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Ateneo Peninsular, historia viva de Mérida
Pocos recintos de la ciudad de Mérida pueden llamarse actores y testigos del devenir de una sociedad y, el edificio del Ateneo Peninsular, con más de 400 años de historia, es uno de ellos. Desde sus orígenes ha estado ligado a la cultura y la educación, hoy es sede del Museo Fernando García Ponce (Macay).
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Ateneo Peninsular, actor y testigo de la historia de Yucatán
Con más de cuatro siglos de presencia en el corazón del centro histórico de Mérida, el edificio del Ateneo Peninsular es sede del Museo Fernando García Ponce.
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Punto de Encuentro "Pasaje de la Revolución: los pasos hacia el camino de la transformación"
Ubicado en el centro histórico de Mérida, el Pasaje de la Revolución es un espacio que, desde su fundación hace poco más de cien años, se ha convertido en un referente de la evolución de la sociedad yucateca. 
A través de la conversación "Pasaje de la Revolución: los pasos hacia el camino de la transformación", el Mtro. Guillermo Hülsz Piccone y el Dr. Marco Díaz Güemez exploraron los motivos, detalles y cambios que se propiciaron por la creación de este elemento arquitectónico y que, tal vez, pueda ser considerado como el primer monumento dedicado al triunfo de la Revolución Mexicana en nuestro país.
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ateneopeninsular · 6 years
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Un proyecto muralista en el Yucatán de 1916: avistamiento del nacionalismo cultural de la posrevolución mexicana
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Portada del periódico La Voz de la Revolución, correspondiente al 6 de mayo de 1918.
Artículo publicado originalmente en la edición Nº 40 (Julio-Diciembre 2017) de la Revista Discurso Visual, tercera época.
RESUMEN
El 20 de noviembre de 1916 el Gobierno Provisional de Yucatán (carrancista) dio a conocer en su prensa oficial un proyecto muralista dentro del Pasaje de la Revolución, monumento que había comenzado a construirse entre la Catedral y el nuevo edificio del Ateneo Peninsular, en plena plaza central de Mérida. Mediante una narrativa lineal de la historia nacional de México, constituye un “avistamiento” en plena época revolucionaria de lo que sería más adelante el nuevo nacionalismo cultural mexicano potenciado por el muralismo a partir de 1921. Asimismo, representó el espíritu colaborativo, revolucionario, entre artistas de la Ciudad de México y artistas locales, interesados en contribuir a la conformación de un arte nacional.
La Revolución mexicana en Yucatán
La aparición de un proyecto muralista en el Yucatán revolucionario de 1916 no fue una extravagancia, si se toma en cuenta el contexto que hizo posible su aparición y discusión en los años más duros de la contienda. En la península, como en todo el país, la Revolución mexicana comenzó a aquilatarse a principios del siglo XX cuando surgieron diversas expresiones de inconformidad social contra el monopolio del poder mantenido por el porfiriato. El principal opositor al gobernador porfirista Olegario Molina Solís fue el periodista y político Delio Moreno Cantón, sobrino de un ex gobernador, que en la elección estatal de 1908 logró congregar en torno suyo a las nuevas asociaciones de obreros, profesionistas y campesinos que buscaban participar en la política. De este movimiento salieron más adelante muchos de los protagonistas locales de la Revolución y la posrevolución. [1]
Las escaramuzas armadas fueron escasas y acotadas en Yucatán tras la llamada a la revuelta el 20 de noviembre de 1910 por parte de Francisco I. Madero. Sin embargo, en Mérida y en las principales poblaciones del estado, como el puerto de Progreso, Motul, Valladolid, etcétera, la actividad política y social pasó a la efervescencia aprovechando los acontecimientos de la Revolución maderista.[2] En 1911, en Mérida se fundaron dos instancias de profundo impacto social y revolucionario: por un lado la Unión de Obreros de la compañía Ferrocarriles Unidos de Yucatán, y por otro la logia masónica Renacimiento, perteneciente al rito escocés antiguo y aceptado. Entre ambas instancias hubo intercambio de miembros y simpatizantes que utilizaron las diversas plataformas de la prensa local para discutir los cambios que, estaban convencidos, iban a llevarse a cabo. Una de las discusiones más importantes fue el aspecto cultural: ¿cómo “integrar” a los campesinos mayas al proyecto revolucionario, reconocer su herencia cultural y, sobre todo, vindicar el pasado prehispánico, cuya arquitectura había emergido en las últimas décadas gracias al trabajo de los arqueólogos viajeros que llegaron a la península durante el siglo XIX? Uno de los animadores más importantes del debate fue el entonces joven arquitecto Manuel Amábilis, recién regresado de París y ansioso de participar en las transformaciones sociales del momento.[3]
La Decena Trágica de 1913 no hizo más que radicalizar a estos grupos de activistas en Yucatán. Por ello, cuando llegó el primer gobernador carrancista en septiembre de 1914, el coronel Eleuterio Ávila, de inmediato muchos de ellos pasaron a formar parte del llamado Gobierno Provisional. Finalmente, en marzo de 1915 llegó como gobernador provisional, acompañado de mayor tropa del Ejército Constitucionalista, el general Salvador Alvarado, quien ocupó el cargo hasta enero de 1918 y logró establecer relaciones políticas sustanciosas con los elementos revolucionarios locales. Por ello, su administración llevó a cabo numerosas transformaciones sociales, siendo varias de ellas pioneras a escala nacional, ya que la “paz social” reinante en casi toda la Península de Yucatán le permitió ensayar un gobierno revolucionario mientras el resto del país pasaba por momentos difíciles debido a las cruentas batallas.
Alvarado se abocó desde un inicio a la organización de las masas e intelectuales simpatizantes de la Revolución. Paralelo a ello emprendió una dilatada transformación de las leyes para garantizar los cambios que se propusieron. Lo mismo intentaba organizar a las familias que rentaban casa y buscaban convertirse en propietarias de sus predios, que animaba la aparición de más asociaciones de obreros y jornaleros tanto en la capital como en el estado. Con tal emprendimiento, en 1916 fundó el Partido Socialista Obrero, que a la postre se convirtió en el Partido Socialista del Sureste en manos de Felipe Carrillo Puerto, gobernador en 1922 y 1923 antes de ser ejecutado por la infidencia delahuertista en 1924. En 1929, este partido fue uno de los fundadores del Partido Nacional Revolucionario; sus cuadros políticos dominaron la escena local y protagonizaron la posrevolución hasta bien entrada la década de 1950.
El Ateneo Peninsular y su nuevo edificio
Una de las asociaciones que más entusiasmó a Alvarado fue la conformación del Ateneo Peninsular en pleno 1915, integrado por diversos intelectuales que destacaban desde 1911 y ahora aparecían como colaboradores o simpatizantes del gobierno provisional. Esta asociación se propuso generar un espacio de encuentro y discusión sobre las artes, formar nuevos creadores y, sobre todo, erigirse como “una sociedad de artistas que procure estimular el arte nacional para procurar su formación definitiva y su orientación hacia los más altos ideales de la humanidad”.[4]
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Fachada del Ateneo Peninsular, plaza central de Mérida. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.
La primera iniciativa del Ateneo Peninsular fue la apertura de la Escuela de Bellas Artes, que se concretó en febrero de 1916. El diseño del plan de estudios quedó a cargo de su primer director, José del Pozo,[5] en colaboración con varios miembros y adherentes del Ateneo, como Manuel Amábilis. La escuela se caracterizó por llevar a la pintura, escultura y dibujo el mundo maya yucateco. El propio Del Pozo señaló en la prensa oficial la importancia de reivindicar el pasado y presente de los mayas, porque le parecía que la cultura en Yucatán estaba “llamada a ser de las que más contribuyan al desenvolvimiento de nuestro Arte Nacional”.[6] Ese mismo año de 1916, la Escuela de Bellas Artes ocupó el remozado edificio del Ateneo Peninsular, a un costado de la Catedral, en plena plaza central de la ciudad de Mérida.
El inmueble había sido el palacio de los obispos desde la época colonial. Salvador Alvarado lo incautó junto con la Catedral en junio de 1915, lo que provocó la protesta de un grupo connotado de católicos; en septiembre del mismo año, un contingente de obreros del puerto de Progreso vandalizó el interior del templo y destruyó por completo el altar. Fue entonces cuando el gobierno provisional dio a conocer la transformación arquitectónica del Palacio Arzobispal a cargo del director de Obras Públicas, Manuel Amábilis.[7] Su propuesta de fachada e interiores se basó en un diseño “renacentista” de tratado. Aunque se pensó que el edificio iba a ser entregado a alguna escuela de normalistas, especialmente de mujeres, finalmente Alvarado lo asignó al Ateneo Peninsular, por lo que este nombre pasó a ser inscrito en la fachada principal.
La transformación del edificio implicó la aparición de un callejón entre éste y la Catedral, ya que fueron demolidas las construcciones accesorias que conectaban a ambos recintos. En 1916, retirado Amábilis de la construcción, Alvarado encargó al ingeniero italiano Santiago Piconni, quien había llegado a Mérida en octubre de 1915, la conclusión de las obras y la construcción sobre el callejón del Pasaje de la Revolución de un conjunto cívico comercial con dos arcos del triunfo, uno en cada entrada o bocacalle, provisto de una techumbre acristalada a lo largo de todo el callejón, al estilo de la Galería Víctor Manuel II de Milán,[8] y por supuesto, pinturas murales.
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Arco del triunfo de entrada al Pasaje de la Revolución, ubicado entre la Catedral y el Ateneo Peninsular, reconstruido en 2001. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.
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Arco del triunfo posterior del Pasaje de la Revolución, reconstruido en 2001. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.
Proyecto muralista en el Pasaje de la Revolución
El general Salvador Alvarado trató de consolidar en el conjunto Ateneo Peninsular-Pasaje de la Revolución una muestra de la transformación social que había emprendido junto con los elementos revolucionarios de Yucatán, de modo que fuese ejemplo y guía para el resto del país. El ingeniero Piconni entendió a cabalidad los deseos del gobernador provisional, por ello, el 20 de noviembre de 1916 dio a conocer en la prensa oficial detalles del diseño que correspondía al Pasaje de la Revolución.[9] En primer lugar resaltó el carácter de los dos arcos del triunfo: el primero, junto a la fachada del Ateneo, con un diseño igual de “renacentista”; el segundo, en la parte trasera, de diseño “compósito”. Ambos arcos tenían la misma altura del edificio del Ateneo, unos doce metros, y un ancho de nueve en la fachada y de trece metros en el muro posterior.
Al interior del Pasaje, de acuerdo con las intenciones de Alvarado y Piconni, habría de desarrollarse una actividad comercial propia de un lugar de su tipo. En este sentido, el ingeniero recomendó en su informe preliminar a la construcción, que entregó al Departamento de Comunicaciones y Obras Públicas del Gobierno Provisional, que teniendo el Pasaje dos fachadas interiores, una sobre la Catedral y otra sobre el Ateneo Peninsular se abrieran 19 departamentos o locales, dos de los cuales cedería el gobierno a oficinas de correos y telégrafos, y una entrada central hacia el teatro al aire libre a ubicarse en uno de los dos patios del Ateneo. Propuso una zona de estanquillos coronada con un conjunto de 19 pinturas murales del lado de la Catedral:
habrá diez y nueve anaqueles propios para poner puestos de libros, de joyas, de cigarros, de refrescos, etc., etc. Estos anaqueles serán todos de cedro, sujetos a un tipo común del mismo tamaño y cubiertos de espejos, de manera que va a presentar un hermosísimo golpe de vista. Entre anaquel y anaquel habrá un gran jarrón, con una bonita planta de salón y sobre los anaqueles, diez y nueve pinturas que representarán los principales pasajes de la Historia de México. Para la pintura de estos cuadros, el Gobierno del Estado ha proyectado abrir un concurso entre los mejores artistas del país, a fin de obtener el mejor trabajo posible.[10]
Sin embargo, Piconni se adelantó y dio a conocer al menos doce pasajes históricos que serían ideales para ser representados en los 19 murales:
Aún no sabemos el motivo de todos los cuadros; pero sí podemos decir que el del centro será un gran escudo nacional: y entre los motivos de los demás, podemos decir que se ha pensado en los siguientes pasajes históricos: Cristóbal Colón desembarcando en la Isla de San Salvador; la fundación de Mérida; Nachi Cocom; Xicotencal ante el Senado de Tlaxcala; Cuauhtémoc asaltando el Palacio de los españoles el día que hirió al degenerado monarca Moctezuma Xocoyotzin, que desde las azoteas del palacio trataba de calmar a las multitudes sublevadas; Suplicio de Cuauhtemoc; El Grito de Independencia dado por el padre Hidalgo en el curato de Dolores; el perdón de don Nicolás Bravo a los trescientos prisioneros españoles, a quienes debían fusilar en venganza del asesinato de su padre; un cuadro con los principales héroes de la guerra de Independencia; la batalla del Cinco de Mayo en Puebla; el fusilamiento del iluso archiduque Maximiliano de Habsburgo, y de los traidores Miramón y Mejía; y algunos pasajes de la Revolución Social, entre los que figurará en primer término el paso del Presidente mártir don Francisco I. Madero, del Castillo de Chapultepec al Palacio Nacional, por la Avenida que hoy lleva su nombre, el día de la sublevación de la Ciudadela.[11]
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Interior del Pasaje de la Revolución con vista hacia el arco posterior; de lado izquierdo, la pared contigua a la Catedral donde habría de realizarse el proyecto muralista; en la parte baja habrían quedado los locales comerciales, y los murales en la parte alta, donde se ven los vanos reabiertos de la Catedral. La techumbre actual fue puesta en 2011. Foto: Marco Aurelio Díaz Güemez, 2017.
Avistamiento del nacionalismo cultural posrevolucionario
Tal como está descrito, este proyecto mural puede ser considerado un avistamiento del nacionalismo cultural posrevolucionario de México. En primer lugar, evidencia una discusión sobre la conformación del nacionalismo mexicano a través de reformular la historia, tal como se venía discutiendo desde el siglo XIX. En este caso, vemos cómo los “principales” acontecimientos de la Conquista, la Independencia y hasta la reciente Revolución trataban de ser encuadrados dentro de la lógica de un país que fue conquistado pero luego independizado para buscar su lugar en el mundo.
También llama la atención la inclusión en la propuesta de dos murales con temas locales o yucatecos: la fundación de Mérida y Nachi Cocom, el último jefe maya que intentó detener la conquista española. Esto, sin duda, tiene que ver con el entusiasmo con que los revolucionarios locales veían a su historia vernácula. No en balde, diez años antes, en 1906 durante la visita de Porfirio Díaz, se presentó un desfile en el que también dividían la historia local en prehispánica, Conquista, Independencia y contemporánea.[12]Sumadas estas dos tradiciones en el proyecto, la principal perspectiva que se deseaba establecer era, además del nacionalismo, el reconocimiento de la Revolución como fenómeno histórico relevante, determinante y hasta conclusivo. Es decir, como un fenómeno que pondría cierre histórico definitivo a los conflictos para dar paso a un tiempo, el posrevolucionario, donde habrían de llevarse a cabo los ideales por los que se combatieron.
En segundo lugar, cabe considerar la coyuntura artística que hizo posible el planteamiento de un proyecto muralista de este calibre. Por un lado, los constructores Amábilis y Piconni, ambos con formación europea, capaces de manejar la arquitectura de tratado; por otro lado, la presencia en la Escuela de Bellas Artes de José del Pozo, Miguel Ángel Fernández y Leopoldo Quijano, que venían de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México, y que en el caso de los dos primeros fueron participantes en la famosa huelga de 1914 en dicha institución.[13] En este sentido, la Escuela de Bellas Artes dio cauce a una discusión revolucionaria y nacionalista sobre la función del arte desde su apertura en febrero de 1916. Ahí, en esos meses, se fundieron las visiones de los maestros de la Ciudad de México con los maestros locales, lo que incidió en el proyecto. A final de cuentas, el conjunto del Ateneo Peninsular, el Pasaje de la Revolución y el inconcluso proyecto muralista de su interior constituyeron un ejemplo revolucionario sobre el nuevo papel público del arte, que daría ejemplo y muestra en la calle de su respectiva transformación y del advenimiento de la transformación revolucionaria de la sociedad.
Cancelación del proyecto muralista del Pasaje de la Revolución
El proyecto muralista presentado por el ingeniero Piconni nunca se llevó a cabo, de hecho jamás iniciaron los trabajos de preparación de las áreas a pintar, salvo la conclusión de los detalles de la parte interior de la fachada. El primer factor que impidió realizarlo fue probablemente el costo que tuvo el Pasaje de la Revolución, especialmente su techumbre, cuyos cristales fueron importados en 1917, al final del Gobierno Provisional de Alvarado. En este mismo año, la primera elección estatal posrevolucionaria luego de la promulgación de la Constitución del 5 de febrero fue ganada por el Partido Socialista Obrero. Carlos Castro Morales, surgido del sindicalismo ferrocarrilero, se convirtió en el “primer gobernador obrero” de Yucatán. Fue este gobernador socialista quien inauguró el Pasaje de la Revolución el 5 de mayo de 1918, con su proyecto muralista y proyecto comercial aún por realizarse.[14] El evento fue munificente: Castro fue acompañado por una señorita que ganó un concurso de belleza patrocinado por el periódico La Voz de la Revolución; también estuvo la plana mayor del Partido Socialista, en especial Felipe Carrillo Puerto. Otro personaje relevante que asisitió fue Manuel Amábilis; además, dentro del edificio del Ateneo Peninsular se realizó una exposición de dos aventajados alumnos de la Escuela de Bellas Artes: Leopoldo Tomassi y Víctor Montalvo.
La parte más aplaudida de la inauguración fue el discurso del poeta Antonio Mediz Bolio (autor de La Tierra del Faisán y el Venado, publicado en 1922 en Buenos Aires, con introducción de Alfonso Reyes). En su alocución consideró al Ateneo Peninsular y el Pasaje de la Revolución como “fundamentalmente, no una mejora material sino una poderosa y fuerte obra espiritual. Es el alma del tiempo nuevo quien la ha creado”, para que se “diga cómo las fuerzas emancipadas del pueblo han podido construir aquí un templo para las cosas del alma”.[15] Asimismo, defendió el papel del general Alvarado en la realización de esta “mejora material”.
Hasta este momento la idea de los murales seguía en pie. Así lo señaló, de nuevo, el propio Piconni y el concesionario de los locales comerciales, Ricardo Troyo.[16] Sin embargo, ninguno de los dos se refirió específicamente a la temática de los murales ni se volvió a mencionar el carácter nacionalista del proyecto original. Troyo dijo que los murales se iban a pintar más adelante para que “hagan más elegante el lugar”, pero tampoco había construido los estanquillos, cuyo diseño aún presumía Piconni.
En 1920, el edificio del Ateneo sufrió un espectacular incendio. Al año siguiente se propuso que fuese la sede de la Universidad Nacional del Sureste, que en noviembre de 1921 discutieron Felipe Carrillo Puerto y José Vasconcelos.[17] Luego de estos sucesos, el conjunto fue olvidado por las autoridades locales, mientras su propiedad permaneció en manos federales. A principios de la década de 1940 prácticamente había sido desmantelada la techumbre de cristal, lo que dio paso a la demolición de los arcos del triunfo. El Pasaje acabó convertido en un paradero de camiones; estuvo así hasta finales de la década de 1970.
En 1994, tras una remodelación, fue inaugurado el “Museo de Arte Contemporáneo Ateneo Peninsular”. En 2001 fueron reconstruidos los dos arcos del triunfo del Pasaje de la Revolución. Diez años después, en 2011, fue reconstruida la techumbre con materiales más modernos, convirtiendo al Pasaje en un espacio escultórico del museo. Sin embargo, en aquella pared donde habrían de ir los murales quedaron los vanos reabiertos de la Catedral, hechos probablemente a mediados del siglo pasado. Así, aquel ambicioso proyecto muralista quedó disuelto tanto en el abandono como después en las remodelaciones del conjunto arquitectónico.
Conclusiones
El proyecto muralista nacionalista del Gobierno Provisional de Salvador Alvarado constituye no sólo un avistamiento de lo que después se desarrolló en el muralismo mexicano a partir de 1920 en el centro del país. Fue y es también un modelo o muestra de trabajo colectivo artístico, liderado por un gobernante militar, un caudillo que pretendió hacer su aporte respectivo a la conformación de un arte nacionalista.
A partir de 1918, el arte monumental en el espacio urbano de Mérida caracterizó buena parte del trabajo cultural y artístico de la posrevolución socialista de Yucatán.[18] De modo que la discusión sobre el muralismo pasó a un segundo plano entre los artistas e intelectuales asentados en la ciudad capital. Felipe Carrillo Puerto y Salvador Alvarado se confrontaron a principios de la década de 1920 sobre quién debía ocupar el cargo de gobernador para el periodo 1922-1926; esto sin duda selló el destino del Ateneo y el Pasaje. No sería hasta la década de 1970 cuando Fernando Castro Pacheco realizó en el Palacio del Gobierno del Estado, en la contraesquina de la Catedral, un conjunto de murales que siguen una narrativa lineal de la historia pero abordando sólo temas del lado regional.
El proyecto muralista del Pasaje de la Revolución revela que la construcción del arte nacionalista fue un acontecimiento que siguió la huella de los ejércitos revolucionarios que lograron comprometer a las bases sociales locales en este quehacer cultural, teniendo como apoyo elementos y personajes provenientes de la tradición artística de la Ciudad de México. Esta iniciativa pasó al olvido en el momento que se distanciaron los dos grandes caudillos en Yucatán, el foráneo Alvarado y el local Carrillo Puerto, lo que dio pie a la cancelación de los murales propuestos.
                                                                         Dr.  Marco Aurelio Díaz Güemez
SEMBLANZA DEL AUTOR
Marco Aurelio Díaz Güemez. Investigador y docente. Actual coordinador del Posgrado de Artes Visuales de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Doctor en historia por el CIESAS Peninsular (2014) y maestro en arquitectura por la Universidad Autónoma de Yucatán (2007). Editor de la revista AV Investigación (avinvestigacion.com). Autor del libro El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956) (UADY-ProHispen-CEPSAS, 2016). Es miembro nivel C del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt.
Referencias:
[1] Jaime Orosa Díaz, Breve Historia de Yucatán, Mérida, Universidad de Yucatán, 1981, pp. 167-240.
[2] Idem.
[3] Marco Aurelio Díaz Güemez, El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956), Mérida, UADY-ProHispen-CEPSA, 2016, pp. 70-79.
[4] “Cristalización de una hermosa idea”, La Voz de la Revolución (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 18 de octubre de 1915.
[5] “Bajo los auspicios del Ateneo Peninsular crea el Ejecutivo la Escuela de Bellas Artes”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 26 de enero de 1916.
[6] José del Pozo, “La Escuela de Bellas Artes. Su significación”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 28 de enero de 1916.
[7] “Reformas al Palacio Arzobispal”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 16 de septiembre de 1915.
[8] “Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 20 de noviembre de 1915.
[9] Idem.
[10] Idem.
[11] Idem.
[12] Álbum de la visita del Gral. Porfirio Díaz a Yucatán, Mérida, Talleres de la Compañía Tipográfica Yucateca, 1906.
[13] Eduardo Urzáiz, Enciclopedia Yucatanense, “Historia del dibujo, la pintura y la escultura”, Mérida, Gobierno del Estado de Yucatán, 1977-1981, vol. IV, pp. 652 y 653.
[14] “Inauguróse ayer solemnemente el Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), Mérida, 6 de mayo de 1918.
[15] Idem.
[16]  “Lo que es y representa el Pasaje de la Revolución”, La Voz de la Revolución, (periódico oficial del Gobierno Provisional de Yucatán), 6 de mayo de 1918.
[17] Fue abierta en febrero de 1922 en un antiguo colegio jesuita, a tres cuadras de la plaza central de Mérida.
[18] Al respecto, véase Marco Aurelio Díaz Güemez, El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956), op. cit.
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ateneopeninsular · 7 years
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Espacio virtual para dar a conocer sitio histórico
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Hace dos años, en enero de 2016, el edificio que conocemos como Ateneo Peninsular celebró su primer centenario de existencia.
Construido gracias al impulso del general Salvador Alvarado en el sitio ocupado originalmente por el primitivo Palacio Episcopal, el Ateneo nació destinado a ser un epicentro cultural y un recinto para la concurrencia del arte y la cultura, acorde con las expectativas y visiones transformadoras de las primeras décadas del siglo XX. Aquella inauguración, como hemos recordado en esta misma columna en ocasiones anteriores, fue celebrada con una velada cultural la noche del seis de enero en el Teatro Peón Contreras y una serie de encuentros deportivos realizados por la mañana, igualmente en esos primeros días del año.
A raíz de esa efeméride, la Fundación Cultural Macay, A.C., lanzó un sitio de internet dedicado especialmente a la divulgación de documentos e investigaciones relacionadas con este edificio. Hoy en día, que la tendencia internacional es desarrollar cada vez con mayor apertura los espacios virtuales para la generación y propagación del conocimiento, el sitio ateneopeninsular.com brinda un primer entorno en el que concurren trabajos que abordan desde la antigua edificación (el Palacio Episcopal), sus habitantes y usos, pasando la creación del Ateneo Peninsular en 1916 y los años posteriores, hasta la instalación del Museo Macay en 1994.
De esta manera, el joven investigador Ángel Gutiérrez Romero ha abordado varios aspectos del período colonial del edificio en sus artículos “La fundación del Ateneo Peninsular: un recinto para la cultura y el arte”, “Una crónica de la vida cultural en Mérida a principios del siglo XX: la velada literario-musical del Palacio Episcopal (1904)”, “Amueblando la casa de un obispo: la vida cotidiana en el Palacio Episcopal de Mérida, Yucatán” y “Un recinto del saber: la biblioteca del antiguo Palacio Episcopal de Mérida”.
En el amanecer del nuevo siglo, cobra indudable relevancia el quehacer transformador e innovador del general Salvador Alvarado y su gestión en materia de cultura que, en opinión del autor del artículo, doctor Jorge Cortés Ancona, es poco conocida “a pesar de la gran trascendencia de su obra, como lo fue la fundación del Ateneo Peninsular, en 1915; la creación de la Escuela de Bellas Artes, en 1916; el fomento de las bibliotecas públicas y una amplia labor editorial”.
Por su parte, Gibrán Román Canto es el autor del texto “Cronista viviente de la ciudad” y la autora de estas líneas, del comentario titulado “Ateneo Peninsular, símbolo de la libertad y vanguardia yucateca”.
Igualmente se pueden ver varios vídeos en línea, entre ellos “101 aniversario del Ateneo Peninsular”, “100 años del Gobierno Revolucionario de Salvador Alvarado” y sobre todo “Un edificio lleno de historias ex Ateneo Peninsular” que fue transmitido en “La hora cultural Macay” y en el cual el edificio “habla” en primera persona y cuenta su propia historia. El espacio virtual incluye asimismo con fotografías de la épica, imágenes actuales e ilustraciones que muestran algunas vistas de la evolución del inmueble.
Quizá este nuevo aniversario sea una buena oportunidad para reflexionar en la levedad de las cosas, y la fragilidad de nuestras certidumbres, en el riesgo de que lo que hoy se considera inamovible y eterno mañana irremediablemente desaparezca, y cómo reforzar la conciencia de la preservación, no por sí misma, sino por su misión de estafeta y eslabón entre los sucesivos cambios.
                                                                                            María Teresa Mézquita Méndez
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ateneopeninsular · 8 years
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Salvador Alvarado, impulsor de la cultura
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Mural "Salvador Alvarado” realizado por el pintor Fernando Castro Pacheco ubicado en el Palacio de Gobierno de Yucatán.
Cultura
Son poco conocidos los logros de la gestión alvaradista en materia cultural, a pesar de la gran trascendencia de su obra, como lo fue la fundación del Ateneo Peninsular, en 1915, la creación de la Escuela de Bellas Artes en 1916, el fomento de las bibliotecas públicas y una amplia labor editorial. Se mantuvieron proyectos como el de la Escuela de Música y músicos como Cornelio Cárdenas Samada, Filiberto Romero y Fausto Pinelo colaboraron en diferentes actos y ceremonias gubernamentales. Hablaremos de algunos de estos logros como son los relativos al Ateneo Peninsular, la Escuela de Bellas Artes, las bibliotecas públicas y el cine.
El Ateneo Peninsular
La obra cultural realizada por el general constitucionalista fue de considerable influencia para un nuevo devenir artístico en Yucatán. Esta parte de la historia inicia con la fundación del Ateneo Peninsular, por vía legal en 1915, y de manera efectiva en los primeros días de 1916, en lo que fue el edificio del Arzobispado, situado en el costado sur de la Catedral de Mérida. El edificio tuvo varias modificaciones a fin de adecuarse a las nuevas funciones a que se le destinaba, y el proyecto de transformación estuvo a cargo de Manuel Amábilis, para hacer -conforme al estudioso y crítico de nuestra arquitectura Aercel Espadas Medina- “la catedral yucatanense de la Revolución”.
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Trabajos de construcción del Ateneo Peninsular (1915).
El Ateneo Peninsular, como lo señalaba el artículo 1 de su Reglamento (estatuido en 1915), era “una asociación cultural, encaminada al mejoramiento intelectual y artístico de sus miembros, por el intercambio de ideas en toda forma”.
Es de considerar el espíritu libertario que lo animaba, expresado en el artículo 3 de dicho Reglamento:
En especulaciones científicas y artísticas, el ‘Ateneo’ abre francamente sus puertas, destruye todo valladar y deja al campo de la imaginación y del intelecto, la libertad más absoluta para el análisis de las cuestiones vitales y trascendentes, excluyendo todo sectarismo personalista o abstracto.
En ese propósito establecido de libertad también se excluía, conforme al artículo 4 “toda intromisión oficial, pues el poder público, si es progresista y sabe cumplir su misión, no tiene otra facultad que la de ayudar material y moralmente a esta institución, sin derecho a investigar para imponer”.
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Interior del edificio del Ateneo Peninsular (1915)
El Ateneo fue una iniciativa del entonces Secretario de Gobierno, Calixto Maldonado, que fue su primer presidente y tuvo como secretario al Dr. Álvaro Torre Díaz. Abarcaba distintas disciplinas científicas, sociales y humanísticas: Ciencias Sociales y Políticas, Ciencias Jurídicas, Filosofía, Ciencias Naturales, Ciencias Exactas, Pedagogía, Cultura Física, Literatura, Música y Artes Plásticas. La directiva del mismo quedó conformada por 23 miembros, encabezada por el educador y pensador Manuel Sales Cepeda. A su vez, cada sección contaba con un presidente y un secretario. La institución contaba con el órgano periodístico El Ateneo, del cual era director el poeta y dramaturgo Antonio Mediz Bolio.
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Fachada sur del Ateneo Peninsular (1915)
A través del Ateneo Peninsular se efectuaron conferencias y se editaron libros y folletos de diversos temas. Se realizaron igualmente Juegos Florales (galardón que incluso alguna vez obtuvo uno de los adversarios de Alvarado: Carlos R. Menéndez).
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Salvador Alvarado contó con el apoyo de diversos intelectuales yucatecos, como fue el caso de Eduardo Urzaiz.
Salvador Alvarado contó con el apoyo de diversos intelectuales yucatecos para el desarrollo de las actividades del Ateneo, entre los que se encontraban Manuel Sales Cepeda, Eduardo Urzaiz, Antonio Mediz Bolio, Santiago Burgos Brito, Ricardo Mimenza Castillo y Manuel Amábilis. Y sufrió la animadversión de otros como Luis Rosado Vega, Carlos R. Menéndez y Bernardino Mena Brito.
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Clases de dibujo en la Escuela Vocacional de Artes Domésticas (1917).
Como proyecto personal y dentro de la visión social que demostró Alvarado en Yucatán, siempre hubo recursos a fin de que la institución pudiese cumplir con las funciones para las que fue creado. “Nunca Alvarado escatimó dinero para los gastos del Ateneo” comenta Burgos Brito. Sin embargo, el Ateneo Peninsular tuvo una efímera existencia, ya que para 1919 sus funciones habían desaparecido casi por completo. El siguiente gobierno estatal, encabezado por Carlos Castro Morales, no destinó recursos para su continuidad y más adelante otros proyectos, como el de la Universidad Nacional del Sureste, fundada en 1922, habrían de concentrar el interés de los gobiernos posteriores a esa fecha.
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Museo de Arte Contemporáneo Fernando García Ponce-Macay.
El edificio del Ateneo Peninsular es actualmente la sede del Museo de Arte Contemporáneo Fernando García Ponce-Macay.
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El Museo tiene una profunda vocación educativa.
                                                                                 Escritor e investigador Jorge Cortés Ancona
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ateneopeninsular · 8 years
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La fundación del Ateneo Peninsular: un recinto para la cultura y el arte
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El 25 de mayo de 1911 el Gral. Porfirio Díaz presentó ante la Cámara de Diputados su dimisión al cargo de presidente de México. Con este acontecimiento concluyó el periodo histórico conocido como el Porfiriato (1876 - 1911), el cual estuvo caracterizado por el predominio del caudillo oaxaqueño en la escena política de la nación. Desde luego, la renuncia de Díaz obedeció al inicio de la Revolución Mexicana (20 de noviembre de 1910), movimiento social y político de gran complejidad encabezado por líderes civiles y militares con intereses y postulados diversos. La Revolución comprendió varias etapas, entre ellas la Constitucionalista (1913-1919), liderada por Venustiano Carranza, conocido también como el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.
En los primeros meses de 1915, Carranza designó al general sinaloense Salvador Alvarado (1880-1924) como Jefe Militar del Sureste. En marzo de aquel año, el general constitucionalista arribó a Yucatán con la precisa encomienda de sofocar el gobierno sedicioso y separatista encabezado por Abel Ortiz Argumedo y, al mismo tiempo, conducir el movimiento revolucionario en el estado. Una vez derrocada la facción argumedista, el 19 de marzo de 1915 las fuerzas de Alvarado entraron triunfantes a la ciudad de Mérida ocupando, temporalmente, la Catedral y, de manera definitiva, el Palacio Episcopal, ubicado a un costado de aquel templo.
Ya instalado en la capital del estado, el Gral. Alvarado se encargó de reorganizar la administración estatal, asumiendo el cargo de gobernador de Yucatán, el cual ejerció hasta el mes de enero de 1918. En poco menos de tres años de gestión, el gobernador Alvarado emprendió una notable labor de transformación social, cultural y económica en la región, sentado las bases jurídicas e institucionales para la construcción del Yucatán moderno y contemporáneo. Cabe señalar que el régimen del general sinaloense no estuvo exento de críticos y detractores, especialmente si se considera que su actuación revolucionaria y legislativa fue en muchos sentidos pionera y de vanguardia en todo México, lo cual entró en conflicto con los intereses de las viejas oligarquías y grupos políticos del estado.
Por otra parte, la promoción de la cultura y la educación fue uno de los rubros más destacados del gobierno del Gral. Alvarado. En este sentido, uno de los acontecimientos más relevantes del periodo fue la fundación del Ateneo Peninsular, el cual era una asociación de carácter civil “encaminada al mejoramiento intelectual y artístico de sus miembros, por el intercambio de ideas en toda forma” y que busca ser “el centro de mayor cultura en la Península”. La iniciativa de fundar esta asociación fue de Calixto Manzanilla, en ese entonces secretario de gobierno y primer presidente de los ateneístas.
El Ateneo Peninsular estuvo integrado por varias secciones en las que se abarcaba el estudio de las artes, las ciencias y las humanidades. Distinguidos personalidades del arte, las ciencias y las letras se integraron a la asociación, entre los cuales se puede mencionar al Prof. Manuel Sales Cepeda, poeta, literato y educador de varias generaciones de yucatecos; al Dr. Eduardo Urzáiz, médico, literato y primer rector de la Universidad Nacional del Sureste (actual UADY); al Dr. Álvaro Torre Díaz, médico y periodista que llegó a ser gobernador del estado; y al Lic. Antonio Mediz Bolio, poeta, dramaturgo y diplomático yucateco de proyección nacional e internacional.
El Ateneo Peninsular inició sus actividades con la celebración de diversos eventos culturales y deportivos en los primeros días de enero de 1916 y, una vez constituido formalmente, el Gobierno de la Revolución “cedió a los artistas y en general a los hombres de ciencia un edificio espléndido para su sociedad, otorgando todo género de facilidades para su establecimiento y la suma de cien mil pesos en efectivo sin más compromiso que laborar por el arte y por la ciencia”.
El edificio destinado como sede del Ateneo Peninsular fue el otrora Palacio Episcopal, cuya austera y colonial arquitectura experimentó notables modificaciones. Las obras de remodelación estuvieron a cargo de Manuel Amábilis, arquitecto yucateco de ascendencia italiana y educado en Francia, que posteriormente destacó por sus estudios sobre la arquitectura maya así como por la realización de edificios y espacios públicos inspirados en ella, entre los que destacaron el Pabellón de México en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929) y el Parque de las Américas de Mérida.
A partir de aquellos años, la antigua casa episcopal comenzó a ser conocida como el Ateneo Peninsular, nombre relacionado, desde luego, con la asociación científica y cultural de la cual fue sede. De manera general, el edificio fue reconstruido siguiendo un estilo arquitectónico ecléctico-academicista, coloquialmente llamado “afrancesado”. Numerosas puertas y ventanas fueron abiertas en las fachadas del inmueble, las cuales fueron adornadas con almohadillados, pilastras de orden dórico, cornisas, elementos alegóricos y motivos de inspiración clásica, como por ejemplo figuras de águilas mexicanas posadas sobre escudos y armas antiguas, caras de leones, yelmos y bucráneos. La fachada principal fue rematada con un conjunto escultórico conformado por dos figuras femeninas (conocidas coloquialmente como “Las Minervas”) que probablemente representan a Calíope, musa de la poesía épica y la elocuencia, y a Eunomia, diosa de las leyes, el orden y el buen gobierno. Las dos deidades flanquean un medallón con el escudo nacional mexicano debajo del cual surgen dos cornucopias, símbolos de la prosperidad y la abundancia.
Como ha señalado el arquitecto Arcel Espadas Medina, además de la transformación física del inmueble, la construcción del Ateneo Peninsular marcó, desde el punto de vista histórico, un símbolo muy visible de la ruptura entre el poder civil y el eclesiástico, pues no solamente se cambió la antigua fachada colonial del palacio sino que se transformó la concepción general del edificio al independizarlo radicalmente de la Catedral mediante una calle que se conoció como Pasaje de la Revolución. En este sentido, la creación del Ateneo y la apertura del pasaje, se insertan en el largo proceso de secularización de la sociedad y la cultura de México que tuvo su momento más significativo con de la promulgación y aplicación de las Leyes de Reforma a partir de 1855.
Lamentablemente, la asociación del Ateneo tuvo una breve existencia. Sin embargo, el nombre de su edificio perduraría, como hasta la actualidad. Con la disolución de la agrupación, el inmueble fue utilizado para alojar diversas oficinas federales y estatales, y como sede de la XXXII Zona Militar. Durante estos años, el edificio se fue deteriorando paulatinamente.
Finalmente, a partir de 1994 inició una nueva etapa en la larga historia del histórico inmueble: después de un cuidadoso proceso de restauración, el Ateneo Peninsular abrió nuevamente sus puertas como sede del Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán, institución pensada como un espacio enfocado en la promoción y difusión del arte moderno y contemporáneo en toda la región peninsular yucateca.
Con más de cuatro siglos de presencia en el corazón urbano de Mérida, el edificio del Ateneo Peninsular, antiguo Palacio Episcopal y actual sede del Museo Fernando García Ponce-MACAY, es indudablemente un referente cultural e histórico de la ciudad y de sus habitantes.
                                                                                       Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
- Breves apuntes de acerca de la administración del general Salvador Alvarado como gobernador del Estado de Yucatán con simple expresión de hechos y sus consecuencias. Mérida de Yucatán, Imprenta del Gobierno Constitucionalistas, 1916.
- Cortés Ancona, Jorge. Salvador Alvarado. Revolución y cultura.Mérida, Gobierno del Estado de Yucatán / Fundación Cultural MACAY, A.C. / Museo Fernando García Ponce-MACAY.
- Irigoyen, Renán, Salvador Alvarado. Extraordinario estadista de la Revolución.México, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1981.
- Diario de Yucatán, “Las transformaciones del Ateneo Peninsular”. 30 de diciembre de 1994.
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ateneopeninsular · 8 years
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Una crónica de la vida cultural en Mérida a principios del siglo XX: la velada literario-musical del Palacio Episcopal (1904)
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En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el estado de Yucatán experimentó una inusitada bonanza económica derivada del cultivo del henequén y de la exportación a gran escala de la fibra obtenida de este agave. En Mérida, la capital del estado, se comenzaron a generar notables transformaciones urbanas y arquitectónicas. Las calles de la ciudad (polvosas en tiempos de secas y fangosas en tiempos de lluvias) fueron pavimentadas con adoquines franceses. Las fachadas de las casonas coloniales cambiaron su austero aspecto, adornándose con cornisas, volutas, mascarones de yeso, etc., y sus interiores fueron decorados con mármoles italianos, maderas preciosas, muebles finos, delicados candiles de cristal y un sinfín de objetos suntuosos. Los límites de la ciudad, inamovibles desde la época colonial, se extendieron hacia el norte con la apertura del afrancesado Paseo de Montejo, y al oriente con la creación de la colonia Chuminópolis en 1904.
En lo que se refiere al ámbito cultural, Francia se posicionó como el referente más importante, de tal manera que su música, su literatura, su arquitectura y sus artes plásticas fueron vistas como el modelo a seguir, además de ser consideradas como un signo de distinción y buen gusto entre la floreciente burguesía yucateca.
Asimismo, desde 1873, en las aulas del Conservatorio Yucateco de Música y Declamación fundado por el compositor yucateco José Jacinto Cuevas, comenzaron a formarse algunos de los músicos y literatos que, con el correr de los años, destacarían como artistas de renombre y prestigio. Cabe señalar que en este proyecto educativo y cultural, se consideraba que las bellas artes eran “vehículos para la moralización, la democracia, la civilización y el progreso de la sociedad”; de esta manera, el cultivo y el fomento de las actividades artísticas comenzaron a ocupar un lugar privilegiado entre las actividades recreativas y de ocio de los meridanos.
Igualmente, en estos años comenzaron a fundarse las denominadas sociedades literarias y coreográficas, las cuales eran agrupaciones de carácter civil que procuraban organizar bailes, conciertos y veladas literario-musicales con el fin promover entre sus socios el gusto por el arte y la cultura. En efecto, las veladas literarias poco a poco se fueron multiplicando en Mérida, teniendo como escenario los elegantes salones de algunas residencias de la ciudad. Como es de suponerse, en estas reuniones participaban músicos, poetas y oradores, tanto profesionales como aficionados o diletantes.
En este contexto, el 8 de diciembre de 1904 (con motivo del día de la Inmaculada Concepción), se ofreció una memorable velada en las estancias del antiguo Palacio Episcopal de Mérida, actualmente edificio del Ateneo Peninsular y sede del Museo Fernando García Ponce-MACAY. En el evento participaron algunos destacados músicos y poetas, tanto figuras consagradas del Yucatán porfiriano como jóvenes artistas que, con el correr del siglo, participarían en la construcción cultural y social del México posrevolucionario.
¿Cómo fue aquella velada, cuál fue el programa y quiénes participaron? Según se estilaba entonces, un cronista escribió una reseña de la recepción palaciega; a partir de ese texto es posible reconstruir algunos aspectos del evento. La sala principal del recinto estaba decorada con “exquisito gusto y elegancia” y grandes pinturas al óleo; el centro de la estancia fue ocupado por las damas que acudieron “lujosamente ataviadas” portando trajes de gala a la última moda de París; por su parte, los caballeros acudieron vestidos de rigurosa etiqueta. Según el cronista, el festejo presentaba un aspecto tan distinguido que recordaba alguna de las grandes solemnidades de las cortes europeas.
El programa se compuso de dos partes, una literaria y otra musical. La primera contó con la participación del Lic. Gabriel Aznar y Pérez, historiador, filántropo y literato yucateco, fundador de la Liga de Acción Social junto con el Lic. Gonzalo Cámara Zavala. Concluido el discurso del Lic. Aznar, tocó el turno al entonces “joven D. Antonio Mediz Bolio”, poeta, literato e historiador que llegó a ser uno de los más destacados escritores mexicanos de la primera mitad del siglo XX, autor de La tierra del faisán y del venado, y notable exponente de la literatura yucateca indigenista.
Otros de los literatos que tomaron parte en la velada fueron el Lic. Ricardo Molina Hübe y el poeta Ramón Aldana Santamaría. Por último, como invitado de honor estuvo “el esclarecido vate yucateco Dr. José Peón y Contreras, honra y prez de las letras nacionales”. Efectivamente, el Dr. Peón Conteras ha sido considerado como uno de los más destacados dramaturgos y poetas del romanticismo en Hispanoamérica y en su época se le conoció como “El Fénix Mexicano”.
Concluida la parte literaria del programa dio inicio la musical. Bajo la dirección del Mtro. José Cuevas, el coro mixto interpretó la obra Bendita sea tu pureza partitura a cuatro voces y gran orquesta del compositor español Domingo Olleta. Como solista estuvo el “joven barítono” Gustavo Río Escalante, compositor yucateco, cuya obra musical ha sido recientemente revalorada, quien “cantó con voz melodiosa la Plegaria clásica del italiano Francesco Paolo Tosti. Composiciones de Georges Bizet, Luigi Luzzí y Giocchino Rossini también formaron parte del repertorio.
La velada concluyó con la participación de la orquesta del Mtro. Cuevas que interpretó la Sinfonía en si menor de Schubert, la Sinfonía Religiosa de Rossini, el Angelus de Massenet y la Meditación de Gounod. En resumen, la velada fue calificada como una “hermosa corona” con la que los artistas yucatecos deleitaron a la concurrencia, llenando de arte, música y poesía los salones del antiguo palacio meridano.
                                                                                        Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
- Boletín eclesiástico del obispado de Yucatán. Mérida, S/E, Año I, Núm. 1, 1905.
- Martín Briceño, Enrique, Allí canta el ave. Ensayos sobre música yucateca. Mérida, Gobierno del Estado de Yucatán/Secretaría de la Cultura y las Artes/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2014.
- Peniche Barrera, Roldán, Diccionario de yucatecos ilustres. Mérida, Yucatán, 2011.
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ateneopeninsular · 8 years
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Un recinto del saber: la biblioteca del antiguo Palacio Episcopal de Mérida
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Detalle de una biblioteca de la época colonial (tomada del retrato de Sor Juana Inés de Cruz de M. Cabrera)
La invención de la imprenta en Alemania, hacia mediados del siglo XV, significó un hecho de trascendental importancia para la historia y la cultura de Occidente ya que, por primera vez, fue posible la producción mecánica y en serie de libros, siendo éstos las más importantes herramientas para la difusión de las ideas y los conocimientos, así como los principales soportes para la preservación de la memoria de la humanidad.
Con la llegada de los conquistadores españoles a América, en el siglo XVI, la imprenta también hizo su arribo, instándose en la Ciudad de México el primer taller de impresión del continente en el año de 1540. Posteriormente, en otras ciudades como Puebla, Guadalajara y Valladolid (hoy Morelia), fueron abriéndose talleres tipográficos, de cuyas imprentas salieron una gran cantidad de libros, folletos, volantes, etc., principalmente de carácter religioso y devocional.
La imprenta llegó a Yucatán hasta 1813, en los últimos años de la época colonial, siendo traída desde La Habana por don José Bates. Como es de suponerse, la falta de talleres de impresión en la provincia yucateca ocasionó que la circulación y el comercio de libros fuesen limitados y costosos, ya que estos tenían que ser traídos desde otras ciudades, principalmente españolas. Probablemente, el primer libro impreso que llegó a Yucatán fue el “Devocionario de la Virgen María” que conservó consigo Gerónimo de Aguilar, clérigo que naufragó, junto con Gonzalo Guerrero, en las costas yucatecas en 1511, permaneciendo por algunos años como prisionero en la isla de Cozumel. Un familiar suyo, el Dr. Pedro Sánchez de Aguilar (nacido en Valladolid, Yucatán) pasaría a la historia como el primer escritor yucateco que publicó un libro, este fue el Informe Contra idolorum culotres del obispado de Yucatán, impreso en Madrid en 1639.
Las bibliotecas, ya sean públicas o privadas, reflejan en buena medida la vida de hombres y mujeres, de las instituciones y las sociedades en general. Por medio del análisis de las colecciones bibliográficas es posible relacionar a los lectores con sus lecturas, esbozar un panorama del desarrollo y el flujo de las ideas, así como observar los intercambios culturales y el ambiente cultural de una época. 
Durante el periodo colonial, en México, algunos conventos de las diversas órdenes religiosas fueron famosos por poseer grandes bibliotecas. Asimismo, obispos, canónigos y otros personajes relacionados con el mundo de las letras llegaron a conformar importantes bibliotecas particulares. En Yucatán, se tienen noticias de la existencia de algunas bibliotecas importantes durante esta época, como por ejemplo la biblioteca del Convento de San Francisco de Mérida y las que pertenecieron a los obispos don Antonio Caballero y Góngora, don Pedro de Estévez y Ugarte y don José María Guerra, las cuales estuvieron ubicadas en el antiguo Palacio Episcopal, actual edificio del Ateneo Peninsular y sede del Museo Fernando García Ponce- Macay.
Por un inventario, resguardado en el Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán, se tienen datos exactos de cómo se conformaba la biblioteca del obispo Caballero y Góngora, cuyos libros fueron traído desde España en el año de 1776. Se trataba de una colección considerablemente grande compuesta por unos 1 600 ejemplares. Pero ¿cuál fue el contexto cultural en el que se ubicaba esta biblioteca? Veamos a continuación algunos de estos aspectos. El auge económico del siglo XVIII propició una mayor difusión de la cultura escrita por medio del libro. Entre los principales lectores se encontraban los funcionarios de alto y mediano rango, profesionistas, clérigos, friales, médicos, abogados, etc. En estos años, los contenidos de los libros se fueron diversificando y poco a poco aparecieron obras sobre la historia civil o profana, las ciencias naturales y experimentales, y los avances técnicos. El idioma en que se publicaban los libros también se diversificó ya que las lenguas nacionales (como el inglés, el francés, el italiano, etc.) fueron ganando terreno frente al latín, lengua oficial de la Iglesia y, durante siglos, idioma exclusivo para la ciencia y la cultura.
De este modo, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, se comenzó a experimentar el declive de la visión tradicional del mundo, dando paso a la apertura a nuevas ideas. En este sentido, las bibliotecas particulares muestran con mayor claridad, en contraste con las bibliotecas institucionales, las crisis, cambios y permanencias ideológicos de este periodo. La biblioteca del obispo Caballero y Góngora es un buen ejemplo de los cambios que se gestaron en el mundo de las ideas y de los libros. De manera general, las líneas temáticas de la colección bibliográfica seguían, por una parte, a los autores y las obras clásicas de la tradición humanista occidental, es decir, los textos de los Padres de la Iglesia, los autores grecolatinos y varios libros de derecho jurídico y canónico.
Así, en el inventario se incluían, impresas en folio (formato de gran tamaño de tradición medieval), las obras completas de San Agustín, San Jerónimo, San Gregorio, Juan Crisóstomo, San Bernardo, San Irineo, etc. Los clásicos de la Antigüedad estaban presentes con libros como el Corpus Poetarum Grecorum, los Comentarios de Julio César, la Opera de Homeri, Opera de Ovidii, así como algunas obras de Cicerón, Tucídides, Tito Livio, y la Eneida de Virgilio, entre otros.
Los libros del derecho civil y eclesiástico ocupaban un lugar importante en la biblioteca del obispo puesto que, como alto funcionario eclesiástico, debía manejar con destreza el extenso cuerpo jurídico de la época. Por ejemplo se enumeran 27 tomos del Bullarium magnum romanum, (impreso en Roma en 1739), 32 tomos del Concilio Omnia Collectio Regia, una edición del Concilio de Trento, diversos sínodos diocesanos, cartas pastorales y el Corpus Juris Canonoci en 3 tomos. En cuanto al derecho civil, la biblioteca contaba con la Recopilación de leyes de Castilla y los 3 tomos de la Recopilación de Indias. A esta serie de autores y materias, se añadía una extensa lista de obras de autores místicos, comentaristas, teólogos, moralistas así como 5 ediciones de la Biblia, incluida la afamada edición poliglota de la Biblia Complutense.
Varios de los libros de la biblioteca se relacionaban con el perfil profesional de su dueño, es decir, con el cargo de obispo que detentaba Caballero y Góngora. Por ejemplo se encontraba un Missale romanum, el Oficio divino, el Ordo ministrandi sacramenta, así como varios libros litúrgicos, colecciones de sermones y otras obras como Las obligaciones del episcopado, El pastor instruido y unas Instrucciones para cardenales. Otros títulos reflejan los interesen y las preferencias culturales y literarias del Dr. Caballero y Góngora. Por ejemplo, poseía dos ediciones del El Quijote, las Comedias, y la Galatea de Miguel de Cervantes. Había también un buen número de poetas tanto castellanos como franceses y otros autores del Siglo de Oro español como Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Cervantes de Salazar. Al parecer el obispo Caballero tenía dos grandes aficiones: las artes ecuestres y la numismática, ya que entre sus libros estaban 4 obras dedicadas a la cría, entrenamiento y cuidado de los caballos, y 5 libros sobre medallas y colecciones de monedas.
Como se señaló anteriormente, el libro es el vehículo por excelencia para el tránsito de las ideas; de este modo, el estudio de los acervos bibliográficos permite entender la gestación de los procesos políticos, sociales y económicos que se dieron en América durante el siglo XVIII y XIX, especialmente con la presencia de obras y autores relacionados con el movimiento de la Ilustración. En este sentido, la biblioteca del obispo Caballero y Góngora resulta un buen ejemplo para ver cómo estos autores e ideas fueron introduciéndose a América, y en particular a Yucatán. En este sentido, a los libros de las temáticas tradicionales ya mencionadas (religión, derecho, patrística, etc.) se añadían obras de carácter científico y del pensamiento ilustrado que trataban sobre medicina, química, física, matemáticas, geografía y botánica. Igualmente, se incluían varias gramáticas y diccionarios de lenguas como el inglés, el francés, el italiano y el castellano. Destacan libros como La Física, La Filosofía y los Descubrimientos científicos de Isaac Newton; los Dicurs del filósofo inglés David Hume; La historia natural (en 40 volúmenes) y Los pájaros ilustrados del naturalista francés George Luis Leclerc, Conde de Buffon, y el Elogio de la Razón de Voltaire.
La biblioteca del obispo Caballero y Góngora fue, sin duda, una de las mejores que existieron en Yucatán durante la época colonial. Cuando este prelado partió, en 1778, hacia Santafé de Bogotá, para asumir el cargo de arzobispo de aquella ciudad, llevó consigo su extensa biblioteca; sin embargo es posible que algunos de sus libros hayan permanecido en Mérida, ya sea en la biblioteca del palacio o en la del Seminario Conciliar, puesto que algunas de las obras que trajo se repetían con varios ejemplares, quizá pensando en distribuirlos entre los jóvenes estudiantes del seminario. Lo que resulta cierto es que, desde aquellos lejanos años coloniales, el histórico edificio que ocupó el Palacio Episcopal ha sido un recinto con una marcada vocación hacia el arte, las ciencias y la cultura.
              ��                                                                           Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
- Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán, Serie: Obispos, Caja: 411, Vol. 12, Años 1775-1785.
- Carrillo y Ancona, Crescencio, El obispado de Yucatán. Tomo 2. Mérida, Fondo Editorial de Yucatán, 1979-1981.
- El Registro Yucateco. Periódico literario. Tomo Cuarto. Mérida, imprenta de Castillo y Compañía, 1846.
- Irigoyen Rosado, Renán, Crónicas de Mérida. Anuario 1977. Mérida, Impresos Zamná, 1978.
- Lafaye, Jaques, Albores de la imprenta. El libro en España y Portugal y sus posesiones de ultramar (siglos XV y XVI). México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
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ateneopeninsular · 8 years
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Exquisita colección de arte, en el Palacio Arzobispal de Mérida
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Retrato del doctor Antonio Caballero y Góngora, obispo de Yucatán y coleccionista de arte.
Fue don Antonio Caballero obispo culto de su época
Como era común en aquel tiempo para los sacerdotes pertenecientes a prominentes familias, el joven Antonio comenzó a desarrollar una notable carrera eclesiástica, desempeñándose como catedrático universitario para después acceder a una canonjía en la catedral cordobesa, en la cual sirvió por espacio de varios años.
Las notables cualidades del canónigo Caballero y Góngora le valieron para ser promovido a la dignidad episcopal; de este modo, en 1774 fue designado para ocupar la diócesis de Chiapas, siendo trasladado casi inmediatamente después para el obispado de Yucatán.
El 21 de julio de 1776, el obispo don Antonio arribó a su diócesis, tocando tierra en el puerto de San Francisco de Campeche. Unas semanas después se encontraba en Mérida, tomando posesión de su Catedral e instalándose en el Palacio Episcopal. Poco más de una año permaneció el doctor Caballero y Góngora en Yucatán, ya que, realizando la visita a las parroquias de su obispado, en abril de 1778 recibió la noticia de su nombramiento como arzobispo de Santafé de Bogotá, en el reino de Nueva Granada, donde llegó a ocupar por algún tiempo el cargo de arzobispo virrey.
Don Antonio Caballero y Góngora —además de sus dotes sacerdotales, políticas y diplomáticas— destacó por ser un hombre de amplia cultura, promotor y protector de las artes y las ciencias de su tiempo. Por ejemplo, en Nueva Granada patrocinó, en 1783, una expedición botánica de carácter científico, encabezada por el ilustrado sacerdote José Celestino Mutis.
En el Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán se conserva el inventario de los bienes personales que el obispo Caballero y Góngora trajo consigo a su llegada a Yucatán. Este interesante documento (referenciado por primera vez por el cronista Renán Irigoyen Rosado) es un claro testimonio de los intereses y las aficiones intelectuales y culturales del ilustre prelado. Además de una diversidad de muebles, objetos preciosos, ornamentos episcopales y ropas del uso diario, en el equipaje destacaban “una cuantiosa y selecta librería; exquisitas y célebres pinturas (y) muchas antiguas apreciables monedas”. En efecto, bien resguardados en 38 cajones de madera, cruzaron el Atlántico los libros que conformaban la rica biblioteca de don Antonio en la que se incluían obras de autores clásicos grecolatinos, Padres de la Iglesia, textos jurídicos y canónicos, al igual que varios títulos de escritores castellanos como Miguel de Cervantes (dos ediciones de “El Quijote”), Francisco de Quevedo y Lope de Vega, entre otros.
Asimismo, la colección de pinturas del doctor Caballero y Góngora en verdad podía calificarse de “exquisita”. Siete cajones del equipaje episcopal contenían la preciosa carga artística: un total de 98 obras de por lo menos 22 autores identificados, entre españoles, italianos y holandeses, de los siglos XVI al XVIII.
Está nómina incluía a grandes maestros como Tiziano, Peter Paul Rubens, Diego Velázquez, Pieter Brueghel, Luis Morales “El Divino”, José Ribera “El Españoleto”, Bartolomé Esteban Murillo e incluso “una lámina de bronce dorada” atribuida a Miguel Ángel.
Siendo la colección de un clérigo, buena parte de los cuadros era del género religioso, 26 de ellos correspondían a representaciones de Cristo, la Virgen María y diversos santos, como por ejemplo una “Virgen de la Concepción para el oratorio portátil”, lienzo original de Murillo. Sin embargo, la mayoría de las obras eran de otros géneros pictóricos como el bodegón, el paisaje, el retrato y el histórico. De este modo, entre las pinturas se incluían “un florero, original de Arellano”; “una cocina grande, original de Rubens”; “tres países” (así se le llamaba a los paisajes) de cobre, originales de David Teniers; “un retrato con una cadena, que se cree de Ticiano” y “tres batallas, de Juan de Toledo”. Esta diversidad de pinturas evidencia el carácter ilustrado de la colección. No se trataba de una serie de imágenes religiosas con fines devocionales (como era común en casas y palacios de los siglos XVI y XVII), sino que buscaba ser una muestra representativa de lo mejor del arte europeo que hoy llamaríamos renacentista y barroco. Recordemos que el siglo XVIII, Siglo de las Luces, vio surgir algunos de los grandes museos de arte en Europa, concebidos como espacios públicos para la recreación y el disfrute estético.
Resulta pertinente pensar que, durante algunos meses, las salas del antiguo Palacio Episcopal de Mérida, hoy en día sede del Museo Fernando García Ponce-Macay, alojaron la valiosa colección pictórica del doctor Caballero y Góngora de tal suerte que los muros del histórico edificio se vieron engalanados con obras de los grandes maestros del arte universal, que se han referido líneas arriba. Al irse hacia Santafé de Bogotá, el obispo Caballero llevó consigo sus libros y sus pinturas; sin duda el Palacio Arzobispal de aquella ciudad fue la nueva sede de la colección. Coincidentemente, casi como premonición, el antiguo palacio bogotano alberga en la actualidad al Museo Fernando Botero.
Parece ser que a mediados del siglo XX un incendio consumió lo que quedaba de aquel rico acervo plástico. Sin embargo, existen referencias de que siendo arzobispo-obispo de su natal Córdoba, el doctor Caballero y Góngora contaba con una “escogida colección de pinturas”. ¿Acaso se trata de la misma colección que a bordo del bergántin El Príncipe arribó a Campeche y que (casi como muestra itinerante) fue alojada primero en Mérida, instalándose después en Santafé de Bogotá para, finalmente, cruzar de nuevo el océano y regresar al Viejo Continente que la vio nacer? Es una interrogante que por lo pronto no es posible responder.
Lo que resulta cierto es que el nombre del doctor Antonio Caballero y Góngora quedará para siempre ligado a la historia del arte, la cultura y las ciencias que tanto amó y promovió. 
                                                                                               Ángel Gutiérrez Romero.
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ateneopeninsular · 8 years
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Amueblando la casa de un obispo: la vida cotidiana en el Palacio Episcopal de Mérida, Yucatán
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Fray Gonzalo de Salazar. uno de los residentes del antiguo Palacio Episcopal (Retrato conservado en la Catedral de Mérida)
Durante aproximadamente tres siglos y medio el actual Edificio del Ateneo Peninsular, ubicado en pleno Centro Histórico de la ciudad de Mérida, funcionó como la residencia oficial de los obispos de Yucatán. Poco se sabe hoy en día acerca del pasado colonial del antiguo Palacio Episcopal y salvo algunas escasas referencias de escritores e historiadores del siglo XIX, la historia de la vida cotidiana que se desarrolló al interior de este centenario recinto permanece como una interrogante.
La construcción del palacio, en las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII, respondió a la necesidad de contar con una morada apropiada para alojar a los obispos y al séquito o familia que con frecuencia acompañaba a estos dignatarios eclesiásticos. De este modo, la residencia episcopal se edificó en un amplio sector de la manzana ubicada al oriente de la plaza principal de Mérida, espacio en el que durante el propio siglo XVI se levantó la iglesia catedral, quedando de este modo contiguos ambos edificios, agrupados en un conjunto constructivo perteneciente al clero diocesano que incluía a la catedral, sus capillas y dependencias anexas, el Palacio Episcopal y, finalmente hacia mediados del siglo XVIII, el Seminario de San Ildefonso.
Cuando un nuevo obispo arribaba a Mérida, generalmente procedente del puerto de San Francisco de Campeche, se llevaban a cabo diversas ceremonias por medio de las cuales se le daba la toma de posesión del gobierno del obispado. Estos rituales incluían la entrada solemne a la Catedral en donde el prelado era conducido bajo palio por los canónigos hasta su respectivo asiento en el coro del templo y en la Sala Capitular. Después de estos actos, los clérigos, las autoridades civiles y los vecinos de la ciudad acompañaban al obispo hasta las puertas del Palacio Episcopal, el cual sería desde entonces su nueva casa. También era costumbre que el obispo, ya sea en la catedral o a las puertas del palacio, esparciera o “derramara” algunas monedas entre la entusiasmada concurrencia; esta curiosa costumbre era un símbolo de la prosperidad y la caridad que se esperaban del prelado.
Uno de los primeros residentes de las casas episcopales (como también se le llamaba al palacio durante la época colonial) fue fray Gonzalo de Salazar, quien habitó el recinto por aproximadamente 28 años, entre 1608 y 1636. Fiel a sus costumbres de fraile agustino, fray Gonzalo recitaba diariamente sus oraciones a diversas horas en las habitaciones del palacio, acompañado por varios clérigos a los que gratificaba con un pequeño pago de dinero. En los tiempos coloniales era relativamente frecuente la escasez de alimentos, especialmente del maíz, ocasionada por el ataque de plagas de langostas o por las sequías que devastaban las milpas y los campos de cultivo; cuando esto ocurría los obispos y otras personas caritativas auxiliaban a la población más necesitada; el mismo Salazar llegó a alojar en su palacio a varios cientos de personas a las que proporcionaba alimento con sus propias reservas de maíz. El oratorio era el lugar preferido del obispo; él mismo patrocinó su construcción y se ocupó especialmente en decorarlo con "láminas, cuadros, lámparas y ornamentos”. Cabe señalar que esta es la primera referencia acerca de la existencia de obras de arte (“láminas y cuadros”) en este histórico edificio.
Cuando un obispo fallecía o era trasladado a otra ciudad, comenzaba un periodo que se conocía como de “sede vacante”. Durante este espacio de tiempo, que en ocasiones podía prolongarse por meses e incluso años, el Palacio Episcopal permanecía deshabitado y, como es de esperarse, el clima tropical de la región, las lluvias, la humedad, las termitas, etc., causaban estragos. Eso parece haber ocurrido con cierta frecuencia; por ejemplo en una reunión efectuada en 1761 los canónigos de la Catedral expresaban su preocupación debido a que el palacio estaba abandonado y “destruido casi del todo”. Para evitar estos inconvenientes, los canónigos tomaban algunas medidas preventivas como por ejemplo ordenar que un clérigo se encargara de acudir diariamente al edificio para orearlo, es decir abrir las puertas y ventanas permitiendo que la luz solar y el aire entraran a las habitaciones.
En Yucatán existió la costumbre de que a la llegada de un nuevo obispo todos los curas de la diócesis contribuyesen, ya sea con dinero o con mobiliario, para los gastos de su recepción y la adecuación de las casas episcopales. Un interesante documento procedente del Archivo del Cabildo Metropolitano de la Catedral de Mérida fechado en 9 de enero de 1761 da cuenta del inventario de los muebles y utensilios domésticos que se enviaron a Mérida para conformar el llamado “ajuar del palacio”. Por medio de este inventario podemos bosquejar una imagen de cómo se desarrollaba la vida diaria al interior del antiguo palacio.
Desde las parroquias de Mama, Peto y Muna fueron enviadas 60 sillas “encarnadas”, o sea, pintadas de rojo. Esta extensa cantidad de sillas puede indicar que era común que el obispo recibiera en su casa a numerosos visitantes por lo que era necesario contar con un buen número de asientos; cabe señalar que en la época colonial el rojo era el color predilecto para decorar los interiores de las casas de la nobleza y los altos mandatarios, ya que se consideraba como un signo de opulencia y elegancia.
Asimismo se destinaron 13 mesas para las diversas estancias del edificio las cuales fueron enviadas por los pobladores de Ichmul, Calotmul Sotuta y Espita; tres de estas mesas eran de lujo con sus respectivas patas “torneadas”. También se entregaron cinco “escaños de cuatro varas”; el escaño era un tipo de banca o sofá con respaldo y reposabrazos en el que se podían sentar entre 3 y 5 personas; en Yucatán estos asientos llevaban unos cojines de piel curtida y eran considerados como “muebles de lujo exquisito”. Las parroquias de Tixcacal, Umán, Yaxcabá y Homún obsequiaron un total de 16 camas; diez de éstas eran “camas ordinarias de cedro” y las otras seis eran muebles finos, talladas en “granadillo, con sus cabeceras, pilares y sobre pilares bien torneados”; el granadillo es un árbol de madera dura, de color rojo o negro, con aspecto semejante al ébano; era muy apreciado para las artes de la ebanistería. Finalmente, en el inventario de muebles también se incluyeron “dos catres de granadillo torneados con sus pilares, cordeles y petates”; estos muebles eran una especie de camas ligeras y portátiles, usadas para los viajes y que podían ser equipadas con colgaduras o pabellones para proteger al usuario contra el frío y los insectos; sin duda estos catres serían de mucha utilidad para obispo, especialmente cuando saliera a realizar la visita pastoral a los lejanos pueblos de su extensa diócesis.
La cocina de Su Señoría Ilustrísima, fue bien equipada con un buen número de trastos: 84 ollas, grandes y medianas, con sus tapas; 12 sartenes; 4 comales para cocer tortillas; 12 tinajas de barro para almacenar y mantener fresca el agua; cuatro cántaros y 120 jarros, también de barro. Sin duda, las estrellas de la cocina eran los cuatro “bancos de moler” con sus respectivas “piedras”, en los cuales algunas hábiles manos transformaban los granos de maíz, cacao o trigo, en masa para tortillas, atoles, panes y otros sustanciosas alimentos, entre los cuales el chocolate era el favorito ya que en aquellos lejanos tiempos, una jícara llena de aromático, humeante y espumoso chocolate acompañando de bizcochos, hojaldres, alfajores, arepas y otras golosinas constituían el más apetitoso de los desayuno en una mesa yucateca.
Con una cocina tan bien provista es posible deducir que los obispos eran unos grandes aficionados a los placeres de la mesa. Sin duda algunos de ellos llevaron una vida ascética siendo muy parcos en su alimentación; pero también hubo otros que gozaron de muy buen apetito. Por ejemplo, es bien conocida la anécdota acerca del proverbial “buen diente” de don Francisco Pablo Matos de Coronado, obispo de Yucatán de 1734 a 1741, quien —según refiere Justo Sierra O´Reilly— acostumbraba merendarse un pavo entero “que es ciertamente ave crecida y de mucha carne”; al final del abundante almuerzo, el obispo, que era de carácter alegre, solía decir a manera de broma: “Bueno... ¡sabroso estuvo el pajarito!”
En ocasiones, muebles y utensilios más sofisticados entraban a formar parte del mobiliario palaciego con la llegada de un nuevo obispo que, procedente de Madrid o alguna otra capital de la monarquía hispana, traía consigo grandes baúles con ropas, imágenes religiosas, muebles, libros y un sinfín de objetos pertenecientes a su antigua residencia.
Uno de los inventarios más ricos e interesantes es el que perteneció al obispo don Antonio de Caballero y Góngora quien, a bordo del bergantín “Príncipe”, arribó al puerto de Campeche el 24 de julio de 1776. En varios de baúles y cajones, don Antonio trajo desde el Viejo Continente su enorme biblioteca, sus ropas y ornamentos episcopales, así como una gran variedad de objetos de lujo, poco comunes en Yucatán. Por citar algunos ejemplos, en “dos baúles forrados de baqueta negra” vinieron muy bien empaquetadas cuatro fuentes grandes de plata; dos docenas de platos; veintiséis cubiertos; un jarro con una palangana de plata cincelada; cuatro cajas de vasos y algunas copas de cristal para el uso de la mesa; seis botes de porcelana china con una cucharilla para tabaco; una docena de platitos y otra de jícaras de china; una escribanía de plata; dos chocolateras de cobre con interior de plata, etc., etc.
El obispo Caballero y Góngora estuvo en Yucatán por un breve tiempo, ya que a unos meses de su llegada a Mérida fue promovido para ocupar el cargo de arzobispo de Santa Fe de Bogotá. Al partir hacia su nueva diócesis se llevó las pertenecías que había traído consigo; pero sin duda, durante algunos meses, el viejo y austero Palacio Episcopal de Mérida lució un espléndido aspecto interior que seguramente fue el asombro y el deleite de los meridanos de aquel entonces.
Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
- Archivo Histórico del Arzobispado de Yucatán (AHAY). Serie: Obispos. Caja: 411. Vol. 12. Años 1775-1785.
- Archivo del V. Cabildo Metropolitano de Yucatán (AVCMY). Acuerdos del Cabildo Eclesiástico. Libro: 4. Fojas: 1vta.- 4. 9 de enero de 1761.
- Carrillo y Ancona, Crescencio (1895). El obispado de Yucatán. Tomo II. Mérida: Imprenta y litografía R. Caballero.
- Couturier, Edith (2009). “Plata cincelada y terciopelo carmesí: una casa para el Conde de Regla” en Historia de la vida cotidiana en México. Tomo III. El siglo XVIII: entre tradición y cambio. México: El Colegio de México & Fondo de Cultura Económica.
- Sierra, O´Reilly, Justo (1982). La hija del judío. Tomo I. México: Editorial Porrúa S.A.
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El Seminario de San Ildefonso
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Fundación del Seminario de San Ildefonso por los obispos Tejada y Padilla (La Guirnalda, periódico literario. Mérida, 1860)
Hacia mediados del siglo XVIII parte del huerto del Palacio Episcopal de Mérida (actualmente edificio del Ateneo Peninsular) cedió su lugar para la construcción de un nuevo edificio: el Seminario Tridentino de Nuestra Señora del Rosario y San Ildefonso. Esta institución fue establecida como un centro de educación superior para la formación de los jóvenes yucatecos, campechanos y tabasqueños. Como es de suponerse, gran parte de la educación que se brindaba en aquel instituto era de carácter eclesiástico e incluía materias como la teología, la filosofía, el derecho canónico y la gramática latina.
Durante los siglos XVII y XVIII, la educación superior en Yucatán estuvo a cargo de los religiosos de la Compañía de Jesús; sin embargo, había sido un viejo anhelo de los obispos contar con una institución propia para la formación de los jóvenes de la península. De este modo, fray Francisco Martínez Diez de Tejada decidió la fundación del Seminario Tridentino de Mérida, donando el terreno y gestionando la construcción del edificio que albergaría al claustro de profesores y de jóvenes estudiantes. En sus épocas de mayor auge, varias generaciones de destacados yucatecos pasaron por las aulas del Seminario de San Ildefonso, ya sea como profesores o alumnos, entre ellos el Dr. Nicolás de Lara, el Lic. Andrés Quintana Roo, D. Lorenzo de Zavala, el Dr. Justo Sierra O´Reilly, el Dr. Manuel Crescencio Rejón, por solo citar algunos. Años más tarde, estos personajes tuvieron un papel de primera importancia en la vida política y cultural de México en general y de Yucatán en particular, participando en los procesos de construcción del país como una nación independiente. Cabe señalar que en el Seminario también estudiaron niños y jóvenes indígenas ya que para ello existían becas destinadas a atender a este sector de la sociedad; entre estos alumnos encontramos a Salvador Tut, de Acanceh; Guadalupe Chan, de Campeche y Mariano Poot de Hecelchakán; algunos de ellos fueron ordenados sacerdotes y otros adoptaron ocupaciones al servicio de sus respectivas comunidades.
El 21 de marzo de 1824, durante los primeros años de vida independiente del país, el Augusto Congreso Constituyente de Yucatán decretó que el antiguo Seminario Tridentino de Mérida funcionara como universidad de segunda y tercera enseñanza. Posteriormente en 1861, una vez promulgadas las Leyes de Reforma que establecieron la separación de la Iglesia y el Estado en México, el Seminario fue extinguido y en su local se estableció el Colegio Civil Universitario. Años más tarde, el inmueble fue ocupado por el Gobierno Federal para instalar diversas oficinas administrativas como Correos, Telégrafos, Hacienda, Juzgados, etc. Otra sección del edificio fue ocupada por el Gobierno Estatal con los mismos fines burocráticos.
El edificio que albergó al Seminario de San Ildefonso fue construido en diversas etapas, entre 1751 y 1780. Es de dos pisos; en la fachada (sobre la calle 58) se aprecian unos vistosos balcones volados con capelo y enrejados, característicos de la arquitectura colonial yucateca; contaba con claustro, galerías, capilla, sacristía, aula general, biblioteca, sala rectoral, refectorio, etc. Su elegante pórtico de piedra se conserva hasta la actualidad y, en la opinión del cronista Renán Irigoyen Rosado, puede ser considerado como el segundo más importante de la ciudad, solamente después de la portada de la Casa de Montejo.
                                                                                                Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
Baqueiro, Serapio. Historia del Antiguo Seminario Conciliar de San Ildefonso. Mérida, Tipografía de G. Canto, 1894.
Catálogo de construcciones religiosas del Estado de Yucatán. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1945.
Irigoyen Rosado, Renán. Crónicas de Mérida. Anuario 1977. Mérida, Impresos Zamná, 1978.
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La arquitectura y los espacios del palacio
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Vista panorámica de Mérida y sus huertos (El Repertorio Pintoresco, 1863)
Resulta difícil imaginar en la actualidad el aspecto que tuvo el antiguo Palacio Episcopal de Mérida. Fotografías de finales del siglo XIX y principios del XX muestran algunos rasgos de la arquitectura exterior del edificio. Acorde con las características de la arquitectura colonial de Yucatán, el palacio presentaba una fachada muy sencilla. Desde que se concluyó, la edificación contaba con dos niveles; la fachada principal se conformaba por grandes lienzos de muros en los cuales se abrían los vanos de puertas, ventanas y balcones, estos últimos ubicados en la planta alta y decorados con sencillas herrerías. Un pórtico de piedra labrada, decorado en la parte superior con una cruz también de piedra, servía de acceso principal; toda la construcción remataba con una discreta cornisa.
El interior del palacio era menos severo que el exterior. En torno a un patio central se levantaban las galerías de corredores, con arcos de medio punto sobre columnas toscanas, que daban acceso a las múltiples estancias del edificio. Algunas fotografías documentan la existencia de un pozo con brocal de piedra labrada en el centro del patio, similar al que actualmente se ubica en el Edificio Central de la UADY y otras construcciones de la época colonial en Mérida.
El afamado arqueólogo y diplomático norteamericano John Stephens, quien visitó Mérida en 1839, tuvo la oportunidad de conocer el palacio, dejando una de las escasas descripciones del interior del mismo. El obispo, dice Stephens, vivía con gran estilo. La planta alta contaba con “tres majestuosos salones con altos techos e iluminados con lámparas”. Uno de éstos era conocido como salón del trono (recuérdese que se trataba de un palacio); aquí se ubicaba una silla de gran tamaño forrada con cojines de tela roja y cubierta con un dosel; en este salón el obispo recibía formalmente a otras autoridades de la época como el gobernador, los regidores y los canónigos; también era el escenario donde llevaban a cabo algunas ceremonias muy solemnes, algunas festivas y otras menos alegres, como por ejemplo los llamados “besamanos” en el día del santo del obispo o bien los ritos funerarios cuando éste fallecía. En la planta alta del edificio se ubicaban otras estancias para el uso privado del prelado, tales como la biblioteca, el despacho, la capilla particular (dedicado a la Virgen del Rosario) y el dormitorio.
Las estancias de la planta baja servían como oficinas de algunas dependencias del obispado. Quizá la más interesante (y tenebrosa) era la del Tribunal de la Inquisición. Al parecer éste se encontraba en casi todo el primer piso de la galería norte del palacio; contaba con una celda o prisión para los reos y los presuntos culpables de algún delito, y con un salón o estrado del Tribunal. Según Justo Sierra O´ Reilly las paredes de esta sala estaban completamente tapizadas con tela negra; en el centro se encontraba una mesa forrada de terciopelo rojo y en la pared central, iluminado por dos grandes velas de cera, colgaba el escudo de la Inquisición debajo del cual se leía una inscripción en latín con el imponente lema del Tribunal: Exurge domine et judica causam tuam (Levántate Señor y juzga tu causa). Sombrío recuerdo de los siglos pasados.
Buena parte del terreno que ocupó el Palacio Episcopal en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII correspondió a una amplia huerta. Podemos imaginar que se trataba de un exuberante jardín plantado con frondosos árboles frutales de la región y esbeltas palmeras tan características del paisaje meridano de antaño. En su novela histórica La hija del judío, Sierra O´Reilly dejó una interesante descripción literaria del huerto el cual estaba delimitado por “un paredón negro, ruinoso, sobre el cual descollaban, con toda su copa, los hermosos y corpulentos árboles tropicales que cubrían, sin orden ni combinación alguna, la espaciosa huerta del obispo”. Sin duda, los añejos árboles de huayas, caimitos, zapotes y ciricotes que en hoy en día adornan y dan frescura al patio central del Ateneo Peninsular, un verdadero oasis en pleno Centro Histórico de Mérida, son una hermosa evocación del antiguo huerto palaciego.
                                                                                                 Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
Sierra, O´Reilly, Justo. La hija del judío. Tomo I, México, Editorial Porrúa, 1982.
Stephens, John L. Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan. London, Arthur Hall, Virute & Co. 1854.
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Los orígenes de un palacio
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El 6 de enero de 1542, el conquistador español Francisco de Montejo, el Mozo, siguiendo las instrucciones que recibió de su padre también llamado Francisco de Montejo, el Adelantado, fundó sobre los imponentes vestigios de la antigua ciudad maya de T´Ho o Ichkaansihó, una nueva población: Mérida, llamada así en honor a la Augusta Emérita, la Mérida española, ciudad de raíces romanas situada en la provincia de Badajoz. Mérida la de Yucatán, fue establecida como capital de la provincia y sede de los poderes que representaban a la monarquía española en esta región del Nuevo Mundo.  
El historiador y cronista franciscano Diego López de Cogolludo, apunta en su célebre Historia de Yucatán que una de las primeras acciones llevadas a cabo por Montejo para el establecimiento de Mérida fue hacer el trazo de las calles, manzanas y lotes que la conformarían, distribuyéndolos entre los primeros vecinos de la ciudad para la construcción de sus casas. Montejo también dio instrucciones al padre Francisco Hernández, capellán del ejército conquistador, para que escogiese “en lo mejor de la traza” de la ciudad un sitio para construir la iglesia mayor. El espacio elegido fue la manzana ubicada al oriente de la actual Plaza Grande y en él, a lo largo del siglo XVI, se fueron edificando la Catedral, el Palacio Episcopal y posteriormente, en el siglo XVIII, el Colegio Seminario de Nuestra Señora del Rosario y San Ildefonso.
El obispado de Yucatán y la Catedral de Mérida se establecieron formalmente mediante un decreto (llamado bula) del papa Pío IV en el año de 1561. En agosto del año siguiente llegó a Mérida fray Francisco Toral con el cargo de primer obispo de la diócesis. Sin embargo por aquellas fechas la Catedral de Mérida sólo existía “en el papel” y aún no se iniciaba la construcción del Palacio Episcopal; de hecho, a su llegada Toral tuvo que alojarse como huésped en la casa particular de uno de los vecinos de la ciudad. Es probable que unos años después, este mismo obispo haya mandado a construir una modesta casa para su residencia, contigua a la Catedral, cuyos cimientos y muros apenas comenzaban a levantarse.
Posteriormente, en 1573 fray Diego de Landa, al asumir el cargo de obispo de Yucatán por fallecimiento de Toral, mandó derribar la pequeña casa episcopal construida por su antecesor, dando inicio a la edificación de una residencia mucho más amplia y cómoda. Hacia 1580, fray Gregorio de Montalvo, tercer obispo de la diócesis, habitó en las secciones ya concluidas del palacio. A su sucesor, fray Juan de Izquierdo le tocó concluir las obras de construcción de la Catedral (en 1598), a la par que dejó considerables adelantos en la edificación del palacio. Finalmente, fue durante el mandato de fray Gonzalo de Salazar (1608-1636) cuando se terminó la construcción de la residencia episcopal.
En este punto cabe preguntarse ¿por qué el obispo vivía en un palacio? En este sentido, resulta importante considerar que durante los siglos coloniales y hasta el siglo XIX, los obispos eran vistos por la sociedad como altos dignatarios o príncipes de la Iglesia; por tanto no resultaba extraño para nadie que los prelados viviesen en recintos palaciegos, rodeados de un complicado ceremonial y que en torno a ellos se establecieran pequeñas cortes (conocidas también como familias episcopales) que podía incluir capellán,  confesor, secretario, pajes, cocineros, una que otra hermana o tía soltera o viuda, sobrinos, ayudantes de cámara, caperos, barberos, etc., de tal manera que los obispos necesitaban contar con espaciosas casas en donde alojar a tan numeroso séquito. Desde luego, el lujo de las viviendas y el tamaño de las familias episcopales dependían en gran medida de las posibilidades económicas del obispo y de la diócesis. Lo cierto es que en el caso yucateco, tanto el palacio como la vida de sus obispos fueron, generalmente, de condiciones más bien modestas.
                                                                                                 Ángel Gutiérrez Romero
Referencias
Catálogo de construcciones religiosas del Estado de Yucatán. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1945.
López Cogolludo, Diego. Historia de Yucatán, Tomo II. Mérida, Imprenta de Manuel Aldana Díaz, 1867.
Sierra, O´Reilly, Justo. La hija del judío. Tomo I, México, Editorial Porrúa, 1982.
Stephens, John L.
Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan.
London, Arthur Hall, Virute & Co. 1854.
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Ateneo Peninsular, símbolo de la libertad y vanguardia yucateca
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El edificio que hoy alberga al Museo Fernando García Ponce - Macay, construido en el emplazamiento del antiguo Palacio Episcopal o Arzobispado de Mérida, con el nombre de Ateneo Peninsular, e inaugurado, como hemos hecho referencia meses atrás, con actividades culturales y deportivas en los primeros días del año 1916.
Al valor del edificio por sí mismo ha de añadirse entonces su significación coyuntural por el momento histórico en el que fue construido, tiempo de transformaciones y cambios de pensamiento que a la herencia de importantes corrientes decimonónicas sumaban visiones progresistas. Desde su inauguración, el Ateneo puede ser considerado una imagen física símbolo de su tiempo y de su vocación por lo entendido como el pensamiento liberal y de vanguardia de entonces: “El Ateneo Peninsular, como dice en sus estatutos, quiere ser la casa de los hombres de estudio; allí pretenderá reunir a las inteligencias y en él habrá ambiente para todos” leyó en el discurso inaugural el Lic. Calixto Maldonado, presidente de la agrupación llamada también Ateneo Peninsular.
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Otro de los procesos realizados con la inauguración del inmueble fue la comercialización de locales en la planta baja del edificio. Un anuncio de 1918 en “La voz de la Revolución” ya menciona en esta zona del inmueble los productos a la venta para los meridanos, incluyendo paraguas, zapatos y ropa, así como el servicio de expertos sastres y modistas.
De todo esto, se han divulgado imágenes que antes no estaban a la mano del espectador común y corriente, lo que no quiere decir que no se conocieran. Importantes archivos como el de la Biblioteca Yucatanense (de libre acceso en línea como Biblioteca Virtual de Yucatán), páginas de internet como Mérida en la historia, páginas de Facebook de alimentación comunitaria como “Mérida en la historia”, “Mérida en el tiempo” y “La ciudad de Mérida en el Tiempo” y otras fuentes, sacan a la luz interesantes testimonios gráficos de todos estos procesos experimentados por casas, edificios y espacios de nuestra ciudad, en este caso particular, de la actual sede del Museo Fernando García Ponce - Macay.
Un tema para abordar después sería el de la propiedad intelectual o derechos de autor de las imágenes que se comparten en estos espacios (algunas tienen “marcas de agua” o lo que podríamos llamar sellos virtuales) pero por ahora baste comentar entre estos registros, por ejemplo, una fotografía de 1910 que muestra la fisonomía del primitivo Arzobispado. Otra foto, quizá de una década más tarde, permite ver las filas de tranvías, transporte público de entonces, frente al edificio que entonces ya era el Ateneo Peninsular.
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Hay también una serie de fotos incluidos por el Arq. Guillermo Hülsz en un artículo publicado en Cuadernos de Arquitectura, revista anual de investigación y divulgación editada por la Facultad de Arquitectura de la UADY. En una de ellas posa el Arq. Piccone, quien realizó las principales obras en el Pasaje de la Revolución y en la otra se puede apreciar el interior del patio del edificio.
Las fotos comentadas son de Biblioteca Virtual de Yucatán de Mérida en la Historia, de la página de Facebook La ciudad de Mérida en el Tiempo, de la exposición “El Ateneo y la Escuela de Bellas Artes” actualmente en el museo y finalmente las del Arq. Hülsz Piccone (Cuadernos de Arquitectura No. 26, 2013).
Reciba así el lector la invitación de hacer sus propias indagaciones, de mirar, preguntarse y compartir. Y de tener de esta manera cada vez mayor acceso a los registros gráficos testimoniales de objetos, hechos y personajes desaparecidos o transformados. Este ejercicio de la aproximación individual, ya sea con ojos expertos o legos, permitirá el mayor conocimiento generalizado del patrimonio edificado, objetual e inmaterial y la posibilidad de forjar opiniones individuales más informadas y con menos raíces en la imaginación.
                                                                                                 María Teresa Mézquita.
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A 100 años de un pasaje
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El pasaje de la revolución, abierto en el año 1915 por Salvador Alvarado, formó parte en su momento de una corriente de transformación arquitectónica, no exenta de polémica, por supuesto (dada la destrucción de dos capillas catedralicias y parte del Palacio Arzobispal que conllevó) pero en torno a lo cual es interesante hoy relatar el proceso que condujo al techado original del espacio, que en la actualidad, un siglo después, se encuentra también cubierto por un techo transparente, ahora de material sintético de aspecto cristalino. En 2013, un artículo titulado “Ing. Cavaliere Giacomo Piccone Martini. Diseñador y constructor del Pasaje de la Revolución” firmado por su descendiente, Guillermo A. Hülsz Piccone, y del cual extractamos algunas ideas para compartir en esta columna, se publicó en el número 26 de la revista “Cuadernos de Arquitectura”, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán y en él se describe y relata el proceso de trabajo del Ing. Santiago Piccone, italiano avecindado en México quien había participado en otras obras destacadas en nuestro país. 
Los días 30 y 31 de diciembre de 1994, año de la apertura del MACAY, el Diario de Yucatán publicó los reportajes “La transformación del Ateneo Peninsular” y “La azarosa historia del Ateneo Peninsular” en los que hizo la radiografía del edificio del arzobispado, hoy Museo Fernando García Ponce; y en los cuales se recordó la decisión de Alvarado, y se dijo que al Arq. Amábilis se le encomendó la intervención en el inmueble. Sin embargo, la identidad de los responsables del proceso de reformas del Pasaje aún permanecía desconocida. 
Giacomo (Santiago) Luigi Angelo Piccone Martini nació en San Remo, Italia, el 23 de diciembre de 1860, hijo de una familia de constructores. En Italia, en su ciudad natal, construyó un edificio de departamentos y palacete, así como un hotel en Venecia. Por circunstancias del destino que llevaron a su familia a perder la privilegiada posición que tuvo originalmente, decidió venir a “hacer la América”, continente que sería su hogar definitivo, en México. 
Ya en nuestro país, Piccone fue contratado por el gobierno federal, para colaborar en las obras del Teatro Nacional, del Palacio Legislativo (inconcluso) y otros proyectos. Fuera de la capital, para nuestro interés sobresalen las obras del Pasaje recién abierto entre las calles 58 y 60, paralelo a la 61. Según escribe Hülsz Piccone “En noviembre de1915, hizo un espacio en su colaboración en el Teatro Nacional, pues fue contratado por el Gobierno del Estado de Yucatán, encabezado por el general Salvador Alvarado para diseñar y construir el Pasaje de la Revolución en Mérida y se fue a vivir allá durante el tiempo que duró la obra”, que se prolongó por dos años y siete meses. El contrato, apunta el autor, se firmó en el Distrito Federal el 5 de octubre de 1915 y contemplaba pagar a don Santiago, como ingeniero y arquitecto, la cantidad mensual de 400 pesos. Los trabajos comenzaron a principios de noviembre de 1915. En una entrevista al Ing. Piccone mencionada en el artículo y en la que destacaba la calidad del trabajo de los operarios yucatecos contratados para todo el proceso, explicaba también que fue necesario importar materiales de los Estados Unidos, sobre todo los cristales que se usaron para cubrir el Pasaje. Además, decía en la misma entrevista, muchos llegaron rotos y hubo que solicitar reposiciones. En total se perdieron seis meses por la espera. 
Al parecer, indica el artículo, el pasaje yucateco se inspira en el famoso Pasaje Vittorio Emanuelle II de Milán, Italia, inaugurado a fines del siglo XIX “aunque en una escala y alcances bastante más modestos”. La inauguración se celebró el 5 de mayo de 1918, al concluirse los dos arcos (el de la 60 para honrar el inicio de la Revolución y el de la 58 su culminación) y la cubierta de fierro y cristales fabricados en Estados Unidos. En la ceremonia, por supuesto, estuvieron presentes el ex gobernador Salvador Alvarado, el gobernador que lo sucedió, Gral. Carlos Castro y el Ing. Santiago Piccone. El discurso inaugural corrió a cargo del poeta don Antonio Mediz Bolio.
Tras la inauguración del Pasaje en 1918, Piccone regresó a la ciudad de México y a Mérida habría vuelto quizá en octubre de 1920, para continuar con otros proyectos que se planificaron pero finalmente no se pudieron realizar. Falleció el 30 de mayo de 1924 en la capital de país. 
Por supuesto que para mayor ampliación del tema recomendamos leer el artículo completo del Arqto. Hülsz en Cuadernos de Arquitectura de Yucatán, No. 26. (2013). 
                                                                                              María Teresa Mézquita Méndez.
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ateneopeninsular · 8 years
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El Ateneo es ya centenario
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Ideas progresistas favorecieron su puesta en marcha
El hecho de cumplirse un siglo del gobierno de Salvador Alvarado en Yucatán ha generado una importante serie de actividades que procuran la revisión y reflexión en torno a la herencia de su gestión administrativa y su liderazgo en la entidad, y los efectos de su labor indudablemente renovadora y, aunque cuestionada por algunos, también hoy revalorada por muchos.
Con motivo de esta efeméride y como parte de otras actividades, por ejemplo, el viernes 8 pasado las facultades de Arquitectura y Ciencias Antropológicas de la Uady presentaron el coloquio “Caminos de una Revolución (El gobierno de Salvador Alvarado en Yucatán)” con la presentación de dos ponencias, la primera titulada “Decretos, obras y sueños, la transformación urbano arquitectónica de Mérida”, a cargo de la doctora Gladys Arana Bustillos, y la segunda con el nombre “El Ateneo Peninsular, la catedral cultural de la Revolución Social Mexicana”, que presentó el arquitecto Aercel Espadas Medina.
En este mes de enero se cumplen exactamente 100 años de la inauguración del Ateneo Peninsular, hoy sede del Macay y de la institución cultural del mismo nombre, que se organizó con anterioridad a la apertura del edificio, con ideas progresistas que deseaban promover y respaldar tanto expresiones artísticas como científicas y literarias, acorde con la visión de la Revolución Mexicana. Su junta directiva se conformó en sus orígenes con 23 miembros, bajo la presidencia de don Calixto Maldonado.
Esta asociación se organizó en 10 secciones, cada una con su propio presidente y secretario, que correspondían a los siguientes ámbitos: ciencias sociales y políticas, filosofía, artes plásticas, ciencias jurídicas, pedagogía, literatura, ciencias naturales, ciencias exactas, música y cultura física.
Hoy que se convoca a carreras y maratones para enmarcar y acompañar aniversarios y festejos, hay que saber que desde hace ya un siglo la sociedad Ateneo Peninsular organizó varias justas deportivas para celebrar su inauguración, además de una velada cultural en el teatro Peón Contreras.
Pasada la celebración, la asociación editó una memoria, en cuya portada se lee “Memoria de las fiestas inaugurales del Ateneo Peninsular celebradas en esta ciudad de Mérida, de la República Mexicana, el día primero, el dos y el seis de enero del año de mil novecientos diez y seis”.
En la mencionada publicación, la sociedad Ateneo Peninsular se presenta con el siguiente texto introductorio: “El Ateneo Peninsular, recientemente fundado en esta ciudad de Mérida, inauguró sus labores con el presente año de mil novecientos diez y seis. Su inauguración fue celebrada con diversas actuaciones de cultura física y con una gran fiesta de arte que se verificó la noche del seis de enero en el teatro Peón Conteras”.
“Para memoria de estas sus fiestas inaugurales, el ‘Ateneo’ publica este álbum, en que están recogidos los trabajos literarios que formaron parte del programa de la velada artística, así como las crónicas y grabados que a dichas fiestas se refieren”.
“Al dedicar al público estas páginas, en donde laten los primeros impulsos de su vida, el ‘Ateneo Peninsular’ quiere que aquí quede consagrado su agradecimiento a la culta sociedad de Mérida, que tan cordialmente lo ha recibido, al Sr. General don Salvador Alvarado, Gobernador de Yucatán, que de modo tan desinteresado y generoso alentó su fundación y a todas las personas que le han prestado su apoyo y estimulado con su simpatía, en los momentos de iniciar su obra de Ensueño y de Verdad”.
“Para llevarla al éxito final que merece, están inquebrantablemente dispuestos nuestro pensamiento y nuestro corazón”. Esta memoria dedica nueve páginas a las actividades deportivas, que se celebraron los días uno y dos de enero y que incluyeron carreras de obstáculos, de bicicletas, carreras de caballos, carreras de “motociclos” y de autos, así como un “match de base ball” con el equipo los “Gigantes” del Ateneo. La crónica, que reproduce lo publicado en el periódico “La Voz de la Revolución”, no escatima palabras ni epítetos positivos y festivos a la buena organización y el éxito de las actividades, que fueron coordinadas por don Francisco Gómez Rul, presidente de la sección de cultura física.
En la carrera de bicicletas resultó premiado el joven Porfirio Zetina, quien recibió cien pesos de premio; en la de caballos, “un hermoso caballo moro montado por el coronel don Rafael Moreno”; en la de motocicletas, en la que se inscribieron tres, el vencedor fue don Alonso Campos, quien condujo un motociclo marca Pope. Finalmente, en las carreras de autos, en las que se inscribieron 13 participantes, precisamente resultó vencedor el del último número, un “Hudson” conducido por don Julio Mendicuti. En el segundo lugar quedó un Pakhardt que era propiedad del general Alvarado y que “corrió su chauffeur”.
En la justa fungieron como jueces los señores don José R. Juanes Domínguez, don Arturo Millet y don Gonzalo Cámara. El señor Juanes era quien daba la señal de partida, disparando un tiro de pistola al aire, en la meta situada en la calle 47, principio del Paseo de Montejo, espacio que sirvió para la mayoría de las carreras, mientras dos bandas de música tocaban pasodobles.
Las elocuentes imágenes que acompañan el texto dicen mucho del entusiasmo de los participantes y el sentido de orden y organización en los convocantes. En la próxima columna, continuaremos con la memoria de los festejos, entonces con la velada cultural en el Peón Contreras.
                                                                                                María Teresa Mézquita Méndez
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