#y también para deprimirme cuando no tengo tiempo de responder
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El abrazo que no recuerdo.
Me mata no poder llevarte flores. Me mata no poder sentarme con vos a hablar. Me mata no tenerte. Me mata que te perdí. Y me mata no poder hacer nada al respecto. Cuando fui a visitarte la última vez, el ramo de flores plásticas que llevan ahí 6 años estaba cubierto en telarañas. El ramo de rosas (estas reales) estaba completamente marchito. El broche de plata que te regalé, ahora pegado en el mármol, estaba negro y no brillaba. Tu placa tenía tierra y telarañas. Mis piernas perdieron sus fuerzas y me olvidé como sostenerme en pie mientras caí a mis rodillas y me puse a llorar frente tuyo. Más que nada de bronca. De bronca, porque no entendía como nadie fue capaz de visitarte en tanto tiempo. Bronca porque pensaba si yo viviera acá me verías todos los fines de semana. No comprendí como era posible que teniendo la posibilidad de verte, no lo hagan. Así que entre llantos saqué los paquetes de carilinas y me puse a limpiar todo. Cuando finalmente terminé de limpiar y quitar la tierra y telarañas, me quedé en silencio mirándote unos minutos. Y luego, sin saber de donde saque el valor de hacerlo, dije algo que no me había animado aceptar - mucho menos decir - en los últimos siete años. Me ha tomado muchos años dar con lo que me había estado fastidiando por tanto tiempo. Por eso, hoy, me parece oportuno volvértelo a decir, porque una vez no fue suficiente: Perdón. Perdón por algo que hace siete años me viene comiendo viva, y nunca me lo voy a perdonar: Perdón porque el día que me llamaste a despedirte no te contesté. Porque cuando me dijiste que me querías, estaba llorando y no te pude responder, y lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza, a más de 4000 kilómetros de distancia. Parte de mi quiere creer que te todas formas me viste hacerlo, y que de alguna manera me sentiste decirte que también te quería. Otra parte de mi, una mucho más fuerte, se ha estado dando golpes hace siete años porque no tuve el coraje de decírtelo. Perdón porque yo sabía, a pesar que todos me confirmaran lo contrario, y yo misma no quería creerlo, que llamabas para despedirte porque no creías salir de ese quirófano con vida. Perdón porque tuve la oportunidad de despedirme y no lo hice. Perdón porque quizás ese también te quiero eran las fuerzas que necesitabas. No hay día que no me arrepiento de no hacer contestado la llamada, y no hay día que no piense en lo diferentes que podrían haber sido las cosas de haberlo hecho. Más que eso, te pido perdón porque me siento una mierda. Me siento una mierda porque me olvidé de vos. Perdón porque dejé de rezar por vos. Perdón porque ya no te pienso. Perdón porque aunque me de bronca que no te fueran a visitar, entiendo que ellos probablemente también se olvidaron, porque vivir a dos cuadras o a 4010 kilómetros de distancia no hace diferencia en el hecho que te olvidé. Perdón porque no me acuerdo la última vez que te vi. Perdón porque no recuerdo las últimas palabras que me dijiste ni el último abrazo que me diste. Hace siete años me decían que no me preocupe, que las cosas pasan, y que solo el tiempo sanará estas heridas. Y a decir verdad, me daban ganas de partirle la cara a quien me lo decía porque no me entraba en la cabeza como es que alguien podía olvidar a otra persona y como yo te podía olvidar a vos. Resulta que con el tiempo las cosas si pasan. Perdón, no sólo por olvidarte, sino porque me permití hacerlo. Esta carta te la escribo, porque estoy cansada. Mi familia todavía no entiende que no quiero hacer nada hoy. Quizás, y probablemente con bastante razón, piensan que no quiero hacer nada porque el recuerdo de lo que pasó es mucho para mi, y prefiero deprimirme sola en mi cuarto. Y mientras hay verdad en eso, más que nada es el hecho de no querer tener que hacerlos elegir entre vos y yo. Estoy cansada de obligar a todos poner una buena cara para mi, cuando es claro que quieren y necesitan lamentarse que ya no estés. Odio que mi mamá me felicite, mientras te prende velas y le reza a la virgen. Odio que mis hermanos me saluden, y después los vea fumando mientras lloran a escondidas, cuando piensan que nadie los ve. Odio la mirada de pena que me ponen cuando me tienen que saludar, porque sí, entienden que es mi día, pero saben que no es feliz. Supongo que también tengo que pedirte perdón por resultar ser una falla como nieta. Me imagino que si alguien sabrá lo que me pasa serás vos que me ves desde arriba. En ese caso, Perdón por hacerte ver a tu nieta desarmarse con cada día que pasa, porque no encuentro mejor descripción que esa: desarmarse. Perdón por obligarte a mantener el secreto de lo mal que me siento todos los días, y las ganas que tengo de dejar de existir. Perdón por haber resultado fallada de fábrica. Perdón porque no puedo hacer nada al respecto y perdón porque vos tampoco. Al mismo tiempo, quiero darte las gracias. De los pocos recuerdos concretos que tengo tuyos, no cabe duda que fuiste la mejor. Gracias por todo lo que me diste, aunque no haya sabido reconocerlo y apreciarlo. Gracias por habernos dado tanto amor. Aunque yo no pueda aportar mucho, me alegra mucho escuchar a mis hermanos y mi mamá hablar de vos de la manera que lo hacen. Me alegra que, aunque no lo recuerde, hayas tenido tal impacto en nosotros, y te agradezco porque de alguna manera hiciste que sea más fácil recordarte. No puedo volver el tiempo atrás y responderte la llamada que en ese momento no pude. No puedo recuperar las últimas palabras que no escuché, ni compensar los rezos que no recé. No puedo deshacer lo que hice, ni rehacer lo que no. Pero puedo prometerte que cuando te vuelva a ver te voy a dar ese abrazo que no recuerdo.
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