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Que la felicidad es una imposición social.
No pocas veces me he embarcado en grandes aventuras esperando que llegara a mi mente una revelación extraordinaria que transformase mi más profundo ser mediante una especie de catarsis emocional. Con 17 años me mudé a estudiar (y a vivir) a Madrid y desde entonces afirmo que no he parado de viajar. Lisboa, Marrakech, un Interrail de por medio, más tarde, me fui a vivir seis meses a Rio de Janeiro, y recientemente he pasado cuatro meses en Bogotá.
Cada viaje lo planteaba como una oportunidad única de empaparme de las realidades culturales ajenas con las que al final siempre encontraba más similitudes que diferencias. De esta continua exposición a otros países, otros paisajes, otros alojamientos, otras comidas y otros idiomas o dialectos he aprendido muchas lecciones, pero sobre todo, las he desaprendido.
Me explico: Cuando uno se va a vivir fuera una temporada, se va con otras lentes diferentes a las que viste en su lugar de residencia habitual. Los sentidos se expanden para captar y retener con mayor precisión cada nuevo detalle y ayudan a tu mente a componer un cuadro. Este cuadro a veces te gustará más y otras menos, pero no dejará de ser una imagen capaz de transmitirte una determinada emoción; a veces será feliz, otras triste o amarga e, incluso, puede que en ocasiones resulte aburrida.
El cuadro es una metáfora de lo banal que ha sido y que he sido yo todos estos años tratando de encontrarme a mi mismo en la exuberancia de una tierra lejana ¡Que no es así como funciona esto! América Latina ni es ni debe ser el gabinete psicológico de los Europeos con pasta que van allí buscando la realización personal. Esas “revelaciones” que buscamos en el exterior es más probable que se vayan tropezando en nuestra cotidianidad diaria que en un voluntariado de tres meses y, no es que quiera decir que esté en contra de los voluntariados, estoy en contra de las personas que se apuntan al barco para “ayudar en lo posible y a la vez autorrealizarse”, es decir, estoy en contra de mi yo del pasado. LOL
Cabe señalar que obviamente de mis estancias en Rio y Bogotá he sacado en claro más enseñanzas que de otros lugares como Roma, pero precisamente porque en estos sitios acabé generando una rutina de clases o trabajo y gracias a esto pude acercarme a entender lo que supone vivir en estas ciudades de tráfico pesado y periferias sin asfaltar. También hice excursiones en Bogotá y Rio y también viajé a lo largo y ancho de Brasil y Colombia; y al viajar volvía a colocarme las gafas mágicas del viajero, volvía a dibujar cuadros y a dejarme convencer. Remarcaba y me autoconvencía de lo afortunado que era de estar tomando el sol en la playa de Ipanema o divisando la vastedad bogotana desde el cerro de Monserrate y creía que todas estas experiencias, a su vez, me conectaban con la inmensidad del mundo. Sí, en cierto modo apreciar la belleza puede resultar sobrecogedor, pero al llegar a casa seguía siendo yo, el mismo, pero feliz por haber ido de excursión.
Lo más profundo y universal es el propio misterio de la vida, el misterio más cotidiano y que une a todas las gentes de otras culturas. Mi viaje de 4 días a Dublín es tan solo un cuadro, pero mis 17 años ininterrumpidos viviendo en Alhama de Murcia ya son una chalet adosado con piscina.
Y ahí, de repente, es cuando llega la revelación, leyendo una revista de tirada semanal mientras te escaqueas del contrato trabajo en prácticas por el que no te van a pagar. “ La autoayuda es un género demencial. No tenemos que aprender a ser felices, sino aprender a resistirnos a la felicidad. La felicidad es una imposición social.” - Dice el filósofo Jorge Fernández Gonzalo.
No tenemos que sentirnos obligados a esforzarnos en salir todos los fines de semana, viajar y vivir experiencias pues la insatisfacción que nos producirá la irrealización de nuestros deseos frustrados solo sabremos combatirla buscando la felicidad en otro lado. No se trata de resignarnos a pensar que el todo es un “valle de lágrimas” sino de “saber moverse entre los espacios de felicidad y los de dolor y saber lidiar con esas emociones que no tienen por qué estar obligatoriamente dirigidas hacia la felicidad. Tenemos que construir otras cosas, aunque seamos infelices haciéndolas.” Sí, es que la filosofía siempre me ha parecido que es puro sentido común humano pero dicho de esta manera parece activar algo en mi.
He sido un adicto a buscar la felicidad viajando y no voy a dejar de viajar ahora, voy a seguir buscándola dónde sea pero ahora sé que la clave está en aceptar la frustración de no alcanzarla. El entrenamiento para resistirme a la felicidad.
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Que me ponen los heterazos
¿Y qué hago para remediarlo? De verdad que he intentado corregir esta conducta como cuando en los 60′ trataban de reprimir la homosexualidad con electroshock, pero todos los esfuerzos han sido inútiles. El gusto tóxico y dañino por los hombres masculinos me ha perseguido desde mi mas tierna preadolescencia y ha perdurado hasta hace dos años, hoy en día ya puedo decir que también puedo encontrar atractiva la pluma.
No se me malinterprete ¿vale? yo nunca he sido un maricón reprimido de estos que huían de la pluma, los amaneramientos, las voces agudas o cualquier otro rasgo afeminado en los hombres. De hecho yo tengo cierto nivel de pluma, y digo “cierto nivel” porque todo depende de con quién se le compare a uno ¿no? “somos en relación a nuestro entorno”. Al lado de Bruce Willis soy Burbuja de las supernenas, pero si me ponen junto a Otto Vans podría parecer un viceverso de telecinco. También digo “cierto nivel” consciente de que no existe ninguna “balanza plumífera” o “termómetro gay”, pero es una puta forma de hablar, no me crucifiquéis.
Actualmente puedo afirmar que me ponen todo tipo de hombres y masculinidades (incluyendo, aunque cada vez menos, a los “heterazos”), pero lo que vengo a narrar es el daño emocional que me ha generado hasta hoy día el gusto por los hombres masculinos.
Con seis años le pedí a mi madre que me comprara un Action Man, “el verdadero hombre de acción”, “el héroe más grande de todos los tiempos”. Los ejecutivos de Hasbro eran unos visionarios, no se podría haber pedido mejor modelo tóxico a seguir que este para los niños de principios de los 2000′. Pero yo no veía en Action Man un ejemplo de nada, sino que me dedicaba a jugar con el de formas un tanto peculiares, es decir, lo desnudaba, y, una vez que mis ojos observaban con asombro los acentuados músculos modelados en plástico, lo frotaba eróticamente contra una Barbie que ya había desvestido con anterioridad. Aunque aun no era consciente de ello, yo no quería ser el Action Man, yo quería ser la Barbie (Cabe decir que esta se la mangué a la hija de una amiga de mi madre). Yo lo que quería era un semental para mi Barbie robada. Un semental para mi.
No era consciente entonces de la gravedad de lo que ocurría entre mis muñecos ya que estaba reincidiendo con ellos en duplicar un modelo de sexualidad arcaico, dominante y heteropatriarcal del que me ha costado mucho deshacerme. Y todo esto sin ver porno, lectores.
Imaginad lo que ocurrió cuando descubrí la masturbación. Además de desechar la idea de ser una chica trans, y de descubrir mi orientación sexual saliendo del armario en 2010 con 12 años. Durante mi adolescencia todos estos prototipos sexuales retornaron y reventaron en mi cabeza para hacerme pasar seis años de instituto buscando un amor que nunca me iba a ser correspondido junto a un chaval hetero: Primero fue un amigo cercano con el que solía salir que se hacía el más “machito” del grupo; luego, el novio de Mariana vaya perro estaba hecho, con el que hablaba todos los días y compartía pupitre en Ciencias Naturales; más tarde el chaval de un curso superior y ojos azules del que también estaba pillado María José; cuando entré a bachiller llegaría el medio marroquí de Librilla al que le envié una carta en forma de corazón por San Valentín; y, finalmente, Ángel, llevaba cuatro años con su novia pero no estaban pasando por un buen momento y yo fantaseaba con ser su paño de lágrimas. Todos heterosexuales, ninguno correspondido.
No encontré a mi Action Man en el instituto así que cuando entré a la universidad cambié la estrategia y descargué Grindr gracias al que perdí mi virginidad con 17 años en mi habitación de la residencia Erasmo en Madrid. No solo me di cuenta de que los Action Man no existían, sino que agradecí el que no existieran. No obstante, concienciarme con esta realidad no erradicó de mi imaginario la figura del “hombre masculino”, ni si quiera en los ambientes comunistas en los que me he ido moviendo que normalmente están copados por hombres heterosexuales para los que este asunto de la masculinidad no es relevante (y ciertamente no lo es, no vamos a salvarnos del capitalismo deconstruyendo la masculinidad).
Todavía algunas noches vienen a mi memoria algunos de estos sex-symbol de mi turbulenta adolescencia y, aun, cae paja.
Obrigado, saude e amor.
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Que soy Z
Nací en 1997, en concreto el 29 de Diciembre. El año en el que se adoptó el Protocolo de Kioto y...bueno, no sé qué más ocurrió ese año. Lo del Protocolo de Kioto lo sé porque he estudiado Estudios Internacionales y me he hartado a escucharlo en bucle estos últimos cuatro años. Sí, esta claro que mi generación está más concienciada con el cuidado del medio ambiente pero a la vez el planeta no deja de estar cada vez más jodido. Aparecen ecologistas y veganos por generación espontanea mientras que USA emplea el fraking descaradamente y las emisiones GEI de China escalan anualmente por un desmesurado uso del carbón.
Pero bueno, yo del Protocolo de Kioto no me acuerdo, ¿Qué me voy a acordar?, al igual que no recuerdo prácticamente nada de mis cuatro o cinco primeros años de vida: Esto incluye el atentado del 11S que cambio el concepto de “seguridad” en el mundo y también las pesetas. Miento, las pesetas las recuerdo fotografiadas en mis libros de preescolar y en una caja de galletas repleta de ellas que guardaba mi abuela.
De lo que sí os puedo hablar es de dibujos animados y de Cartoon Network, coleccionaba todas las revistas mensuales y gracias a ellas me enteraba antes que nadie de todos los capítulos especiales y maratones que se emitirían ese mes en el canal. Recuerdo a Jhonny Bravo, Las Supernenas, Vaca y Pollo, aunque estos últimos nunca terminaba de entenderlos, Agallas el perro cobarde, que me resultaba perturbador pero hipnótico, Billy y Mandy, Foster, e incluso veía las series animadas que detestaba. Porque sí, también odiaba ciertos dibujos como Campamento Lazlo o, peor aún, Ed, Edd y Eddy.
Puedo afirmar además que siempre he sentido mucho más placer estético al ver un anime japonés que cualquier otro tipo de animación, de ahí a que mis series favoritas fuesen Sargento Keroro, Mirmo, Hamtaro, Bobobo, Digimón u otras en las que apareciesen humanos de ojos grandes y brillantes. La realidad es que algunos de estos personajes con los que pasaba horas frente al televisor me resultaban ya por aquel entonces sexualmente atractivos por lo que acababa buscando el amor en ellos y pues claramente habría sido novio mucho antes de Fuyuki Hinata de Keroro o Matt Ishida de Digimon que de un perro hipocondriaco o una calavera parlante.
Conciencia política no tuve por lo menos hasta que no entré al instituto en septiembre del 2009, lo cual considero que es normal, pero de lo que sí puedo hablar es de que en 2008 la crisis económica azotó con vehemencia a mi humilde familia. Éramos un quiero y no puedo, vaya, como media España más por aquel entonces. Que sí era culpa de Zapatero, que no, que no, que la burbuja la creo Aznar, que no, que había que echar a los inmigrantes: “Zapatero ha llenado el país de moros”. En fin, yo me limitaba a escuchar y a ser o del PSOE o del PP dependiendo del interlocutor, que por ese entonces eran lo mismo las únicas opciones posibles. Sí que es verdad que por influencia de mi tía Adela, que en ese entonces era concejala por el PSOE en mi pueblo, empecé a ir acercándome a la izquierda, al progresismo y al ateísmo, lo cual fue un disgusto para mi abuela Maruja.
Ya en el instituto desarrollé mucho más mis líneas de pensamiento que básicamente se resumen en ser cada vez más de izquierda, mucho más que mi tía, hasta que en la universidad pasé a militar en las Juventudes del Partido Comunista, la CJC. Pero todo esto no viene del todo a cuento con lo que venía a expresar en este post que es...¿A qué maldita generación pertenezco? y lo que es más importante ¿Qué más da esa mierda de pregunta? En algunos sitios he escuchado que soy millenial y hasta ahora me había identificado como tal, pero últimamente he leído que pertenezco a una nueva generación al haber nacido después de 1996, la generación Z. Luego busqué en wikipedia y, después llegué a El País que parece un periódico experto en todo esto de las generaciones y confirmé que soy Z. Un dato me resultó determinante “padecen más depresión, más ansiedad, más estrés”: “¡ya está, esta es la mía!” me dije a mi mismo.
Tras autoidentificarme como miembro integrante de la “Generación Z” retorné a la segunda incognita: ¿Qué más da esa mierda de pregunta? o sea, lo de la generación. ¿Qué más da? ¿Por qué se siguen empeñando los medios, los sociólogos o quien coño sea en establecer divisiones entre sectores de la población? ¿Cuál es el punto de todo esto?
No lo sé pero me recuerda enormemente a las políticas identitarias de la nueva izquierda, a la interseccionalidad y a todo un marco teórico que se caracteriza por poner por delante de todo las supuestas “identidades múltiples” de cada individuo. Algo que en un primer momento pudo parecer liberador y revolucionario pero que realmente el capitalismo ha fagotizado y lo ha transformado en individualismo puro.
En fin, mi cerebro se está quedando ya un poco seco y más pasando el verano en Murcia así que lo dejo por ahora.
Las ralladas continuarán próximamente...
Obrigado, saude e amor.
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