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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Girlie
Alexandra Savior
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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Ginebra
“Aquella noche, Ginebra llevaba un vestido de un diseñador japonés que no hacía ropa monacal y minimalista, sino inspirada en los estampados y formas tradicionales. Era un vestido de seda, con flores color verde botella y rosas en dos tonos -uno muy claro y otro fresón- sobre un fondo azul cobalto también compuesto de flores. La seda, muy fina, parecía antigua y gastada, como descolorida y ablandada por el uso y los lavados. Era un vestido suelto, un poco acampanado, con las mangas en globo por encima del codo y un amplio escote cuadrado. Por delante caía por encima de la rodilla, y por detrás era un poco más largo. Un vestido precioso y difícil que le producía una sensación que adoraba. Ginebra estaba muy atenta -formaba parte del trabajo que había escogido- a los efectos que la ropa producía, y casi le parecían más interesantes los que provocaba en la propia persona que la llevaba puesta que los que provocaba en los demás. Su vestido japonés la hacía sentirse -por las flores, el corte, los colores, las mangas, el modo en que su cuello, sus brazos y sus piernas, muy morenos tras un largo verano de sol y moto, parecían mas delgados y frágiles- como una niña que está a punto de empezar a jugar el juego de los mayores. La seda, liviana, resbaladiza, la más líquida y móvil de las telas, sabia en la caricia, la hacía sentirse muy consciente de sus propia piel. No llevaba ninguna joya, y, al calzarse una viejas chanclas marrones, había pensado que no debía ponerse nada que se atreviera a competir con su traje. El llevar puestos unos zapatos de playa con aquel vestido carísimo era también una manera de subrayar que se había puesto lo primero que había encontrado. En Barcelona, poner excesivo cuidado en los detalles del vestir se consideraba una ordinariez.”
HOY HE CONOCIDO A ALGUIEN 
Milena Busquets 
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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Shadowboxer
Fiona Apple
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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Una habitación propia 
“Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela.¿Qué tiene esto que ver con una habitación propia? Intentaré explicarme. Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela, me senté a orillas de un río y me puse a pensar qué significarían esas palabras. Quizás implicaban sencillamente unas cuantas observaciones sobre Fanny Burney; algunas más sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë y un esbozo de la rectoría de Haworth bajo la nieve; algunas agudezas, de ser posible, sobre Miss Mitford; una alusión respetuosa a George Eliot; una referencia a Mrs. Gaskell y esto habría bastado. Pero, pensándolo mejor, estas palabras no me parecieron tan sencillas. El título las mujeres y la novela quizá significaba, y quizás era éste el sentido que le dabais, las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas; o quizás estos tres sentidos estaban inextricablemente unidos y así es como queríais que yo enfocara el tema. Pero cuando me puse a enfocarlo de este modo, que me pareció el más interesante, pronto me di cuenta de que esto presentaba un grave inconveniente. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría cumplir con lo que, tengo entendido, es el deber primordial de un conferenciante: entregaros tras un discurso de una hora una pepita de verdad pura para que la guardarais entre las hojas de vuestros cuadernos de apuntes y la conservarais para siempre en la repisa de la chimenea. Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela. He faltado a mi deber de llegar a una conclusión acerca de estas dos cuestiones; las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver. Más para compensar un poco esta falta, voy a tratar de mostraros cómo he llegado a esta opinión sobre la habitación y el dinero. Voy a exponer en vuestra presencia, tan completa y libremente como pueda, la sucesión de pensamientos que me llevaron a esta idea. Quizá si muestro al desnudo las ideas, los prejuicios que se esconden tras esta afirmación, encontraréis que algunos tienen alguna relación con las mujeres y otros con la novela. De todos modos, cuando un tema se presta mucho a controversia —y cualquier cuestión relativa a los sexos es de este tipo— uno no puede esperar decir la verdad.”
Una habitación propia Virginia Woolf 
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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Wilder Than the Wind
Say Lou Lou
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all-aboutpoetry · 4 years ago
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Hotel Riverside
“Pero cuando terminaron de mandar las peras a las plantas de envasado y los lúpulos de la finca de los McClellan ya llevaban seis semanas levantados, ella todavía no se lo había dicho a nadie. 
-Creo que no quieres -le dijo por fin Everett-.Creo que no te quieres casar conmigo.
-Ah, querido. -Ella le besó la nuca y le pasó un dedo por el espinazo-. No eres tú.
-¿Qué es?
-Es todo el mundo. A veces no me quiero casar con nadie. Hay tardes en las que me quedo tirada en la cama y la luz entra por las persianas y llega el suelo y creo que no quiero salir nunca de mi habitación. 
-Tendrás una casa entera. ¿No es mejor?
Ella le dio una palmadita en la cabeza y miró a lo lejos, río abajo.
-Es la casa de tu padre -dijo al fin, intentando asirse del argumento más cercano, aunque no fuera el que tenía en mente. 
-Construiremos otra casa si quieres. ¿Te gustaría?
-No lo sé. -De pronto estaba harta de intentar hablar con Everett-. Creo que no entiendes lo que quiero decir. 
Él se apartó.
-No, creo que no.
Lily sintió, tan físicamente como sentiría un dolor de cabeza, el peso de la vulnerabilidad de Everett. 
-Claro que quiero -dijo ella en tono inexpresivo-. Ya sabes que quiero. 
Aunque acordaron que Lily ya se lo habría dicho a Edith y a Walter Knight para cuando Everett viniera a comer el postre con ellos esa noche, ella no se los había dicho. Era imposible decírselo, le susurró a Everett al abrirle la puerta. Aceptando esto como un hecho, él se levantó de la mesa de Walter Knight y se llevó a Lily en coche a Reno esa misma noche de octubre, la noche en la que cayeron las primeras nieves del año en la Sierra Nevada, e hizo que la declararan su mujer en nombre del Condado de Washoe y el Estado de Nevada. Los testigos de ceremonia fueron la mujer y el hijo del juez. El hijo se puso una vaqueros, con la bragueta abierta, por encima de su pijama a rayas marrones; la mujer, despertada en contra de su voluntad pero obediente, sonrió adormilada y le dio unas palmaditas en el pelo a Lily. Lily, que todavía no había cumplido los dieciocho, se pasó la ceremonia convencida de que el hecho de haber mentido sobre su edad invalidaría el matrimonio, lo anularía todo. Sin lagrimas, nada irrevocable, un simple malentendido cortés entre conocidos que se llevaban bien. Más tarde, desde su habitación del hotel mandó un telegrama que decía “Casada con Everett ahora en el Riverside de Reno vuelvo pronto con amor Lily”. Por muchas extravagancias que cultivara, los telegramas largos, no se contaban entre ellas. Everett llamó a la finca para decírselo a su padre, pero quién contestó el teléfono fue Martha.                                                           
Tapando el auricular, Everett se dirigió a Lily, vestida con la misma falda y el mismo pulóver que había llevado en la cena, sentada en el borde de la cama cuyas sábanas tenían bordado el nombre Hotel Riverside.”
El Río en la noche Joan Didion   
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all-aboutpoetry · 5 years ago
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Le Temps De L'amour
Françoise Hardy
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all-aboutpoetry · 5 years ago
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El amante
“¿Sabe que ahora usted es conocida en el mundo entero por el hecho de haber escrito El amante, y a veces solo por eso?
Al fin de cuentas, ya no se podrá seguir diciendo que Duras escribe “esas cosas intelectuales”…
¿Le gustaría indicar alguna clave de interpretación de El amante?
Es una novela, punto final. Que no lleva ni va a ninguna parte. La historia no concluye, es solo el libro que se detiene. El amor, el goce, no son “historias”, y la otra lectura, la lectura más profunda, si existe, no aparece. Cada cual puede elegir entreverla.
¿Cuáles son, según usted, los cambios más radicales que hubo en su estilo a partir de El amante?
Ninguno. Mi escritura es la misma desde siempre. Aquí, en todo caso, me dejo ir sin temores. Los lectores ahora ya no tienen miedo de lo que, al menos en apariencia, parece incoherente.
Después de El amante, su escritura se hizo cada vez más ligera.
Es el sonido del habla lo que ha cambiado, en relación con como era antes: como si hubiera adquirido una especie de involuntaria simplicidad.
Explíquese mejor
El amante es un libro tan lleno de literatura que la literatura en él parece, paradógicamente, muy lejana. No se la ve, no se debe ver el artificio, eso es todo.
Usted se obstina en no querer hablar de “estilo” con esta novela.
Un estilo “físico”, si se quiere. El amante nació de una serie de fotografías recuperadas por azar, y comencé pensando poner el texto en segundo plano para privilegiar la imagen. Pero la escritura se impuso, iba más rápido que yo, y solo al releer me di cuenta del modo en que estaba construida en base a metonimias. Hay palabras, como “desierto”, “blanco”, “goce” que se destacan y connotan el relato entero.”
La pasión suspendida Marguerite Duras
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