cronicavoragine
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No me acuerdo muy bien en qué punto en el tiempo ocurrió todo eso. Hoy es 13 de enero del 2021. Mis amigas duermen y a mí me sube la ansiedad y sé que va a ser una noche larga porque es probable que hasta dentro de unas horas no me duerma.
Empezó a chispear hace varios minutos y la brisa del verano se está convirtiendo en temporal. De apoco los árboles danzan a un ritmo cada vez más frenético. No falta mucho para que sus copas que agiten sin parar hasta que el cielo deje de romperse en truenos.
El instante previo a que rompa una tormenta se parece bastante al momento en el que está por empezar un recital. Todo se oscurece cada vez más. El silencio. La calma que antecede al huracán.
De repente las luces se encienden y los parlantes me hacen vibrar hasta los huesos como los truenos retumban en esta casa.
Entonces vuelvo. Viajo. Ya no tengo veinticinco años. Tengo veinte. Sonrió mucho. Me gusta que Nico, que todavía no es mi novio pero ahí andamos me lleve cuando las bandas under con las que trabaja se presentan en vivo. Me gustan estos antros y la mística previa a que empiecen a tocar. Me gustan esas luces amarillas que tiñen el escenario y pienso como me gusta el mundo de estos colores, de luces, de gente cantando y de bandas emergentes.
De mis cosas favoritas ésta debe estar arriba de todas las demás; los nervios, de ese momento en el que estas al borde, a un instante de eso que estás esperando. Porque nunca más estás tan cerca como cuando algo es inminente, de ese espacio entre el "estar por suceder " y el "está sucediendo". Ese momento pequeño, casi ínfimo, ese es el momento que tanto me gusta. Cuando está por sonar el primer acorde, cuando está por estallar el primer trueno, las miradas que se cruzan antes de un primer beso, el primer chiste que cruzas con alguien y esperas a ver si se ríe o te mira de desconcierto, sin risa. El momento previo en el que cruzaste miradas con una persona y supiste que de extraños pasarían a ser muchas cosas más, que ahí es donde la historia se cruza, se enreda.
2
El calor insoportable del verano que empieza cocina Buenos Aires a fuego lento y espero que Nico me avise para poder pasar. Los patovas me miran con cara de orto, pero no me pueden decir nada porque me vieron con él. El evento es de suyo, así que aunque el boliche tiene una fuerte política de "solo managers y músicos" antes de abrir puertas entienden que es mejor no pelearse con él. Hoy trabajan para Nicolás.
Nico se acerca a la valla y me suelta pasado de estrés:
_Vas a tener que esperar un poco más. Pachi tiene que entrar primera porque se encarga del merch y aparte a Nacho no le gusta que se quede afuera y es mejor si los chicos están tranquilos antes de tocar.
Le respondo que no se haga problema, que ahí afuera no me va a pasar nada, que está lleno de gente, que haga lo que tiene que hacer que nos vemos adentro.
La veo de reojo a Pamela, Pachi, al lado de la puerta con una caja que es casi tan grande como ella y su mejor cara de pocos amigos. Creo que nunca la vi sonreír hasta ahora y ya la crucé varias veces. A veces me saluda, otras pasa de mí. Creo que no me hubiera importado si para Nico no fuera tan importante. Nacho es de sus mejores amigos y quiere que nos llevemos bien los cuatro para poder salir. Pachi es imposible. Casi no habla y muchas veces no responde mis comentarios. Respiro hondo y le pongo onda.
Nico la hace pasar. Sé que no le gusta que yo me quede afuera. A mí no me emociona porque me da vergüenza estar en un lugar sola que no conozco a nadie, pero más vergüenza me da estar adentro, con los amigos de él y las novias de sus amigos. Aparte me da esos nervios pesados el haber entrado más temprano que tarde en esa bolsa de "las novias". No hace tanto que con Nico empezamos a vernos y el rótulo me parece un montón.
A los diez minutos vuelve con la sonrisa estampada en la boca.
_Hay bocha de gente. Te puedo hacer pasar ahora pero la tenés que ayudar a Pachi con el merch.
No me emociona. Vender nunca fue lo mío, encima cuando me pongo nerviosa lo último que se hacer es contar y me dan ganas de vomitar de tener que hacer cuentas rápido. Así todo le veo la mueca de preocupado y pasado. Accedo. Me pasa la pulsera naranja. El patova la mira y me deja entrar.
Adentro de Palermo Club casi no hay gente. Están por un lado los pibes de las distintas bandas charlando entre ellos y en las barras las novias de los músicos armando las ferias para vender el merchandising respectivo.
Nico me lleva de la mano y me presenta a cada extraño que nos cruzamos. Me acompaña hasta la barra.
_Pachi, Jupi te va a ayudar hoy. Viene conmigo.
_No necesito que me ayuden.
_No la dejaban pasar sino y se tenía que quedar afuera, así que se queda acá- Sentencia. Ella le responde con una mueca profunda para hacerle saber que no le cae en gracia lo que le está diciendo. Alguien grita el nombre de Nicolás del otro lado del lugar y sale disparado a ver qué pasa.
Le sonrío a Pachi que apenas me suelta cuanto salen las cosas, pero que ella se encarga de todo. Me limito a quedarme parada al costado. Creo que así va a ser mejor. No quiero invadirla y sé que es de esas personas que es mejor no invadir, se le nota de lejos.
Aparece Nacho de la nada, me saluda con un abrazo y me dice que bueno volver a verme. Se acerca a Pachi le da un beso, charlan un poco entre ellos y saco el teléfono. Diría que me quiero ir, pero no es cierto. Quiero irme de estar en esa situación pero no quiero irme de este lugar. La gente empieza a entrar y el conglomerado de humanos a la expectativa aumenta y de a poco el lugar se empieza a caldear. El aire acondicionado no de abasto en este diciembre más caluroso que los anteriores.
Tocan dos bandas que no conozco pero que me gustan como suenan. La tercera no le presté atención. Finalmente Ferma sube al escenario. Pachi se va de su puesto y se para al lado mío. Cierro los ojos, para sentir como la música me atraviesa el cuerpo cuando suene el primer acorde y la euforia me trepe por el cuerpo. Ferma me gustaba, era una banda que podía escuchar sin problema. Cuando empecé a salir con Nico terminó de gustarme del todo. Creo que tenía que ver con todo lo que me pasaba con él. Como si todo lo que giraba al rededor suyo me gustara por proximidad.
Termina el primer tema y aplaudo.
_Mi súper poder es que aplaudo muy fuerte- Le digo a Pachi, que en cuanto se lo digo levanta una ceja y me mira de arriba a abajo. Procedo a mostrarle y se ríe. Sonrió triunfante. Funcionó. Es ese. El instante previo a la primera risa compartida cuando sabes o estas por saber si alguien podría convertirse en tu amigo.
En esa primera carcajada compartida lo supe cuando cruzamos miradas y conectamos, nos reímos hasta que nos dolió la panza. Explotamos el chiste.
Termina la noche. Junto todo con Pachi. Vamos todos a cenar a una parrilla que está abierta 24hs. De capital me sorprenden esas cosas. En el conurbano no existe eso.
Ya bien entrada la madrugada, cuando nos tiramos en la cama, Nico me pregunta si la pasé bien. Sonrió mucho y le digo que sí, que la pasé bien con Pachi. Charlamos un rato y me quedo dormida cerca de las cuatro de la mañana.
3
Pienso mucho en ese momento de la vida. Pienso mucho y me pregunto cómo no lo vi venir. Tal vez tendría que haberlo sospechado en el medio de la vorágine, del torbellino. Ahí cuando todo avanzaba a la velocidad de la luz y tenía esa inminente sensación de que todo se escapaba de mis manos, se me escurría en los dedos.
4
¿Te acordás cuando eras feliz? Yo sí.
Me acuerdo que a veces entre carcajadas nos mirábamos y sonrías, y si eso no fue felicidad alguna vez, estoy segura que estuviste muy cerca.
Era como si fuéramos parte de la misma cosa. No puedo explicar cómo, pero así se sentía. Cuanto más nos conocíamos más nos cerraba que estábamos totalmente destinadas a conocernos. Cuando el verano de mis veinte años estaba llegando a su fin fue que con Pachi empezamos a hablar por fuera de cosas de la banda o de los recitales en sí, sino que empezamos a charlar de lo que nos gustaba, de salir, de nuestras parejas, otros amigos. Fue uno de los viajes que hicimos a Tigre. Los chicos se presentaban ahí y Nico quería que yo fuera con ellos. Tenía uno de esos días del infierno en los que se me superponían un millón de cosas, pero le había dicho que iba. Si hay algo que todavía hoy no aprendo es a no hacer planes chinos, que no puedo hacer un centenar de cosas en un solo día y andar de malabarista entre mis cosas y las de los demás para hacerlos felices.
Nos atrasamos Nico y yo y él no podía llegar tarde. Había salido tarde de la facultad aunque había ido temprano. Dijo que no estaba enojado conmigo, y aunque le creí que lo que le rompía las bolas era que la UBA funcionara tan mal para lo administrativo, no podía evitar sentirme incómoda. Llegamos a la puerta de Zorak él de mal humor y yo desorbitada. Pachi me vio y me tiro de la mano en cuanto llegué.
_Acompáñame que tengo que ir kiosco- soltó, y tiro de mi muñeca. La seguí ausente – ¿Estas bien? Preguntó finalmente cuando estábamos solas.
Le conté que me ponía mal hacer llegar a tarde a otros y que no me gustaba verlo a Nico tan de mal humor. Me daba un poco de ansiedad.
_No pasa nada. No es tu culpa. Nadie está enojado con vos. Aparte, él lo entiende.
Trató de tranquilizarme y caminamos hasta que me sentí mejor. Me charló de lo mucho que le gustaba Tigre y que hubo un momento de su vida que vivió ahí. Después se mudó a capital con Nacho porque le quedaba más cómodo a los dos para estudiar y trabajar. Me contó historias de cuando ella vivía ahí y de gente que fue su amiga pero habiéndose mudado ya no volvió a frecuentar.
Me contó también que acá había sido muy feliz pero también muy miserable y que de Tigre no le gustaba eso, lo mucho que le recordaba a toda esa oscuridad, como si todos sus recuerdos felices hubieran quedado impregnados por una amargura tan profunda que nunca podía terminar de extirpar y no volvió más. La abrace. Nos abrazamos. Me alivió el malestar.
Me sonrió y me dijo que tendríamos que ir volviendo. Que les iba a faltar a los chicos su aplaudidora oficial. Me reí fuerte, como cuando la carcajada se escapa del cuerpo. Nos agarramos del brazo y volvimos juntas Zorak.
Ese fue el día que supe que Pachi y yo íbamos a ser grandes amigas. Esa noche también fue una de las que tuve una de esas peleas fuertes con Nico. Cada vez que había un recitar o un festival terminaba tomando mucho. No estaba dado vuelta pero si bastante en pedo en ese punto que la gente hace el ridículo y te da vergüenza ajena.
Nos quedábamos a dormir en la casa de uno de los chicos de la banda porque ellos eran de ahí. Con Mauricio había hablado dos veces en la vida, y con su novia menos todavía. Juana y Nico eran grandes amigos pero Juana me detestaba por razones que nunca pude precisar muy bien.
A Pachi tampoco la quería. A veces creo que la pica estaba simplemente porque estaba ahí pero cuando empecé a hacerme más amiga de Pachi a Juana le fue gustando menos. Así que ahí estaba por dormir en la casa de dos personas que poco conocía, y a una le caía más que pésimo con Nicolás que no paraba de hacer el ridículo, demasiado lejos de Adrogué como para volver y descansar tranquila en mi cama.
Me dormí cuando los pájaros cantan porque el sol ya está por llegar. Incomoda y con ganas de llorar trabadas en el pecho, las lágrimas que no pude contener se me caían por la cara y en silencio reteniendo el temblor, me dormí.
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Hace más de dos horas que nos acostamos todas. Nadie duerme. De esas cosas que detesto compartir es que a la noche el terror nos trepa y la madrugada se hacer eterna y hay veces que no hay charla ni mate que lo apacigüe. Hay noches que los monstruos se escapan del infierno y vienen a buscarnos. Por lo menos acá estamos las cuatro juntas, en silencio mientras esperamos que la noche aclare. Lo bueno de Enero es que el sol sale temprano y la noche es corta, que el viento se volvió calmo cuando pasó la tormenta y ahora nos arrulla. Tal vez antes de que den las cinco vuelva a dormirme. Tal vez, antes de que el cielo se ponga gris casi dorado deje de repasar el pasado para entender por qué no pude entender a tiempo.
6
Corro el tren en constitución. Corro el subte. Corro el tren de nuevo. Nos subimos en una estación que ya no recuerdo el nombre. Estamos yendo a Acero, un bar en algún punto en el Zona Oeste. Nico me cuenta que Nacho y Pachi están en el mismo tren. Coordinamos para estar todos en el mismo, ellos se subieron algunas estaciones antes que nosotros. Le pregunto dónde están.
_Allá- Dice- Nacho está ahí parado. Pachi tuvo que sentarse, no se siente bien.
Atino a pararme a ver qué le pasa, pienso que tal vez le bajó la presión por viajar, sé que a veces le pasa. Nico me agarra del brazo, lo veo que duda. Hay algo que quiere decirme pero no sabe cómo, o no le da el corazón para hacerlo. Me mira con los ojos tristes y me abraza. Sabe que lo que me va a decir no me va a gustar y trata de posponerlo lo más que pueda aunque sean unos segundos. Lo miro y trato de escarbar la respuesta en sus ojos. Si algo que Nicolás no puede hacer es mentirme. No porque sea su novia, sino porque nunca pudo mirarme y no decime la verdad. Un poco porque no tiene la capacidad de hacerlo y otro poco porque durante el tiempo que fuimos amigos antes de estar juntos aprendí a leerlo.
_No digas nada de esto porque se supone que ni yo tendría que saber, pero Nacho me contó porque estaba muy angustiado. Por ahí Pachi después te lo cuente. No sé. Ella es recontra reservada viste y no le gusta que le pregunten nada.
_Nico, al grano.
_Le salieron mal unos estudios. Tiene algo en la sangre no saben bien que. Por eso a veces no puede ni estar parada.
Se me hace un hueco en el estómago.
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_El viaje es sin novias al final. A mí me gustaría que vengas pero decidimos que mejor no para enfocarnos todos. Me dijo Pachi que te diga que si querías podías ir ese día a dormir a la casa así se hacen compañía. También va Elena.
A Elena la conocimos una de las veces que estábamos en Tigre. El día que tocaron en Zorak. Es macanuda y se ríe gracioso. Es fotógrafa igual que su novio, Lauti que le saca fotos a los chicos de Ferma. Con ella me fue más fácil empezar a hablar porque tengo más cosas en común o porque Eli es de esas personas que si le charlas está todo bien.
El viaje al que no fuimos disparó muchas cosas. Entre ellas que formalmente nos formáramos las tres como grupo de amigas cuando creamos nuestro grupo de WhatsApp. Aunque en el grupo habláramos muchísimo con Pachi hablábamos todavía más por privado.
Hizo un cero a cien. Pasamos de mensajes más formales a no soltar el teléfono en todo el día contándonos el minuto a minuto de todo. Creo que he llegado a saber el itinerario completo de su vida. También en eso empezamos a mimetizarnos tanto que cada vez que nos cruzábamos estábamos vestidas iguales, hablábamos cada vez más parecido, compartíamos muletillas, chistes.
Cuando digo que se sentía como si fuéramos parte de la misma cosa lo digo porque en esa velocidad violenta con la que nuestra amistad se configuró se empezó a desdibujar dónde quedaba yo y dónde quedaba ella. Nos volvimos un conglomerado. Me volví un agregado. Donde estaba Pachi estaba yo, al pie del cañón.
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Era como si fuera un gran honor el pertenecer. Como si habría que ganárselo, casi que era sumamente exclusivo, y que ella lo decidía. No solo lo decidía, lo decía sin ningún tipo de tapujo, decía que ella era quién dejaba entrar a alguien en el grupo, que para ser bien visto en las personas que rondaban alrededor de Ferma hacía falta su aprobación. Pachi tenía carácter fuerte y estaba convencida que tenía el mundo a sus pies, que hacía y deshacía a sus ganas y que nadie iba a cuestionarla. Tenía esa mirada penetrante, asesina que a muchos mandaba a callar. Tenía esa prepotencia y autoridad en el grupo que nadie se atrevía a cuestionar ¿La tenía? O ¿Era de Nacho? Nacho era líder. No sé si se lo propuso creo que simplemente le sucedió siendo la persona cálida y carismática que era. Más temprano que tarde Ferma empezó a tener cada vez más seguidores un poco porque lo que hacían estaba bueno, otro poco porque lo tenían a él. Una persona autentica y transparente como el rio cuando baja turbulento lo querés cruzar. Lo vas a cruzar. La corriente aumenta, la tierra se arremolina en el fondo. Te empuja los tobillos. Cuidado, ya no lo podes cruzar. Cuidado, el agua cristalina es solo arriba y abajo los pies te podes cortar.
Un día entre esas afirmaciones me soltó que conmigo no había habido problema porque se notaba que a Nico lo quería en serio. Me contó también que él, antes de que estuviéramos juntos llevaba a cada recital una chica distinta, que ellas se le acercaban por interés porque era una persona que habría muchísimas puertas. Dijo que ella era así porque no quería alguien cualquiera cerca de los chicos que eran como su familia, también comentó que Nico era medio gil por no darse cuenta de esas cosas. No le respondí, a mi no me interesaba pensar en qué hacía Nicolás con quién antes de que estuviéramos juntos. Pensé entonces que Pachi no era tan viva como creía ser. Si hay algo que Nicolás no es, es gil. Es dos veces vivo porque prefiere que creas que no se da cuenta así después te caza al vuelo y no lo ves venir.
Dudo que Pachi alguna vez lo haya podido ver sobretodo porque si hay algo que Pachi y Nico tenían en común es que ellos sabían mejor que los demás. Ellos siempre sabían mejor que vos qué pensabas, qué sentías, que decías y decían de vos. Porque ellos siempre sabían mejor. Atrás Nacho aseveraba sus versiones de realidades alternas, como el rio tramposo que parece que podes cruzar pero la corriente te va a llevar.
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Despacio. Progresivo. Como crecen las hojas después de la poda o como cuando una rama se pudre, se cae y todo el árbol se olvida de florecer ese verano.
Despacio, de a poco las hojas vuelven a brotar. Despacio, en mates y en compartir, nuestra amistad empezó a surgir.
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_Vos tenés un súper poder
_ah, ¿sí? ¿Cuál?
_Vos sanas a las personas
_No me chamuyes Juan
_Yo no te chamuyo. Vos sanas a las personas. Es porque sos mágica. Sonreís tanto que al final los curas. Por eso la gente se te pega, por eso algunos te quieren drenar.
_Dejame de joder querés? Que es este chamuyo barato
_Yo no te chamuyo reina, aparte a mi me gustan los tipos y vos sos mágica.
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Estas cosas me dan nervios. Las primeras veces de cosas. Con Pachi y Eli nos estábamos llevando cada vez mejor, pero hasta ahora nunca habíamos oficializado nuestra amistad emergente con algún plan que nos perteneciera solo a las tres.
Llegué a lo de Pachi antes que Eli. Cuando abrió la puerta nos miramos y nos reímos. Estábamos vestidas igual. Esa fue la primera vez que nos dimos cuenta del parecido a la hora de vestirnos. Empezó a ser el cometario cada vez que nos cruzábamos, a decirnos de ponernos de acuerdo cuando fuéramos a lugares así no íbamos como si fuéramos gemelas. Así todo fue inevitable. Había algo en lo doble, en lo igual, en mirarnos al espejo y el reflejo nos devolviera cada vez más parecidas. Existe cierto placer en lo igual, en ese pertenecer innegable que nos daba esa igualdad.
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Quería que lo deje. Nico se dio cuenta antes que yo. Quería que lo deje y cualquier excusa le servía para eso. No voy a decir que Nicolás era un santo, porque no lo era. Bastante humanidad le sobró todas las veces que encarnó la miseria humana y con descaro y soberbia eligió mentirme en la cara, y las ganas de tener razón le ganaron al elegir no lastimarme. Porque humanidad no solo es aquello propio del ser humano que nos vuelve mejores, también es eso que nos hace tan terribles.
De orgullo se tiñeron las discusiones y los colmillos nos salieron a los dos. Yo me olvidé que la magia me habitaba, y de apoco me convertí en una peor versión de mi. Llegando a Saavedra en el medio de una discusión a los gritos Nicolás me soltó que tuviera cuidado con Pachi, que no era buena para mi que nos estaba haciendo mal. Esa noche de cálida de octubre fue la primera vez que ella ganó, y nosotros nos rompimos cuando lo miré con repulsión y el odio me trepo al esófago, sentí unas garras negras crecer en mis manos y los colmillos salir de mis fauces escupiéndole que ni se le ocurra meterse con mis amigas.
Derrotado, indignado, con el ego herido. Guardó silencio y miró la calle. El semáforo se quedó en rojo. Ahí nos detuvimos. Esa fue la primera vez que Pachi ganó y que él eligió desviar la conversación cuando le pregunté si seguía hablando con Mirena. La sorpresa la asaltó el rostro pero no le llegó a los ojos dónde le leí que esa pregunta no creía que fuera mía sino de ella. De Pachi que quería separarnos y no de su soberbia inmensa que le llenaba el ego cuando Mirena le retrucaba los cumplidos. Porque Nicolás se había convencido que yo me había olvidado de mi naturaleza arrasadora de preguntas y de cuestionarlo todo. Nicolás me estaba volviendo chiquita y de cristal esperando que me olvide renacer.
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¿Qué es la calma? ¿Qué son los huracanes? ¿Qué es esa vorágine violenta? La veo de lejos, como un pasado que ya se empieza a desdibujar. Respiro tranquila. Tiro la cabeza para atrás. Abro los ojos, Lauri me extiende un mate. Los mates en las mañanas de domingo con amigas se parecen bastante a la tranquilidad acaso esto es eso que la gente llama felicidad? Ojalá que sí.
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_vos sabes quién es Mirena?
_Mirena… Mirena la de Mendoza?
_Sí. Esa Mirena.
No hizo falta que me diga nada más. Pachi también había escuchado hablar de Mirena. Mirena y el vínculo extraño que tenían con Nicolás. Mirena mi antítesis encarnada. Mirena aparecía y todo temblaba. Yo no le caía bien. Ella decía que estaba enojada conmigo porque si éramos amigas no tendría que haberme empezado a ver con Nicolás en un principio. Para mi nunca había sido mi amiga porque la amistad no me pasaba ni la sentía con ella, lo que si sentía era esa inminente presión de tener que caerle bien a todo el mundo sobretodo a las que tuvieran que ver con Nicolás.
_se volvieron a hablar. Bah, no sé si alguna vez dejaron de hablar.
Pachi me miró esperando que diga algo más. Ahogué las ganas de llorar porque Nacho estaba en el baño y podía escucharme. Un terremoto me trepó por el cuerpo. Nacho abrió la puerta y me vio contener el temblor. Ya era tarde. Lloraba en silencio sin poder decirles nada. Pachi me prometió que no era nada. Nacho me aseguró que Mirena quedaba muy lejos en su vida. Sobrepasada les vomité que él le decía que la amaba, que era el amor de su vida, que con ella se quería casar. No me entraba el aire en el pecho. Lloré con fuerza. De refugio se armaron los dos y me abrazaron esperando calmarme.
Entonces les conté cómo fue que sabía, qué era eso que tanto me dolía. Puedo entender que la carne es débil, que los humanos al final tenemos infinidad de miserias. Lo que no podía perdonarle era que me hubiera empujado a ese lugar dónde ya no me reconocí, dónde me falle a mí misma y me rompí. Porque me destrozaba la cantidad de veces que le pregunté a él si le pasaba algo con ella y sus respuestas las sacó del infierno en desganados “te lo estás imaginado” y “tenés un problema de autoestima” cuando me había cansado de ver cómo adelante mío tenía el enorme descaro de escribirle cómo me hablaba a mí, de recordarle cada cinco minutos lo hermosa que le parecía, y que la amaba y que a mí no. Con toda la vergüenza que podía entrarme en el cuerpo les admití:
_le revisé el teléfono.
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Para romperse hacen falta por lo menos dos. Uno que rompa y uno que se rompa. A veces uno es doble. A veces sos vos rompiéndote. A veces somos un montón en el remolino. Nos absorbe. Para pertenecer a lo terrible, para que todo se cayera de esa forma, hicieron falta dos. Con Nicolás nos encargamos de hacerlo entre los dos. Yo no soy una santa, el tampoco bajo del cielo. Sobretodo creo que a los dos nos expulsaron después de todo.
Para romperse hacen falta por lo menos dos. A veces parece una fuerza invisible que tira de distintos extremos y todo se va desgarrando. Decir que era culpa de Nicolás siempre fue el camino más fácil. Nicolás y en lo que nos convertimos. A veces hay personas que no saben querer a nadie, que creen que el amor reside en el poder que tienen sobre otro, porque ellos saben mejor, ellos entienden mejor.
Como una fuerza invisible, se volvió del orden de lo magnético y tiró de mí. Hay cierto placer en lo igual. En el reflejo doble, en otro que no soy yo pero se parece mucho y que es, somos lo mismo pero diferente. Fue más fácil que Nicolás fuera el enemigo, porque así no me daría cuenta que seguía ahí durmiendo conmigo, devolviendo la sonrisa en ese espejo.
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Otra vez no puedo dormir. Sé que Nico se quedó hablando hasta tarde con Mirena. De reojo, cuando estaba acostada encima suyo, le leí el “te amo” que tipio rápido esperando que no llegue a leerlo. Creo que lo que más me molesta de esto es que crea que no me doy cuenta, que no lo veo, o que no llego a leerlo cuando pone el teléfono delante de mi cara y se chamuya a la otra. Me indigna el descaro con el que dice que lo estoy inventando porque no tengo pruebas, cuando me las resfriega todas las noches en mi cara.
Le escribo a Pachi y le cuento la secuencia. Ella también está despierta aunque sean las cuatro de la mañana. Se enoja y empieza a soltar que es un forro Nicolás por estar haciendo eso y agrega que son todos iguales.
Jupi: Bueno para, no te enojes tanto. Nacho no es así.
Pachi: No sabes.
Jupi: si se. El te adora. No es así él.
Pachi: Le revisé el teléfono. Se habla con una piba.
No sé que más responder. Le digo que la quiero mucho, que lo vamos a solucionar y que vamos a estar bien. Ella está convencida que deberíamos dejarlos y que aunque está mal que ella haya hecho eso, el se lo buscó porque así le pudo hacer frente.
Como un virus empieza a crecer la idea de enfrentar a Nicolás. Como un virus me consume la idea en las venas, algún día cuando duerme, cuando no mira, cuando no escucha entrar y leer que tanto le dice a Mirena. Me doy ganas de vomitar. Me genero repulsión. Yo no soy así. Llorando en silencio resuelvo que en la mañana otra vez lo voy a hablar con él. No voy a ser lo que detesto, no voy a convertirme en eso que detesto.
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