengua Pienso en mi madre. Había conducido hasta la orilla de la Bahía, una mujer diminuta en un auto enorme, había pedido al cangrejero que lo partiera por ella. Había aguantado la espera mientras los alicates rompían esos hogares calcáreos, rojo salvaje y con nudos, esas articulaciones de cartílago, el pobre tejado del lomo. Yo había vuelto a casa, la había encontrado ante la mesa, desalojando con cuidado los pedazos, dejando el caparazón feroz a un lado, el cuerpo suave al otro. Ella nos dio un montón, porque nos gustaba tanto, entonces había siempre suficiente, un montículo de cangrejo como una cruza entre la leche materna y la carne. El lomo hasta tenía la forma de un perfecto seno en ruinas, escamas erguidas y blancas como la carne de un crisantemo, pero la mejor parte era la pinza, ella la había abierto tan lentamente que la extremidad estaba intacta, bulbo colorado para el tacto; era tan placentero comer con facilidad aquella arma, hundir su pulpa curva y suave entre el paladar y la lengua. Ella amaba alimentarnos y todo lo que nos daba era fresco, estaba dispuesta a empuñar caparazón, membrana, tallo, ir muy cerca de la suciedad y la sal para nutrirnos, del modo en que se acercó a nuestro padre para darnos la vida. Miro atrás y nos veo chorreando ante la mesa, comiendo, su hilera de hambrientos rosados, la fuente de impecables pinzas cojas, miro aún más atrás y la veo en la cocina, despellejando carne, sus manos pequeñas, crispadas. Ella es como un águila pescadora, salvaje, desgarrando la carne con destreza, cumpliendo su vida de miedo y deseo.
Los límites
Decir que ella vino a mí desde otro mundo, no sería verdad. Nada llega al universo y nada lo deja. Mi madre, quiero decir mi hija, no entró en mí. Comenzó a existir en mi interior. Me apareció dentro. Y mi madre no entró en mí. Cuando se inclinaba sobre mí para rezar, siempre era ferozmente amable, exigente en su exigencia puritana, pero la barrera de mi piel falló, la barrera de mi cuerpo falló, la barrera de mi espíritu. Ella despertó, ella imantó mi piel, yo quería complacerla, ardiente, le hubiera dicho lo que quisiera oír, como si fuera suya. La atendí con gusto, y entonces me volví como ella, feroz en busca de mí. Cuando mi hija estaba en mí, sentía que portaba un alma. Pero eso nació con ella. Cuando una noche lloró con un llanto tan puro, dije te cuidaré, dije serás para mí lo primero. Nunca tendré una hija del modo en que ella me tuvo, ni siquiera nadaré en ti, como mi madre nadó en mí y yo me sentí que nadaba. Nunca conoceré a nadie del modo en que conocí a mi madre, las puertas de la caída del hombre.
Sharon Olds
Traducción: Yanina Audisio
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Cuatro poemas de Sharon Olds
SATÁN DICE Estoy encerrada en una cajita de cedro que tiene un cuadro de pastores pegado sobre el panel central,tallado a los lados. La caja se sostiene sobre unas patas curvas. Tiene un cerrojo de oro en forma de corazón sin ninguna llave.Escribo para tratar de salir de la caja cerrada, que huele a cedro. Satán viene a mi en la caja cerrada y dice: yo la sacaré de ahí. Diga Mi padre es una mierda. Digo que mi padre es una mierda y Satán se ríe y dice: Se está abriendo. Diga que su madre es una alcahueta. Mi madre es una alcahueta. Algo se abre y se rompe cuando lo digo. Mi espalda se endereza en la caja de cedro como la espalda rosa de la bailarina del prendedor con un ojo de rubí que descansa junto a mi, sobre el satén en la caja de cedro. Diga mierda, diga muerte, diga al carajo el padre, me dice Satán al oído. El dolor del pasado encerrado zumba en la caja infantil sobre su cómoda, bajo el ojo redondo del estanque con rosas grabadas alrededor, donde el odio hacia ella misma se miraba en el dolor. Mierda. Muerte. Al carajo el padre. Algo se abre. Satán dice: ¿No te sientes mucho mejor? La luz parece quebrarse sobre el delicado prendedor de edelweiss, tallado madera de dos tonos. También lo quiero, sabe, le digo al oscuro a Satán en la caja cerrada. Los amo pero trato de decir lo que nos ocurrió en el pasado perdido. seguro, dice y sonríe, seguro. Ahora diga: tortura. Veo, en la oscuridad impregnada de cedro, que se abre el borde de una gran bisagra. Diga: la verga del padre, la concha de la madre, dice Satán, y la saco de ahí. El ángulo de la bisagra se ensancha hasta que veo el contorno de la época antes de que yo fuera, cuando ellos se abrazaban en la cama. Cuando digo las palabras mágicas, verga,concha, Satán dice suavemente, Salga. Pero el aire que rodea la abertura es pesado y denso como humo ardiente. Entre, dice, y siento su voz que respira por la abertura. La salida es a través de la boca de Satán. Entre en mi boca, dice, ya est��, allí,y la enorme bisagra empieza a cerrarse. Oh,No, también los quería,afirmo el cuerpo,lo tenso dentro de la casa de cedro. Satán sale aspirado por el ojo de la cerradura. me deja encerrada en la caja, sella el cerrojo en forma de corazón con el lacre de su lengua. Ahora es su ataúd, dice Satán. Apenas lo escucho; me caliento las manos frías en el ojo de rubí de la bailarina- El fuego, el súbito descubrimiento de lo que es el amor. RETROCEDO A MAYO DE 1937 los veo de pie en la formal entrada de sus universidades, veo a mi padre salir despreocupadamente por el arco de arenisca ocre , las tejas rojas que brillan como curvos platos de sangre detrás de su cabeza, veo a mi madre que carga unos pocos libros livianos de pie junto a la columna hecha de ladrillos diminutos con las puertas de hierro forjado aún abiertas a su espalda, sus remates de lanza negros en el aire de mayo, están a punto de graduarse, están a punto de casarse, son niños, son tontos, lo único que saben es que son inocentes, jamás le harían daño a nadie, deseo acercarme a ellos y decirles Deténganse, no lo hagan...ella es la mujer equivocada, él es el hombre equivocado, van a hacer cosas que no pueden imaginar que alguna vez harían, van a hacerles cosas malas a sus hijos, van a sufrir de una manera de la que jamás oyeron hablar, van a desear morirse. Yo deseo acercarme a ellos allí en la última luz de mayo y decirles, el rostro ávido bonito y vacio de ella vuelto hacia mí, su lastimoso bello cuerpo intocado, el rostro apuesto arrogante y ciego de él vuelto hacia mí, su lastimoso cuerpo bello intocado, pero no lo hago. Quiero vivir. Los levanto como a muñecos de papel hombre y mujer y los froto entre sí con fuerza a la altura de las caderas como astillas de pedernal como para sacar de ellas una chispa, digo Hagan lo que están por hacer, y yo se los contaré todo. FIN Nos decidimos a abortar, y juntos nos volvimos asesinos. No cambió nada con el próximo período: estaba muerta, esa pareja joven que alguna vez había abrazado la vida. Mientras lo discutíamos en la cama, el choque no nos sorprendió. Fuimos a la ventana, y miramos los autos hechos un acordeón, las esquirlas de vidrio reluciente, como si los culpables fuéramos nosotros. La policía retiró los cuerpos, ensangrentados como bebés recien nacidos, por el huequito humeante de la puerta, los colocó en el césped, y los cubrió con sábanas que se empaparon en el acto. Sangre empezó a caer de entre mis piernas y manchó mis pantuflas. No me moví de ahí, viendo cómo arrojaban a la figura atada con correas por la abertura negra de la ambulancia, y cómo paraban a la otra, la cabeza cubierta con vendajes, dos manchas en reemplazo de los ojos. La mañana siguiente me tuve que agachar una hora en el piso, para limpiar mi sangre, frotando un trapo húmedo por las manchas brillosas y traslúcidas, como quien deja la sartén largo rato en remojo después de que la fiesta terminó. LA ESPECIALISTA EN BABOSAS Cuando era especialista en babosas, apartaba las hojas de la hiedra, en busca de esos cuerpos traslúcidos, brillosos, de gelatina verde, que subían reptando lentamente a mi merced, por la pared de piedra. Al estar hechas casi todas de agua, morían al instante si les echaban sal, pero eso no era lo que a mí me interesaba. Lo que a mí me gustaba era correr las hojas de la hiedra, quedarme respirando el olor de la pared, y esperar en silencio hasta que el bicho se olvidara de mí, y sacara las antenas; ver cómo esos cuernitos relucientes se alargaban como si fueran telescopios, hasta que finalmente los extremos sensitivos salían a la luz, íntimos e infalibles. Unos años más tarde, cuando vi por primera vez a un hombre desnudo, me sorprendió observar cómo se repetía el callado misterio, ver a esa criatura parsimoniosa y elegante salir de su escondite y brillar en el aire polvoriento, deseosa y tan confiada que una podría llorar.
Sharon Olds
Traducción: Mirta Rosenberg y Ezequiel Zaidenwerg
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Poema para las tetas, de Sharon Olds
Poema para las tetas
Como otras hermanas gemelas, ellas pueden ser
mejor identificadas en la adultez.
Una es rápida para arrugar el ceño,
su cerebro, su veloz inteligencia. La otra
sueña dentro de una constelación,
pecas de Orión. Nacieron cuando yo tenía trece,
crecieron, salieron de mi pecho,
ahora tienen cuarenta, son sabias, generosas.
Estoy dentro de ellas – de alguna manera debajo de ellas,
o las llevo, tanto tiempo estuve viva sin ellas.
No puedo decir que soy ellas, aunque sus sentimientos sean casi
mis sentimientos, como con alguien que uno ama. Parecen,
para mí, como un regalo que tengo que dar.
Que los hombres debían alabar su categoría de
ser, casi que pasaran hambre por ellas,
no se me escapaba, ni que algunos jóvenes
las amaban de la manera en que uno querría ser amado.
Todo el año estuvieron llamando a mi marido que se fue,
cantándole, como un par de sirenas
empapadas en las escolleras.
No pueden creer que las haya abandonado, no está en su
vocabulario, ellas, que fueron hechas
de promesa – ellas que son como juramentos literales mantenidos.
A veces, ahora, las tomo un momento,
una en cada mano, viudas gemelas,
pesa su tristeza. Ellas fueron un regalo que me dieron,
y después fueron nuestras, como lactantes sedientos
de excitación y plenitud. Y ahora es la misma
estación otra vez, la mismísima semana
que él se fue. ¿No les susurró
“Espérenme acá un año”? No.
Dijo, “Dios las bendiga, Dios
las bendiga, A-diós, para el resto
de su vida y la para la larga nada. Y ellas no
conocen el lenguaje, lo están esperando, mi
Dios que son bobas, ni siquiera
saben que son mortales – son dulces, supongo,
es refrescante vivir con ellas, seres sin
el conocimiento de la muerte, criaturas de un sufrimiento ignorante.
Sharon Olds
Traducción: Tom Maver
En Stag's Leap (2012)
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Tres poemas de Sharon Olds
El pene del papa
Cuelga en lo profundo de su bata, un delicado badajo en el centro de una campana. Se mueve cuando él se mueve, como un pez fantasmal en un halo de algas plateadas, con el pelo ondeante en medio de la oscuridad y el calor. Y en la noche, mientras los ojos duermen, él se levanta para alabar a Dios.
***
Ahora que entiendo, quiero pensar en tu terror: entre tus piernas, una niña loca de amor; el cuerpo largo, fresco, joven, delgado como pastillas de jabón; los pechos redondos y elevados, burbujas opalescentes; dieciocho años, nunca antes tocada. Quiero entender tu terror ahora, la forma en que la tomaste y la desfloraste como limpiando un pez, la conversación de esposa al irte en la mañana. Ahora que conozco el miedo del amor quiero pensar en su cuerpo blanco y caliente como un pez verdoso recién llegado a tierra que se agita y se da golpes contra las rocas. Cayó en tu regazo, temblando igual que tu pene, una mujer enloquecida de amor, con el calor de un libro recién impreso, tan aguda como una herramienta nunca usada. Ardía en tus muslos y todo lo que pudiste hacer fue hurgar en su cereza como sacando a un caracol de su oscura concha y luego tirarla lejos. Me asombra el terror dispuesto a perder tanto, me enamora la niña entregada que fue hasta ti y te dio su ofrenda, la carne delicada, como un festín en una bandeja –sí, sí, acepto el obsequio.
Adolescencia
Cuando pienso en mi adolescencia, pienso en el baño de aquel sórdido hotel al que me llevaba mi novio en San Francisco. Nunca había visto un baño así: no tenía cortinas, ni toallas, ni espejo, solo un lavamanos verde por la suciedad y un inodoro amarillento, color óxido –como algo en un experimento científico donde se cultivan las plagas en los cuencos–. En ese entonces el sexo era todavía un crimen. Salía de mi residencia universitaria hacia un destino falso, me registraba en la posada con un nombre falso, atravesaba el vestíbulo hasta ese baño y me encerraba. No lograba aprender a ponerme el diafragma, lo decoraba como un ponqué con espermicida brillante y me agachaba; se me caía de los dedos y viajaba hasta una esquina, para aterrizar en una depresión cóncava como el nido de una rata. Me inclinaba, lo recogía y lo lavaba, lo lavaba hasta convertirlo en un domo frágil, lo glaseaba de nuevo hasta que estuviera reluciente, lo doblaba con su pequeño arco y volaba por los aires, una esfera zumbante como el anillo de Saturno, me agachaba y me arrastraba para recuperarlo. Eso es lo que veo cuando pienso en tener dieciocho años, ese disco brillante flotando en el aire, descendiendo, y me veo a mí misma de rodillas, tratando de alcanzar mi vida.
Sharon Olds
Traducción: Andrea Garcés
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Halándome de la mano, de Sharon Olds
HALÁNDOME DE LA MANO
Adelgazo todo el invierno a medida que avanza la gripe
hasta que mi peso llega al de la universidad,
luego cae aún más, alcanza la secundaria
y va más allá, hasta la primera sangre,
apunta al de mi niñez, nacimiento, concepción.
Me veo desnuda en el espejo y descubro
que coqueteo con mi padre:
el único cuerpo que vi así de flaco fue su cadáver.
Camino como si fuera él resucitado
moviéndose otra vez, y nos reímos mucho los dos,
mi padre muerto y yo. Me encanta ser como él,
sentir mis articulaciones grandes deslizarse
bajo la piel tan suelta. Mis amigos
no ven la diversión, este baile
de esqueletos que tampoco yo logro explicar.
Hubiera querido echarme
en el sofá donde yacía borracho todas las noches,
a su lado en el lecho de muerte, para después,
con mi voluntad, levantarnos a los dos.
O quizá yacer con él y no levantarme más.
Ahora que sus huesos están en la tierra,
llevo mi cuerpo hacia abajo. No sé
qué sentía en relación a mi vida. Dos veces apenas
me instó a vivir: cuando su semilla
me enlazó arrastrándome hacia la materia;
y una vez cuando estuve con gripe y me trajo
diez cuenquitos pirex
con diez sobras en el fondo.
Pero cuando, durante sus últimas semanas de vida,
me dejaba alimentarlo—deslizar la cuchara
en su boca y sacarla entre sus labios cerrados—
yo sentía la succión de su lengua, su paladar, su cabeza,
su cuerpo, su muerte halándome de la mano.
Sharon Olds
En El padre. Bartleby Ediciones.
Traducción: Mori Ponsowy
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Sed: Introducción a los tipos de agua, de Anne Carson
Sed: Introducción a los tipos de agua
Todo es agua.
(dicho por el antiguo filósofo Tales
la noche que cayó en un pozo)
Creo fue Kafka quien tuvo la idea de cruzar a nado todos los ríos de Europa, acompañado de su amigo Max. Por desgracia su salud se lo impidió. En vez de eso concibió la parábola de un hombre que nunca aprendió a nadar. Un frío atardecer de otoño el hombre regresa al pueblo para ser aclamado por su triunfo olímpico en nado de dorso. El podium se ha instalado en el centro de la calle principal. Cauteloso, comienza a subir los escalones. Los últimos rayos de sol caen directo en sus ojos, cegándolo. La parábola se interrumpe cuando los funcionarios dan un paso al frente con las guirnaldas, que apenas rozan la cabeza del nadador.
Me gusta la gente en las parábolas de Kafka. No saben cómo hacer una pregunta de manera simple. Mientras que para ti y para mí sería (como decía mi padre) obvio como una puerta en el agua.
Antes de partir a España fui a visitar a mi padre. Vive recluido en un hospital porque perdió parte de las facultades de su cuerpo y de su mente. Pasa la mayor parte del día en una silla, apretando sus brazos contra sus manos. Saca el pecho y tensa sus tirantes: adelante, atrás. Sus enormes ojos rojos se mueven todo el tiempo, vaciándose en las cosas. Me siento en una silla, la arrastro hacia su lado, saco pecho: adelante, atrás. Desde sus labios llega una corriente de sílabas. Él siempre fue un hombre silencioso. Pero la demencia aflojó un resorte dentro de él; constantemente balbucea en un lenguaje que los neurólogos llaman «ensalada de palabras». Observo su rostro. Y digo: «Sí, papá», en cada pausa. Tan real como si se tratara de una conversación. Odio oírme decir: «Sí, papá».
Y me duele no hacerlo. Adelante, atrás. De pronto deja de moverse, y me mira. Siento que mi cuerpo se pone rígido. Clava sus ojos en mí. Me aparto. De pronto él retoma su postura gruñendo. Cuando habla, no me habla a mí. «La muerte es cosa de cincuenta-cincuenta, quizá, cuarenta-cuarenta», dice con voz plana.
Siento su frase avanzar hacia mí como garras de una tribu perdida. Así ocurre con la demencia. Podría hacerle un sinfín de preguntas como: «Papá, ¿qué quieres decir?» O: «Papá ¿y qué del otro veinte por ciento?» O: «Papá, ¿qué pensabas todos esos años sentados a la mesa de la cocina mientras mordisqueábamos tocino frío escuchando nuestro mutuo silencio?» Aún oigo el tic-tac del reloj sobre la mesa sonando contra el muro. Y digo: «Sí».
Cuando mi padre empezó a perder la razón, mi madre y yo simplemente fingimos no darnos cuenta. Puedes acostumbrarte a desayunar con un hombre que parece dormido. Puedes acostumbrarte a cualquier cosa, solía decir mi madre. Empecé a despertar cada vez más temprano. Regresaba de mi caminata casi al alba para encontrarlo de pie con su pijama y su gorro, interrogando a la cocina oscura: «¿Está lista la cena?», su rostro transparente como de niño. Esto antes de que la confusión cediera su lugar a la rabia. Al principio la demencia puede ser exultante. Una tarde, mientras preparaba una ensalada, entró en la cocina. «Las letras de tu lechuga son muy grandes», dijo en voz baja y siguió su marcha. A su paso flotó una risita profunda. Otras veces solía sentarse con la cabeza hundida en sus manos. Salí del cuarto. Por las noches podía escucharlo en la habitación contigua caminando de un lado a otro, repitiendo lo mismo una y otra vez. Se maldecía. El sonido traspasaba la pared. Un sonido no humano. Esa noche soñé que me practicaban cirugía en el vientre con una percha. Compré tapones de oídos para poder dormir.
Pero estaba aprendiendo lo más importante que hay que aprender sobre la demencia: corre pareja con la cordura. Una puerta no se cierra de repente. Mi padre había sido siempre reservado. Ahora su mente era zona sagrada sin acceso y sin señales de entrada. Mi padre había sido siempre algo irascible. Ahora sus estados de ánimo eran campo minado que atravesábamos con precaución, adelantando un brazo antes de dar el paso, A papá siempre le había disgustado el desorden. Ahora se pasaba el día inclinado sobre recortes de periódico, escribiendo para sí notas que escondía en los libros o entre su ropa y que en seguida olvidaba. No intentábamos seguirle el rastro; eso lo irritaba aun más. «Puedo sentir el verano hundiéndose en la tierra», dijo una noche mi madre. Estábamos sentadas en el jardín. Él preguntó la hora y se levantó para anotarla. Ella le dijo que eran las seis, aunque apenas eran las cinco, esperando que pasara alrededor de una hora escribiendo el 6 en tiras de papel hasta darse cuenta de que seis es la hora de cenar y de presentarse a la mesa. Vivir con una persona enferma requiere de pequeños actos de genio (reverso del momento en que Helen Keller gritó: «¡Agua!») cuando captas la enferma maquinaria del mundo. Mi madre se volvió experta en eso. Yo no. Yo me incliné por la penitencia.
Seamos amables al cuestionar a nuestros padres.
Cuando enfermó me percaté de que siempre lo había irritado. Nunca supe la razón. No se lo pregunté. En cambio aprendí a interpretar los sonidos, como quien mide la profundidad de una noria. Dejas caer una piedra y escuchas. Esperas a que caiga y dices: «Sí».
Fui una persona encerrada en mí misma. Toqué los límites. Algo tenía que romperse. Escribí un poema titulado «Soy esa ventana sin un sitio dentro de mí» (mi padre lo encontró sobre la mesa y a lápiz lo cubrió con las palabras VIERNES DÍA BASURA unas cuarenta o cincuenta veces). Ayuné y oré. Leí a los místicos. Estudié a los mártires. Empecé a pensar que era alguien con sed de Dios. Después conocí a un hombre que me habló de la peregrinación a Santiago de Compostela.
Era alguien piadoso que sabía hacer preguntas. «¿Cómo puedes ver tu vida si no te abandonas?», me dijo. La penitencia me empezó a interesar cada vez más. Desde tiempos remotos los peregrinos van de un sitio a otro bajo la creencia de que la pregunta viaja a la respuesta como el agua a la sed. El peregrinaje más venerable de la cristiandad es el llamado Camino de Santiago —unos ochocientos cincuenta kilómetros de colinas y estrellas y desierto— que va de St. Jean Pied de Port, del lado francés de los Pirineos, a la ciudad de Santiago de Compostela, en la costa occidental de Galicia. Los peregrinos lo recorremos desde el siglo ix. Dicen que el apóstol Santiago está sepultado en Compostela y que le gusta que lo visiten. De hecho, es tradición que los peregrinos lleven sus peticiones a su tumba; puedes pedirle a Santiago que cambie tu vida. Yo era joven, fuerte, una mujer simple sin nada especial, elementos todos favorables al peregrino. Así que partí con el último viento de la primavera soplando sobre los campos verdes.
Desentrañar lo más simple, lo más obvio, las puertas que nadie puede cerrar, es lo que entendí por antropología. Yo era un alma fuerte. ¡Voy a cambiar todo, todos los significados!, pensé. Metí en mi mochila calcetines, cantimplora, lápices, tres libretas sin escribir. No llevé mapas, no los sé leer. ¿Para qué imprimir un sello en el agua que fluye? Después de todo, la única regla para viajar es: No regreses por el mismo camino. Toma uno nuevo.
Anne Carson
Traducción: Jeannette L.Clariond
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"Por qué me desperté, de Anne Carson
"Por qué me desperté
(Hombre plano, tercer borrador)
SOLO entre los durmientes." Surgido de las aceras de ciudades extranjeras -delgado haz de otoño-;quien era? Deambulando de calle en calle en la grisalla, sonido de pasos en la acera, entre horas, pensé en dónde podría entrar. Por qué lo hice. Pensé en todo como un punto medio, dónde encontrar un filo, encontrar una altura. Pensé en esta niebla, por qué. En algun lugar nuestros bosques nos lloran, aquellos a quienes más habían querido, y el nadador plateado da brazadas silenciosas, cuán lejos de la orilla es dificil decirlo.
Anne Carson
Traducción: Jordi Doce
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Tres poemas de "El ensayo de vidrio" de Anne Carson
El ensayo de vidrio (3 poemas) YO Yo puedo oír pequeños chasquidos dentro del sueño. La noche gotea su grifo plateado a lo largo de la espalda. A las 4 de la madrugada me despierto. Pensando en el hombre que me dejó en septiembre. Se llamaba Law. Por mi cara en el espejo del baño descienden vetas blancas. Me enjuago la cara y regreso a la cama. Mañana voy a visitar a mi madre. ELLA Ella vive en un páramo del norte. Ella vive sola. La primavera ahí se abre como una navaja. Viajo todo el día en trenes y traigo conmigo muchos libros— algunos para mi madre, algunos para mí incluidas Las obras completas de Emily Brontë. Ésta es mi autora favorita. Además de mi temor principal, que tengo la intención de enfrentar. Cada vez que visito a mi madre siento que me estoy convirtiendo en Emily Brontë, mi solitaria vida a mi alrededor como un páramo, mi desgarbado cuerpo rengueando por los cenagales con una mirada de transformación que muere cuando llego a la puerta de la cocina. ¿Qué carne, Emily, es la que necesitamos? TRES Tres mujeres silenciosas en la mesa de la cocina. La cocina de mi madre es oscura y pequeña pero del otro lado de la ventana está el páramo, paralizado con hielo. Se extiende hasta donde alcanza la vista a lo largo de kilómetros planos hasta un cielo blanco sólido no iluminado. Mamá y yo estamos masticando lechuga cuidadosamente. El reloj de la pared de la cocina emite un bajo zumbido irregular que salta una vez en el minuto justo de las doce. Tengo a Emily pág. 216 abierta y apoyada sobre la azucarera pero furtivamente estoy observando a mi madre. Miles de preguntas chocan contra mis ojos desde adentro. Mi madre está estudiando su lechuga. Paso a la pág. 217. “En mi fuga a través de la cocina tropecé con Hareton quien ahorcaba una camada de cachorros desde el respaldo de una silla en la puerta. . .” Es como si a todas nos hubieran bajado dentro de una atmósfera de vidrio. De tanto en tanto un comentario atraviesa el vidrio. Impuestos en el lote de atrás. No es un buen melón, falta para los melones. La peluquera del pueblo encontró a Dios, cierra la tienda cada martes. De nuevo hay ratones en el cajón de los repasadores. Pequeñas bolitas. Mordieron los bordes de las servilletas, si supieran lo que cuestan las servilletas de papel hoy en día. Esta noche llueve. Mañana llueve. Ese volcán en las Filipinas otra vez activo. Esa que no me acuerdo el nombre Anderson se murió no Shirley no la cantante de ópera. Negra. Cáncer. No estás comiendo tu guarnición, ¿no te gustan los pimientos? Por la ventana puedo ver hojas muertas que atraviesan las tierras planas y residuos de nieve herida por la mugre de los pinos. En el centro del páramo donde la tierra desciende hacia una depresión, el hielo ha comenzado a abrirse. Llegan aguas abiertas y negras cuajadas como la ira. Mi madre habla repentinamente. Esa psicoterapia no te está ayudando tanto, me parece. No lo estás superando. Mi madre tiene esa manera de resumir las cosas. A ella nunca le había gustado Law pero le gustaba la idea de que yo tuviera un hombre y que continuara con mi vida. Pues él es de los que toman y tú de las que dan espero que funcione, era todo lo que dijo después de haberlo conocido. Dar y tomar eran sólo palabras para mí en ese momento. Nunca antes había estado enamorada. Era como una rueda que bajaba rodando una colina. Pero temprano esta mañana mientras mamá dormía y yo estaba abajo leyendo la parte de Cumbres Borrascosas donde Heathcliff se aferra a la celosía durante la tormenta sollozando ¡Entra! ¡Entra! al fantasma del tesoro de su corazón, caí de rodillas sobre la alfombra y también sollocé. Ella sabe cómo ahorcar cachorros, esa Emily. No es como tomarse una aspirina, sabes, le respondo débilmente. La Dra. Haw dice que el duelo es un proceso prolongado. Ella frunce el ceño. ¿Y qué se logra con todo ese remover el pasado? Oh—extiendo las manos— ¡Yo me impongo! La miro directamente a los ojos. Ella sonríe. Sí lo haces.
Anne Carson
Traducción: Eugenio Polisky
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Western Motel, de Anne Carson
Western Motel No son de tu gusto dices los cobertores rosas sin embargo te sientas muy recta para las fotos. Dos maletas te observan como perros. Llevas el pelo peinado con la raya a la derecha. Afuera los montes parecen camas sin noche. Dos maletas te observan como perros. El cristal es para huir. Calor ahí fuera. Pareces saber que el trayecto acaba aquí. Dos maletas te observan como perros.
Luego las cosas futuras aún no existen, y si aún no existen, no existen realmente. Y si no existen realmente, entonces no pueden verse de ningún modo. Sólo pueden predecirse por medio de las cosas presentes, que ya existen y se ven.
(SAN AGUSTÍN, Las confesiones, XI, XVIII) Anne Carson
Traducción: Jordi Doce
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Epitafio: El mal, de Anne Carson
EPITAFIO: EL MAL
Para obtener el sonido toma cuanto no sea el sonido déjalo caer Por un pozo, escucha. Luego deja caer el sonido. Escucha la diferencia Estallar.
Anne Carson
Traducción: Jordi Doce
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"El guante del tiempo" de Edward Hopper, de Anne Carson
"El guante del tiempo" de Edward Hopper Cierto no soy más que la sombra de un pasajero en este planeta pero a mi alma le gusta vestirse con elegancia a pesar de las manchas. Ella atraviesa la puerta. Se quita su guante. Acaso gira la cabeza. Acaso cruza la pierna. Ésa es una pregunta. Quién está hablando. También una pregunta. Lo único que puedo decir es que no veo ninguna prueba de otro guante. Las palabras no son una frase, no te demores en ello. Demórate en esto. No es un tiempo vacío, es el momento en que las cortinas revolotean dentro del cuarto. Cuando se prepara la lámpara. Cuando la luz da contra la pared justo ahí. ¿Y el guante? Entonces se elevó: la vida que ella pudo haber vivido (par les soirs bleus d'été). Da la casualidad de que la pintura es inmóvil. Pero si acercas la oreja al lienzo oirás los sonidos de un gran estribillo que va avanzando. En algún lugar alguien viaja hacia ti, viaja día y noche. Pasan abedules sin hojas. El camino rojo se desvanece. Toma, agarra esto: una prueba. Da la casualidad de que un buen guante de etiqueta mide 22 centímetros del dobladillo a la punta de los dedos. A este guante lo "tomaron por la espalda" (como dijo Godard de su King Lear). Mientras escuchaba a sus hijas Lear deseó ver sus cuerpos enteros estirados a lo largo de sus voces como cabritilla blanca. ¿Pues en qué difiere el tiempo de la eternidad salvo en que lo medimos? - Anne Carson
Traducción: Tedi López Mills
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El viejo suéter azul de papá, de Anne Carson
El viejo suéter azul de papá Hoy cuelga del respaldo de la silla de la cocina donde siempre me siento, cuelga del mismo respaldo de la misma silla donde él solía sentarse. Me lo pongo al entrar, como él solía, sacudiendo la nieve de sus botas. Me lo pongo y me siento en la oscuridad. Él no haría esto. Lajas de frío caen desde el hueso de la luna. Sus leyes eran un secreto. Pero recuerdo el momento en que supe que perdía el juicio dentro de sus leyes. Estaba de pie en la curva de la entrada cuando lo vi. Llevaba puesto el suéter azul con los botones abrochados hasta el cuello. No sólo porque era una calurosa tarde de julio sino la mirada en su rostro... como un niño a quien la tía vistió temprano por la mañana antes de un largo viaje en trenes fríos y venteados andenes sentado muy rígido en la orilla de su asiento mientras las sombras, como largos dedos, sobre almiares dejados atrás, aún lo estremecen porque él viaja mirando hacia atrás. - Anne Carson
En Antología de la poesía estadounidense contemporánea, La escuela de Wallace Stevens.
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