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Chapter 5
Conocí a Hayden en el verano del 88 cuando veraneaba con mis padres en la costa. La misma tarde que pusimos un pie en la casa que habíamos alquilado, me vestí con un vestido blanco y unas sandalias romanas y salí en busca de algún granizado que calmara mi sed y calor.
Caminé durante varios minutos por las calles del pueblo, parándome en cada puesto de collares, sin, por supuesto, no comprar nada hasta llegar a la plaza principal.
Llena de niños correteando por todos sitios, tropezando y tirando sus piruletas al suelo de piedra, mientras sus padres charlaban en las terrazas de los bares. Siempre me imaginé criando a mis hijos en una pequeña ciudad con encanto, jamás en algún pueblo perdido en el horizonte, bebiendo cerveza con mis amigas sobre sillas de metal y cotilleando sobre las demás mujeres del barrio.
Inflé mis mofletes a causa del sofoco y dudé en sentarme cerca o en el borde de la fuente con tal de que alguna gota de agua fría me salpicase, pero me decanté por entrar a la heladería más cercana.
Empujé la puerta de cristal con las manos y enseguida el frescor del ventilador sacudió mi pelo rubio durante una milesíma de segundo. Una campana resonó en el local anunciando mi entrada, y el dependiente miró en mi dirección.
Cerré la puerta tras de mí y caminé hacia la cristalera de sabores con ojos golosos. Menta con chocolate, vainilla,dulce de leche, fresa con nata... Todos parecían tan apetecibles que casi me parecía imposible elegir alguno.
-Siguiente- dijo el hombre del mostrador.-Joven,¿te encargas de la señorita?
Giré la cabeza hacia donde dirigía su mandato y divisé a un chico de cabello castaño claro y ojos azules,recogiendo una de las mesas. El chico asintió y caminó hacia el mostrador sosteniendo la bandeja.
Se sacudió las manos del delantal y ocupó el puesto de su compañero frente a mi.
Apreté mis labios tímida y aclaré mi garganta, mirando las masas de helado de colores.
Esperó unos segundos en silencio a que me decidiera,tamborileando con los dedos sobre la mesita del mostrador,pero al ver mi dilema tragó saliva y se inclinó hacia delante.
-¿Puedo recomendarte uno?- me dijo con una sonrisa.
Asentí,mirándole a los ojos.
-Bien.-volvió a su lugar y señaló con el cucharón el cartel de menta y chocolate.-Este es el mejor helado del mundo.
-Lo dudo.-le rebatí con tono suave.
-El picor de la menta y el dulzor del chocolate hacen una mezcla perfecta. Si lo pruebas estoy seguro de que te encantará.
-Me gusta más un único sabor,-puse las manos a mi espalda y me balanceé hacia delante.
-Entonces te pondré uno de vainilla.
El chico rió y abrió la tarrina.
-Eres de gustos sencillos.
-Y tú muy raro. ¿Quién toma menta con chocolate? Es como arruinar los dos sabores.
Levantó la mirada y me dio una sonrisa de lado mientras colocaba una bola en el cucurucho. Sus facciones eran tan marcadas como tiernas. Ojos índigo, tan claros como el cielo,una fina nariz respingona que hacía contraste con sus pómulos y mandíbula cuadrada. Su pelo despeinado creaba leves ondas que adquirían un tono dorado con los reflejos del sol que entraba por la cristalera.
Me di cuenta de que lo estaba observando descaradamente,pero había quedado fascinada con su rostro.
Me aclaré la garganta y pasé un mechón de pelo tras mi oreja.
-Si decides cambiar de opinión-colocó una bola de vainilla.-Estaremos abiertos todo el verano.
Tardé en darme cuenta de lo que tal vez me proponía.
-Lo tendré en cuenta.-apunté mirando cómo depositaba un segundo redondel de helado sobre el anterior.
Colocó una cucharilla de color rosa sobre la última bola y tendió el producto hacia mi sobre la mesa del mostrador.
Extendí un brazo y agarré el cucurucho sin rozar su mano.
-La vainilla está bien.-dijo.
-Va más conmigo.
-Ya lo creo.-Miró mi vestido y sonrió tiernamente.
Saqué el dinero de mi bolso ante su atenta mirada y tendí las monedas.
-Hey,em...Esta noche estaré de turno hasta las nueve.¿Te gustaría...?
-Guárdame un helado de menta y chocolate.-le pedí probando el de vainilla con la lengua.-A lo mejor no está tan mal después de todo.
Alzó sus cejas sorprendido pero con una sonrisa en su rostro.
-También puedes coger uno para ti.-dije tragando el sabor dulce.
Le di una pequeña ojeada de arriba abajo,sonriente,antes de darme la vuelta y salir del local,sin dejar de pensar en la escenita de filtro que había cometido descaradamente. Dos años atrás no había sido capaz ni de pedir el helado yo sola, y sin embargo ahora ligaba con trabajadores.
Por muy extraño que sonase, ser amiga de James, había comenzado a abrirme los ojos cada vez más. Comencé a ser más segura de mi misma, y a hacer lo que me viniese en gana la mayoría del tiempo. Aunque era algo en lo que aún estaba trabajando, sentía que mejoraba.
Aquella tarde, tras haber pasado el día en la playa, subí al pisito alquilado de mis padres y tomé una ducha más larga que de costumbre, poniéndome productos y productos en el pelo con el fin de que estuviese brillante y sedoso cuando saliera por la noche.
Me vestí con un suave vestido de tirantes color crema, con volantes en la falda y unas sandalias. Dejé que mi pelo se secase al aire natural, quedando algunas ondas por las puntas y un poco de brillo en los labios con máscara de pestañas.
El sol de verano había enrojecido mis mejillas y mi nariz, pero no me desagradaba el contraste que me proporcionaba, por lo que tan sólo me apliqué un poco de crema sin tratarlo a fondo.
Salí con mis padres a cenar en un bonito restaurante cerca de la playa, y alrededor de las nueve menos cuarto dejé que se fueran a dar paseo por el pueblo y sus tiendas, mientras yo acudía a mi encuentro con el chico de la heladería.
Caminé por las callejuelas dando de comer a algún gatito que se me cruzaba, y observé las parejas que paseaban de la mano a la altura de la orilla. Sonreí al imaginar que tal vez yo pudiese estar en una situación semejante. Mi sonrisa se borró al instante en el que James apareció en mis pensamientos, con sus cabellos chocolate y sus brillantes ojos. Me aclaré la garganta intentando disipar aquellas ideas que me atormentaban, y aparté la mirada de los amantes del verano, que se perdían entre la oscuridad de la playa.
Dirigí mis ojos a la heladería al escuchar el barullo, donde cientos de personas conformaban una cola que recorría casi la mitad del espacio en el que me encontraba.
Apoyé mi espalda en una de las farolas junto a la fuente y me crucé de brazos expectante a la aparición de Hayden. Una pequeña hoja se dirigió hacia el agua de la fuente de piedra, formando círculos sobre el líquido.
-¿Siempre eres tan puntual?-dijo una voz.
Levanté mi cabeza y lo vi llegar hacia mí a paso decidido, con dos cucuruchos en las manos. Llevaba una camiseta blanca con unos pantalones beige y unos tirantes que salían de ellos hasta sus hombros. Su pelo despeinado con gracia ahora se veía más oscuro, y tuve la oportunidad de observar sus facciones más de cerca, fijándome en sus labios finos y rosados.
Sonreí instantáneamente.
-Solo cuando la situación lo requiere.-dije mirando los helados.-Las buenas elecciones, supongo.
-Las mejores.
Tendió uno de ellos hacia mí y lo acepté, comenzando a caminar. Era bastantes centímetros más alto que yo, y rápidamente olí lo que sería su perfume, algo que me pareció aceite de argán.
-Dime... -murumuró, mirándome divertido, con la esperanza de que le proporcionase mi nombre.
-Betty.-respondí con una leve sonrisa, mirándole durante unas décimas de segundo.
-Betty.-repitió-¿No eres de por aquí, verdad?
Negué con la cabeza.
-Soy del norte, he venido de vacaciones unos días.
Sacó su lengua para probar un bocado de su helado y miró hacia el frente.
-¿Tú vives aquí?- me atreví a preguntar.
Nunca se me había dado bien empezar una conversación, tenía miedo de incomodarle con preguntas cliché o quizás demasiado extrañas.
-Sí. Me mudé aquí con mi madre y mis hermanas, y desde pequeño trabajo en la heladería de mi tío.-contestó dándome una cálida mirada.
-Parece un buen sitio. Es acogedor.
-Sí que lo es, pero los uniformes son una mierda.
Giré mi cabeza bruscamente hacia el al oír esa palabra. Tal vez no fuese para tanto pero solía escandalizarme con ese tipo de vocabulario. Lo mismo ocurría con James, aunque él era mucho más grosero utilizando las palabras.
-No me mires así, es la verdad.
-A mí me gustan.-admití más rápido de lo que me hubiera gustado.
Y era cierto, aquella camiseta verde azulado que le había visto llevar por la mañana no estaba nada mal. La chapita con su nombre me pareció de lo más gracioso, y el color de sus ojos combinaba a la perfección con el atuendo.
-Cuéntame algo de ti,¿Estudias?-preguntó interesado.
-Sí, penúltimo curso.-le miré y por un momento el hizo lo mismo.-Tengo pensado estudiar periodismo en la universidad cuando acabe el instituto.
-¿Periodista?-sonrió.-La verdad es que es una profesión que nunca entendí demasiado, no soy muy aficionado a la lectura.
Ahogué un grito y me miró confundido.
-Eso es que aún no has leído un buen libro.-apunté desviando los ojos.
-¿Cómo sabré escoger el correcto?
En su tono podía leerse su personalidad curiosa, aunque igualmente, sabía que tan sólo quería tirame de la lengua para que comenzase a hablar.
Le miré y humecedí mis labios pensativa.
-Te prestaré uno.-dije tras una pausa.- Todos mis libros son los correctos.
Hayden alzó sus cejas sorprendido pero aún conservando esa mueca dulce de su rostro.
-Sí así lo quieres, claro.- formulé al ver su expresión.
-Por supuesto que quiero.-respondió con ojos sinceros mientras volvía a centrarse en el sabor del helado.
Habíamos llegado al paseo de madera frente a la playa, dejando el barullo y el ruido atrás, en los puestecitos y las calles del pueblo. Nos sentamos en la arena fría junto a la alta silla del socorrista y observamos el oscuro mar ante nosotros. Las olas rompían delicadamente en la orilla, creando un suave sonido con el que siempre soñé quedarme dormida. Aún se escuchaba el lejano murmullo de las voces de los turistas, pero no resultaba desagradable, tan sólo disfrutamos de la ligera brisa cálida durante unos segundos, hasta que el tema de la lectura y los libros volvió a cruzar mi mente.
-¿Estás seguro de que quieres que te lo preste?
-¿Por qué no iba a estarlo?- apoyó sus brazos en la arena y se recostó hacia atrás estirando las piernas.-Me has dicho que eso me ayudaría a encontrar la pasión por la lectura.
-Lo sé, pero tengo la sensación de que te estoy instruyendo mis opiniones.- continúe sentada jugueteando con la arena del huequito que se abría entre mis piernas.
-Créeme, si no quisiera leer uno, no lo haría.
-No quiero obligarte a hacerlo, por Dios. Debería ser algo que te llamase, no que te impusieran. ¿Ves? Por eso no comprendo la necesidad de mandar lecturas en los colegios. Quiero decir, los niños deberían mostrar sus inquietudes por lo que les dicte el corazón, por lo que ordene una profesora de literatura.
Era consciente de que estaba hablando demasiado rápido, aún sin mirarle y con la vista fija en las olas podía imaginarle riendo silenciosamente tras mi espalda.
-Y para colmo, seguiré sin entender cómo la asignatura de ética sigue siendo voluntaria.¿Eso es lo que queremos inculcar en la próximas generaciones? Si queremos hacer de este mundo un lugar mejor deberíamos inculcar un poco de lógica a los niños, así evitaríamos por lo menos la mitad de las desgracias que ocurren en el planeta.
Noté el cuerpo de Hayden colocándose de nuevo en la posición inicial, sentado a mi lado.
-¿Puedes creer la cantidad de delincuentes que han aparecido en los últimos diez años? Sinceramente considero que todo es culpa de la pobre educación que les proporcionamos a los niños. Si se les enseñasen conceptos con los que se enriquecieran intelectualmente, la maldad y la imprudencia no serían un problema. Pero claro, ¿Cómo vamos a implantar una buena educación si ni siquiera los que se han preparado para enseñarla la entienden? A veces pienso que si me hiciera profesora mis alumnos saldrían con un excelente expediente, mandaría trabajos amenos y puede que incluso decorarse las clases con flores de papel. Blancas por supuesto, porque las amarillas no me causan demasiado...
-¿Betty?-me llamó.
-¿Si?-le observé, deteniendo mi patético discurso, agradeciendo que me hubiese interrumpido.
-¿Tienes novio?
Mis labios se entreabieron sin perder sus ojos de vista. Enterré mis pies disimuladamente en la arena, y por un momento, James volvió a regresar a mi mente.
Lo negué por completo y sonreí al joven de ojos azules frente a mí.
-No.
Hayden me sonrió de vuelta, pero no emitió palabra alguna. Tan sólo asintió, como si estuviese rememorando la conversación en su cabeza, y se levantó de su lugar, dejando la marca de su cuerpo entre los granos de arena fina.
Le observé sacudirse los pantalones hasta que me extendió su mano derecha.
-Te acompaño a casa.
Aún recuerdo el brillo en sus ojos cuando nuestros dedos hicieron contacto al tomar su palma. No comprendí en ese momento el espontáneo movimiento, tampoco su extraña pregunta, y mucho menos por qué tenía la sensación de que iba a besarme.
Pero no lo hizo, y por inusual que parezca, se lo agradecí.
Hayden me acompañó al porche del apartamento, y metió sus manos en los bolsillos, mirándome mientras abría la puerta de hierro con las llaves. Ésta chirrió, y cuando estuvo abierta, me giré al joven con mi mejor sonrisa.
¿Seguirás aquí cuando haya entrado?-bromeé.
-Me quedaré justo aquí.-sonrió.
Humedecí mis labios y el suspiró, acercándose a mi.
-¿Volverás algún verano?
Sonreí.
-Puede. Pero siempre puedes venir a visitarme.- alcé mis cejas.
Hayden ladeó su cabeza divertido. Me tomé la confianza de estirar una de mis manos y pellizcar su nariz con los nudillos de los dedos índice y corazón, provocando que arrugase su expresión de forma adorable.
Ambos reímos casi a la vez.
-Buenas noches.-le dije sin perderlo de vista.
Sus labios se acercaron a mi mejilla, en un movimiento cauteloso y relajado, depositando un suave beso sobre ella, haciéndome sonrojar.
-Buenas noches,Betty.
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Chapter 4
El ruidoso timbre resonó a las puertas del instituto, dando pie a que los alumnos comenzasen a abarrotar las puertas, caras nuevas a las que no fui capaz de dirigir mi atención en todo el día, estaba demasiado ocupada perdiéndome en la mirada del joven de aura marrón.
Recuerdo que no pude prestar atención al resto de las clases que transcurrieron en la mañana, por suerte tan sólo consistían en pequeñas presentaciones sin importancia de las que no recapitulo absolutamente nada por su culpa.
James se sentó a mi lado a todas las horas, sacándome conversación de cualquier mínima cosa que parecía insignificante. ¿Como podíamos hablar durante quince minutos sobre algo tan simple como la mina de un lapicero? Siempre admiré su capacidad de comprender el mundo,a veces sus argumentos me resultaban extraños pero la mayoría del tiempo podía escucharle durante horas hablar sobre el mismo tema.
Algún que otro maestro nos fulminó con la mirada cuando me reí demasiado fuerte porque me había contado un chiste. Yo me tapaba la boca con una mano y recobraba la compostura en mi silla, pero no tardaba en mirarle de reojo y él en regalarme una sonrisa de disculpa o un guiño divertido.
No sólo revolucionó mis hormonas, sino que también despertó todos y cada uno de mis sentidos artísticos. James me hizo crecer, darme cuenta de lo que quería y lo que no, dibujó estrellas sobre mis cicatrices, aunque poco después éstas sangrasen, imitando el ligero recorrido de los ríos.
Yo siempre había sido un ratón de biblioteca, así me había apodado mi padre, pasaba las tardes de los viernes en el rincón del interior de mi armario, bajo los vestidos de los domingos con una pequeña lamparita de pila y una bolsa de Skittles. Pese a todos los libros de mi estantería, y algún que otro poema escrito en ceras de colores perdido en algún cajón, jamás me había planteado mi afición como algo de lo que pudiese vivir.
A lo mejor ese era uno de mis grandes errores. Estaba en constante busca de algo que pudiese mantenerme, con el fin de no acabar con un empleo que no me diese la estabilidad suficiente. Era algo que me aterrorizaba desde que despidieron a mi padre de la gran empresa en la que trabajaba y comenzó a trabajar de cocinero en un restaurante.
Ellos lo ocultaban todo el tiempo,pero nunca pasó desapercibido para mí el hecho de que siempre ocultasen sus carteras vacías y cambiaran de tema cuando me aproximaba al salón. No tardé en darme cuenta de que debía hacer algo grande de lo que se sintieran orgullosos, así que me apunté a miles de extracurriculares en el colegio, francés tres días a la semana por las tardes, atletismo los lunes, clases de química los miércoles, debates los viernes a la hora del recreo, y violín los sábados por la mañana.
Llegaba agotada todos los días, y dejaba caer mi cuerpo sobre el colchón donde de no ser por mi padre, me quedaría durmiendo hasta la mañana siguiente.
Mi madre, de estatura media, rubia, siempre me animaba a dedicarme a lo que me hiciera feliz, pues ella no había tenido oportunidad de hacerlo. Siempre sospeché que su deseo era que me dedicase a algo relacionado con las dotes artísticas, pero nunca demostré demasiado interés por ellas hasta que conocí a James.
Mi padre se había encargado de enseñarme algo de guitarra, pero siempre fui un caso perdido en ese ámbito. Él tan sólo se reía de mí y con sus enormes dedos me ayudaba a colocar los míos en los grandes trastes mientras me explicaba los acordes.
Un buen hombre mi padre, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitase regalando una sonrisa a cualquiera que se le cruzase. Era unos centímetros más alto que mi madre, para ser hombre era bastante bajito, y era algo con lo que siempre le molestábamos. Su piel morena y pelo negro y rizado aún mantenía a mi madre embobada después de tantos años.
De niña solía espiarles desde la escalera mientras veían películas. Apoyaba mi barbilla en mi mano y observaba cómo mi padre pasaba su brazo por sus hombros, cómo ella jugueteaba con los rizos entre sus dedos, o cómo apoyaba la cabeza en su hombro hasta quedarse dormida. Él giraba su cabeza hasta donde me encontraba yo, hacía un gesto con sus cejas haciéndome llamar, y yo obediente bajaba los peldaños deprisa y corría hasta el sofá, colándome en el interior de la manta y acurrucando mi cuerpo entre los suyos sintiendo su confortante calor.
Siempre fui afortunada por vivir en una familia tan amorosa, éramos solo los tres contra todo. Nos ayudábamos los unos a otros, dándonos apoyo y cariño siempre que teníamos la ocasión. Algo que muchas de mis amigas envidiaban, pues debía ser bastante común vivir en un hogar disfuncional en mi ciudad. Era algo sobre lo que yo no me permitía opinar, pues no tenía los suficientes conocimientos para ello.
Fue algo que me sorprendió de James, su facilidad para expresar sus sentimientos sobre las dificultades de su vida, o al menos la sinceridad con la que lo hacía conmigo.
No tardé en hacerme amiga de James. Comenzamos a sentarnos juntos en cada una de las clases, compartimos los libros cuando a él, convenientemente se le olvidaban en su casa y comimos juntos en las mesas de la cafetería, aquellos bocadillos de tortilla y mayonesa tan deliciosos que preparaba la cocinera.
Le enseñé la biblioteca que muy a mi pesar solía frecuentar, y pasábamos las tardes estudiando y leyendo antiguas obras de teatro, imitando a los personajes con tonos ridículos y provocándonos la risa el uno al otro, hasta que tenían que obligarnos a salir de la estancia.
Aún recuerdo su obsesión por las calabazas y la música indie, hechos que me parecían estúpidos. Ya teníamos quince años, prácticamente éramos los mejores amigos desde aquel día en el aula, y no nos habíamos separado desde entonces. Era junio del 88, a una semana de que terminase el curso cuando me persiguió hasta la salida del instituto.
-¿Qué haces esta tarde?
-Buenos días a ti también.
Bufé bajando mi mirada a la cremallera del pequeño bolsillo de mi mochila, abriéndola y sacando un zumo de naranja.
-Ya sí, buenos días.-se aclaró la garganta y comenzamos a caminar, el de espaldas a la carretera frente a mí y con las manos en los bolsillos.-No me has respondido.
-¿Que te pasa? ¿Nos hemos despertado exigentes?
James atrapó su labio inferior con una sonrisa.
Observé su camiseta blanca, donde a la altura del pecho, podía leerse "The Beatles" en letras negras.
-Supongo que me quedaré en casa...-comencé, desviando la mirada, atrapando la pajita entre mis labios.
-Genial, me acompañarás al centro comercial.
Su voz me interrumpió, haciéndome parar en la acera.
-¡Eh! ¿Que te hace pensar que no tenía planes?- sorbí por la pajita y arrugué mis cejas en su dirección.
-Cierto, en ese caso ¿Vas a hacer algo esta tarde en tu casa, Betty?-preguntó sonriente.
Él sabía que no tenía intención de hacer nada salvo tumbarme boca abajo con los pies suspendidos en el aire, devorando algún libro viejo.
Capullo. Me había dejado acorralada. Desvié la mirada buscando una respuesta que no me dejase como una insociable sin remedio y tomé aire.
-No es asunto tuyo.
-¿Es que vas a quedar con un chico?-se interesó.
Alcé las cejas orgullosa.
-Puede ser,pero si fuese así no te lo diría.
James río. Una carcajada suave mientras mascaba su chicle de menta.
-¿A las 18:00 en tu porche?
No me quedó más remedio que asentir al tiempo que ponía los ojos en blanco. Me guiñó un ojo y se dispuso a seguir caminando a su casa.
-¡James!-lo llamé haciéndole parar y darse la vuelta.¡A las 18:00 en punto!
Me sacó la lengua desde la lejanía y sonreí, llevándome la pajita a mis labios de nuevo.
Era una salida normal, como la de los fines de semana, por lo que no me esmeré mucho en arreglarme. Escogí una simple camiseta gris, unos vaqueros azules y un cárdigan blanco, mi favorito que me quedaba algo grande.
A las 18:05 una piedrecita golpeó mi ventana, dando nombre a la llegada de mi nuevo amigo. Le tenía dicho que no arrojase ningún tipo de objeto al cristal, pero creo que siempre creyó que se trataba de una broma. Giré la cremona, abriéndola y entrecerrando los ojos en su dirección como advertencia hacia el asunto de la piedrecita.
Llevaba una sudadera negra con capucha, algo que me sorprendió pues siempre llevaba algo color marrón, unos vaqueros sencillos y unas converse negras. Su pelo, alborotado como siempre,se volvía casi dorado con el reflejo del atardecer, y apoyando uno de sus pies, utilizaba su clásico monopatín.
Bajé las escaleras dándome algo de volumen al pelo con las manos y agarré las llaves en lo que me despedía de mis padres alzando la voz.
-¿No tenías un cárdigan más grande?-dijo cuando me vio salir.
-Agradecería que no usaras el sarcasmo conmigo.-sonreí apretando los labios y pasé a su lado, girándome para verlo, dando pequeños toquecitos con mi dedo índice a mi muñeca.-Por cierto, son las 18:05.
-Venga ya, han sido cinco minutos- se quejó acelerando el paso para alcanzarme.
-Cinco minutos en los que podría haber buscado un cárdigan más pequeño.
James bufó antes de empezar a hablar de cualquier tontería de las nuestras, hasta llegar al centro comercial.
Seguí su figura hasta la nueva tienda de música, repleta de vinilos por las paredes y guitarras de todos los colores. Se dividía en varias secciones de todo tipo de géneros, jazz,techno, clásica,rock... y el aroma de vainilla inundaba el espacio de una manera reconfortante. De los altavoces del techno, salían canciones conocidas a un volumen agradable, la gente se paseaba murmurando y riéndose, completamente ajenos al exterior, y el dependiente cobraba siempre con una sonrisa dulce regalándote algún caramelo con la compra.
Me gustaba la música, me la habían inculcado desde temprana edad y estaba muy presente en mi día a día, pero no me apasionaba tanto como a James. Él tocaba la guitarra, saltaba a la vista, con ese estilo y ese aura que transmitía, lo supuse al instante. Me gustaba ver cómo se emocionaba con cada disco nuevo que traían a la tienda, como corría hacia mí con él en la mano y me obligaba a escucharlo en la radio caset de camino a clase cada mañana. Ver a James emocionado por algo, era la mejor medicina que podía recibir si había tenido un mal día.
Se dirigió a una de las secciones de música indie y comenzó a rebuscar entre los vinilos. Hice un poco de tiempo hasta que encontrase alguno y viniera a enseñármelo, y caminé sin rumbo por el interior de la tienda, con las manos en mi espalda leyendo cada uno de los carteles.
No tenía la menor idea de la mayoría de los discos, pero prefería aparentar que era una gran entendida musical, así que comencé a deslizar mis dedos por los vinilos de pop, dándome aires de sabelotodo. No era una inculta, conocía alguno de los artistas que salían ante mis ojos, Madonna, Wham, Cyndi Lauper,Europe... No tenía un gusto tan exótico como el de James o el de mis padres, a veces pensaba en llevarlo a cenar a casa, estaba convencida de que se llevarían bastante bien.
Tal vez lo hiciese.
Levanté uno de los vinilos para verlo mejor. ¿Que demonios era eso? Le di la vuelta varias veces para verlo de distintos ángulos pero ningún movimiento parecía dar sentido a ese dibujo. Estaba claro que yo era más de letras.
No tardé en aburrirme de ver discos. Levanté la mirada y busqué a mi amigo sin éxito. Caminé poniéndome de puntillas para ver sobre las cabezas de la gente hasta que distinguí su pelo al fondo de la tienda. Esquivé a las personas que cambiaban en sentido contrario y me coloqué a su lado, entrometiendo mi cabeza en el vinilo que observaba.
-Este grupo es increíble- me dijo sin levantar la mirada.
-Mmm-murmuré sin tener ni idea de lo que hablaba.
Toqueteé algunos vinilos sin mucho interés hasta que colocó la portada de lo que veía justo frente a mí rostro. Pestañeé repetidas veces para cobrar conciencia de lo que estaba leyendo, hasta que pude distinguir, 'The Smiths', 'The Queen is dead'.
-Este es uno de los mejores discos que se han compuesto, Betty- me dijo con expresión seria.
Le miré y asentí dándole la razón.
-Es en serio, tienes que escucharlo.
-Está bien,cuando me den la paga vendré a buscarlo.-le prometí para hacerle feliz.
Sonrió satisfecho.
Observé las motas amarillas que se arremolinaban alrededor de su pupila. Sentí una presión en el pecho y desvié mi atención de ellas.
James miró hacia los lados y abrió el CD cuando se aseguró de que nadie nos observaba.
-¿Que demonios estás...?-Me horroricé, levantando la cabeza, mirando hacia las esquinas.
-Shh.-Me mandó callar, introduciendo el disco en su porta CD's con auriculares.
Estudié sus movimientos, rezando en mente que nadie nos descubriese. Porque en efecto, había asumido que los problemas de James,eran también los míos.
-Listo.-me miró sonriente.
-¿Ahora?¿Dices aquí y ahora?- repetí abriendo mucho los ojos.
-Sí. Ponte los auriculares.
Me los coloqué lentamente no muy convencida del plan.
-Solo quiero que escuches una, ¿de acuerdo?
Asentí y apoyé mi espada en la estantería de vinilos techno.
El chisme comenzó a dar vueltas rápidamente, James pulsaba el botoncito de triángulo saltando las canciones hasta la número trece, donde me miró a los ojos y alzó las cejas antes de que comenzase a sonar la melodía.
'Take me out tonight where there's music and there's people and they're young and alive...'
Cerré los ojos en un acto reflejo y respiré hondo escuchando cada nota y cada palabra que transmitía la canción. Me gustaba. Me gustaba muchísimo, y odiaba tener que admitir que James había dado en el clavo al recomendármela.
No conocía a aquel grupo,pero desde luego comenzaría a escucharlos más a menudo gracias a él. Escuché la canción completa con los ojos cerrados, notando cómo mi cuerpo se balanceaba a los lados al ritmo de la melodía,hasta con el último acorde que salió de los auriculares.
Abrí los ojos unos segundos después de que hubiese acabado, y sorprendí a James con una pequeña cámara de fotos apuntándome.
Un pequeño chasquido salió de ella antes de que pudiese regresar a mi estado inicial.
-¡Hey!-articulé cundo apartó el aparato de su rostro y se inclinó para ver la fotografía.
Intenté quitársela pero me esquivó soltando una carcajada.
-Estabas muy tranquila, no quería desaprovechar la oportunidad.
-Déjame verla.-exigí.
Torció la cámara hacia mí, y rocé su mano para ponerla más a mi altura y contemplarla mejor.
Era una foto bastante bonita. Los colores cálidos de fondo y los colores de los diferentes vinilos a los lados hacían un perfecto contraste con mi pelo rubio que caía por mis hombros. Una sonrisa suave se dibujaba en mi rostro, con los ojos cerrados y la cabeza levemente ladeada al lado izquierdo. No iba a mentir, los cascos me sentían de maravilla.
-No pienso borrarla.- me dijo.
Sonreí y me quité los auriculares, tendiéndoselos.
-Más te vale.-respondí.
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Chapter 3
Mi historia con James no comenzó de la manera más apasionada, tal vez algo cliché, pero lo suficiente como para que no resultase desagradable al gusto. Suelen empezarse estas cartas con: ¿Siempre estuve enamorada de él? Siempre me parecieron oraciones apasionantes, yo deseaba contar mi historia, nuestra historia, desde ese principio tan dulce. Supongo que la vida no es una novela de Charlotte Bronte, por lo que no puedo adueñarme de ese título para comenzar.
No me enamoré de James a primera vista. Él me enamoró, cada día, cada hora y cada segundo en el que sus suspiros se transformaban en melodías apasionantes para mis oídos, y sus ojos, en grandes fosas en las que, con todos mis deseos, deseaba hundirme.
Me costó negar que era cierto, no podía permitir que aquel chico de ojos esmeraldas, hubiese derribado mis barreras de un soplido. Yo no pude hacer nada para evitarlo, pero supongo que tampoco me importó demasiado, tan sólo me dejé llevar por sus suaves susurros, con ambos ojos cerrados, y los brazos extendidos.
Lo cierto es que nos complementabamos de una manera casi terrorífica, éramos de mundos totalmente distintos, al menos eso me parecía al principio.
Quizás lo supe aquella lluviosa mañana de septiembre, a principios del curso del 88. Claro que tan sólo tenía dieciséis años y mis padres no hacían más que repetirme que a esa edad cualquier sentimiento que alguien provocase en tí a nivel romántico, era prácticamente imposible. Nunca estuve de acuerdo con ese punto de vista, pero no le di demasiada importancia, tampoco tenía intención de que algo así me ocurriese.
Hasta el amanecer lluvioso que me despertó el primer día de clases. El cielo en su despertar, se teñía rápidamente de colores grisáceos, que con el paso de los segundos terminaba en un azul marino, casi negro, imitando las profundidades del océano. La brisa congelaba mi rostro a pesar de seguir en verano, y había caminado diez largos minutos bajo mi paraguas rojizo, a través de las calles brillantes y cubiertas de hojas anaranjadas, rezando por un buen comienzo de curso y porque la lluvia no mojara mi conjunto escogido la noche anterior con dedicación.
Aquella mañana me había hecho una coleta alta, dejando dos mechones rubios caer a los lados de mi rostro y había decidido asistir a clases con un simple vaquero y una camiseta blanca de manga corta, algo que quizás no había sido buena idea, pero el primer día de curso estaba acostumbrada a ir con buen aspecto para destacar entre mis compañeros.
Tal vez fuese algo egocéntrico pero desde niña mi madre lo había inculcado en mí, al ser propietaria de una empresa sabía bastante sobre esto,y ya me parecía algo sin importancia hacer, levantarme dos horas antes de entrar al instituto para arreglarme el pelo y preparame para la salida.
Pero regresando a la clase, había llegado varios minutos antes de que sonase la campana, y el silencio sepulcral se hacía notar en toda la planta baja del edificio.
Nada salió como esperaba, pues los árboles recreaban bailes a causa del viento, levantándose una borrosa niebla en las calles próximas al instituto. Las hojas se movían con agresividad,siendo arrastradas por la tempestad húmeda, pegándose a la tela del paraguas que me protegía, a mis pantalones, a mis botas. No podía deshacerme de aquellas amenazas que intentaban por todos los medios ahogarme en las furiosas gotas de agua que se precipitaban desde el cielo.
Los coches aceleraban, circulando por las carreteras, limpiando los parabrisas con las manillas del coche, coloreando la lluvia con los faroles rojos traseros, mezclándose con el verdor de los semáforos que indicaba el paso a un nuevo camino.
Mis pantalones habían comenzado a empaparse, volviéndose un azul oscuro al sustituir el vaquero claro. Busqué con la mirada hacia los lados algo que pudiese ayudarme, algún lugar donde resguardarme o tal vez algo en lo que poder llegar a clase.
Tal vez dirán que no fue lo más inteligente, pero desde luego agradecí cada día durante un año la decisión que tomé al acercarme a aquel dodge negro.
-¿Hola?- grité aporreando la ventana con mis manos- ¿Hay alguien?
Levanté la mirada buscando entre las calles brillantes y oscuras, más allá de la niebla y la lluvia, buscando desesperada otra opción que me protegiese.
Un golpe en el interior del coche, contra la ventana me sobresaltó.
-¡Pasa, te estás empapando!- Me llamó alguien desde el interior.
Achiné los ojos en dirección a la ventana, y entonces, a través del cristal goteando, lo vi.
En el asiento del conductor del vehículo, totalmente seco, con un libro entre sus manos, apoyado en su regazo.
Siempre lo relacioné con el color marrón. Un marrón oscuro, como el de chocolate derretido. Tal vez por su pelo castaño, a lo mejor podía ser el perfume o el jersey que llevaba aquella mañana, que se quedó grabado en mi memoria.
Un jersey de lana marrón oscuro, unos pantalones beige y unas zapatillas bajas blancas. Un conjunto tan simple que le hacía resaltar tanto a mis ojos.
Fue un flechazo instantáneo cuando dirigió sus ojos a mi posición, aún empapándome fuera, con la respiración acelerada y la garganta seca.
Su pelo castaño se amoldaba perfectamente a su rostro, esa mandíbula marcada, esa nariz respingona y ese precioso hoyuelo que me quitaron el aliento casi al instante cuando sonrió hacia mi en forma de saludo. Tuve que disimular lo mejor que pude.
Aclaré mi garganta y esbocé una veloz sonrisa débil, agarrando el manillar del coche, abriendo la puerta con rapidez, y entrando en el reconfortante calor del coche de aquel extraño.
Cerré la puerta una vez dentro, y suspiré.
-Lo siento- dije sin mirarle al contemplar el paraguas humedeciendo el asiento.
-No te preocupes. Con esta tormenta. ¿Cómo ibas a quedarte fuera?- dijo en un tono tranquilo.
-Habría ido en autobús, pero la línea no llegaba...-Tragué saliva y me atreví a mirarlo.
-El autobús es lo peor- sonrió-¿Vas al instituto?
Asentí.
-¿Y tú?
-También. Estaba a punto de irme cuando has aparecido.
Suspiré agradecida.
-Siento mucho molestarte, parecía que te apeteciese estar a solas.
Guardó su libro en la mochila beige que traía consigo y apoyó su espalda en el respaldo del asiento en un gesto despreocupado. Miré sus zapatos durante un momento, sintiendo como mis manos seguían mojadas debido a la lluvia.
-Me gusta estar solo- respondió, arrancando el vehículo.-Pero se agradece alguien de vez en cuando.
-No sabes cómo te entiendo.-Reí, observando el parabrisas limpiar la luna empapada.
Cualquiera que hubiese entrado en ese momento se habría reído ante tal escena. Él vestido de colores oscuros, seco, limpio, expandido en la silla como si fuese el sofá de su casa, y yo vestida de aquellos ridículos colores pastel con la espalda más rígida que una barra de hierro, empapada, pareciendo que asistía a un convento de monjas.
Sentí que me observaba, pero lo ignoré,concentrada en el paisaje que rápidamente pasaba frente a mis ojos.
-¿Tienes frío?- preguntó, sacándome de mis pensamientos, clavados en la ventana de mi asiento.
-No,estoy perfecta.-sonreí en su dirección.-O todo lo bien que puedo estar calada hasta los huesos.
El chico rió, mostrando unos dulces hoyuelos a ambos lados de sus mejillas.
Aparté la mirada de él, aclarándome la garganta.
En un acto reflejo miré el interior de su mochila a mi lado derecho, apoyada en el suelo. Entre algún que otro cuaderno y un pequeño estuche distinguí un pequeño libro con el dibujo de una mujer en su portada. Lo reconocí al instante y no pude controlar que mi cabeza se inclinase para verlo mejor.
Se dio cuenta de mi gesto unos segundos después, y mordió su labio inferior levemente antes de apartar una mano del volante, repleta de anillos, y agarrar el libro de la mochila, tendiéndomelo.
Sin mirarle, lo agarré lentamente con mis manos y el orgullo de haber reconocido la obra me invadió.
Una habitación propia, de Virginia Woolf,era uno de mis libros preferidos, y me había hartado de leerlo durante años, desde que era niña, mi padre me leía varias páginas antes de dormir.
Recuerdo caer dormida escuchando su voz calmada dejando flotar en las paredes, rosadas en aquel entonces, de mi habitación los maravillosos argumentos de la poetisa inglesa.
Casi podía oler en ese momento el suavizante de jazmín que mis sábanas tenían impregnado aquellas noches.
Con las yemas de mis dedos acaricié las páginas con suma delicadeza y silencio absoluto.
-Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura...-anunció con tono suave mirando a la carretera.
-...Ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente,- las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera controlarlas, interrumpiendo su pasaje.
Giré mi cabeza hacia él y vi su sonrisa satisfecha, dedicándomela. Le respondí con el mismo gesto, sosteniendo su mirada.
El coche se detuvo.
-Soy James.- dijo entonces.
-Betty.- respondí.
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chapter 2
Noviembre 2009.
No estoy segura de que demonios habrá pasado por mi cabeza para escribir esto. No creí que este día llegaría tan pronto, de hecho no pensé llegar a vivirlo nunca. Tenía la esperanza de haber desaparecido de este mundo antes de que ocurriese, pero compruebo que tenías otros planes para nosotros, o tal vez solo para ti.
Jamás llegaré a comprender cómo aún tras veinte años, puedo seguir escuchándote bajo las farolas de la húmeda calle, con tu cabello castaño cayendo por ambos lados de la cara, empapado por la lluvia de marzo.
A veces un escalofrío recorre mi espalda cuando recuerdo que ahora tus manos no son más que humo sobre las torres de la ciudad. Prefiero escoger la versión en la que abro la ventana de mi antigua habitación y contemplo tu figura despreocupada, apoyada en la calle de el frente con un pie en tu monopatín y ese maldito hoyuelo en tu mejilla izquierda.
Si no te importa continuaré dándole la razón a mi subconsciente, para evitar volverme loca cada vez que la noticia que recibí hace 3 días regrese de la forma más arrolladora. Supongo que tras veinte años transcurridos, he creído que ya era hora de plasmar nuestra historia en algún lugar, o tal vez contárselo a alguien debidamente, puesto que ya no tengo oportunidad de hacerlo frente a ti.
Tampoco exijo una chimenea que chisporrotee a mis pies, o una taza de café solo para beber a longevos sorbos mientras cuento esta historia. Sabes que siempre tuve facilidad para irme por las ramas en las conversaciones difíciles.
Por Dios Betty, ve al grano-me decías. Tendrás que aguantarme una vez más, supongo.
He comprobado que a la única persona a la que deseo contarle lo que verdaderamente sentí hace ya tanto tiempo, lo que experimentaron cada uno de los poros de mi piel, cada latido que salió de mi corazón, es a ti. Por lo que voy a escribirte una carta, más bien un manuscrito, que espero, de manera u otra, sirva como una especie de terapia para esta escritora de pacotilla, y de convencerme de que ya no estás aquí.
Podría comenzar por tantos puntos que sería más fácil escribir o contar más de un relato, pero no me gustaría saturarte de lo que tú solías calificar como una tontería adolescente, pues cuando eres joven se asuma que no sabes nada.
Si así es la afirmación, ¿Cómo será alguien capaz de tomar una decisión correcta a los diecisiete años? Sospecho que tú no tenías muy claras tus ideas, y tal vez debería haberte perdonado cuando aquella tarde de otoño apareciste en el porche delantero de mi casa, suplicando por piedad.
Te confesaré que en aquel momento deseaba golpearte con todas mis fuerzas en el pecho, con las manos convertidas en puños y las mejillas sonrojadas de la furia.
Aunque sabes que mi rencor no suele durar, tardé sorprendentemente demasiado en admitir que tan sólo habías cometido una estupidez, y que no merecía la pena seguir maldiciendo tu nombre cada noche sobre el suelo frío de mi habitación.
Aún hay noches en las que me pregunto si hubiese cambiado algo si se me hubiese ocurrido acunar tu rostro aquella tarde donde llorabas a mis pies, destrozado, como nunca antes te había visto, y hubiese susurrado de rodillas frente a ti "Te perdono".
Tal vez lo hice, tal vez no me escuchaste, tal vez lo pensé, tal vez nunca fuiste capaz de leerme.
Pero como dije, cuando eres joven todos asumen que no sabes nada.
Y como dijiste, tenías solo diecisiete años y no sabías nada salvo que me echabas de menos.
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el transcurso del tiempo a través de los ojos de dos jóvenes que superan las dificultades que dejó el humo intoxicado proveniente del cigarrillo de su primer amor en común, perdiéndose en la inmensidad del vacío que el mismo clavó en sus corazones.
Porque vivieron una una historia idílica,tan breve como dolorosa.
chapter 1
James era déspota, narcisista y prepotente ,un vendedor de humo que creaba fantásticas ilusiones con las nubes grisáceas que desprendían sus cigarros y las soplaba frente a los rostros sin un ápice de dificultad o arrepentimiento.
Odiaba a todos y a todo,viajaba con su cara de pocos amigos allá donde fuese ,gruñía si se le acercaban demasiado, y casi se le confundía con una bestia de esas temibles que guardan los payasos de circo en gigantescas jaulas de hierro cerradas con llave y candado.
Se colocaba sus cascos negros sobre las orejas,y con la mente totalmente sumergida, permanecía en silencio durante los largos trayectos en metro en los que ni siquiera se dignaba a bajar del vagón.
Era alto. Demasiado alto para la edad que alcanzaba, diecisiete años que con cada inspiración de aire contaminado se convertían en dieciocho. Sus ojos verdes reflejaban rayos amarillos alrededor de su pupila,casi parecían brillar a la cálida luz de la tarde si ésta conseguía traspasar la opaca barrera que su aura oscura proporcionaba.
Sus cabello oscuro, creaba ondas que se deslizaban a ambos lado de su rostro, desordenadas,o sobre su frente,imitando suaves muelles sedosos.
Tal vez su boca fuese lo más característico de su físico. Siempre húmeda a causa de su lengua, que de vez en cuando se asomaba con el propósito de acariciar las superficies de sus rosados labios.
Su nariz perfilada,su mandíbula cuadrada y sus facciones terroríficamente atractivas y varoniles, habían conseguido robar más de un corazón desesperado,pero a él no parecía importarle demasiado.
Les abría su puerta,les dejaba pasar con amabilidad y tras jugar un rato con ellos a las casitas del té, los expulsaba a patadas, cerrando el pesado portón de sus oportunidades.
James era distante, mezquino e imprevisible. Dispuesto a pelear si era necesario, se había hecho con la confianza de muchas personas,por supuesto aquellas que no le conocían bien.
Él era muy suyo. No compartía sentimientos,no expresaba opiniones sinceras,y siempre parecía tener ganas de marcharse de todos lados,cosa que no le importaba en absoluto hacer,pues sin vergüenza alguna,se abría entre el barullo y se marchaba por donde había llegado sin mediar palabra.
El tabaco,el alcohol y las mujeres fáciles le habían mantenido relativamente cuerdo durante los difíciles años de su vida,que le habían atormentado de principio. Él no quería admitirlo, era demasiado orgulloso como para mostrar algún rasgo de debilidad, por lo que preferiría engañar a todos y a él mismo, aparentando que todo estaba como debía estar.
Tal vez sufría abusos por parte de su padre alcohólico,tal vez incluso psicológicos,puede que llorase por las noches en el interior de sus sábanas,tal vez desease no haber nacido, tal vez se propusiera pretender que no le afectaba para poder continuar con su vida, tal vez planeaba su brillante futuro.
Él lo sabía. Tenía un cerebro brillante aunque no se dignaba a utilizarlo, pero en su interior comprendía que podía explotarlo muchísimo más, solo no tenía el coraje o las ganas de intentarlo.
Le gustaba la literatura, devoraba los libros como si se tratasen de un tanque de oxígeno, vital para respirar. Las estanterías de su habitación a penas podían mantenerse en pie debido al peso que se erguía sobre ellas. Libros de tapa dura, de tapa blanda,de bolsillo, de tamaño normal, gigantescos. Enciclopedias, novelas, acción , romance, terror.
Los libros amaban a James. James amaba a los libros,y aquel era el único instante en el que se sentía protegido y comprendido, donde nadie podía herirle, ni tocarle,si quiera verle. Se encerraba en su habitación, probablemente cigarrillo en mano o una taza ardiente de café negro solo, y permanecía horas y horas sin que nadie supiese si había pasado al mundo de los muertos o continuaba respirando regularmente.
Pero a James no le importaba. Nunca le importó lo que pensaran de él. No era que estuviese orgulloso de su persona,ni mucho menos,pero prefería ignorar comentarios que de todos modos no iban a afectarle.
Las prendas de colores oscuros como el marrón, negro, o ausencia de color, como el solía llamarlo, abundaban en su armario, haciéndole inmune a cualquier tipo de sentimiento. Según él,creaba una especie de capa protectora contra el dolor, haciéndole sentir más seguro.
James era dramático, intenso y mentiroso, que buscaba el momento de debilidad perfecto para apuñalar con más fuerza si así creía que la otra persona lo merecía.
Lo que pasaba por su cabeza, era expresado sin dificultad, lo escupía en la acera de la calle sin conciencia de lo que pasaría después, sin pista alguna de cuál sería la reacción de su contrincante , pero igual, seguro de si mismo y de su metro ochenta, su mirada penetrante y sus manos adornadas con anillos, preparadas en puño para cualquier asalto.
James era cruel, sombrío y un auténtico encantador que con una simple sonrisa o una frase bien conjugada, era capaz de derretir corazones en milésimas de segundo. Ese era uno de los muchos dones que poseía, pero el único que parecía divertirle utilizar.
Aparecía cuando menos lo esperabas, con alguna broma con la que conseguía encandilarte, algún jugueteo con su mirada,una repasada a tu figura mientras llevaba su lengua a uno de los carrillos de su boca, en una sonrisa provocadora.
Ahí podías sentir flaquear tus piernas, tu respiración fallar, y tus manos sudar. Él lo sabía,y cuando soltabas una suave risita, pasándote un mechón de pelo tras la oreja, ambos sabíais que ya habías caído en su terrible juego, del que no podrías salir.
Él es consciente. Él te avisa. Pero tú no obedeces, continúas hacía delante, y cuando por fin quieres saltar, la caída ya es demasiado dolorosa. Has subido más de lo que podías permitirte, pero él solo te observa con una sonrisa, recordándote que el mismo te había advertido, mientras se aleja siendo cubierto por la grisácea neblina de humo naciente del cigarrillo que parece siempre viajar en su mano.
Miras hacia abajo, donde el mundo cae a tus pies, y dudas si será más doloroso saltar que quedarse donde estás.
Tu cabeza es un caos en el que él es el protagonista, introduciéndose en tus sueños donde besa tus cicatrices y de ellas crea un brillante manto de estrellas que se desgarra y sangra cuando abres los ojos y despiertas.
Has entrado en el pequeño juego que es su infierno personal, pero de algún modo te gusta estar allí, retenida por sus manos cubiertas de anillos y su perfume intenso, colándose a través de tu piel, y estableciéndose en un lugar fijo junto a tu corazón.
No puedes evitarlo, y crees que acabará cuando el por fin desaparezca entre las nubes. El sol parece volver a salir, pero en el interior de tu habitación parece siempre llover a tormenta limpia sobre tus sábanas de franela.
El mundo vuelve a elevarse, acercándose a ti cada vez más, ahogándote de esperanzas sobre si conseguirás escapar, pero cuando apoyas un pie en una de las relucientes baldosas doradas que te invitan a salir, su voz reaparece tras tu espalda, soplando un aire fresco y mentolado en tu nuca.
Tu piel se eriza, tus pupilas se dilatan, y en tu garganta se forma un nudo mientras te debates entre qué decisión tomarás ahora.
Las lágrimas desbordan tus ojos mientras sus manos atrapan tu cintura con suavidad, incitándote a que no abandones tu lugar junto a él.
Él te necesita, y tú también, lo sabes pero una punzada en tu pecho te obliga a negarlo cada vez que sus ojos se cruzan con los tuyos.
Como tú misma temías,terminas sucumbiendo de nuevo, y despiertas envuelta en sus brazos, de alguna extraña manera sintiéndote como en casa, notando las batientes mariposas chocar contra las paredes de tu estómago.
Él besa tu frente y te susurra que nadie volverá a hacerte daño. Que estaréis bien. Que te amará siempre y para siempre.
Y tu le creerás, incapaz de deducir que tú final está a punto de llegar aún sintiéndote completa cuando besa tus labios con esa delicadeza que él mismo vierte sobre tus labios, endulzándote hasta que notas el caramelo derretido sobre tu lengua.
James era déspota, narcisista y prepotente, distante, mezquino, imprevisible, dramático, intenso, mentiroso, cruel, sombrío, y un auténtico encantador.
Pero estábamos absoluta, total y terriblemente enamorados.
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