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alva-lumin · 59 minutes
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Saga: Majestic Dragon, Tomos Oníricos.
Raza: Celestiales.
Características: Ojos negros, en algunos se contemplan destellos y brillos parecidos al firmamento. Piel traslúcida, con un polvo níveo y de brillo sutil que viaja por todo su cuerpo. Su tez varía en tonalidades frías, de cromáticas tenues/pasteles. El cabello puede tener cualquier color, pero siempre en combinación con su piel. Su altura depende siempre del usuario. La piedra en la frente solo es concedida a la sangre real.
Datos: Los celestiales son considerados una raza divina, tocada por Dios. Encargados de mantener el orden y la balanza del universo en perfecta simetría.
Conocidos desde eones de tiempo, y vistos solo por quienes son considerados dignos.
Su fisionomía, a pesar de ser "perfecta", es considerada, por muchos, sinónimo de terror y excentrismo. Una mezcla no propia, que puede resultar grotesca, maravillosa, según de quien la vea.
Zadereen, hijo de Okarin, fue quien visibilizó a los celestiales en su máximo esplendor. No solo se consideraba un dios de su raza, sino el supremo creador y arrebatador, tanto de vidas, como de habilidades.
Fue el responsable de exterminar y extinguir a 100 razas en el pasado, para una mejor armonía para el presente y una nula peligrosidad para el futuro.
Su comitiva (o sus generales) era conocida como la mano de dios; diez guerreros con poderes sobrenaturales, más allá de lo conocido universalmente. Tenía el control sobre ellos, ordenando, amanzanado y aterrorizando a quien fuese.
Pero ¿Qué hacía especial a los celestiales? Bien era cierto que fueron tocados por dios, o, por lo menos, un representante lo suficientemente digno de tal título. No solo eran divinos, bellos e inteligentes, sino que albergaban un conocimiento avasallante. Eran eruditos, sabios, magnánimos conocedores de todas las habilidades concebidas y por concebir, replicándolas sin problemas, incluso, realzarlas a su máximo poder sin tener entrenamiento previo y sin que la raza copiada fuera conocedora de su propio esplendor.
Detallaban, con su vista, metros, razas, puntos débiles, puntos de quiebre, energías, sentimientos, sensaciones y miles de cosas más.
Eran capaces de almacenar ingentes cantidades de información, sin que se tuviera un final o alcanzara un alto. Su longevidad los hacía terriblemente peligrosos, pues no solo demostraban que el universo estaba de su lado, sino que su dureza era inigualable.
¿Qué pasó con ellos? ¿Cómo fue su creación? De la creación no se sabe mucho, pero, como toda mente que se ve tentada hacia la avaricia y el poder, su población, así como la inteligencia, fue degradando y mermando de manera incontrolable. Okarin fue el primero en permitir el casamiento entre razas distintas, creyendo que, después de ello, vendrían nuevas y mejores razas, suceso que nunca llegó, dejando únicamente a Zadereen y a sus tres hermanos como los más grandes e inteligentes del reino, reconociendo, al final, que solo un hijo era digno de su puesto, rezagando a Ultrex, Ad'rax y Rebuz al olvido.
Culminación: Sin embargo, el final de Zadereen fue muy diferente al que se tenía planeado. No solo mucha gente se reveló en contra (movimientos que perecieron por su poder), sino que, sus generales fueron desertando hasta quedar completamente solo, en contra de una corporación llamada: Majestic Dragon, única comitiva de guerreros que pudo hacerle frente y que, con el paso del tiempo, logró encarar a toda una nación de gigantes divinos durmientes, dueños del universo entero. No obstante, ambos líderes de la organización tenían un objetivo, una tarea designada para ese que los odiaba.
Zadereen era una fuente infinita de poder y conocimiento, perder su legado, perderlo a él, solo sería el comienzo de un fracaso, pese a ser él el último enemigo enfrentado —terrenalmente— por dicha corporación. Así que, bajo los astros y bajo las visiones de la oráculo, se encontró una única manera de tenerlo como aliado, y, una vez derrotado, tras incesantes años de combate, fue enviado a Réquiem, convertido en piedra.
En algún punto, el supuesto dios creyó que su plan estaba saliendo a la perfección, pero, dado sus excesivos reseteos de memoria (hecho que hacía para eliminar información y evitar cualquier incidente), no se dio cuenta de que, del ser arrogante y más despiadado de todos, no quedaba nada, despertando completamente distinto, pues convertirse en estatua, aparte de salvar su integridad y poder, también mermaba, poco a poco, parte de su identidad.
Su redención yace en Dichotomy, mi primer libro escrito y el primero de la saga: Majestic Dragon.
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alva-lumin · 3 hours
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Libro: Canción Anómala, Libro 1 de la saga Majestic Dragon, tomos Oníricos.
Celestia era pequeño, a comparación de los planetas vecinos, pero lleno de vida y fulgor. Toda su superficie estaba conformada por agua, sin embargo, habían nacido allí, su simple existencia les daba las capacidades exactas para subsistir. La piel era escamosa y en tono aguamarina, con branquias en la mayoría de su cuerpo, aptas para su supervivencia. Sus cabellos, en colores celestes, blancos y verdes, ondeaban al viento, al grácil aire templado.
Sus templos se alzaban con una mampostería delicada, marmoleada y ondulada, agradable a la vista, en excelso trabajo y planeación. Con sus ciudades y aldeas cubiertas por una cúpula parecida a una burbuja, resistente a los peligros, dócil al tacto.
Las grandes construcciones se erguían gracias a las placas anfibias que se movían y flotaban con el movimiento del agua. Soportando enormes cantidades de peso. El material, llamado Levianita, se obtenía de las profundidades. La peculiar piedra se conectaba como una cadena que, solo al despegarlas, podían flotar sin problemas. De apariencia suave pero de textura porosa, reflejaba la luz de manera etérea, no necesitando ninguna otra fuente de iluminación.
Las pequeñas islas, conectadas por puentes delgados y resistentes, se regaban en zonas en las que las piedras y arena de las honduras, fueran menos profundas. Así, mantendrían mejor su edificación.
Eran parecidos a los humanos, bípedos, de diferentes tamaños, de carácter voluble, de corazones distintos, de sentimientos abrumados, con algunos traumas del pasado. Habían desarrollado una hermosa nación, de tecnología creciente, de ideas y sueños enormes. Algunos trajes hechos de la fauna local les permitían nadar a decenas de metros, permitiéndoles llegar aún más lejos. Brincaban sobre las aguas como delfines, y nadaban con tal pericia, que parecían proyectiles.
Una tarde, de colores borgoña y de luces por dormir, el cielo se nubló por completo, a una velocidad desbordante, apabullante. Las nubes demostraban tormenta y las aguas yacían inquietas.
—Es tiempo de subir a la ciudad central, es tiempo de subir a la ciudad central. Los puertos se cerrarán. Todas las personas deben subir a la ciudad central. —Se escuchaba de las bocinas del lugar—. Una tormenta se acerca.
No tardaron en acatar las órdenes, estaban acostumbrados a ellas. La marea se alzaba en inmensa cantidad, y las olas comían todo a su paso. La ciudad central no era más que un campo gigantesco con lo primordial para sobrevivir; alta y de estructura resistente. Aunque sus habilidades de nado eran indescriptibles, aquello era en extremo riesgoso.
Pero el cielo se apagó más de lo habitual. Las alarmas sonaron, indicando el pronto cierre de las entradas y salidas, y la peligrosidad de lo que se avecinaba. Los murmullos no se hicieron esperar, el miedo gobernó con voracidad cada pensamiento. No era un cuento que algo llegase desde el cielo, creían firmemente en deidades capaces de cumplir tales eventos. Y mientras algunos se hincaban ante la indómita imagen, las estrellas desaparecieron. En el horizonte, las nimias luces se apagaron de isla en isla, como un corredor perdiendo toda iluminación; hasta llegar a la metrópoli central.
Las voces a orillas de la gran ciudad desaparecieron junto a la oscuridad que se acercaba con una velocidad presurosa. Interrumpiendo los gritos, siendo arrebatadas desde las tráqueas, consumidas en las gargantas. La gente rezaba a diversas entidades, llorando ante lo ocurrido, esperando lo peor, sintiendo el miedo acrecentarse sin control, a medida de la negrura apremiante.
A lo lejos del universo, el pequeño y tímido planeta desapareció, hundiéndose en una piscina de tinta negra, de textura parecida a la brea. Para luego desvanecerse, dejando todo en perfecto orden, como si Celestia, nunca hubiera existido.
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alva-lumin · 14 days
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Libro: Amantes en Hierro
—Clamo —musitó, su voz era joven, pero ronca tras la resequedad de su garganta—, desde mis entrañas que fueron dañadas, desde los vellos que quedaron en mi boca y en todo mi cuerpo, y con todos los fluidos que se secaron dentro de mí. Pido a lo que sea, a lo que me escuche debajo de esta tierra o por sobre mí, con toda la ira y vergüenza, que este suelo sea maldito. Viaje y consuma desde donde perecerán mis huesos, hasta donde alcance su maldita estirpe. Y no tengas paz, hasta el día en que nuestras almas pútridas vuelvan a fundirse entre el más recóndito de los avernos.
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alva-lumin · 14 days
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Libro: Dichotomy
Le decía que era un celestial, un dios —como prefirió llamarse—, el rey de las razas, el padre del conocimiento. No tardó mucho en creerlo, pues era hermoso, pero, al mismo tiempo, emitía una incertidumbre horrenda, su rostro podía parecer el más bello o el más misterioso, según quien lo viera.
Cuando lo miró por primera vez, supo que se había metido en un gran problema, y pese a las advertencias de sus pensamientos, sabía que encontraría en Zadereen una solución, sin pensar que también hallaría el amor, un amor extraño, imposible (o eso creía), hasta que aquella divinidad, le demostró reciprocidad.
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