Tumgik
archy-stone · 2 years
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78 minutos
Nos despertamos al unísono.
Natalya surca con su mirada la aurora, envuelta en una bata de satén blanco, Florencia Casarsa Jane.
El amanecer veraniego se presenta resplandeciente, con cielo despejado, en una boveda tricolor, celeste, rojo y naranja, sobre el barandal se escucha el canto de un jilguero, ahora son un dueto, lasgardenias, el geranio y el jazmín, aromatizan como inciensos perennes el alborear.
Natalya se levanta, me bautiza con susurros y sonrisas de buenos días, posa sus dedos en sus labios soplando la palma de su mano, la brisa hace mella en mí y derrite mi existencia.
Cierro los ojos y río de placer, ella se da vuelta y camina con destino al desayunador, no se percata del albor que irrumpe por la ventana y la acompaña irradiando el angosto pasillo y su ser, dejando ver a trasluz sus curvas, desvistiéndola en tonos pasteles.
A su paso enciende el equipo de música, sube el volumen, cierra los ojos y escuchamos a Okean Elzy, conozco la canción, “no te vayas”.
El astro rey se pasea por el espacio dejando sus cálidos rayos de luz.
Ella sigue sin advertir la mañana, se desplaza por la habitación, tarareando la canción, despreocupada, observándome de reojo, creando misterios en cada acción, sensual, se percibe en su cara una expresión de felicidad, la miro fantaseando con poseerla, nos encontramos en miradas fogosa, nos contemplamos, reímos en silencio, templándonos en miradas perversas.
Me habla, carcomiendo sus labios, su mirada se vuelve perturbadora, se desplaza de un lugar a otro, sigilosamente, transformada en felina, convirtiendo el ambiente en una pasarela, derrochando erotismo por el departamento.
Me lleva a la cocina, prepara el desayuno, bebe un té con leche, me quedo inmóvil, como un objeto de decoración, contemplando su encanto, recorriendo con la vista, cada detalle de su ser, observando el esplendor que transmite su ser, ella se presenta despreocupada de toda situación, unta con queso crema unas tostadas y me mira, obsequiándome otra sonrisa.
Se descubre desnuda, lo sé. No deja de perderme de vista, sin expresar palabra alguna, sus ojos penetran mí ser y me descubre toda intención.
No me atrevo a romper este contexto, y enmudezco, me llamo a silencio, inerte, me desplazo junto a ella, recorro el sitio a su lado.
Se dirige al sanitario a tomar su habitual baño, deja que presencie su lavado, la contemplo en silencio, observando su piel, sus curvas y su esbelto cuerpo.
Se unge la mano con jabón líquido que disemina por todo su cuerpo, desplaza el linimento por su piel rosada, acaricia su cuerpo enjabonado con sus yemas sobre su contorno, su mano se desliza por sus brazos, resbalando entre bálsamos y shampoo todas las zonas de su esencia.
Parece excitada. Me ojea, se fricciona las manos, y me mira, mordiéndose el labio inferior. Me incita, descubro su mirada sicalíptica y cafre.
Se rocía de agua que agasaja su naturaleza, aseándola y dejándola fresca, radiante.
Distingo como las partículas de agua eclosionan y se deslizan por su cuerpo, desplazando el gel jabonoso, conmemorando a "Galatea de las esferas".
Batallo con mi erección, tratando de sobrellevar la escena, poso mi mirada al techo, buscando distracción, imagino encontrarnos en la estepa ucraniana, recorrer la península de Crimea sobre la costa septentrional del mar Negro, esperando el lubricán entre besos y propósitos.
Despabilo, tal vez por el sonido de su tropezón, la persigo, mansamente, ella retribuye mi mirada con una sonrisa, quedo perplejo, sus ojos, su mirada, su sonrisa, me cautiva y se viste delante mío.
Natalya decide hablarme. No entiendo sus palabras, me acerco a mirar sus labios, ellos se contraen, se expulsan, se desploman y vuelven, suben, bajan, mi mente está sumergida en su istmo de las fauces, no entiendo lo que trata de decirme, ella sigue emitiendo palabras que llegan como sonidos lejanos, se ríe, mirándome una vez más. Se la nota feliz. No deja de echarme un vistazo, mientras camina y ríe.
Se dirige al escritorio. Recoge sus pertenencias y las introduce en su cartera. La observo, se sonríe, me sonrió, despedazo mi silencio, y le pregunto por su tiempo. Me contesta, dialogamos, nos sonreímos y sonrojamos como adolescentes.
Natalya se apresura, parece que llega tarde a su clase de yoga, me mira fijamente y me dice, “Kohaniy”.
Quedo perplejo, me dirijo al ventanal, observo la meseta esteparia patagónica soleada, los rayos de sol aluzan la vegetación herbácea.
El sol ilumina una mata particular, resinosa con ramas leñosas y erguidas, de color verderón oscuro, envuelta en coirones, que me atrae la atención, se parece a la silueta de Natalya.
Me desplomo pensándola, caigo en mi aposento, me doy vuelta sobre la cama con el celular en la mano, miro el Skipe, llamada 78 minutos.
© as
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