Cuentos cortos, comunes y corrientes. De todo un poco. Soy fan de David Roas, Kazuo Ishiguro, José Agustín, Carlos Fuentes, Kurt Vonnegut, Philip K. Dick y otros tantos…
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La Caja
Pt. 2
Hay una frase que Arnaus aprendería hoy:
“Tanto pedo para cagar aguado.”
Había roto todo, literalmente todo. TODO. La cabeza, la pista… La curiosidad la carcomía y no sabía el largo (o corto) camino que tendría que recorrer. ¿Valdría la pena la espera? ¿Acaso quería seguir jugando? Eso era decisión suya.
El juego sigue. Aún le tocaría pensar y esperar. La próxima señal se la daría una sirena.
¿Pero qué tipo de sirena?
¡Tic, tic, boom Arnaus!
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Unlock pt. 2
Arnaus:
Para saber como sigue esta historia necesito el código.
Tienes todo lo que necesitas.
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La Caja
Pt. 1
Llevaba días, semanas esperando y ¿esto era todo? ¡No! ¡No era posible! Necesitaba más y se negaba a conformarse con esto. Se le había prometido algo grande, tenía grandes expectativas y se negaba a conformarse con esto. ¿Después de todo el hype? ¡Ni de coña!
Se preguntaba si esto era parte de la sorpresa, o ¿acaso era una manera de mantenerlo distraído? ¿Había algo más? ¿Qué era lo que se estaba planeando?
Arnaus no podía esperar más, pero tendría que hacerlo…
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Travel Journal pt. 1
Junio, 24, 2011
Sola como moco en un pinche baño de gasolinera. No mames que aquí me voy a morir. Y yo que me burlaba de la frase puñetas de Jack de Lost: “We live together, we die alone”.
Me duele el brazo y la herida se ve bien fea. De jodido el torniquete que me hice me paró el sangrado. ¡Pinche Marcela! Espero que la pendeja se esté pudriendo en el pinche desierto.
Ya no sé qué más escribir en el diario y lo cierro. Al menos este baño es individual y está limpio. Cuando entré al súper de la gasolinera encontré las llaves del local en el suelo y las agarré. El encargado (o encargada) no estaba y sabía que no volvería.
Me encierro en el baño, se que ahí estaré más segura. Me da hambre, pero me da hueva salir de mi escondite así que busco en la mochila algo de comer. Encuentro un Butterfinger, unos Cheetos y una botella de agua medio llena. Agarro el chocolate y le doy una mordida. Está rico y como tengo hambre, pues me sabe mejor. Vuelvo a buscar en la mochila y saco mi celular. Hace un día que me quedé sin pila. Así que aprovecho y desconecto el secador de manos para ponerlo a cargar. Mi iPod no reconoce ninguna señal wifi así que lo apago. Al rato lo pongo a cargar también. Me lavo la herida. Me aburro. Esperar a morirte no esta nada chido…
El libro que estaba leyendo está roto, le faltan un chorro de páginas, así que ni al caso que lo siga leyendo. Lo tiro en el bote de basura. Voy a leer mi diario, a ver si se me ocurre algo para escribir. Mis últimas palabras. Chingado ya no quiero llorar. Traigo todo el coraje atorado en el pecho.
Paso las hojas de mi journal, veo fotos impresas en calidad chafa (de impresora pues), boletos de cine pegados con washitape, notitas de amigos, una calcamonía de Hello Kitty y otra de Sponge Bob, la que me regaló un primo (le salió en unos Doritos). También hay dibujos de conejos que voy haciendo, otros dibujos que me hizo Randy, teléfonos, corazones, todas las tareas que tengo pendientes para entregar en la uni. Más atrás está la lista de materiales que tengo que comprar para el taller de serigrafía, algún boceto de las camisetas que quería hacer para el concierto de Volován. Por la parte de en medio tiene canciones y poemas que me salen cuando ando pacheca, reflexiones del día, fechas, fechas y más fechas. Todo es un pinche desmadre, pero me gusta mi desmadre. Tiene su orden dentro de su desorden. Esta bien chido mi diario. Empiezo a leer. Tengo que parar a ratos. Tal vez no vuelva a Monterrey, ni a Vancouver. ¡Chingado! Sigo leyendo y las letras se ponen borrosas a ratos, luego la tinta se corre. Me sueno los mocos.
Junio, 10, 2011
8:40 a.m.
Siempre voy tarde a los aeropuertos. El check in se acaba en 20 minutos. Randy va manejando como loco y yo traigo mi cara de pedo atorado. A ver si llego.
12:25 p.m.
Pues si llegué, hace rato que despegó el avión. No me gustan las despedidas, nunca me han gustado. Me daba cosilla ver a Randy ahí esperando a que pasara el control del aeropuerto. Sólo eran un par de meses, pero él sigue sin entender porqué me voy tanto tiempo.
Junio, 12, 2011
Francia me llamó hoy y me dijo que estaba planeando que hacer para su cumpleaños. Quería que nos fuéramos todas las de la bola de shopping a Houston. Yo le sugerí San Antonio. Le dije que mi hermano tiene una casa grande y hay tres cuartos extras además del suyo, así ahorraríamos en gasolina, hospedaje y que eso significaba más dinerito para el mall… me dijo que sí. Le pregunté que quienes más iban. Caty, Tatis, Babby y Marcela… No soporto a Marcelita.
Junio, 17, 2011
¡Pinche vieja! Marcela ya está empezando con sus pendejaditas. Acabo de colgar con Tatis que me pasó el chisme de que la pinche vieja le dijo a Francia que había conseguido que sus papás le dejaran el tiempo compartido que tenían y pos que al final si nos vamos a Houston. En carro. ¡No mames! Está hasta la chingada. ¡Que hueva!
Uso la envoltura del Butterfinger como separador y cierro mi diario. Se me entumieron las piernas. Me paro un rato. No quiero salir del baño, pero ahora que me acuerdo también cerré la puerta de la oficina. Voy a ver si jala la computadora que vi en la mesa.
Pues no, no funciona. Bueno de prender prende, pero no me puedo conectar a internet. Al menos encuentro comida en el despacho. No sé cómo no vi el mini refri que está abajo de la mesa. Hay un chorro de cosas. Le cabe bastante para estar tan chiquito. Ya se está haciendo de noche. Apago las luces, así no llamo la atención.
Estuve un rato asomada por la ventana, medio escondida. No pude ver a nadie. No pasaban carros, ni gente, nada de nada. Hay una moto estacionada al lado de un bote de basura. Podría ser la manera de irme, pero no tengo ni idea de como se manejan. Un carro sería lo mejor. Aunque esté en un pueblo pedorro en medio de la nada, se me hace bien raro que no pase nada alrededor de la gasolinera. Me hago una cama improvisada y me encierro en el baño otra vez. Ahí me siento segura.
Mi cel ya estaba cargado, lo prendo y lo primero que hago es ponerlo en vibrador. Me va a salir bien caro el roaming, pero vale madre. La señal viene y va. Cuando veo que tengo dos rayas de señal le mando un mensaje a Tatis. Espero que me conteste.
Me empieza a doler el brazo otra vez. Me vuelvo a lavar la herida. Se que tengo que ir a un hospital si no se me va a infectar esta chingadera. Pero es de noche, estoy sola y perdida, así que ni de pedo. Si es que amanezco mañana veré que hago. Me tomo un Advil, a ver si me ayudan con el dolor. Pongo el celular a mi lado y me duermo en mi camita improvisada.
Junio, 25, 2011
10 a.m.
Pues sigo vivita y coleando… Tatis no me contestó el mensaje… No me quiero morir… Me duele menos el brazo.
Después de pensármelo por un rato salgo muy silenciosamente del baño. La tienda esta hecha un pinche desmadre, pero sigue con las puertas cerradas y las persianas bajadas, tal como la dejé. Osea que ni una pinche alma ha pasado por aquí. No se si tendré tanta suerte la próxima vez así que aprovecho y agarro todo lo que puedo. Me encuentro una de esas canastillas azules de plástico. Voy echando todos los medicamentos que encuentro (tampoco es que tengan la gran variedad, pero de perdido hay para el dolor). Todo lo que sea vendas, alcohol y pendejaditas para las heridas van a la canasta.
Unos Tampax no me vendrían nada mal, agua, barritas energéticas, Gatorade, lo menos pinche que encuentre de comida y unas cápsulas de Redbull por si la moscas.
Llevo varios días con la misma ropa. No estaría mal lavarla. Lo malo es que esta tienda no tiene mucha cosa, nomas puras pinches camisetas feas y tallas extra grandes. Sé que no estoy en la posición de ponerme mis moños y miro la delicada selección de prendas ante mí. Unas tienen dibujos del mapa Texas, otras de los Dallas Cowboys u otro equipo de football americano y hay una de Homero Simpson. Pues me llevo todas a ver si me puedo hacer un vestido o algo. Hay un cinto de plástico transparente (como zapatos de stripper) que igual me puede servir. Tardo un rato en agarrar todo y me encierro en la office. Después de cerrar la puerta pongo unas sillas contra la puerta. Me siento un rato, con tanto ajetreo ya me empieza a doler el brazo otra vez. Busco mi journal en la mochila para entretenerme. Me aburro. Lloro de nuevo.
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Matilde y Parsifal
Cada mañana Matilde y Parsifal tienen la misma rutina. Se levantan pronto, desayunan algo rico y luego proceden a arreglarse. Matilde se pone su collar y sus aretes de perlas, unos zapatos negros de charol y últimamente opta por usar un labial rojo que, para su edad, le sienta muy bien. Parsifal lleva su reloj de bolsillo, una pajarita color azul y un sombrero más bien casual. Mientras terminan de alistarse, Matilde suele tararear.
Parsifal mira su reloj y con un gesto tímido le hace entender a Matilde que es hora. Ella cierra la puerta de su habitación, quita la manta que cubre la jaula de los pájaros y antes de salir siempre desliza su mano a lo largo de la mesa, mientras ve todas las fotos familiares que hay en la repisa. Suben al ascensor y esperan en el portal de la puerta.
Cada mañana, a las 9:05 exactamente la muerte se pasea frente a su edificio. Algunos días lleva chándal y otros una chupa de cuero. Normalmente pasa de largo ante la pareja y sigue su camino bajando la calle. A la muerte le gusta tararear, como a Matilde. Son las 9:03 y el corazón de los ancianos comienza a latir con fuerza, más rápido, tan rápido que aveces no pueden escuchar a la muerte tararear.
Ya son las 9:04 y pueden ver como se va a cercando. Hoy la muerte se viste particularmente elegante, lleva un esmoquin, sobrero de copa y gafas oscuras. De pronto, se detiene frente a la pareja. Parsifal sujeta la mano de Matilde con fuerza, mientras la muerte hace una reverencia quitándose el sombrero y luego sigue su camino mientras tararea.
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Repentino calor
Cada día, Milla miraba tristemente la bandera desde su ventana. Aquella mañana hacía poco viento y ésta muy apenas hondeaba.
La frágil chica se sentía muy sola, hacía poco tiempo que Manu la había abandonado, y llevaba días hundida en el mar de su almohada, escondida bajo las sabanas. Cuando ya no tuvo más fuerzas para llorar, decidió salir a dar un paseo por el sendero nevado. No se pronosticaban ventiscas ni tormentas, por lo que se sentió segura.
Al cabo de un rato llegó al lago y se sentó en un tronco seco que estaba cerca. Miró el agua congelada y lloró en silencio. Comenzó a sentir mucho frío, la temperatura empezó a bajar y el viento a soplar violentamente. Giró y vió como la bandera se movía bruscamente, así que se apresuró de vuelta a casa. Caminaba con rapidez para generar un poco de calor, pero el cuerpo comenzaba a entumecersele.
Al llegar al porche sintió un repentino calor y algo que la cubría. La bandera había volado para recibir a Milla en casa. La calidez comenzó a sanarle el corazón.
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La pecera
Juan Pablo siempre mira la pecera mientras desayuna. Llena de rocas y adornos, pero sin agua ni peces. Hacía tiempo que sus padres habían renunciado al hobby.
Un día mientras dibujaba en clases tuvo una idea, así que guardó un par de dibujos en su bolsillo. Durante semanas fue recolectando estrellas de malvavisco de los cereales, figuras de plastilina que hacía en el cole y todo lo que pudiera ayudarle a decorar la pecera.
Cuando tuvo suficientes adornos, esperó a que todos en casa durmieran y bajó lentamente las escaleras para no hacer ruido alguno. Cogió un poco de celo y fue pegando toda clase de objetos fuera del acuario. Al terminar no se sentía muy satisfecho ya que las figuras estáticas quedaban bastante mal. Decidió ir por la manguera, llenar la pecera y lanzar dentro todo lo que había pegado.
El nivel del agua subía lentamente, las decoraciones caían, unas flotaban y otras se quedaban en el fondo. Cuando la pecera se llenó JP miró con tristeza su obra. No era como la había imaginado. Subió a una silla y metió la mano en el agua para sacar los trozos de papel que tenía al alcance. Cuando tocó el agua un ligero temblor le hizo caer de culo al suelo.
El niño miró atónito como los peces dibujados se desprendían de los pedazos de papel, cobraban vida y se llenaban de colores intensos. Las estrellas se adherían a los cristales, una gamba nadaba ágilmente por el fondo y varios caballitos de mar se escondían tras los corales. El acuario resplandecía de vida. Juan Pablo sonreía.
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Experimento
Alice odia la clase de química y odia aún más los días de laboratorio. Ella prefiere pasar las clases dibujando estrellas. Su mejor amigo Humberto le ayuda a aprobar los exámenes y a hacer los deberes.
Aquel día el proyecto del laboratorio puntuaba el doble. Hum llegó muy pronto y Ali llegó muy tarde; sabiendo que suspendería la asignatura sin los puntos del experimento. Sus otros compañeros iban terminando y abandonando el lab. Comenzaba a anochecer, Hum y Ali se quedaron solos mezclando químicos e intentando terminar a tiempo, pero las cosas no iban nada bien; a la chica de rizos marrones no parecía importarle mucho su nota. En cambio su amigo estaba bastante agobiado y comenzaba a desesperarse de la actitud de su amiga, la cual comenzó a pintarse las uñas.
Humberto no pudo más y comenzó a reñirla. Ella se quedo muda, no podía articular palabra. Nunca había visto a su amigo así. El seguía gritando y ella comenzó a soplar nerviosamente sobre sus uñas para secar el esmalte con purpurina. El chico de gafas atónito cogió el pinta-uñas y en el forcejeo este salió disparado y cayó dentro del vaso de precipitados.
Una pequeña explosión, humo y de pronto una mini galaxia comenzó a expandirse y elevarse por el aula. Estrellas, constelaciones y diminutos cometas iluminaron el oscuro laboratorio. Los dos amigos miraban maravillados su pequeña creación.
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Sueños
Ray es un chico frustrado. Nunca ha sido capaz de soñar. Nunca. Su mejor amiga Anna esta frustrada también. Llleva años enamorada de él, pero Ray no puede ver más alla de su frustración.
Ella sabe que su amigo esconede un secreto secreto e intenta descubrirlo; para esto ha invitado a Ray de paseo en el viejo coche que heredó de su abuelo. Durante el trayecto el chico rubio se quedó dormido. Soñó por primera vez, soñó con ella, con Anna. Soñó con su cara pecoza rosada por el sol, su silueta a contraluz y con sus ojos verdes. Esa noche deseo soñar otra vez, a pesar de no saber con claridad si era por el hecho de volver a experimentar imágenes oníricas o por ver a Anna. Pero ni esa noche ni las siguientes logró soñar, pero al menos tenía a su amiga, podía pensar en ella.
Un par de semanas después Anna volvió a invitarle a dar una vuelta en coche y una vez más soñó con ella… Al despertar miró a Anna, sonrió y le cogió la mano mientras seguían su camino.
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El croissant
Mateo decidió dar un paseo por Avinguda Gaudí ya que había salido quince minutos antes de lo previsto. Después de comprarse un croissant de chocolate en Puigross bajo por la tranquila calle. A lo lejos la Sagrada Familia comenzaba a iluminarse con los rayos del sol.
Justo cuando bajaba las escaleras del metro el último trocito de croissant se cayó al suelo. Al agacharse para recogerlo un hombre despistado le empujo. Un agujero se abrió en el suelo y se trago a Mateo y al pedazo de pan.
Cuando el chico abrió los ojos se encontraba en el portal de su casa con la pasta en la mano y con un retraso de quince minutos. Se metió el trozo de pasta en el bolsillo de la chaqueta y corrió hacia el metro.
Llegó a la entrada y comenzó a saltar las escaleras de dos en dos. El trozo de croissant cayó en el mismo sitio. Mateo miró por unos segundos y pasó de largo.
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Intestinos Fotográficos
Albert había terminado con Anna aquella noche. Aún tenía los ojos rojos y la mirada perdida. Dolía. Mucho.
El anden estaba solo y el tiempo pasaba lentamente. Las ganas de llorar y la presión en el pecho volvieron. Tal vez debía darle una segunda oportunidad, aunque eso no arreglaría nada. El dolor seguía punzándole el corazón.
Un pensamiento precoz le hizo saltar hacia las vías justo cuando pasaba el tren; el cual se transformó en un dragón que de un bocado se tragó al chico rubio.
Dentro del gran dragón había un largo pasillo tapizado de recuerdos de Anna y Albert. El chico flotaba y recorría a gran velocidad los intestinos fotográficos del dragón hasta que una luz lo cegó.
Abrió los ojos dos paradas de metro después. El dolor del pecho desaparecía poco a poco. Sonrió. Sabía lo que tenía que hacer.
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Muñeco de Nieve
No hay mucho trabajo durante el mes de diciembre. Estar en recepción por 8 horas es bastante aburrido.
Las decoraciones navideńas del consultorio son viejas y baratas. En sí todo el consultorio es viejo y barato.
Justo al lado del tarjetero hay una estatuilla en forma de muñeco de nieve. Tiene algo de moho, está carcomida y sucia. Lo que más me llama la atención es su perturbadora expresión. Menos mal que me da la espalda.
Ayer Ernesto lo giró y no fue hasta la hora de la comida que me di cuenta que la tétrica figura me miró durante toda la mañana. Me dio tanta ansia que la agarré y la metí en el cajón.
Durante la tarde la figura volvió a aparecer girada hacia mi. Volví a esconderla.
Ernesto lleva una semana de vacaciones y la figura me espera cada mañana junto a mi taza de café.
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La Paloma
Ella nunca llegaba tarde. Nunca. Y justo el día de la demo, Alice llegaría tarde al trabajo.
Cuando se acercaba a calle Padilla, vio algo en medio de la vía. Al cruzarla se dio cuenta de que era una paloma herida.
Ya voy tarde, que más da. Alice miró a su alrededor y no encontró nada con lo que mover a la pobre ave. El semaforo comenzaba a titilar y sin pensarlo la cogió con las manos y corrió justo antes de que la luz cambiara de color.
Una mujer la miró con asco y desaprobación mientras colocaba a la paloma al lado de un árbol.
Cual fue su sorpresa que al alejarse la paloma creció y creció hasta medir los dos metros de alto. Alice miraba atónita. La paloma habló:
-Gracias por ayudarme. Ya vas tarde, sube que te llevo.
Faltaban quince minutos para la demo y Alice esperaba tranquilamente tomándose un café.
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Bailén y bailar
Camila tenía el sabor agridulce de las partidas en la mirada. Pensaba en todas las aventuras y desventuras del último año, lo que había vivido, descubierto y añorado.
Decidió usar su patinete por última vez en Barcelona, se puso los cascos y se deslizó ligera hacía la puerta de embarque del aeropuerto aún vacío.
Una sonrisa le iluminó la cara cuando de pronto el paisaje cambió y la transportó de vuelta a la calle Bailén. El corazón le latía al ritmo de la música mientras contemplaba una vez más la calle que la adoptó durante su estancia.
Entre risas, recuerdos y bailes Camila voló en su Penny a su querida Colombia.
*Para Camilita. ¡Te hecharé de menos!
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El charco
La abuela Antonia contemplaba el paisaje desde el banco del parque. El día era plácido, tranquilo y disfrutaba de como el sol le acariciaba la cara dulcemente.
No muy lejos de ella había un pequeño charco rodeado de hojas secas, un par de palomas picoteando un trozo de pan duro y un gato callejero rebuscando en la basura.
Una de las palomas se acercó a beber al charco, después de beber se retorció y cayó sobre las hojas. Su compañera salió volando; el gato se acercó al ave muerta; Antonia miraba la escena atentamente.
El minino bebió del charco y sufrió el mismo destino que la pobre paloma. La anciana se acercó a chafardear más de cerca y pego un grito al ver como la paloma revivía y se convertía en una linda ave con brillantes plumas de colores. El gato abrió los ojos y se encogío hasta convertirse en un gatito pequeñito, en un bello cachorrito. Antonia lo cogió tiernamente en brazos.
Luego miró fijamente su reflejo en el charco. Su cara vieja y cansada. Dudó. Finalmente se agachó y bebió del charco.
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Lustrina azul rey
Las calles estaban vacías, hacia sol y un poco de frío, el día era perfecto para dar un paseo. Cuando esperaba en el semáforo noté que al otro lado de la calle había algo llamativo en el suelo. Cruce y vi que era un cuadrado de lustrina azul rey perfectamente cortado.
Me agaché para agarrarlo y al tocarlo fui teletrasportada a mi infancia. Miré asombrada a mi alrededor y vi a mis compañeros de kinder, a mis profesoras, los juegos. Una pelota de football me golpeó la cara y solté el pedacito de lustrina.
Cuando abrí los ojos estaba de nuevo en la calle, al lado de la parada del camión, que justo llegaba e hizo que el trocito de papel saliera volando junto con mis recuerdos.
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