La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro.
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3 Meses y también 1 año.
Vivimos una especie de honeymoon, lo más cercano a un romance veraniego entre tu apartamento, mi casa y la casa de tus padres. El aislamiento de mi refugio familiar, en el calor de Morelos y la ausencia de las playas de Acapulco. El viaje que prometimos que haríamos en primavera y aquél otro pospuesto también en verano. Las condiciones hicieron que canceláramos muchas cosas y que nos acostumbráramos a otras. Hablando de costumbres, está aquella en la que me despierto a las 7.30 un poco cansado de permanecer en la cama, y otro tanto para no acostumbrar al cuerpo a la comodidad del colchón y la elasticidad del horario. Permaneciendo en cama, yo me despertaba a hacer un poco de ejercicio, por el miedo de llegar más roto a viejo, y las ganas de vivir más saludable. Después el desayuno, compartir la mesa contigo, misma mesa que compartía antes con mis hijos, después vacía y luego a tu lado. Jugo de naranja, arándano y un par de huevos fritos. La costumbre de leer juntos en nuestro propio espacio. De sentarme frente a la computadora en casa y fingir que trabajo, y otras mañanas realmente estar lleno de pendientes, no tan urgentes, pero siempre importantes, siempre cumpliendo. Sintiéndome un poco culpable de levantarme para acostarme en el otro sillón. Mientras tú, inventando lo necesario para no aburrirte, acostumbrándote a saber dónde están los vasos, las tazas, los cubiertos, el cambio de sábanas, dónde va la ropa sucia y los días que hay que buscar la ropa limpia. Ordenando mi vida, mi clóset, mis cajones y el mueble de baño para tus vestidos, tu suéter, tu cepillo de dientes y tu kit de limpieza y maquillaje. De mis horarios y los tuyos, mi insomnio por las noches y tu facilidad para dormir. Las películas que no he visto y las que tú me obligaste a ver. Compartir la casa, el tiempo, nuestras vidas, acostumbrándonos a nuestra compañía, no resultó tan fácil, ni tampoco tan catastrófico como lo depararon. Mientras bebíamos café en el comedor o en la sala, leyendo sobre los divorcios en línea y las separaciones inevitables. No resultaría tan fácil, con el ajetreo de la rutina de tu trabajo y mi rigidez para los horarios, permanecer tan juntos, y míranos ahora cumpliendo un año. En tu individualidad e independencia, en mi paranoia y angustia del error, actuando, siendo yo mismo, sin llenarte de hartazgo. ¿Será debido al amor? El amor que me invade cuando te veo en la cocina preparándote un té, cuando el aroma de tu shampoo sale de la habitación, la forma en la que tomas el tenedor, adornas la casa, te mueves en mis rincones, observándome con atención. ¿Será debido al amor? Que te enternece el mirarme ordenando mis juguetes, limpiando mis discos, limpiando el clóset y barriendo la cocina. Te acercas, me sorprendes por detrás, y durante un minuto sin decir nada, quedamos sujetados a lo terrenal de nuestros cuerpos, al aliento a través de nuestros labios, al rojizo de tu pelo castaño, y tus manos alrededor de mi cuello, o sobre mi espalda. Aferrados a nuestras construcciones, aferrados a nuestra existencia, a nuestros defectos, a las pecas en tus mejillas cuando hace demasiado calor, a mi pecho ansioso por las noches, al calor de mis sábanas y al frío de tus manos. Lo más increíble de todo es sujetarte sin temor, ni de ser lastimado ni de arruinarte la vida, con la confianza plena de que me conoces y quieres seguir conociéndome, abrazarte sin la angustia de que te perderé mañana, que estarás a mi lado, aunque estés en otro país. Lo platicábamos hace un par de días, nos arriesgamos y lo intentamos creyendo que esto no duraría, el atractivo era suficiente, el divertirnos y dejar pasar el tiempo, precisamente porque nuestras profesiones son tan apuestas a lo que una relación normal pudiera aparentar. Los dos creímos que la fecha de caducidad nos recordaría lo debido un par de meses después. Lo grandioso fue equivocarnos, haber cometido el error de aceptarnos, aceptar las condiciones y seguir juntos. Procuramos no hacer largos planes, ni visualizarnos tanto en el futuro, con todo lo que una estructura legal y formal establecería. Seguimos juntos, no quiero decir a pesar de todo, sino gracias a todo. Te agradezco por la mujer que eres ahora, y la mujer que está conmigo. No podría ser de mejor manera, no podría encontrarme de mejor manera, la felicidad es inevitable, el amor es inevitable, repleto, completo. Esperando que la vida nos permita conservarnos.
CLV.
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Carta al Padre
Ahora que no estás eres más presente. En los recuerdos que llegan a mí de repente, abruptos e instantáneos. Recuerdo la rutina que teníamos los tres, después de que mamá partiera, la pequeña casa en la que vivíamos en Santa Fe, la cual vendiste para ayudarme a comprar la casa en la que vivo ahora. Por eso no puedo dejarla, porque es la suma del esfuerzo de años, trabajando para una empresa que te explotaba y que no dejabas, por orgullo, porque jamás aceptaste trabajar para tu cuñado. Y debido a ello, te veíamos poco, te conocíamos poco, era nuestra madre quien pasaba más tiempo con nosotros intentando educarnos a su manera, con sus modos de creer que seríamos mejor educados. Disciplinados, soldados preparados para enfrentar la guerra. ¿Amor? El amor era para los débiles, la disciplina y la dureza de carácter para quienes deberían conquistar el mundo, la vida.
Pero reapareciste e intentaste hacer lo tuyo, viendo Kramer contra Kramer, recordé cómo era vivir contigo, comida fría, cocina sucia, ropa arrugada, casa medio vacía, mucha música, rock n roll principalmente, Janis Joplin, Creedence, Cream, Jimmy Hendrix, Frank Zappa, lavar los autos, leer el periódico, podar el césped. Invitar a mi novia a dormir, escaparnos al tejado, vivir con ella, en tu casa, como si fuese mi esposa. Vivir contigo fue fingir que maduraba, aprender a hacerme responsable de mí, de mi hermana y de ti al mismo tiempo. Medio aprender a cocinar, a levantarme desde las 7 para tirar la basura, aprender de la rutina, de los horarios, de las columnas en el periódico, de las tiras cómicas que me compartías cuando era niño, de tus libros de contabilidad y administración que todavía guardo en la bodega, de no elegir ser contador, sino financiero porque tú y mi segundo padre así lo quisieron, y así lo quise yo porque un hombre debe hacer sentir orgulloso a quienes lo apoyan.
Aprendí a estar solo, a no contarte lo que me angustiaba, porque a pesar de que escuchabas no comprendías, la vida era estática, rutinaria, y el trabajo ennoblecía, te hacía olvidar, te ocupaba, te arrancaba el pensamiento ocioso innecesario. La vida era siempre trabajo, era reparar esto, pintar aquello, construir lo otro. Por más que lo intenté, los trabajos manuales no te los pude aprender. Así crecí y me fui desdoblando, desde la admiración tan incomprensible que sentía por mi abuelo, cuando tocaba la guitarra y me leía poesía, quizás por eso está en mi sangre hacer esto. Luego sigues tú, la responsabilidad de estar ahí frente al batallón, no ceder ante el trabajo arduo, y no dejarme derrotar jamás por la bebida. Eso era lo que más te preocupaba, porque entre más crecía y más me hacía de responsabilidades, más me pegaba a la botella. ¿Estarás orgulloso de mí? Hoy cumplo 111 días sin probar alcohol. Es lo más lejos que he llegado.
Es probable que ninguno de los dos haya hecho las cosas como se suponía queríamos o cómo debían ser. Diste lo mejor de ti, y nunca fuiste malo. Me duele no haber compartido más de mí contigo, más de mi vida, mis problemas y mi desastre. Compartir contigo lo que soy ahora, una construcción tuya, nuestra, de varios, y que ahora vieras mis formas, la manera en la que me siento en el sofá y me acuesto en la cama a ver televisión, el mismo gesto que hacías tú cuando algo te molestaba, las mismas arrugas en la frente, las canas en la barba y las entradas. Cada día me hago más viejo y te veo más en mí, veo a mi padre más en mí, pareciéndome a ustedes, si es que acaso hubieran llegado a viejos ¿llegaré yo? Tu nieto preguntando a veces por ti, mi novia preguntando a veces por ti y la mujer que tanto querías para mí acordándose de ti.
Te extraño, a pesar de no haberte conocido lo suficiente y vivir más de los recuerdos que maximizo, que me ilusionan y me siguen. También es bueno vivir contigo todavía, tu fantasma a través de mí. Los pedazos que me dejaste, rescatándolos en el rompecabezas de mi vida. Hiciste lo correcto, viviste cómo los valientes viven la vida simple del hogar, esa vida que tanto añoro y disfruto vivir. Nuestro hogar es diferente, nuestra familia es diferente, estamos dispersos en este mundo tan gastado, a punto de colapsar. Pero seguimos vivos, tu apellido, tus genes, tu sangre, tu ejemplo, tu historia.
Siempre orgulloso de ti, tu hijo.
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AMANECER
Se me fue el amor, se me fue entre tus mentiras, entre tus ausencias, entre mi soledad y la tuya, tus engaños, tus cientos, miles de palabras que soltabas sin acción. Entre la distancia que nos separó, la distancia que interpuse entre nosotros, por temor a ti, por temor a mí, por temor a caer de nuevo entre tus promesas, entre tus planes. Lo planeabas todo tan bien, me planeabas como si fuera uno más de tus proyectos, creabas expectativas, me vendías muy caro mes con mes un futuro que nunca llegaría. A pesar de todo, no me arrepiento de nada. Te agradezco lo que me diste y por la lección más grande que tuve que pasar. Fuiste lo mejor y lo peor. Conmigo, nunca supiste lo que tenías, lo que iba a ser capaz de hacer por ti, lo que fui capaz de hacer por ti. Pero ahora, no hay nada peor que demasiado tarde. Nos declaramos la guerra Ignacio. Y entre tantas declaraciones, disparos y minas, terminamos hechos pedazos. No podíamos seguir aferrándonos a una historia que nunca concluiría, flotando sobre un imaginario casi perfecto, alimentando nuestro amor de propósitos y designios, dejándolo todo al día que nunca llegó. Mientras acumulábamos muy dentro de cada uno, rencores, inseguridades, adjetivos, mentiras piadosas, mientras callaba mis guiones y calmaba las tormentas dentro de mí, tan solo para no hacerte sentir mal a ti. Para no errar un paso más que intentábamos dar, hacía a un lado lo que yo era, para seguir cuidando lo que tú eres. Dejaba que te sostuvieras de mí, porque yo siempre fui más fuerte. Porque mi inconsciente sabía que tu debilidad no soportaría cargar con los dos. Pero yo te apoyaba, me inclinaba, y con mi ego enamorado, con mi orgullo enamorado, con mi razón enamorada, seguía arrojándome al vacío por ti, por los dos. Porque en mi supuesto, nadie te comprendía como yo, nadie iba a ser capaz de entenderte como yo, de soportar tus miedos, tus manías, tus fantasmas y demonios. Porque yo me enamoré del supuesto hombre perfecto y del peor demonio. Contigo, es cierto, conocí el paraíso y el maldito infierno. ¿Qué más querías de mí? ¿Qué más quieres de mí? ¿Dejarme en los huesos, que ardan, soplar mis cenizas y encerrarme, inmaculandome en tus espacios y recuerdos como solías decirme? ¿Para qué Ignacio? ¿Para qué Ignacio si ya tenías todo de mí? Lo sé, es cierto, te rechazaba, te alejaba, al final terminé desatando mi propio infierno sobre ti, y entre tus quimeras y mi puto diablo, seguíamos bailando, enloquecidos y necios, dejándonos llevar por aquel aquelarre de sentimientos inicuos. Ya era suficiente Ignacio, que por más que doliera, dejara de aferrarme a la costumbre, a tus mensajes cada mañana, a tus ojos azules, tus brazos me aprisionaban, me lastimaban, tu voz me inquietaba, me agobiaba, al final tuve que arrancarte, y aunque por fuera callaba, ya no te buscaba, por dentro ardía, mi alma valetudinaria, ya no podía soportar tu enfermedad, porque contigo o sin ti, las cosas seguían igual. Contigo o sin ti, agonizaba, contigo o sin ti, la desesperanza, la desilusión era continua, contigo o sin ti, la soledad me acorralaba, contigo o sin ti, seguía enojada y harta de mi propio estancamiento. Contigo o sin ti, Ignacio, tenía que salir de mi abismo. ¿Cuántas veces quise volver a confiar en ti? dejando que me empujaras al vacío, con los ojos vendados ¿Cuántas veces me tiraste al vacío para gritarme desde arriba que no ibas a llegar? ¿Cuántas veces hice todo a un lado, para volver a caer contigo? ¿Cuántas veces hice todo a un lado con un mínimo de esperanza, que esa vez, las cosas serían diferentes? Pero mis pedazos dejaron de reconstruirse en cada caída, dejaste de reconstruirme, porque para ti era realmente necesario reconstruir tu mente tan compleja. Eres el personaje más misterioso, complejo y oscuro que he conocido. Mi Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Ya no podía dejar que siguieras suministrándome aquellos somníferos que me llevaban entre dormida y despierta caminando sobre tus puentes, baldosas amarillas, que pisara un campo minado sin decirte, ni mencionarte nada, sin exigirte nada. Me dejé con las ganas tan malgastadas que ya no te podía sujetar. Por más que tratáramos de sostenernos, de negarnos, de negarlo día tras día, de engañarnos, estábamos acabados. Por más amor que creyéramos que seguíamos teniendo, por más amor que nos sorprendiera en nuestras conversaciones, que nos sorprendiera en tus detalles y los míos, por más amor que me dijeras en un buenas noches, buenos días, en tus atenciones y en las mías, por más amor en nuestros 10 minutos de tregua, pasado ese instante, esos momentos, volvíamos a meternos en nuestras trincheras, comenzando la guerra de reproches, de injusticias, de faltas por ambas partes, y ahí estaba yo atacándote, y ahí estabas tú justificándote. Y ahí estaba yo, destrozada, volviendo a callar mi maldito sufrimiento y ahí quedabas tú, con tu cerebro hecho pedazos, con tu paz moribunda. Y entre tanto abatimiento, alguien debía tomar la decisión de colocar el punto final de los finales. Pero es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacerle daño al débil. – Milán Kundera. Carta jamás enviada de Victoria a Ignacio.
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CAMINAR
Aún hay muchas cosas que quisiera decirte, sé que en veces anteriores te las he dicho, te las he repetido, sé también que el sentido de mis palabras se ha perdido, sé que no me crees, que no las sientes como antes, las he usado y desgastado todas. Ya no hay remedio. No hay remedio para nosotros, es inevitable no recordar las pocas cosas que más que hacer juntos, nos definían, aquellas cuestiones que rodeaban nuestras rutinas, nuestra cotidianidad y simplicidad, lo que nos hacía creer que éramos los únicos plantados entre tierra y paraíso, que viviríamos así siempre, prendidos de nuestros planes y sueños juntos. Ya no hay remedio, de nada me sirve reprocharme, ni sentir culpa, de nada sirve seguir torturándome pensando en lo que hubiésemos sido si hubiésemos concretado todas aquellas palabras en acciones, especialmente y…hubiésemos. Construí lo que podía y me acompañaste en ese castillo de naipes los años que pudiste soportar. Yo sé que me amaste, me sentí amado, comprendido, protegido a tu lado. Aún te amo, por la calidez del recuerdo, porque me permitiste llegar a conocer cuestiones tan íntimas, tan tuyas, por haberte vuelto tan mía, por haberme dejado contemplarte y maravillarme contigo. Debo confesarte que me resulta en cierto modo incómodo, y a veces me produce cierto enojo el ponerme a pensar cómo te verá el próximo hombre del que hagas parte de tu vida, sólo espero que de verdad pueda hacerte más feliz de lo que yo prometí que te haría, más feliz de lo que tú me hiciste a mí. No sé si mi amor fue meramente egoísta, espero que no, espero que tú también lleves contigo un buen recuerdo de mí, de lo que soy y de lo que represento, espero que tú también hayas conocido o descubierto mi parte más íntima, porque en verdad me deshice ante ti, me desarmé, tal vez por ahora solo pienses en el peor lado de mí, espero que con el tiempo eso pueda llegar a cambiar, o que de vez en vez recuerdes que nunca fue mi intención ser tan “hijo de puta”. No puedo justificarme por todas las cosas malas que hice, ni siquiera basándome en mis propias heridas y padecimientos, no hay justificación, solo espero que puedas perdonarme, algún día, algún día. No sé si sea lo correcto agradecerte, al final de cuentas, que nos hayamos dejado caer en esta trampa de amor y enamoramiento, fue un acto a ciegas, no fue algo que hayamos hecho por gratitud hacia el otro. Solo puedo decirte que junto a ti experimente profundas y abrumadoras emociones, que fue increíble amar tu mirada, tus expresiones, tus palabras, tus sonidos, tu esencia, tus detalles, tu voz, tus mensajes, tu música, tus pasatiempos, tus pasiones, tus miedos, tus angustias, tus preocupaciones, tus lamentos, tu pasado, tu presente, y el futuro que vendría. Quizás que debió ser, pero se nos escaparon los elementos de las manos. Te lo he dicho cientos de veces, tal vez sólo fueron decenas… eres una mujer maravillosa, con tu lista de defectos emocionales, pero al final maravillosa y debo ser agradecido con la vida porque pude volver a enamorarme y no pudo haber mejor persona que tú. Que entre tantas mujeres que conocía, que entre tantas mujeres que casualmente pasaban, tú fuiste quien, por casualidad, y una muy grande casualidad, me empezó a enamorar y a llevar consigo. Aunque dolió, fue maravilloso amarte, estar vivo de nuevo. Últimamente es que voy asimilando un poco más que lo nuestro terminó, no hay marcha atrás, hay marcha hacia adelante, tú sigues siendo la mujer más maravillosa del mundo, pero ya no lo eres conmigo, y eso duele, duele en verdad, pero debo afrontar las causas y esto como uno de los efectos, he entendido que lo nuestro ha quedado flotando, que con tantos reproches, fallas, y angustias que te provoco, sería una necedad intentar recuperar lo que fuimos al principio. El mal está hecho. No quiero sonar fatalista, negativo, o un mediocre dándome por vencido, solamente quiero ser realista, como tú lo has sido, como tú has seguido. Sabemos que agotamos toda esperanza e ilusión. Es difícil admitir los finales, los puntos y aparte, casi siempre nos quedamos esperanzados colgándonos de los puntos suspensivos, de las segundas partes, de la angustia de los nuevos comienzos, esperanza, fe, de aferrarnos a lo imposible, cuesta trabajo admitir la muerte, la serenidad que la misma provoca, si todo al final muere, ¿por qué no puede morir lo que sentimos tan fácilmente? ¿Por qué no se termina, por qué no se suicida? Sería tan fácil poderlo aventar a un precipicio donde no tenga salida para revocarnos al pasado. Seguir caminando, por más cojo que vayas al principio, por más que quieras regresar los pasos, voltear hacia atrás, aunque a ratos te tropieces y te de pereza, angustia, tristeza. Siempre son infiernos en los que hay que arder, reconstruirse, no quiero sonar como un libro de superación personal que tanto detesto, simplemente debo darme aliento antes de quedarme atrapado en mi infierno.
Carta jamás enviada de Ignacio a Victoria 17 de junio del 2015.
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Tendría del verbo Tener
Tendría que quererte con más madurez. Con la madurez que da la sensatez de guardar nuestro pasado como historia maravillosa e increíble que fue y tuvo que ser. Como algo que simplemente ocurrió y disfrutamos durante el tiempo que se nos fue permitido. Como se disfrutan las vacaciones, como se disfruta la comida, como se disfrutan los viajes. Como interludios, como intermedios en nuestras vidas. Con la alegria, la pasión y el enorme vacío que quedó entre los dos. Con la incertidumbre de quedar a la deriva ¿y a ahora que sigue o quién sigue en nuestra vida? Tendría que quererte como se quieren dos personas que lo compartieron todo y solo se dejaron nostalgia. Como aquél amigo que conoce tu color o tu comida favorita y hasta tus alergias. Tus mentiras, tu pasado, tu familia. Tendría que quererte tanto o lo suficiente para cuando llegue el día en que me digas: estoy comprometida. El día que llegue a verte del brazo de alguien más, en vez de haber sido yo, quien cumpliera lo que tanto prometía. Tendrías que quererme tanto o lo suficiente para hablar de nuestros hijos, de sus colegios, de sus clases de inglés o de francés, de las manías de tu esposo y mi mujer. Tendríamos que querernos tanto para admitir compartir nuestras historias aún sin formar parte de las mismas, para ver nuestros planes viéndose realizar en otras líneas. Viendo pasar el universo imaginario que creamos en otras realidades, para admitir que fuimos, pero no seremos, al menos no como lo planteamos: por siempre tuya, por siempre tuyo. Tendría principalmente yo, que admitir desde ahora, que lo escrito está dicho y que tarde o temprano llegará aquel día. En el que tenga que quererte demasiado como para alejarme de tu vida. O en el que tengas que quererme lo suficiente para alejarte de la mía. Pero por ahora... no te vayas. Simplemente, no te vayas.
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SEXO 2019
Hace mucho tiempo que no escribo, y no sé si es porque no he leído lo suficiente, o no estoy lo suficientemente deprimido como para escribir algo. O quizás porque la vida ahí afuera está repleta de líneas, gritos y palabrería de millones de seres humanos gritando a la nada intentando ser escuchados. Todo lo que escribimos a diario se extingue, se olvida fácilmente, entonces quizás no tiene ningún caso seguir aportándole más ruido al ambiente.
Todos tienen, tenemos nuestros problemas y conversaciones, pero créame que actualmente ha sido tan, pero tan desgastante saber que todo gira en torno de lo que hacen o no hacen los políticos. A veces da risa, y nada más. No podemos decir que sea decepcionante, porque se necesita ser realmente muy, pero muy estúpido para seguir esperando algo de los políticos. Lamentablemente es el sistema en el que vivimos, y no podemos escapar de él.
Regresando a todo este ruido y ajetreo que tiene el internet, y la sociedad en general. Personalmente me di cuenta de algo, y no sé si sea solo mi caso en especifico, de alguna depresión que no quiero aceptar, pero es que el contacto físico últimamente me cansa. No hablo de abrazar a mis amigos, o a mi familia, como recomiendan las televisoras y los programas de radio. Sino a aventurarme a los rituales de “apareamiento”. Aquello de organizar una cita, agendar horario, limpiar la agenda de pendientes, tener que salir de casa, bañarme, ir a un bar, café o restaurante y hablar, hablar y hablar, intentando encontrar algo en común para reír, y con “suerte” terminar en la cama. Para después volverte a sentir vacío, y despreciablemente incómodo.
A veces suena bien en mi imaginación, especialmente los viernes, que por razón de rutina, son los días en los que te sientes más relajado, con ciertas libertades y con una dosis de energía extra. Entonces pienso en una mujer, en cualquiera, con la que quisiera poder llegar a casa y en la noche antes de dormir, terminar deshaciendo la cama. Lo deseo, la sangre hierve por un momento, pero la realidad es que no tengo mujer, ni busco mujer, ni intento nada por tener alguna. Llego a casa a comer, termino, lavo los trastes, me tiro en la cama a ver series o vídeos de Youtube, antes de dormir si no estoy muy cansado, entonces solamente fantaseo con la idea de aquella mujer, 10 minutos de pornografía que tardé más en encontrar que mirar y me quedo dormido. Es suficiente. Al día siguiente mi vida transcurre entre mis pendientes y mi rutina del fin de semana. Para mi tranquilidad.
Si pasara lo contrario, que por algún impulso o aburrimiento decidiera salir con alguien, pasara lo del cine, y terminara en la cama, pasaría lo mismo, 10 minutos de acción que tardó mucho más en llegar, para quedarme despierto, incómodo, con alguien a mi lado a quien no amo, ni necesito, ni quiero en mi vida en realidad. Entonces buscaría cualquier pretexto despiadado para salir corriendo, lastimándola a ella, y fastidiándome a mí. Para ahorrarme todo aquello prefiero Xvideos. Porque frecuentemente después del orgasmo todo se desvanece, la fantasía, las ganas, la atracción, la necesidad, y todo pierde sentido. A veces es decepcionante, deprimente, y te preguntas: ¿todo eso para llegar aquí? Parecemos obsesionados con el sexo, pero a veces creo que no lo disfrutamos tanto como nos queremos hacer creer.
Quizás sea porque no estoy enamorado, porque no he “conocido a la mujer correcta”, porque me da flojera buscarla o encontrarla. Porque quisiera que llegase a mi puerta y me dijera: me mandaron a casarme contigo. Pero siendo tan ansioso como suelo ser, ni aunque Gal Gadot se presentara a mi puerta, aprovecharía la oportunidad.
Siempre me repito: no te engañes a ti mismo, y es lo que trato o he tratado. ¿Para qué obligarme con realidades que en realidad no deseo? Puedo querer a alguien, pero eso no implica verme amarrado para toda la vida, o necesitar a esa persona para toda mi vida. A veces llega la soledad, y duele un poco, te desajusta, te hace pensar que no quieres llegar a morir y que tu cadáver sea descubierto hasta que el hedor salga por el resquicio de la puerta. El silencio en la casa, los fines de semana frente a la pantalla cenando pizza, escribiendo en twitter buscando un poco de atención. Pero es soportable, es manejable, al menos creo que personalmente, me he acostumbrado ya, tanto a ella, que me es indiferente. No sé, es como si fuese gris por fuera y por dentro y no tenga ningún problema con ello. Ni muy eufórico, ni miserable. Soy funcional.
El amor y el sexo para mí se han convertido en una fantasía, algo que observo en mi mente, que veo lejano, y que aunque a veces quisiera tenerlo, prefiero mantenerlo alejado. Es más fácil mantenerlo todo a distancia, sin tener que enfrentarme a todo lo que aquello implica. Compromiso, embarazo, cuerpos incómodos, planes, promesas que no vas a cumplir. No sé si es porque sea alguno de esos traumados que tuvo experiencias pasadas que no terminaron bien, y entonces por eso me haya hartado. Quizás también sea hartazgo, o sencilla flojera. Flojera de creer en el amor, flojera de creer que alguien te puede querer seas como seas, y aguantarte, flojera de tener que ir a reuniones con familiares que no te interesan, flojera de fingir que algo te importa. Quizás solo sea yo, o seamos miles de hombres y mujeres enfrentándonos al mismo caso.
Quizás sea porque después de los 28 la mayoría de quienes están casados o se encuentran en una relación es porque llevan AÑOS, AÑOS, aguantando a la misma persona, sabiendo que “la costumbre es más fuerte que el amor”. Más vale malo por conocido. Y de verdad que para ustedes afortunados, es mucho más fácil vivir al lado de quien ya conocieron desde su juventud y con quien han ido creciendo a lo largo de los años. Yo lo intenté, pero como ella ya había crecido y yo me había quedado atrás, no funcionó. Lo arruiné. Pero la vida nos ha hecho muy buenos amigos y el futuro no es tan malo, a veces es benevolente. Somos más felices separados. Ojalá todos los casos fueran exitosos.
Después de tanta palabrería, en resumidas cuentas, es que el sexo y el amor en el 2019 me es indiferente. Quizás para 2020, cambien las cosas.
Hoy que es domingo y Dios descansa, y todos estamos intentando alargar un poco más el fin de semana, parece justo, muy justo quedarse en casa e intentar no aburrirnos.
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The Lobster
11 de enero 2019.
El mensaje se sobreentiende. Aquella sociedad, no necesariamente distópica, en la que encontrar pareja resulta una de las condiciones humanas más importantes. Eso es lo que nos hace humanos ¿no es así? la interacción humana, y el establecer estructuras sociales que nos permitan seguir perpetuándonos. Para algunos, la soledad es incómoda, para muchos lo es, aunque nos neguemos actualmente a reconocerlo. ¿O es que acaso no estamos muchas veces en soledad, intentando reconocernos a través de nuestras pantallas? Esperando un mensaje, un nuevo comentario, una publicación, revisando a diario y en cada momento disponible, el acontecer del mundo frente a nuestro ojos. Que nos invada el mundo, disfrutamos que nos invada porque difícilmente podemos escaparnos de él, de todos, de la realidad. Es imposible. Muchas veces viendo alguna película, la detienes para lanzar un comentario al aire, esperando una respuesta. Soledad. Es curioso como el aislamiento nos ha llevado a interactuar de otra manera.
Y dentro de todo el caos, y nuestro desorden personal y con el mundo. Vamos esperanzados, con la ilusión de encontrar a alguien que complemente nuestros mismos defectos, que comprenda nuestras fallas por estar en el mismo camino, que soporte lo que somos o lo que intentamos ser. Vamos metodológicamente, bajo ensayo y error. Descartando opciones y aprovechando oportunidades. Fundiendo nuestras soledad, para luego, con el paso del tiempo, descubrir “que es más difícil fingir que se siente algo, que fingir que no lo hacemos”. La soledad, a veces nos lleva a confundir el desasosiego y la desesperanza, con muestras de cariño y atención. Entonces, llega el momento, en el cual, es inevitable hacer daño. Lastimar a otros, herirlos, deshacer el paraíso. Es inevitable que nos dañen, que destruyan aquella semejanza, que el tiempo se detenga y se rompa en mil pedazos. Que los restos queden en el pasado, el cual tengamos que mirar hacia atrás, una y mil veces. Valorando así, los placeres y compañía, y redescubriendo los placeres en soledad.
Es así, en lo prohibido, y normalmente de manera precipitada, que una unión de casualidades, de palabras, de conversaciones, de sin sentido, te lanzan de nuevo el anzuelo para descubrir que hay algo que va más allá de ti mismo. Se vuelve un impulso, no hay métodos, ni lógica, ni razón, simplemente se convierte en un torbellino invisible que fluye entre dos. El poderío de dos tontos que creen, que han inventado otro idioma, dos tontos que lo pueden todo, unirse al sistema, oponerse a el, crear su propia película, su propio desenlace, creyendo que otros, nunca serán capaces de influenciarlos. Pero el amor persiste, o intenta hacerlo, a veces es un auto convencimiento de que la situación podrá cambiar, podrá mejorar, que es solo una cuestión de esfuerzo. Porque cada día nos repetimos consciente o inconscientemente: “Necesito la fuerza para levantarme. Salir de nuevo”. Esperamos que llegue la recompensa, el ocaso y la calma. Que los designios no sean tan crueles. Que la vida no sea tan cruel. Después de tantas batallas, después del sacrificio, nos enseñan que debería existir aunque sea un porcentaje de victoria. ¿Es cierto?
La mayoría de las veces perdemos. Ganamos cierta experiencia, a través de las pérdidas, una parte de nosotros desaparece, piezas incompletas, perdemos personas, empleos, amores, pertenencias, juegos, dinero, empleos, amigos, perdemos tiempo, perdemos vida. Un día más recorrido, un año más vivido. Un año menos del reloj de arena. De nuevo miramos hacia atrás lo perdido y lo recorrido. Pensamos que el pasado era mejor, porque nuestra nostalgia lo mantiene alimentado de recuerdos que no necesariamente son ciertos. El presente es cruel. Estar vivo duele, se agradece, rezamos, nos persignamos, mandamos un emoji de corazón, y agradecemos a la vida. Porque más vale el dolor, la decepción, la desilusión, que el nunca haberlo vivido. Así es la vida, y así es el amor, en todo sentido. Aunque nos abandone. Aunque se vuelva contra nosotros. Se corre el riesgo, y se vive, aunque no nos demos cuenta en el momento.
La vida duele, somos pasajeros, desaparecemos, nos olvidan, nos borramos. Intentemos marcar a las personas, con lo mejor de nosotros. No por ego, ni soberbia, sino porque en ese flujo invisible de nuestras palabras y emociones, que sea para llenar el espíritu de otros, las piezas perdidas de otros, para equilibrar el intercambio. Para partir en calma. Y saber al final, que todo, absolutamente todo, ha valido la pena...
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MIN KAMP/MY STRUGGLE
5 octubre 2018
Menudo nombre para un libro. Estoy escribiendo esto en el día último de la entrega, gracias a un rayo de iluminación llegado de no sé dónde, acabo de recordar que hoy era el último día para entregar mi columna. La había estado trabajando mentalmente, de esas veces en que regresando del trabajo, para no impacientarme, empiezo a escribir en mi cabeza, tratando de ordenar las ideas, pero al llegar me acuesto, enciendo la televisión, abro el Twitter y todo lo planeado se borra. Por eso soy más de estar leyendo, escuchando música, y que derivado de esas palabras de otro escritor, entonces broten las memorias, que aquellos escritores sin querer hurguen en las llagas, y así me reconozca tanto en ellos que no me hagan sentir tan importante, ni tan insignificante.
Llevaba tiempo prometiéndome que comenzaría a leer a Karl Ove Knausgard. Un europeo clásico, norteño, pueblerino y arraigado. Esos europeos extraños que los del sur miran con extrañeza, con sus platillos de bacalao, gambas, salmón y gelatinas de mariscos. Todos con ojos tan azules, como los muertos vivientes de Game Of Thrones. A aquellos seres pertenece Karl Ove, a quien por fortuna podemos leer desde este lado, gracias a Anagrama. Mi lucha: una serie de 6 novelas, muy a lo Proust, En Busca del Tiempo Perdido. Memorias, recuerdos. La única diferencia es que Karl Ove te permite ambientarte en su adolescencia, con la increíble música de Frankie Goes to Hollywood, The Chameleons, Echo & The Bunnymen, The Talking Heads. Si no los conocen, les agradecería abrir su servicio de Streaming favorito y darles la oportunidad que merecen. Y a lo largo del primer tomo: La muerte del padre, reconocemos: ¿Qué haría un escritor sin su experiencia y sus memorias? ¿Sería posible simplemente imaginarlo todo? Crearnos un personaje, inventarle una historia, una personalidad, ¿y no transmitirle algo de nosotros? Toda gran historia debe tener algo de verdad. Atrapar a nuestro lector, haciendo que se reconozca en nosotros, sigue leyendo, sufre conmigo, recuerda conmigo, imagina conmigo. Que mientras yo escribía estas palabras sentado frente al ordenador, con una taza de café al lado izquierdo, el frío colándose por la ventana en una mañana gélida de octubre, tu compañero, el lector pueda verse y recordarse en su sofá, en el metro, en el aeropuerto, imaginándolo todo. Regrabando tu propia película.
Lo maravilloso de la lectura, que cuando Karl Ove escribía Mein Kampf, e intentaba escarbar en su memoria para recordar las montañas glaciales, los ríos azulados, los caminos nevados, el sabor de la comida que detestaba, las tardes escuchando música junto a su mejor amigo del colegio, el dolor de la muerte, la pérdida, los gestos de amor de su primera mujer, yo estaba también imaginándolo todo, a mi manera, con la percepción de mi memoria, con la compaginación de mis propios recuerdos, con el dolor de la propia muerte de mis padres, con ese mismo espíritu de rebeldía juvenil en el que fingía que podía convertirme en músico con una guitarra eléctrica y un bajo. Ambos, pasando nuestra adolescencia a nuestra manera, yendo y viniendo, aislándonos, confundidos ante lo que estaba pasando y lo que nunca imaginaríamos que ocurriría. Y después de tantos años, aquí estamos, intentando que todo aquello sirva de algo, para escribir la novela que intente ser de las más grandes y sobresalientes de la historia. Que de algo sirvan nuestras vidas caóticas, desde nuestro primer divorcio, el nacimiento de nuestros hijos, el cambio de residencia, y todos aquellos diálogos internos que repasamos y terminamos escribiendo para no enloquecer. Añoranzas, preguntas sin respuesta, malentendidos, imágenes borrosas que sin saber cómo es que funcionan, guardamos en lo más profundo de nuestro inconsciente, subconsciente. ¿Recuerdas tu primer día en la escuela, la primera vez que fumaste, el sabor del café está mañana, lo que hiciste antes de levantarte para meterte a bañar? Estamos repletos de todos esos detalles, insignificancias y de momentos que creemos que debemos de hacer perdurar por los años que nos resten. Nos componemos de todo aquello, nos hemos construido de todo aquello que intentamos llevar siempre como memorias, y también de todo aquello que ya no podemos recordar. Lo que hemos borrado, intentado borrar, pero dejo huella. ¿Qué haríamos sin ello? ¿Qué pasaría si pudieras introducir un cable detrás de tu cabeza y descargarlo todo para verlo en la pantalla? Imagínalo, absolutamente todo. Y decidir si borrar la última vez que te emborrachaste y terminaste vomitando en un auto que no era el tuyo, las veces que dijiste algo de lo que inmediatamente te arrepentiste y donde la culpabilidad te persiguió, o aquel ex novio, ex novia que desearías con todas tus fuerzas jamás hubiera pasado. O el dolor, todo el dolor, eliminarlo de tu disco duro, hacer como si fueses un aparato actualizado y renovado, listo para almacenar nuevo contenido. ¿Lo harías? ¿Quiénes seríamos entonces? Sin nuestros catástrofes y heridas. Lo queramos o no es lo que nos representa. Tal vez por eso existan cientos y cientos de libros deprimentes y narcisistas. El escritor casi siempre habla de sí mismo, sino es el yo, a través de sus personajes, y estoy seguro que no lo hace por entretenimiento, sino por desahogo. Se hace el intento de desdoblarse y liberarse a través de su narrativa y de lo que su memoria le permite. Es cierto, no porque tengas una gran historia, significa que en un par de años te encontrarás frente a frente con tu fotografía en la contraportada de tu última novela. Habrá quien sea descubierto, habrá quien no. Difícil por ejemplo en países donde la gente no lee y se cansa de tener que concentrarse en más de 10 líneas (otra historia).
Pero se hace el intento, quizás más como depuración y sanidad mental. Y es que no saben el alivio que trae consigo, volcar las memorias, para sentirse liberado. Y así volverse a adaptar a la realidad de la vida, el presente. Difícil aprender a liberar el pasado, lo sabemos. Ya sea porque, aunque la mayoría de las cosas permanecen, nosotros seguimos caminando sin poder detenernos.
El mundo era el mismo. Y sin embargo, no era el mismo, porque su sentido se había desplazado, y seguía desplazándose…
La muerte del padre. Karl Ove Knausgard
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Proyecto Cártagos 21
Me encontraba acostado en el pequeño sofá de mi sala, que normalmente me servía de cama. Fumaba un cigarrillo, mientras todo alrededor de mí estaba a oscuras, a lo lejos el ruido de algunos autos, sirenas, y el sonido explosivo de las armas. En intervalos, se colaba a través de mis persianas una luz blanquecina y una luz rojiza de aquellos anuncios gigantescos que te invitaban a no olvidar tu principal propósito: consumir. Se sentía bien exhalar el humo, y verlo levantarse sobre mí, después me arrepentiría, estar atrapado ahí con ese olor irritante. Me coloqué los audífonos y le di play a un álbum de Frank Sinatra, cerré los ojos, la melancolía de toda la humanidad se posó sobre mí. Y, sin embargo, lo único que pudo provocarme fue somnolencia. El recordar aquella ciudad con más colores orgánicos, que todas las luces neón imaginables. Delante de todo, al cerrar mis ojos, y ver directamente al centro de cada imagen, se encontraba Amelia.
Comenzaba a quedarme dormido con el cigarro en la mano, cuando el timbrazo rápido del celular me arrojó un mensaje de mi agencia: Tienes media hora. Resignado me levanté despacio, me quedé sentado mientras metía los restos del cigarrillo en una lata de cerveza que conservaba con una enorme nostalgia. Estaba cansado, mi trabajo me consumía tanto que había dejado de dormir las horas necesarias. Y cada vez que dormía profundamente terminaba despertándome alguna pesadilla, gritos, sangre a mi alrededor, tragedia, la muerte de nuestra hija. El deterioro del pasado en este presente insoportable, pero que sin saber bien por qué, al que nos aferrábamos a vivir. Los que quedábamos podíamos sobrevivir, y la diferenciación de clases se incrementó, al contrario de lo que creíamos. Que quizás en nuestra extinción, entonces nos enfocaríamos en lo verdaderamente importante, y todos estaríamos bajo las mismas condiciones. Al principio fue así, después, se volvió a plantar la civilización. La avaricia, la necesidad de poder y dominación, el verdadero espíritu humano, y todo volvió a la “normalidad”, algunos tenían las oportunidades, otros jamás la tendrían. Ya todo estaba determinado. Y yo, de ser un simple oficinista en una empresa de seguros, me convertí en cazador. Al principio, entre Amelia y yo, intentábamos buscar alternativas para ofrecerle alguna oportunidad a nuestra hija. Éramos la familia americana promedio: pasábamos las fiestas juntos, vacacionábamos de vez en cuando, peleábamos por dinero, nos distanciábamos, nos dejábamos de hablar y después lo intentábamos de nuevo. Ella me señalaba por mi mediocridad, y yo la señalaba por su carácter explosivo.
Después la vida promedio fue empeorando. Las vidas de todos. Veíamos el futuro inalcanzable, como si la tierra fuese en verdad a renovarse cada 31 de diciembre. Pensando que los días serían iguales que los anteriores, que todo lo que dábamos por sentado permanecería y que nuestros ingenieros, políticos, científicos y empresarios, hallarían las formas para preservar nuestra humanidad. Nosotros nos dedicaríamos a seguir viviendo, y a mover los hilos del sistema, como pequeñas hormigas. Poco a poco, todo empezó a deteriorarse y desaparecer, los animales, las plantas, los bosques, los horizontes, el agua, e intentamos demasiado, demasiado tarde transformar nuestro modo de vida. No fue suficiente, y lo que antes pensábamos como prioridades, desapareció. Los gobiernos no servían para nada, ni los científicos, ni los ingenieros, los empresarios huyeron, ya no nos necesitaban. No necesitábamos bancos, ni servicios financieros, sino alimentos y agua. Fueron 10 años difíciles. Hasta que se volvió a establecer un nuevo orden, grandes corporaciones encontraron soluciones para devolvernos la vida rutinaria a todos, para reacomodarnos de nuevo y encajarnos en otro sistema, para ayudarles a sostener con nuestro peso los hilos. La vida cambió radicalmente, pero gracias a que se habían acabado las regulaciones, la moral y la ética, logramos sobrevivir, al menos los más “fuertes”, los que teníamos a los amigos o familiares adecuados para ser considerados en el nuevo orden mundial. Muchos murieron, el número de habitantes se redujo considerablemente, y la reproducción dejó de considerarse como un proyecto de vida. Era absurdo, innecesario e irresponsable querer tener hijos en una realidad así. Sin embargo, siguieron existiendo estúpidos que se atrevían a violar las nuevas normas. Con un nuevo hogar, nuevos empleos, la excitación de una nueva oportunidad, Amelia y yo formamos parte de esos estúpidos.
Salí de mi apartamento, que en realidad no era mío, sino que terminaba rentando por escasos créditos a un anciano que, despilfarraba todo con prostitutas reales y virtuales, hombres y mujeres, droga y bastante alcohol. Eran las 11 de la noche, hacía bastante frío y yo tenía que caminar y tomar en cuanto pudiera uno los taxis de la ruta para desplazarme. Como cochecitos de feria, se desplazaban a lo largo de la ciudad, movidos por la electricidad. Solamente algunos privilegiados tenían la fortuna de contar con un auto propio, para desplazarse fuera de la ciudad, pero debido a que a las afueras y en otros centros o nuevas ciudades, no había mucho de diferencia, la gente no sentía la necesidad de moverse de su sitio. Usábamos aquellos transportes compactos, ya programados. Mi ruta marcaba exactamente 20 minutos, tiempo suficiente.
Mientras me dirigía a la oficina de mi nuevo jefe, aproveché para intentar dormir un poco.
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Trigésimo Cuarto
Compartiendo cama con mujeres, a quienes por más que intentas amar no puedes. O no quieres o no lo suficiente. Te repites entonces: jamás me volveré a casar o... al parecer jamás volveré a sentirme como me sentí con ella. Como si hubieses detenido tu cuerpo y tus sentidos en el invierno del 2014 principios del 2015. Es imposible, lo sabes. Porque los cuerpos podrán ser los mismos en apariencia, pero están en constante cambio. La profundidad de mis ojos, una línea más en la frente, un pensamiento más abstracto, a veces más cerrado y arraigado. Imagina mejor entonces, que cómo Paul Auster, en tu trigésimo cuarto aniversario encuentres el ritmo cíclico de un cuerpo que permanezca a tu lado hasta que la sangre se congele, pero que antes de todo aquello, hierva tanto que vuelvas a ser capaz de sorprenderte, de hacer planes absurdos, de regalar todas las flores del verano, de compartir la cama por cansancio y no solo por alcanzar un orgasmo, lado a lado, que el silencio incluso diga algo. Sin sentirte incómodo, ni arrinconado. Que el tiempo hable por mí, sin ser juzgado.
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Ensayo sobre el matrimonio del Homo sapiens.
A esta edad, y después de mi historial de relaciones fallidas, me cuesta trabajo saber cuál es el rol o papel que debo de tomar, por ejemplo, en un matrimonio. Y es que, desde mi abuelo hasta mi padre y todas aquellas figuras masculinas que me rodearon, siempre nos “inculcaron” o moldearon de manera que nuestra obligación era, tomar el papel de proveedor, de protector. Nuestra responsabilidad era…
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