B escribe poesía y comparte anécdotas o experiencias de su vida y de su particularidad como individuo único en el mundo, aunque no diferente. Probablemente encuentres mucho de él en tí.
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Tú quieres que yo me quiera, pero ya no existe amor que por tu condena me lleva en el aire... terror.
Qué pasa si no me quiere, qué pasa si no hay color que el dolor de mis entrañas, ya no existe sin tu adiós.
El monstruo en tu mirada, al revelarte mi voz. No hay lugar para encomendarme ni a ellos ni a ti ni a Dios.
B.
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Qué es lo que tiene la vida, que nos engancha cual brizna de verano y de amor. Qué es lo que tienen los planes, ¡qué felices nos hacen! cuando nada hay, ni a estribor ni a babor. Qué es lo que tiene de gracia, que las experiencias pasada se quedan como un recuerdo que no volverá luego, que produce amargura y que respinga el corazón ( y que si se sabe manejar, buen recuerdo traerá). Qué es lo que tiene la vida, porqué se aferra tan fina, incluso cuando ya no hay razón. Qué es lo que tiene la vida, que es bonita y sincera, que es brillante, que es día, que es capricho y canción.
B.
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Negro manto negro, Manto salado que cantas los llantos más lejanos; de quienes no callan, de quienes huyen por algo. Flotando contigo llegan a las fronteras de España. Si algo tengo de mago con mi manto trucos hago por acallar la vergüenza de los más allegados. El niño sigue pensando si hay una solución, si es la chistera, el conejo y no el manto, señor. Flotando todos iguales, flotando estamos los dos. Con un truco todos juntos, el manto a verde tornó.
B.
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Solo, meditante, distante, corriente… Allí voy yo, donde esté mi gente. Caminas buscando el futuro en sus labios, gente que te dice que con esfuerzo se hace algo. Mayor estoy, cansado voy, te cuento historias que no te importan te hago rimas de mi canción te toco el alma con un susurro el futuro es tuyo, el dinero no.
B.
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Crecer como...
Crecer como chico gay me hizo crecer teniendo mucha menos confianza en mí de la que me hubiese gustado, me ha afectado a muchos niveles y ahora, aún después de haberme reconocido gay ante la sociedad, me sigue afectando terriblemente en mi forma de comportarme y de ser para con los demás.
Vivir ocultando lo que el colectivo LGBT considera como el secreto más agotante que cada uno de nosotros puede tener por pensar que es algo vergonzoso en nosotros, te hace mantenerte oculto y silenciándote a ti mismo aunque uno no quiera. Crecer como chico gay me hizo darme cuenta de muchas de las injusticias del mundo, de que la vida no era fácil y que para sobrevivir en ella tenía que caer bien y comportarme de la forma más cercana posible a lo que es moralmente correcto y agradable para los demás. Tenía que ser correcto, comprensivo, no enfadarme ni mostrar ira, no podía ser rebelde ni caer mal a nadie, eso incluía los padres de mis amigos y personas mayores. Tenía que ser estudioso e inteligente, simpático y divertido, amén de otros aspectos como ser guapo y fuerte (esto último puedes tomarlo como quieras) y así, solo quizá así, la gente querría estar conmigo y me aceptarían. Lo que sí que no se me pasaba por la cabeza es que me aceptarían con todo, incluso con el hecho de ser gay. "No, eso no me lo aceptarán", pensaba.
Ser mariquita, que era un eufemismo de un uso mucho más habitual que ser maricón en los 90, y sobre todo en un entorno como en él que yo crecí, donde había niños como yo que podía oír ese tipo de expresiones, era algo que empecé a tragar con dificultad desde mis primeros años de comprensión de mí mismo como persona, quizá al principio no lo tragaba con dificultad, pero si es algo que suscitaba en mi curiosidad; era como si la naturaleza me quisiese decir algo, como si fuese un llamada que tarde o temprano tendría que atender.
Con pocos años de vida, siendo estudiante de mis primeros años en la primaria, ya me diferenciaba de mis compañeros en clase; era un niño, igual que los demás, y jugaba a cosas de niños, igual que los demás (además he de decir que tuve una infancia bastante feliz en el pueblo en el que me crié), pero si es cierto que mientras muchos chicos/as de mi clase pensaban en ser príncipes, guerreros o princesas, yo optaba por una papel mucho más neutro y apartado en se tipo de juegos de rol que los niños disfrutan en el patio del recreo; un papel que tenía su importancia pero que también remarcaba en mi la idea de que para la sociedad era diferente (años más tarde me daría cuenta de que instintivamente yo me atribuía ese tipo de roles porque era gay, aunque he comprendido que no era diferente, al fin y al cabo jugaba al mismo juego también, simplemente la sociedad me hizo pensar que yo era raro durante muchos años, y vaya que si lo consiguieron). Este tipo de papeles, como he dicho, eran el de mago o casamentero, cura o similares, como un asesor pasivo de aquellos que afrontan el mundo activamente (mis compañeros de clase, los reyes y reinas), porque el mundo no era para mí, para que yo lo moldearse a mi manera, era para los demás y sólo sería mío si lograba pasar por el aro de la normalidad. Recuerdo que a muchos de mis compañeros yo los casé en el recreo y a otros muchos yo era el que les daba poderes para ir a combatir. Era el único de clase que hablaba con ambos sexos, niños y niñas, y el único, como papel neutro en la historia, que podía tratar a los niños y niñas de mi clase durante la función teatral que interpretábamos en el patio del colegio, el resto de compañeros quedaban bien diferenciados en dos grupos divididos en chicas y chicos. Por supuesto, para otros muchos niños y niñas de clase, este tipo de juegos de rol no eran su pasatiempo principal e iban de cabeza a los columpios o a colgarse de la típica estructura de barras de metal, quizá estos niños y niñas estaban lidiando también con sus propias barreras emocionales, no lo sé.
A pesar de este tipo de cuestiones, mi momento más crítico no fue jamás la infancia, fui realmente feliz y sigo pensando que lo tuve todo y que tuve la suerte de poder criarme en un pueblo muy cerquita del campo y con una familia respetuosa y cariñosa de la que, salvo contadas ocasiones, jamás me hicieron pensar si lo que yo era estaba mal. Más bien fueron personas de fuera las que me hicieron pensar esto, además de otros muchos estímulos como la televisión o el colegio, en el que si era más fácil encontrar detalles de este tipo que os comentaba antes, de los que me costaba tragar o eran de un interés auditivo especialmente sensible para mí incluso cuando no sabía lo que yo era ni lo que significaba ser gay, mariquita o bujarra.
Mi momento más crítico fue sin duda la adolescencia (la edad del pavo que llaman), el momento en que las personas somos más maleables y sensibles a los estímulos sociales. Los últimos años de la primaria y el instituto fueron años de cambios constantes, la mayoría de los cuales no servían para nada (al menos para nada bueno que haga a una persona mentalmente estable); fueron años de autorepresión y miedo al fracaso; años que añoro por aquellas experiencias escolares que son divertidas y bonitas, aquellas experiencias que los humanos necesitamos para regresar a los sentimientos que despiertan en nosotros la nostalgia sobre la amistad y camaradería de compartir tiempo con aquellos a los que consideramos amigos: las experiencias en campamentos, las clases de asignaturas que te gustaban, las mañanas de recreo en el patio, las tardes de horas muertas en el pupitre junto a tus compañeros deseando que se acabará el colegio para ir a casa a ver los dibujos o al parque, los últimos días del año escolar antes del verano (todos sabíamos que echaríamos de menos el colegio durante el verano porque no habría más experiencias como éstas hasta el año siguiente). A pesar de estas buenas experiencias, también las había desagradables relacionadas con la propia autoconcepción personal, experiencias desagradables muchas de las cuales se fueron intensificando con el paso de los años y la proximidad a la adolescencia: todo era mucho más difícil, nadie me comprendía, ya sabía lo que era ser gay (en mi tatuada e inculcada necedad cultural, porque en realidad no lo sabía) y, para mí necesidad de supervivencia, era mucho más difícil ocultar este hecho. Los niños y niñas de mi clase, muchos de los cuales eran nuevos compañeros y desconocidos, eran más listos y, al igual que yo, entendían algo más de la vida y también del egoísmo, las relaciones y decepciones y no solo estaban ya interesados en jugar en el recreo, esa sencillez ya quedó a un lado para aquel entonces.
Como decía antes, el miedo al fracaso, a decepcionar a los demás y la autorepresión de mi propia expresión como individuo hicieron de mi una persona callada, nerviosa, irritable en muchas ocasiones, con preocupaciones contantes que casi todos en la adolescencia tenemos como piedras a la espalda, pero que en mi caso había unas cuantas piedras de más que ahora considero innecesarias para una sociedad respetuosa y que "propugna" o promulga, al menos, valores de igualdad y libertad entre individuos en contra de idearios antiprogresistas. Igual que ser gay, hay muchas piedras que la sociedad, como si de un matón ignorante del colegio se tratase, te va metiendo en la mochila mientras tú atiendes al profesor y tu vida va pasando: ser gordo/a, demasiado delgado/a, menos espabilado o con menor capacidad de atención que los demás, aburrido/a, feo/a, etc. Toda una cantera de piedras que se deben a comparaciones constantes por encajar en la sociedad y que hacen de nuestra espalda, de nuestra estabilidad como personas, algo curvo y débil.
En mi caso, a la piedra angular, la de mayor interés, que era ser gay, se le fueron añadiendo muchas otras, casi todas las cuales fueron en detrimento de esta primera y después se fueron añadiendo en cadena una a consecuencia de las anteriores. Pasamos de ser gay a refugiarse en uno mismo para evitar así llamar la atención y que se pregunten qué eres, a ocultar tus sentimientos para evitar que a los demás no les guste tu forma de sentir o pensar, a ser más cariñoso para buscar mucho más afecto del que te dan o del que crees que perderás o has perdido por ocultarte a ti mismo por si se enteran de lo que eres, a engordar por no poder lidiar con los sentimientos, a dormir menos y a disfrutar menos de ti mismo y de las amistades, muchas de las cuales perderás porque te consideran raro o desconocido, ya que nunca cuentas nada de ti por temor a que no les gustes. Amistades, en mi caso, de las que he guardado sentimiento de recelo y triste nostalgia por no poder comprendernos en la actualidad, por no conocernos, amistades en su mayoría del género masculino, al que le tuve miedo porque eran menos cariñosos entre ellos, hablaban mucho menos de lo que sentían que las chicas (con las que me sentía por ello más cómodo) y si llegaban a descubrir que eras diferente por ser gay quizá podían juzgar con mayor dureza, burlarse o dañar físicamente con mucha más facilidad. Los chicos gays como yo, no a todos les pasa supongo, aunque sí creo que es un sentimiento bastante generalizado en la comunidad, éramos y seguimos siendo, a pesar de tener ya una autoaceptación de lo que somos, complicados para relacionarnos con personas de nuestro mismo género, incluso de nuestra misma orientación sexual, por miedo o desconocimiento de las emociones y sentimientos compartidos, porque a mí el fútbol nunca me gustó, y si lo hicieron más otras aficiones tradicionalmente asociadas al género femenino, y porque tampoco quería hablar de chicas y me incomodaba tremendamente tener que hacer de tripas corazón en una conversación sobre el tema del ligoteo y no quería mentir.
Siento mucho mi separación, como chico gay, con aquellos otros chicos que han pasado por mi vida o pasarán. Siento mucho también mi separación con otras amistades a las que no supe contar cómo era en realidad y no supe hacer ver que era alguien diferente de los que ellos pensaban y al que a lo mejor hubiese caído mejor o, al menos, hubiesen conocido. Siento mi comportamiento egoísta, rabioso y escurridizo con aquellos que me quieren y quiénes me quisieron ayudar; ayuda que nunca agradecí ni tomé con suficiente valor por mí falta de juicio y de autoaceptación. Siento mucho lo que hacemos con nosotros mismos y lo que hacemos por encajar aún sabiendo que está mal, y siento mucho que tengamos que ir sintiéndolo mucho por problemas de una sociedad resentida.
Por el respeto, la igualdad y la libertad, en cualquiera de sus formas y para cualquiera de los seres que sentimos, amamos y vivimos.
B.
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