#colaless
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sudaca-swag · 2 months ago
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brat summer? i only know la colaless summer
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ladyjanelenceria · 1 year ago
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2034 - Conjunto soft en puntilla y tul con colaless
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rollingthvnder · 26 days ago
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Preferis panty o colaless?
jajjsjdjs hace mil años no recibía este tipo de ask, perooooo, prefiero lo segundo :p
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una-mina-re-light · 5 months ago
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11
Chualoentonce
11: ¿Cómo es tu ropa interior sexy favorita?
Mmm colaless
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mantecol · 1 year ago
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in my paola argento colaless era
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psspsspsps · 7 months ago
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Esa lencería es colaless o qué? Tienes y usas o no te gustan? No te imagino la verdad.
Es un calzón normal para más comodidad aunque si me gustan los colales y uso a diario 🤧
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sugarnina01 · 8 months ago
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Cuál es tu colaless mas pequeño?
regálame uno:(
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alma-atemporal · 11 months ago
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Ya pero tu con colaless y los tirantitos a la cintura, es que no sé cómo no te imaginas como una diosa griega si estay más rica que la cresta!! Puro parar la colita y querer dejarte rellenita escurriendo 🤤
Ah 😳 ya me dio vergüenza 😳😳😳
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manaosdeuwu · 2 years ago
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la colaless la colaless muevela un poquito para ver cómo es
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ladyjanelenceria · 1 year ago
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2054 - Conjunto soft 3 piezas en microfibra y puntilla con colaless y tangaless
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una-mina-re-light · 5 months ago
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Cuál es tu tipo de ropa interior favorita?
Colaless/tanga
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delaoscuridadbajoelneon · 1 month ago
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Historias de Galerías #20
Vaitiare
I
¿Qué es el Amor?
¿De qué forma se puede definir esa emoción, esa palabra?, pensó La Vaitiare, sin dejar de caminar a paso rápido y aferrándose aún más al bolso que colgaba, pesadamente, de su hombro.
¿Ella había amado alguna vez?
Ella sabía que sí.
El amor es algo raro.
Ella amaba a su hija, a su madre y a sus dos hermanos, todos ellos muy lejos, allá en Ecuador. La última vez que los vio fue hace tres años. Antes de partir en una cálida mañana de primavera. Ahora, solo sabía de ellos por llamadas hechas desde un centro de llamados en Catedral con Bandera todos los domingos y por Facebook. Había ocasiones, en las que sus recuerdos se desdibujaban un poco en su cabeza, como si estuvieran desapareciendo de a poco; como esos sueños que se desvanecen lentamente mientras te despiertas, para finalmente no recordar nada.
En esos días normalmente se despertaba ahogada, como si Santiago se la estuviera devorando de a poco.
Si ellos estuvieran acá, se dijo, cerca de ella, seguramente no estaría pensando en lo que el amor es o significa.
El recuerdo que más le gustaba, era el de las cosquillas que los rulos de su hija le hacían en la nariz, cuando dormían juntas la siesta las tardes de domingo, cuando ella aún era una beba.
Subió las escaleras de la Galería y saludo a los guardias e ignoro sus miradas calientes de siempre. Las luces del local aún estaban apagadas. Camino más lento. El Miguel estaba afuera, fumando un cigarro mientras conversaba con la Madre Superiora. Ambos lo saludaron con un gesto.
Corrió la cortina. Entro. Vio como el Maikol limpiaba el espejo del escenario y le lanzo un beso con la punta de los dedos, que el atrapo y guardo en un bolsillo cerca de su corazón.
Pensó en el Lucho y recordó la primera vez que le dijo que la amaba, mientras hacían el amor, en un motel del barrio Brasil a tres cuadras de la plaza una noche de miércoles. Fue en el instante justo después del primer orgasmo y en el segundo antes de caer desplomado sobre la cama. Sintiendo el pene aun duro y palpitante dentro de ella y las manos agarradas firmemente en sus caderas lo dijo. Claramente. Te amo. Las dos palabras. Juntas. Ahogadas en un suspiro.
Ella, en cuatro sobre la cama trato de procesar lo que había escuchado: Te Amo. La Vaitiare no respondió nada, pero la respuesta no importaba en ese instante. El cayó sobre la cama suspirando profundamente, mientras se sacaba el condón y lo dejaba en el piso. Ella se acurruco en su pecho, tapándose con la sabana, escuchando como su respiración se calmaba lentamente.
Tenemos que hacerlo de nuevo dijo. La Vaitiare solo se rio y lo beso en la mejilla.
Ya casi había terminado de cambiarse de ropa. En el camarín estaba sola ella. Saco las botas del bolso y se sentó para poder ponérselas. Las botas son importantes. En el topless, cuando caminas con prendas que apenas te cubren entre todos esos hombres aburridos y calientes, no tienes bolsillos para guardar tus cosas. Las botas te ayudan con eso. Botas altas, que llegan hasta un poco más abajo de las rodillas donde puedes guardar el celular, el monedero, el jabón líquido y cosas como esas. En la casa tiene cinco pares de botas. Dos pares blancos, dos pares negros y un par rojo oscuro. Todas con detalles plateados y remaches. Hoy usara las blancas. Siempre le ha gustado el contraste que hace el blanco con su piel morena. Subió el cierre y en una de ellas puso el celular y en otra el monedero, donde tenía 15 lucas en billetes de mil para poder dar el vuelto de las bebidas y los contactos. Se miró en el espejo y se arregló el escote para que las tetas se le vieran un poco más. Se dio vuelta y vio que la minifalda que usaba dejaba ver casi medio culo. Le gusto.
Así debía ser.
Se puso el colaless rojo, el de la suerte. El mismo que usaba el primer viernes de cada mes y en las quincenas.
Cerró el bolso y lo guardo en su casillero. Puso el candado y se persigno rezando una pequeña oración a Santa María Magdalena.
La Vaitiare y el Lucho se conocieron en una discoteca del barrio Bellavista, mientras celebraban el cumpleaños de la Gery un miércoles por la noche. El la invito a bailar. Después se compraron unas roncolas que bebieron después de hacer un brindis por ellos y así comenzó todo. Así de simple. La Vaitiare solo se dejó querer. Por ese tipo que siempre tenía una barba de tres días, de chaqueta de cuero y camisa negra que olía a perfume cítrico y cigarrillos. Le gustaba que un tipo diez años menor se hubiera fijado en ella. Sobre todo, pensó, si estabas en el mismo grupo que la Gery y la Sheena.
Ella tenía 39 y, aunque las chicas dijeran que no se le notaban, sabía que el paso del tiempo no era en vano.
De hecho nunca lo es.
Detestaba las marcas en sus ojos. Esas pequeñas arrugas en las comisuras de los labios. Esas carnes sueltas debajo de los brazos. Los odiaba. Cada una de ellas le recordaba lo vieja que estaba.
Si seguía en el negocio, le dijo una vez la Madre Superiora, era porque tenía una cara de caliente que no se le quitaba con nada. Y eso, cuando se es puta eso es algo bueno. La gente de afuera siempre piensa que los hombres que se sumergen en estas galerías buscan caras guapas y cuerpos jóvenes, se imaginan que buscan el placer simple, dulce y caliente del sexo; pero lo que realmente buscan son hembras calientes que no tengan miedo de serlo. Buscan perras, buscan la mugre que en sus casas sus propias mujeres son incapaces de ofrecerles; buscan putas, a las que les gusta sentir una verga dura refregándose en su culo; buscan camboyanas, que les susurren al oído lo mucho que les encanta las pichulas duras, mientras lentamente, en lo oscuro, al ritmo de canciones lentas le corren suavecito una pajita.
Eso es lo que buscan, cuando les tocas el hombro y se acercan lo suficiente para que puedan sentir el calor de hembra emanando de tu entrepierna y sean capaces de entender que ella, La Vaitiare, es la mujer capaz de darle la clase de amor que ellos están buscando.
O como lo resumió la Scarlett una vez, mientras tomaban vodka en el camarín: Lo que realmente importa es ser buena pal pico.
El local aún estaba vacío. Miro su reloj de pulsera y vio que faltaba un poco para las tres. El Maikol ya había apagado las luces y sonaba una canción vieja de Daddy Yankee, una de esas de las que nadie se acuerda. La Melody, la Gery y la Alison fumaban sentadas bajo la caseta del DJ, mirando el vacío y esperando a que las horas pasaran. Ella se subió al escenario a bailar sin que nadie se lo pidiera. Bailo, solo para mirarse en el espejo limpio, para poder arreglarse el escote y la falda.
Se subió al escenario simplemente para hacer algo. Para no pensar ni recordar demasiado.
II
Los hombres comienzan a llegar. De a poco. Abren la cortina de la entrada y esperan un par de segundos, para que sus ojos se acostumbren a la oscuridad antes de dar el primer paso. La vaitiare sentada en la entrada, les cambia los vales por vasos de Coca Cola o Soda.
Cada vez que le pasa el vaso a uno, observa cómo se da vuelta y se detiene por un instante, buscando el lugar donde estar. Las chicas se acercan a ellos, algunos cortésmente declinan la invitación y avanzan hacia es escenario; otros, los menos, caen enseguida y son llevados rápidamente a algún rincón.
Ya no es tan temprano y tiene calor. Un calor seco que la ahoga. Que la adormece, y que la hace añorar.
Ella aún estaba dormida. La despertó el sonido de la ducha. Vio la luz del sol entrar por la ventana y cálculo que era un poco más del medio día. Le dolía un poco la cabeza y tenía la boca reseca. Se quedó acostada. Mirando la pared. Buscando las partes frías de la almohada para calmar el calor que ahogaba su cabeza.
El Lucho salió del baño. Usaba una toalla azul amarrada a la cintura. Sonrío al verla despierta, y ella le devolvió la sonrisa. Él se acostó junto a ella, aun mojado. La Vaitiare se acomodó en su pecho frio y con su dedo, comenzó a jugar con las pequeñas gotas de agua que comenzaban a evaporarse. El, con su mano libre, le acariciaba la cabeza.
Anoche fue maravilloso Dijo Eres exquisita mi negra rica. Ella sonrió.
Sintió como sus dedos fríos recorrían ahora su espalda, ese pequeño espacio que existía entre sus hombros.
Eran esos pequeños momentos los que la Vaitiare apreciaba. Estos extraños momentos de calma en esta ciudad que aún le parecía ajena, en esta ciudad que nunca sería su hogar.
Pero Santiago no es una mala ciudad después de todo, pensaba ella en ocasiones. Especialmente si piensas en ella como es en la primavera. Es quizás un poco como todas las ciudades; gris, con demasiada gente y demasiada fría en invierno y demasiado calurosa en verano.
Santiago es una contradicción.
Una ciudad inmersa en la agonía de su propia existencia.
Afuera, el sol de mediodía calentaba la ciudad, mientras la Vaitiare le daba un beso a su amado.
Pero ahora el tiempo avanza lento y pegajoso, mientras las canciones suenan, una tras otra, solo deteniéndose para pedir aplausos y anunciar a la siguiente chica que se subiría al escenario a bailar. La Vaitiare no sabe qué hora es pero tampoco quiere saberlo. Solo camina entre la gente, colgándose del cuello de oficinistas aburridos que sacan la vuelta, agarrándoles la verga, frotando sus tetas en vendedores de Mall, dejando que le agarren el culo, buscando calentarlos lo suficiente para que aceptaran su invitación e irse a esconder a uno de los infinitos rincones del Salieri’s.
A la Vaitiare le gustaban los oficinistas; los oficinistas y los estudiantes universitarios, aquellos que solo buscaban matar las horas de la tarde mientras llegaba algo mejor que hacer. Les gustaba el olor de los perfumes que usaban y como vestían, la suavidad de sus manos y la forma en la que la trataban. No eran como esos tipos que venían del otro lado del rio, con sus manos ásperas, el olor asfixiante de un día de trabajo y la miseria a cuestas, con toda esa brutalidad que siempre le dolía.
Ella no es tan dura como la Scarlett; tampoco posee esa indiferencia altanera de puta sacerdotisa de la Sheena que las protegía de casi todo. A veces a ella el Salieri’s le afectaba, le hacía mal. Había días grises, en los que la tristeza la ahogaba. No había cruzado casi medio continente para terminar de puta en un antro; pero eso era lo que había. Ser puta, o limpiar baños por una miseria o volver a casa.
Pero estaba ahí. Ahora. Frotándose contra un viejo de manos ásperas que le manoseaba las tetas y se las apretaba demasiado fuerte; mientras ella, a través de sonrisas y miradas calientes trata de que sea suave, más gentil. Pero no funciona. Sus manos no se detienen y le da nalgadas que le duelen.
Finge una sonrisa y le dice, al oído, que no sea un niño travieso.
Él solo le responde que le encanta ser travieso. Adivina, en la penumbra, que el viejo en un solo movimiento con la mano derecha se saca la verga de los pantalones.
La Vaitiare es capaz de ver como lo hace dentro de su cabeza.
El asco la invade cuando siente la húmeda punta de esa verga recorrerle medio culo. Ella se la agarra, fingiendo sorpresa y placer, antes de que se atreva a ponerla entre sus nalgas.
Una pajita, dice medio sonriendo, tratando de disimular todo el asco que le provoca eso no lo incluye el baile, hay que pagar más...
Pasan dos canciones. Un Reggeaton y una canción de Rudy La Scala. Deja al viejo en un rincón, que se guarda la verga ahora lacia en esos calzoncillos en los que intuye su inmundicia. Siente el semen caliente en su mano y eso la llena aún más de asco. Esta aburrida, le duele un poco la cabeza, quiere irse a dormir; pero es fin de mes y el dinero está entrando a raudales por esa puerta. Solo es cosa aguantar un poco más, de saber atrapar esas vergas que eyaculan dinero.
Por eso piensa en el Lucho. Se refugia en el recuerdo de sus caricias, de sus besos, de su cuerpo.
Son esos detalles los que la ayudan a sobrevivir.
III
La Vaitiare no hace nada, solo se lava las manos con alcohol; mientras escucha a La Scarlett que, recién bañada porque acaba de atender a un cliente, fuma desnuda esperando que el aire caliente del local seque su cuerpo. Le desagrada la forma como la mira y el tono con el que le habla. Bota cenizas en el lavamanos, mientras ella aun lo ocupa. Le pregunta por su pololo, ella no responde. La Scarlett insiste y ella solo da respuestas vagas, que no dicen demasiado. Nada en realidad.
La Sheena me hablo de él. Dice que es guapo.
Lo es. Responde la Vaitiare, mientras se moja la nuca y se seca las manos en su falda, para después salir al calor del Reggaeton que suena afuera. Ya son casi las seis y el local se llena cada vez más con cada canción que pasa.
La Vaitiare camina en por el local. No se siente tan segura como otras veces. Le habla a hombres que, apoyados en la barra ven a bailar a la Melody. Ella se desnuda de a poco, sin nunca dejar de observar a los que la tratan de tocar, tratando de encontrar al que esté más caliente por ella, para que una vez que baje del escenario, atraparlo entre sus piernas.
Antes, en ocasiones, habían clientes que la calentaban, que algo le provocaban. Como el Javier, un oficinista de casi treinta años que va al Salieri´s una vez al mes. Le gustan las minas de tetas grandes, para chuparlas y que le hagan pajas rusas, como la Sheena. La Vaitiare se lo ha tirado tres veces y las tres veces que lo hizo casi llego al orgasmo.
Pero ahora, no podía pisarse una verga sin acordarse del lucho.
Por eso, cuando alguien decide ceder ante sus encantos, mientras caminan rápidamente hacia un rincón, donde la oscuridad sea más densa, piensa en él.
¿Cómo te llamas Papi?
Él le responde pero no alcanza a oir su nombre por sobre el ruido. Los hombres que miran a la Melody desnudarse y chicas que tratan de atraparlos le estorban el paso. Cuando siente el piso pegajoso bajo sus pies sabe que ya ha llegado al rincón deseado.
En el rincón de siempre, al lado de la caseta del DJ.
Una vez ahí, la Vaitiare lo pone contra la pared y se abre el escote liberando sus pechos. Él le acaricia el pezón suavemente con el dedo pulgar, mientras que con su otra mano le agarra el culo. La Vaitiare, suavecito, gime en su oído, diciendo todas esas cochinadas que se le vienen a la cabeza, mientras por sobre el pantalón acaricia una verga dura, que se le antoja grande. Quizás lo sea, quizás no.
Ella sabe que los chilenos no la tienen tan grande como lo desearían.
Gira. Para poder presionar su culo contra esa verga y siente un suspiro en su nuca que provoca un escalofrío y una sonrisa a la vez.
Siente como esas manos calientes le agarran las tetas.
En un segundo, la imagen del lucho llena su cabeza. Tanto, que casi puede sentir su aroma.
Se agacha un poco y apoya las manos en las rodillas para poder mover el culo con más libertad y moverse al ritmo de la canción de Cosculluela, que una de las chicas, quizás la Gery, está bailando. Sus manos le recorren su espalda, desde el cuello hasta el culo, para terminar en una palmada en el culo que suena muy rico.
Tal como lo hace el Lucho.
Tal como sus manos recorren su cuerpo cuando está en cuatro, en la cama de algún motel del centro o en el sofá en su departamento.
Tal como lo hace ahora este tipo. Los pezones se ponen duros cuando sus dedos los acarician. Siente como su vagina se humedece, cuando el se toca por sobre el colaless.
No puede evitar besarlo. Con fuerza pero sin la lengua.
Su lengua tiene dueño.
Su lengua ahora solo recorre un cuerpo. Una sola verga.
Me tienes caliente papi… Gime suavemente mientras se corre un poco el bikini para que el se la pueda tocar. Se siente mojada, y el dedo se desliza en su zorra demasiado rico.
Lo abraza y siente su cosa dura chocar con su entrepierna.
Cogeme le pide.
Cogeme Ruega.
Cogeme Suplica. Mientras frota su cadera descaradamente en el bulto que sobresale en el pantalon. Él le agarra el culo, con las dos manos apretándola contra él.
IV
En su cabeza, el Lucho.
En la realidad, un tipo del que no sabe su nombre.
Ambos, se sientan en un sillón gastado que apesta a sudor. Ambos se sacan la verga del pantalón. Ambos la miran con un deseo que la quema en lo más hondo.
Qué grande que es…
Se arrodilla, lentamente. Sin dejar de mirar la verga que la espera. La toma en su mano y piensa que la del Lucho es más grande. Por tres centímetros. Cuatro quizás.
Le sorprende lo caliente que está cuando la tiene entre sus manos.
Me gustan los hombres se afeitan la pinga
La Vaitiare está ansiosa y esa sensación la sorprende y anima. Le corre la paja, suavemente, por un par de minutos, antes de metérsela en la boca.
Sin condón.
La recorre con su lengua disfrutando del sabor y de la textura, recorriendo cada pliegue y cada centímetro de piel con sus labios, empapándola en su saliva, saboreando el semen que sale en pequeñas gotas.
En su cabeza, el Lucho gime lo exquisito de su boca.
En la realidad, un hombre que trata de no eyacular.
¿Cómo quieres que me ponga? - Pregunta la Vaitiare mientras le pone el condón, sin nunca dejar de mirarlo a los ojos. Tal como la ha hecho mil veces; tanto, que podría hacerlo a oscuras.
Arriba mio – Le responde, sin tampoco dejar de sostenerle la mirada.
La verga entra fácil en su vagina húmeda. La Vaitiare no puede dejar de sentirse culpable al sentir lo mucho que le gusta cuando siente cada centímetro penetrarla lentamente. Está mal que le guste. A las putas no les debe gustar culear con los clientes. Pero lo goza igual, porque piensa en el Lucho, piensa que es su cuerpo sobre el que está ahora, que son sus manos las que le dan esas sonoras nalgadas y que se aferran de sus caderas, que es su lengua la que le lame las tetas y que es su boca la que da esos gemidos que la calientan más.
Lo besa. Con fuerza, robándole todo el aire que le queda en los pulmones.
Lo coge. Con ganas, disfrutando del golpeteo de sus nalgas sobre los muslos.
Lo goza. Porque es el Lucho, el que ahora está en ella. En su cabeza y en su cuerpo.
V
Los orgasmos la adormecen. Le dan ganas de apagar su cabeza y desaparecer del mundo por un par de horas. Por eso a la Vaitiare le gusta el sexo nocturno. Rara vez tiene sexo de día. Solo lo hace cuando sabrá que podrá quedarse acostada por un rato más. Quizás sea por eso que le encanta el sexo los domingos, después de almuerzo y antes de dormir la siesta. Le gusta porque es diferente. Es más calmado, más tierno quizás. No tiene esa clase de pasión desatada del sexo algo alcoholizado de los sábados por la noche; ni esa lujuria desganada del sexo en las noches de semana. Es mejor.
Quizás, en ese momento, pueda llamarse amor.
Pero ahora fuma, juntando energía para levantarse, esperando a que el aire seque su cuerpo y el humo ahogue esa culpa que es inevitable.
El cigarro cae de sus dedos. No se molesta en levantarlo.
¿Qué es el amor?, piensa nuevamente; mientras se viste para volver a salir, mientras la colilla del cigarro se apaga lentamente bajo la banca. Es viernes, piensa y aún no ha juntado el dinero suficiente para atravesar el mes. Quedan unas tres horas. Quizás con un par de bailes, unas pajas y unos polvos más pueda salir digna de este viernes.
Quién sabe.
En el espejo trizado y sucio ve el reflejo de su cuerpo desnudo. Un par de gotas de perfume en su cuello y entre sus pechos. Se viste de a poco. El colaless rojo. La falda. Se cambia el peto.
Por último, las botas.
Las botas, que son lo más importante.
Cierra el casillero. Y no puede evitar suspirar.
Un suspiro largo y hondo, antes de volver salir.
¿Qué es el amor?, piensa nuevamente. Pero ahora ni siquiera tiene una idea clara de lo que podría ser. Porque se acaba de dar cuenta que le ha mentido al Lucho durante todo este tiempo. Porque para el Lucho ella solo era una cafetera; una de esas chicas que trabajan tras una barra a las cuales les dan propinas por mostrar las tetas y el culo. Él no sabe que ella es una puta, de un topless diurno del centro.
Por eso no sabe si enojarse o simplemente desilusionarse cuando lo ve conversando con la Scarlett, quien se cuelga de su cuello. No sabe si es rabia o decepción lo que siente cua
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lasmentirasnosonverdades · 8 months ago
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Después de una cachita se han quedado con tu colaless?
Nop
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lesbiano-idiota2 · 1 year ago
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Escuchar la nueva versión de la colaless en la oficina plagada de wannabe chetos es una declaración de rebeldía de este humilde servidor corporativo
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alma-atemporal · 11 months ago
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Y pantaletas que son como colaless ? Demás harían resaltar mejor ese 🍑
Mmm no te gustan mis calzones, te caché jajaja
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