#porque nos gusta humillarlo
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Clases de Seducción, parte 14: Año Nuevo
Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11, Parte 12, Parte 13
Todos quedaron en silencio ante las palabras de Marcelo.
—Castillo se lo mete al Seba, aquí, en sus narices y ustedes no se han dado cuenta —continuó diciendo Marcelo, de forma errática, escupiendo las palabras, sabiendo que eran su único recurso.
Hubo un silencio general, y Rubén sintió nuevamente la humillación, aunque esta vez era por algo tan injusto como querer amar a alguien.
Miró a Daniela entre la multitud, con una evidente expresión de sorpresa en el rostro, y podría jurar que vio una lágrima caer por sus mejillas. Macarena, por otro lado, estaba seria, y Rubén supuso que estaba molesta, aunque no supo definir por qué.
Poco a poco comenzaron a oírse murmullos, que fueron aumentando en volumen rápidamente.
—¿Ya, y? —preguntó Liliana, alzando la voz, con los brazos cruzados—. ¿Para eso nos hiciste juntarnos acá?
—Si. Es algo que todos tienen que saber. Tienen que saber con qué clase de personas están compartiendo —se justificó Marcelo.
Rubén y Sebastian miraban el intercambio de palabras, un tanto incómodos.
—¿Y qué tiene que hayan estado tirando? —volvió a intervenir Liliana—, ¡todos lo hicimos, incluso tú!
—Si, pero…
—¡Pero nada! —Liliana lo cortó de inmediato, sin darle espacio para justificar su homofobia—. Me tienes harta con tu actitud de mierda con todos. Al Rube lo miras en menos por ser… como es —miró a Rubén por un segundo—, a nosotras nos miras en menos por ser mujeres —la mayoría de las chicas asintieron ante las palabras de Liliana—. Te crees muy bacan por ser hombre, pero la verdad es que nadie te soporta, nadie te quiere, porque eres un insoportable de mierda, prepotente y narcisista; y por eso mismo sentiste la necesidad de conseguirnos una noche en la disco, para ver si así nos dejas con una buena impresión, pero no sirvió, porque todos sabemos que sigues siendo el mismo Marcelo de siempre, irrespetuoso, discriminador y miserable.
Silencio total.
Rubén sintió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo, y se dio cuenta que la mandíbula había vuelto a dolerle porque estaba apretando los dientes por el estrés de la situación. También le sorprendió notar lo disminuido que se veía Marcelo ante Liliana en ese momento, a pesar de ganarle por al menos treinta centímetros en altura.
Marcelo estaba rojo, y Rubén no supo si era de rabia, de pena o de vergüenza, pero de todas maneras, se mantuvo en silencio, probablemente shockeado por el golpe de realidad.
—Vámonos chicas, tenemos que levantarnos temprano mañana —dijo finalmente Liliana, y las chicas obedecieron.
Rubén finalmente puro respirar aliviado, viendo la derrota de Marcelo. Ahora por fin estaban seguros de que tenían la tarjeta de memoria, y su intención de humillarlos contándole a todo el curso de su relación no había funcionado.
Miró a su lado, y Sebastian seguía pálido, incrédulo a lo que había ocurrido. Se acercó y le dio un fuerte abrazo, para asegurarle que ya estaban a salvo.
—No pasó nada —le dijo al oído, y no pudo evitar sentir ganas de llorar, sabiendo que su amigo ya no iría a la cárcel (o al menos, Marcelo ya no tenía ninguna evidencia para denunciarlo por estupro).
Se aguantó las ganas de llorar, para no preocupar a Sebastian.
—Marcelo culiao —le dijo al oído Sebastian, en un susurro.
—Marcelo culiao —coincidió Rubén, entre risas—. ¿Viste que a nadie le importó que te gustaran los chicos?
—Si, tienes razón —aceptó Sebastian, separándose de Rubén y mirándolo a los ojos—. Pero no puedes negar que es aterrador —miró alrededor y se sonrojó—. Bueno, igual, yo no diría que a nadie le importa.
Rubén miró hacia donde miraba Sebastian, y pudo ver que todos estaban mirándolos, pendientes de ver si se besaban o no. Sintió un hormigueo en el estómago, como cierto placer de saber que todos querían verlos.
Su mirada se detuvo en Daniela, que ahora sí estaba visiblemente llorando, mientras Macarena la consolaba.
—Creo que debes hablar con ella —le dijo a Sebastian.
—Si, creo que si —admitió él.
—Te gusta, ¿cierto? —le preguntó Rubén, y no estaba seguro si quería escuchar la respuesta.
—Si —respondió Sebastian, y luego lo miró a los ojos—. Pero también me gustas tú. Y parece que los voy a perder a los dos —agregó bajando la mirada.
—Oye, no —lo corrigió Rubén, poniendo sus manos en los hombros de Sebastian—. A mí nunca me vas a perder, ¿estamos claros?
Sebastian asintió, y fue a hablar con Daniela. Rubén, por su parte, partió a buscar a Liliana, para agradecerle por haberlos defendido.
—Gracias, Lili —le dijo cuando la encontró en la entrada del dormitorio de las chicas.
—No es nada, Rube —respondió ella, acariciándole el brazo—. Yo sé, y creo que todos sabemos que no tienes nada de qué avergonzarte —Rubén se ruborizó por sus palabras—. En un momento dudé, porque no sabía si tú mismo te identificabas como gay, pero creo que se entendió la idea.
—Si, me dí cuenta de eso. Y si, soy gay —Rubén sintió un golpecito de adrenalina al decir esas palabras en voz alta. Se sintió, de alguna forma, empoderado de poder decirlo sin miedo. Le gustaba esa sensación.
—Me alegra saberlo —agregó Liliana, con una sonrisa reconfortante—. Lamento que hayas tenido que pasar por eso.
Rubén recordó todo lo que había sucedido durante el paseo, las burlas y humillaciones de Marcelo, y la golpiza que le había propinado esa misma noche. Sintió el dolor en la mandíbula, más fuerte que nunca, y tuvo ganas de llorar, por todo lo que había tenido que pasar para proteger a Sebastian.
—Yo también lo lamento —dijo finalmente, con la voz ahogada.
—Ya pasó Rube —Liliana le dio un abrazo, pero a pesar de estar a punto de explotar, Rubén se aguantó el llanto.
No quería verse débil frente a Liliana, a pesar de que sabía que ella no lo juzgaría. Le daba vergüenza mostrar debilidad a alguien más, después de toda la humillación vivida durante la semana.
Se despidió de Liliana y fue al dormitorio a acostarse, y mientras subía la escalera, vio que a un costado de la cancha aún estaba Sebastian hablando con Daniela, sentados en la gradería, muy cerca.
“Al menos no todo está perdido para él”, pensó.
Cuando entró al dormitorio, bajó la vista para no tener contacto visual con nadie, y se dirigió derecho a su cama. Se tapó con las frazadas hasta la cabeza, e intentó dormir.
—¿Por qué hiciste esa hueá, Marcelo? —escuchó que decía Ivan en voz baja—. ¿Qué chucha te importa lo que hayan estado haciendo ellos?
Marcelo no respondió.
Rubén despertó cerca de las seis de la mañana, por el dolor insoportable que sentía en todo el rostro.
La noche anterior había pensado que el dolor sería localizado solamente en la mandíbula, pero no era el caso.
Pensó que quizás tenía quebrado algún hueso, pero luego razonó mejor, sabiendo que si fuera así, no habría podido hablar con normalidad durante la noche.
Se levantó y fue al baño, a lavarse la cara y comprobar cómo se veía realmente. Tenía levemente hinchada la mandíbula, o eso creía, pero el resto del rostro estaba normal (considerando que estaba recién despertando después de solo un par de horas de sueño).
Se dirigió al dormitorio nuevamente, y buscó en la mochila de Sebastian un antiinflamatorio. Se lo tomó, y se volvió a acostar, esperando que hiciera efecto.
Despertó un par de horas después, sintiendo menos dolor. Al parecer el fármaco había funcionado.
Ya la mayoría estaba en pie, listos para partir de vuelta hacia Antofagasta.
—¿Cómo dormiste? —le preguntó a Sebastian, cuando se encontraron cara a cara, después de darse un fuerte abrazo. Al modular le dolió la mandíbula, pero intentó no hacer muecas.
—Bien. Mejor que nunca —respondió su amigo con una sonrisa de satisfacción. Rubén se alegró genuinamente por él—. ¿Y tú?
—Excelente, también —mintió—. ¿Y hasta qué hora te quedaste hablando con la Dani?
—Como hasta las cinco —respondió Sebastian, bajando la voz.
—¿En qué quedaron?, ¿te preguntó si era verdad todo? —quiso saber Rubén.
—Si, le conté todo —bajó la vista, avergonzado—. Le dije que me habías empezado a gustar, pero que tampoco era como que me había dejado de gustar ella, que estaba confundido, o sea, aún lo estoy —Rubén miró a Sebastian y sintió pena por él.
Si bien, para él había sido sencillo aceptarse como homosexual, porque eso era lo único que sentía, Rubén sabía que para Sebastian era todo más complejo y confuso, al sentir atracción hacia chicas y chicos. Incluso, si la chica que le gustaba a Sebastian lo rechazaba por enterarse que había tenido alguna relación con otro chico, era un nuevo nivel frustración para su amigo, tener que lidiar con ese tipo de discriminación al asumir su orientación.
—Me dijo que necesitaba tiempo para procesarlo —continuó Sebastian—. Estaba mal, muy mal, como en shock. No lo podía creer.
—Estoy seguro que va a terminar aceptándote —le dijo Rubén para confortarlo, aunque no estaba seguro de querer que su amigo siguiera enganchado con alguien a quien le parecía tan complejo aceptarlo después de saber que había tenido sexo con otro chico. Después de todo, solo era sexo.
—¿Será así siempre?, ¿todas las niñas que conozca me van a rechazar por eso? —se preguntó Sebastian.
—No sé —respondió sinceramente Rubén—. Quizás, quizás no.
Realmente no sabía cómo responder a eso. Sabía, si, que quería decirle a su amigo que tenía que estar con quien lo amara por quien era, y no por una idea de macho que tenían de él, pero no estaba seguro de si era bueno decírselo en ese preciso momento, después de todo lo que había pasado.
—Rube, ¿por qué no podemos estar juntos los dos, y olvidarnos del resto? —le preguntó, aunque Rubén supo que solo era una pregunta retórica, y no necesitaba una respuesta.
Rubén se sonrojó, y simplemente no dijo nada. Apoyó suavemente el mentón en el hombro de su amigo, provocándole una leve disminución del dolor, y se quedaron en silencio por un par de minutos, hasta que Marco entró por la puerta.
—Disculpen, ¿interrumpo algo? —les preguntó, un tanto incómodo.
—No, nada —respondieron ambos al unísono, separándose.
Marco les sonrió aliviado.
—¿Cómo están? —les preguntó, con preocupación—. No debieron haber pasado por eso —agregó, frunciendo el ceño.
—Bien, estamos bien —respondió Sebastian, y Rubén pensó que para él era fácil responder eso sin el dolor en toda la cara.
—Hacen una bonita pareja, tortolitos —les dijo, a modo de cumplido.
—No somos pareja —lo corrigió de inmediato Rubén, y notó que Sebastian bajó la mirada.
—Verdad que estabas con el Pipe —recordó Marco.
—Tampoco estoy con él —lo corrigió nuevamente Rubén—, al menos no oficialmente, creo.
Marco se mostró un poco incómodo.
—Creo que me retiraré lentamente antes de seguir cagándola, porque sinceramente no entiendo nada, pero tampoco quiero incomodarlos con tantas preguntas, que no debería estar haciendo, porque no es de mi incumbencia, pero ustedes saben, la curiosidad —se excusó, dejando fluir su verborrea.
A Rubén le causó gracia verlo tan nervioso y preocupado de no hacerlos sentir incómodos, y Sebastian se tapó la cara para no reírse tan evidentemente de Marco.
El bus llegó a buscarlos a las nueve y media de la mañana, para partir a las diez en punto.
A pesar de que ´Rubén veía que Marcelo estaba completamente aislado del grupo, y nadie parecía tomarlo en cuenta para conversar con él, seguía sintiendo miedo de él, y de las amenazas que le había hecho.
No solo lo había amenazado con denunciar a Sebastian y enviarlo a la cárcel, sino que lo había amenazado con matarlo si lo volvía a ver en Antofagasta. Y si bien, prefería creer que difícilmente el compañero con el que compartió durante dos años en el liceo fuera capaz de matar, sí sabía de primera mano que era capaz de golpearlo sin sentir remordimiento.
Se preguntó si todo lo que había hecho Marcelo lo iba a marcar de alguna manera. Por el momento, se sentía bien, o sea, le dolía todo el rostro por el golpe, pero más allá de eso, se seguía sintiendo seguro, gracias a la reacción de sus compañeros.
—Por fin se terminó este viaje de mierda —le dijo Rubén a Sebastian, cuando el bus acababa de salir de la ciudad de Iquique—. No puedo creer que lo esperaba tanto, y ahora solo quería que terminase.
—Todo por culpa de ese conchesumadre —respondió Sebastian.
Rubén compartía su desagrado hacia Marcelo, pero intentó que no se alterara por eso.
—Lo bueno es que ya no tendremos que seguir viéndolo. Nunca más —le recordó Rubén.
—Pero no podemos dejar que se salga con la suya.
—¿Y qué piensas hacer?, ¿molerlo a golpes? Seba, ya no ganó. No le resultó su plan para humillarte —le recordó, sabiendo que él sí había sido muy humillado por Marcelo.
—¿Por qué hablas como si a ti no te afectara? —le preguntó Sebastian—, ¿acaso no te sentiste humillado por lo que hizo?
Por supuesto que se sentía humillado. Más humillado de lo que él jamás podría saber, porque Rubén no tenía ninguna intención de contarle lo que había hecho para protegerlo.
—Si, Seba, pero a mi me da lo mismo que la gente supiera que soy gay —le recordó, omitiendo todo lo demás—. Aparte, ¿que se enteren que tuve sexo con el más rico del curso?, no lo veo tan malo —dijo finalmente para subirle el ánimo.
Sebastian sonrió ante el comentario de Rubén.
—Si, no es tan malo —aceptó.
Rubén durmió durante todo el viaje, pero aún así seguía sintiéndose cansado.
Al llegar a Antofagasta, Rubén se despidió de todos sus compañeros, menos de Marcelo, que apenas se bajó del bus se fue de inmediato sin despedirse de nadie.
—El cobarde ni siquiera me dio la oportunidad de sacarle la chucha —comentó Sebastian, medio broma y medio en serio, al percatarse que Marcelo había desaparecido.
Cuando se fue a despedir de Macarena, ella le dio un frio beso en la mejilla.
—¿Pasa algo, Maca? —le preguntó Rubén, un tanto asustado por lo que podría responder la muchacha. Hace días había notado que la muchacha tenía una actitud fría con él, como molesta.
Macarena lo miró seria, y dio un profundo suspiro. Le hizo una seña para que conversaran en un lugar más aislado, y Rubén la siguió.
—Rubén, tú sabes que soy amiga del Felipe, ¿cierto? —las palabras de Macarena se clavaron como estacas en el pecho de Rubén.
Inmediatamente comenzó a sentir culpa por haber tenido sexo con Sebastian sin haber pensado en Felipe. Había olvidado por completo ese sentimiento, ya que los últimos días había estado demasiado enfocado en Marcelo y la grabación.
—Si —admitió Rubén, avergonzado.
—Entonces debes saber que Felipe me contó que había comenzado a salir contigo, y que estaba muy entusiasmado por eso —la habitual voz dulce de Macarena ahora era seria, e incluso triste.
—No sabía que te había contado —Rubén bajó la mirada.
—Lamento mucho lo que les hizo Marcelo, pero no puedes jugar con los sentimientos de las personas así, Rubén —le dijo, aún seria—. Ni siquiera estoy hablando de lo que dijo Marcelo, que para mí, sigue siendo un rumor. Hablo del beso en el juego de la botella —Rubén la miró, sorprendido—. Llámame cartucha o lo que quieras, pero ese beso no fue de juego. Fueron los únicos que se besaron con tanta… pasión.
Rubén agradeció que al menos Macarena no tomara en serio las palabras de Marcelo, pero ni siquiera fue capaz de justificarse.
—¿Le vas a contar? —le preguntó Rubén, después de un par de segundos en silencio.
—Él es uno de mis mejores amigos de la infancia —respondió Macarena, después de dar un largo suspiro—. O se lo cuentas tú, o se lo cuento yo.
Rubén asintió, con la mirada pegada en el suelo, completamente avergonzado.
—Debes pensar que soy una perra —continuó Macarena—, y no me gusta hacerlo después de todo lo de Marcelo, pero no puedo permitir que le hagas esto a Felipe.
Rubén entendía completamente sus razones, y por ningún motivo se le pasó por la mente que Macarena era una perra por lo que estaba haciendo, al contrario, la admiraba por su lealtad.
—No te preocupes, te entiendo —le dijo finalmente Rubén—. Yo le diré. La cagué, mucho.
Rubén al final sintió que la noche en que se besó con Sebastian en el juego de la botella, y que luego tuvieron sexo, solo le había traído problemas, y se preguntó, fugazmente, si lo mejor sería mantenerse completamente alejado de Sebastian.
El padre de Rubén fue a buscar a los chicos, y les preguntó en el camino cómo lo habían pasado en el paseo.
—Bien —respondieron ambos, sucintamente, casi al unísono.
—¿Fueron a la playa? —preguntó el padre de Ruben, intentando que los muchachos compartieran con él su experiencia.
Ninguno de los dos tenía ganas de volver a recordar lo mal que lo habían pasado en el viaje, pero obviamente era algo inevitable, ya que sus familias si o si iban a querer saber al respecto.
—Si, fuimos a Cavancha, a Pica, a la Zofri —le contó Rubén, para no sonar tan cortante.
—Estuvo muy entretenido —agregó Sebastian, sumándose a las palabras de su amigo.
—¿El Darío está en la casa? —preguntó Rubén, para cambiar de tema.
—No, vino al centro a comprar unas cosas para la noche —respondió su padre, atento al tráfico de la calle—. Lo vine a dejar antes de pasarlos a buscar a ustedes.
Cuando llegaron a la casa, después de pasar a dejar a Sebastian a la suya, el padre de Rubén le dio un fuerte abrazo a modo de saludo. Rubén se sintió muy agradecido de volver, y de poder abrazar a su padre después de todo lo que había pasado.
Luego de conversar con su padre brevemente sobre el viaje, Rubén se fue a acostar a su pieza para descansar un poco. Apenas apoyó la cabeza en la almohada, comenzó a llorar, por todo lo que había pasado en el viaje.
Pensó en lo mal que lo había pasado, y dejó salir toda la angustia que había acumulado, proponiéndose que desde entonces no volvería a hablar nunca más de la situación vivida.
Al cabo de unos minutos, se quedó dormido.
Ya eran las seis de la tarde cuando despertó al escuchar a su hermano llegar con muchas bolsas desde el centro de la ciudad. Había comprado un par de cosas para la cena y mucho espumante y cervezas para celebrar.
—¿Cómo lo pasaste, enano? —le preguntó después de saludarlo alborotándole el cabello.
—Bien —respondió Rubén, aún levemente adormecido.
—¿Cómo estuvieron las iquiqueñas? —quiso saber Darío, hincándole los dedos en las costillas a Rubén, que ni siquiera se molestó en contestar—. No sé para qué te pregunto, si eres más pavo —agregó, riéndose burlonamente.
Rubén se levantó de mala gana, por la molestia de su hermano y por el dolor insoportable que sentía en ese momento. Prendió su notebook, y mientras esperaba que cargara, fue a buscar en el botiquín del baño alguna pastilla que calmara su dolor.
Encontró una cajita de tramadol, que le habían recetado a su padre para el dolor de espalda producto del esfuerzo físico que hacía en el taller. Sacó una, y se la tomó con agua de la llave.
Al volver a su habitación, inició sesión en MSN, y lo primero que apareció fue la ventana de conversación con Felipe, quien le había enviado un mensaje más temprano esa misma tarde.
—¿Ya llegaste? —le preguntaba el muchacho.
—Si, ya llegué. Sano y salvo —respondió Rubén, y sintió un abrigo de alegría, al poder hablar por fin con él.
Era estúpido, lo sabía, ya que pudo haber hablado vía telefónica con Felipe durante todo el viaje, pero no lo hizo. Tenía la mente muy ocupada en todo el tema de Marcelo.
Se sentía muy reconfortante poder hablar con alguien totalmente ajeno a esa experiencia, aunque sabía que tenía que contarle lo que había hecho, de todos modos.
—¿Cómo lo pasaste? —le preguntó Felipe, con una carita feliz, después de unos quince minutos.
—Bien —respondió Rubén, con la misma carita feliz—. Te cuento todo cuando nos veamos —agregó, para no tener que entrar en detalles.
—Que será… ¿hoy? —preguntó, junto con una carita sonrojada.
—Si tu quieres… —guiñó el ojo.
—Espero que no te moleste, pero te compré una entrada para la fiesta de hoy, al costado de la Rock & Soccer.
—Obvio que no me molesta —respondió de inmediato Rubén.
No tenía muchas ganas de salir a celebrar la noche de año nuevo, pero mientras pudiera ver a Felipe, distraerse un poco, y sacarse del pecho lo que le tenía que decir, aceptó.
Quedaron en que se encontrarían en el lugar, alrededor de las doce y media de la noche, ya que Rubén quería al menos darle el abrazo de año nuevo a su padre antes de salir.
Rubén cenó con su padre y su hermano relativamente temprano, para poder estar listos a la medianoche. Tuvo que contarles sobre el viaje, cómo lo había pasado y lo mucho que se había divertido, y Rubén se sorprendió de lo bien que podía mentir.
Cuando el reloj marcó las doce de la noche, se abrazaron entre los tres, y luego el padre de Rubén destapó una botella de espumante, para brindar por el nuevo año. Rubén aprovechó de ir a buscar otra pastilla al botiquín del baño, porque el dolor estaba volviéndole nuevamente, y se la tomó después del brindis.
Darío, que no brindó con Rubén y su padre, fue el encargado de llevar a Rubén a la fiesta de año nuevo, ya que después se iría a celebrar con sus amigos.
—Cero opción de pescar minas con esta chatarra —reclamaba Darío en el camino a dejar a Rubén.
A Rubén le molestaba su actitud, tanto que bostezó varias veces en el camino pero no le dijo nada para evitar que su hermano le preguntara con quién se juntaría, y por qué no saldría con Sebastian.
Cuando se bajó del auto, se sintió incómodo al notar que todos estaban vestidos con al menos una prenda blanca, menos él, que estaba con un jeans negro y una sencilla polera verde oscuro con bolsillo en el pecho.
Buscó a Felipe entre la gente que conversaba y fumaba tranquilamente afuera de las puertas de entrada, hasta que lo divisó después de un par de minutos, y obviamente estaba vestido completamente de blanco: camisa y jeans ajustados, además de su típica gorra, de color blanco esta vez.
Se saludaron con un fuerte abrazo, y Rubén se sintió completamente reconfortado.
—Te eché de menos —le dijo Felipe al oído, con su monótona voz.
—Yo también —respondió Rubén, y no pudo evitar sentir culpa por lo que tenía que contarle.
—Se me olvidó avisarte que era una fiesta temática, todos tienen que venir con ropa blanca, o al menos una prenda —le informó Felipe, cuando dejaron de abrazarse, mirando su atuendo.
—¿O sea que no voy a poder entrar? —Rubén se sintió decepcionado.
—No, mira, lo podemos solucionar —Felipe se desabrochó la camisa y se la quitó, quedando con una musculosa blanca, que le permitía lucir sus trabajados brazos.
Rubén se sonrojó al notarlos, ya que nunca se había fijado en lo bien definido que tenía la musculatura de sus brazos, lo que le hizo pensar en lo poco que conocía al muchacho que tenía al frente, y por lo mismo le daban más ganas de seguir conociéndolo.
Felipe le entregó la camisa y esperó que Rubén se la pusiera.
—¿Viste?, problema resuelto —exclamó, dándole una leve entonación a su voz. Felipe le sonrió ampliamente a Rubén, como nunca antes lo había hecho. Se le notaba que estaba genuinamente contento de verlo—. ¿Vamos?, el Roberto y los demás ya están adentro —lo invitó a entrar.
A Rubén le incomodó un poco que estuvieran los amigos de Felipe presente, aunque era bastante obvio, ya que dudaba que hubiera gastado plata en entradas a un evento para estar solos los dos.
Entraron al lugar del evento, que era una amplia explanada al aire libre, adornada con telas blancas de distintas formas puestas sobre estructuras metálicas, todo iluminado con las típicas luces de eventos nocturnos.
—¡Allá están! —le dijo Felipe a Rubén, con su característica voz, indicándole donde estaban sus amigos, y le tomó la mano para que lo acompañara hasta el lugar.
Rubén tuvo una sensación de vértigo al sentir la mano de Felipe buscando la suya, pero no opuso resistencia, y se la dio encantado.
Roberto, de pelo negro y piel blanca, lo saludó con una sonrisa de satisfacción, como si llevara tiempo deseando verlo junto a Felipe. A su lado estaba Marco, con una botella de cerveza en la mano, y saludó a Rubén con una sonrisa y levantando la botella. Junto a ellos había otro chico y tres chicas más, que Felipe los presentó como Juanjo, del liceo, Anita, Ingrid y Violeta, todas amigas de la infancia.
Felipe fue a buscar un par de tragos para él y Rubén, quien se quedó a solas con el grupo de amigos, y aprovechó de hablar con Marco.
—No sabía que te gustaba carretear en año nuevo, Rubencio —le comentó Marco con ironía.
—Yo tampoco —respondió Rubén, sin ocurrírsele ninguna otra respuesta inteligente—. De hecho, solo vine para ver a Felipe, porque estoy muerto de sueño.
—¿Muerto de sueño?, ¿acaso no dormiste en el bus?
—Si, dormí, pero no digamos que haya tenido un paseo muy cómodo, con todo lo que pasó —Rubén dio un bostezo.
—Ah si, tienes razón.
—¿Qué fue todo lo que pasó? —preguntó Felipe, llegando al lado de Rubén y entregándole una copa de espumante.
—Es una larga historia —respondió Rubén, poniéndose nervioso, y dándole un sorbo de inmediato al espumante que le entregó Felipe, mientras Marco miraba en silencio la interacción de ambos, y si Rubén no se equivocaba, con cierto rastro de pena en la mirada.
Felipe se rió al ver la cara de Rubén al beber de la copa, mostrando evidentemente que no le agradaba mucho el sabor.
—Tranquilo, tranquilo —le dijo, para que Rubén dejara de beber—. No tienes que tomártelo todo de una, que es solamente el cover.
Rubén se sonrojó por el ridículo que estaba haciendo.
—Él no está acostumbrado a esto —le dijo Marco a Felipe—, al carrete, el alcohol y esas cosas que hace la gente guapa y popular —agregó, bromeando.
—Pero si es guapo y popular —dijo Felipe a modo de cumplido, aunque su voz monótona no lo hizo ver así.
—Si, Pipe, si sabemos que es lo más hermoso que has visto en la vida —intervino Roberto, para molestar a Felipe—, lo dices cada vez que puedes.
Rubén se ruborizó por las palabras de Roberto. No sabía si era cierto, pero la idea de que lo fuera le causó mucho agrado.
Felipe simplemente sonrió levemente, sin negar ni confirmar nada.
—¿Bailemos un rato? —le dijo Felipe a Rubén—, antes que el Roberto empiece a contar cosas que no debe contar.
Rubén no alcanzó a responder cuando Felipe le tomó la mano nuevamente y lo llevó hasta la pista de baile, alejándolo de sus amigos.
Le gustaba que hiciera eso, que lo tomara de la mano frente a todos sin importarle nada, sin preocuparse de que alguien pudiera estar mirando o juzgando.
Mientras bailaban, Rubén miraba a Felipe, sus ojos, sus labios, sus brazos, sus hombros, encantado por su belleza masculina. Sonreía tontamente, producto del sueño, y solo quería abrazarlo y apoyar su cabeza en sus hombros, para poder dormir en sus brazos.
—¿Todo bien Rubén? —le preguntó Felipe, después de un par de minutos bailando al ritmo de la Sonora de Tommy Rey, al notar que Rubén bostezaba repetidamente.
—Si, solo tengo un poco de sueño —respondió Rubén, ahogando otro bostezo.
No sabía por qué sentía tanto sueño, pero la visión se le estaba poniendo borrosa y le costaba mantener los ojos abiertos.
—¿Quieres ir al baño a mojarte la cara? —le preguntó, preocupado, y Rubén simplemente asintió, aliviado.
Fueron hasta el baño, donde Rubén se mojó la cara y Felipe lo esperó sentado en uno de los sillones que estaban afuera a modo de salita de espera.
Cuando estuvo listo, Rubén se sentó al lado de Felipe, y se apoyó en el respaldo del sillón, mirándolo.
—Si quieres te voy a dejar a tu casa, o no sé —ofreció Felipe, serio, aunque preocupado.
—No es necesario —le dijo Rubén, tomándole la mano.
—Creo que es una constante tuya que te duermas cuando estamos juntos —Felipe le acarició el rostro con el dorso de la mano.
Rubén se sintió pésimo al darse cuenta que Felipe tenía razón. Ya una vez se había ido a negro cuando estaban en la playa, y ahora no iba a ser capaz de compartir con él por culpa de la somnolencia incontrolable que sentía.
Miró atentamente a Felipe, y notó cómo lo veía con preocupación. Por eso, decidió que tenía que contarle, era ahora o nunca. Por mucho que le doliera, era mejor decepcionarlo ahora, antes que tenerlo preocupado por él el resto de la noche y darle la noticia después.
—Felipe —murmuró Rubén, tomando su mano, ya sin aguantar el sueño—. Me metí con el Seba, en el paseo de curso.
El corazón se le detuvo. Felipe lo miró sorprendido, y con tristeza en los ojos, sin decir nada.
Rubén cerró los ojos, y se entregó a los brazos de Morfeo.
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Una nueva tradición
Klance, Percy Jackson AU También en ao3
--o--
― ¡Eh, Hades! ¡Ten cuidado con las sombritas! ¡No vayas a tropezarte y caer al agua!
―Afrodita. ¿Por qué no estoy sorprendido?
―No sé. ¿Por qué no estoy sorprendido de que te escondas en las sombras? Sal de ahí y hablemos, Keith.
― ¿Y dejar que me embrujes? No te ofendas, pero paso.
― ¿El modo difícil entonces? No voy a dejar que tomes la bandera.
―Adelante, Lance.
Tomaron sus armas y cargaron uno contra el otro, sonriendo ante cada movimiento. Keith, un hijo de Hades, era increíble con su espada. Si bien Lance, un hijo de Afrodita era mucho más hábil con el arco, también era bueno en combate cuerpo a cuerpo.
Pero aun así Keith era mejor.
― ¿Qué tal dos de tres?
-o-
Keith no podía ver, sólo se guiaba por el instinto. Uno de los monstruos que había entrado al campamento lo había herido. Podía escuchar a Pidge y Hunk, dos brillantes semidioses, hija de Atenea e hijo de Hefestos, trazar un plan en segundos para acabar con el monstruo. Shiro, hijo de Zeus, lidiaba con otros. Allura, hija de Apolo, lo ayudaba. O sea, que sólo quedaba una persona disponible para ayudarlo en ese momento.
― ¡Lance!
― ¡Estoy en ello!
A los pocos segundos el monstruo paró en seco, una flecha lo había atravesado. Keith se giró y lo acabó con su espada. Lance sonreía. Su precisión había mejorado en las últimas semanas, había cambiado de su arco normal por uno que la misma Afrodita le había regalado. Al principio no era bueno con él, pero ahora era sobresaliente. Lance usualmente fallaba cuando probaba armas nuevas, pero una vez que lo perfeccionaba era imparable.
Era increíble lo mucho que había cambiado en poco tiempo.
Se habían conocido en la secundaria. Keith siempre estaba solo o metido en peleas, y Lance siempre convencía a la gente de hacer lo que quisiera con sus encantos, pero cuando había intentado convencer a Keith de hacer su tarea no le había funcionado. Eso se había transformado en una rivalidad en la que Lance intentaba convencerlo de cualquier cosa, y luego pasó a ser una amistad al pasar tiempo juntos. Cuando en una fiesta (A la que Lance lo convenció de ir) Keith besó a un chico y alguien lo vio. Las noticias no tardaron en expandirse por toda la escuela, y fue esa la primera vez que usaron sus poderes y por consecuente terminaron atrayendo a un monstruo.
Lance estaba furioso. Había empezado maldiciendo al que había esparcido los rumores con maquillaje que no pudiera quitar, y tras eso lo había engatusado para humillarlo a él. Pero fue entonces que un monstruo apareció y los atacó.
Tras correr por casi toda la escuela, Keith había utilizado sus apenas descubiertos poderes de geoquinesis para tragarse al monstruo. Tras eso, ambos fueron llevados al campamento por Coran, quien había aparentado ser un profesor para vigilarlos.
Afrodita y Hades los habían reclamado a los días. Keith era el primer hijo de Hades en el campamento en mucho tiempo, y Lance tenía una cabaña llena de hermanos y hermanas. Su separación fue inminente, más al enterarse que no eran bichos raros, al menos no para el campamento mestizo.
-o-
―Menos mal que viajas por las sombras, porque el sol derrite a los bombones.
―… ¿En serio?
―Algún día voy a tener una embruja habla lo suficientemente fuerte como para que te gusten mis frases de ligue. Tengo muchos más de donde vino esa.
―No, no digas más por favor. No creo poder… Qué es… ¿Eso?
Keith no pudo evitarlo. Lance siempre vestía con la camiseta naranja del campamento y distintos jeans, una campera larga y zapatillas que definitivamente, no eran blancas. Lo que sea que llevaba puesto, no era su estilo.
― ¡Ugh! ¡Nunca te fijas en mis zapatos, pero hoy tenías que hacerlo!
― ¿Lo siento?
―Sí, espero que lo sientas. ―Dijo, en un tono increíblemente serio― Y espero que me des tu ración de postre como compensación.
― ¿Qué? ¡No!
Entre peleas y risas, llegaron al comedor y se reunieron con sus amigos. Keith agradecía que los semidioses podían cruzarse de mesas, porque no le gustaba comer solo. Su mesa se llenó con rapidez de chistes y comentarios del día, y por supuesto, rumores. Eran todos los temas ideales para que Lance interviniera, pero no daba más que unos pequeños comentarios monosílabos.
― ¿Lance? ¿Es cierto que tú…
―Sí, Pidge. Los zapatos de la vergüenza. No quiero… No quiero hablar del tema. Estoy cansado, creo… Creo que voy a ir a dormir. Nos vemos, chicos.
Lance se retiró sin dejarlos contestar nada. Hunk y Keith sólo pudieron quedarse mirando a Pidge, esperando una respuesta.
―Es… una cosa de la cabaña de Afrodita. No pueden combinarlos con absolutamente nada. Tengo entendido que es un infierno. Además, todos sabemos cómo de popular es Lance. Creo que todo el campamento notó su cambio de estilo de hoy.
Continuaron comiendo en silencio, y luego se separaron. Ninguno de ellos sabía el porqué de la apariencia de su amigo, y Keith estaba a punto de olvidarse del tema, pero fue entonces que los escuchó riendo.
Los hermanos de Lance. Todos eran radiantes. No había una sola imperfección en sus rostros, y las ropas les quedaban como a los modelos. Resultarles atractivos a Keith era algo que todos los hijos de Afrodita tenían en común, pero había una de ellas con la que se llevaba mejor, y fue a ella a la que se acercó.
― ¿Puedo preguntarte algo?
― ¿Otro más? ―dijo, sin mirarlo siquiera a la cara― Sí, Lance tiene los zapat-
― ¡Ya sé eso! Pero, ¿Por qué?
La chica lo miró y entonces le dio una sonrisa leve. Le dijo una cosa a una de sus hermanas, y tras eso, se levantó y pasó a su lado, susurrándole.
―Se negó al ritual de paso. Ve a verlo, ¿Sí?
Keith salió del comedor confundido. Pidge había dicho que lo que pasaba era una cosa de la cabaña de Afrodita, pero, ¿Ritual de Paso? No entendía a qué se refería con ello, y la única forma de encontrar la respuesta era encontrar a un semidiós en específico. Pasó las duchas y llegó al lago, donde vio a Lance. Estaba tirando piedras.
―El lago no te ha hecho nada.
―No, tienes razón. ¿Prefieres que se las tire a un campista?
―Hm, supongo que no.
Quería ser sutil. Lance había dejado en claro que no quería hablar del tema, y si le decía que no se metiera lo dejaría ahí. Pero Lance había estado allí para él muchas veces. Habían estado juntos cuando Keith era objetivo de burlas, y Lance de corazones rotos. Habían estado juntos ante el primer ataque de un monstruo, la ida al campamento mestizo, incluso estuvieron juntos cuando los dioses los reclamaron, y cuando todos los campistas sólo hablaban de la potente aura rosa de Lance y el aura negra de Keith. Habían estado juntos en situaciones de vida o muerte. Keith quería estar ahí para él.
―Hoy hay… Bastante viento.
―Eres pésimo iniciando una conversación, como siempre. Venga, sólo pregúntalo. Te está consumiendo por dentro.
― ... ¿Qué es eso del ritual de paso de tu cabaña?
― ¿Quién te contó de…? Ah… Verás, antes… Antes debías probarte ante el resto.
― ¿Probarte? ¿Cómo? ¿Combates? Eres un increíble guerrero, no puedo creer que hay-
―Debías enamorar a alguien, salir con esa persona y luego romperle el corazón. Para mi paso, esa persona debías ser tú.
―…Wow.
―Es… Es una tradición horrible. La habían abolido, pero volvió con el tiempo. Conoces al capitán de mi cabaña, me negué y aquí estamos.
―Tienes puesto… eso… ¿Sólo porque te lo ordenó?
―No me lo ordenó. Es un castigo. Es algo menor a lo que esperaba, así que está bien. Creía que Afrodita aparecería y terminaría embrujándome para hacerlo, o alguna cosa así.
― ¿Qué? ¿Afrodita?
―Tú me gustas, Keith. Pero enamorarte con mis poderes, me parece una de las cosas más bajas que se puede hacer con este poder, y ni hablemos de romper tu corazón sólo porque sí. Y créeme cuando te digo que he hecho cosas bajas, pero esto... Simplemente no podía hacerlo. Quería decírtelo... Entiendo si no quieres que vuelva a- Lo siento.
El corazón de Keith latía a mil por segundo. Lo que sentía por Lance era algo que había aceptado hacía tiempo, pero en definitiva no esperaba que Lance sintiera algo mínimamente remoto al romance por él. Por mucho tiempo se convenció de que estaría bien sólo con la química que había entre ellos, y que el conocerse de antes era un factor importante, pero esa química no implicaba que Keith tuviera que notar cada perfecto detalle de su rostro, ni la forma en que Lance siempre cambiaba el color de sus aretes dependiendo de su humor. Odiaba verlo coquetear con otros, y también odiaba verlo usar su embruja habla con otros que no fueran él. Keith y Lance habían pasado noches en vela sosteniendo la mano del otro en la enfermería, para que pudieran apretarla si tenían malos sueños, como podía ser recurrente para los semidioses como ellos.
Keith aun recordaba la primera misión donde Lance casi moría. Ese día habían formado un vínculo más especial que antes, ¡Keith incluso lo había acunado en sus brazos!
Lance se había secado las lágrimas, y se había quedado en silencio. Keith sabía que tenía que hacer algo, decir algo, lo sabía, pero no aparecía absolutamente nada en su cabeza. Así que soltó lo primero que pudo.
―Está bien. A mí... Me gustan mucho tus ojos, sobre todo el izquierdo...
―Pfff. ¿Qué se supone que haces? ¿No has aprendido nada de mí?
― ¡Lo estoy intentando!
―Vale, vale. Tienes otro intento.
―... Eh… ¿Acaba de salir el sol? ¿O me has sonreído?
―… No, definitivamente no has aprendido nada de mí. Escucha, yo… Ah, ¿Dónde está?
― ¿Lance?
―No puedo encontrarlo. ― Se había levantado y buscaba algo en sus bolsillos.
― ¿Qué has perdido?
―Mi número de teléfono, ¿Me das el tuyo?
Ahí estaba esa sonrisa socarrona otra vez.
―Te odio.
Se quedaron en silencio, arrojando piedras al lago. No estaba seguro de si su mensaje había llegado de forma clara, pero Lance parecía estar mejor.
―Ven a mi cabaña. Ahí puedes quitarte estas horribles cosas, y si quieres… Bueno… Puedes decir que hiciste una parte del ritual.
― ¿Y qué parte sería esa, sombritas?
Sonrío, imitando a Lance.
―Depende de ti. Enamorarme ya lo lograste, pero, ¿Saldrías conmigo? ¿O un hijo de Hades es mucho para un niñ-
No pudo terminar. Lance lo había besado, y no tenía idea de si tenía algo que ver con la magia de Afrodita, pero se sentía increíblemente bien. Al separarse rieron y fueron a la cabaña de Hades, donde no había otro semidiós para interrumpirlos.
Lance siguió usando los zapatos hasta que el capitán de su cabaña se hartó. Pasó a ser una tradición usarlos como una forma de negarse al ritual, y en ese caso les dibujaban el símbolo de Afrodita y el del padre del otro semidiós. Lance siguió usándolos incluso luego de eso, y luego los colocó donde todos sus hermanos pudieran verlos.
Estaba orgulloso de mostrarlos cuando entraba a la cabaña sosteniendo la mano de Keith.
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🌹👩 pequeña feminista
Nadie te pide que te vistas de rosa, que uses pollera corta ni pantalones que marquen tu figura y a propósito de eso, nadie te obliga a tener "una figura" específica.
Nadie quiere que te metas en la cocina en contra de tu voluntad ni que uses corpiños con relleno si no te agrada usarlos.
Nadie te pide que traigas vida al mundo. Nadie te juzga si no te gustan las flores o los tacones, nadie se va a dormir pensando que lo que a vos no te gusta, debería gustarte.
Nadie te juzga... nadie más que vos, que venís a confundir "defender el género" con "humillarlo".
El DERECHO ELEMENTAL que no debió faltarte es la educación, que de haberla tenido, hubiese permitido que tu corta mente no te convirtiera en víctima de arengas ridículas.
SOS LO MISMO QUE REPUDIAS.
Destruís el derecho de los otros para escribir frases estúpidas en paredes que nunca construíste, usas la homosexualidad para justificar tus atropellos y así demostrás que no conocés lo que sienten aquellos que intentaron y lograron la igualdad sin herir a otros.
Usas tu fuerza para demostrar bestialidad inhumana en un reclamo que en lugar de enorgullecer, avergüenza.
No se en qué momento, tu manual de la "pequeña feminista" te volvió tan básica y violenta como un fanático futbolero. No se qué te hizo creer que ver tus pechos al aire te hace libre después de criticar a las mujeres que, por salir en una revista de moda con poca ropa, son la cosificación que en teoría padecemos.
Nadie te quiere rubia ni linda. Nadie te exige inteligencia para caminar por las calles, nadie te quiere con perfumes caros ni pudiendo hablar 5 idiomas, nadie necesita tu sonrisa permanente pero mucho menos ha de ser necesitada tu ira por no ser lo que en realidad querés ser.
Definitivamente, ser��a bueno, pequeña feminista ilustrada, que te dieras cuenta de que tus destrozos perjudican a gente que no te obligó a ser lo que no querés ser. Y esos desmanes que provocaste en nombre de un género al que no le aportaste nada ni siquiera ahora, van a requerir dinero que pudo ir a gente que verdaderamente necesita ser ayudada.
Pequeña feminista ilustrada:
Sos libre, hacé de tu vida lo que quieras, de tu hogar lo que quieras, acostate con un hombre, una mujer, una planta. Elegí tu anticonceptivo favorito (porque ese es un derecho que podés ejercer gracias a revolucionarios que han estudiado para brindarte posibilidades).
Comé granos, verduras, carne, o facturas todo el día. Sentate en el suelo, no uses tacos si no querés, hacete tatuajes, sentate de piernas cruzadas o abiertas porque al resto de los mortales no nos importan tus putos traumas!
No te creas revolucionaria por hacer ridiculeces intentando salir en el diario del lunes.
No te creas justa por descalificar a las mujeres que quieren hijos o desean lo que no está en tu librito. Respetá y cuando lo hagas, vas a entender que podés ser lo que quieras y nadie te va a encerrar... pero para eso vas a tener que liberar a tu propia mente de la estupidez que la encarcela.
No te preocupes, todos entendimos que no tenés nada claro... pero si te ayuda, a las mujeres que buscamos igualdad y la conseguimos sin incendiar lo que no es nuestro, nos importa un bledo que tu fetiche sea orinar parada y que eso te haga sentir original. Pero no jodas ni uses a los gays, a mujeres que mueren en la clandestinidad ni a las víctimas de la violencia para levantar una bandera que no podés explicar.
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