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Dejar un espacio en tu agenda diaria para el silencio y la calma. Ese momento es tu momento. Es el de expandirse hacia el infinito. El de nutrirse con el flujo eterno de la fuente.
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Un zaguán para descansar.
Cargo un bulto a mi espalda. A cada paso vivo un tormento. El andar se hace lento. Mis zapatos, casi desechos, no responden a las irregularidades del terreno. Encuentro en cada fuente de agua un alivio y en cada zaguán un asiento. Miro al cielo y el bulto se aligera. En cada respiración los pasos se reafirman. En una cuesta pronunciada llego a una de esas apreciadas piletas. Al acercarme a la fuente para beber, me topo con mi rostro reflejado en el agua. Bebo usando mi mano derecha como cuenco y saboreo el agua dando gracias mentalmente con los ojos cerrados. Sin embargo, la imagen de mi rostro que acabo de ver reflejada en el agua permanece viva en mi mente. Su perfil, su pelo. Sus ojos y cejas. Su gran nariz. Sus pómulos y mejillas. Sus orejas y cuello. Sus labios y quijada. Cada parte de mi cara se manifiesta. De pronto, me doy cuenta de que no había soltado el bulto ni siquiera para beber. Abro los ojos y lo deposito en el suelo. Siento el alivio de soltar la carga. Acto seguido. Observo mi cuerpo de caminante errante, que encuentra pequeños descansos en cada vado, zaguán o fuente. Me sigo observando, me observo con atención. ¿Quién soy de verdad? ¿Qué bulto es éste que cargo a mi espalda? ¿Quién mantiene estas fuentes o construye estos zaguanes? ¿Quién me ha vestido y alimentado todo este tiempo...y hacia dónde voy? Qué preguntas. Son interminables. Cómo pesan. Tanto que desgastan las suelas de mis zapatos al andar. ¿Acaso ese reflejo no es efímero como muchas otras cosas que experimentamos en la vida? ¿Será que el camino no tiene fin y no hay meta? ¿Y si el bulto de mi espalda no es otra cosa que una cantidad enorme de dudas y preocupaciones que envuelven a mi ser con gruesos y pesados ropajes humedecidos por el sufrimiento impositivo de la cultura? Y cuándo bebo de esa fuente vital. ¡Qué alivio experimento! Y cuándo descanso en ese amado zaguán ¡Cuanto poder experimento! Y si esa fuente no es otra cosa que la insondable mente despierta. Y ese zaguán la dulce práctica de sentarse a ser uno sin más. Entonce mi figura, mis ropas, mi carga desaparecen porque la fuente se instala en mi corazón y mis pies no salen del apreciado zaguán.
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