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REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD EN LA ANIMACIÓN DOCUMENTAL
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Artículos para proyecto de investigación. Por Alhelí Ochoa
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Marea negra, acrílico sobre lienzo, Octavio Herrera 2024
1.1.1
SOMBRAS DE REALIDAD
Absortos, sentados en hilera, uno al lado del otro, un grupo de hombres, mujeres, jóvenes y niños, observan la enorme pared, fondo de caverna, frente a la que se encuentran.  Dan la espalda a la entrada y en la muralla rocosa que se presenta ante ellos, como un lienzo, se reflejan una serie de sombras  a diferentes intervalos de tiempo que parpadean, se agitan, se estiran, se empequeñecen, vienen y van, causando un efecto hipnótico en los espectadores.
Alguno de los miembros más pequeños del grupo se acurruca en el regazo de su madre al tiempo que observa el espectáculo y sus ojos se van cerrando, poco a poco, contra su voluntad. De súbito, gritos y risas lo lanzan a un estado de alerta, de manera instintiva trata de voltear la cabeza hacia atrás, pero la cadena que aprisiona su cuello se lo impide: en efecto, al igual que todos los habitantes de la cueva, está encadenado de tal manera que le es imposible girar hacia sus espaldas. Así pues, de manera obligada, todos los prisioneros tienen que observar eternamente las sombras en la pared. 
Uno de los hombres de edad más avanzada empieza a explicar a sus compañeros lo que están observando: las risas y gritos provienen de las sombras que están viendo, dichas sombras son seres superiores que los protegen, son los responsables de todos los fenómenos que ocurren en el mundo, -el interior de su caverna, el único que conocen y por lo tanto, el único que existe- los protegen, dictan sus nombres y dictan su destino.   Ninguno de los que están ahí encerrados ha estado antes en el exterior, así que creen en todo lo que el anciano les dice, confían en su experiencia.  
En este panorama, basado en el que Platón relata en el libro VII de la República, cierto día, uno de los jóvenes es abducido de la gruta -contra su voluntad-. Al salir de ésta, se enfrenta con la luz del sol que encandila su mirada. En tal estado no logra distinguir una pared ubicada ante sí, justo en la entrada de la caverna que él solía habitar, frente a esta pared alguien mantiene encendida una hoguera de la cual surgen enormes llamas que reflejan todo aquello que los caminantes, al pasar entre el muro y el fuego, llevan en sus hombros: muñecos de barro, animales de madera, etc., "fruslerías" diría Sócrates a Glaucón.
El joven, aún deslumbrado por la luz apenas distingue reflejos y siluetas de aquellos que lo han secuestrado, siente miedo, piensa que se encuentra ante la divinidad y que quizás su hora ha llegado o peor aún: ya está muerto. Se cubre la cara con la mano completa, cierra los ojos que aún en la oscuridad están plagados por fulgores resultado de la vista repentina de la luz.  Lucha por mantener su cabeza escondida entre sus brazos, alguien lo zangolotea, lo obliga a incorporarse, levanta la cara aún con los ojos cerrados, recibe una bofetada, de manera natural abre los ojos y se da cuenta de que su vista se ha adaptado a la nueva luz, puede observar a sus captores, reconoce en ellos seres humanos semejantes a él, le sonríen. 
Alguien le señala el cielo: el sol, justo sobre las montañas, a punto de meterse,  se presenta como un enorme círculo rojo rodeado de nubes rosadas que se extienden por el horizonte, un degradado naranja-azul va cambiando sus tonalidades hasta llegar a la cúpula celeste donde se torna oscuro, casi negro, salpicado de numerosas manchas brillantes, otro elemento desconocido resalta entre ellas. Una joven mujer enlista: la luna, estrellas, sol  y lo anima a repetir los nombres de lo que también llama astros. En voz baja intenta imitar los sonidos que le han indicado pero solo logra emitir balbuceos, sus captores ríen.  El muchacho, sin saber por qué, también ríe con ellos, estas personas le transmiten mucha paz.   
Llegan a un pueblo, el joven es encaminado a una herrería donde le quitan, no sin dificultad, los grilletes que rodean su cuello, sus muñecas y sus tobillos, Prometeo -como le han llamado- gira la cabeza hacia atrás, ¡por fin, qué placentero movimiento es este!-  Alguien le da una manta para que se cubra, le dan sandalias y curan las heridas causadas por el acero en su piel.  Está asustado y confundido  pero emocionado de todo este nuevo mundo que se presenta ante él.  
Le dan comida, bebida y le dicen: “Bienvenido al mundo real.”  
Y entonces los ve: un grupo de gente ha encendido una fogata y  bailan eufóricos en torno a ella. Prometeo no puede creer lo que sus ojos miran: las sombras de los bailarines se reflejan en el piso, se estiran y se achican se separan y se funden entre ellas, iguales a las sombras de su caverna.    Se acerca a la hoguera y observa su propia sombra reflejarse en el suelo, se inclina y trata de tocarla, solo hay tierra entre sus manos. 
Prometeo regresa al lugar donde se encuentra la caverna antes su hogar-prisión, el hombre que lo acompaña le señala un grupo de personas atravesando un puente, van cargados de muñecos con formas antropomorfas y animalescas, el puente se ubica entre un muro y una gigantesca hoguera que proyecta las formas de estos objetos, como sombras hacia un punto que su ahora benefactor le señala: el interior de la cueva.
Prometeo se siente desfallecer.  Los reflejos en la pared son esos muñecos que él y todos su compañeros de prisión consideraban como los creadores de su universo.  
– – – –
Han pasado algunos meses, Prometeo se ha integrado a su nueva comunidad, se ha relacionado con los más sabios quienes le han enseñado su idioma, le han enseñado a leer las estaciones del año y como usarlas a su favor en labores cotidianas como la agricultura, la ganadería, la pesca, etc.  ha aprendido a descifrar unos símbolos extraños plasmados sobre el cuero curtido de los animales muertos, ha aprendido los usos y costumbres de aquellos que lo adoptaron.  Esta tarde,  sentado, frente al gran sabio del pueblo se le presenta un cuestionamiento: “ahora eres libre, puedes elegir donde quieres vivir”.
“—Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio” (Platón, la República pp. 341) 
Un velo de nostalgia atraviesa su mirada: recuerda a sus padres, hermanos y amigos, los extraña pero está seguro de que no quiere volver a vivir jamás en la oscuridad, siente compasión y tristeza por ellos, para él la luz es sinónimo de libertad, de conocimiento, de sabiduría.  Tiene la conciencia de que su antigua vida en la oscuridad era un sinónimo de ignorancia, de mentira.  Y entonces se le ocurre una idea:  ¡llevar la luz a sus compañeros, sacarlos de ahí para que conozcan lo que es la vida real, la verdad! 
El gran sabio ante el que Prometeo se encuentra niega con la cabeza: -no has pensado que si regresas con tus antiguos compañeros, corres el riesgo de que no te crean, ¿no has pensado que corres el riesgo de ser tachado de mentiroso y loco? 
Prometeo lo medita por un momento: -Sí que lo he pensado, he pensado que son capaces hasta de matarme porque ¿acaso no mataría cualquiera que sintiera amenazadas sus creencias? Sin embargo, ¿no es obligación del hombre sensato, de aquel que conoce la verdad, compartirla con los que viven la oscuridad?
-¿Y tú serás esa especie de mesías, aquel que lleva a luz al pueblo de la oscuridad?  
Prometeo se levanta decidido y mirando de frente a su interlocutor repite la misma pregunta que Platón en su República :
-”¿seremos injustos con ellos y les haremos vivir mal cuando pueden hacerlo mejor?” (Platón p. 345)
“en el alma de cada uno hay el poder de aprender y el órgano para ello, y que, así como el ojo no puede volverse hacia la luz y dejar las tinieblas si no gira todo el cuerpo, del mismo modo hay que volverse desde lo que tiene génesis con toda el alma, hasta que llegue a ser capaz de soportar la contemplación de lo que es, y lo más luminoso de lo que es, que es lo que llamamos el Bien.”
Prometeo partió esa mañana. No se sabe si fue muerto por sus compañeros prisioneros, si fue encadenado con ellos una vez más o se quedó ahí por su voluntad, pero jamás volvió con los hombres libres.
Texto por Alhelí Ochoa.
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