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Fragmentada
*A mí no me tocaron los puños en alto. Soy de las que sienten una punzada cada que lee Fuerza México, porque se me devienen peligrosas las palabras que los cómplices de lo sucedido toman para contarnos otra historia, una muy distinta a la que nos tocó vivir.
*A mí no me tocaron puños en alto y cada día veo con más temor que ese sea el símbolo de todo esto. Veo con temor que nos quedemos en el guardar silencio cuando siento que deberíamos gritar más fuerte que nunca.
*A mí este rollo de estar unidos me remite a olvidar nuestras diferencias y ser uno, cuando creo que lo que nos hizo fuertes esos primeros días fue, justamente, ser varios y variados: los que son buenos organizando hicieron maravillas en los acopios, los que son fuertes pudieron cargar escombros, los que cocinan apapacharon con guisos a una multitud hambrienta no solo de comida, sino de cariño; a mí me tocó ser de las que gritan sin gritar porque mi voz se proyecta con facilidad, de las que concilian visiones en un país en el que para algunos la ayuda es a modo (no me gustó cómo me habló) y no para todxs.
*La caminata del 19s por Insurgentes fue el tiempo que tuve para dimensionar la magnitud de las cosas. En ese camino largo, que en mi caso fue de más de dos horas, en el que entendí cuán asustados estábamos.
*No pude escuchar música por una semana. No pude escribir en mi diario por una semana o 10 días, me asustó mucho perder la capacidad de articular lo que siento conmigo misma.
*Lloré por las grietas que vi en los lugares en los que alguna vez fui feliz. Lloré con extraños porque la aplanadora de la normalidad una vez más apuesta por anestesiarnos. Lloré con mi perra y agradecí más que nunca su existencia cuando en las noches sentía su cuerpo junto al mío, dándome calor.
*Me tocaron cadenas humanas en las que algunos eslabones se perdían viendo el celular, gente cargando aguas con guantes de carnaza, casco y chaleco; gente que dijo que no iban a ayudar “porque no estaban maquilladas”. Me tocó abrazar desconocidos e intentar regresarle la sonrisa a un niño que probablemente no vuelva a ver nunca.
*Fui a zonas de siniestro, pero no me tocaron puños en alto, me tocaron personas intentando rescatar documentos de los escombros y repartiendo jugos entre los brigadistas. Fui ojos que intentaron verificar información y manos que ayudaron a extraños en la calle a cargar sus donaciones. Fui la que no sintió el paso del tiempo y vio con horror la proliferación del moho en los platos de mi casa. Fui la que no recogió lo que tiró el temblor en un acto entre despistado y consciente, porque no me di cuenta de que no levanté los “estragos”, pero no quise hacerlo porque mis adornos y libros no se comparan con los escombros que vi en los derrumbes.
*El país ya era escombros antes de los sismos. La metáfora de que se nos caía la nación a pedazos dejó de ser figurativa y entre socavones, fosas y derrumbes, la imagen de México quedó a la vista, incluso, de aquellos que llevaban años en su burbuja diciendo que los demás exagerábamos, que si les “tocó” sería porque algo habrían hecho.
*No estamos de pie. No nos hemos levantado. La emergencia persiste porque esta contingencia demuestra que no estamos todxs, nos faltan los desaparecidos tanto como los nombres de quienes fallecieron en Chimalpopoca; la violencia de género y general no se tomó un descanso en estos días.
*El rescate no ha terminado. Hay gente que desde 1985 vive en un albergue temporal. El rescate termina hasta que todxs tengamos un techo digno y comida, empleo, acceso a estudiar. El rescate no es de esta catástrofe, sino de otra que empezó hace muchos, muchos años.
*Siento y sentí mucha furia. No es nueva, es vieja conocida, de al menos una década. Sentí rabia contra el gobierno por no ser capaz ni de conseguir vendas o clavos. Sentí rabia contra las inmobiliarias y las autoridades que arriesgan nuestras vidas por dinero.
*Intento no juzgar. A ratos no me sale. A ratos no puedo evitar sentir desprecio por aquellos que ni en medio de esta gigantesca crisis son capaces de salir un rato de sus burbujas individuales. Luego me hablo del autocuidado, de lo importante que es estar bien para ser fuerte, de que parte esencial de ayudar es cuidarse para estar menos fragmentados al salir al mundo.
*A mí no me tocaron puños en alto, pero sí niños de menos de 5 años, niños que viven en las calles y que llegaron firmes a un acopio con la idea de ayudar: “queremos ayudar”, me dijeron y les dije que repartieran abrazos porque las cosas que cargábamos pesaban mucho. Me miraron ofendidos, sus manitas servían para doblar ropa, ellos eran parte de esto como habitantes de esta ciudad monstruo que por unos días pareció convertirse en otra cosa, ellos no iban a irse a ningún lado hasta no ser parte de lo que por un poquito tiempo nos dio la esperanza de pensar que sí podemos cambiar.
*No hemos cambiado. No. Y el triunfalismo sobre nuestro “renacimiento” está siendo contraproducente. Este es un proceso, el proceso no ha acabado y mientras pensemos que ya todo está ganado le aseguramos a los corresponsables que los que triunfaron fueron ellos. No paremos, porque ya hemos parado. No paremos porque si esto no nos sacude de la apatía, nada lo hará.
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Hoy empieza el año nuevo tibetano y con este motivo trepo aquí la liga a un flipbook con una bitácora de viajes sobre mi experiencia de los festejos en 2015, cuando visité Larung Gar, el instituto budista más grande del planeta.
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Todo depende de la luz con que se mire...
X-Ray Photographs From the 1930s Expose the Delicate Details of Roses and Lilies
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Mares amurallados
Quisiera saber dibujar para plasmar en imagen lo que soñé hace unos días.
Caminaba por la playa. Era de noche y los astros titilaban a lo lejos y esas cosas. Miraba el mar y me daba cuenta de que estaba delimitado por paredes y una puerta abierta que me llamaba, un imán para los que necesitamos escapar de las prisiones cotidianas.
Una luz blanca, oculta bajo las olas, iluminaba cientos de miles de pececitos que brincaban en dirección a la pared, de un turquesa plomo; allí, acercándose a la puerta del océano nadaba una mujer oriental; me miraba, me incitaba a seguirla y yo sólo atinaba a preguntarme qué sería del mar sin murallas...
¿Cómo sería la vida fuera de mi jaula?
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Nosotras las solteronas
Hoy quiero contarles la historia de una palabra inglesa porque últimamente encuentro que no sólo yo, sino muchas conocidas, sufrimos con un nuevo apelativo para nuestro segmento poblacional: “solterona”.
Parece ser que en México, si rebasas la treintena y no te has casado alguna vez (más si no tienes novio encima) no eres soltera, sino solterona, una quedada, algo terrible, vaya, un despojo de mujer.
Resulta que en inglés a las mujeres como yo, y algunas de mis muy queridas amigas, se les llama “spinster”, con la misma connotación peyorativa que tiene solterona en español. Pero esta palabra tiene una historia hermosa en su etimología que, creo, puede aligerarnos la carga cada que alguien nos adjetiva de esa forma.
“Spinster” es una palabra que se originó en la Edad Media. Se trata de la combinación del verbo “spin” y el sufijo “-ster”; hacía referencia a las mujeres que se dedicaban a hilar lana; vaya, la palabra lo que denotaba era una ocupación.
Las spinsters generaban suficiente riqueza al hilar lana como para no necesitar contraer matrimonio con nadie para mantenerse. El término en esos tiempos no era peyorativo, por el contrario, se consideraba a estas mujeres altamente respetables. No se casaban porque no querían, no porque no fueran buenos partidos, no porque nadie quisiera casarse con ellas.
¿Por qué les cuento esto? Se los cuento porque a cada rato leo o escucho a alguna amiga tristeando porque OTRA VEZ alguien le dijo que cómo no se ha casado; porque en esta sociedad constantemente se nos dice que si estamos solas (por elección o por circunstancia) valemos menos, estamos incompletas, somos poca cosa.
El otro día me pasó a mí. Y me sentí mal. ¿Y saben qué? Muy por el contrario, debería sentirme muy orgullosa de ser una mujer independiente que se mantiene sola, que decide con quién se relaciona no por una cuestión monetaria o de respeto social, sino por una cuestión sentimental-intelectual. Creo que todas las “solteronas” deberíamos estar orgullosas de salir adelante solas y nunca dejar que una palabra nos haga sentir lo contrario.
La historia de spinster me hizo pensar todo eso y quería compartirlo. El lenguaje trae en su ADN información fascinante que, si queremos, puede reinventar cómo decidimos nombrarnos nosotras mismas.
I (spinster) you <3.
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¿Cerrar el ciclo?
Los últimos meses han sido difíciles, por decir lo menos. Y es en tiempos así, difíciles, convulsos, cuando te das cuenta de quiénes están y quiénes no. De repente, en cuestión de semanas, aparecieron muchos amigos de “likes” y “favs”, de esos que piensan que la amistad es “interactuar” en redes y ocasionalmente, cuando has hecho algo lindo y generoso por ellos, mandarte un whatsapp.
Estoy hablando de gente con la que llevo años de relación, con quienes he superado conflictos, a quienes he apoyado en sus truenes, en sus proyectos, de formas que ni siquiera los mejores, mejores amigos, a veces ni siquiera los familiares, apoyan.
Quizá por primera vez en muchos muchos años yo necesité que me apoyaran en serio, activamente, pues; que me llamaran, que me ayudaran a pararme de la cama, que festejaran mis logros conmigo, que promovieran mis proyectos. Y resultó que no. Nada de eso. Al contrario, ni siquiera fueron capaces de decir algo, una sola vez en todo este tiempo. Están distraídos con espejos y vidrios de colores que son más cool que yo, que están mejor conectados que yo, que “socialmente” son más importantes que yo. Sí, ¡oh, no! Pasó de nuevo.
Esta historia me es ya muy conocida. Se repite en mi vida cada cierto tiempo; ya ya, los patrones a la terapia, los trapos sucios los lavo en casa. El asunto es que, inadvertidamente, después de las groserías, las decepciones, después de convertirse en “amigos” de “favs”, los volví a apoyar. Resulta que la gente como yo, que somos un poco intensos y sensibles, tenemos un problema grande, además, somos generosos; y a veces nuestra generosidad no conoce límite y la espolvoreamos sobre gente que no se lo merece.
Este año, el tema en mi vida, como si fuera película, en todos los campos, es la reciprocidad, y hay quienes simplemente no han sabido responder a esto de que les den y les den más. Me decía una amiga, de esas de verdad, de las que te levantan del piso y te quitan el ataque de ansiedad, que todo tiene un ciclo, incluso la amistad. Quizá llegó el momento de cerrar el mío con estos amigos de fav, amigos sólo por DM (no se vayan a enterar sus uber cuates de que se llevan con alguien como moi), amigos siempre y cuando yo dé más.
Si no hay reciprocidad, ¿para qué continuar? Es el punto de la vida en el que hay que economizar energías y cariño para quienes sí están, para quienes no te olvidan cuando estás mal.
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Junio a pie
Caminar siempre ha sido para mí un vehículo para relacionarme conmigo misma y con lo que el mundo me hace sentir. No sé si fueron los versos de Antonio Machado los que me llevaron a pensar que caminando es como se forja la personalidad, porque “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, o porque como en la escuela corría velocidad, nunca logré desacelerar mi paso lo suficiente para convertirme en corredora de distancia, el asunto es que me encanta caminar.
En una ciudad mastodóntica como el DF pareciera imposible concebir la caminata como medio de transporte. Sin embargo, para algunos de nosotros puede serlo.
Yo tengo la fortuna de vivir en una zona céntrica (la fortuna y también la visión: hace 10 años cuando me mudé por acá lo hice, justamente, buscando estar en “el corazón” de mis actividades) y de trabajar más que nada desde casa, sin embargo me muevo en un radio de 8-10km varias veces por semana.
El último mes, en lugar de tomar el metrobús o el metro, en muchas ocasiones opté por caminar desde mi casa hasta mi destino y con consecuencias bastante sorprendentes. No sólo resultó que me llevaba el mismo tiempo llegar a varios de mis destinos que si lo hubiera hecho en transporte, también he recibido los beneficios de una vida más activa y un momento en el que entro en flow conmigo misma.
Por eso en junio ése es el reto: quiero ver si es posible para mí dejar el transporte por completo y ser carbono cero con respecto a mis trayectos.
Hace 7 años que dejé prácticamente por completo el uso del auto y no me he arrepentido. Quizá en unos años, los trayectos sardina en el metrobús y el metro sean sólo un recuerdo. Veremos (y les cuento).
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Ya en desnudez total extraña ausencia de procesos y fórmulas y métodos flor a flor, ser a ser, aún con ciencia y un caer en silencio y sin objeto.
La angustia ha devenido apenas un sabor, el dolor ya no cabe, la tristeza no alcanza. Una forma durando sin sentido, un color, un estar por estar y una espera insensata.
Idea Vilariño
Flore des serres et des jardins de l’Europe
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ISAAC ASIMOV ‘A lifetime of learning’
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Otra regla, la definitiva: jamás confundir redacción con escritura. La redacción no tiende a intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea.
Sergio Pitol, El arte de la fuga
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Destino final: Polo Sur
South Pole: The British Antarctic Expedition 1910-1913 (Assouline) nos cuenta la dramática historia de la tripulación del Terra Nova en su excursión al continente blanco.
Por Analía Ferreyra
«No creo que podamos esperar ya cosas mejores […], el fin no debe estar lejos. Parece una pena, pero no creo poder escribir más», apunta Robert F. Scott en su diario, el 29 de marzo de 1912. Casi dos años antes, el capitán Scott y su tripulación —65 hombres, trineos motorizados, ponis de Manchuria y perros— zarparon rumbo al Polo Sur a bordo del Terra Nova en un intento por ser los primeros en alcanzar esos inhóspitos territorios para recolectar muestras y datos que ayudaran a reconstruir la historia biológica, geológica, geofísica y meteorológica de la Antártida. Si bien la expedición del Terra Nova era de corte científico al momento de salir de Londres, cuando alcanzaron las costas de Melbourne supieron que el viaje se había convertido en una competencia: la expedición del noruego Roald Amundsen no se dirigía al Polo Norte (como creían), sino al Sur.
La travesía de Australia a la Antártida fue muy difícil. Vientos de hasta 88 kilómetros por hora golpeaban un Terra Nova sobrecargado, que tuvo que echar por la borda toneladas de carbón y galones de combustible para sobrevivir a los embates de la tormenta. Un par de ponis murieron mientras los ingenieros intentaban reparar las bombas para evitar que el barco se hundiera.
Demorados por la cantidad de hielo, mucho más al norte de lo esperado, el viaje les tomó tres semanas más de lo planeado. Una vez que la embarcación logró salir de los bancos de hielo, una fuerte tormenta de nieve les dio la bienvenida como advertencia de lo que estaba por venir.
El 4 de enero, los hombres desembarcaron e instalaron su campamento en cabo Evans. Los infortunios continuaron con la pérdida de algunos trineos motorizados que cayeron al agua, la mala reacción de los ponis a la temperatura y las inesperadas dificultades para manejar los perros. Sin embargo, nada hacía desistir a los valientes expedicionarios, que construyeron un refugio e instalaron varias estaciones con provisiones en las cercanías.
Cuando tenían un momento para relajarse, charlaban, daban conferencias y disfrutaban de los pequeños placeres, como una lata caliente de frijoles Heinz o la lectura de artículos de su propia autoría en el periódico que editaban, el South Polar Times, un sobreviviente de la anterior expedición del capitán Scott.
El primer viajeen trineo, con Cherry-Garrard, Bowers y Wilson, partió el 27 de junio con dirección a cabo Crozier. El objetivo: observar a los pingüinos emperador y recolectar muestras de sus huevos para analizarlos posteriormente. Esta travesía les dio una idea de cómo podría ser el recorrido hacia el Polo Sur: el violento clima arrancó su tienda del piso en una ventisca y estuvieron, una vez más, cara a cara con la muerte. A su regreso al campamento principal fue necesario cortar la ropa de sus cuerpos debido a lo congelada que se encontraba; no obstante, ni eso los haría desistir de su misión.
El 24 de octubre de 1911, Scott lideró la expedición mayor en su intento por ser los primeros en alcanzar el Polo Sur. El 3 de enero de 1912 eligió a quienes habrían de acompañarlo en la recta final: Wilson, Oates, Evans y Bowers. Este trayecto tampoco fue fácil; sin embargo la esperanza de lograr su hazaña los ayudaba a superar cualquier obstáculo. Trece días después de iniciada la travesía, Bowers —conocido entre la tripulación por su excepcional vista— puso su mirada en el horizonte y, con temor, divisó algo negro en la distancia: se había cumplido su peor pesadilla. «Los noruegos se nos anticiparon y son los primeros en el Polo. Es una terrible decepción y lo siento mucho por mis leales compañeros », escribe Scott. «Muchos pensamientos vienen a la cabeza y hemos discutido largamente. Mañana debemos marchar hacia el Polo y apresurarnos a casa. Todas las fantasías deben irse; será un regreso complicado».
A pesar de la decepción y las consecuencias físicas del frío extremo, los comprometidos expedicionarios cumplieron con su misión: fotografiaron y recolectaron especímenes geológicos en el corazón del Polo. Las extremas temperaturas bajo cero, alcanzando los -47º por las noches, comenzaron a afectarlos duramente. Evans, el más fuerte de los expedicionarios, sufría por el frío. Perdió la vida una noche de febrero, tras un accidente en el que se golpeó la cabeza.
Oates peleaba encarnizadamente contra el congelamiento desde hacía semanas y los feroces vientos que encontraban en su camino hacían la batalla aún más ardua. Poco a poco se volvió evidente que Oates estaba retrasando a sus compañeros, pero ellos insistían en que siguiera luchando, en que juntos podrían lograrlo. El 15 de marzo, Oates, consciente del impacto que su lentitud estaba teniendo en el grupo, les dijo a sus compañeros: «Voy afuera, puede que tarde un rato», y se internó en una ventisca para no volver a ser visto jamás. Scott registró el sacrificio de su amigo en su diario: «Los últimos pensamientos de Oates fueron sobre su madre, pero justo antes pensó orgulloso en que su regimiento estaría satisfecho con la audaz forma en la que murió. Nosotros somos testigos de su valentía».
El 21 de marzo, los tres sobrevivientes instalaron su último campamento a 17 kilómetros de la siguiente estación de provisiones, y quedaron confinados en su tienda debido a las duras condiciones ambientales. Tenían alimento para un par de días, combustible para una comida caliente; pero de no ceder la tormenta, perecerían. «Estamos débiles, es difícil escribir, pero no me arrepiento de este viaje», comenta Scott en su “Mensaje al público”, en el que explica las razones por las que cree fracasó la expedición. «Tomamos riesgos; las cosas salieron en contra nuestra […]. Si hubiéramos vivido, habría tenido una historia que contar sobre la audacia, la resistencia y el valor de mis compañeros que habría conmovido el corazón de cualquier inglés», concluye Scott.
Los cuerpos de Bowers, Wilson y Scott fueron encontrados el 12 de noviembre de 1912, junto con sus objetos personales y sus cartas de despedida. Sus restos siguen descansado en las heladas tierras que los vieron morir. Los especímenes geológicos recolectados por la expedición han sido fundamentales para establecer la historia de la Antártida, y el valor de la tripulación del Terra Nova sigue siendo un ejemplo para todos los aventureros del planeta.
*Publicado originalmente en Forbes México.
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Inspiración viajera
Remote places to stay es un libro que nos inspira para explorar el mundo desde la perspectiva de la lejanía, desconectarnos de nuestra vida cotidiana para conectarnos con nosotros mismos y con la naturaleza.
Por Analía Ferreyra
Dentro de algunas semanas emprendo una travesía un tanto distinta de las que acostumbro, inspirada, en cierta medida, en un libro con el que tuve la fortuna de encontrarme a fines del año pasado: Remote places to stay.
Ya llevaba un tiempo repensando lo que para mí significa viajar, cómo sacar más provecho de los lugares que visito, cómo abrir mejor los ojos, estar más dispuesta y, de alguna forma, volver a ese momento de la vida en el que todo iba más lento; no sólo recorrer distancias físicas sino viajar en el tiempo, estar presente donde estás, sin sentirte culpable por no revisar la bandeja de entrada o por la llamada perdida que te mira acusadora desde el celular.
Remote places to stay, editado por Lannoo, presenta una selección de 22 hoteles remotos realizada por Debbie Pappyn y David De Vleeschauwer, una pareja de periodistas belgas y consultores en viajes de lujo que lleva una década recorriendo el planeta tres cuartas partes del año.
La presentación del libro, por Pico Iyer, reconocido escritor de viajes, conferenciante de TED, nos recuerda el poder que tiene sobre nosotros el espacio vacío, lo esencial que se vuelve el silencio en la sociedad del ruido; la importancia de una pausa para ser, así, sin estar conectados.
“Mientras más espacio tienes a tu alrededor, más espacio descubres dentro de ti”, dice Iyer. “Lo remoto nos ofrece la mejor recompensa de todas: recordarnos lo que es importante para nosotros, dentro, y mostrarnos cómo y dónde encontrarlo”, concluye.
De Islandia a Botsuana, pasando por Italia, Estados Unidos y Canadá, Pappyn y De Vleeschauwer nos proponen una veintena de sus lugares remotos favoritos con espléndidas imágenes que no sólo nos trasladan a la fantasía del vacío (el paraíso del detox digital), sino a la paz interior que esta lejanía del “mundo” conlleva, al reencuentro con la naturaleza.
“[Viajar a un lugar remoto] tiene que ver con lujos básicos. Viajar en busca de espacio, silencio, soledad, aire limpio y fresco. El sentimiento de ser el único ahí, tener el lujo de enfocarte en las cosas pequeñas y esenciales que son ignoradas en la vida normal”, explica Pappyn en entrevista.
Y si de la vista nace el amor, no hay problema; cada lugar tiene una guía puntual para dejar de soñar y emprender la travesía, decidirte a ir más allá, pasar contigo unos días, cambiar de perspectiva.
“Un lugar lejano significa que puedes salirte del mapa por un rato, te da la sensación de que está bien ya no estar conectado con el mundo”, comparte Pappyn.
En la era de la aceleración, como dice Iyer, el lujo a veces radica en las cosas simples, en ir más despacio, estar más presentes. Hay encuentros que sólo pueden darse alejándose, emprendiendo el viaje.
Remote places to stay Lannoo, 2014 Edición en neerlandés (Benelux) y en inglés (venta mundial vía Amazon, Barnes & Noble y librerías selectas en varias ciudades del mundo). Pasta dura, 312 páginas Texto: Debbie Pappyn Fotografías: David De Vleeschauwer Presentación: Pico Iyer
Web: Finding Remote.
Trotamundos profesionales Debbie Pappyn y David De Vleeschauwer son fundadores del blog Classe Touriste, colaboradores en publicaciones como Monocle y Centurion, además de consultores en viajes de lujo.
*Publicado originalmente en Forbes México.
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Dígalo en checo <3
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Tapices de castillo en el Valle del Loira, Francia.
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Uruguay, pequeño gran gigante
Un recorrido por los distintos destinos del país muestra que la llamada ‘Suiza de Sudamérica’ tiene mucho que ofrecer a sus visitantes.
Por Analía Ferreyra
Aterrizo en el aeropuerto de Carrasco, al que tantas veces he llegado a lo largo de mi vida. El avión reduce su velocidad y veo esa terminal, la que he construido a base de recuerdos acumulados desde que tenía tres años y visité por primera vez el Uruguay. Sin embargo, el avión sigue de largo y siento un extrañamiento al ver que, a unos pasos de la histórica terminal llena de recuerdos familiares, se extiende un aeropuerto propio de un país de primer mundo. La nueva terminal de Carrasco, diseñada por Rafael Viñoly, con amplios pasillos y ventanales panorámicos, Duty Free y toda la cosa, muestra claramente que en la última década, las cosas han cambiado mucho y el Uruguay alojado en mis recuerdos, aunque se mantiene, tiene también una cara nueva. Desde mi última visita, hace 10 años, Uruguay es otro, ya no vive sólo de la añoranza de un pasado de avanzada, en el que ganó dos copas del mundo y fue de los primeros en aprobar el sufragio femenino; hoy el mundo ubica a la selección celeste como competitiva, el mundo habla de la manera de gobernar de José Mujica, su presidente, y de las leyes que su congreso aprueba (el matrimonio igualitario, el derecho a decidir) o discute (el debate abierto por la despenalización del consumo de la marihuana); hoy Uruguay muestra que aunque sus raíces están en el mate y el asado, hay mucho más que ver y conocer de este “paisito” austral.
Empiezo mi recorrido en Colonia del Sacramento, en el suroeste, en la ribera norte del Río de la Plata. Este sitio, que fuera colonia portuguesa, es parte de ese Uruguay de mis recuerdos, suspendido en el tiempo, con sus callecitas empedradas y su extraordinaria mezcla arquitectónica de casas de estilo portugués, viviendas españolas y postcoloniales. El Casco Antiguo fue declarado en 1995 como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y un paseo por sus callejas demuestra por qué. Las leyendas son múltiples, que si Marcello Mastroianni habitó tal o cual casa durante el rodaje de De eso no se habla (1993), que si antaño la hermosa Calle de los Suspiros era hogar de los prostíbulos y, de ahí saca su nombre –de los marineros que suspiraban por las mujeres que los esperaban en esas construcciones de piedra con paredes anchas y techos de teja a dos aguas. Y es que Colonia se presta a la leyenda y a la imaginación, con sus atardeceres anaranjados, sus pájaros cantores y el tamboril invadiendo las calles mientras el sol agoniza en el río.
El viaje me lleva de vuelta a Montevideo (a sólo 170 kilómetros) para salir a la mañana siguiente a Piriápolis, uno de los lugares más extraños, a mi parecer, de todo el Uruguay. Este balneario, fundado por Francisco Piria en la Belle Epoque, tiene un aliento propio de la Costa Azul, con un siglo de olvido encima. La Rambla de los Argentinos, una de las primeras construcciones que realizara Piria en su afán por convertir éste en el balneario predilecto de las clases medias y altas europeas en Sudamérica, si bien se ha comido la playa, es la perfecta entrada a este mundo atípico que pareciera salido de una ficción –es escenario del filme Whisky y la novela Asesinato en el Hotel de Baños de Juan Grompone–, en la que la decadencia es la protagonista. En su afán por construir un desarrollo turístico “a la europea”, Piria edificó dos hoteles, una iglesia y un castillo. El primero, el Gran Hotel Piriápolis, es hoy una Colonia Escolar 85; el segundo, el Argentino Hotel, a la fecha muestra el ideal piriano de suntuosidad y elegancia con sus jardines amplios, sus esculturas de felinos alados y sus elevadores antiguos. Por si un hotel digno de El resplandor (en versión sudamericana y playera, lleno de jubilados en temporada baja) no fuera suficiente atracción, un paseo por el castillo de Piria mostrará la cara atractiva y extraña que ofrece este destino, pues además de la reconstrucción de la vida de la familia Piria, contiene una serie de fotografías de la evolución del balneario desde finales del XIX.
Tras comer un delicioso plato de arroz con mejillones en el Puertito de San Anselmo, tomamos el auto para salir del departamento de Maldonado, donde se ubica Piriápolis, con rumbo a Rocha, hacia Punta del Diablo. Pasamos por Punta del Este, también en Maldonado, pero de ahí ni hablar, pues aunque es el balneario más conocido del país y tiene su encanto, sinceramente, mi idea de vacación no incluye pagar precios exorbitantes por una bebida que consumiré mientras observo a los argentinos más pitucos tomar el sol, ver y ser vistos.
Poco antes del atardecer, llegamos a Punta del Diablo, a sólo 300 km de Montevideo y una de las playas más cercanas a la frontera con Brasil. Conforme bajamos por su calle principal, me asombro con su idílico paisaje. Las rocas, esculpidas por el viento y el agua, se asoman al mar con sus casitas de madera de colores que van desde el cobalto hasta el verde cotorra pasando por el rojo, el amarillo y el rosado, con los tradicionales quinchos –techos de paja– como corona. Me paseo entre ellas y encuentro muros tatuados de poemas, mensajes para el visitante que el viento levanta en un susurro y se lleva por todo este pueblito de pescadores que, si bien vio tiempos mejores –según me comenta mi prima que es asidua visitante desde hace una década–, sigue conservando su sabor auténtico y relajado, aunque ya muchos locales te acepten la Visa. Las lanchas de los pescadores se mecen en la orilla del Atlántico, mientras sus dueños se beben la tarde en un mate. En la terraza del hotelito –uno de muchos, que si bien conservan un tamaño reducido han cambiado la rutina de este pueblo– me fumo un día de emociones viendo las estrellas, que salpican por millares el cielo uruguayo. Si yo viviera en Montevideo, no saldría de este lugar en cada vacación.
A la mañana siguiente, tomamos rumbo hacia Cabo Polonio, un exótico destino de playas prácticamente vírgenes, al que no puede accederse en auto, por lo que nos montamos a unas inmensas camionetas que hacen sentir al visitante que se adentra a una experiencia de aventura y un viaje en el tiempo. A la llegada, tras 6 kilómetros de camino de arena, se extiende una enorme playa, un faro y poquísimas construcciones que, en su mayoría, no tienen electricidad ni agua corriente, lo que hace de este destino uno en el que tiempo corre con el sol y no con los deseos de la gente; un lugar que se toma los días a paso lento. De corte más bien hippie –sí, hay algo de comuna en todo esto– Cabo Polonio se ha vuelto un sitio popular para quien busca una experiencia esencial, casi primitiva. Desde el faro, se ve a los lobos marinos tomando el sol en un cúmulo de rocas redondeadas por los años, la extensión de la playa que se interna en el océano, y las construcciones que, como honguitos, van poblando el panorama.
Tras unas horas de disfrute, tomamos camino a Minas, la capital del departamento de Lavalleja y hogar de los manantiales Salus, el agua típica de Uruguay –la que tomaba mi abuela, gasificada en botella de vidrio–, así como también de los que, para mí, son los mejores alfajores del mundo, los de la Sierra de Minas. Su pequeña plaza muestra un país encallado en otro tiempo, con un ritmo muy uruguayo, que oscila entre la nostalgia y el humor. Se puede visitar la botica antigua y la extraordinaria Confitería Irisarri, fundada en 1898, en la que no sólo se venden dulces típicos –serranitos, damasquitos y yemas– sino que puede apreciarse, en un recorrido por sus saloncitos, cómo se vivía en este país hace un siglo. Hacemos parada por la noche en la hostería Salus, donde se puede conocer el parque con sus manantiales y bañarse en sus aguas que llegan a las regaderas cargadas de minerales, y nos preparamos para el regreso a la capital.
A mi vuelta a Montevideo, me tomo un tiempo para pasearme por las calles de la Ciudad Vieja y me doy cuenta de que no sólo son mis recuerdos los que han transformado con el tiempo esta ciudad, sino que es el destino, en sí mismo, el que ha cambiado.
La reformada Peatonal Sarandí, con un muestrario de las diferentes lozas que ostentan las veredas de la ciudad, es un encantador paseo por la historia de Montevideo y por su afán de reinventarse sin dejar atrás lo que fue. El corredor aloja artesanos, restaurantes y tiendas, además del imperdible Museo Torres-García. Mi lugar favorito es la librería Puro Verso, que antaño fuera una elegante óptica, de vitrales y escalinatas, y hoy es hogar de una interesante selección de literatura uruguaya y un moderno restaurante. Hago parada en el Mercado del Puerto, donde se encuentran los mejores parrilleros de la ciudad y el ambiente más festivo de Montevideo, cuando no es época de carnaval. Dentro, la visita obligada es en Roldós, donde sirven una inmensa variedad de los tradicionales sándwiches de miga y la bebida oficial del Mercado, el medio y medio (50% vino blanco, 50% espumoso), que puede volarle la cabeza a cualquier buen bebedor.
Al día siguiente, camino por la rambla mientras veo a los montevideanos matear y conversar ala orilla del río. Me como un chivito –una especie de torta típica de proporciones monumentales– en el Juve, donde están los mejores de la ciudad, de acuerdo con los conocedores, y tras el enchastre que representa comerse una porción del tamaño de la cabeza de un bebé a mano limpia, para bajar la comida tomo camino hacia el Estadio Centenario, declarado por la FIFA Monumento Histórico del Fútbol Mundial, donde Uruguay ganó la primer Copa del Mundo en 1930 y donde se encuentra el Museo del Fútbol. Le pregunto al vigilante por la entrada y rápidamente me detecta: ¿Mexicana? Le respondo que sí, aunque queda en mí la duda, pues tras este viaje por la tierra de mis ancestros, tan renovada y llena de futuro, pero con su identidad bien definida, me siento más uruguaya que nunca o quizá es que, tras las sonrisas amables y las tardes de mate, hoy más que nunca deseo serlo en verdad.
Algunos datos
*98% de alfabetismo
*566 mil beneficiarios del Plan Ceibal, una computadora por niño
(www.ceibal.edu.uy)
*Primer país en Latinoamérica en aprobar el sufragio femenino (1927)
*José Mujica no acudió a la misa de ascensión del Papa Francisco pues, dijo, “Uruguay es absolutamente laico”.
*El Carnaval más largo del mundo, con 40 noches de fiesta
Para leer Uruguay
*Horacio Quiroga
*Juan Carlos Onetti
*Mario Levrero
*Eduardo Galeano
*Mario Benedetti
*Idea Vilariño
*Delmira Agustini
Para escuchar Uruguay
*Jorge Drexler
*El Cuarteto de Nos
*Alfredo Zitarrosa
*Jaime Roos
*Daniel Viglietti
*Publicado originalmente en Forward, junio 2013.
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