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No había que ser un genio para notar que la muchacha se había ‘ocultado’ en aquel lugar para no ser hallada, seguramente necesitaba un tiempo lejos del bullicio y de los estudiantes. La Universidad podía ser increíblemente agotadora y él lo sabía muy bien, considerando que había estado más años allí que la mayoría de los alumnos que ahora se paseaban creyendo que una hora era suficiente para estudiar lo aprendido. Frunció un poco los labios al escuchar a la castaña y asintió con la cabeza, no estando seguro de que si ella buscaba una respuesta de vuelta o alguna contestación para formar una conversación decente. Aleksey respetaba el espacio de los demás, ya que le gustaba que respetaran su espacio y solía evitar hacer las cosas que no le gustaba que le hicieran. Se quedó allí, parado al lado izquierdo de aquella silenciosa muchacha con las manos en los bolsillos e intentando despejar su cabeza para impedir que su cabeza comenzara a procesar una y otra vez el error que se había cometido en su empresa. Oyó entonces la voz de la fémina, logrando que la cabeza del ucraniano se girara para darle atención. “En mi paraíso, sí. Han cometido un error bastante grave en mi empresa y no puedo ir allí para arreglarlo.” Contestó, no estando segura de que si a la muchacha le interesaría mucho la respuesta, después de todo, parecía estar concentrada en otra cosa o tal vez, simplemente había preguntado por cortesía. El silencio podía ser muy incómodo de vez en cuando. Soltó un suspiro mientras llevaba una de sus manos hacia su propia nuca, frotándosela con la yema de los dedos e intentando aliviar el dolor que se había formado en esta por lo tenso que se había encontrado los últimos días. “¿Y tú? ¿Escapándote un poco de la vida de estudiante o simplemente anhelando tener un momento sola?” Preguntó, dispuesto a irse si ella quería la segunda opción. No se le apetecía interrumpir la paz de nadie y muchísimo menos de una desconocida.

El frío aire de la noche acariciaba el vello de su nuca cuando se alejó de la persona que anteriormente le había pedido la hora. La mujer de la falda verde estaba allí, al otro lado de la calle, empujando a alguien. Dijo algo no alcanzó a oír y se dirigió rápidamente a otra persona, agitando los brazos, pero, un segundo después, iba agarrada del brazo de un estudiante de ¿medicina? ¿Por qué? ¿Por qué no era igual a los demás estudiantes? Sabía que nadie podía mantener aquel nivel de actividad mental durante mucho tiempo y sobrevivir. Era absurdo. En aquel momento se suponía que estaba tratando de alejarse del bullicio de la universidad, se estaba tomando un poco de tiempo libre. ¿Libre? Bueno, eso era más o menos lo que quedaba de libertad después de finalizar su día en el hospital. Su ritmo de trabajó se multiplicó por diez de la noche a la mañana. Le entró el pánico. No podía manejar las pastillas, pero no dejó de consumirlas. Parpadeó un par de veces, cerciorándose de que aún estuviera viva. Tenía dolores de cabezas y náuseas. Eso sí le resultaba aterrador. La chica que anteriormente había visto, se perdió en la penumbra de la oscuridad. Logró volverse una sombra más, mezclándose con la noche que hipnotizaba a la castaña. Hace un par de años atrás, perdió toda la fe en la humanidad. Se percató que los seres humanos eran crueles por naturaleza, y que por más que trataran de ser bondadosos, tarde o temprano, su verdadera naturaleza salía a flote. ¿De qué se quejaba? Ella era igual –o peor- que ellos. Al fin de cuentas, pensó, ¿quién era ella para juzgar a sus compañeros? Por obvio que fuese, y aunque llevaba más de cuatro años estudiando ahí, no se había dado cuenta que todos ocultaban una historia, que dentro de ellos, existían millones de recuerdos que seguramente los atormentaban durante las noches. “Me inclino más por la segunda opción.” ¿Respondió? Sí, se tomó la molestia de darle una respuesta corta a la persona que había quebrantado su paz y quietud. Cuando más miraba a la gente de su entorno, más familiares le resultaban, y al final podía ubicar a media docena. Muchos de los que había reconocido pertenecían al mundo de la medicina, gente que se dedicaba a salvar vidas. ¿Lo había visto a él antes? Seguramente, pero las pastillas no la dejaban pensar con claridad. “¿Problemas en el paraíso?” Preguntó, deseando que sus pensamientos se concentraran en la conversación que estaba a punto de iniciar. La árabe no era muy buena con las interacciones sociales, existía algo en los seres humanos que no le daba confianza, ¿qué? No lo sabía, pero prefirió seguir charlando con él, no podía ser peor que los estudiantes que centraban su vida en cosas superficiales. ¿O se equivocaba?

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“¡Vaya! Qué buenos deseos tenías para mí.” Dijo con un sarcasmo evidente mientras dejaba los ojos en blanco. No la había pasado mal con su compañía, sin embargo, se habían alejado después de un rato, él yendo a buscar a Dione y ella dirigiéndose hacia quién sabe dónde. “¿Qué hiciste tú luego de que nos separáramos? ¿Encontraste algún príncipe o sólo sapos?” Inquirió, alzando una ceja con verdadera curiosidad. Para empezar, la muchacha no parecía estar demasiado cómoda con una celebración como aquella, sin embargo, se había quedado allí así que suponía que eso significaba algo. Soltó una carcajada y sacudió la cabeza mientras se humedecía los labios. “Debes de recordar que no estás rodeada de príncipes, ellos no saben cortejar de esa manera y, por otro lado, dudo que estos jóvenes tengan tanto acceso a las tarjetas de créditos de mami y papi.” No dudaba que tenían dinero suficiente como para vivir una vida llena de excesos y diversión, pero no creía que tuvieran lo suficiente al alcance como para satisfacer los gustos de una princesa. Y menos cuando era obvio que eran bastante caros. Enarcó una ceja al escuchar el relato del incidente de Eleanor y frunció levemente el ceño. “No me imagino a Eleanor en una pelea, así que seguro que estaba bastante enfadada.” Comentó, frunciendo los labios. Eleanor era muy buena amiga del ucraniano y habían compartido lo suficiente como para que él supiera que la muchacha no era del tipo que se metían en peleas. “En fin, ¿tú también estás metida en danza o algo así?” Le preguntó volviendo a alzar la mirada hacia ella mientras se apoyaba en el marco de la puerta.

“Me alegro por ti. Aunque te juro que pensé que te dejaría plantado y terminarías teniendo un día, o mejor dicho noche, de San Valentín miserable —Comentó la fémina antes de encogerse de hombros. Se podía notar un poco en ella que la fecha de San Valentín no era una de sus favoritas, ya que creía que aquello era un día creado con puras intenciones comerciales, además de que el afecto hacia la otra persona se debía mostrar todos los días, no solamente en una fecha fija. “Si quisieran seducirme, ¿por qué no se aparecen en la puerta de mi habitación con una caja de Godiva, rosas y un ticket de avión para llevarme al Guy Savoy en París? —Otra vez su voz se había alzado considerablemente para que aquellos elocuentes muchachos pudieran escucharla. “Claramente las hormonas hacen estragos en su cabeza —Agregó. Ella también había sido una adolescente alguna vez, pero creía creer que no había llegado a caer tab bajo o a ser tan pesada como aquellos dos. “Sí, una de sus compañeras del taller de danza la golpeó y creo que ella también a la otra, no lo recuerdo muy bien, solamente se que pasó porque hicieron un comentario bastante desafortunado de su padre y bueno… creo que eso hizo que sus pelos de punta. De igual manera, la acompañé a la enfermería así que no tienes que preocuparte —Informó, antes de presionar levemente sus labios.

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“¿Por qué quieres grabar a la gente caminando por los pasillos si tu principal objetivo es la bolsa de plástico?” No le veía el sentido ni la gracia de estar persiguiendo a una bolsa cualquiera y mucho menos cuando el muchacho parecía no darse cuenta de que estaba molestando a la gente de su alrededor. “En realidad, sí estás corriendo como un loco y estás chocando con la gente y ni siquiera te disculpas.” La verdad es que no le importaría ver al muchacho correr de esa manera en el jardín, pero estaba interrumpiendo el camino de muchas personas, incluido el de él, así que por supuesto que había decidido intervenir.

¡Un momento! ¡La bolsa había parado de volar! ¿Por qué? La respuesta poco tardó en aparecer delante de Noah. Un hombre de los que parecía ser de los más chulitos en la universidad había atrapado su bolsa de plástico y le estaba inquiriendo sobre su trabajo: -Es que es justamente por eso. Quiero grabar el caminar de la gente a mi alrededor. Además, no es como si estuviese corriendo como un loco, ¡peores cosas se han visto en estos pasillos! -se defendió con todo el entusiasmo del mundo y se quedó ahí, parado frente al hombre, esperando a que le devolviera la bolsa.

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99 *wink*

99. ¿A quién extrañas en estos momentos?

A una persona que dejó este mundo hace muchísimo tiempo.

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del 80 al 90

80. ¿Bebidas calientes ofrías?

Ambas, todo depende de mi humor, del tiempo, etc.

81. ¿Té o café?

Café.

82. ¿Qué opinas de lagente que se corta por moda?

¿Qué se corta a sí misma? Bueno, supongo que son estúpidos que buscan unpoco de atención ya que no pueden conseguirla por sí mismos.

83. ¿Sabes nadar?

Así es.

84. ¿Qué opinas de nuevamoda de leer?

¿Hay una moda de leer? Nunca había oído de eso.

85. ¿Eres paciente?

No mucho, pero hago el intento.

86. ¿De qué religióneres?

Ninguna.

87. ¿Alguna vez hasganado algún concurso?

Sí, en el colegio. Concursos de química y competiciones de ese estilo.

88. ¿Te has hecho oharías cirugía plástica?

Ninguna.

89. ¿Qué no te gusta detu cuerpo?

No tengo ese tipo de problemas. Me conformo con lo que hay, y si no, puestrabajo para mejorarlo.

90. ¿En qué te considerasbueno?

En todo el área de química y también en la cocina.

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de la 70 a la 80 c:

70. ¿Sabes bailar?

Sí, aunque depende del tipo debaile.

71. ¿Qué es lo más raro que puedes hacer?

No se me ocurre, tal vez editeesto luego.

72. ¿Alguna vez fuiste infiel?

No. Es decir, me he liado convarias chicas al mismo tiempo, pero al no ser relaciones serias no cuenta comoinfidelidad.

73. ¿Alguna vez has llorado de felicidad?

Tal vez cuando era niño. No lorecuerdo.

74. ¿Eres bueno cantando?

Definitivamente no.

75. ¿Qué te hace llorar fácilmente?

No soy de los que lloran, perodiría que la cebolla.

76. ¿Tienes alguna manía?

Mantener mi escritorio en orden. Memolesta incluso ver un pequeño papel en un lugar que no corresponde.

77. ¿Alguna vez te has enamorado?

Sí.

78. ¿A qué concierto te gustaría ir?

Diría que a uno de The Doors,pero no puede ser.

79. ¿Qué película fue la última que viste?

La saga del señor de los anillos. Me gustanmucho.

80. ¿Bebidas calientes o frías?

Ambas, todo depende de mi humor, del tiempo, etc.

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De la 40 a la 47. :)

40. ¿Cuántos idiomashablas?

Tres. Ucraniano, ruso e inglés.

41. ¿Revista favorita?

Ninguna.

42. ¿Qué juguete amabascuando eras pequeñ@?

No recuerdo el nombre, pero eran unos soldaditos de color verde oscuro.Seguro no era el único que jugaba con ese tipo de juegos.

43. ¿Eres terc@?

A veces.

44. ¿Qué es mejor: Loácido o amargo?

Amargo.

45. ¿Ves telenovelas?

No.

46. ¿Temes a las alturas?

La verdad es que no.

47. ¿Cantas en elautobús?

Lo hacía cuando era pequeño e iba de paseo, ahora ya no.

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Las primeras veinte

1. ¿Duermes con la puerta de tu habitación cerrada?

Sí, ¿por qué la mantendríaabierta?

2. ¿Alguna vez te has llevado algo de un hotel?

No.

3. ¿Duermes con la luz apagada o prendida?

Apagada, no puedo dormir con luz.

4. ¿Alguna vez has robado algo?

No, nunca.

5. ¿Te gusta usar ropa ajustada o ropa suelta?

Ropa normal, supongo. Ropa que mequede bien.

6. ¿Coleccionas algo?

La verdad es que no.

7. ¿Preferirías ser atacado por un oso gigante o por abejas?

Por un oso gigante.

8. ¿Tienes pecas?

No.

9. ¿Sonríes siempre en las fotos?

No necesariamente.

10. ¿Cuál es tu mascota favorita?

Los perros, supongo. Sólo tuveuno cuando era niño.

11. ¿Alguna vez has intentado caminar sin pisar las líneas de laacera?

No, nunca se me ocurrió hacereso.

14. ¿Alguna vez has bailado sin música?

Sí, eso sí.

15. ¿Sueles morder tus lápices?

No, creo que es un hábitobastante desagradable.

16. ¿Con cuántas personas has dormido en lo que va del año?

Información que no se me apetecedar, muchas gracias.

17. ¿Cuánto calzas?

42.

18. ¿Cuál es tu canción de la semana?

Depeche Mode – Enjoy the silence.

19. ¿Crees que es normal que un chico use rosa en la ropa?

¿Por qué sería anormal?

20. ¿Aún ves dibujos animados?

No.

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Sin que él se lo propusiera, una pequeña sonrisa se formó en sus labios cuando oyó las primeras palabras de la inglesa, sabiendo que el disgusto no era lo que le provocaba, de otra manera, ya le habría cerrado la puerta en la cara. “Sí, llegó. Y la pasamos bastante bien, gracias por preguntar.” Contestó, sonriéndole divertido mientras miraba hacia su alrededor, preguntándose si aquellos cobardes asomarían sus cabezas para ver lo que estaba sucediendo entre él y la princesa. “Tal vez sólo quieren un poco de tu atención y como no lo logran, deciden recurrir a estas técnicas de ‘seducción’ que dejan mucho que desear.” Se encogió de hombros, dejando que una mueca tomara lugar en sus labios para después formar una sonrisa con estos. No entendía la mentalidad de aquellos muchachos, no lo había entendido cuando joven y no la entendería ahora tampoco. Alzó una ceja al escucharla y abrió mucho los ojos al escuchar esa información. “¿Una golpiza? ¿A qué te refieres?” No había visto a la neoyorquina hace bastante, y la verdad es que aquella averiguación lo había preocupado bastante.

Para el bienestar de sus ocelos, cuando desplazó la puerta se encontró con unas amenas facciones que podía recordar con anterioridad, más que nada porque había sido una de las primeras (si no fue la primera) persona que había conocido. “Tú otra vez… —Agregó la fémina, aunque en sus palabras no se notaba pesar ni mucho menos, con una débil sonrisa mientras se recargaba contra el marco de la puerta. “¿Al final, llegó tu cita aquella noche? —La curiosidad era audible en aquella interrogante, la cual había abierto pura y solamente para molestar a su interlocutor a sabiendas de que a veces a los hombres no le gustaba demasiado hablar sobre su vida privada, donde también se encontraba su vida amorosa. “Gente inmadura y mis admiradores, no sé si esperan que les cante una canción de cuna y les de un biberón, porque se comportan como unos malditos niños —Bramó lo suficientemente alto como para que aquella pareja de insoportables seres pudieran escuchar cuales eran sus pensamientos ante ellos. “Nope, comparto la habitación con unas tales Kyrsten y Bianca, no con ninguna Eleanor aunque en realidad la conozco, le dieron una golpiza fuera del edificio de bellas artes el otro día —Comentó la inglesa poniendo uno de sus pies encima del otro, para que no pisaran el frío mármol del piso que contrastaba con la calidez de la moqueta sobre la cual tenías sus pies anteriormente.

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Mientras caminaba tranquilamente por el campus, oyó una voz masculina gritando como si se tratase de una emergencia. Miró hacia su alrededor, viendo a toda la gente con diferentes tipos de expresión en el rostro; algunos reían, otros formaban muecas de disgusto y algunos sacudían la cabeza con reprobación. Sus ojos se movieron, buscando lo que todos miraban hasta que se encontró cara a cara con el chico que había causado todo aquel desorden. Cogió la bolsa en su mano y lo miró con una ceja en alto. “¿Por qué no haces esto en el jardín y no aquí, en el pasillo, donde toda la gente pasa?” Preguntó, frunciendo los labios mientras mantenía aquella bolsa en sus manos, preguntándose si sería buena idea tendérsela.

Él estaba haciendo arte, le daba igual lo que pudieran decirle. De esa manera, con una cámara de vídeo, se encontraba en mitad del campus grabando el “suave” volar de una bolsa de plástico sin tener demasiado cuidado con las personas con las que se podría topar. ¿Que por qué estaba haciendo eso? Le habían pedido en la tele estudiantil un reportaje sobre el reciclaje en la universidad, por lo que pensaba que aquello sería una buena alegoría de que el campus de la universidad de Toronto estaba llena de mierda: -¡Abran paso, abran paso! -iba diciendo mientras cogía la bolsa y la volvía a lanzar.

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El ucraniano se encontraba vagando por los pasillos con el libro solicitado en la biblioteca en sus manos. No sabía hacia dónde se dirigían sus pies y se encontraba tan distraído que tampoco se le apetecía manejarlos, después de todo, un poco de distracción era lo que necesitaba, considerando la pila de exámenes y problemas que había tenido desde la semana anterior. Su boca formó una pequeña mueca mientras pensaba en los exámenes que estaban pendientes aún y en las posibles soluciones a todos los problemas relacionados con la empresa que poseía. Era fácil pensar en un plan, pero llevarlo a cabo era una cosa totalmente distinta. Soltó un suspiro y sus pensamientos fueron interrumpidos cuando oyó un ruido que le hizo levantar la cabeza y buscar de dónde provenía. No se tardó en darse cuenta de qué había causado el ruido, puesto que se encontró frente a una muchacha en el suelo que, por su posición, había tenido un accidente en la escalera. Se acercó rápidamente a ella y agachándose a su lado, la examinó superficialmente. “¿Dónde te has hecho daño?” Le preguntó con sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, apoyó una mano en su hombro para mantenerla quieta ya que el moverse no le haría más que provocarle dolor.

Era la primera vez en siete meses que recibía una de aquellas. La frecuencia con la que recibía correspondencia con aquel remitente había ido descendiendo con el correr de los años, mas sin embargo, cada vez que una nueva carta llegaba a sus manos el conflicto era el mismo: leerla o no leerla. Dejar su pasado seis metros bajo tierra y seguir con su vida o tragarse el orgullo y afrontarlo de una vez por todas. Con el sobre entre sus manos y sus marrones orbes enfocados en las letras impresas sobre este mismo, bajaba distraída las escaleras del edificio, viéndose abstraída de su entorno a causa del dilema interno que había estado abatiéndola desde el momento en que lo había recibido. Leerla o no leerla. Leerla o no leerla. Se había visto tan ocupada debatiéndose con lo mismo, que poca atención le prestó a los escalones, e hizo caso omiso del último de éstos. Un solo paso en falso fue suficiente para que su tobillo derecho se doblara de manera brusca, mas no fue la pérdida de equilibro la causante de que acabara sobre el suelo, sino más bien el punzante dolor que pareció romper sus ligamentos. “Joder,” se quejó en voz alta, con el rostro encogido en una expresión de claro malestar. Hizo intento por volver a erguirse, pero aquello sólo la llevó a soltar otra palabrota. Era inútil, no podía apoyar ni el más mínimo peso sobre su extremidad derecha, mucho menos ponerse de pie.

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Comenzó a caminar por los pasillos mientras discutía por su teléfono celular. Su empresa había tenido problemas y él al estar estudiando como un loco para los próximos exámenes, no había tenido tiempo de pasarse aquella semana para ver cómo iban las cosas. ¿El resultado? Algo había empeorado en la fase tres del tratamiento de agua y no estaba seguro de cómo repararían los daños ni mucho menos si tendrían el suficiente dinero para repararlo de forma correcta. “¡Te dije que no era así! Ya te he dicho miles de veces de que mis decisiones son absolutas y que ni tú ni nadie puede cuestionarlas.” Tal vez estaba siendo demasiado estricto o demasiado antipático, pero aquello lo enfadaba demasiado. Una vez que él daba una orden, nadie podía decidir otra cosa. Era su empresa y su socio estaba totalmente de acuerdo con todo lo que él hacía… no había estudiado tantos años sólo para terminar trabajando en otra cosa. Dio un par de zancadas, paseándose por todos lados y de manera circular, como si aquello fuese a ayudarlo a calmarse. “Arregla esto, porque juro que si no lo haces… voy a partirte la cara.” Y como amenaza era bastante, considerando que el ucraniano era boxeador y cuando perdía la paciencia… era capaz de derrumbar a cualquiera. Alzó una ceja al escuchar una voz desconocida mientras recibía una explicación por el teléfono, cortó la llamada mientras sus ojos se fijaban en la muchacha que había cerca y se acercó, metiéndose el teléfono al bolsillo. “¿De verdad te parezco un grillo o estás intentando ignorar a toda la gente de tu alrededor?” Preguntó, alzando una ceja mientras la miraba con atención.

En la universidad hacía mucho más frío que antes. Había oscurecido, pero aquella tercera dimensión centelleante en que se convertía la escuela por la noche empezaba a cobrar forma. También estaba menos concurrida, un anochecer típico en Canadá, con su intenso ruido –grillos, gritos, suspiros, y pesadillas nocturnas- que seguramente atormentarían las pobres almas de los estudiantes. Todo el mundo estaba cansado, irritable, y apurado, entrando y saliendo como una flecha de las estaciones del metro. Lo que sí resultaba evidente mientras se abría paso entre la penumbra de la noche, era lo rápido que empezaba a hacer efecto la pastilla que anteriormente había ingerido. (Calmantes, que ayudaban a que la fémina no mostrara en monstruo que habitaba dentro de su atormentado ser). Había notado algo en cuanto salió de su habitación. Era una leve alteración de la percepción, un parpadeo apenas, pero al recorrer los cinco edificios que la separaban de la libertad, el medicamento cobró intensidad y agudizó su conciencia de todo lo que la rodeaba: los cambios mínimos de  iluminación, los pocos estudiantes que avanzaban a paso tortuga a su izquierda, y la gente que se acercaba a la cobriza en dirección opuesta. Se fijaba en sus ropas, oía fragmentos de sus conversaciones y atisbaba sus rostros. Lo captaba todo, pero no de una manera exacerbada, como sucedía con la droga. Por el contrario, todo le resultaba bastante natural, y al cabo de un rato, empezó a sentirse como si hubiera hecho ejercicio, como si se hubiese empujado a sí misma a una especie de límite físico estático. ¿Ejercicio? Mierda, ¿cuándo había sido la última vez? Diría que no había practicado deporte alguno en los últimos dos años. Cuando llegó al jardín principal de la universidad, se sentó en una de las bancas, entregándose por completo a los efectos secundarios del medicamento que la permitía ser un ente normal. ¿Normal? Bueno, eso era lo que ella pensaba. Respiró hondo, cerró los ojos…y todo se vio interrumpido por un par de pisadas que lograron sacarla de su trance. “¿Desde cuándo los grillos hacen tanto ruido?” Por un momento, se olvidó que se encontraba en un lugar transitado por los docentes y estudiantes.

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Salió de la presentación de aquel día, aliviado de que fuese su última clase. La última presentación lo había agotado y había valido la pena quedarse planeado todo hasta tarde, considerando que, en palabras de su propio profesor, había sido uno de los mejores. Una sonrisa se formó en sus labios mientras caminaba hacia el jardín, deseando poder quedarse allí por un par de segundos antes de correr a su habitación y quitarse el traje formal que tenía puesto. Se sentó en una de las banquillas para luego coger su mochila y buscar algún cigarrillo ahí. No solía fumar mucho, pero cuando lo hacía, le gustaba hacerlo rodeado de paz y tranquilidad y sin mucha gente alrededor. Estaba a punto de encender el tubo de tabaco cuando oyó un par de pasos acercarse, haciéndole detener sus acciones para fijar sus claros ocelos azules en la persona que interrumpía su tranquilidad. “Espera, ¿qué?” Alzó ambas cejas, sabiendo que había escuchado bien a la rubia, pero no estando seguro de que si lograría creer aquel acontecimiento. Sin embargo, no se le apetecía ir allí y ver si ella estaba bromeando o era cierto lo que decía. “¿De verdad había alguien ahí haciendo eso?” No sabía si sentir asco o simplemente sorprenderse por la audacia de aquella persona, aunque le parecía algo de muy mal gusto, considerando que se encontraban en una universidad con personas educadas o al menos, se podía ver eso superficialmente. “Dios, qué le pasa al mundo, joder.” Se quejó por lo bajo, sabiendo que ella lo oiría mientras volvía a concentrarse en encender el cigarrillo.

       Abandonó su habitación con un simple deseo y este recaía en encender un cigarrillo, liberar la tensión acumulada en los últimos días y quizás quejarse entre dientes por la poca tolerancia que residía en su cuerpo para tolerar a las muchachas que compartían clases junto a ella en una carrera tan competitiva como lo era la danza. Humedeció sus labios caminando con los brazos en cruz entre las penumbras mientras empleaba un monólogo bastante ácido en pleno sabor de la soledad. Aún se observaban almas transitando por los pasillos, pero gran parte del alumnado había encontrado refugio entre cuatro paredes. Justo cuando creyó que ese metro cuadrado ofrecía una vista interesante para meditar sus errores y lo que había de hacer en el futuro, sus orbes se expandieron a tal extremo que sus cuencas experimentaron una sensación de vacío y desesperación. Nada más y nada menos que un muchacho en estado de ebriedad defecando en las rosas y los lirios. “Mierda, qué asco, qué asco”, reiteró una y otra vez retirándose de ahí con una prisa tremenda. No era una persona escrupulosa pero existía una brecha entre observar a un perro hacer sus necesidades y a un ser humano; no había pasado las duras penas del infierno para verle el trasero en acción a un desconocido. Trotó por el jardín encontrando un espacio libre de exhibicionistas, aunque ya estaba ocupado por otra silueta. “Perdona que te interrumpa, pero había un tipo cagando las flores de la universidad y…”, cubrió la arcada con la palma de su mano y tomó una bocanada de aire en un sólido parpadeo, “…Dios, el olor era terrible y tuve que arrancar.”

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El ucraniano frunció el ceño al ver a dos jóvenes acercarse a una de las puertas de todas las habitaciones allí y tocarla para entonces salir corriendo a ocultarse. Formó una mueca con los labios y sacudió la cabeza mientras se preguntaba qué demonios pasaba con aquella generación de estudiantes. Se acercó hacia el dormitorio y tocó la puerta, distrayéndose en sus pensamientos para luego toparse con los ojos de aquella princesa que había conocido en el baile de San Valentín. “Supongo que te gustará saber que tus dos admiradores se están escondiendo en el pasillo hacia la derecha.” Señaló con la cabeza el lugar donde se encontraban, diciéndolo con tono bastante bajo para que los chicos no supieran que hablaban de ellos. “Y también me he confundido de habitación, creo. Aquí no duerme Eleanor, ¿verdad?” Frunció los labios, estando seguro de que estaba equivocado, considerando que Eleanor nunca había mencionado ser compañera de habitación con una princesa real.

                    No había nada más molesto para Philadelphia que una persona la molestara cuando quería estudiar. Y eso era lo que estaba haciendo –desde hacía ya más de media hora– alguien que se creía el gracioso, quien se dedicaba a golpear la puerta de la habitación y luego huir. Cuando escuchó el repiqueteo de un puño contra la madera de la puerta, se levantó y corrió hacia ella, abriéndola. “¿Necesitas algo? —Preguntó en cuanto dio con una figura, sabiendo que podía ser aquella irritante persona o alguien que simplemente pasaba por allí.

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Se encontraba apretado entre varias personas, preguntándose por qué demonios tenían que reunirse en la cafetería cuando era el sitio más visitado por todos los estudiantes, al menos, a esa hora. Soltó un bufido mientras se salía del grupo de gente entre codazos y empujones, negando a seguir intentando llegar a la cafetería para conseguir un café. Oyó entonces una voz quejarse y vio que un par de graciosos molestaban a una muchacha que tenía miles de cajas de DVDs en las manos. Se acercó, pero cuando quiso ayudar… fue demasiado tarde. Cerró los ojos al escuchar el estruendo que hicieron todas las cajas al caer al suelo y formó una leve mueca mientras desviaba la mirada hacia los tipos. “Esfúmense antes de que les parta la cara, imbéciles.” Bufó, agachándose para entonces comenzar a ayudar a la muchacha a levantar sus cosas. “¿Estás bien?”

Su pequeña figura ahora se veía completamente eclipsada por una enorme pila de DVD’s que cargaba sobre sus brazos. Lo cierto es que ya llevaba varios metros caminando totalmente a ciegas, procurando que ninguno de sus tan preciados tesoros terminase en el suelo; no quería correr el riesgo de que estos se dañasen. Su destino era claro: llegar a su habitación, pero por algún motivo que desconocía, se encontró con un embotellamiento de gente que no le dejaba continuar. “Paso, disculpen, paso…Eh, ¿qué haces? ¡Deja eso en su sitio antes de que pueda romperte las muñecas!” exclamó confusa al ver como alguien le retiraba una de las cajas de la pila y la desgracia se hizo, perdió el equilibrio y todas terminaron por el suelo.

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Amo la pareja que forman Aleksey y Dione. — Desconocido.

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Gracias, supongo. Mi misión en la vida no es entretener a la gente ni hacer de payaso.

Aleksey es aburrido. Lo único que lo salva es el físico que tiene. — Desconocido.