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Al son que me toquen, bailo
El inicio
Mena, como le dicen la mayoría de sus alumnos en la academia de baile Stilo Urbano a César Mena Bonilla, es un hombre que decidió entregarle su vida al baile. Su porte, tez negra y soltura en la pista solo confirman que nació para inspirar a otros con sus movimientos. La danza para él, más que su vida misma, fue su salvación, aquello que le sacó sonrisas entre tantas tristezas que vivió.
Su historia inicia en Puerto Parra Santander, donde nació un 18 de febrero de 1983 siendo el menor de once hijos de una familia campesina. Su padre, Lucas Mena, cazaba y trabajaba en el campo, mientras su madre, doña Digna Emerita Bonilla cocinaba en un fogón de leña, pues para esa época no contaban con servicios de electricidad en su casa de bahareque con techo de palmera.
Sus recuerdos de esa época son vagos, pero sin duda hay cosas que jamás se le borraron de la mente, como tener que esconderse en el monte hasta dos o tres días mientras pasaban los grupos guerrilleros por sus tierras. De hecho, a sus 4 años, él y su familia tuvieron que salir desplazados de su hogar, dejando todo lo que tenían, rumbo a La Dorada, luego de que la guerrilla matara a su padre el 15 de enero de 1988.
En ese entonces la violencia en el Magdalena Medio se caracterizaba por las constantes masacres realizadas tanto por paramilitares como guerrilleros, quienes argumentaban esos terribles escenarios sangrientos basados en supuestas colaboraciones, lo que terminaba siendo un juego de azar. Muchos campesinos se vieron obligados a entregar lo poco que tenían, en las recolectas que hacian los grupos armados, pues el miedo a las retaliaciones y la muerte estaban siempre presentes. Lo peor era que si el otro bando se enteraba de tal acción, terminaban siendo tildados de colaboradores y finalmente asesinados. De lo poco que recuerda Mena sobre la muerte de su padre, esa fue la razón por la cual fue asesinado.
Su llegada a tierras caldenses no fue benigna, su condición de desplazados por la violencia y afrodescendientes le dificultaron a Mena y su familia la existencia, puesto que en la década de los años 80 el racismo en Colombia era una realidad mucho más exacerbada .
“Tuvimos que iniciar mendigando, luego vivimos acogidos en una casa. Con lo que pudimos vender del ganado y las cosas que teníamos compramos una vivienda”.
Su parada final fue el barrio Las Ferias, en el municipio de La Dorada. Las casas de ese barrio por lo general eran de 43 metros cuadrados por dos de alto. En esa pequeña vivienda la familia de su madrina, quien también fue desplazada, y la de él, se asentaron. Eran más de 20 personas residiendo en un espacio en el que pueden habitar cómodamente de 3 a 4 individuos, eso, sumado a las temperaturas superiores a los 40 grados centígrados, característicos del municipio caldense, hicieron de ese refugio un pequeño infierno.
La niñez
“La infancia no fue muy buena que digamos. Desde que yo tenía 4 años hasta los 7 básicamente, mi mamá nos dejaba a mí y mis hermanos encerrados todo el día, mientras ella iba a trabajar. En general mi infancia fue muy solitaria. Me la pasaba con mis hermanos y en especial con mi hermano Hermes que fue como mi única amistad, quien es tres años mayor que yo. Era escaso que jugara con los vecinitos porque en esa época el racismo era todavía muy fuerte y entre los papás era muy común decir como ‘no se junte con él porque es negro’ y ese tipo de cosas.
Cuando entré a la primaria empecé a hacer, entre comillas, una vida normal pero muy restringida. Yo no recuerdo celebraciones de cumpleaños, traídos o ese tipo de cosas, eso nunca pasó, no había manera. A duras penas comíamos, otras veces no.”
Fue así como en la mente de Mena, quien para ese entonces era solo un niño, su familia y la supervivencia pasaron a ser su prioridad y preocupación. Por eso, desde que empezó a estudiar, con 7 años, también conoció lo que era el trabajo.
“Yo vendí churros, vendí arepas, vendí pescado, trabajé en plazas de mercado, recogía botellas de gaseosa, era ayudante de una revuelteria, vendía empanadas. Eran los trabajos que te daban, porque igual eran básicamente los fines de semana ya que en semana tenía que estudiar”.
De lunes a viernes asistía puntualmente a la escuela, que quedaba a 45 minutos a pie de su lugar de residencia. Su madre lo levantaba todos los días a las cinco de la mañana para que se organizara y saliera con el tiempo suficiente para caminar el trayecto completo, pues no tenían forma de pagar los pasajes. En las horas de la mañana el recorrido era tolerable ya que las temperaturas alcanzaban apenas los 21 grados centígrados, aptos para tales recorridos; pero en la tarde, con el sol en plena cúspide celestial, bajo 41 grados centígrados, el viaje de 45 minutos se volvía un martirio que, en ocasiones, él y su hermano Hermes, evadían con la arriesgada maniobra de treparse al tren en movimiento.
La vida es un baile
Luego de terminar su primaria, inició sus estudios de bachillerato en el Colegio Renan Barco, institución que quedaba en su barrio. Fue allí donde Mena, cursando séptimo grado, en el año de 1997, tuvo la oportunidad de conformar su primer grupo de baile integrado por su hermano Hermes y sus amigos Jhon Jair Martínez y Wilmar Becerra.
Como proyecto escolar, se les encomendó la tarea de realizar una presentación conmemorativa para el acto cívico del 20 de julio de ese año, presentación que se convirtió en el recuerdo más feliz de toda su infancia porque fue el día que decidió que bailar sería su vida.
“Cuando tenía 14 años fue que la danza llegó a mi vida. No cambió el panorama de pobreza, mi familia siempre fue muy humilde, cambió fue la forma de vivir la pobreza. Ya tenía algo muy mío que era la danza y de una u otra manera me permitía tener algo o mucho de felicidad en medio de tanto drama”.
Para ese entonces, cuando el baile y la música empezaron a mover cada fibra de su ser, los géneros que sonaban entre los jóvenes estaban influenciados por la cultura gringa, así que lo que más se escuchaba era el rap, el reggae y música americana. Grupos como Vanilla Ice, Run DMC y para ese entonces, el rey del pop Michael Jackson, fueron las figuras que predominaron no sólo en los ritmos y beats musicales, sino también inspiraron muchos pasos de baile y sentimientos.
“En esa época de pronto ibas pasando por una casa, veías un video de Michael Jackson, y lo que pudieras aprender mientras veías el video. Veías un moonwalk y tenías que memorizarlo, quedarte con la idea del paso y luego practicarlo y practicarlo hasta que te salía. Era complejo”.
Pero no fueron sólo estas figuras artísticas las que influenciaron culturalmente a aquel joven que, hoy siendo hombre, aún privilegia las prendas de sus ídolos deportivos, esos que le demostraron que las personas afrodescendientes podían tener un futuro prometedor.
“Para ese momento en el que yo empecé a bailar, había un fenómeno cultural y deportivo que era Michael Jordan, y obviamente veíamos los juegos de los Bulk de Chicago, que era el equipo al que Jordan pertenecía. Para uno como afrodescendiente, era muy representativo ver a un negro triunfar, que todo el mundo lo quería a pesar de su color de piel, sabiendo que a veces, cuando uno se arrimaba a algún lugar no lo aceptaban por ser negro. Ver el furor de Jordan y los partidos, donde las canciones que ponían eran de álbumes de rap y hip hop que sacaban en la NBA, hacía que esa fuera la música que querías bailar”.
Ese momento cultural marcó tendencias, y para ese entonces los tenis que utilizaba la celebridad del basquetbol se hicieron populares. Las zapatillas Jordan era lo que querían usar los jóvenes; sin embargo, la realidad de muchas familias, tan numerosas como la de Mena, limitaba los lujos que podían darse, hecho que, aunque reducía claramente el confort en su danza, nunca truncó el ímpetu y la pasión del naciente bailarín.
“A mí me tocaba usar unos zapatos marca Apolo, eran como una imitación de los Converse, pero de muy mala calidad. Mi madre nos daba un par de zapatos para todo el año y con esos teníamos que bailar, hacer educación física y todo. Yo amaba la danza y no podía dejar de bailar, así que cuando la suela se acababa la llenábamos de cartón y seguíamos bailando con ellos. Tapamos los huecos con cartón, pero había que seguir bailando”.
La catástrofe
Mena y su grupo de danza continuaron presentándose anualmente en su colegio, desde 1997 hasta el año 2000. A inicios de este último año, él, junto con otros once jóvenes, entre los que estaban Hermes y Wilmar, formaron una nueva agrupación de baile llamada New People, contando con el apoyo del director de Cultura del Gobierno Municipal, Pedro Antonio Romero.
La rutina de Cesar giraba alrededor del estudio, la danza y sus obligaciones. Sin embargo, todo en su vida se vio abruptamente interrumpido cuando luego de un ensayo, desaparecieron, torturaron y asesinaron Wilmar Becerra.
“Él era mi amigo, mi hermano, la persona que bailaba conmigo. Habíamos preparado una presentación especial para el día de la mujer y la primera semana de marzo a él lo mataron. Mi mamá fue llorando a avisarme al colegio, porque ella lo quería como un hijo”.
La Dorada para el año 2000 era territorio dominado en su mayor parte por grupos paramilitares quienes tenían sistemas represivos de poder y prácticas conocidas como las ‘limpiezas sociales’.
“Era un año súper duro porque la gente culturalmente pensaba que cualquier grupo de jóvenes que estuviera reunido estaba consumiendo drogas y por ende había que matarlos porque eran un daño para la sociedad. Esa época en el Magdalena Medio fue dura, nosotros vimos madres que perdieron a todos sus hijos asesinados; había cero tolerancia, te veían reunido con alguien en la esquina y no preguntaban si eras bueno o malo, iban disparando a diestra y siniestra. Fue duro vivir en esa época, duro, como no tienes idea. Uno no vivía, uno sobrevivía porque cualquier cosa era tomada como revolucionaria. ¡Ha! Una muchacha mostró mucho, matémosla porque se está prostituyendo; una mujer está sentada con tres pelados, eso está mal visto, matemos a todos que están haciendo algo malo. O sea, fueron días catastróficos. Uno no podía escuchar una moto, uno no podía escuchar un carro, uno a las 7 y 30 de la noche estaba huyendo para su casa, uno vivía encerrado y con miedo”.
En mayo de ese año, una compañera de estudio de César, novia de alias ‘ceja’, una de las personas encargadas de la ‘limpieza social’ en La Dorada, logró programar una reunión entre su pareja y Mena, quien al verse sin más opciones acudió a la cita, casi con el convencimiento de que ese sería su fin. En ese tiempo “no había opciones. Tú ibas o iban hasta tu casa para matarte, y si no te encontraban mataban a tu familia, opciones no había en esa época”.
En esa conversación el ‘ceja’ le comentó a Cesar las razones del asesinato de su amigo y además le sugirió que se fuera de La Dorada mientras se investigaba a todos los integrantes del grupo de danza, pues la orden explícita era matar, no solo a Wilmar, sino a todos los que tuvieran que ver con él y sus asuntos. De modo que, en junio, Mena salió del municipio caldense y finalmente pudo regresar en agosto, cuando por fin las dudas sobre él fueron aclaradas y su vida no corría peligro.
Stilo Urbano
En el 2000, paralelo a la conformación de New People, surgió otro grupo de baile llamado Song Beet Dancer, pero al no prosperar, ‘Peter’ intervino y propuso la unión de los dos grupos, consolidándose para principios del 2001 New Dancer, nombre que perduró hasta el año 2006 cuando decidieron cambiarlo por algo en español. De ahí surgió la idea de Stilo Urbano.
Ese mismo año, el grupo viajó a una competencia en Santa Marta en donde quedaron campeones y eso les abrió un cupo para ir a Estados Unidos. “Obviamente nosotros decidimos venderle el alma al diablo y empezamos a trabajar como locos. Pero en el 2007 nos estafaron. No pudimos viajar y perdimos todo el dinero que teníamos. Esa fue como mi primera desilusión”.
A ese primer desengaño del mundo profesional de la danza se sumó, de nuevo, una apresurada salida de La Dorada a causa de problemas provocados por una expareja, lo que lo obligó a migrar a la capital del departamento antioqueño junto con 6 personas más, integrantes de su agrupación.
“Vivíamos en El Poblado, pero no porque viviéramos full. Yo vivía a dos cuadras del Parque Lleras, una zona muy exclusiva de Medellín, pero era porque ahí quedaba una academia en la que yo canjeaba clases por techo y comida, ni siquiera por un sueldo. Fueron días duros, días en que había que salir a ‘semaforiar’, días en que había que ir a bares y poner una canción y bailar por monedas, días en que nos volábamos a los solares y robábamos platanitos de esos que se ven por ahí y los fritábamos para poder comer, días en que los huevos los fritábamos en agua porque no teníamos ni para el aceite. Recuerdo que cuando llegó el 24 de diciembre y no tuve como devolverme para La Dorada a pasar navidad con mi familia, lloré como un niño pequeño porque fue mi primera Navidad lejos de mi hogar”.
Estas dificultades hicieron que el grupo, que inicialmente viajó a la ciudad de la eterna primavera, fuera reduciendo sus filas poco a poco, llegando a ser 5 integrantes. En ese punto Mena conoció a Tomas Gilberto Moore Jarron, director de la compañía de baile Ritmo Extremo. Este les proporcionó trabajo como bailarines inicialmente de discotecas, o como el mismo Cesar lo dice “éramos bailarines extras”. Luego en la temporada del 2008 trabajó como coreógrafo del bar Canalón y entre 2009 y 2010 fue coreógrafo del cantante de reggaetón J Balvin.
“Eran trabajos de necesidad. No era como de ir y decir ¡que brutal, esto es lo que yo quiero! No. Eran trabajos de salir a una discoteca y de cierta manera, yo maldecía lo que estaba viviendo, era un ambiente de sexo, droga...una loquera. No me sentía bien, pero igual el pago nos mantenía a flote”.
Estos trabajos no solo le permitieron aguantar económicamente, sino también mantener vivo su sueño como director de la academia Stilo Urbano, a la que él le dedicaba la mayor parte de su tiempo libre y entrenaba por pura pasión, pues realmente ese siempre fue su objetivo.
“Yo sé que, de haber seguido de la mano de J Balvin, hoy en día el cuento sería a otra voz. Estaría en videos muy famosos y en todas esas cosas, pero siento que mi vocación no era esa, yo soñaba con lo que tengo ahora, no soñaba con tener mucho dinero, ni ser famoso, yo no soñaba con tener lujos, soñaba con poder transmitir mi conocimiento. Yo no me volví entrenador por moda, yo me volví entrenador por vocación, porque era lo que quería”.
El primer viaje a USA
Y así fue. Su vocación por dar a las personas un poco de su experiencia fue lo que lo llevó, luego de varios años de trabajo, a cosechar resultados. En el 2011, al conseguir una estabilidad económica que le permitió tener tranquilidad tanto a él, como a su familia, en medio de sus modestas posibilidades, logró hacer un ahorro, dinero que destinó para una nueva oportunidad de viajar con su equipo a Estados Unidos.
“Resulta que la oportunidad del viaje se dio porque ganamos un campeonato en Cartagena y una gente quiso apoyarnos. El premio de ese campeonato, además de otorgarnos el cupo para Estados Unidos nos dio un dinero. Lastimosamente el grupo se dividió porque unos decían que tenían derecho a más plata, otros decían que tenían derecho a que eso fuera de ellos. El caso es que el grupo, que inicialmente estaba conformado por 10 niñas, pasó a 6 y yo ya no sabía qué hacer. Al final los patrocinadores decidieron financiar el grupo que se había quedado conmigo como entrenador. Para terminar de conformar un equipo un poco más robusto, invité a bailar a otras dos niñas que tomaban clases en otra academia en la que yo era entrenador de urbano y finalmente viajamos con ese pequeño grupo”.
Pero ese año no solo cambió su vida drásticamente en cuanto al ámbito profesional, sino también su aspecto físico, ya que, como si de un ritual se tratase, decidió desprenderse del pasado, dejando en el suelo de una barbería 7 años consagrados a su cabello.
“Yo le había dicho a Dios que si el viaje a Estados Unidos se me daba yo me iba a motilar. Llevaba 7 años dejándome crecer el cabello y ese día, cuando las visas fueron aprobadas, me rape, o sea calvo. El barbero me decía, ‘¡es enserio, te vas a quitar ese cabello!’, y yo, ‘hágale, sin miedo’. Siete años de cuidado se fueron ahí”.
Mena y sus alumnas viajaron el 10 de marzo del 2011 y lograron quedar campeonas del certamen. Al regresar a Colombia, a Cesar le habían ofrecido un trabajo en Bogotá y él había aceptado irse, pues tenía la intención de buscar nuevos rumbos, pero con lo que muchos no contaron fue que ese viaje a USA terminó forjando una relación demasiado fuerte entre alumnas y entrenador, lo que provocó que las niñas no aceptaran la partida de Mena. Fue entonces cuando Ana María León, madre de dos de las bailarinas de Stilo Urbano, junto con Alex Saldarriaga, otro padre de familia, decidieron presentarle un proyecto empresarial más organizado a Mena.
“Ellos conocían más gente que querían entrar a Stilo, entonces propusieron poner una mensualidad. Armaron el esquema de Stilo Urbano y me vendieron la idea. Lo que me iba a ganar en Bogotá era como 5 veces lo que ellos me estaban ofreciendo, pero sin dudarlo yo me quedé, y arrancamos haciendo las primeras audiciones. Se presentaron 50 personas y el grupo empezó a crecer. Al principio fuimos 27, luego 57, 99, 150, 200, hasta llegar a los 700 que hay hoy en día”.
Stilo Urbano en la actualidad es una de las academias de danza urbana en la ciudad con más prestigio, “es como una marca registrada, en eventos, en clases, en todo lo demás. Hoy en día tenemos bailarines que acompañan a los principales artistas de Colombia, tenemos una escuela de padres gigantísima, tenemos unos estatutos con los cuales nos regimos para contratar a entrenadores y permitir la entrada a bailarines. Hemos hecho que la danza no solamente sea un hobbie sino que sea un estilo de vida.
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Finalmente, la historia de Mena más que ser el vivo ejemplo de superación, muestra la valentía de vivir por y para los sueños. La danza más que ser su trabajo, fue lo que le dio un poco de esperanza y le abrió un camino.
Este hombre, que se define a sí mismo como un ser reservado y poco expresivo, admirador de lo simple y reflexivo, pasó por momentos en su vida que, lastimosamente, hicieron que dudara de si merecía sonreír, porque “cuando a uno le va tan mal en la vida, tú sonríes y de una empiezas a pensar, ‘no, se me viene algo malo’, o, ‘no puedo disfrutar tanto de eso porque lo voy a perder inmediatamente’. Ese es el tipo de cosas que te digo que le quedan a uno de una vida tan llena de sufrimientos y de accidentes”.
“Pero la danza no solo me ha dado los momentos más felices, yo pienso que aún me los sigue dando y no podría decir, hasta que se acabe mi vida, cuál va a ser el momento más feliz de todos, porque te puedo contar miles, miles de momentos en los que el corazón se me ha querido salir, en que he sentido que no hay felicidad más de ahí y luego la vida me sorprende con otro momento”.
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