«Así que puedes conjurar unos cuantos hechizos. ¿Se supone que eso debería impresionarme?».
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Blaze Zháres.
📸: Mathijs Hoover.
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The High Warlock of Paris
—...pero bueno, así es la vida. A todo el mundo le llega en algún momento la jubilación, lo quieran que no.
—Desde luego —contestó Samuel sin prestarle atención, demasiado ocupado en echar la leche dentro del tazón hasta arriba de cereales de maíz.
Dojkan se quedó mirándole, con una sonrisa divertida en los labios.
—¿Desde luego? —repitió.
—¿Qué quieres que te diga? —Samuel le miró por un instante antes de volver los ojos al tazón, hundiendo la cuchara en él y subiéndola poco después, repleta de cereales. Se la metió en la boca.
—No lo sé, tal vez un «¿Y a quién han elegido como nuevo Gran Brujo de París?». Ni siquiera vivo en este planeta, pero a veces parece que me intereso yo más de lo que ocurre aquí que tú.
Samuel se encogió de hombros mientras masticaba, tragando segundos más tarde.
—Sea quien sea el nuevo Gran Brujo, me trae sin cuidado —volvió a meter la cuchara en el tazón—. No le rendía cuentas al anterior, y tampoco lo haré con este.
—De eso estoy seguro —respondió Dojkan con desenfado, dejándose caer en el taburete que había frente a Samuel, al otro lado de la isla, mientras veía cómo el brujo se acercaba de nuevo la cuchara llena a la boca—, porque te han escogido a ti.
Samuel apartó los ojos de la cuchara y los llevó hacia Dojkan, viendo como el archimago se reía de él cuando esta se le cayó de las manos.
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La arena de la playa se le colaba entre los dedos de los pies, y el sol se estrellaba contra su cuerpo medio desnudo salvo por el bañador, adormeciéndolo por completo mientras de fondo escuchaba las risas de Declan y de Karen jugando juntos a las palas.
Samuel sintió unos dedos pequeños y cálidos rozarle el dorso de una de sus manos.
—Ahora no, Danny —murmuró antes de bostezar, todavía con los ojos cerrados.
Su hermano pequeño resopló y dio un golpe con ambas manos sobre la arena.
El ruido de una pelota de goma chocando cada pocos segundos contra las palas de madera dejó de oírse, y lo siguiente que Samuel notó fue el olor de la colonia de Declan colarse por su nariz, al mismo tiempo en que alguien se sentaba junto a él, en el lado contrario a donde estaba Danny. Declan le pasó un brazo por los hombros.
—Sam —le llamó. Samuel frunció el ceño con molestia, haciendo que su primo se riera—. Era una broma. Venga, vamos al agua. Hoy es el último día de verano, ¿de verdad quieres pasarlo tirado en la arena?
—El agua está fría.
—Y la arena caliente.
—Prefiero quedarme aquí.
Declan le miró durante unos segundos y luego inclinó el torso hacia adelante.
—¿Y tú qué me dices, te vienes conmigo al agua?
Danny golpeó la arena otra vez, esa sin ningún resquicio de enfurruñamiento en la cara. Lo siguiente que Samuel escuchó fue el suspiro que emitió Declan antes de levantarse, coger a Danny en brazos, y marcharse con él en dirección al agua.
La voz alegre y despreocupada de Karen hablando con una mujer a la que acababa de conocer, entremezclada con el so sobre sus párpados, hizo que el brujo se dejase caer hacia atrás, quedando tumbado por completo sobre la toalla. Extendió sus brazos, cada uno hacia un extremo, y empezó a hundir los dedos de las manos bajo la arena.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí; en ocasiones sentía que un par de horas, otras, que varios días. Pero fuera cual fuera la respuesta, y el sol nunca se ponía, y las fuerzas de Danny tampoco parecían agotarse, así que Samuel había asumido que su percepción del tiempo se había atrofiado debido al aburrimiento, reduciéndolo a alguien que simplemente esperaba a que pasara algo, cualquier cosa, que hiciera que el tiempo comenzase a avanzar para así poder volver cuanto antes a casa y seguir haciendo la maqueta de la torre Eiffel que llevaba ya varios días montando con su abuelo.
En ocasiones era capaz de escuchar la voz de su hermano Riley hablando con Karen y con una tercera voz masculina que a Samuel le sonó familiar, pero que no fue capaz de reconocer, pero las captaba tan lejanas, que el brujo supuso que se las estaba imaginando. Saber que Riley aquella tarde estaba trabajando, y que Karen estaba a unos metros de él, charlando como si nada sobre plantas con aquella desconocida, le ayudaba a creérselo.
—...a Blaster…
Samuel abrió los ojos de golpe, viendo que ya no estaba en la playa. O quizá sí, solo que en el fondo de la parte más profunda del agua. Se le escapó todo el aire por la boca debido a la sorpresa, provocando que inhalase con fuerza, llenándose la nariz, garganta y pulmones de agua. Empezó a toser, mientras sentía como todo dentro de él comenzaba a arder.
Los latidos de su corazón se aceleraron con rapidez, aunque no tardó en darse cuenta de que no se estaba ahogando, ni tampoco tardó en comprender que el agua estaba hechizada, permitiéndole respirar como si esta se tratara de oxígeno, pero sin quitarle el dolor que hacerlo le causaba.
Algo le sujetó un hombro desde atrás y le empujó con fuerza hacia adelante, tirándole al suelo, consiguiendo que el brujo terminase con el cuerpo pegado a la arena. Volvió a respirar, con los ojos abiertos de par en par anclados a lo primero que encontró, que fue una roca llena de algas que había a unos metros de él.
Lo que fuera que le había empujado avanzó hasta colocarse a su lado. Samuel no apartó la mirada de la roca, pero pudo darse cuenta de que a unos centímetros, en el rabillo de uno de sus ojos, nadando por el agua, había un montón de motas de polvo negro que se juntaron hasta formar una pierna y un pie del mismo color. El pie se alzó y fue hacia la cabeza de Samuel, aplastándosela contra el suelo con cierta fuerza, provocando que los granos de arena se le incrustaran contra la mejilla. El brujo no gritó, pero sí que cerró los ojos apretándolos con fuerza antes de reabrilos y mirarle, y Ewout se agachó frente a él sin quitarle el pie de encima, ladeando los labios en una sonrisa sardónica que no le hizo temblar ni la mitad que sus ojos completamente amarillos.
«¿Era esto lo que me escondías?».
Samuel continuó mirándole, sin comprender a qué se refería. No sabía si podía hablar estando donde estaban, pero respirar le dolía tantísimo, que no quería deshacerse tan rápido del poco aire que todavía le quedaba tras su última inhalación, así que prefirió no comprobarlo.
Por un segundo, como un flash, vio la alfombra del salón del viñedo.
—...avisar a Blaster.
Samuel notó cómo empezaba a girar la cabeza hacia la voz de Karen, y aunque no estaba viéndolo, podía sentir como la sonrisa de Ewout se ampliaba. Con esfuerzo, logró cortar el movimiento, volviendo a aparecer bajo el agua. El pie que Ewout tenía sobre su cabeza se alzó y luego bajó de manera violenta, golpeándole una de las sienes.
El brujo cerró otra vez los ojos, esa en contra de su voluntad, deseando reaparecer en la playa, donde parecía que nada malo podía sucederle.
—¿Llamamos a Blaster? —escuchó.
«Sí» dijo Ewout dentro de su mente.
«No» replicó él.
Ewout subió una vez más el pie y le golpeó de nuevo la cabeza, dándole tan fuerte que le dejó inconsciente. En el salón de los Hoover, cogió el control del cuerpo de Samuel y dejó caer la cabeza hacia adelante, queriendo que todo pareciera obra del niño.
El brujo no se dio cuenta de nada de lo que estaba pasando a su alrededor hasta unos minutos más tarde, cuando abrió los ojos todavía en el fondo del mar. Ewout ya no estaba allí, así que Samuel se giró hasta estar tumbado boca arriba. Inhaló con dificultad, y la quemazón a la que todavía no se había acostumbrado le hizo cerrar una vez más los ojos, viendo por unos segundos de nuevo la alfombra del salón. El corazón se le aceleró al darse cuenta de que estaba a punto de hablar, y que no tenía ni idea de qué era lo que iba a decir.
«¿Era eso lo que me escondías?». Samuel apretó los dientes de arriba con los de abajo con fuerza hasta que le dolieron, tratando de sacar fuerzas de donde no sabía si las tenía.
Ewout sabía que no tenía mucho tiempo antes de que Samuel lograra quitarle el control de su cuerpo, así que soltó lo primero que se le vino a la cabeza:
—Está aquí. [...]
Con dificultad, Samuel consiguió apartar los ojos de Blaster cuando Ewout pareció a punto de verle, queriendo evitarlo el mayor tiempo posible.
La aparición del mismo tentáculo que le había hundido bajo el agua días atrás, le cogió con la guardia baja, haciendo que soltara todo el aire y perdiera la concentración cuando este se enredó en su cuello, comenzando a estrangularlo. Pero incluso allí, en mitad de su intento por zafarse, Samuel escuchó las palabras de Ewout mientras fingía ser él mismo, recordando de pronto a qué se había refería.
«¿Era esto lo que me escondías?».
«Sí» admitió, antes de perder otra vez el conocimiento.
Ewout era un ser que se alimentaba principalmente de magia, y cuanto más poderosa, mejor. La absorbía, se alimentaba de ella, y cuando le era lo suficientemente útil, se la quedaba, volviéndose así cada vez más fuerte. En Ryndelgarf su intención principal había sido atacar a Dojkan, pero cambió de opinión súbitamente al ver a Samuel herido en el suelo. Dojkan era un mago conocido por ser bastante poderoso, pero era más experiencia que otra cosa. Samuel, sin embargo, podría haber matado a todos los allí presentes aunque no pareciera saberlo todavía.
Pero él sí. Podía olerlo.
El único motivo por el cual no se había comido toda su magia y luego le había matado, era porque nada más meterse dentro de él, había descubierto entre sus recuerdos que el niño conocía a alguien mucho más poderoso que el propio Samuel. En realidad, conocía a bastantes alguienes; gente de la que Ewout ya había recopilado toda la información posible para atacarlos más adelante. Pero si había algo que al monstruo le gustaba, eso era que le supieran las cosas difíciles.
Ignoró la existencia de Blaze, de Kirtash, y de gran parte de esa familia, yendo directo al único al que no podía ver. El lugar en el que Samuel había guardado a Blaster dentro de su mente estaba cerrado a cal y canto, y Ewout no pudo evitar la sensación de satisfacción cuando logró que aquella persona a la que llevaba tantos días intentando localizar, le tendió por fin la mano.
Los dedos de la mano de Samuel se aferraron con fuerza a los de Blaster, bajando la cabeza hacia ellos aprovechando que tenía el dominio por completo del cuerpo del niño. La expresión de disgusto y alarma al sentir el escudo protector fue más que evidente, y cuando Ewout logró por fin verle la cara a Blaster, estando ya bastante lejos del viñedo, trató de coger aire sin conseguirlo, gritando después con fuerza y de manera gutural, al mismo tiempo en que los ojos del niño se volvieron completamente amarillos.
Intentó deshacerse del agarre de sus manos, rompiéndose ambas muñecas en el acto.
Dentro de Samuel, en alguna parte de su mente, la cárcel que Ewout había creado expresamente para él se tambaleó, y lo que en un principio parecía ser solo un tentáculo nacido de la nada, se reveló como un kraken de grandes dimensiones, aparentemente hecho de polvo negro, cuyas motas estaban tan pegadas las unas a las otras, que lo volvían completamente sólido.
Sus ojos amarillos eran lo único que le identificaba como la verdadera forma de Ewout, quien, fuera, dio un paso hacia adelante con la boca abierta, efobcando únicamente a Blaster, como si la presencia de Kirtash le diera completamente igual y quisiera arrancarle la piel a tiras al Grátnar usando los dientes del niño.
Notó a Kirtash entrando en el cuerpo del niño, desconcentrándole lo suficiente como para dejar de moverse utilizándolo, quedándose así con los ojos anclados en Blaster mientras, dentro de él, Ewout comenzó a extender parte de sus partículas por el cuerpo del brujo en busca del Nítnar, mientras el tentáculo que había tenido Samuel hasta entonces alrededor del cuello le soltó y se dirigió hacia su estómago, atravesándolo de un golpe único golpe, empezando a absorber así sus poderes para así poder enfrentarse a Kirtash, demasiado ocupado en preocuparse por el Nítnar como para darse cuenta de la presencia de la magia de Blaster también dentro del cuerpo de Samuel.
Blaster entrecerró los ojos y se concentró en juntar una gran cantidad de magia bajo su pecho. Esperó unos segundos y alzó los párpados, y al hacerlo, su poder estalló y se expandió como una onda en todas direcciones, despejando la ventisca azabache y mostrando varios metros de arena y agua a la redonda. En un lateral, alcanzó a divisar el cuerpo de Samuel tendido sobre las piedrecillas del fondo. Nadó hacia allí con rapidez y se arrodilló junto a él a la par que creaba un escudo alrededor de ambos que hizo desaparecer el agua de ese pequeño trozo de mar. Abrió la boca y respiró una gran bocanada de oxígeno mientras una de sus manos se deslizaba tras la nuca de Samuel y le levantaba la cabeza. Un segundo después, ambos estaban en la playa y la tormenta se había disipado, pero una bruma arenosa y de un ocre translúcido le picaba en los ojos y lo obligaba a mantenerlos entrecerrados.
A lo lejos, un fuerte estruendo le indicó que Kirtash estaba conteniendo el poder de la criatura para evitar que esta pudiese acercarse a ellos.
—Samuel —llamó. Necesitaba que se despertase para que pudiesen terminar con aquella pesadilla—. Samuel.
Lo zarandeó sin lograr nada. Sopló hacia arriba para apartarse el pelo mojado de la frente y los ojos y apoyó una mano en el pecho del niño. Disparó una ola de magia directa a su corazón y la reacción fue instantánea: Samuel despertó de golpe, tosiendo y desconcertado.
—Eh, hola, necesito que me ayudes a deshacernos de esa cosa.
La voz de Blaster hizo que girase la cabeza hacia él, pero en cuanto sus ojos llegaron al inicio de los primeros mechones, el brujo movió la cabeza con brusquedad hacia el lado contrario, convencido de que aquello no era más que una artimaña por parte de Ewout para que así bajase la guardia, demasiado cansado como para darse cuenta de la magia que rodeaba al Grátnar.
—Y yo necesito que te vayas a la mierda —contestó con la voz ronca, hablando de una forma que haría que Karen le diera un buen tirón de orejas en caso de enterarse.
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Los pasos de Samuel, tranquilos pero firmes, entraron por la puerta principal del viñedo y se dirigieron con calma hacia el salón, bajo la atenta mirada de Dojkan, quien iba caminando tras él.
El niño fue hasta el primero de los sofás que rodeaban la mesa de café y se sentó en el centro, con las manos apoyadas en las rodillas y la mirada puesta en el suelo, sobre la alfombra de pelo llena de juguetes.
—...culpa tuya —dijo Karen—...iba a pasar. No puedes…
—Mejor que le hubiera… —añadió Riley—. Si hubieras sido tú… —Samuel parpadeó—… muerto los dos.
—Lo sé. —contestó Dojkan.
—Deberíamos… —volvió a hablar Karen.
—No podrían hacer…
—Pero tenemos… —Samuel notó como alguien se sentaba a su lado. No apartó los ojos de la alfombra, pero por el olor concentrado a champú de chocolate, supo que se trataba de Karen—. Al menos…
—...tiene razón. Contárselo únicamente serviría para…
—...a Blaster.
Samuel hizo el intento de girar la cabeza hacia Karen, pero no consiguió nada que no fuera mover la barbilla unas pulgadas hacia ella. Al otro lado de la habitación, de pie junto a Riley, Dojkan notó el gesto y dirigió los ojos hacia Karen.
—Repítelo.
—¿El…
Dojkan fue hacia Samuel y se colocó de cuclillas frente a él.
—...acabas de…
—...avisar a Blaster.
Samuel movió un poco más la barbilla hacia su prima; Karen se dio cuenta e intercaló una mirada con Dojkan antes de volver a hablar:
—...que avisar a Blaster.
Dojkan puso una mano sobre una de las de Samuel.
—...quieres? ¿Llamamos a Blaster?
Samuel dejó caer la cabeza hacia adelante, asintiendo.
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El borbotón de sangre que escupió no le asustó tanto como lo hizo la mirada de Dojkan puesta sobre él.
La calma que siempre había caracterizado al archimago se había esfumado, dando paso a un tinte nervioso que aumentaba la intensidad a medida que corría hacia él, esquivando por el camino, entre las ruinas de la antigua ciudad de Ryndelgarf, los distintos hechizos que iban siempre dirigidos hacia él.
«No eran para ti, y aun así te las has apañado para que te dé uno».
Una risa espectral a su espalda hizo que Samuel echara un vistazo por encima de uno de sus hombros, encontrándose con unos ojos grandes y amarillos agachados a su misma altura.
Escuchó como los pasos de Dojkan, todavía lejanos, aumentaban de velocidad, y el brujo comprendió que su superior no estaba asustado por la herida que le había provocado el hechizo, sino por lo que había tenido detrás en todo momento, y que a aquellas alturas Samuel no podía dejar de mirar.
Ladeó la cabeza, observando al monstruo con una peligrosa curiosidad. No tenía una forma concreta, siendo sus ojos amarillos lo único que parecía mantenerse estable en él. El resto del cuerpo de la criatura era simplemente polvo; polvo negro que parecía ajustarse a la brisa.
Cada vez que un soplo de aire le golpeaba, la zona afectada desaparecía durante unos segundos antes de volver a recomponerse en una nube de motas negras.
—¡Desaparece! —gritó la voz de Dojkan—. ¡Samuel, hazlo! ¡Antes de que te toque!
«Él tiene razón, no deberías dejar que te toque» dijo la voz del monstruo dentro de su cabeza. Suave y musical. Tan inocente y atrayente, que el brujo no pudo calificarla de otra manera que no fuera peligrosa.«Deberías ser tú el que me toque a mí, no al contrario».
Samuel le hizo caso y subió una de sus manos llenas de suciedad y sangre hacia él. Rozó el polvo que formaba a la criatura sin entender por qué quería tanto hacerlo, si todo dentro de él le gritaba que se alejara, y lo siguiente que notó fue como el aire abandonaba sus pulmones.
Inhaló por la boca de forma desesperada, y la garganta no se le llenó de oxígeno, sino de agua. Estaba cayendo. No se movía, pero se sentía como si lo estuviera haciendo.
Y a lo lejos, en lo alto de aquel profundo océano que le estaba engullendo dentro de su propia mente, lo único que podía ver Samuel, era la forma de aquellos dos ojos amarillos observándole con diversión.
Un tentáculo le sujetó por la cintura, arrastrándolo todavía más rápido hacia abajo. Sintió como poco a poco empezaba a perder el conocimiento, siendo el eco de la voz de Dojkan gritándole que iría a buscarle lo último que escuchó antes de cerrar los ojos.
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—¿Te marchas?
Samuel se giró, encontrándose con su versión nueve años más joven frente a él. El niño le miró, y en sus ojos no había ningún rastro de curiosidad. Sabía quién era. Samuel, el adulto, ya sabía que le había pillado el primer día de Navidad, cuando se había trasladado al viñedo junto a Zoe, pero no se esperaba que fuera a atreverse a hablar con él en ningún momento.
—Me marcho.
—¿Para siempre?
—Eso espero.
El niño asintió con calma y después apartó la mirada, al mismo tiempo en que hacía una pequeña mueca con los labios. Samuel reconoció el gesto, y como sabía su significado, hizo el amago de volver a girarse para marcharse.
—Espera —le llamó. El brujo enarcó una ceja y le miró. El Samuel más joven tenía los puños cerrados y una mirada demandante—. ¿Y qué pasa con él?
—¿Qué pasa con él? —preguntó, fingiendo que no sabía a qué se refería, pero sin molestarse en disimular que sabía exactamente por quién le preguntaba.
—¿Se va contigo?
—No. Se queda contigo.
El niño abrió los ojos un poco más de lo normal, con sorpresa, y Samuel sonrió de manera fugaz.
—No te asustes.
Aquello pareció ofender al más joven, quien, todavía con los puños bien apretados, dio un paso hacia él.
—No estoy asustado.
—Sé que sí. Yo lo estuve también —admitió sin vergüenza, viendo como la confesión cogía al niño por sorpresa.
—Y… —dudó—. ¿Qué tengo que hacer?
—¿Que qué tienes que hacer? —volvió a preguntar, haciéndose de nuevo el tonto.
—Sí. Para que no te eche tanto de menos que decida irse contigo.
No podía ser sano lo mucho que estaba disfrutando al verse a sí mismo diciendo aquello, y secretamente deseó que, en alguna parte del viñedo, fuera quien fuera, alguien, lo hubiera escuchado y se lo contara a Blaster. «Prepárate, imbécil. Esto es lo que te espera el resto de tu vida. Todavía no te quiere, y ya está dispuesto a hacer lo que sea para que tú quieras seguir a su lado».
Se encogió de hombros.
—Tendrás que descubrirlo tú solo.
—¿Pero tú quieres?
—¿Que si quiero qué?
—¿Quieres que se quede conmigo, o prefieres que se vaya contigo?
El adulto volvió a sonreír y se agachó, colocándose de cuclillas frente a él. Se quitó el colgante con la escama roja que llevaba siempre encima y se lo entregó.
—Póntelo y cuídamelo. Si cuando llegue a donde voy a volver no lo tengo todavía colgado del cuello, volveré para darte una patada en el culo.
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