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Capítulo 04 - ¿Amigo o enemigo?
Poco a poco la fila de espera para entrar a la ciudad se fue acortando. En los costados de la enorme entrada, se encontraban dos guardias de armadura completa, de un gris oscuro y con el emblema de su ciudad en su pecho: Un león rampante. Aunque no se podían ver los rostros de aquellos guardias, la energía de imponencia que irradiaban de sus cuerpos era digna de temer, era como una advertencia para aquellos que quisieran dañar su ciudad.
—Por favor, bajen de la carreta y muestren sus identificaciones. —Dijo un soldado de rostro duro, barba desaliñada, pero con una mirada llena de experiencia. En sus manos llevaba lo que parecía una hoja larga de papel y, una delgada roca, como de cinco centímetros de largo y uno de ancho.
—Déjame hablar a mí. —Dijo Kenver a Gustavo. El joven del uniforme manchado de sangre asintió.
Kenver salió de la carreta con un poco de dificultad, haciendo un acto cómico por su inflada panza.
—Señor Kenver, me permite su identificación y, la de sus acompañantes. —Dijo el soldado, más como una orden, que como una sugerencia.
—Claro. —Sacó dos hojas de papel y se las entregó al soldado.
—Parece que todo está bien con sus identificaciones, solo faltaría la del joven. —Dijo el soldado. Kenver sonrió de manera forzada y asintió.
—Debo decir, que el joven no tiene una identificación de esta ciudad ¿Sería posible dejarlo pasar sin ella? —El soldado frunció el ceño, respetaba al hombre gordo, pero no toleraría a nadie que se atreviera a saltarse la ley de su ciudad.
—Usted sabe a lo que nos estamos enfrentando —Dijo de manera dura—, no solo los malditos imitadores han ido en aumento en los alrededores, también con esta maldita guerra, las cosas se ponen más complicadas, entenderá que no puedo dejarlo pasar sin una identificación, señor Kenver. Así que hágase a un lado y déjenos hacer nuestro trabajo. —Kenver quiso negarse, sabía que no podía permitir que lo vieran, pues aquellas manchas de sangre en su extraña ropa, aparte de que el joven pertenecía a un reino que nadie conocía, o al menos nadie de la ciudad Agucris, por lo que sentía que el joven sería interrogado y, si no contestaba correctamente, lo enviarían a los calabozos, a esperar por su condena. Sin embargo, no pudo negarse, así que se apartó y dejó que el soldado hiciera su trabajo.
—Salga. —Ordenó el soldado.
Gustavo salió de la carreta con calma, había escuchado la conversación entre el hombre gordo y el soldado, por lo que podía intuir más o menos lo que querían de él. Al ver la apariencia del joven, el soldado por instinto agarró la empuñadura de su espada, los ojos de Gustavo no eran los de un joven común, en realidad, ni siquiera los exploradores de mazmorras veteranos, poseían unos ojos de haber visto a la muerte de frente. Aunque el joven no desprendía ninguna intención hostil, sus ojos no mentían y, el soldado sabía que era lo que significaba, por lo que su corazón comenzó a latir rápidamente. Se detuvo, dejando espacio para evadir cualquier emboscada.
—Diga las intenciones que tiene. —Ordenó el soldado.
—Solo quiero descansar de mi viaje. —Respondió Gustavo con calma, no podía decir su verdadera intención, pues ¿Quién le creería?
—¿Quién eres? ¿Y de qué reino provienes? —El soldado lo miró, no dejando de agarrar la empuñadura de su espada.
—Mi nombre es Gustavo Montes y, provengo de un reino muy lejano, llamado México —Mintió por supuesto, se había dado cuenta cuando habló con el hombre gordo, que nadie conocía su lugar de procedencia, por lo que lo mejor era decir que era de un lugar muy lejano—, no espero que usted lo conozco, pero puedo prometerle que no tengo intenciones de hacerle daño a la gente de este lugar, ni a su ciudad. —Dijo con ojos honestos.
—Tiene razón, no lo conozco y, a ti tampoco, así que no puedo fiarme de tus palabras.
—Yo puedo abogar por él. —Dijo Amaris dentro de su carreta.
El soldado se detuvo y, respiró profundo, aunque respetaba al señor Kenver por su habilidad en los negocios y honestidad con los precios de su tienda, su respeto no se comparaba con el que tenía la ciudad hacia la señorita Amaris, todos sabían de sus hazañas, además de que poseía un título que prácticamente la volvía intocable en la ciudad Agucris.
—Señorita Amaris ¿En verdad confía en este hombre? —Preguntó con duda, no sabía que había hecho el joven con la ropa extraña para ganarse la confianza de la heroína de la ciudad y, tampoco tenía la fortaleza para preguntar, así que espero la respuesta de la dama dentro de la carreta.
—Dije que abogaría por él. Eso es suficiente. —Dijo con un tono tajante. El silencio invadió los alrededores, hasta Kenver estaba un poco sorprendido, nunca se habría esperado que la persona que hablaría por el joven, sería ni más ni menos que su propia hija, la hija a la que solo le importaban los libros y hacerse más fuerte.
—Contéstame algo con honestidad, joven de extraño nombre, eres ¿Amigo o enemigo?
Gustavo no meditó la pregunta, por lo que contestó casi al instante, aunque algo que no entendía era ¿Por qué decían que su nombre era extraño? Si era un nombre algo común en su lugar de nacimiento.
—Amigo. —El soldado asintió al recibir la respuesta.
—No preguntaré más por respeto a la señorita Amaris, pero solo déjame aconsejarle algo, aunque no pertenecemos a las primeras ciudades, nuestro poder militar es grande y, no permitiremos que nadie nos humille o intente dañar ¿Entendiste? —Gustavo asintió—. Una cosa más, te recomiendo que vayas al gremio de aventureros o al de exploradores de mazmorras, para así obtener una identificación. No serás residente de nuestra ciudad, pero en cualquier lugar del reino Atguila, serás recibido.
—Gracias por la información. —Agradeció Gustavo.
Kenver sonrió y se dirigió a la carreta, no sabía porque, pero intuía que el joven Gustavo sería un buen aliado para él y su hija. El joven entró una vez más a la carreta y, con una sonrisa agradecida, se dirigió a la dama sentada.
—Gracias, dama Cuyu.
—Por nada. —Dijo Amaris con indiferencia, mientras sus ojos seguían estudiando las páginas de su libro.
—Entonces señor Gus, deseas que te llevemos al gremio de exploradores de mazmorras para obtener tu identificación.
Gustavo pensó por un momento y luego asintió, tenía la sensación de que la necesitaría para obtener más información de esté mundo.
—Sí no es mucha molestia. —Contestó, Kenver lo miró extrañado, nunca había escuchado una expresión como esa.
—¿Es sí o no? —Preguntó confundido.
—Sí, por favor. —Contestó Gustavo apenado, recordó que ya no se encontraba en su tierra, por lo que tenía que cuidar sus palabras, o podían malinterpretarlo.
—Cochero, al gremio de exploradores de mazmorras. —El cochero asintió y avanzó.
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Capítulo 03 - Amigos de viaje
Gustavo entró a la carreta y se dio cuenta que todo era más espacioso de lo que parecía por fuera, habían pequeñas almohadas de colores y sábanas para una mejor comodidad, algo que lo impresionó, pero su expresión fue algo más seria de lo que sentía, sin embargo, esa expresión seria la captó el hombre gordo, quien pensó que el joven estaba despreciando su humilde carreta, pues en la mente del hombre gordo, el joven era alguien superdotado en las artes mágicas o en las artes del combate, por lo que se sintió algo decaído. Cuando Gustavo entró, notó un olor floral llegar a su nariz, por lo que rápidamente volteó y, se dio cuenta que, en una de las esquinas, se encontraba una joven leyendo un libro, la joven era muy hermosa, de cabellos negros y ojos inocentes, su figura no podía notarse por su ropa y por su postura, pero eso no le importó a Gustavo, para él, solo existía una mujer: la dama de su relicario.
—Disculpen mi descortesía —Dijo Gustavo repentinamente—. Mi nombre es Gustavo Montes, mucho gusto. —Dijo, aunque no era precedente de una familia de alta cuna, había sido educado para ser un hombre de fuertes valores.
—Gusto'vo. —Dijo repentinamente la joven, alzando la vista con duda, nunca había escuchado un nombre tan raro.
—No —Negó con la cabeza y, sonrió—, Gustavo. —Repitió lentamente.
—Gustoc. —Dijo la joven.
—No —Volvió a sonreír—, Gus-ta-vo.
El hombre gordo se quedó sentado con una sonrisa, aunque nunca había escuchado un nombre y apellido tan extraño, la manera en cómo se comportaba con su hija, le daba buenas sensaciones, por lo que no interrumpió su debate.
—Es muy raro. —Dijo, con una expresión de confusión.
—¿Tendría el privilegio de darme su nombre?
La joven lo miró sorprendida, nunca nadie se había atrevido a pedirle su nombre, pero debía reconocer que le gustó la manera en cómo el joven lo había solicitado.
—Me llamo Amaris Cuyu. —Dijo y, al terminar, volvió a su lectura.
—Mucho gusto dama Cuyu. —Dijo, pero notó que la joven ya no le prestaba atención.
—No te preocupes joven amigo, así es mi hija, ama tanto los libros, que aveces se olvida de lo que pasa alrededor suyo —Dijo el hombre gordo— y, por cierto, también se me olvidó presentarme, mi nombre es Kenver Cuyu y, soy un mercader de objetos mágicos de bajo nivel. —Dijo. Gustavo lo miró, quiso preguntar a qué refería con objetos mágicos, pero prefirió no hacerlo, pensaba que era descortés.
—Mucho gusto, señor Cuyu.
—Puedo hacerte una pregunta. —Kenver lo miró.
—Por supuesto. —Asintió.
—¿Provienes de una familia noble o real? —Ya no aguantaba la curiosidad.
—No. —Dijo Gustavo. No sabía porque lo habían confundido con alguien de alta clase, si claramente usaba su uniforme de cadete militar.
—Cierto, dijiste que pertenecías a una escuela de soldados —Gustavo asintió—. ¿Tu familia es militar? —Gustavo pensó por un momento antes de contestar.
—Mi abuelo y, mi abuela, aparte de mis tíos pelearon en la guerra de independencia... creo que sí, provengo de una familia militar, fue por eso que me aceptaron en la mejor escuela militar de México, aparte... —Guardó silencio, sintió que la demás información era innecesaria.
Kenver asintió, no conocía la guerra de la que hablaba el joven, pero reconocía una frase de esa oración: la mejor y, eso en su lengua significaba que el joven tenía mucho talento.
—Es un gusto conocer a un joven tan sobresaliente como usted. —Dijo, no sabía porque, pero sentía que el joven enfrente suyo mentía sobre su procedencia, talvez en verdad era un noble, o alguien de sangre real, pero creía que no quería decirlo para que no lo tratarán diferente.
—Señor Cuyu, podría contarme un poco más sobre la ciudad a la que nos dirigimos. —Kenver asintió, el joven le había contestado todas sus preguntas, por lo que sus sospechas hacia él habían desaparecido, o al menos la mayor parte.
—La ciudad de Agucris es una de las 8 grandes ciudades del reino de Atguila, liderada por la familia noble de tercera clase: Besdet. Aunque Agucris no es considerada de las primeras ciudades del reino, su poder militar es considerable, además de que posee una mazmorra, lo que hace que se puedan obtener orbes con mayor facilidad. —Gustavo se sintió muy confundido con toda la información recibida.
—¿Qué son las mazmorras? —Kenver se sorprendió por la sorpresiva pregunta.
—¿En serio no sabes que son las mazmorras? —Gustavo negó con la cabeza—. Eres del —Le iba hacer una pregunta referente a dónde quedaba su lugar de nacimiento, pero se detuvo, ya le había contestado y, hasta él se sentiría hostigado si le preguntaban muchas lo mismo, por lo que prefirió contestarle su duda—... Las mazmorras son lugares donde habitualmente viven las bestias mágicas, monstruos o criaturas poderosas, su origen todavía se desconoce, pues existen desde antes que los reinos existieran, pero, aunque hay muchos peligros en ellas, también hay muchos beneficios. Por ejemplo, lo que tú tienes en tus manos, se llama orbe mágico y, cada bestia, monstruo o criatura poderosa desprende uno al morir y, entre más poderosa sea la cosa que lo posee, más poderoso es el orbe. El orbe mágico sirve para hacer herramientas, artefactos y armas mágicas, lo que le da a nuestro pueblo, una ventaja, aunque esas cosas son algo caras, por supuesto. —Gustavo estaba anonadado, no conocía nada sobre lo que el hombre gordo le estaba diciendo, pero su confusión disminuyó rápidamente, había algo dentro de su mente que aceptaba la nueva información, lo que provocaba que se sintiera un poco más cómodo con el nuevo mundo.
—Ya estamos cerca. —Dijo el cochero.
Amaris dejó su libro a un lado, sacó la cabeza por delante, para ver la ciudad de Agucris.
—Vea la magnífica ciudad por sí mismo, señor Gustoc. —Dijo Amaris. Gustavo sonrió al escuchar la manera en cómo pronunciaba su nombre, pero no le importó, asintió y se acercó al frente y, con calma sacó la cabeza.
Frente a la carreta, se encontraban decenas de carretas, además de carruajes y, personas caminando. A lo lejos, se veía un muro enorme, tan grande que no sabía cómo expresarlo.
—Esperaba esa expresión. —Dijo Amaris con una sonrisa.
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Capítulo 02 - Un nuevo mundo
Respiró y trató de tranquilizarse, llevó su mano a su pecho y, al sentir que algo le faltaba, su corazón comenzó a latir con rapidez.
—¡No puede ser! —Dijo preocupado. Se tiró al suelo y con sus manos comenzó a palpar la tierra, su rostro mostraba desesperación y nerviosismo, parecía que lo que había perdido era muy importante, por fortuna, sus dedos lograron tocar algo muy parecido a lo que él buscaba, por lo que rápidamente lo agarró, llevándolo a él con calma y una sonrisa, era el relicario de plata, el cual brillaba al recibir la luz del sol—. Gracias a Dios —Suspiró aliviado. Abrió el relicario y lo observó durante un buen tiempo—. No sé dónde estoy, pero te juro que volveré a tu lado. —Dijo, apretando su relicario con fuerza, al verlo por última vez, se tranquilizó y, como si fuera algo vital para su supervivencia, lo llevó de vuelta al lugar donde pertenecía: su cuello.
Su mirada fue atrapada repentinamente por las cenizas en el suelo, había olvidado por completo los residuos del lobo gigante, pero al ver qué algo sobresalía entre el oscuro polvo negro, la curiosidad se apoderó de él, se acercó y miró una superficie curvilínea, la cual brillaba al recibir la luz del sol. Con un poco de duda acercó su mano, sacando de ahí aquel raro objeto, era un orbe rojo, del tamaño de un puño adulto.
—Que extraña cosa —Dijo—. Bueno, talvez me ayude a saber que es este lugar.
Se acomodó su ropa, aunque poseía una gran cantidad de sangre, la portaba con orgullo, era lo único que le quedaba de su patria, por lo que no iba a deshacerse de ella tan fácilmente.
El joven comenzó a caminar sin rumbo, no sabía dónde estaba, ni a dónde se dirigía, pero intuía algo y, eso era que solo moviéndose podía encontrar a alguien que le pudiera aclarar sus dudas. Una hora pasó y, todo lo que seguía viendo era naturaleza y, uno que otro animal no hostil, pasó otro corto periodo de tiempo y, para su sorpresa, logró llegar a una sendero de tierra y, aunque no había nadie transitando por allí, sabía que era el lugar indicado para encontrar personas. Comenzó a silbar despreocupado y, continuó caminando.
El sonido de un trote de caballos jalando algo lo despertó de su tranquilidad, por lo que rápidamente volteó hacia atrás y, con una sonrisa observó que una carreta techada, jalada por dos majestuosos corceles cafés se acercaba a él. Se puso de pie y esperó que pasará a su lado para detenerla. La carreta no tardó mucho en en acercarse y, el cochero, al ver las manchas de sangre en la ropa del joven, se sintió preocupado, pero no se detuvo.
—¡Esperen! —Gritó Gustavo.
Un sonido dentro de la carreta techada se escuchó y, aunque el joven desconocía las palabras que fueron emitidas, no se preocupó, pues luego de que se escuchara aquella voz, la carreta se detuvo. Gustavo sonrió de manera complacida, acercándose a ella al instante siguiente.
—Disculpen, estoy perdido y, solicito de ustedes para saber dónde me encuentro. —Dijo.
Las cortinas traseras de la carreta se abrieron y, de ahí, salió la cara de un hombre gordo, de expresión amable, pero de ojos calculadores. El hombre lo revisó de pies a cabeza y, sintió un ligero desagrado al ver la enorme cantidad de sangre en el atuendo del joven, pero también sus ojos revelaron sorpresa, pues nunca había visto ropas y zapatos tan extraños.
—¿Qué es lo que deseas joven? —Preguntó el hombre gordo.
—No sé dónde estoy y, quisiera saber si ustedes me pueden proporcionar esa información.
—¿No sabes dónde estás? —Preguntó confundido. Gustavo negó con la cabeza—. Antes de contestarte, me gustaría saber ¿Quién te vendió aquellas ropas? ¿Y por qué estás cubierto en sangre? —Gustavo dudó por un momento en contestar, pero sabía que podían desconfiar de él si ocultaba esa información, por lo que asintió y dijo.
—Mi ropa fue dada por mis superiores en la escuela militar y —Guardó momentáneamente silencio, no queriendo revelar lo que había pasado en la guerra contra los estadounidenses, pues ni el mismo sabía que era lo que había pasado—... la sangre pertenece a un lobo gigante, el cual maté hace poco.
El hombre gordo se sorprendió al escuchar las primeras palabras, pero al escuchar las siguientes oraciones, casi se cae de su carreta, pues los únicos lobos gigantes de los alrededores que él conocía, eran temibles y, solo magos después del quinto círculo, o soldados después de la cuarta clase podían acabar con ellos, por lo que dudaba que aquel joven hubiera dicho la verdad. Al ser sentir aquella mirada de sospecha, Gustavo abrió su palma y liberó un orbe rojo, lo que hizo que el hombre gordo desechara sus sospechas, pero eso hizo que una pequeña reticencia apareciera en su corazón.
—Una pregunta más, señor.
—¿Señor? —Gustavo se sintió incómodo al recibir aquel título, pues sentía que no había hecho nada que mereciera un honorífico.
—¿De dónde es su procedencia? —Preguntó con cautela, tenía información que, en el Norte, en la frontera con su reino, la guerra había estallado, por lo que sentía que, si el hombre enfrente suyo era un enemigo, rápidamente ocuparía un pergamino de transportación inmediata para escapar.
—Mi tierra natal son los Estados Unidos Mexicanos, nombrada por algunos: república mexicana. —Dijo con orgullo.
—¿Mexi qué? —Preguntó confundido, era claro que no conocía ese reino.
—México ¿No lo conoces? —El hombre gordo negó con la cabeza. Gustavo se quedó confundido, el español del hombre era perfecto, su acento se parecía mucho al de él, por lo que pensaba que era residente de algún país americano—. Hmm ¿Cómo se llama este lugar? —Dijo, al no saber que más decir.
—Ahora mismo estamos en el territorio de la ciudad Agucris, una de las ciudades pertenecientes al gran reino Atguila, señor. —Gustavo se detuvo un momento, de echo colocó la misma expresión que el hombre gordo cuando le dijo su lugar de procedencia, pero para no parecer sospechoso, asintió.
—¿Y está cerca la ciudad? —Preguntó, esperanzado de poder encontrar un lugar donde recabar más información. El hombre gordo lo miró, sospechaba un poco del joven, pero por su actitud, se había dado cuenta que no era hostil, ni arrogante, por lo que se sintió algo aliviado.
—Sí —Guardó silencio por un momento, como si estuviera meditando—... En realidad, mi hija y yo, nos dirigimos a la ciudad ¿No sé si quieras acompañarnos?
—Me encantaría, es solo que no poseo riqueza para poder pagarle. —Dijo Gustavo con honestidad.
—No te preocupes por eso, amigo mío, si te sientes incómodo de aceptar mi favor, podemos llegar a un acuerdo.
—¿Cuál?
—Te compraré el orbe de bestia y, te descontaré de ahí el costo del viaje ¿Qué opinas?
—Bueno. —Dijo Gustavo, en realidad no sabía cuánto valía el orbe y no le interesaba saberlo, solo quería llegar a un lugar donde pudiera conseguir información para poder llegar nuevamente a su hogar.
—Entonces ven, entra por favor. Gustavo asintió y se dispuso a entrar a la carreta.
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Capítulo 01 - Muerte y una promesa
Año 1847. Intervención del ejército estadounidense al territorio mexicano. Cercanías al castillo de Chapultepec.
La lluvía no daba indicios de querer detenerse y, el cansancio por haber estado días en vela y, con una alimentación mínima, provocaba que las decenas de soldados, resguardados sobre unos árboles de copa ancha, mostrarán una expresión de fatiga.
—Entonces Gus ¿Por fin hablarás con su padre cuando termine la guerra? —Preguntó un joven carismático, de estatura baja y sonrisa de niño.
Gustavo Montes era todavía un cadete cuando estalló la guerra, por lo que su apariencia juvenil y expresión inocente era algo natural, solo tenía 16 años.
—¿Cuándo termine? —Lo miró con ojos juguetones—. Supongo que si —Abrió el relicario de su cuello y observó la foto de una joven dama, con una sonrisa sutil y un peinado conservador—. Solo espero que me acepte, por qué si debo ser sincero, la amo demasiado. —Héctor sonrió de alegría, estaba muy feliz por su amigo.
—Por eso hay que demostrar nuestras habilidades en las próximas batallas, si lo hacemos bien, podemos ascender de rango y, en un futuro hasta podemos ganar tierras ¿Te lo imaginas, Gus? —Miró al horizonte—, sería algo grandioso.
—Muy grandioso, Héctor, muy grandioso. —Repitió con un tono nostálgico.
El trote de un caballo despertó a los soldados y reclutas, parándose casi al instante y colocando una posición de firmes.
—¡General! —Hicieron el saludo militar.
—Descansen —Dijo el hombre de mirada dura—. Escuadrón Águila, vengo con malas noticias, los malditos invasores han llegado. Debemos partir ahora.
Las expresiones cambiaron en el rostro de los soldados y reclutas, los más jóvenes mostrándose entusiasmados, mientras que los veteranos mostraban una expresión lúgubre, sabían lo que se aproximaba y, no estaban mentalmente preparados.
—Recojan todo y, vámonos. —Ordenó el hombre a caballo.
El sonido de detonaciones y disparos eran ensordecedores, la tierra se levantaba y, el suelo vibraba, mientras que los cuerpos de los jóvenes caían inertes, con el beso de la Diosa de la muerte en sus frentes.
—¡Por un México libre! —Gritó uno de los generales.
—¡Por un México libre! —Repitieron los soldados.
—¡¡Por la victoria!! —Gritó el general.
—¡¡Por la victoria!!
Las decenas de soldados corrieron con su mosquete y bayoneta en mano, sus rostros mostraban lo determinados que estaban, no estaban dispuestos a ver su tierra manchada por las traicioneras manos de los invasores.
—¡Vamos Gus! ¡Hay que matar a esos malditos gringos! —Gustavo sonrió y asintió.
El tiempo pasó y, el silencio se presentó en los alrededores, ya no se escuchaban detonaciones, ni disparos, solo el continuo ruido de la lluvia y, los gemidos de dolor de algunos soldados.
—Héctor... Héctor —Dijo Gustavo en voz baja, su uniforme estaba manchado en sangre, al igual que parte de su rostro. Al lado de él, se encontraba el cuerpo sin vida de su amigo, el cual había sido perforado varias veces por armas estadounidenses—... responde, recuerda lo que prometimos... seríamos generales y, nuestra familia viviría bien... —Su mirada iba perdiendo vida.
Se escucharon pasos irregulares acercarse, Gustavo quiso observar, pero le fue imposible, apenas si podía moverse y, menos voltear. Cinco sombras humanas cubrieron su cuerpo, al deducir de quién eran las siluetas, una mueca de insatisfacción se dibujo en su rostro.
—Here's another one.
—Kill him. —Ordenó uno de los soldados Estadunidenses.
Gustavo los miró a los ojos, mostrando su furia y rencor que tenía por aquellos que le habían arrebatado todo.
—Pudranse... malditos...
Sin ningún aviso, la bayoneta del arma enemiga perforó su corazón, siendo asesinado al instante. Su mano se abrió y, liberó el relicario que antes había estado en su cuello.
°°°
"No lo olvides..."
Una voz antigua sonó repentinamente.
°°°
—¡Eh! ¿No estoy muerto? —Levantó su torso de repente y, comenzó a respirar con rapidez. Se tocó su cuerpo extrañado y, se dio cuenta que no se encontraba herido, por lo que lo primero que se cruzó por su cabeza, era que todo lo que había experimentado en batalla había sido un sueño, pero rápidamente desechó aquella idea, percibiendo que su uniforme de cadete poseía sangre, por lo que se sintió más confundido—. ¿Qué es lo que está pasando? —Se preguntó y, observó a sus alrededores, para su sorpresa, todo lo que veía era un frondoso bosque, pero uno completamente extraño, pues nunca en su vida había visto árboles con hojas moradas, ni rosas, además que los pájaros que sobrevolaban el cielo, eran gigantes a comparación de los que él conocía.
El gruñido de una bestia llegó a sus oídos, su respiración se aceleró, levantando su cuerpo con rapidez para no ser agarrado por sorpresa y, al observar lo que estaba enfrente de él, sus pupilas se dilataron, el sudor apareció en su espalda y, sus piernas temblaron. A unos diez pasos, se encontraba un lobo de unos dos metros de alto, observándolo como si estuviera sonriendo.
El lobo se abalanzó hacia el joven con las fauces abiertas, claramente tenía la intención de volverlo su comida. Gustavo levantó sus manos para protegerse, apuntando su palma al feroz animal, de repente y por absurdo que pareciera, una gigantesca bola de fuego emergió de su palma, dirigiéndose con rapidez hacia el enemigo. Al instante lo envolvió, convirtiéndolo en cenizas.
—¡Eh! —Miró su palma confundido—. ¿Qué es lo que ha pasado?
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