Tumgik
cegueravioleta · 4 years
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05:40, Una vida de la cual no formo parte
Tengo una vida de la cual no formo parte. Aquella que me obliga a despertar cada día como si tuviese que levantarme de la muerte; aquella que entra en pánico cada noche, cuando tú te duermes; aquella que comenzó con el interesante proyecto de auto destruirse.
Aquella vida de la cual no formo parte, se levanta para ir a trabajar en algo que se limita en convencer, a conversar con personas de las cuales tiene certeza jamás saldrán de su esfera, y a moverse entre espacios tan lejanos que son desconocidos para la otra vida.
Tengo una vida de la cual no formo parte. Me he dado cuenta porque me da miedo dormir.
Aquella vida de la cual no formo parte, es tan monótona y tan sencilla, tan simple y tan violenta, que se introdujo de extranjera sin que nadie se diese cuenta. Sin que yo me diera cuenta.
Tengo una vida de la cual no formo parte. Me he dado cuenta porque soy de cristal.
Aquella vida de la cual no formo parte, tiene la culpa de que cuando llegue a casa y te mire, sienta que cada día cuesta más recuperarnos; cuesta más no vivir molesta contigo, conmigo y los demás.
Tengo una vida de la cual no formo parte. Me he dado cuenta porque pienso en mí con nostalgia.
Aquella vida de la cual no formo parte, no me gusta. No me gusta su voz, no me gusta su andar; no me gusta su forma de mirarse con complacencia.
Tengo una vida de la cual no formo parte. Me he dado cuenta porque llevo días escuchando la misma música, y se me olvida cambiar la canción.
Me da pánico que me devore la vida de la cual no formo parte. Me da pánico cuando descubro que se me olvida la vida que dejo en casa; cuando me cuesta sostener una conversación que no sea de trabajo, rutina y dolor; cuando sólo me acuerdo de mí vida en el momento que te duermes; cuando se me olvida contar los días en que no he escrito ni he leído, ni me he aferrado a la vida original que tanto sufrimiento y silencios me ha costado. Me da pánico, por sobre todo, cuando vivo con soltura la vida de la cual no formo parte.  
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cegueravioleta · 4 years
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05:05, Carta a un destinatario
Siempre he tenido la sensación de que el camino que me lleva a tu casa es como una obra de ballet: hermoso, pero de una belleza sutil y terrible. No comprendo por qué será que cada vez que intento recordarlo, aferrarme a una referencia, memorizar un tramo, estos desaparecen a la siguiente vez. Todas las semanas parto a verte y el camino cambia, a tal punto, que no lo reconozco y siento que me pierdo.
Los edificios cambian, de dimensión y propósito; los tiempos no comprenden mi tormento, ni empatizan con este; las flores desaparecen, los sauces caminan y los álamos cambian de altura; cambian las profundidades del paisaje que veo tras la ventana, o quizás cambia la misma ventana ocho, doce, dieciséis; una semana los pájaros son puntos, a la siguiente líneas, a la siguiente triángulos en el cielo distante. Algo ocurre con el camino, pero siempre es distinto, provocando en mí un pánico interior. He llegado a comprender que este pánico no es otra cosa que el miedo a no llegar, a no encontrarte. Me siento como la Difunta Correa, provista de dos botellas de agua para enfrentar una guerra, un abandono y un desierto, pero encerrada dentro de un bus que sólo se detiene a mi voluntad y no ante mi miedo.
Contigo he aprendido a vivir de día, porque maldito como es, el camino variable me es intransitable de noche. La mínima oscuridad, aquella con la que siempre me sentí cálida, me aterra, me desorienta, me despoja y me abandona. Quizás es esta tremenda incongruencia con mi personalidad —dramática, ajena y de por sí incompatible—, la que provoca que el camino hadario cambie con cada recorrido.
He llegado a pensar que el camino es una metáfora de nosotros, que cambiamos con cada semana, con cada luz y con cada viento. Separados por un camino incierto que pareciera no unirnos, que pareciera desaparecer tramos de asfalto, montes y arbustos; que juega con nosotros, con nuestra voluntad, nuestro amor y nuestros miedos. Porque no hay miedo más grande que un camino más largo, o uno sin retorno.
Pero también he llegado a encontrar amabilidad en el camino, recuerdos intermitentes de que toda metáfora es una trampa, que es sólo una prueba de paciencia y añoranza, que echarse de menos hace falta. Hay sólo una virgen que me ha hecho sentir bien en esta vida y es la que espera por mí, oculta en el camino; hay sólo un muerto al que rezo y visito semanalmente, y es el que descansa en el camino, en el que encierro todos mis difuntos; hay sólo un celeste que me calma, y es el que crece entre el pastizal de los montes; hay sólo diez minutos que son seiscientos segundos. Con estas visiones, siento que encuentro agua, que la leyenda se completa y no de manera trágica, de modo que no sólo soy la Difunta, sino el lactante, el marido, la guerra civil y los trabajadores del día después… siento que leo una metáfora al revés, y que han pasado años desde la primera vez que la leí, porque ya no sólo entiendo entre líneas este camino terrible que separa, sino que comprendo que al final de todo terrible ballet, hay una ovación; que miles de caminos llegan, que miles de caminos unen, que son voraces capilares ocultos en el campo, pacientes de mí, enamorados de mí y mi miedo a no llegar, miedo que termina siendo nada más que deseos de bajar de mi ventana, de mi asiento, del bus.
Bendecida con un beso en la mano arribo, busco seguir el camino a pie y comprendo que el camino si crece... y que esta sí es una metáfora.
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cegueravioleta · 4 years
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05:04, Carta a las chaquetas (y al amor)
Esta es la primera carta que escribo desde la sorpresa de hallarme honesta. Sorpresa, porque nunca pensé que conocería este nivel de honestidad.
Partí escribiendo esta carta hace muchos años, desde la herida de sentir, pero no sentir por otro. Hablé de lo fácil que era ser querido, lo fácil que era ser amado cuando el amor sólo significaba dolor, distancias y humores vagos. Y estaba bien, porque cualquier atentado de cercanía, por más que se fantaseara, se temía y aborrecía. Admito, por primera vez, que el Universo era lo suficientemente grande como para amar párpados, recuerdos y evocaciones. No miradas.
Entre esto, y por mucho tiempo después también, sentí la necesidad de ser este zorzal que volaba sobre las casas rojo colonial, con una golondrina bien clavada en la frente. Escribí muchas cartas a gente que admiraba y temía, porque eran desvergonzados y desvergonzadas. Impúdicos a quienes les tenía envidia, envidia que nunca fue lo suficientemente grande como para superar el miedo a perder mis miedos. Si bien la admiración fue un tipo de amor, nunca fue lo suficientemente violento como para provocar un cambio.
Entre todos esos ciclones que busqué, entre todos esos tifones que aseguré habían provocado mariposas, entre todos esos ojos de mariposas en los que busqué el nacer de tormentas, me odié inmensamente. Y entre todo ese proceso de odiarme, de sentir que la vida se me hacía larga y corta, en todo ese tiempo que desprecié diplomáticamente a cualquier sentimiento, de alguna forma logré desear más que nada en la vida, una segunda chaqueta. No era la eterna juventud, ni la pasión del mar en el sonido de las telas; no era una lluvia, ni un edificio, ni una luna, ni una estrella; no eran los misterios brillantes, no eran las aguas tibias, ni las arenas blancas… Era otro abrigo y los secretos de la existencia que se reflejaran en un mar tan oscuro que fuese rojo. Eso era todo lo que quería. Pero por más que lo deseaba, le sentía un pánico inmenso a que alguien así llegara a alterar todos estos tifones que me formaban.
Entre todo ese proceso de odio, quería una persona que fuera un lugar veraniego, con hojas saturadas en luz, con palabras bonitas, cigarros, preguntas, aguas y risas. Alguien que me prestara su chaqueta. Y quería ser el abrigo de esa persona, el delirio y el perfume; quería vestir y calzar la noche y que ese alguien lo sintiera como suyo. Pero lo quería, porque lo creía sumamente imposible, y aceptaba estas fantasías como inocuas a mi estado, a mí letra y a mi única chaqueta.
Llegó un punto en que mi chaqueta me protegía. De otoño, invierno, primavera o verano, me cuidaba de estos demonios que se habían atrapado en los tifones; de todos estos sentimientos de culpa por rechazar y torturar sentimientos y amores. Culpas que como golondrina terminé enalteciendo. No sólo me permitía abordar con humor e ironía mi pánico por los sentimientos, sino que ofrecía una excelente excusa de porqué tenía estas marcas de sangre.
Era una golondrina imperfecta, era una polilla con canto de cigarra, un lobo que vomitaba cuervos entre trigales y tantas otras figuras más. Todas tenían una chaqueta. Todas deseaban una pareja. Todas la creían imposible.
La chaqueta se hizo estrecha, se hizo holgada; se ensució, se enmoheció, ensangrentó y engrasó; se hizo prudente, se hizo descarada. Pero siguió sola, protegiendo a este corazón de insecto que seguía ahí abajo, zumbando en el pecho del zorzal.  Siguió vistiendo cosas que sólo podía perdonarlas yo misma.
Y en algún momento, toda esta fauna que buceaba esta cruza de tifones, permitió sentimientos. Pero la chaqueta que vestía la fauna no dejó nunca de sentir pánico, pudor y dolor. Tantos años permitió cartas, conversaciones, y ahora que al fin permitía sentimientos, seguía refrenándolos. Y es que no vestían de chaqueta, simplemente iban al descampe.
Los sentimientos se ahogaron. Ascendieron hasta asfixiarse y disolverse en los tifones.
Sin embargo, habían roto la química de esta naturaleza, la composición de este ecosistema violento. Ya habían entrado sentimientos, por tanto, podían entrar más. Las fantasías se refrenaron, porque animales e insectos llevaban soñando mucho tiempo con ellas, y ahora había un atisbo de realidad que dolía.
Cuento corto. Luego de esos sentimientos, hubo otros que lograron ingresar, y junto a estos, sus preguntas sin respuestas. Estos, al igual que los primeros, murieron al ascender. Y la chaqueta se dijo que estaba bien, que podía seguir conversando, admirando, burlando, aguardando.
Y un día, de sorpresa y sin argumentos, entre una de estas conversaciones, me di cuenta que había dejado de odiarme secamente. De alguna forma, había logrado reconciliar a todas mis versiones, a todas mis fantasías, a todos mis insectos y todos mis animales. Podía dentro de todas las antítesis que mi chaqueta solitaria vestía, agregar la de odiar y amarme al mismo tiempo.
Entonces ocurrió que el Universo, sin avisarme y entre medio de todas estas figuras que decidí admirar para no amar, comenzó a empequeñecer. Soñé despierta. Había gente mirándome, gente que no debía estar en ese lugar a esa hora, ni siquiera por obra del azar o de las casualidades… y luego, estaban mirándonos. No había un cigarro, había unas manos, unas palabras, un ingenio y un dolor. Hace mucho tiempo que no me sentía así de cobarde. Pero estos no fueron sentimientos en forma de globos que se colaban entre mi chaqueta, entre mis tifones. Fue otro tifón, de profundidad y oscuridad; con fauna, agua, coraje y quemaduras rojo colonial. Lo interesante es que, el tifón fue el que en realidad hizo que notara que podía amarme entre tanta discordia, y fue porque nunca vio a la golondrina sin el zorzal. Yo le hice el mismo favor, de quitarle la sospecha de que podía amarse, de que podía hablar consigo mismo. Y las cosas se dieron tan bien, que justo había un panal de vacíos en que ambos cabíamos.
Desconozco el por qué, pero como nunca, no sentí miedo. Quise hablarle, quise contarle cómo se sentía ser un tifón de angustia, para que me explicara qué se sentía ser un tifón de euforia. Desconozco en qué momento fue, pero toda mi fauna comenzó a despertar. Desconozco en qué momento, pero dejé de pedirle deseos a las pestañas, dejé de fantasear. Sólo sé que nunca quise ser un mar o una gota, sólo me importó poder conversar, sin distancias, sin párpados, sin figuras de admiración. Me importó enseñarle mis septiembres y aprender de los suyos; abrir y cerrar ventanas y darle la oportunidad de hacer lo mismo.
Desconozco en qué momento concreto mi chaqueta encontró su tan anhelada pareja. Y tenía ojos de polilla, y traía consigo la importancia de amar, pero de verdad.
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cegueravioleta · 4 years
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05:03, Floración
Duermen, esperan. Crías de ranas, crías de zorzales, crías de ratones, crías de zorros, crías de murciélagos. Aguardan por nacer y se purifican con las lluvias y los vientos que trepan orejas, que limpian y suspiran desde lo que nutre la mente invernal.
Pero se vive en invierno, se vive en expiación. Se suspiran flores secas e ilusiones de otras estaciones. Duermen las cigarras, pues no hay calor que las levante, aunque hayan pasado más de diecisiete años; duermen las polillas, porque el pasto no deja de enverdecer; duermen las abejas, porque no hay para hacer florecer, no hay primavera que eclosionar, no hay huesos para hacer arder. No hay más que un invierno que tiene miedo de acabar.
Y, sin embargo, llega. Llega junto a las lluvias, junto al níspero que madura, justo antes del almendro, del ciruelo y el damasco. Llega y brota, abajo del esternón: un botón de cerezo, que insolente e imposible, se abre y seca todos los pastos, y explota en cada rincón, en cada terminación nerviosa, capaz de despertar a todos los animales, a todo el verde oscuro que respira lentamente en un corazón que anhela ser estival. Seca, hierve y hay plaga, plaga de cantos de cigarras, de polillas y de abejas, que desean vivir e irse, por los ojos, por los dedos y por los nervios. Irse, para que lleguen los animales, la nuez, la uva, la espiga, el trigo verde, el grillo, las luciérnagas, el calor, la cosecha.
Y no le importa al corazón no volver a dormir, no conocer las termitas ni los piñones, no volver a probar los nísperos.  
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cegueravioleta · 4 years
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05:02, Pupilas
Crece la oscuridad. Desde dentro, aquella alma verde oscuro se expande y ahoga cada rincón luminoso. Y los ojos pierden al canino y recobran al conejo.
Y se extiende. Plaga incansable que golpea los pocos faroles, ahogados, que esperan por barcos que crucen miradas con sus luces amarillentas.
Y desarma, porque electriza, porque argumenta y atropella.
Y coloniza, forma países y recuerdos. Siembra, cosecha, derrama y arranca las malas hierbas.
Y ennegrece, porque no se contiene. Pero es sensible, frágil, porque sigue siendo los brincos de un conejo, sigue siendo ese verde oscuro que explota.  
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cegueravioleta · 4 years
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05:01, Oda a los suicidas
Hay una luz compartida entre todos aquellos quienes sufren. Un palpitar, que decae  con cada movimiento, pero jamás se extingue. Es como una señal, que advierte un cambio de ruta, un desvío conocido, hacia un fiordo en medio de todo.  
Como toda señal, conoce de otras señales. Árboles de almendras, anillos enormes, el griego, la traición, las fugas…, pero por sobre todo, soledad. Soledad que ha sido llamada demencia, determinación, individualismo, rareza, simpleza, aburrimiento, convicción, solemnidad, insolencia, perversión.
Hay un lugar compartido entre todos aquellos quienes sufren. Una carretera, un descampe, un río helado al borde de un farol, una ventana que se contrae en las pupilas, un jardín de setas, unas manos tibias y plomas de metralla. El temple de los suicidas es de hierro, hierro que se acumula de manera enfermiza en su sangre.
El dolor es inmensamente poderoso. Es más fácil hallar un lugar en que se haya sentido tristeza que felicidad. El dolor es inmensamente poderoso. Congela el tiempo y dura vidas completas. El dolor es inmensamente poderoso. Haber estado ahí, es haber vivido. El dolor es inmensamente poderoso. Se adhiere a la memoria de los instintos más animales; todo fuego quema dos veces…, y más. El dolor es inmensamente poderoso. Pertenece a la realeza. El dolor es inmensamente poderoso. Se le puede amar.
Hay un sonar compartido entre todos aquellos quienes sufren. Es el silencio.
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cegueravioleta · 4 years
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05:00, Impermeable
Hoy más que nunca necesitaba que lloviera. Necesitaba ver el agua correr, golpearme, cortar el humo y pintar mis cigarros.
Necesitaba de su empatía. Que lloviera sobre y dentro de mí; que mis oscuridades se expandieran y tintaran mi piel.
Necesitaba sentir la lluvia. Necesitaba que esa nube, que siempre ha estado enamorada de mí, se largara a llover, como las nubes reales.  
Y descubrí que no era así. Descubrí, en su lugar, que mi dolor se había hecho impermeable y que me había contagiado de malas opciones y de paranoia.
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cegueravioleta · 4 years
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04:59, Maule
Los días color maule me duelen. El blanco de cualquier otra flor puede ser blanco, pero el del maule es frío, raíz, recuerdo.
Maule es ese día de coincidencias tristes y de alegrías no azarosas. Lo que hiere, cala los recuerdos sembrando blancas flores; lo que sana, se extingue, y por tanto es una lección.
Maule es el día con un viento tal, capaz de llevarse los Padre Nuestro. Es el color de los días que nos hacen diferentes, inalcanzables.
Maule es la flor que quiero sobre mis ojos cerrados, sobre mis memorias vagabundas.
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cegueravioleta · 4 years
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04:58, Divagaciones de un holograma
Muchas han sido las veces en las que he sentido que soy de mentira, como si mi vida fuese demasiado ridícula para existir.
¿Cómo son posibles todos estos momentos? Los cansancios, penas, risas, descansos, soles que calientan la espalda, frustraciones, vergüenzas, sabores, texturas,… ¿Cómo van a ser reales todas las personas que conozco? ¿Cómo va a ser que de verdad ha transcurrido el tiempo? Me pasa cada una de esas muchas veces, que no recuerdo, no logro ver esa vida que he vivido, no puedo distinguir un pasado que tenga sentido con como existo en un instante, no uno que no parezca una película de la que no tengo ningún atributo. Así, siento que tal como me hallo, acabo de empezar a existir: tomando el sol, descansando, sufriendo o disfrutando.
Me pasa que siento mis manos, las palpo y la piel que encuentro no me parece estar ahí: helada y surcada, no me es real; que no encuentro mis encías ni mis uñas, y el nunca haberlo hecho, me duele; que mis extremidades parecen incompletas, como si desvanecieran; que todo me es terrible, por su increíble consciencia, todo…, excepto yo.
Pareciera que mientras más lo pienso, menos me creo estar existiendo.
… Y hay que esperar por el sentimiento de existir, de haber existido. Todo lo que haga falta.
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cegueravioleta · 4 years
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04:57, Lo que dicen las tazas de té
Hace mucho tiempo, escuché la idea tan bonita de pensar a las personas como diversas tazas de té. Creo que fue la abuela de alguien, una mujer elegante  con un nombre tradicionalmente religioso... Inés, Ana, Verónica o Isabel. No recuerdo, pero la idea era tan elegante como la mujer en sí.
Se me dijo que, si todas las personas son como tazas de té, beberlas era el equivalente a conocerlas. Pareciera así, que uno tiene el poder completo de degustar a los otros, pero lo cierto es que eso es una ilusión del propio egoísmo, pues una taza de té tiene mucho que decir por sí misma.
Hay personas que me hacen sentir como si estuviese bebiendo té de flor de amapola. Me relajan, me permiten descansar del insomnio de los problemas; otras son como té de hibisco, el cual, bien cargado, pareciera que ataca el pensamiento; no olvidarse de las tazas de manzanilla, que refrescan el sentido de realidad, ese que se echa a perder en el estómago; otras son como un té de hojitas de cedrón, personas aquellas que logran calmar la histeria y el enojo, contaba la mujer elegante; acuérdate también que las hay como rabos de cereza, son de esas personas que aligeran los pasos.
Otras personas son como tazas de té de limón. Pareciera que cada vez que de ellas bebo, se limpian algunos demonios. Otras, se parecen a una taza de toronjil, capaces de remendar heridas del corazón. Claro que las hay como té negro. En el fondo, todos somos una taza de té negro, lo que pasa es que con los años se cultivan otras plantas en el interior.
Otras vienen con miel, otras con azúcar y otras solas.  
¿Esas personas que siempre nos recuerdan algo? Hojas de romero, que después de una taza, han dejado semillas en el pensamiento. ¿Las que personas que protegen, aún si no nos parece? Tazas de lavanda, de ruda. ¿Las personas que son raras, y su éxito deja una semilla de la que puede nacer envidia o más éxito? Tazas de pétalos de girasol. ¿Las personas que nos han dejado? Tés de manzana.
A veces, se siente como que todas las personas podrían sanar, pero no todas las tazas de té están bien hechas, ni todas nos van a gustar. A veces, no vamos a saber de qué parte hacer el té, si de las flores, los huesos o las hojas de una persona, o no vamos a saber que lo mejor era esperar que la persona se secara al sol, o estuviese fresca para beberla. A veces, es fácil olvidarse que puede venir lo que sea en una taza de té.
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cegueravioleta · 4 years
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04:56, Insectario
Cuando la existencia de una persona se concibe como dos conos de tiempo, que se extienden hasta cubrir todo lo vivido, todo lo por vivir, cada punto que en ellos ingrese, será el aleteo de una mariposa en su vida… o de una polilla, o de una abeja, o de una cigarra.
La vida da mariposas cuando la verdad llega, abre, sigue y no quiebra; polillas, cuando es mejor una verdad dolorosa que una mentira inocente; abejas, si es que hay que recordar que no dejarán de venir eventos, puntos, PERSONAS a los conos; cigarras, cuando la vida se torna mágica, sin dejar de ser perecedera.  
Qué poder sería el de tomar de las alas a los insectos  y conducirlos más allá de ambos conos, donde existen las cosas que tal vez no existen..., de las cosas que ojalá nunca llegasen a conocer la simultaneidad con nuestras vidas.
Pero no todos los insectos vuelan. Otros reptan, otros caminan, otros infectan.
Otros, son indestructibles.
Y, sin embargo, de todos los puntos que pueden existir en los conos, hay uno que no conoce ni de insectos, venenos, intervalos, aguijones, cantos, indestructibles, capullos o tifones, pues sólo conoce una única coincidencia. Ahí, donde se unen ambos conos, el punto de fuga, impropio, replicable ante las perspectivas, ¡INFINITO!… egoísta, y no nuestro.
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cegueravioleta · 4 years
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03:52, Año nuevo
Todo lo que conocemos, es una convención. El año nuevo lo es, incluso dentro de una misma cultura. Mi año nuevo puede ser en junio, el tuyo en abril, y el de ella, en diciembre. Y un año puede simplemente durar mil veces más que 365 días.
Eterna es la historia cuando eternas son las personas. Convención es la de ver fuegos artificiales para celebrar un año que llega. Convención podría ser la de ver fuegos artificiales el día anterior, para que el año que se va no se sienta tan mal al desprenderse de lo real.
Real e irreal. Real es la mentira, y por eso no podemos dejarla de lado. Entonces, real puede ser que hasta el día de hoy, nadie conozca realmente un año nuevo. Tengo la triste sensación de nunca haber conocido nada más que la expectativa; de la ilusión positiva de que esto, no es lo mejor que hay, que siempre puede ser más. Así mismo deben sentirse todos los años viejos. Incompletos.
Real e irreal. Año nuevo hay todos los años. Todos podrán irse, pero la convención de un año nuevo, seguirá. Las cosas importantes son otras. Como los otros, como ver fuegos artificiales, como darse a sí mismo un abrazo, como abandonar y reconocer…, como entender que toda mentira, por serlo, ha de recordarse, como cada año que dejamos ir.
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cegueravioleta · 4 years
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03:51, Oda al cristal
Al cristal y al dolor. Escribirles a ambos, es escribirle a lo humano. Matemáticamente, las construcciones inician desde la definición del cero. El cero no es nada, no es inexistencia; el cero es un concepto, es la idea esperanzadora de que para iniciar todo, ha de partirse con el vacío. Antes de nada, sí había algo, y era la idea de que el inicio, mero formalismo relativista, podía ser el cero.
No hay nada más cierto en esta vida que la reencarnación. Quizás han existido tantas personas en este mundo, que dos reencarnaciones pueden toparse en un mismo lugar. En su singularidad, en la consciencia de que están separadas en carne, siguen siendo la misma reencarnación, porque sufren igual, porque adolecen por igual, porque ambas son odas a sí mismas, odas al cristal y a sus misterios. Cristal, íntima e infinitamente humano, que sin importar cuántas veces se quiebre, seguirá refractando la luz.
El cristal es cristal, porque no es hielo. A veces se le olvida, porque está tan cansado de que cualquier cosa lo marque, que preferiría ser hielo: helado y moldeable, cíclico y solemne, puro e inmaculado, capaz de resurgir con sólo cambiar de ambiente y de tomar la forma de lo que lo contiene. Pero se acuerda, cuando se quiebra, de que necesita sus estrías, de que necesita desencajar y ser incompatible consigo mismo; de que necesita marcar y provocar dolor, de sentirse con poder, con impotencia y con delirios de luz, que es lo que más le duele, porque lo atraviesa sin importar lo que ocurra. Se acuerda de que es cristal, que es incomprensible porque es transparente y oscuro, y se acuerda de que eso, está bien, porque así como ha de dañar, de sufrir y renacer, ha de proteger, ha de amar, y aún así, resurgir del vacío, de la nada que viene después del dolor.
A todos los cristales con quienes se han de encontrar  y reconocer mis quebrantos: no existe nada que sea eterno, porque la idea de nacer y la de perdurar, sólo tienen sentido si existe la de destruir.
Matemáticamente, se indefine la existencia del cristal, ya que siempre regresa a la nada, siempre vuelve a ser cero, pero su vivir es eterno, pues no hay nada más cierto en esta vida que la reencarnación.
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cegueravioleta · 4 years
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03:50, Piel
La piel que habito, es del color de las campanas de viento;
La piel que habito es inalcanzable, pues son sólo cenizas que se han vuelto a encender, una y otra vez.
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cegueravioleta · 4 years
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03:49, Oscuros
No me da miedo la noche, no me da miedo la oscuridad… Me da miedo la luz, y todo lo verdadero que ahí me espera.
Me gusta ser oscura, porque entre tanta luz dolorosa, es la única forma de encontrarme.
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cegueravioleta · 4 years
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03:48, Artes Bellas
Bajando al Salón Matta, hay un espejo que cubre toda una pared. Cada vez que bajo, siento que el museo completo está vacío y que afuera hace frío. Siempre me ha dado la sensación de que el reflejo que me devuelve la  mirada, es en realidad otra pintura en exposición… de que no es la luz la que lo produce.
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cegueravioleta · 4 years
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03:47, Efecto Polilla
El día estaba gris; el suelo y el cielo, grises; las palabras que las personas no decían, grises. El mismo Dios estaba gris.
Saliendo del metro y camino al paradero, sentí todas esas corrientes de frío atravesarme: cortaban mi tiempo, como si quisieran decirme que yo era distinta a todas las personas…, como si yo sólo fuese un personaje.
―Pues yo tengo un secreto ―susurré.  En mis recuerdos, todas las voces siempre sonaban más graves ―No sé hacer bien las camas.
―¿Cómo no vas a saber?
―Bueno, no sé ―las respiraciones se mezclaban con el olor a detergente ―seguro tú no sabes hacer algo simple.
―No sé doblar la ropa.
Pasó una ambulancia. Podía ir por ese alguien que fuese cercano a otro alguien, cercano a alguien que fuese cercano a mí. Yo creo que todos pensaron eso.
Algunos voltearon y siguieron la sirena; otros, inmutables siguieron esperando; yo, en cambio, después de ver los rostros de todos los que voltearon, me arrepentí y busqué la ambulancia. Alcancé a ver manchas azules y rojas sobre los árboles y la calle, titilando.
Fui la única persona que se arrepintió.
La vi y me sentí incompatible. Quise encajar con ella, dentro de ella y dentro de su mente. Vi su mirada alejarse y sentí lo profundo que echaba de menos.
Quise echar de menos con ella. Quise merecer cariño, amor. El amor de sus extraños ojos.
Quise que el mundo que tenía dentro de mí, compatibilizara alguna vez con el mundo de fuera.
Dentro de mí estaban todos los colores; fuera, nada. Dentro de mí había ruido, aves y dolor; fuera, silencio, zoológicos y espontánea alegría.
No he podido dejar de extrañar a la gente que no conozco.
La luz sucia parpadeaba y zumbaba sobre todos quienes esperábamos. Cambie el peso de pie en pie. Aún hacía frío.
La humedad y las gotas de lluvia traspasaban mi ropa. Resistí. Prefería estar sentado en lo metálico y mirar sin vergüenza a toda la gente del paradero.
Me di cuenta que quería matarlos a todos. Apreté los dulces de menta entre las muelas y aún así tragué amargo. Apreté los botones metálicos de las muñequeras de la chaqueta y un olor a colonia y nicotina subió.
Los quería muertos.
Magdalena los hubiese querido muertos. Ella hubiese entendido.
Azul, rojo, menta.
Y, de repente fui consciente, con ese grito de la ciudad, de la gente que se había muerto. No sé qué fue, si su ropa deportiva, su rostro de buen cristiano, sus perversos ojos desesperando sobre las niñas del paradero o su reloj de plástico…, lo que fuera, verlo me hizo pensar: ‘Están muertos, de verdad lo están’.
Intenté contenerme, pero no pude.
Infantil. Así me sentí ese día: brillante e infantil. El recuerdo le quitaba saturación a cómo había sido la realidad, pero aún así era hermoso.
―Si vivimos juntos, yo puedo hacer la cama y tú doblas la ropa.
―Y, si además mentimos y decimos que yo aprendí a hacer la cama y tú a doblar la ropa, todos felices.
Cuando sentí el olor que arrastra un motor en otoño en las calles del centro, suprimí el recuerdo. Dejé que la gente caminando rápido e indiferente con las tarjetas o el permiso en la mano, lo pisaran.
Me iría a casa y todos se acabarían.
―Buenas noches.
―Buenas noches ―… y la culpa no se acabaría.
―Buenas noches ―… y nadie volvería.
―Buenas noches ―… seguiría solo.
―Buenas noches ―… y me desvanecería.
―Buenas noches ―….y todos morirían.
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