Era un buen día. El sol estaba bastante en lo alto y ni una sola nube podía verse en el firmamento, haciendo perfecta alusión de que no existía un sábado sin sol. Keungho apenas había terminado de desayunar es que pidió ser llevado al jardín, donde se había bañado en los rayos del astro rey y con cuidado, regó las flores a las cuales tenían acceso, hablando con ellas en pequeños suspiros que pasarían desapercibidos para cualquiera entre el bullicio que acarreaba la mañana en el psiquiátrico. Cada enfermo, queriendo un poco de luz en sus vidas. No obstante, lo que le hizo dejar todo de lado y enfocarse en una de las vallas de concreto, fue la figura de un gato. Era regordete que Keungho pensó que podía caerse al no caber completamente en su andar por toda la valla, su pelaje brillante y perfectamente dividido en muchos colores que le hacen pensar que es una gatita y es un calico. La imagen haciéndole tan subalimente feliz que no dudó en pedir volver a entrar, dirigiéndose por los pabellones eternos hasta la sala que, de alguna forma, solo él había estado usando durante su estadía. Quería pintar, plasmar en un lienzo la forma de un gato precioso que le había alegrado lo que le restaba de día en aquel pequeño infierno amoldado como un hogar. Sin embargo, sus pasos se detienen justo en el umbral de la sala de recreación cuando vislumbra una figura que había observado antes y de quien conocía solo un nombre, Eunhyuk. Los enfermeros solían hablan de él y su condición delicada, tratándolo a escondidas también como un pobre don nadie a quien su familia tampoco quería y hablando de su persona con cierta condescendencia, “tan lindo y joven, teniendo que estar aquí” es una de las muchas frases con las cuales concuerda. Keungho se pone nervioso, pasando un poco su peso de pie en pie, pensando que tal vez le ha interrumpido en algo y que quiere estar completamente solo.
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