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Amor en tiempos de crisis
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Basado en hechos reales. Por Chus López
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ADIÓS
La ansiedad es un camino tortuoso lleno de peajes caros, caros de cojones. Te balanceas sobre el abismo emocional bajo la brisa de kilos de mierda que caen en tu cara y te dejan la ropa manchada y el cuerpo magullado. A todas las personas que conozco les deseo pasar por el proceso de la ansiedad porque te libera de aquella levedad del ser que prefiere apostar por lo políticamente incorrecto. Es brutal, de verdad.
La renuncia a muchos hábitos, a muchas personas y a muchas cosas que pensabas que eran imprescindibles en tu día a día y resulta que no tenían la más mínima importancia. Mantenias tanto a base de la cordialidad y del quedar bien que ya no te acordabas a qué venía tanta hipocresía. La descarga social te deja ver tan llano el pasto que ahora piensas en cómo montar un nuevo establo con el rebaño.
Mi nuevo yo ya ha dejado a muchas personas en la cuneta, sin necesidad de llamar a la grúa para un hipotético caso de emergencia. El lastre ya está soltado, sin más whatsaaps ni llamados. Piensa fríamente que te he dado la pata, no habrá rencor, sino buenas palabras y una leve sonrisa en forma de recuerdo, depende del día, claro.
Cómo aquel niño que se hace la colección de cromos de la Liga en dos días y deja a la familia en la bancarrota, el agujero en sus agendas ya no se llenará ni con cubos ni con arena ni con palas. Unos se van y otros llegan en la Tratoría del Tío Chus, el que dice las cosas claras. Ser políticamente correcto no me aporta nada y, por tanto, seguiré con los compases del gran Jeff Gambardella en La Gran Belleza. La vida es breve y no merece la pena ser vivida en momentos que ya no te aportan absolutamente nada.
Esta es la forma más educada que tengo de decir las cosas, a base de literatura. Un vivir en la escritura que a lo largo de las cincuenta entregas de mi cosmovisión del mundo he dado forma a dos intensos años. He dicho cosas que quería y que sentía fruto de una necesidad interior que se ha convertido en imprescindible. Hoy dejo mi diario y me dedico a otros retos más templarios. Otras escrituras de mayor calado pero en el mismo nivel de proeza y de supervivencia.
Hoy he dado la vuelta al calcetín y he completado un camino lleno de obstáculos. Gracias ansiedad por dejarme volar libremente y con sentido común. Las personas que llegaron son bienvenidas, las que se mantienen son pilares y las que se han ido las he bloqueado. Tal como dice Finica la Faraona: “Al pan, pan y al vino, vino.” Sin más dilación os digo Adiós, sin un Hasta luego y sigo rumbo a mi espectacular aventura, LA VIDA.
Fin de la cita.
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LA RAZÓN
Son eternas fotocopias los que viven anclados en sus ideales. Nada, absolutamente nada, se parece a su selfie ni a su inmortalizado momento de la vida. Aburguesados, sin más interés de ver pasar los días desde el sofá y a golpe de red social destruir cada opinión y darse por entera satisfacción con la risa fácil o el linchamiento masivo. Siguen en sus días, gozando de la soberbia que siempre les da la razón, pues saben que su posición social se la da.
En ese aburguesamiento, unos llevan la razón y otros intentan llevarla.  Entre la multitud de banderas, comentarios e improperios, justifican su relato como el más digno y el más laureado, ya que tienen la razón. Y cuando uno ve cada una de esas escenas diarias y cómicas que no se basan en ningún tipo de sufrimiento dictatorial, pues mi abuela compartía gachas y barraca con cinco hermanos, se atreven a justificar tanta calamidad por los años de los años, por la historia de las historias. AMÉN.
Los de allí porque son de allí y los de aquí porque son de aquí. Los de la equidistancia callan. El silencio es parte del complot, de la escena y de la cagalera que me entra cada vez que veo una de esas escenas en televisión y de la manipulación que brindan los medios de comunicación a tanto toro pasado y a tanto sufridor. El desplante viene engominado con tintes de Falange Española y los lazos experimentan su multiplicación porque todos somos presos. A mí tanto bochorno me produce una gran pena. En un mundo tan glocalizado no entiendo en los que se afanan a dividir y a partirse la cara por unos políticos, que a mi parecer, viven de puta madre.
Los mártires, ya sean lo de allí porque son los de allí y los de aquí porque son de aquí, me producen unas nauseas que ni te cuento. Me parece que más bien pocos, poquísimos, se han visto en barracas y en repartirse las gachas. Y cortarme, no me corto, porque con la que está cayendo da pena que nos miremos los unos a los otros, mientras los de arriba, vitorean en sus plazas. Y por decirlo finamente, a mí la CUP se me queda en el centro político. Dígase centro, como el centro que pregona Albert Rivera, con la estela de Macron. Vamos, que para ir en contra de todo, mucho de ideología y poco de aplicarla en casa. Es muy fácil hablar de comunismo, socialismo, neoliberalismo, leninismo, fascismo, democracia, libertad si en tu misma ciudad desconoces lo que pasa. En muchos barrios haces turismo y se te quedan fuera tantas plazas.
Política, religión y fútbol. Da de comer que el circo no se acaba. Y en el día a día, tira de red social y te haces de los inconformistas, porque bien sabes que el conformismo es la barbarie de los tiempos que acechan. Y, así, entre concierto, gin-tonic y partidito te das cuenta que la vida está muy bien, que los ideales valen la pena. Abres tu red social repartes a diestro y siniestro, sentencias a más de uno y consigues ser aquel gran justiciero de Marvel que tanto admirabas.  En un mundo tan glocalizado no entiendo de fronteras, de tradiciones, de razas, de sexos ni de religiones, todo está en marcha y todo cambia. Sin embargo, los de allí y los de aquí siguen en sus días, gozando de la soberbia que siempre les da la razón, pues saben que su  posición social se la da.
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LA OBRA
Amanecia que no era poco. Las legañas pegadas a mis ojos y una trempera matutina de espanto. Un par de achuchones de mi padre y sin darme cuenta ya estaba de paquete en la a moto. Estallaban chispas a nuestra entrada porque el caporal de la obra ya había dado la señal de empezar la mañana.
Yo me toqué los huevos con insistencia y escupí al suelo. Allí lo hacía todo el mundo, así que me dije: “Esto debe ser cosa de adultos”. Para entonces yo ya sacaba buenas notas en la escuela. Vale la pena decir que siempre fui buen estudiante, pero los baños de realidad que me daban en casa me ayudaron a pelarme los codos en cualquier escritorio con libro presentado.
Fue mi primer trabajo y puedo jurar y perjurar que Camela no sonaba en la a radio. Para mi asombro los 40 principales petaban los altavoces de la a radio y los chispas, los electricistas, entonaban los himnos en el andamio. A cada paso de mujer ejecutiva llovía un poema que ni Machado. Era verano y muchos deliraban entre chorretones de sudor, al más puro estilo Martin Sheen en Apocalypsis Now.
No pude ser un niño bien y empecé en esto del trabajar, del curro, del currele, con dieciséis años. Hice ruta por las Cataluñas y me entregué al proletariado. Hoy se me sigue poniendo dura con los himnos de la Red Army y es que yo siempre creí que Iván Drago también podía correr por las calles de Filadelfia junto a Rocky Balboa.
Cargar conductos de aire acondicionado en chapa te dejaba las manos bonitas, pero bonitas. El cuento era real y Alicia no vendría a salvarme, porque para entonces iba escotada al mejor postor y fumaba cajetillas de Malboro. El júbilo llegaba con la hora de la comida donde la imaginación daba rienda suelta a un humor de alto estanding. Mientras unos comíamos, otros ya sacaban premio en la máquina de los Corsarios. El ruido de las monedas al caer se mezclaban con las risas de tribuna, de café, copa y puro.
Y así, entre siestas en tablas de madera, y tardes de moriña, se acababa la jornada laboral. Volvíamos al barrio en la a moto, cansados de soñar fuera del extrarradio. Mi padre le daba a fondo al gas y cuando cerraba los ojos de cansancio apretaba mis brazos contra su pecho. Él volaba como un superhéroe y yo no me separaba de su espalda, soñando que jugaba entre luces, cámara y acción.
Por prescripción médica, el superhéroe colgó la capa y a la prole nos tocó tirar del carro de Manolo Escobar. Con aires de copla a lo María del Monte, cantamos al amor a la sombra de los pinos mientras no parábamos de dignificarnos con esto del trabajar, del curro y del currele. Nunca se me ha caído un anillo y siempre me he arremangado la sudadera y los bajos, haya o no haya barro.
La capa sigue intacta en su lugar, con algo más de polvo pero aguantando el temporal. Alicia ya se ha quitado de lo suyo y se ha reciclado con un curso del paro. Ahora trabaja en el Día de aquí al lado. Mientras las acciones de Malboro caen en picado, ya tengo los huevos pelados para mirar cara a cara a los enemigos del proletariado: algunos especuladores, otros impostados y muchos subnormales.
La prepotencia se contagia mientras el ruido de las monedas cae y se mezcla con las risas de tribuna, de café, copa y puro. Cuando cae la noche baja la plaga de jabalíes a buscar algo de comer entre los containers y los últimos mohicanos atravesamos la ciudad para hacer notar nuestro aliento sobre la nuca de los que ríen y siguen riendo. Estremeciendo sus cuerpos y rompiendo sus sueños, su descanso. Y es que la capa sigue colgada, sin dejarnos olvidar, que todo cambia para seguir igual.
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NAVIDAD Nací pobre, con pañal Dodot y restos de jaco en la fuente que nos daba de beber en el parque donde disputábamos nuestros torneillos de fútbol. La maternidad de la Vall d’Hebrón no era el portal de Belén, pero para entonces muchos ya se estaban metiendo toda la blanca Navidad por las fosas nasales. Ser familiar está hecho para los hombres duros. Yo, como decía El Fari, soy un hombre blandengue. El carro de la compra lo lleno a medias, porque me gusta ser sincero durante los trescientos sesenta y cinco días del año y no comprar demás porque estamos en Navidad. La familia es un concepto que se me atraganta, básicamente porque no me la dejaron escoger. Vaya por delante que mi familia es de otro corte moral, para que discutir si puedes pelear. Es ejemplar. Con la Navidad y Las Fiestas llega el despilfarro. Mirar por encima del hombro al mendigo que no se lo supo montar bien para llegar a fin de mes. Y hacerse un selfie en La Cabalgata de los Reyes, mientras otra vez sale ese colgado de la cresta rubia a lo Taxi Driver en un discreto segundo plano. Al final, voy a cobrar por los derechos de imagen acumulados en las fotos que llevo protagonizando en los iPhones y Smartphones de toda Cataluña, parte de Madrid y la costa alicantina. Dicen que tengo el carácter de mi padre y el físico de mi abuelo paterno, y por muchos años! Para una herencia que tengo, la biológica, no le vamos a hacer ascos. Sumido en el colocón de los villancicos y con la chispa humorística que ya me dan dos vasos de Lambrusco, es fácil abrazar y dar besos a tus allegados, total, si no los veré hasta de aquí un año. Mientras, al niño ya le han comprado toda la saga de peluches de La Patrulla Canina y abre los regalos como si estuviera poseído. Yo me pregunto qué pasará con aquellos niños etíopes que controlaban el ganado a golpe de ramalazo. Y para ramalazo el de Elton John, que suena en mi playlist con Your Soung mientras me meto un menú de clase preferente entre pecho y espalda. Y es que el dinero no lo es todo en la vida, pero te la facilita y te abre puertas. Me siento como un cowboy que marca paquete y con su chapa de Sheriff quiere poner orden en todas las injusticias de este mundo. Está claro que mis mensajes no interesan lo más mínimo entre los comensales de mis amadas reuniones navideñas. Para un ratito tranquilo que tenemos, no toques los huevos con lo tuyo. Eso sí, los Whatsaaps se inundan con el negro y ese prominente rabo largo. No es tiempo para intelectuales. Muchas ya han abrazado sus verdades y para que ponerlas en duda si tienen la mesa llena de turrones Doñana y langostinos. Además, se está montando una jarana que ni Peret ni la rumba catalana. El Muerto está Vivo, sino qué se lo digan a Rajoy con Puigdemont. Para banquete navideño, el de Junqueras en la cárcel, entrecot y profiteroles, y vámonos! Suena El Borriquito, el papel de regalo ya no deja entrever el enracholado de las casas y el amor se cuenta por bultos, a precio de mercado. Belén, Belén, Campanas de Belén, Esteban. Wenstein mete mano y la igualdad de sexos no existe para Woody Allen. El mensaje de Felipito rompe la disputa sobre el independentismo y Trump resulta que ha vuelto a twittear. El año que se nos va ha estado entretenido y el que viene se presume apretado. Para cuando me doy cuenta, me han llenado la copa de cava catalán y no hay pausa para las risas que no nos dejan hablar de lo realmente importante, lo que nos tenemos que decir los unos a los otros cara a cara. Se nos acumulan los temas que no somos capaces de abordar. Todos han vuelto a sus pantallas táctiles, en cualquier formato y lugar. Yo me he abrillantado la chapa de Sheriff y me he asegurado mi pañal Dodot, por lo que pueda pasar. Unos se meten toda la blanca Navidad y otros dan a luz en la maternidad. Para todos suenan las campanas que indican la llegada de un año nuevo. Espero que lo podamos abordar con otro corte moral, para entonces yo seguiré: Feo, Fuerte y Formal.
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IKEA Hace poco rompí uno de mis valiosos mandamientos. Me rasgué las vestiduras y me remangué las mangas. Objetivo: lámpara de comedor. Entré en IKEA, dí una voltereta sobre mí mismo, piboté sobre mi pie derecho, sorteé a una pareja de jóvenes que iba a dos por hora por el carril rápido y llegué al vestíbulo. A una abuela la habían dejado aparcada y sin intermitente en los asientos de la entrada. Dos mujeres discutían mientras sus hijos exploraban la posibilidad de quemar toda la nave. Una madre pasaba con su hijo a la zona de camas elásticas y, en segundo plano, ví a unos niños chillando como la niña de El Exorcista mientras se marcaban unos ejercicios de 9.2 en suelo. Sí, es posible hacer las dos cosas a la vez. Ellos lo consiguen. Al pasar por el parque temático, ví el enjambre de gente haciendo cola para pagar. Estaban aletargados e inmersos en una situación de emociones encontradas, entre la felicidad y el cabreo por conseguir su deseado sofá. Ellos sabían que el precio a pagar era una larga cola de no menos de media hora y aguantarse los unos a los otros en el paraíso del ‘hágaselo usted mismo’. Las riadas de gente seguían la señalización y a paso firme, como un batallón, se chocaban contra mí. Pensé si todo el mundo se había vuelto loco. Cuando me dí cuenta, resulta que iba en sentido contrario, y, si os digo la verdad, me entró un cosquilleo tan curioso por los huevos, que me dije a mi mismo: ¡Como te gusta ir a contracorriente! Llegué a un ordenador donde mi primer paso fue descubrir cómo iba el intranet de IKEA. Probé con la tecla intro, ni puto caso. Después volví a golpear con más fuerza y con dos ráfagas seguidas sobre la misma tecla, ni puto caso. Había perdido la partida. Fuí hacía otro ordenador, golpeé el intro y cambió el panel de opciones de la pantalla. Me dije a mí mismo: ‘Como se nota que tienes estudios, ¡lo estás petando!’. Con ese sentimiento de euforia desmesurada, introduje el código del producto que con mucho esmero había buscado previamente por Internet. El resultado marcó su ubicación en aquella gran nave: ‘Sección Iluminación’. Pensé: ‘¡Genial! Pero, ¿dónde coño para esa sección?’. Total, me fui al stand impersonalizado donde dos trabajadores la mar de expresivos y simpáticos, me indicaron, con ciertos suspiros intermitentes en su enésimo acto de caridad de la tarde: ‘A mitad camino, a la izquierda’. Bien, estaba eufórico porque ya tenía toda la información que deseaba. Sin embargo, al girarme, vi a toda esa riada de gente que venía hacía mí. De nuevo, se me repitió ese curioso cosquilleo en los huevos. Arranqué con gesto decidido y desafiante hacia ellos. Tras varias piruetas y figuras propias del Ballet Nacional Ruso, llegué a la zona de iluminación. Mi lámpara estaba expuesta en dos colores. Identifiqué el número que a pie de página estaba relacionado con mi artículo. Busqué el número entre las cajas. Y: ‘¡Eureka!’. Ya lo tenía. Me faltaron las correspondientes bombillas que logré identificar con facilidad. Dada mi inseguridad y para no liarla, pregunté a dos trabajadores, esta vez mucho más simpáticos, si las bombillas dibujadas en el bulto de la caja eran las mismas que sostenía con las manos. Rieron y me afirmaron que: ‘SÍ’. ¡Bien! Ahora lo estaba petando, pero de verdad. Dí media vuelta y, de pronto, me dí cuenta que formaba parte de aquella riada de gente. Me dije a mí mismo: ‘¡Qué desfachatez!’. Así que, al estilo Billy Elliot, metí primera y después cuarta hasta llegar a la zona de cajas. Como no quería sufrir emociones encontradas por obtener mi lámpara, me fui a la zona de ‘Cajas Exprés’. Cada uno se las apañaba como podía. Una pareja buscaba desesperadamente los códigos de los artículos en las cajas de sus productos para escanearlos. Resulta que habían marcado de más, mal. Para cuando ví a diferentes almas vagando por la zona de ‘Cajas Exprés’ buscando ayuda, yo ya había hecho lo mío. Salí sonriente y orgulloso de mí mismo. Pasé por la zona de café, pastas y comidas, donde la gente ya pasaba literalmente todo el día en ese mismo ecosistema, esa nave. Llegué a lo que era la salida, que yo inocentemente y en el inicio de mi relato pensaba que era la entrada. La abuela seguía aparcada, me senté a su lado, en un banco. Suspiré, descansé y pensé: ‘Ahora todos vamos a tener las mismas casas con la misma decoración, pero y lo barata que me ha salido mi lámpara’. Se me acercó una señora pidiéndome dinero. Le dije que no con la cabeza y pensé para mí mismo: ‘Si te cuento que tarde llevo…’
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GENTE MAYOR Los abuelos lo petan. De vueltas con y de todo, van sin filtros por la vida. Con los años, saben qué pie calzan y no están para hostias ni para ser políticamente correctos. Son más peligrosos, solos, que en manada. Algunos huelen a meado reseco y otros a carajillo de las nueve de la mañana. Gritan en los pasillos del metro y de los ambulatorios. Se presentan a la visita de la médica una hora antes de lo estipulado. Reclaman lo que es suyo y meten codo al subir al bus para asegurar su Santo Grial, su asiento reservado. Hablan solos o con el primero que pasa por la parada. Son muy vivos y a la que menos te lo esperas, ya te han colocado un lección de vida, y sin cobrar entrada. Unos van con bastón, otros con taca-taca y los más suertudos a lo San Fernando, un ratito a pie y otro andando. Van de etiqueta, camisa clásica de jubilado, cinturón y pantalón de pinza. El bolígrafo asoma en el bolsillo pequeño de la camisa. Y a falta de tinta, un paquete de Ducados y un palillo para urgencias. Silban allí donde vayan y le chillan al interfono, al móvil. Pasan por delante de la amoto en el paso de cebra y se hacen una afoto con su grupo del inserso. Se levantan a las seis de la mañana por si les pilla la vida girada y bailan el pasodoble con aires chulescos. Los peinados de redecilla engalanan sus cabezas y se piden tanda en la peluquería una semana sí y a la otra también. Te pasan veinte euros como si de hachís se tratara. Leen el diario en la biblioteca y ven subir los cimientos de las obras, junto al bar La Parada. Colocan su silla en la puerta de casa y cascan hasta bien entrada la madrugada. Cuando abren la boca, todo el mundo calla en casa. Te cuentan historias de, durante y después de la Guerra Civil. Empiezan su partida con un pito doble y la cierran a chatitos de vino. Te llenan la cafetería a las cuatro de la tarde y se pegan unos paseos que ni en el Kilimanjaro. Son entrañables y juegan a las cartas. Con una madeja de hilo te hacen un jersey a rayas. Los hay que se enteran de todo y los que no, los tratan como a residuos de la residencia privada. Aparcan en la cuneta a aquellos que ya no son productivos para esta sociedad esclava. Conscientes, comprometidos y con tiempo, atesoran todo aquello que los adultos anhelamos, son yayoflautas. Se olvidaron de contar las canas y, en verano, clavan silla en primera línea de mar, no vaya a ser que les roben la playa. La cruz de carabaca cuelga de sus camisas entreabiertas y pobre de ti que te acabes el plato de arroz porque luego te espera una fuente de ternera a la brasa. No entienden de racionalizar y te sacan provecho de una televisión que todavía va a dos canales. Se ponen la aradio y tapan la barriga con la faja. Suelen tener buen humor y sueltan capotes improvisados a cada uno de sus nietos. Son de Cine de Barrio y de escuchar a Joselito, a toda tralla. Don Manuel Escobar es uno de sus referentes y para la saeta clásica apuestan por Juanito Valderrama. Caen redondos en la siesta y como te descuides se escucha una traca en pleno ascenso a la cuarta planta. No siguen los consejos médicos y como te descuides un segundo te han pintado la cara. Suelen votar al mismo partido, haga lo que haga. Y suelen tener riñas políticas con sus hijos y con los que vengan a su mesa. Siempre están disponibles y te lo dan todo de su humilde morada. Muchos han capeado la crisis por su ayuda. Cuidan de todos y de ellos mismos. Se toman la pastilla para la tensión y rompen el auricular del fijo después de una hora larga. Siempre te quieren para su nieta, te la presentan y te hacen tomar el café junto a su familia y en su mesa. Se lo piensan unos segundos y cuando van a hablar, todos los miran, los admiran y callan.
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SEXUAL
Tengo la edad de Cristo, soy macho y ayer me vino la regla. Con tanto patriarcado y tanto abuso sexual, estoy en uno de mis días. Soy más sensible que muchas féminas y no creo en los sexos. La mujer ya sale de la cocina y no le cae ninguna ostia. El hombre cuida de la prole y plancha silbando, hasta se hace las camisas.
Transexual, intersexual, asexual, sapiosexual, metrosexual, hipersexual, bisexual, homosexual, heterosexual y monitor de gimnasio, perdón, qué lío! Esto último es de otro texto...Me pongo las gallumbos y me cubro el manubrio. Tenso los pectorales mientras me miro al espejo. Así, a primera vista, tengo mi rollo, yo me daba a mi mismo.
Saco la cuchilla y me depilo. Me quito mi capa de Gore-Tex y me quedo como mi madre me trajo al mundo, depilación integral, se llama. Hace unas décadas esto era impensable, gay, me dirían algunas veces y maricón, otras tantas. Hoy es el pan de cada día, yo no lo hago para estar buenorro, sino porque sudo como un cabrón. Antes, mi especialidad era dibujar la Península Ibérica y las Islas Baleares en mi camiseta, hasta aparecía el Guadiana. Hoy la cosa ha cambiado sustancialmente y sólo me salen las Islas Canarias.
Me rasuro mi barba vikinga y me pongo el tinte, rubio platino. Me compro el Lecturas y la Pronto, para sentirme en casa como en la peluquería. Se acaba el tiempo y cuando me aclaro la cresta, estoy que lo peto, parezco venido del Estocolmo profundo. Me pongo mis pantalones de colores y saco mi abanico. Si pega la flama en el metro, lo mejor es tirar de recursos. Prefiero ser un miembro más de Locomía que volver a mis orígenes, con la Península Ibérica y las Islas Baleares.
En estos tiempos, la imagen es primordial. Al final consigo escoger uno de mis selfies después de cincuenta intentos, de dejarme el cuello, coordinar toda la escenografía de Broadway y tirar la foto en un ángulo inverosímil. No soy de marcar paquetorro ni de ponerme camisetas dos tallas más pequeñas, pero cuando la emergencia aprieta, pues aprieta, y para lo demás Instagram. Hay algunos que chillan a las mujeres en la calle y hay chiquillas que se tapan la cara con las tetas.
El culto al cuerpo y lo sexual impregna nuestro día a día y no es casualidad que la gente grite en el gimnasio como si no hubiera un mañana mientras se miran al espejo y levan peso. Hay marcas que venden con Lolitas y con tanto runner ¿a dónde queremos llegar? Es bueno correr pero pegarse una maratón un día sí y al otro también, pues: 'Permíteme dudarlo!' Así que un poco de relax, por favor. Todo se lleva al extremo y cuando nos hemos querido dar cuenta resulta que a uno de los Weinstein le gustaba y le gusta refregar cebolleta con sus musas.
Los escándalos sexuales llenan las portadas y parece que para ciertos artistas, como Woody Allen y Roman Polanski, hay inmunidad. Por mí, que los metan en una celda de aislamiento. Soy feminista en potencia, la mujer tiene que luchar contra tantos prejuicios y nosotros, por el simple hecho de tener paquete, lo tenemos todo hecho. También debo decir que hablar sólo en el femenino del plural no es lo mío. Negar al sexo opuesto y otras opciones es violento, no tener en cuenta la diversidad.
En nuestro entorno, tan sexual, todo es tan difuso y confuso, que resulta que muchos se hacían pajillas mientras las mujeres de su entorno le enseñaban pechuga y/o conejo. Más de uno ya está pagando las consecuencias de sus actos. Y resulta que no sólo es una cosa de heteros, es un cáncer que se extiende por todo el mundo, y, si no, que se lo digan a Kevin Spacey. Por suerte, dicen que las cosas están cambiando: '¡Permíteme dudarlo!' Así que un poco de relax, por favor.
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PASAPALABRA
Encantado de haberme conocido. Consulto las páginas digitales e interiores de los diarios más populares. La entrada a casa te la da Belén Esteban berreando. El cambio de canal me revienta el tímpano y es que se ve que han vuelto a programar Fast&Furios, cine de culto y serie B. Hacen edredoning y se magrean que da gusto. Se hace tan explícita la violencia verbal, que de tanta ignorancia a más de uno les han llegado a denunciar.
El chavón que sigue la teleserie ha tenido que exiliarse al horario de las cuatro de la tarde. Nuestras eternas ojeras no disponen del menor intento por cambiar de canal. Pasen y vean, Bertín Osborne aguanta el tirón, mientras Jesulín todavía te canta aquello de: “¡Toa! ¡Toa! ¡Toa! ¡Te necesito toa!”. Y cuando crees que ya lo has visto todo, llegas a la portada del Ara y de La Razón y encuentras ganas de tirarte a la vía, mejor la de la Renfe, la de las Cercanías de Barcelona, así me da tiempo a pensárselo, pedirme una caña e ir al baño.
Camacho comenta los partidos de la Roja, como si el tiempo no hubiera pasado desde el Mundial de 1994. La sobaquera canta y no estamos para aguantar comentarios de un carajillero. El telenoticias dedica media hora de reloj al Cataluña contra España, o al España contra Cataluña. Nunca llegamos a la sección internacional y ya estamos comentando si Cristiano Ronaldo caga duro o blando. Para cuando me quiero dar cuenta ya tengo los mejores trucos para descubrir las series que vienen en el próximo 2018, y yo con estos pelos y sin ver ningún serial que me ponga cachondo.
Cuando cambio de canal descubro que España ni Cataluña han avanzado tanto como me había pensado y me habían hecho creer. Estamos encaprichados en ese suéter vintage que no te quitas ni para bodas, bautizos y comuniones. Y es que cuando GH empieza, ponte a temblar, que se vienen ondonadas de ostias, insultos y vete tú a saber si se acuerdan de tu madre. Cine de barrio te coplea con Joselito y en lo más ancho del ruedo viene Augusta, la Vaquilla que Asusta, con los bolos, la patata caliente y Villarriba o Villabajo, según se mire, en el Gran Prix.
Para la hora antes de comer nos cascamos La Ruleta de la Fortuna y para después Saber y Ganar. Te bajas los decibelios con los anuncios al por mayor de los diarios. La mejor sección es la de Gente, pero Gente que tira patrás. Para cuando te quieres dar cuenta, te descubres mirando anuncios de La Tienda en Casa. El suicidio se acerca. Y es que para entonces te asustan con aquello de que adoctrinan a los niños. Ya no juegan a ladrones y policías, sino a fachas e indepes, que cubre un espectro más cercano de la actualidad.
Malú ya se ha hecho su equipo en La Voz y al Corbacho se le ha pasado la bechamel en Máster Chef. Lo que hay suelto sin medicación en el First Dates. Me pregunto:¿TV1 y TV3 cuántos años hace que están intervenidas? Parece que han hecho un sopar de carmañola, cena de fiambrera, y se han metido en los colegios a hacer colonias. Ya no deben quedar casas rurales porque la Guardia Civil duerme con Piolín y la Warner. Tengo la oreja carcomida por tanto Manolo Escobar y Lluís Llach. La verdad es que ING Direct hace tiempo que se anuncia sin cambiar.
Descubro que dan tenis en TeleDeporte. ¡Vamos Rafa! ¡Tírate a la vía! ¡Ay, no! Esto no toca...La medicación me pasa factura y todo para no acabar como carne de First Dates. Yo ya vivo enamorado, de la mía, mi Vikinga, y de eso, de la vida. Cuento los channels que tiene el pantallón y resulta que ya puedo lanzar vídeos a la tele. Porno, no, que denigra y atrae a partes iguales. La pornotv se satisface con Corazón Corazón. Si te sobra chatarra, vendela en la MTV, y si no sabes en qué gastar mil euros ves a Rosa Clará. Un poco de champán, unas rayas y se ve todo blanco, de un blanco Vip Express.
Resulta que le pagan a la gente por sobrevivir en una isla. Se ve que se han inspirado en las familias de las periferias, ya sea de Barcelona o de Madrid. Da igual, todas tienen el mismo mobiliario. Parece que va a cantar una Drag Queen. Debo de estar muy mal porque acaban de decir que es Lady Gaga. No me entero de lo que se lleva, ni de géneros. Total, hubo una época que me pensaba que era gay, más promiscuo y sin fronteras en el pensar. Sin embargo, han vuelto a poner Dirty Dancing y me he puesto a practicar mi famoso paso, el crushaito.
Entran tantas gentes al Mercadona como a Soto del Real. Anuncian Bifidus Activo y hace tiempo que la masa, la muchedumbre se ha abierto en canal, se ha abierto el ojal. La vida es perfecta, te lo dice facebook, twitter e instagram. Me parece que voy muy del revés, porque siempre pregono mis miserias, total, no tengo nada que esconder. Me fascina el negro de pelo en pecho de Bonnie M y ya no te digo de Tino Casal. El granjero busca esposa y parece que Ryan Gosling empezó a hablar con Drive. Beckham anuncia ropa y Madonna cierra bocas. Si eres anónimo te puedes convertir en youtuber, acumular visitas y amasar fortuna.
Me dieron un Me Gusta y me puse tó loco a comentar. ¡Es gratis! Ver los partidos del Barça en tribuna aburre, soberanamente. ¿Cuántos coches llevan anunciados? Dicen que se puede conocer a un hombre por su auto. Pues yo voy andando, así que a cascarla. Para cuando quiero apagar la tv me doy cuenta que me he culturizado y controlo un poco de todo. Soy lo más, soy genial. Abro el facebook, el twitter y el instagram. Salgo a la calle, mirando mi smartphone. Han atropellado a una vieja y va la jodida y me mancha mis bambas personalizadas de Amazon. Curvo mi cuello como un flamenco, me rebota la luz de la pantalla en mis gafas. Levanto la cabeza y un chico, rubio, con cresta y con pintas raras me golpea duramente en la cara. Despierta. Pasapalabra.
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LAS GAFAS
Cuando pienso en los episodios más trascendentales de la vida, siempre me vienen a la cabeza situaciones de humor: una vía de escape a la relatividad de las cosas y las personas en este maravilloso camino de la existencia. Y, claro, joder, ¡que todo es relativo! Depende de las gafas que me ponga para verlo.
Por suerte, soy un gran ignorante de la vida y un profundo borderline en muchos temas. ¡Es fantástico! ¡Me quedan tantas cosas por aprender! Sin embargo, lo que sé seguro es que no soy equidistante, ni de la mayoría silenciosa, ni me voy a callar porque mi opinión no se vaya a tener en cuenta ni sea del gusto de todos. No, yo también tengo mi postura y no permito que nadie me lo arrebate. Al grano, con las banderas, los himnos y las tradiciones me entra cagalera y me limpio el culo.
La historia se repite y las cargas policiales son las mismas. Hace unos cinco años los Mossos, nuestro querido cuerpo policial (que La Moreneta los tenga en su gloria) repartían estopa de la buena en las manifestaciones pacíficas del 15-M. Aquel día no lloraron en el hombro de los ciudadanos. Los heridos no tenían tanta importancia, al fín y al cabo, eran unos cuantos perroflautas. Hace unos días, la Guardia Civil (venida del Lado Oscuro de la Fuerza) repartió estopa a los manifestantes en favor del referéndum. En este caso, era indignante. Los heridos eran mis hermanos, mis compatriotas y los protagonistas de una revolución social de gran calibre y sin precedentes en la democracia española. Ambos casos me han indignado. La cosa cambia según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y la corrupción es la misma. Hace poco teníamos los ojos inyectados en sangre porque el Partido Popular no paraba de cosechar casos de corrupción a un lado y a otro de la Península Ibérica y de sus islas. Nuestro eterno padre, Jordi Pujol, las sedes de Convergència intervenidas y el sonado tres per cent nos la traen bien floja. Todo está legitimado en favor de la libertad de un pueblo escogido. Monta tanto, tanto monta, es lo mismo. La cosa también cambia según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y los tics nacionalsocialistas vuelven. El PP es el partido garante de un modelo antiguo gestado durante la dictadura. Estamos en una pseudodemocracia gracias al trabajo de Fraga y a otros colegas de Paco, Paquito, Franco. La represión contra las masas es inadmisible y la Constitución Española es un trozo de papel arcaico y con poco atractivo en las cuentas de Instagram. Después de cuarenta años,¡tiene que dar un paso al lado! Por otro lado, se omite reiteradamente a esa mayoría silenciosa, los unionistas, o mal llamados, demócratas. En ese mismo saco estamos todos, hasta los que tenemos otra postura diferente, más allá de los dos bandos. Eso quiere decir que estoy en contra de todos, o con unos, o con otros. Tengo que elegir, joder, ¡qué mal fario! La cosa cambia según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y se hacen castellers, se hace pa amb tomàquet con ese buen all i oli. Comemos sopa de galets y canalones al son de las nadales, los clásicos villancicos. Me casco una sardana y arreando. Pero los pies se me van al flamenco, me veo besando la rojigualda, comiendo paella los jueves, exaltando a José Tomás, marcando paquete en la Plaza España y cantando aquello de: “¡Yo soy español, español, español!” Con TVE1 y TV3 me entran ganas de potar, ¡qué horror! Las cosas cambian según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y en el último minuto, como Iniesta para el Barça o Sergio Ramos para el Madrid, PdeCat nos mete otro golazo por la escuadra. Deja la independencia en el congelador y se carga todas las ilusiones de ese pueblo entregado a la causa. Del otro lado, el odio crece ante los catalanes de una manera vertiginosa. El discurso de Rajoy ha calado y en aquella, la otra realidad paralela, se ha convertido en un hit. Estamos en ese bucle en el que las fuerzas independentistas del Parlament se han instaurado. Ya, vale, ¿no? Cansinos... Las cosas cambian según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y las manifestaciones llegan a las calles. Las riadas de gente ocupan el centro de Barcelona y ya tengo otro motivo para no ir al centro. Hay proclamas pacíficas pero luego a otros se les va la mano con un twit o con el micrófono en mano. Se reparten cuadrantes y horarios para saber si son los independentistas o los unionistas quienes ocupan el asfalto. Cabe tener en cuenta el cronograma porque estás en riesgo de que te caiga la de Cristo. Más vale informarse previamente, para que no te den con la mano abierta. Las cosas cambian según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y la gente discute, se parte la cara en un acto de fe. Sin tener en cuenta los lazos que los unen. Cre��amos ser una ciudad y un país cosmopolita abiertos al mundo, pero todo eso se ha esfumado. El caldo de cultivo ha ido a parar a otro lado. Resulta ser que la crisis es económica, social y también individual. Hay que aferrarse a un grupo para sentirse partícipe de algo, identificado. Paradójicamente, somos menos independientes, acuciados por la actualidad, por un presente que apremia y el miedo que acecha por no destacar. Entre tanta frustración, a mí, no me llega y me la suda ampliamente. No sé si ya me he vuelto insensible. Las cosas cambian según las gafas que te pongas para verlo.
La historia se repite y huyo de ella. Me gusta crear nuevos contextos, diferentes, más allá de banderas, himnos y tradiciones. Me queda mucho por aprender y debo seguir luchando contra mi ignorancia. En este mundo tan globalizado, las fronteras son una inmensa carga. Las ciudades serán las grandes protagonistas. Son las marcas que ya destacan: Barcelona, París, Londres, Berlín, Roma, Nueva York y, así, hasta un largo etcétera. Y es que las cosas cambian según las gafas que te pongas para verlo.
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CABALLO GALOPANDO
El auto quemaba rueda que daba gusto. Las miradas de los chavalotes y las chavalotas iban y venían por las cristaleras del instituto. La profesora mandaba prestar atención como una ninfómana en busca del polvo de una noche. El terror se acercaba a la educación, a esa que no dejaba papeles en blanco y llenaba columnas con el: “No volveré a insultar a la profesora.” Y así, hasta cien, en el mejor de los casos, o mil, en el peor.
El ala oeste del colegio concertado estaba tomado por los amiguetes de Baltimore, con más dosis de pegamento, de costo y del trapicheo al por menor, o al por mayor, según la perspectiva con la cual se mire. A dos calles del colegio, donde Jesucristo y María presidían cada una de las aulas, algo se olía de la otra María, de las pastillas que se amontonaban y los picos se esnifaban como Dios manda.
Con las legañas de la primera hora nos codeamos entre lo mejor de lo mejor. Vamos a decir que John Travolta y sus colegas de Grease, los Birds, eran unos aprendices. Íbamos en grupo, como una pandilla british propia de This is England y del mejor largo de Ken Loach. La bomber y la tejana ajustada nos deparó el respeto de los mayores y la custodia del patio de los menores. Se organizaban batidas para arrancar llantos, robar bocadillos y chutar la pelota a puerta, así porque sí. Éramos los palomos del corral. Nadie nos tosía.
Sin duda, la presencia de muchos profesores como sheriffs del condado, nos intimidaba. No tanto por el respeto ganado, sino por la estrecha complicidad con nuestras familias. Si saltaba la alarma, nuestros hogares se podían convertir en los juzgados de Algunos Hombres Buenos, con nuestros padres al grito de Jack Nickolson: “¡Código Rojo! ¡Código Rojo!”. No podíamos permitir tal ofensa, pues las oportunidades para salir algo educados eran pocas. Más de uno se aferraba a las recuperaciones para no caer en el olvido de los marginados.
La Delgada Línea Roja entre los que se salvaron y los que no se dibuja hoy en día en el rastro que deja facebook, instagram y todas las redes sociales. Algunos han caído y otros han seguido. A los cabecillas de las bandas los años y la realidad los han puesto en su sitio. Hoy se preguntan: ¿Por qué hice aquello? ¿Y si hubiera hecho algo más? Las respuestas se las lleva el viento y carecen de sentido, porque adorar el presente deja secuelas en tu futuro inmediato, en las circunstancias de otro presente, más allá de La Delgada Línea Roja.
Y cuando el tiempo te alcanza, te das cuenta de ello. Siempre se trata de elegir. La elección pasa por uno mismo. No se trata de buscar excusas en la paja del ojo ajeno o en las pajas que te hiciste pensando en aquella profesora de música. Cuando llegas del suburbio a clase, la ostia te viene de golpe, como un gancho directo a la mandíbula lanzado por el propio Muhammad Ali. Puedes divertirte un tiempo, un rato y un algo, pero siempre con conciencia, porque de donde venimos no existe el colchón de seguridad. Si vienes de la calle, caes sin más tela de juicio y eso quiere decir que el sheriff te caló. Sonaron todas las alarmas. La familia no te detuvo. Antes que a ti, la heroína arrojó muertos, contigo dejó muertos en vida, con alguna tara, con algo que los ha dejado mal, rotos por dentro.
Hoy, la cosa va de meterse cristal, de escuchar Daddy Yanquee, de vestir a lo rapero y de robar euros como una banda de hip-hop en el Bronx  A todas horas, los chavalotes y las chavalotas experimentan con el sexo, mucho de bukake, un algo de gang bang y poco de amar. la Delgada Línea Roja se ha borrado por completo. Los sheriffs han dejado de merodear por el condado. Todavía están por verse las secuelas, pero el susto por la complicidad de las familias se ha extinguido. La ninfómana acumula polvos pero no está rota por dentro, está completamente vacía, desesperada por un regazo con dosis de amor. Han vuelto los suicidios en masa, han dejado el barracón de los ochenta para pasar a la conexión del 5G en el iPhone.
Es tiempo de acelerar el presente y de experimentar hasta la saciedad. La ignorancia cabalga sin radares y la heroína ha vuelto al asfalto, con el típico: “¿Tienes un euro?”. No, lo siento, pero lo siento por ti, porque tu familia, la de los Rodríguez del quinto segunda ya no te tiene presente. La tralla se te mete, te aleja y te da pal pelo. Estás como Juda Ben-Hur, en las galeras, consumida, de lo que te echas pal cuerpo o de las horas que trabajas para pagar el plasma de setenta pulgadas que engalana tu comedor.
Pero tú, te pones bonita, te pones orgullosa y lo sigues intentando. El amar no llama y quién sabe si hoy los Chichos suenan por ti en la rambla de tu querido suburbio. Jesucristo y María siguen presidiendo tu aula. Las lentejuelas te hacen juego con el smartphone y hoy te vas al colegio, con las tuyas, las de siempre, tus supremas. Quién sabe si hoy se abrirá una brecha que dibuje de nuevo la Delgada Línea Roja y tengas la oportunidad de elegir, dependiendo de ti misma, sin excusas y como Dios manda.
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DE LETRAS
¡Un puñito se multiplica, pica, pica, bufa! ¡Un puñito se multiplica, pica, pica, bufa! ¡Un puñito se multiplica, pica, pica, bufa! Así hasta una larga lista de cosas que nos dijeron que se podían multiplicar como los panes y los peces en plan Jesucristo: las bambas con luces traseras, el skateboard, la minicadena, las consolas de vídeo-juegos, los chándales de marca, el disfraz de Carnaval, el litraco de colonia Brummel Special Edition, los primeros móviles, la colección de cromos, el coche nuevo, los libros del cole, los rotuladores Carioca, los lápices de colores Alpino, la revista de motos, el superhéroe, la salida al cine, la lotería del fútbol, la discoteca…Y, ¡el puto niño que no para de pedir y lo quiere todo!
El niño crece, le sale vello por todo el cuerpo, o lo que viene siendo, que tiene pelos en la polla, se hace más pajas que un mono y ya está con clases de física avanzada, casi al nivel de la NASA. Si el coche A sale a las 14h a 120 km/h y el coche B sale a las 15h a 200 km/h. ¿En qué punto se encontrarán? Paren, paren, que me bajo de este barco, porque a mí me da un ictus con tanto calculo. Y es que uno más uno son siete, ¿quién me lo iba a decir? Tiro el dado y me como diez. Compro oro y vendo chapa. Pon me treinta euros de gasolina Súper 95 y cien gramos de jamón salado, Enrique Tomas, por favor. Por qué todo suma y todo resta, vamos que tiene una cifra, un valor económico o numérico, o como se diga, qué soy de barrio. 
En esa disciplina tan apañada del mercadillo de rastrillo, de calcetines a diez euros y te los saco a cinco euros porque son los últimos que te quedan. Del regatear, del pito doble, del trueque, del tiro el dado y me vuelvo a comer diez. Arrastro, hago trío de cartas y cierro la partida. Me llevo la apuesta de veinte euros. Echo suelto en la máquina traga-perras y no me salen las cerezas rojas, no hay premio. Llega el siguiente, echa una moneda y le tocan los corsarios: ¡Premio! ¡Puta vida, tete! Y, fíjate tú, la televisión es el top de los electrodomésticos, porque nos entretiene. El precio desorbita, pero con un poquito por aquí y un poquito por allá, me compro el modelo más pepino del mercado. 
Antes de atarme los cordones de las bambas y de aprender a leer, ya sabía contar. Y, esa revista, ¿cuanto vale? La tabla del cuatro iba de carrerilla, pero con la del nueve siempre me encasquillaba. Por todos lados, me llovían mensajes de que todo era para mí, así que probaba suerte y le metía boquino a más de una. No fui afortunado en el juego. El contar me colapsa y el coche A o el B vete tú a saber si no paran para repostar gasolina. Esa pregunta siempre la dejaba en blanco. Siempre me han dicho eso de: “Tú eres de letras”. Y, créeme, es peor que te digan hijo de puta. Es lo más grave. Corres el riesgo de que te señalen, te acorralen y te apaleen.  
Me confundo con el cambio del supermercado y en la selectividad saqué un 2,5 en matemáticas, cuando la asignatura contaba un cuarenta por ciento de la nota final. Y, así, sumando y restando, llegué a sacar un 4,75 en la selectividad. No fue un éxito, pero yo me preguntaba, ¿Y qué es el éxito? Resulta que no me llegó la nota para entrar a estudiar periodismo y naufragué en humanidades: “Vamos, que eso no sirve para nada.” Y, menos, para entrarle a una chavala. Es un anti-lívido, más rancio que el típico: “Me duele la cabeza.” Así que seguí con eso del cinco contra uno, con las pajas.  
Todo quisqui se apuntaba a lo de calcular, o bien ingeniería, o bien administración de empresas, o bien economía, o bien empresariales. Ahora, párate tú a pensar, por aquellos años en que la educación empezó a decaer, y de qué manera, como triunfaban el periodismo, el derecho y la comunicación audiovisual.  Eran profesiones golosas, con las que te podías ganar bien la vida: ¡Money! ¡Money! ¡Money! Y, entonces, te preguntabas: ¿qué hace un pobre animalico como tú estudiando Humanidades? A día de hoy a los intelectuales los insultan, los dejan fuera de todo espacio con algo de opinión, les pegan y les quitan la merienda en el patio del colegio. 
Y es que, ¿por qué no te callas? Qué estamos aquí tomándonos nuestros copazos, con nuestros coches molones y tú, con lo tuyo, que ya cansa. Para la sociedad actual, ser humanista no aporta una mierda, vamos, mejor ser gogó. Es de aquellas cosas que llenan el alma, pero a un largo  plazo que te cagas. En Wall Street no triunfa y en el Paseo de Gracia no se deja ni ver. Es una de aquellas maneras de entender la vida que no va al corto plazo. Al cabo de los años, pero muchos años, descubres que te ha servido para algo. Se huele, se nota, es un regalo para el alma, como te pudiera decir Alejandro Sanz con más de una de sus preciosas letras. Te da algo de perspectiva, de crítica, de opinión, de pensar y de ponerte en el sitio del otro.
Siempre puedes tirar de Wikipedia y deleitar a la grada con alguna frase célebre de un humanista. Y es que si te pones con ese plan es para soltar el brazo y darte con la mano abierta, como a Alejandro. En la vida, el proceso de aprendizaje es lento y no hay que meterla por donde no cabe. Todo lleva su ritmo, su #lifestyle en Instagram y sus intelectuales de pega, al estilo: Risto Mejide, Jordi Évole o Xavier Sardà. Si Sócrates levantara la cabeza, soltaría el brazo, te daría con la mano abierta y te diría: “¿Por qué no te callas?”. Déjate del valor económico o numérico, o como se diga, qué soy de barrio. Cuenta poco a poco, aprende y, hazte un favor, abre la mente.    
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LOS LUNES AL SOL
¿Sabes por qué se llaman Las Antípodas? Porque allí trabajas y aquí no. Porque allí follas y aquí no. Porque allí tienes casa y aquí no. Las Españas, la Península Ibérica, la Nación, el Imperio, la Inquisición y el desgaste de ver que a pesar de tus miles de estudios y títulos, te maltratan, te miran mal y se encienden un puro para escupirte el humo a la cara.  El señor del sillón mira tu Currículum Vitae como si fueras un código más en la barra de pan del Mercadona. Mientras lee, piensas por qué coño te presentaste al puesto y por qué pollas el tío que tienes delante tiene menos preparación y criterio que tú, pero te acabará juzgando.  
Paseando, llenando, hablando, reflexionando, cantando y, eso, viviendo. Pasar los lunes al Sol al son de una foto, de unas cuantas líneas de tu Currículum y de entrevistas colectivas que parecen pruebas del Humor Amarillo. La desesperación llega a decir “Sí” a todo. “Sí” a que te la metan por el culo, “Sí” a hacer horas extras sin ser pagadas, “Sí” a asumir más responsabilidades que las que tu puesto indica, “Sí” a reír las gracias del retrasado de tu jefe, “Sí” a hablar mal de tus compañeros de trabajo, “Sí” a suicidarte por las presiones del trabajo (véase el caso particular de Renault en Francia), “Sí” a hacer el pino puente, el salto mortal y la voltereta ninja en la sala de entrevistas, “Sí” a ocupar tus fines de semana, “Sí” a ir a actos insoportables fuera del horario de oficina, “Sí” a no educar a tus hijos, “Sí” a viajes de mierda, “Sí” a no deshacer la maleta y tomar un algo. “Sí” a discutir con tu pareja, “Sí” a congelar óvulos por tu carrera profesional, “Sí” a comentarios denigrantes en público, “Sí” a quedarte sin vida social, por una causa profesional, por un algo que te va a quemar y nunca te llenará. Y, ¿fuera? ¿Hay vida? Pues “Sí”, cariño, la hay. Fíjate tú.
Nos dijeron que el trabajo honra, pero la precariedad está a la orden del día. El obrero ya no tiene fuerzas para ir a la Ateneo, para leer esas líneas de Fante o de Capote, enciende la tele y lo primero que emitan, se lo come. La insoportable levedad del ser ya no es tan insoportable. Pasados los años, el ser se pregunta: “¿Por qué no fui a clases de guitarra?” “¿Por qué no me pegué ese viaje a la costa oeste de Canadá?” “¿Por qué mierda un día y el siguiente no se separan y parecen ser el mismo?”. Lo profesional es complementario y el resto es la vida. Desgraciadamente, el resto se ha quedado en eso, en ese resto al que apenas le hago caso. Y con el paso de los años, te das cuenta que ese resto lo es todo.
Mientras, en la sala de Recursos Humanos de alguna multinacional mi Currículum Vitae no se ha movido de su sitio. Si he tenido algo de suerte, lo miran de reojo. Si tengo una suerte del copón, se lo llegan a mirar. Y, si me ha tocado la bonoloto, van y me llaman. Me citan, me dan dirección y dresscode (lo que viene siendo como tengo que ir vestido). Me pongo nervioso, no sé por qué, pero me pongo. Supongo que ya me arrebataron el derecho de aburrirme, de no hacer nada, de pastar como las cabras sin que nadie me diga nada ni interactúe conmigo. Sueño con ser un león en el Serengueti y, si ahí ya no quedan, pues en otro sitio. Contemplar y reflexionar.
Escojo mi ropa para tal ocasión y me digo a mí mismo mirándome al espejo: “¡Joder! Tengo mi rollo.” Os diré una cosa: “Con los años gano. Me sienta de puta madre cumplir años.” (dígase que ya no tengo abuela o que “mi crisis de angustia”, tal como la catalogó mi psiquiatra, me ha permitido mirar hacia mí mismo, dentro de mí). Me pongo en plan folletis y con la respiración más que entrecortada, me presento a la entrevista. El edificio no tiene nada de particular, ahora se lleva eso de las transparencias y de las vidrieras. Todo el mundo sabe que las vidrieras dan un calor de la ostia, pero mira tú, para ser modernos, hay que sufrir. Pregunto en conserjería, el vigilante me mira de reojo, dejando de lado los vídeos de youtube que está viendo y me dice: “Cuarto piso, a la izquierda.” La estampa me recuerda al final de El Show de Truman cuando los vigilantes cambian de canal, tras desear que Jim Carrey conociese la verdad sobre la esencia de su vida (dígase que acabo de hacerte un spoiler, pero es el riesgo de que quieras leer más.) Baja el ascensor. Subo. Nadie me espera en el pasillo. Tras atravesar tres habitaciones, me encuentro con un grupo de chicuelos y chicuelas bien vestidos y algo trajeados. Aquí, canto más que un grupo de guiris en Nou Barris, Barcelona.
La espera se hace larga y ya nos hemos revisado los caretos, la pintura de las paredes de la habitación y cada uno ha hecho su propia proyección personal de cada uno de los presentes. Al instante, llega el jefe de Recursos Humanos. Es algo joven pero motivado, gracias a las promesas de su empresa. Supongo que su resto, eso de la vida, queda algo olvidado. Nos presentamos todos y empezamos una dinámica en grupo que me recuerda a los mejores momentos del Gran Prix. La competición llega a su fin y el jefe de Recursos Humanos nos comunica que en breve recibiremos una llamada para anunciarnos el resultado. Abandonamos la estancia mirándonos los unos a los otros. En la intimidad, siento como si un grupo de senegaleses me hubiera violado. Llego al transporte público muy tocado, algo acongojado.  
Al día siguiente me llaman y me comunican que finalmente no he sido seleccionado. Doy las gracias, porque así me han educado. Cuelgo el teléfono, lo miro y me quedo unos segundos meditando. Sinceramente, me la suda. Prefiero dedicar mi tiempo a leer, volver a leer y de vueltas a leer. Me digo a mi mismo que pastaré en el campo, reflexionaré y contemplaré. Seguiré con mi negocio de emprendedor, que me permite vivir a gusto y dedicarle el tiempo a ese resto, la vida. No estoy hecho para que me tiren migajas y hacer de pavo real. Quizás, me he quedado atrapado en mi realidad, tan corta de miras, de vuelta a las Antípodas.
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LAS VÍRGENES SUICIDAS
Antes fue la heroína, luego las pastillas, vino la coca y el cristal lo está arrasando todo. Cae la luz del atardecer y los jóvenes arrancan risas con youtubers. El guiño, la gracia y la ironía de cortarse las venas con el juego de la Ballena. Los tejanos son bragas ajustadas, el ombligo se destapa, de tal manera que las tetas se suben y la pintura dibuja un lienzo de Velázquez en sus rostros. La hipersexualización de las adolescentes no es nueva, pero la de pre-adolescentes y las niñas, sí.
 El patrón de Zara marca los tempos y hay que enseñar las berzas para triunfar en la poca  base cultural de los grupos de whatsaap, de sus amigos, de los ninis. Las marcas de ropa colocan a chavalicas, cada vez más jóvenes y algo más esqueléticas en las marquesinas de los autobuses. Meterse los dedos después de un empacho, comer torrijas de arroz integrales y no cenar, por no decir, no comer, está a la orden del día. El patriarcado manda y la sumisión de la mujer no cambia, se acentúa.
 Ser femenina no se traduce en ser objeto sexual. Para objeto, las muñecas hinchables de último catalogo ya satisfacen muchos deseos, pero tienen ese ligero problema que no hablan. En ocasiones supera a la propia realidad, incluso la mejora. De esta manera, evitamos comentarios de más de una que hagan que el precio del pan pueda subir y convertirse en un problema de inflación de alcance mundial. La imagen de la mujer no sale muy bien parada, que digamos. Muchos de los referentes femeninos han quedado arrinconados y limitados a los nombres de Frida o Marie Curie. De ahí, no pasamos.
 Es la triste historia del olvido así como de la apropiación del feminismo de ciertas figuras que no le vienen ni a cuento. Desvirtuar lo sexual permite, a la vez, manipular los referentes, sin importar ni saber el por qué. La realidad demuestra que el fluir de los acontecimientos debe ser más que normal. En la mayoría de universidades, la presencia de la mujer es mayoritaria y no digamos en sus departamentos, los hombres se están extinguiendo como los dinosaurios. Muchos puestos de mando recaen sobre la responsabilidad de las mujeres y la propia sociedad ha entendido que los roles de género han cambiado. Al menos, la crisis lo ha conseguido. Algo positivo nos ha quedado.  
 Sin embargo, los terroristas del porno siguen activos. Los gang bangs, las violaciones en las fiestas de borrachera, los falsos castings, los doctores disfrazados de estrellas del porno y la mujer que siempre espera de rodillas y con la boca abierta a que algo caiga. En cada caso, la imagen de la mujer es diferente. Cada mujer hace y decide lo que quiere. Es cierto que el patriarcado influye en el día a día, pero a diario vemos que la hiperfeminización de los hombres está arrasando y de qué manera. Sólo hay que ver como viste un hombre, los accesorios que lo acompañan de viaje y su talante a la hora de hablar. Eso no quiere decir que muchos hombres no necesiten reforzar su autoridad con el grito en una mesa llena de comensales o prohibiendo el paso de la primera dama al salir del Air Force One, al estilo Trump.
 Recuérdese que la estructura familiar y social descansa sobre los hombros de la mujer, cada vez más descargados. La tradición española es cansina y en muchos casos juega malas pasadas. No permite a la mujer ver más allá y, cuando llora por su situación, sólo lo hace cuando corta aros de cebolla. El entorno social lo marca uno mismo, sea del género que sea, hombre o mujer. Lo sé y lo digo porque en mi entorno lo veo día tras día. Mi generación, la de las pastillas, ya ha abolido en muchos casos esa primera enmienda que nos venía dada por defecto.
 La hipersexualización permite la falta de perspectiva, el uso de la mujer y el: “Yo chupo follo, follo chupo.” Es difícil apartar el campo de nabos para ver lo que a una le salga del coño. Si se cierra la boca no entran moscas, o pollas, y si se demuestra la valía en el saber y el sentido común, todo llega. Falta agitar algo más los cimientos de la sociedad hasta que se corra de gusto al ver que no todo es fálico ni sexual. Debemos de dar este mensaje a las adolescentes, y ya no te digo a las pre-adolescentes y a las niñas. La educación y los valores son primordiales, sino la niña llegará a casa con un bombo a los catorce años. Ahí es nada.
 Propongo hacer una colecta de tuppers de comida en formato industrial para que más de una comience a catar unas lentejas como Dios manda. A partir de ahí, la educación que reciban en el seno familiar será la piedra filosofal para no verse envueltas por un regimiento de nabos, saberse valedoras y válidas para afrontar los retos de la vida, que en muchas ocasiones nos colocamos nosotros solos. Yo no probé las pastillas, fui un niño muy introvertido, dependiente y con poca confianza en sí mismo. Hoy en día soy un hombre totalmente diferente, probando pastillas, muy extrovertido, independiente y con mucha confianza en sí mismo. Eché huevos al asunto…¡Échale ovarios!
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LA HABANA VIEJA
Entre trueque, mercadeo y dosis de droga bajo la manga de la camiseta más larga del yonki de turno, brilló La Habana Vieja. El apartamento de Chus y Fran se convirtió en el lugar ideal para gozar de cierta independencia y en la antesala improvisada de un club de privilegiados: El Consejo de Sabios Eterno. Ese lugar físico e imaginado que catapultó las mentes de Juanan, Luís, Poyo, Joni, Sergio, Isma, Dani y sus anfitriones, Fran y Chus.
Quemar los cigarros hasta quedar en colillas de desuso, hablar con una copa de María Brizard en mano, gritar como si de la gitana del mercadillo se tratara y, sobretodo, reflexionar, y volver a reflexionar, del porqué todo se movía con tanta intensidad y velocidad a su alrededor. Es cierto y corroborado que Montcada i Reixach es uno de los pueblos más insalubres y estigmatizados de la Península Ibérica: cuatro estaciones de Renfe la abren en canal, una cementera te saluda a su entrada y un río, el Besós, pasa cargado de un caudal lleno de mierda hasta los topes.
En el inicio de esas construcciones precarias, más propias de Caracas, se intuía la silueta de la Montcada más barata, la más precaria, Montcada Bifurcación. En ese ambiente de delincuencia y drogadicción nació la redacción de Kultureros. Como muchas otras redacciones durante la Transición, sucumbió a los vicios de sus redactores: salir, beber, fumar, la mierda de siempre. En medio de tanto caos, desoían la llamada del Dios Baco para redactar sus mejores piezas culturales: narrar episodios históricos, modelar personajes literatos, descubrir voces desgarradas y recordar los rastros de cinefilia.  
La cosecha de su experiencia les granjeó la llegada a los acolchados de la radio de Ripollet, donde uno se preguntaba: ¿tanta población cabe en tan poco asfalto? Y la respuesta siempre era afirmativa. Sus afiladas plumas se convirtieron en voces de micrófono que pedían ayuda para salvar y salvaguardar el hecho cultural. Seres sensibles que a cada palabra desahogaban a partes iguales: su ira, su odio, su generosidad y su optimismo. No fue casualidad que uno de los miembros de Kultureros, Juanan, marcará al realizador de la radio los tonos de su amada melodía, 1482: La Conquista del Paraíso, pues había memorizado los compases en su mente. Ellos querían llegar al paraíso y controlarlo, pero, sin embargo, no se dieron cuenta que ya estaban embriagados por su aroma. Totalmente entregados.    
Las largas colas de fans no se agolpaban a su salida de la radio ni tampoco en el centro de su redacción, La Habana Vieja. Encontraron refugio en la comprensión de sus abanderados: Moi encendía el taxímetro de sus corazones para calibrar en que frecuencia se encontraban, Luís repasaba la lista de los presidiarios acogidos en Montcada Bifurcación, Poyo daba rienda suelta a sus comentarios inteligentes y certeros, Joni se untaba algo tostado con all i oli y los hermanos, Isma y Sergio, abrían sus corazones a conversaciones intensas y de corte serio. El tablero contenía todas sus fichas, se movían como acordes de jazz, improvisados y llenos de vida.
Como Los Intocables de Eliot Ness, empuñaban sus armas para luchar contra el ritmo de los tiempos y desafiar el orden establecido. Por esa razón, los cumpleaños de Chus se convertían en la excusa perfecta para poner el mundo patas arriba, moldearlo con la ayuda de una treintena de comensales, revivir las bacanales de la Época Clásica y volver a definir todo lo que pisaba el orbe, con jolgorio, reflexión y celebración.
En La Habana Vieja todo el mundo asumió que el futbolista Peter Dubosky murió de hambre, desde que se tiró por la ventana hasta que tocó suelo pudieron pasar horas y horas…Tirarse en plancha desde un quinto o un sexto piso no es sinónimo acertado de palmar al colisionar contra el suelo, sino que la duración del acto puede desencadenar una serie de hechos secundarios que dan lugar a otros motivos de muerte, no sólo al de la colisión. Dubosky es un ejemplo culpidor de la poca gracia que muchos le brindan a la vida. Sin embargo, la Habana Vieja siempre se distinguió por todo lo contrario, por ser un lugar para su elogio.
La hermandad no se consigue con pruebas de Facebook, de Instagram, de Twitter, de Linkedin y de todo lo que puedas encontrar en la red. El offline siempre aporta ese grano de arena de más, de llamar, de hablar, de conocerse y de cuidarse los unos a los otros. Kultureros fue un efímero experimento cultural que representó el imaginario compartido por Fran y Chus y por todos sus abanderados.
El cántico a la amistad se hizo y se hace desde cerca, midiendo al milímetro las pulsaciones de todos los presentes, llenando las calles de Montcada Bifurcación de alegría y paralizando cualquier atisbo de conflicto por drogadicción o violencia explícita e implícita. La Habana Vieja se erigió como la sede de una redacción periodística y un lugar de encuentro sumamente incorrecto, transgresor y liberal, fuera del alcance del orden, de lo establecido y de lo que por defecto nos viene dado. ¡Larga vida a La Habana Vieja!
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TODOS LOS PERROS VAN AL CIELO
Antes, los perros eran perros. Ahora, los perros son personas. La evolución canina ha sido tal, que hoy disfrutan de: playas, peluquerías, zonas de pipi-can, juguetes para jugar, vacunas, transporte público, programas de televisión para conseguir pareja, camas, sofás, trabajo, footing, paella, casitas, concursos de belleza, recompensas, coqueteos en el parque, coches, vestidos de gama alta y del mercadillo, tiendas de souvenirs, casas de adopción y cagómetros de asfalto que inundan la ciudad.  
No estoy a favor de la personificación de los animales ni de su domesticación. Por ello, he tenido que escuchar a lo largo de mi vida comentarios del tipo: “No tienes sensibilidad”, “Tranquilo, que no muerde”,  “No hace nada, sólo quiere jugar”, “Es muy tranquilo”, “Qué gracioso, le caes bien”, “¿No te gustan los perros?”. No quiero a un perro cerca de mí. Yo escogeré el momento en que me quiera acercar, pero no quiero que se me imponga por decreto.  Se trata de un ejercicio de tolerancia, yo no voy a olerte los huevos, por tanto, que el perro no venga a oler los míos. “¡Mira mueve el rabo!” “Señora, yo también  muevo el rabo y me pongo muy, pero que muy contento.”  Los límites de la convivencia son tan sumamente manejables y subjetivos cuando se trata un tema u otro…
En casa de mis abuelos había un perro en la entrada. Nunca pasaba de la puerta de la casa y se quedaba en el patio. Siempre tuvo comida y estaba bien sano. Era cariñoso con todos los familiares y custodiaba la casa por si había alguien husmeando en los alrededores. Se lamía los huevos cuando se ponía burraco y no se acercaba a nadie de la familia que no lo deseara. Mi padre también tuvo un perro, era una mezcla de lobo y husky siberiano. Con el tiempo, ha resultado que mi padre era un Stark y nosotros sin saberlo. Sacaba al perro de caza y venía con sus presas colgando del morro: ratas, conejos, y un largo etcétera… El perro vivía en su hábitat natural, cerca del campo, donde todo fluía a su alrededor. Irónicamente, también se llamaba Jon.
Podemos interpretar miradas, comportamientos y manías, pero, desgraciadamente, el perro no puede hablarnos. Nos entiende y, quizás, nos quiere, pero no sabemos si es cierto en su totalidad. La relación con el amo, tal como expresa el término, es una relación de superioridad aceptada. El perro accede a las condiciones de su amo con el fin de tener una confortabilidad, cubrir sus necesidades y sentirse querido. El perro cuidará de su amo, lo protegerá y le será fiel. En muchas ocasiones, ocurre que el perro es más inteligente que su amo, lo que conlleva que el amo acentúe su sentimiento de superioridad sobre el animalico en cuestión.
No consideremos a los perros como humanos. Si los consideramos como tales, transmitiremos nuestras virtudes y, también, nuestros defectos. El perro es el espejo del amo, pero deberíamos potenciar el desarrollo de su propia libertad. Tal como diría Rajoy: “Los perros son perros y los humanos son humanos.” Si tenemos la oportunidad de disfrutar de una de las especies más numerosas en el mundo, ¿por qué no disfrutamos en su esencia? Actualmente, en la faz de la tierra existen más perros domesticados que leones salvajes. Dejemos que la naturaleza siga su camino:   “Es un ciclo sin fin, que lo envuelve todo”.      
Al igual que los humanos, los perros también pueden vivir con menos cosas materiales. El mercado puede ser tan amplio y ofertarte tantas cosas, que no sabes cuándo echar el freno de mano.  El mundo puede estar lleno de militantes e integristas de tantas y tantas ideologías, que me sorprende por qué no escogemos a los cerdos o a las vacas como animales domésticos. Sin embargo, con el perro nos volvemos tan sumamente tolerantes y, a la vez, tan profundamente gilipollas. A ojos del Dios Canino, los perros son más bonicos que lo que un cerdo o una vaca pueden ser,  lucen mucho más en un parque. Mientras, aquellos perros considerados socialmente como feos se mueren de asco en las perreras.  
El cerdo ya tuvo su hit con Babe, el cerdito valiente, pero no tuvo una joya de la talla de Todos los perros van al cielo. La prota, María, una niña huérfana, tenía el don de hablar con los perros y comprender los intereses de las bandas mafiosas de los canes.  Existía un cielo donde se acogía a todo tipo de perros, donde el animal era libre. Desgraciadamente, muchos perros ya no  entran en contacto con la naturaleza. Preferimos pegarle la chapa a un perro, gritarle, tirar de su correa, mantenerlo encerrado en un piso y, en definitiva, ejercer nuestro control sobre él.
En una sociedad donde el yo es lo principal, el ego es un arma peligrosa y tenemos que desahogarnos con algo. La dependencia social y la soledad son dos realidades muy temidas…Al pensar en ellas, se nos ponen los pelos de punta. Nos cuesta encontrarnos a nosotros mismos. Pon un perro en tu vida. Podrás levantarte a las seis de la mañana para pasear al animalico, hacerle infinidad de fotos para compartirlas en Instagram, esperar que cague para recoger su pastelaco y darle su golosina por responder con acierto a una orden directa de su amo.
El mundo está plagado de personas ejemplares, de grandes subnormales y de profundos creyentes en un mandamiento u otro. Creo que todos los perros irán al cielo, porque ellos son el mero vehículo por el que el ser humano puede mostrar tanto sus virtudes como sus defectos. Y, ¿todos los amos irán al cielo? Eso ya es más complicado. Visto lo visto, yo quiero ser un Stark y disfrutar de un perro mitad lobo y mitad husky siberiano, que venga a mí cuando le salga de los huevos, traiga en su morro algo de comida y deje en paz la puta pelotita.
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TURISMOFOBIA
Recuerdo mi camiseta retro de las Olimpíadas del 92. Cobi era tan especial y era una creación del dibujante Mariscal, fíjate tú. Con los años he llegado a apreciar el legado que Pascual Maragall, el de los comentarios desacertados en cada rueda de prensa, dejó en nuestra ciudad. Muy lejos, pero a la vez tan cerca en el tiempo, Jordi Pujol parecía el monseñor de la misa del gallo que se olvidó de marcar la casilla eclesiástica en la declaración de la renta. Amasó fortuna y echó a dormir a más de uno con sus discursos, un poco como Lluís Llach y su sólo de piano.
Barcelona dejó los trenes de mercaderías para llenar su puerto de cruceros. El Desembarco de Normandía se ha convertido en una risa comparado con la riada de guiris que salen de los transmediterráneos y hacen shopping en el centro de la capital cosmopolita. Es una Torre de Babel tan genuina, particular y diferente que recuerda a todos los continentes del Port Aventura. Antes, cogías el metro y metías codo para hacerte con un asiento. Te sentías tan privilegiado… Hoy, abren las puertas del convoy y tienes que tirarte en plancha. Placas al primero que se cruza en tu camino y, con suerte, consigues hacerte con tu preciado tesoro. Las hileras de guiris ya llegan más allá del Muro y empiezas a ver a más de un moderno perdido por los andenes del metro en dirección Trinidad Nova, angelicos. Como salgan en la parada de Roquetes, se les aparecerá Camarón reencarnado.
Los guiris se han hecho con la identidad de la ciudad pero por suerte para muchos eso no se considera violencia. Alquilar los pisos reventando el mercado, desnudarse en las calles de la Barceloneta, drogarse en medio de Plaza Real y llenar todas las terrazas contribuyendo a la especulación económica entra dentro de lo normal. Pintar autobuses con lemas en contra de los turistas es un acto vandálico perpetrado por alternativos que quieren derrocar nuestro sistema capitalista a cualquier precio, es el mal. Prostituir nuestra ciudad durante veinte años es un acto económico justo e, incluso, heroico, para salvaguardar nuestras carteras y nuestros puestos de trabajo. Siempre he pensado que tengo un ligero retraso que no me deja ver la realidad tal y como es, pero en mi entorno inmediato no hay mucha gente dedicada al sector de los servicios: periodistas, ingenieros, abogados, pensionistas, enfermeros, arqueólogos, amas de casa, emprendedores…Y los que se dedican cobran sueldos miserables, véase el Convenio Laboral de Comercio. Sin embargo, todos los políticos e, incluso, la Santísima Ada Colau, Virgen de los Desamparados, nos dicen que el turismo aporta un valor vital para nuestra economía. Fíjate tú.
Solicito que el bus turístico pase por Ciudad Meridiana o Torre Baró, para que los guiris puedan disfrutar de una experiencia única, al más puro estilo Parque Jurásico. Eso sí, si se desactiva el sistema de seguridad, el agua de cada vaso temblará a cada paso. Las hordas de gitanos, yayo-flautas, marujas y chonis son un enemigo insaciable, peor que un Tiranosaurio Rex desbocado. Dales de comer y afilarán sus dientes. Dales motivos y romperán las normas de lo establecido. Allí, donde el turista no se ve, se ha reconocido una zona protegida como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Mientras los rebaños de ovejas se extienden por el centro y las inmediaciones de la ciudad a la misma velocidad que el ébola, los pajaritos nos despiertan en la falda de Collserola. Al final, va a resultar que los de la periferia somos unos privilegiados.
Los turistas sólo son soldados que reciben directrices. La coyuntura político-social del resto de territorios del orbe, ha hecho que las tropas de turistas hayan aumentado. Ni siquiera puede considerarse un éxito político, sino que es la consecuencia directa de la otra cara de los países derrumbados y tocados por el terrorismo. Nos dicen que el terror no nos afecta, pero Barcelona ya es Marina d’Or, ciudad de vacaciones. ¡Ole! ¡Ole! Tablao spanish y ¡Ole! Y pasamos la gorrilla por si nos cae un algo, un euro, por favor. Nuestra indiferencia hacia los mendigos que pueblan nuestra ciudad es inversamente proporcional a la que los guiris sienten hacia nosotros, los europeos del Mediterráneo.
Nos queda el afecto y la felicidad que recibimos cuando hablamos de Barcelona en nuestros viajes al extranjero: “Oh, Barcelona, it’s amazing!”. Y tú por dentro piensas: “Tu puta madre, por si acaso.” El odio no nos debe corromper y arrastrar hacia el mal. Tenemos que ser lo suficientemente fríos y racionales para recibir a nuestros queridos visitantes: ¡Pasen y vean! ¡Pasen y vean! ¡Bienvenido, Míster Marshall! Y la comparsa no para de cantar y la alcaldesa sale a recibir a los refugiados, que son aquellos turistas venidos de un conflicto político y bélico. Entonces, me pregunto yo: ¿La principal colonia de veraneantes en Barcelona, los británicos, qué son?  Por lo del Brexit, digo. Puestos a rebajar costes, unos llegan en Ryanair y otros atravesando cinco países a lo Fernando, una ratito a pie y otro andando.
Por suerte, el barrio es el barrio y la periferia es la periferia. Yo puedo presumir de que he visitado todos y cada uno de los barrios de Barcelona y he interactuado con sus gentes, desde los más ricos hasta los más pobres. Y cuando he viajado al extranjero, siempre me he perdido por las afueras, por lo desconocido, fuera de la zona de confort, fuera de los resortes de pulsera en mano, donde todo el mundo es simpático y toda cultura es agradecida. El turismo tiene una perspectiva diversa, más allá de lo estrictamente económico. Debemos reclamar su valor social e invocar el espíritu de Berlanga, coger nuestro tambor, salir a la calle y reclamar la atención de nuestra alcaldesa, al grito de: ¿Bienvenido, Míster Marshall?
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FÚTBOL
El entrenador golpeaba en el pecho de los jugadores y les metía ostias como panes en el túnel de vestuarios. El Barça era un equipo de quinquis, Stoichkov, Bogarde y Quaresma de distinguían por su “Compro Oro”, cordones y sellacos a doquier. Batistuta Bati-Gol parecía uno de los integrantes de Queen. Jordi Culé salía a ritmo de samba cuando Romario, entre cubata y cubata, decía frotar la lámpara y hacer magia. Hierro rompía piernas con elegancia en el centro de la zaga merengue y cada jugador blanco tenía una nevera Teka en su cocina.
Ese fútbol en el que a Zubizarreta le daban subidas de azúcar y la liaba en propia meta. A Luís Enrique le rompían el tabique y Suecia llegaba a un Mundial. El delegado era un hombre ejemplar y el comentarista se dejaba la voz en cada gol. Y si tenía que cantar otro gol, pues a ver quién ponía la voz. Los cigarros y los puros brillaban en la grada. Los entrenamientos eran a puerta abierta y los jugadores vestían elegantes, pero discretos. El dinero no inundaba los banquillos y la televisión se centraba en informar.
En aquellos años los jugadores vestían la camiseta con dos tallas de más y sentían los colores como el que más. La afición se desvivía y lo correcto quedaba a un lado. Jesús Gil le metía un galleto al presidente del Compostela. Todo era sano y, sino, que se lo digan a Cannavaro. Barthez fumaba Ducados y las pretemporadas se jugaban en el Norte, en los Pirineos o, de tanto en tanto, en Europa. Los minutos de silencio llegaban al minuto y las entradas estaban al precio del populacho. Los campos se llenaban y al Diego le tiraban una bola de papel y se hacía unos toques en el banderín de córner.
Las botas Adidas Copa Mundial y las Munich Maracaná duraban siglos, tanto para hacer caminatas a Santiago como para jugar en cemento del malo. Los campos eran de tierra y pobre del que se tiraba en segada, la marca se notaba durante años. Caerse no era una opción y por ello se metía codo en cada jugada. Insultos, escupitajos, entradas a la altura de la rodilla, tocada de paquete, camiseta rotas, cejas abiertas y el linier, Rafa, que no se entera. A Fowler lo vetaron porque su coche no representaba al pueblo de Liverpool. Él simulaba meterse rallas y Cantona saltaba dando patadas. Había defensas vistos en un bar Manolo y delanteros fondones o, mejor dicho, fofisanos.
Poco queda de aquello. El fútbol se ha convertido en algo estilizado, en una coreografía, así que el público vive el partido como un espectáculo, donde cada segundo, cada jugada y cada detalle queda registrado. Neymar falta al respeto, Cristiano es egocéntrico y Messi se toca los huevos. La gente da la vida por el fútbol y los campos se convierten en tanatorios improvisados. Muere Umberto Eco, nadie dice nada, y la filosofía poco a poco queda apartada de los terrenos de juego. La evasión fiscal es el pan de cada día y los fichajes llevan tantas cifras que ya se nos hace difícil contarlas. Los seguimos, los admiramos y, al final, ya nos han robado nuestro corazón y nuestra cartera.
Hoy visten con traje chaqueta o, sino, como un rapero relatando proezas de barrio. Los clubes son comprados por multimillonarios y blanquean dinero para reventar el mercado. La institución ya no vale nada y los canteranos juegan en el extranjero.  Las giras llegan a Estados Unidos o Asia y los miles de seguidores adoran el estilo de vida de los futboleros. Los yates, los jets privados, los coches con triple de tubarro y la corrupción de Blater. Se otorgan mundiales a la fresca, en Qatar, o en estadios sin público, véase Sudáfrica. Los sorteos son tan previsibles que los derechos de emisión marcan la parrilla de los emparejamientos.
Algo queda de aquella ilusión, de esos colores y de esos gritos a la tele. Para mí, ya no es suficiente. El cambio de juego no me alegra y poco me interesa. Los clubes han perdido tanta esencia que siguen su camino totalmente endeudados y marcados por el salsa rosa de los medios. Los títulos ya no se ofrecen en la plaza Sant Jaume, sino en una rúa fría, que no llega ni a dignificarse, como en Carnaval. El planeta se divide, la mitad es del Real Madrid y la otra mitad del Barça.
Y, mientras, Toti se retira en su club, la Roma, con cuarenta años. Buffon ya no cuenta los goles que salva bajo su arco. Algo, algo debe quedar de lo de antes porque el fútbol sigue siendo el deporte rey por antonomasia. La afición no desiste, no para de gritar hasta que llega el chupinazo de Cristiano o la filigrana de Messi. Dios existe y es de este planeta. Sólo hay que gritarlo, creerlo y ser un seguidor entregado a esta nueva causa.    
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