#caraqueña
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one of the most baffling (and pretty terrifying, at the time!) experiences in my life was being detained by TSA and repeatedly asked why i had venezuelan citizenship. like buddy it came free with being caraqueña like i promise i didn't get born there recreationally
#tattletxt#thinking abotu that gothhabiba post pointing out that like#poc literally are constantly asked to account for our existence innit
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Cnel. José Manuel Suarez Maldonado La desesperación de esta madre caraqueña llega hasta La Guaira. Y es que desde la Ciudad Capital me han traído a este joven de tan solo 16 años que vive en situación de calle sumergido en el mundo de drogas atrapado en ese túnel sin salida pero gracias a la iniciativa de su progenitora ha sido trasladado al hogar de restauración Cima del Cielo donde será renovado para la Gloria de Dios
LeerDescoloniza
NavidadesAlegriaYPaz
ChavezAhoraYSiempre
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La caraqueña by nilo soruco ily so much
#lowkey it is my song#my grandad was there when it was written i was the one to start the song and the jaleo in my guitar performances#it is literally a song about bolivians living in venezuela and now i'm a venezuelan living in bolivia#dorry my neighbors started blasting it and i got emotional
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Horacio Blanco de Desorden Público: Una Leyenda del Ska Venezolano y su Amuleto, Por el fotografo Mr.Gilberto Lopez
En Wilde Sunglasses, estamos emocionados de compartir con ustedes un trabajo fotográfico único realizado por el talentoso Gilberto López, que captura la esencia de una leyenda viva del ska venezolano: Horacio Blanco. Como cantante y fundador de la icónica banda caraqueña Desorden Público, Horacio ha sido una figura central en la escena musical desde 1985, influyendo profundamente en el género y en la cultura latinoamericana.
Desorden Público ha trascendido generaciones con sus letras que abordan cuestiones sociales y políticas, y Horacio Blanco sigue siendo el rostro y la voz de este movimiento. Su elección de Wilde Sunglasses refleja su espíritu innovador y su deseo de inspirar a otros a través de su arte.
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No sabemos cuál era el “cable pelao” entre Simón y Manuel, pero yo voto por la inocencia del “caudillo de dos colores”. Dicen en Ciudad Bolivar que por las noches, a veces, se escuchan las ráfagas de plomo que dieron en el cuerpo de Manuel Carlos…Tuvo razón Bolívar? O es, acaso, otro pelón de El Libertador como el de Miranda?. Usted qué opina? Leamos este interesante texto de Antonio Mirabal: El General Manuel Carlos María Francisco Piar Gómez, nació en Willemstad, Curazao el 28 de abril de 1.774. (Wikipedia) Acerca del nacimiento del General Manuel Carlos Piar Gómez se han tejido varias versiones. Una, de la propia María Isabel Gómez, mulata curazoleña, excelente comadrona, de quien algunos historiadores dicen haber sido la madre del “Caudillo de los colores”, como lo llama Francisco Herrera Luque. Piar habría nacido el 28 de abril de 1.782, como lo manifiesta ella misma ante la Comisión de Bienes Nacionales, cuando procuraba una pensión por la muerte de su hijo, que había servido con valentía e interés patriótico por la guerra de Independencia de Venezuela. Algunos historiadores basados en informaciones recogidas de la época, aseguran que Manuel Piar fue hijo de una joven perteneciente a una distinguida familia de Caracas, de apellido Aristigueta. Eran nueve jóvenes, las más bellas de la Caracas mantuana, llamadas las Nueve Musas. Una de ellas se enamoró del príncipe José Francisco de Braganza y al quedar encinta, los padres y el mismo príncipe para evitar un escándalo y los consiguientes comentarios, la confinaron al Convento de las Monjas Concepciones de Caracas, donde dio a luz su hijo. Este fue entregado para su crianza a la mulata curazoleña, antes mencionada y a su marido Fernando Piar, quienes se trasladaron a Curazao, según el historiador Tavera Acosta. La Aristigueta era pariente del Libertador. También han comentado otros historiadores, de acuerdo a los rumores de ese tiempo que, además de los presuntos padres citados, el vencedor de San Félix, Maturín y Juncal pudo haber sido hijo de Juan Vicente Bolívar y Ponte padre de Simón Bolívar. Conjetura que círculó profusamente en la sociedad caraqueña. Pero para la consagración de la historia son secundarios los pormenores y conjeturas del nacimiento del General Manuel Piar. Lo cierto, y la grandeza de su vida, estriba en que el General en Jefe del Ejército Patriota venezolano fue uno de los mas prominentes valerosos y exitosos oficiales en las luchas sostenidas por el Ejército Libertador encaminadas a la Emancipación de la Patria. El General Manuel Piar, a los 23 años, participó en la Conspiración de Gual y España, en 1.797, y cuando ésta fue develada logró escapar a Curazao, donde contrajo matrimonio, en 1.798 con Marta Boom. En 1.807 formó parte en el proceso independentista de Haití. Poco después de producirse el grito de Independencia de 1.810 inició su carrera como oficial en Puerto Cabello en la Armada Venezolana en 1.811. Sirvió bajo las órdenes del Generalísimo Francisco de Miranda hasta la infausta capitulación en 1.812. Pasó después a Oriente, incorporándose a las tropas que comandaba el General Santiago Mariño, formando parte de los 45 emigrantes que se reunieron en Chacachacare el 11 de enero de 1.813, para invadir a Venezuela. Su actuación fue brillante, honra para la patria en la empresa descomunal de batallar tesoneramente por la libertad y la emancipación de su Venezuela, a la que sirvió con desinterés y patriotismo. Se impuso con su talento y valentía en las batallas de Güiria, Maturín, Los Magueyes, Los Cocodrilos, Cumanacoa, El Juncal, Paso de Cura, San Félix. Siempre vencedor, la única vez que salió derrotado fue en el sitio El Salado (El Carito), por las tropas de José Tomás Boves. El General Manuel Piar tuvo serias contradicciones con el General Simón Bolívar, Jefe Supremo y con otros altos oficiales del Ejército. Se ...
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A 72 años de la tragedia en Santa Teresa [caption id="attachment_107127" align="aligncenter" width="640"] El fervor es asombroso hacia El Nazareno. Foto Cortesía[/caption] Luis Carlucho Martín Mientras en Bolivia la Revolución Nacional amaneció de golpe, acá en Caracas, bomberos, policías, rescatistas, médicos y personal de salud, exangües atestiguaban el colapso de sus servicios. Pero no por coronavirus. Ese bicho ni existía. Eso ocurrió, así en paralelo, la madrugada del 9 de abril de 1952, cuando una desesperada voz de “fuego, fuego” generó pánico, confusión y una mortal estampida humana en la iglesia de Santa Teresa aquel Miércoles Santo cuando la feligresía se alistaba a presenciar la eucaristía que oficiaría el párroco Hortensio Carrillo en honor a la milagrosa deidad de la compasión y la salud, el Nazareno de San Pablo. Gente de todo el país –y también de afuera– se agolpaba en torno a aquel templo –erigido en 1881 según diseño del arquitecto criollo Juan Hurtado Manrique, por órdenes del presidente Antonio Guzmán Blanco, quien lo bautizó inicialmente como Santa Ana, primer nombre de su esposa y de la capilla de la fachada oeste del templo. Y seis años más tarde cambió a Santa Teresa, el segundo nombre de la Primera Dama y de la otra capilla interna de la icónica infraestructura. La imagen del Nazareno, llegada de España, fue consagrada el 4 de julio de 1674 por fray González Acuña. Comenzó a ser venerada en la iglesia de San Pablo Ermitaño –de allí el nombre de San Pablo–, templo demolido y sustituido 200 años más tarde –por órdenes del Ilustre Americano–, por lo que hoy es el Teatro Municipal, llamado inicialmente Teatro Guzmán Blanco, bajo los diseños arquitectónicos de Esteban Arícar (francés) y el nativo Jesús Muñoz Tébar. Todo gira en torno a la escultura en madera de pino silvestre tallada en Sevilla durante el siglo XVII por el artista Felipe de Ribas, alabado por el propio Nazareno cuando le preguntó ¿dónde me has visto que me hiciste tan perfecto? Hay una versión venezolana que atribuye la obra y la leyenda al tallador Joseph Cristian Molinero, quien cayera muerto ante el reconocimiento que le dispensara por su perfecta creación la milagrosa imagen, que, según la tradición, al redimir cada pecado de su feligresía se encorva y oscurece paulatinamente. Debido a la epidemia de vómito negro de 1696, que no había podido aplacar la patrona Santa Rosalía de Palermo, el entonces gobernador de Caracas, Francisco Berroterán, ordena la procesión del Cristo moreno. Así de inveterado resulta el génesis de esa tradición que el genio de Andrés Eloy Blanco nos brinda siglos más tarde en El Limonero de Miracielos. Por cierto, hay diversas versiones. La más difundida se circunscribe al siglo XVII, cuando en plena procesión El Nazareno se enreda con un racimo del árbol en la céntrica esquina caraqueña. A su paso cayeron limones santificados –creían–. Basados en la fe algunos ligaron el zumo con las claras aguas de la quebrada Catuche. Los más osados pusieron fin a la epidemia al ingerir, sin ligaduras, el bendito y “ácido licor”, como lo describe el poeta cumanés. Clero y política: peligrosa combinación La tragedia de 1952 fue atribuida, sin prueba alguna, a un atentado gestado desde el extranjero con actores internos, según afirmó el ileso padre Carrillo. Declaración acomodaticiamente similar a la de la Seguridad Nacional, que relacionó el hecho con un magnicidio contra el Ministro de Defensa, Marcos Pérez Jiménez, quien calentaba motores para pronto adueñarse del coroto que en esos días ostentaba, como líder de la Junta de Gobierno, Germán Suárez Flamerich. Fueron incriminados “los adecos Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli y sus aliados comunistas”. Temeraria declaración apoyada por el gobernador Guillermo Pacanins. Se decretaron tres días de duelo nacional. Nadie sabe cómo el cura Carrillo osó ligar la sangrienta tragedia de Santa Teresa con El Bogotazo –ocurrido cuatro años antes–, donde asesinaron al líder del Partido Liberal colombiano, Jorge Eliécer Gaitán…pero lo hizo.
¿Qué pasó? Aquella madrugada la fe caraqueña abarrotó los espacios dentro y fuera del templo. Los bachaqueros de entonces comerciaban velones, imágenes, estampas y sahumerios. Los grandes y pesados portones de madera colonial abrieron puntual a las 2. Adelantaban preparativos para la misa de las 5 de la mañana en una jornada que se extendería hasta entrada la noche con otras misas y la tradicional procesión… Dicen que a las 4:45 el manto de una rezandera al pasar cerca de un velón encendido agarró fuego que menguó de inmediato. Pero la llamarada por tenue que pareciera generó el dantesco embrollo. “Crearon caos para robar el anillo de oro de la Virgen de Coromoto”, dijo alguien. No había cómo escapar. Saldo: 22 damas, 24 niños y cuatro hombres envueltos en reverencial púrpura cayeron ante la fuerza de la turba atemorizada que además dejó 115 heridos. Inútiles esfuerzos pretendieron retomar el orden, salvo la acción de un monaguillo no identificado –reseñó el diario La Nación– que rescató a siete niños resignados a un destino fatal. Medio siglo antes, el 26 de marzo de 1902, en el mismo sitio, una voz agorera gritó “terremoto”. El terror cobró las vidas de dos damas y 30 heridos. Caracas, la mítica, recrea, no solo en Santa Teresa sino en el Puesto de Socorro donde atendieron a las víctimas de entonces –actual sede del Ministerio de Educación–, espectros fantasmales cuyos lamentos son cónsonos con los reclamos de mejoras salariales para los maestros y todos los empleados públicos, además de elevar el nivel del paupérrimo sistema de salud. Esas y un montón de peticiones terrenales llenan la agenda de la feligresía que, contra viento y marea, sigue mostrando su fe por el Nazareno a todo riesgo. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo
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El país de los tímidos | Óscar Tenreiro Degwitz
Ya desde tiempos cercanos a la muerte de Le Corbusier me había interesado mucho el proyecto de la iglesia de Firminy de Le Corbusier. Su sorprendente figura, la disposición de la audiencia, el acceso en ascensión hacia el altar, me sedujeron.
El proyecto estaba publicado en el último volumen de las Obras Completas, pero había sido documentado muy bien en una publicación hecha en 1964 por estudiantes de la Escuela de Diseño de la Universidad de Carolina del Norte, publicación que compré en una librería caraqueña, Cruz del Sur, en esa Sabana Grande que no era zona roja, siempre asesorada en esos tiempos por el fallecido colega Alfredo Roffé. Guardo esa publicación como un objeto especial. Es una pequeña caja de cartón negra en la que hay cuatro libritos, uno para cada proyecto: el de Arcosanti de Paolo Soleri (1919) en Arizona, EUA, el proyecto para la ciudad de Dacca, hoy capital de Bangladesh, de Louis I. Kahn (1901-1974), el de la Iglesia de Alvar Aalto (1898-1976) en Imatra, Finlandia, y el de Firminy, este último ilustrado con
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SIUDY GARRIDO - EL CARAQUEÑO con ALESSIA IACHINI
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RAZONES PARA DESCONFIAR
Colombia insiste en desdibujar las fronteras entre el bien y el mal, en trastocar valores y principios, y en acomodar la historia a intereses políticos. Así nos va.
1) El ministro claudicó. Entregó el país a los criminales. De un responsable de la cartera de Defensa que no celebró un Consejo de Seguridad en Tibú por sentirse inseguro, se puede esperar cualquier cosa.
El viernes tildó de imprudente a la sargento por su secuestro. “Ella sola, con sus hijos, en su vehículo, conduciendo y desplazándose en una zona en la que se sabe de la presencia del ELN, es un acto de imprudencia”, apuntó sin sonrojarse. “Todos los medios de fuerza pública, cuando tienen estas licencias para visitar a sus familias, deben tener mucho cuidado, y así ha sido instruido de parte del comandante de las Fuerzas Militares”.
Lo dice él, que siempre viaja en aviones de la fuerza pública y lo protegen decenas de militares. Alguien debería explicarle que, si no corrieran riesgos, un sinnúmero de uniformados no podrían salir jamás de vacaciones ni cumplir con los traslados. De pronto desconoce que la cobardía no es virtud para pertenecer al Ejército y la Policía, y que inquieta que este país, asediado por tantas bandas criminales, tenga un ministro de Defensa atenazado por el miedo. Un personaje que no visitó a los familiares de la secuestrada, pero corre al Hospital Militar a sacarse una foto, sin el menor pudor, con los niños que estaban perdidos en la selva.
Pareciera que a Iván Velásquez le fastidió que el secuestro de Ghislaine Karina Ramírez, Juan Camilo, de 6 años, y Angy Rocío, de 8, sucediera preciso un par de días antes de comenzar el tal cese al fuego con el ELN, dejando en evidencia su nula voluntad de paz.
Que Arauca se encuentra bajo absoluto control de las guerrillas no supone ninguna novedad. Controlan empresas públicas, políticos, ONG, alcaldías y gobernaciones desde hace décadas, y no pueden achacarlo a este Gobierno, así el de Petro sea complaciente con los criminales.
Lo que indigna y entristece son el silencio de petro, que miró para otro lado ante la atrocidad del secuestro de una mamá y sus dos niños, y un ministro que señaló a la víctima de su desgracia. Olvida que su obligación es garantizar la seguridad en todas las carreteras.
2) Lo de Iván Márquez prueba, por enésima ocasión, que Petro decidió arrodillarse ante Maduro. Prefiere quedar bien con el tirano aunque suponga dejar en ridículo a sus Fuerzas Militares. O tal vez busque hundirlas aún más.
Porque lo normal habría sido que la cúpula castrense diese la noticia sobre la muerte o no de ese despreciable narcoterrorista, el primer día. Lo desolador es que anunciaron que estaban investigando y no tenían ni idea de lo que pasó.
Se me ocurren dos explicaciones para que los militares aceptaran sufrir otra humillación: el habitual temor a incomodar a petro y a su ministro; o que les hayan advertido que deben hacerse los locos.
Duque se tuvo que tragar el sapo de que un helicóptero de Maduro recogiera al delincuente tras sobrevivir al ataque y lo atendieran en una clínica caraqueña como un gran señor. Sin relaciones diplomáticas con el sátrapa y su legión de cleptómanos, era imposible confirmar el alcance de las heridas.
Unos periodistas ahora indican que habría quedado en estado vegetal. Si fuese así, ¿cómo el comisionado para la paz dijo que habló con él hace unos meses? ¿Y por qué ahora Rueda, tan amigo de los terroristas y de sus protectores, no cuenta al país la verdad?
Lo cierto es que la muerte de Márquez –al que la JEP solo expulsó dos meses después del anuncio de que seguirían sembrando el terror y la desgracia– resultaría conveniente en estos momentos. Con un poco de suerte, podría significar el principio del fin de la Nueva Marquetalia. No acabaría con la violencia, pero rebajaría el grado de confrontación porque la otra disidencia de las Farc, la de Mordisco, se quedaría con toda la torta. Ya domina mucho más que sus enemigos y ni Walter Mendoza ni el Zarco Aldinever tendrán el mismo respaldo de Miraflores que disfrutó Iván Márquez.
Y puede sonar cínico, pero en la otra Colombia, condenada a vivir bajo el yugo de los criminales, encuentran preferible que solo mande una banda para saber a qué atenerse y no quedar en medio del fuego cruzado. Además de que saldría más barato el cuento de la paz total.
3) Repudiable lo de la asesina del Centro Andino justificando, desde una tribuna, el reclutamiento de menores de edad. Debería ofender al país que a esa tipeja Violeta, nombrada promotora de paz, le permitan hacer apología del terrorismo desde una tribuna pública.
Muchos alegarán que los excomandantes de las Farc, autores de incontables barbaries, pontifican a diario desde el Senado y el Congreso, y ya da igual. Otros pensamos que Colombia insiste en desdibujar las fronteras entre el bien y el mal, en trastocar valores y principios, y en acomodar la historia a intereses políticos. Así nos va.
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RAFAEL RATTIA SOBRE OBRAS DE JIMÉNEZ URE (ACTUALIZACIÓN, 2023)
«[…] Recuerda que, por ahí, prolifera mucha brosa literaria presuntuosa y banal, y, no hay que permitir que tomen los lugares destinados a la buena literatura. Eres un excelente escritor y mereces ser tratado con la debida consideración que amerita un creador de tu estatura intelectual […]»
(R. R en misiva dirigida a JIMÉNEZ URE desde el «Delta del Orinoco», Marzo de 1999)
(I)
¿QUIÉN ES ESE TAL
JIMÉNEZ URE?
Es imposible que «pase desapercibido» por entre la hojarasca del inefable mundillo de la Literatura Nacional. Es el único escritor vivo, entre los nativos de esta «Tierra de Gracia», que ha tenido la osadía (valentía) de reclamar para sí el estatuto poco frecuente de «escritor de derecha». Porque, en nuestro remedo de país, escritor equivale a ser, más o menos, «de izquierda» (por aquello según lo cual escribir es un acto de insubordinación frente a los poderes establecidos)
Pocos intelectuales en Venezuela asumen, sin vergüenza de ninguna índole, la peligrosa condición de pensador «fascista»: «escéptico» y «pesimista ultramontano» en medio de tanto «izquierdismo teórico de pacotilla y bobalicón». Es, verdaderamente, asombroso que un escritor como Alberto JIMÉNEZ URE ponga al servicio de sus convicciones políticas y filosóficas toda la cosmovisión que ostentan sus textos: ensayos, cuentos, novelas y artículos de opinión desparramados en la prensa nacional y revistas internacionales (de Colombia, Argentina, España y EEUU). Quisiera dejar constancia aquí, en esta breve crónica literaria, de mi admiración intelectual por este solitario de la Literatura Venezolana, por un esteta (cultor de la belleza) de la palabra escrita: por su terquedad en forjar una obra de creación, sin apoyo de los grandes centros burocráticos de la «Cultura Oficial» caraqueña que -al fin y al cabo- es la que subsidia y financia mediante padrinos y mecenas.
Cuando nuestros novelistas, cuentistas, poetas y ensayistas celebran y aplauden al bodrio «seudo democrático de mecenazgo culturoso que mingonea» a la fatua élite culturocrática capitalina, nuestro Ciorán venezoano incendia las praderas de la modorra y el bostezo que signan las «artes verbales» de nuestro país. Y, conste que no pertenece a ningún «taller literario» ni grupo cultural alguno. Siempre se la pasa solitario, como extraviado, por entre las calles neblinicias de un perdido pueblo de Los Andes Venezolanos.
Muchas veces ha sido amenazado de muerte por culpa de lo que escribe, pero él como si nada: nunca se amilana y jamás lo he visto avergonzándose, abominando de una de sus comas o tildes, ni siquiera de algún signo de puntuación de su lacerante y perturbadora obra literaria y política. JIMÉNEZ URE no parece de aquí; se me antoja, más bien, un «poeta maldito» del Romanticismo Francés del Siglo XVIII. A este escritor proscripto en las escuelas de letras de nuestro país, le encanta estremecer al somnoliento espíritu literario nacional: hoy envilecido por tantos escritorcillos y literatotastros que pululan cual enjambre de idiotas ilustrados, en revistas, suplementos y editoriales, con el fin de hacernos comer gato por liebre a los lectores, cosa muy difícil en espíritus librepensantes y avisados.
Si Ud., improbable e hipotético lector de estas líneas, aún no conoce la narrativa de JIMÉNEZ URE, busque en la primera librería que encuentre a su paso una antología de sus cuentos o una de sus novelas. Para comenzar, Aberraciones o Dionisia no estaría mal: dos libros paradigmáticos que expresan, en su máximo esplendor, la Estética de la Podredumbre, del Apocalipsis, de la Tanatocracia, del Mal como único tema digno de ser tratado literariamente.
(En los diarios El Impulso, Barquisimeto, Julio 16 de 1966; y Frontera, Mérida, Venezuela, Marzo 13 de 1997)
(II)
CUENTOS ABOMINABLES
(Edición de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1991)
Abominables titula Alberto JIMÉNEZ URE su más reciente libro de cuentos, o relatos cortos. Gracias a la gentileza y gesto de solidaridad intelectual del autor, podemos tener acceso a uno de los discursos narrativos más fascinantes (por su naturaleza fantasmática, pero no exclusivamente por ello) que se han propuesto en el panorama ya bastante poblado de la prosa corta venezolana: representada por escritores nacidos en la «Década Turbulenta de los Años 50».
De los doce relatos que conforman el libro, sólo conocía dos. El primero bajo con denominación un tanto imprecisa: El ano antropófago. Debió titularse, más bien, El ano falófago. Este cuento lo leí en Imagen (revista que publica el Consejo Nacional de la Cultura, CONAC, en Caracas). El segundo que ya conocía lleva el título de Francotirador, cuya copia del original me hizo llegar el autor (mantenemos una relación epistolar desde hace –aproximadamente- dos años)
El primer cuento incluido en este volumen, sugerentemente titulado El Zoológico de Pirandelo, insinúa una audaz fusión entre lo que podríamos denominar la chata y vulgar esfera de lo real dado («Hotel Los Páramos», por ejemplo) y el mundo imaginario individual del narrador. Sería más apropiado decir, cortazarianamente, «el universo del bestiario». Véase las invenciones de JIMÉNEZ URE al respecto: el búhohombre, el búhoniño […]
Leyendo los relatos de JIMÉNEZ URE uno siente estar en presencia de una especie de taumaturgo de la palabra, o de un demiurgo alquimista del verbo. Y, si cupiera duda respecto a esto último, ahí te va, lector, ese puzle a guisa de ejemplo: […] próceres impresos, máquinas de rodamiento, falotración anal, vidrioreflejo, multiaudifonovocal, claustromóvil […] Toda esta andanada (exhibición) de una prodigalidad ostentosa «neo-logística» revela una envidiable búsqueda, y un esfuerzo por crear un arsenal lexical procedente: quizá, de un estado «alucinatorio» por demás «alucinante», que emerge de un psiquismo ficcional entroncado –inevitablemente- al inimitable Mundo Borgiano.
En una ocasión, dije que JIMÉNEZ URE no tiene vocación de «saludador» ni de «apologeta de de la pudibunda y asqueante (vomitiva) moral judeo-cristiana». Y, en este libro que comento, lo testimonia del modo más herético. Una brevísima cita basta para corroborar lo anteriormente afirmado: «[…] La junta médica y la pareja Pirandelo creyeron conveniente eliminar a la bestia. Empero, súbitamente, fueron acusados de impíos por el sacerdote que solía oficiar las extremaunciones a los burgueses que elegían morir en la Clínica Virgen del Carmen […]» (Ob. cit., p. 08)
Más adelante, sentencia el autor que «[…] la Iglesia es una institución proclive a justificar las abominaciones más inimaginables […]» (Ibídem). Y es que, históricamente, se han cometido más crímenes «de lesa Humanidad» en nombre de la «Fe Cristiana» (el lector «culto» revise las cruzadas hacia la toma del «Santo Sepulcro» durante los siglos IX-XIII) que bajo los estandartes y emblemas deleznables de las ideologías. Aunque Fe e Ideología son dos máscaras (correlatos) de un mismo y único rostro bárbaro con apariencia civilizada. Es –precisamente- esta última duplicidad moral («maniquea») la que logra, magistralmente, pulverizar JIMÉNEZ URE con sus Cuentos Abominables.
(En la revista El Reportero N0. 07, Mérida, Venezuela, Diciembre de 1991)
(III)
BREVE VISITA A LUXFERO (Edición del Pen Club de Venezuela, Caracas, 1991)
Me despierto después que el lexotanil ha hecho su efecto tranquilizador y somnífero. Son las 3 am. Extiendo mi diestra hacia la cama contigua que está en mi habitación: pues, confieso que, por dejadez mía, aun tengo por biblioteca una desvencijada cama que sirve de repositorio de mis poquísimos libros y unos cuantos periódicos dispuestos al azar. El gesto aprehende a Luxfero, segundo libro de poesía de JIMÉNEZ URE. El primero fue un bello texto titulado Trasnochos, nombre de una columna de opinión que el escritor mantuvo durante años en El Nacional y que fue publicado por la Gobernación del Estado Mérida (1989)
A propósito de Trasnochos, en cierta ocasión afirmé «[…] que la poesía filosófica, o filosófica poética de Alberto JIMÉNEZ URE testimonia una endemoniada lucidez para proclamar el derrumbe de puntuales verdades: que no por ser específicas exoneran la quiebra de los más prestigiosos y no por ello menos falaces absolutos […]»
Revisando el sumario de Luxfero (hecho de azufre y tinta) nos encontramos con XXXVI poemas que muy bien podrían denominarse Incendios Líricos: porque, leyendo algunos de ellos –intentos para lograr un poema, creo que así le habría gustado al autor que llamásemos sus belcetenebros versos- siente uno una quema por dentro y ese algo quizá sea el promontorio de falsas verdades o imbecilidades ataviadas con la palabreja «kistch», insípidas y desteñidas que nos producen lo que quería el autor de Le Cimitiére Marine (Paul VALERY): El encantamiento del Mundo por la palabra poética.
La de JIMÉNEZ URE, lo he dicho, «[…] es una experiencia estética profunda y reflexiva […] Su discurso poético reduce al máximo (diríamos que elimina) el carácter descriptivo»: se hace sobrio (pero, en verdad, ¿hay sobriedad en estos poemas blasfemos e iracundos, llenos de malditismo?), sintético. Todos los poemas tienen una impronta lacónica, a la vez que un rasgo altamente connotativo. Parafraseando a Naudy Enrique LUCENA:
«[…] Es una poesía donde se propone (sin proponérselo) una subversión a la Lógica del Lenguaje Cotidiano para instaurar una sintaxis luciferina al estilo niestzcheano, sadeano, shopenhaueriano, ciorianiano, et. […]»
JIMÉNEZ URE identifica los rasgos esenciales de su poesía logrando asir los hilos de la alienación universal y develando el uso enajenado de ciertas seudo-estructuras poéticas para restituirle el «[…] estatuto ahiestésico que exigir debe el poema […]. Con Luxfero se denuncia la propia y oculta podredumbre de las instituciones sociales, morales, represivas, lo cual le otorga una mayor significación y amplitud al discurso poético. Si el Cristo dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida», Alberto JIMÉNEZ URE lo espeta con una no menos desgarradora sentencia: «Acaso no fue por el poder del Mal que el Hombre surgió/En parto abrupto frente a una Naturaleza perpleja:/Acaso no soy hijo del Demonio que, con su pensamiento,/Inventó las calamidades contra el aburrimiento./Acaso no soy, igual, progenitor de una criatura diabólica/Por cuya causa el Mundo cuenta con un explosivo más./Acaso no soy (Luxfero) Lucifer: es decir, el que la luz lleva».
Creo que, después de este poema, no estoy en disposición de agregar una tilde, ni un punto, ni siquiera una coma. Este poema debería ser el exordio a los futuros catecismos y, por consiguiente, ser divulgado hasta los más apartados confines de la carroña cósmica.
(En la revista El Reportero N0. 07, Mérida, Venezuela, Diciembre de 1991)
(IV)
ESTÉTICA DE
LA PODREDUMBRE:
UNA APROXIMACIÓN A LA OBRA NARRATIVA DE JIMÉNEZ URE
[El presente trabajo es el texto completo de una conferencia que, contratada por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), dictó RATTIA en distintas ciudades del país durante el año 1993. También se utilizó como material de apoyo para un «taller literario» sobre la obra de JIMÉNEZ URE, igualmente promovido por la citada institución cultural del Estado Venezolano]
Desde Acarigua, escenario de espectros (1976) hasta Dionisia (1993), suman alrededor de 16 libros los que conforman la obra abierta de Alberto JIMÉNEZ URE: prolífico y denso escritor que hoy nos ocupa la atención, especialmente en lo que se refiere a su narrativa, porque él es también –y con no menos fortuna- un agudo y penetrante ensayista y poeta de reconocida trayectoria.
Cuando se me pidió especificar el «género literario» sobre el que iba a disertar, pensé en el narrativo: porque, de todo lo publicado por él hasta ahora –y que yo conozca- 10 textos han sido consagrados al «Relato Corto». Y la Novela es un universo al que JIMÉNEZ URE se ha dedicado con inusual ardor, sin descuidar su impecable «cuentística». Ello es indicativo de una mayor entrega a la prosa. Es por eso que hoy vamos a hablar del narrador que es JIMÉNEZ URE.
En 1992, la Dirección de Cultura de la Universidad de Los Andes le edita una compilación de sus cuentos intitulada Suicidios que, a la sazón, provoca una pequeña conmoción en los círculos literarios y –especialmente- en los ambientes de Mérida: ciudad donde reside el escritor desde hace mucho tiempo.
Tengo la impresión que Alberto JIMÉNEZ URE irrumpe en el escenario de la Literatura Venezolana con una voz y una escritura bien decantada, trabajada pacientemente al calor de una asombrosa dedicación al lenguaje: al estilo, la «arquitectura interna» de la obra, a la «estructura formal» del texto literario. Eso advertí cuando lo leí por primera vez. El primero de sus volúmenes de ficciones que tuve entre mis manos fue –precisamente- Suicidios. Confieso un impacto que aun no ha cesado: al contrario, todo el que se acerque a esta singular creación verbal de JIMÉNEZ URE quedará padeciendo «una marca psíquica» que (no puede ser de otro modo) irá in crescendo en la medida que se le vaya leyendo y penetrando los intersticios meta-lógicos de una indiscutiblemente insólita narrativa.
En 1989, sostuve que el único dogma, la única ortodoxia, esto es, la única «religión» que se podía encontrar en este escritor era el desacato y la irreverencia: la «herejía», el «tremendismo» del diletante que escupe el rostro de la «Academia» y se burla, con brillo inusitado, de la filosoficación sistemática y de la frondosidad argumental. Muchos lo intentan, pero se quedan a mitad de camino. Creo que JIMÉNEZ URE vive una especie de psitacismo permanente al servicio de la Literatura. Hay que estar bajo un singular estado de gracia o tocado por un espectro-ente del Bien y el Mal para concebir situaciones «paranormales» o «supra-normales». Simultáneamente controlados, con segura autonomía, los hilos de toda narración larga (para el caso de la Novela) o galvanizando la anécdota que le da vida propia al Relato Corto (género donde nuestro escritor ha demostrado una excepcional maestría narrativa)
Refiriéndose a la narrativa de JIMÉNEZ URE, algunos críticos literarios (como Gustavo GUERRERO) disciernen en la narrativa de JIMÉNEZ URE una notable influencia de Lewis CARROL o una fuerte similitud con el escritor francés Alfred JERRY.
No descarto alguna influencia literaria en la obra de Alberto. Es más, él ha sostenido que el «Paradigma Estético Griego» es un punto de referencia importante en el desarrollo de sus propuestas literarias, y, básicamente, en relación con su singular manera de narrar los encantos de la imaginación. Pues, como lo dijo Harold BLOOM: «[…] La angustia de las influencias es inevitable […]». Al fin y al cabo, el inconsciente colectivo es de todos y de nadie, según gustó decir NIETZSCHE. A JIMÉNEZ URE, la crítica literaria suele calificarlo (encasillándolo) como un escritor fantástico y de lo absurdo. En realidad, el poeta moviliza la escritura de la vida y la autotélica vida de la escritura: porque la existencia, a decir verdad, es todo eso y mucho más.
(En el Diario de Caracas, Diciembre 06 de 1993)
(V)
DIONISIA
[Edición de la Universidad de Los Andes, Mérida, 1993]
Desde PITÁGORAS hasta Renato RODRÍGUEZ, pasando por EPICURO, SHOPENHAUER, HEIDEGGER. En un país ficticiamente real, que bien pudiera ser el nuestro, arma este heterodoxo escritor una «distopía» (Reino del Mal) refutando todos los relatos que han alimentado las vanas esperanzas del Homo Sapiens, desde que el primer «pitecántropo» decidió reflexionar sobre su inevitablemente trágica condición social, moral y existencial.
Puedo decir, sin mucho riesgo a equivocarme, que JIMÉNEZ URE es un auténtico moralista, en el sentido que le otorgaron al término un LA BRUYÉRE, un PISAREV o un CHAMAFORT en el siglo pasado; a saber: auscultador del alma humana; de su gloria y su abyección, sus cielos y sus infiernos.
Conversando con el autor de esta novela, le inquirí sobre su impresión general acerca de la misma y posible relación con el resto de su obra. Por toda respuesta, él discernía una especie de «dupla literaria» o «dístico» en Aberraciones-Dionisia.
Ciertamente, el lector atento no podrá evitar encontrar en Dionisia hermafroditismo, bisexualidad, promiscuidad, ninfomanía, alteridad psíquica. Esta novela es un himno destruido, pese a que en ella se evoca el shopenahueriano Arte del Buen Vivir. En ella, todos los personajes están sellados indeleblemente por el Mal y la ofuscación: «[…] Yo nunca había sentido tanta indignación […]», sentencia el personaje principal de esta obra literaria. En Dionisia, el lector encontrará un extraño culto a las erecciones fálicas. Acaso no lo hacían las antiguas culturas: la egipcia, babilónica, e, incluso, la africana.
Los personajes se revuelcan en el semen de un demiurgo que sacraliza la perversión y la promiscuidad, el suicidio es puesto a la orden del día y el crimen («homicidio») es tan normal que quien no lo ejecuta es visto como un extranjero: esto es, un extraño.
En esta novela se demuele a gusto el monoteísmo, y se eleva lo mundano al rango de religión. Hay, en estas páginas, una irrefrenable vocación irreverente. Me atrevería a decir que esta novela de JIMÉNEZ URE patentiza una estética escritural «laica-herética». Cuidado si no porta el cisma y la ruptura en su propia interdicción.
En una ocasión, Arthur Shopenahuer afirmó «[…] que su libro El Mundo como Libertad y Representación le fue dictado por el Demonio, en una sola noche […]». Es probable que esta novela sea el resultado de una especia de psitacismo. En otras ocasiones, he sostenido que Alberto JIMÉNEZ URE es un taumaturgo de la palabra, un alquimista del verbo. De facto, es ello: su extraordinario dominio del lenguaje lo ha colocado en la primera línea de la más pura Literatura Venezolana e Hispanoamericana. JIMÉNEZ URE es, en mi opinión, el último de los narradores metafísicos, un saurio de la imaginación insomne, un a-racional lúcido y despierto que sueña realidades y nos ofrece lo realmente imaginario como tratándose de algo pensado por nosotros mismos. Veamos lo que el autor dice de si mismo: «[…] Mi religiosidad no había sido un nefasto idilio con lo desconocido que se me presentaba, súbitamente, apocalíptico. Admito que nunca experimenté algo sagrado en mí […]»
(En el diario Panorama, Maracaibo, Venezuela, Mayo 25 de 1993)
(VI)
LA POÉTICA DE
JIMÉNEZ URE
[Sobre el poemario Aciago. Edición de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1995]
Me ufano de ser, junto con Juan LISCANO, Gustavo GUERRERO y Fernando BÁEZ, un vicioso e irremediable lector y estudioso de la obra literaria en marcha de este suficientemente ponderado valor de las letras nacionales. A JIMÉNEZ URE se le conoce más y mejor en el exterior que aquí, en Venezuela. Su literatura ha sido acogida, cálidamente, en unas veinte revistas y suplementos literarios de altísima factura internacional. Es más conocido también como narrador y ensayista que como poeta: sin embargo, conociendo su vasta producción literaria como la conozco, puedo dar fe de la estatura intelectual y lírica de este poeta residenciado -desde hace más de veinte años- al pie de las serrarías merideñas.
Efectivamente, la compleja «urdimbre» de la Poética de este bardo venezolano se teje minuciosamente desde una profunda perspectiva filosófica: que hinca sus raíces en la luminosa noche civilizadora de la Filosofía Griega presocrática.
Hace poco, la Universidad de Los Andes publicó un estremecedor libro con un aterrador título: Aciago. Hay repulsiones que seducen, y tal es el caso del libro que ocupa mi atención. JIMÉNEZ URE posee una extraordinaria visión estética de la «podredumbre» y de lo «catastrófico-apocalíptico» evidenciado en los cioranianos títulos de su obra abierta y en movimiento: Suicidios, Maleficio, Aberraciones, Epitafios, Luxfero, Macabros […] Sin comentarios.
Alguna vez, conversando con el fallecido filósofo argentino Ángel J. CAPELLETTI, me confesó su escepticismo con relación al menguado horizonte que se vislumbra en nuestro país a propósito de la elaboración de poesía de raigambre filosófica. No es muy difícil constatar, hoy, lo que avizoraba nuestro extinto filósofo. Sin embargo, JIMÉNEZ URE constituye una «rara excepción» que viene a confirmar el aserto de nuestro inolvidable amigo. Aciago es la impecable continuidad de un espléndido intento de difundir los cimientos de un «Ars Poética» que tiene sus antecedentes en textos anteriores del autor: Trasnochos (poesía) Luxfero (poesía) Lucubraciones (poesía).
La aristocrática formación literaria y humanística del autor de Aciago se transparenta en la desgarradora confesión que la nerviosa prosa, y la contenida respiración del largo «poema fragmentado» (como gusta llamarlo el escritor) reflejan a dramáticos intersticios. En la contraportada de este luciferino poemario, el eximio Juan LISCANO dice:
«[…] Cada vez perfecciona más su empeño en sorprender, descolocar, golpear mediante el absurdo y lo irracional, lo obsceno y lo hiperrealista […] Con independencia de su postura literaria y de su temática, la producción de JIMÉNEZ URE se inscribe dentro de la rebelión yoica y ofrece valores espirituales que merecen consideración especial […]
Alguna vez dije que este escritor testimoniaba una endemoniada lucidez a través de sus reflexiones escriturales: además, sostuve que, quienes nos acercábamos a su obra, teníamos que estar dispuestos a resistir las tentaciones de una escritura fascinante que patentiza ansias de trascender los límites y el ámbito de lo libresco. La poesía de este «forjador de universos paralelos» se me antoja hija legítima de un sui géneris «molde filosófico», sin parangón en los últimos cincuenta años de poesía venezolana. Este poeta identifica los rasgos esenciales de su poesía logrando asir los hilos temáticos en la alienación universal, develando el uso enajenado de ciertas seudo-estructuras poéticas para restituirle el «estatuto de antítesis» que exigir debe el poema.
El arte verbal contenido en Aciago no hace concesiones de ningún tipo al ksitoh post-modernista ni al bodrio trans-vanguardista. Los versos que lo integran son lacerantes, angustiosos y «angustiantes gritos» de celebración del quehacer intelectual del bardo, única forma racional de escapar a las garras del desarraigo, la soledad, el desamor, la pérdida de los seres amados, la tentación del suicidio, el cultivo de la blasfemia, lápida, el epitafio punzante, el aforismo, la sentencia, el Anatema Exceraton, el estilo herético y heterodoxo como ínfulas propias y legítimas para alcanzar la sublimación de la obra de arte. El autor de Aciago escribe para «no cortarse las venas», para «postergar la cicuta», para espantar «la tentación de volarse la tapa de los sesos». Son treinta poemas (en realidad es uno solo) de ácida y corrosiva desesperación. Encuentro un digno linaje con NIETZSCHE, un cierto parentesco con textos perdidos de Empédocles, una secreta familiaridad con poetas que nunca existieron y que pudieron expresarse mediante la voz de éste singular seda de acendrado lirismo filosófico.
En el diario El Globo, Caracas, Venezuela, Junio 23 de 1996)
(VII)
REVELACIONES
[Edición del Pen Club de Venezuela, Caracas, 1997]
Aunque el autor lo niegue, tengo la impresión de leer un libro dictado por Lucifer en las madrugadas de un impertinente insomnio acicateado por feroces depresiones y profundas fallas en la geología del espíritu del poeta.
Con la benévola anuencia del lector, voy a permitirme reseñar aquí lo que me gustaría denominar «percepciones literarias» de un libro como pocos abundan en el panorama de la creación poética venezolana de los últimos tiempos. Se trata, efectivamente, de Revelaciones (Edición del «Pen Club de Venezuela», Caracas, 1997) ¿Qué más señas para el lector interesado en adquirir un ejemplar de este auténtico pandemonio de satanismo lírico?
Como asiduo lector de la obra en marcha que viene ejecutando Alberto JIMÉNEZ URE a lo largo de su ya dilatada práctica escritural, pienso que las «aclaratorias» contenidas en el pórtico están demás. Me explico: ¿quién no sabe, en este país, que JIMÉNEZ URE es un heraldo atormentado por los más candentes temas de la poesía de raigambre filosófica? El que conozca algún libro de poesía de este singular bardo de las letras nacionales, a poco que se adentre en él, no tardará en advertir que la multitemática preocupación del escritor aborda esferas tan trascendentes de la existencia humana como: «Dios como reverso del Diablo»; «el sinsentido que comporta el curso más o menos normal de la especie humana por nuestra miserable carroña cósmica»; «la urgencia de persuadir a las futuras generaciones humanas de la legitimidad de abolirnos por nuestras propias manos, tan pronto tengamos conciencia de la inutilidad del Ser»; «el Mal como iluminación para la redención ética y estética del individuo consagrado al cultivo de la belleza»; «el anticlericalismo radical como conciencia lúcida ante la infección del dogma fundamentalista, sea este teológico y a-teológico»; en fin, la poética de JIMÉNEZ URE es genuino desacato a todo autoridad. En Revelaciones se transpira un aire de intenso lirismo ácrata, una especie de acentuada vocación libertaria, o, mejor dicho, anti-autoritaria por antonomasia. No sé, pero pareciera que JIMENEZ URE fuera un «anarquista de Derecha», si tal cosa pudiera ser.
Lo que si queda evidenciado, al trasluz de una reiterada lectura de Revelaciones, es su insistente afán por resguardar de las acechanzas del poder, en sus más heterogéneas formas, los espacios vitales del librepensamiento. Pudiera decirse que este escritor discierne una intrínseca relación entre el Poder, como máxima expresión de la acción, en tanto que materialización de la alienación o enajenación. No obstante, de igual modo, el reconocimiento que hace el poeta del símbolo y la imagen metafórica como concisión de posibilidad para la «auto-emancipación del Ser»; el poeta es enfático al afirmar que la Palabra antecede a las palabras, el Verbo adquiere en sui géneris carácter fundacional. Es como si todo lo imaginable pudiera, en consecuencia, sugerir o producir uno o múltiples sentidos: de allí la naturaleza polisémica del verso-librismo de este aeda.
Que JIMÉNEZ URE es un «parricida», bueno, si; a qué negarlo. Acaso la irreverencia iconoclasta y malditista de la prosa poética ureana no lo distingue de la abominable horda de idólatras, aduladores, lamesuelas del poder instituido que –para escandalizar ingenuos- invoca el Bien de una entidad espuria que porta en su interioridad su antítesis negadora y/o superadora. Dicho en palabras de José Antonio RAMOS SUCRE: «El Bien es el Mal menor». Expresión lacónica, pero definitiva y lapidaria que el autor de Revelaciones suscribe en su íntegro y cabal sentido filosófico y literario. Con razón los «marxistas» de este país alguna vez quisieron llevar «a la hoguera, en plaza pública», a este hereje de la Literatura Venezolana. Ahora, leyendo este libro de poesía, confirmo su «adhesión incondicional al Supremo Proyecto de Extinción» (ob. cit. p. 19)
(En el diario El Impulso, Barquisimeto, Venezuela, Octubre 31 de 1997)
(VIII)
SOBRE LA NOVELA ADEPTOS
[Edición del «Fondo Editorial» Fundarte. Caracas, Venezuela, 1994]
Acaso, ¿es casual que la novela Adeptos (del escritor venezolano JIMÉNEZ URE) tenga 33 capítulos, número cabalístico-crístico, y se desparrame en 69 páginas, cifra erótica-kamasutrica, orgiástica, redentora de las pulsiones vitales del Ser?
Adeptos es una novela cuasi «bilingüe» (Inglés-Español) que ambienta su trama narrativa en los «Campos Petroleros» del Estado Zulia (Venezuela), y cuyos personajes acusan las más perversas «patologías» que el Ser Humano pueda experimentar. JIMÉNEZ URE diseña estructuras psíquicas absolutamente desquiciadas por desgarramientos internos: que nos dan la impresión de asistir a la observancia de personajes con heridas hondas en sus almas, seres sicóticos que, al decir del propio autor, «practican la Prognosis» (conocimiento adelantado de la Realidad), la «Palingenesia», «Metempsicosis» y otras «hierbas» de origen budista.
Es curioso: hasta donde conozco la narrativa de Alberto JIMÉNEZ URE, todos sus personajes creados son individuos «out sider» que, sin embargo, juegan una especie de «jeux du jeux». Si se me permitiera calificar este tipo de juego, sin duda lo definiría como «Ludismo Macabro. Johan HUIZINGA lo llamaría «[…] la danza de la muerte […]»
La escritura que nos propone J. URE en Adeptos, sin ser de todo «culterana», es culta y aborda los más candentes temas y preocupaciones de la Filosofía Antigua y Moderna. Por esta novela transitan individuos dignos, del «más puro linaje estoico», aunque, por fuerza de una extraña dialéctica, terminan «mutando» en epicúreos y desahuciados de tanta «meditación»: «incomunicación y «tragedia». Si leemos con detenimiento y debida atención, esta novela puede advertir la irrevocable «vocación suicida» de los personajes jimenezureanos acicateados por ineludibles náuseas, angustias, desesperaciones, tristezas e impotencias que anulan la capacidad volitiva de los mismos.
La fantástica, sorprendente y pródiga en sutilezas imaginación del autor erizan las zonas más neurálgicas de nuestra psique. Sospecho que tal maestría narrativa le viene de leer, con fervor, a, entre otros: DOSTOIEVSKY, POE, SHPOENAHUER, escritores y filósofos de los cuales el autor de Adeptos no tiene empacho en reconocer su filiación estética y filosófica.
Los ejes referenciales de la topología de Adeptos rielan por coordenadas que van desde Harlingen (Texas State), pasando por los exclusivos Campos Petroleros del Estado Zulia y hasta llegar a la bucólica ciudad de Mérida (Venezuela) que hace un cuarto de siglo abrigaba a los más osados «hongueros apasionados»: también a muchos adictos al «Haschis», la «Mescalina», al «Ácido Lisérgico» (LSD), el «vino» y la «cerveza». JIMÉNEZ URE configura una auténtica república de legionarios báquicos, de propagandistas «dionisíacos», «epicúreos post-modernos», «filósofos del tedio y desidia», «militantes de la speed». No deja de seducirme el modelo de «ciudadano del futuro» que propone el autor a la Humanidad. Individuos emancipados de los extremos y de la modestia, simultáneamente. Seres evolucionados, psíquicamente aptos para asumir plenamente (y con inaudita responsabilidad) la decisión de «matarse» cuando así lo consideren pertinente.
Discierno una cierta relación de parentesco intelectual entre J. URE y el último cátaro de las letras francesas: CIORÁN. No olvido la «veneración» del autor de Adeptos hacia Artur SCHOPENAHUER: ese egregio exponente de la auto-abolición de la Especie Humana como remedio a la peste maldita de vivir. El país-literario conoce, ampliamente, las posturas filosóficas-estéticas-suicidas del escritor JIMÉNEZ URE. Nadie -como él- ha adoptado una actitud tan valiente con relación a la muerte por propia mano. Siempre leo sus argumentos, los cuales bogan por la despenalización del suicidio. En este siglo, no hay un escritor más iconoclasta e irreverente: ha roto todos los fetiches sacros, y a quienes idealizan e idolatran la legitimidad de la existencia y la miseria de la condición humana. Desde luego que hacía falta, entre nosotros, una pluma deletérea y corrosiva: que volviera añicos ciertos cánones y esquemas anodinos-exangües.
La contribución formal, los aportes sustantivos, que hace el escritor a la Narrativa Latinoamericana de Fin de Siglo es, por demás, evidente: en cada libro de relatos, en cada novela del esteta de la palabra el lector puede encontrar una huella distintiva que lo caracteriza y singulariza cualitativamente. Muy distante de la mímesis la fulgurante prosa de este señor de la imagen escrita y -como contrapartida dialéctica- muy cerca (diría que en el centro) de la Poiesis: esto es, de la creación y recreación del mundo por la palabra.
En cierta ocasión afirmé que el carácter, o, mejor digo, la naturaleza léxica de este demiurgo del verso posee una asombrosa e inédita morfología que le asigna el estatuto de peculiar originalidad. Apuesto, una vez más, por la prosa de Alberto JIMÉNEZ URE: y desafío a los lectores a que se atrevan a leer una escritura gramatical y morfosintácticamente pulcra y decorosa, que forma parte del árbol genealógico más genuinamente «aristotélico» de la Creación Literaria Continental e Iberoamericana. Parafraseando a RAMOS SUCRE, cuando reclamaba para sí la homonimia de LEOPARDI como su igual, podría decirse que JIMÉNEZ URE y Renato RODRÍGUEZ conforman la dupla literaria (por excelencia) más atrevidamente herética: por lo cismático de sus propuestas narrativas: en el curso de las últimas tres centurias, en lo que se refiere al «Ars Narrativa» finisecular de habla hispana.
Si lo sencillo no es, obviamente, lo simple (puesto que la sencillez es la máxima expresión artística de la profunda hiper-complejidad), entonces JIMÉNEZ URE tiene pleno derecho a estar al lado de: LOVECRAFT, PROUST, BALZA, CARPENTIER, GARMENDIA, VIAN y toda esa pléyade de ilustres [des]conocidos que representan el Sagrado Patrimonio Literario y Artístico de la Humanidad que cree en su auto-afirmación mediante la auspiciosa y fecunda imaginación verbal.
(En el diario El Universal, Caracas, Venezuela, Octubre 16 de 1997)
(IX)
CUENTOS ESCOGIDOS
[Edición de Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1998]
Un acierto inobjetable es la afirmación que trae la contraportada de esta antología personal titulada Cuentos Escogidos, que publicó la más importante empresa editorial oficial venezolana, Monte Ávila Editores Latinoamericana, al proclamar que «[…] la obra cuentística de JIMÉNEZ URE constituye un caso especial en la literatura venezolana; al evolucionar al margen de las corrientes literarias dominantes, ha logrado crear un universo propio, signado por el absurdo, la irrupción de lo fantástico en el mundo real y cierto énfasis en los elementos grotescos y escabrosos de la condición humana […]»
Efectivamente, tal y como lo he sostenido en innúmero de oportunidades, JIMÉNEZ URE se ha venido ganando, a fuerza de una diabólica entrega absoluta a la escritura, un significativo espacio dentro del extenso y complejo mapa de la narrativa finisecular hispanoamericana: que lo sitúa como un sui géneris escritor, «seguidor discipular» de Jorge Luis BORGES, por citar un ejemplo ilustrativo. Nadie como este terrible intelectual para erigirse en excelente cuentista, y en no menos brillante novelista, sin que ello vaya en el más mínimo desmedro en sus innatos dones para el cultivo de la Poesía.
Desde que entré en contacto con la espeluznante y maravillosa escritura de este «poeta de la sombra», confieso haber quedado prendado a sus fulgores verbales, al hechizo de una prosa fina y delicada, pero que traduce lo más abominable e infame de la naturaleza humana. La escritura de JIMÉNEZ URE logra descender hasta los más nauseabundos escombros que subyacen en las tenebrosas simas de la aborrecible especie humana. Por ello, entre muchas otras razones, afirmo que este señor es un poeta terrible.
Un cinismo altamente intelectualizado. Y una ironía finísima, por entre las atrevidas e iconoclastas páginas de una disposición anímica para narrar: que puede dejar estupefacto al lector no advertido suficientemente. Si uno se adentra por los laberintos de la prosa jimenezureana y no adopta las previsiones estéticas que el rigor del caso exige, puede, fácilmente, aterrizar en el «país del infierno» o «de la locura»: por qué no, del desquiciamiento de la moral oficializada. La misma figura sacralizada del escritor, como paradigma de la bondad y de exponente de unos nuevos valores éticos, es sometida al escarnio narrativo dejándonos –a los lectores- un sabor a bilis en la boca y execración.
El suyo, es un universo ficcional signado por lo pesadillesco, que urga en las llagas purulentas de una conciencia profundamente lastimada por heridas que causa la Ley: con sus corolarios de lamentaciones y normas, que instituyen el asco y la pestilencia ahí donde, por naturaleza divina o terrena, debería reinar la reconciliación (apocatástasis) y la armonía del Ser con su entorno. Y, con él mismo para trascender las endebles fronteras de lo epifenómeno y alcanzar, por fin, el tan anhelado deseo de «Homo Sapiens», la auténtica y genuina liberación. De allí el componente catártico que poseen los cuentos de JIMÉNEZ URE. Aunque parezca paradójico, Cuentos Escogidos es altamente «terapéutico»: pues, ayuda a sobrellevar el pesado fardo y el hastío de los días que corren.
Alguna vez catalogué la prosa de este escritor como «Estética de la Podredumbre» y hoy, diez años después, continúo sosteniendo que JIMÉNEZ URE narrador-poeta-filósofo es un «demiurgo del Mal», en el estricto sentido literario que le asigna George BATAILLE en su –espléndida- disertación filosófica.
Las temáticas ficcionales que postula este escritor, a lo largo de su extensa y dilatada obra cuentística se inscriben, a mi parecer, en la sabia tradición de los «moralistas» de siglos pasados como: CHANFORT, Jhonatan SWUIFT, LA ROCHENFOUCAULD, LEOPARDI y otros escépticos que escrutaron los abismos inefables del Ser. El narrador confecciona una genealogía de máscaras escindidas, individuos «psiquiatrizados»: que viven, permanentemente, obsedidos por una noción de la realidad paranormal, esquizoide. Tal pareciera que los personajes creados por el escritor viajaran en el barco que los antiguos llamaban «navis stultisfera». Como si esas teratologías meta-literarias nacieran con la impronta de una enfermedad no diagnosticada por Hipócrates URE.
Un enfermizo psiquismo se enseñorea de los personajes que habitan la casa de la delirante imaginación que marca la singular escritura del poeta. Los cuentos más espeluznantes y, por ello mismo, más deliciosos y atractivos, nos dibujan una trayectoria ascensional que, bien observada, podría conducirnos a unos topos ureanos de raigambre dostoievskyana. Se transpira mucho pesimismo con respecto a las posibilidades estéticas de la especie humana, en el itinerario del discurso de JIMÉNEZ URE; es tal el escepticismo filosófico de este autor que, en no pocos relatos de esta antología, cierta «misoginia» radical termina imponiéndose en los ambientes temáticos. Ello no debería sorprendernos, habida consideración de los antecedentes apologéticos que han caracterizado al autor con relación a su postura respecto a la legitimidad, y pertinencia, de la «auto-abolición» de la Humanidad. Y es que este escritor no es de esos pusilánimes y timoratos de los que tanto abundan en nuestro país; al contrario, de corajudo es el temple de su escritura, que se pone de manifiesto en la confección de fantasmáticos relatos: donde, inclusive, no faltan las prácticas antropofágicas, cual si fueran rituales cotidianos.
(Diario Frontera, Mérida, Venezuela, Abril 25 de 1998/Diario El Universal, Caracas, Venezuela, Abril 27 de 1998)
(X)
VOLVER A LUCÍFUGO
[Edición de Fundacultura, Barquisimeto, Venezuela, 1983]
En 1983, el «Fondo Editorial Lara» (adscrito a «Fundacultura», de Barquisimeto) tuvo el atrevimiento literario de apostar por publicarle la primera novela al escritor Alberto JIMÉNEZ URE. El autor fue osado al intitular Lucífugo (que significa «el que huye de la luz») su primer relato de largo aliento. Hoy, con la relativa objetividad que brinda la distancia de ese acontecimiento editorial, siento el imperativo categórico de volver a las páginas de ese inaugural ejercicio novelesco que le sirvió de impecable presentación en el nublado Panorama Narrativo Hispanoamericano del momento.
Según el «expediente literario» de este prolífico autor venezolano, Lucífugo es –cronológicamente- su quinto libro: destacándose entre una veintena de textos literarios forjados en el fragor del más minucioso cultivo del lenguaje narrativo. Y es que la literatura que propone este «solitario de las letras nacionales» da cuenta de una excelente –por lo acertada- incursión en las interioridades abismales, en las simas hondas de lo más oscuro del alma de la naturaleza humana, problematizando la legalidad y pertinencia de los más disímiles «géneros literarios». ¿Y aún existen tales adefesios preceptivos?
Yo, que me precio de haber leído, con inusual fruición literaria, la fecunda obra en marcha de este «reaccionario del pensamiento estético y político», puedo dar fe de su titánico afán por demoler las «fronteras» sutiles que separan artificialmente la Poesía del Ensayo y éste del Cuento o de la Nívola: tal como gustaba llamar a la Novela Don Miguel DE UNAMUNO.
Lo que, hasta ahora, conozco del autor de Lucífugo es un envidiable intento de pulverizar los géneros literarios. El lector que conoce la prosa de JIMÉNEZ URE advierte un raro dominio del «verso filosófico», de la escritura libre de ataduras genéricas.
El prologuista de Lucífugo no yerra al afirmar certeramente (no hay que temerle al Verbo) que el autor sabe cómo hacernos cómplices activos de sus juegos ficcionales, mediante el despliegue magistral de técnicas y procedimientos narrativos encantatorios que hacen pensar al lector estar en presencia de un narrador «en trance mediúmnico». En el pórtico de esta novela, el autor nos advierte que es la historia de un hombre que nunca halló la verdad de su vida, a pesar de poseer el extraordinario «Don de la Prognosis». Sin embargo, Lucífugo es mucho más allá que la atribulada existencia de Nomus Macedonio DE LA FORTUNA y de sus irresolubles conflictos existenciales o impasses metafísicos. En esta breve –pero densa- novela, el hacedor se sumerge en los insondables abismos y delirante-demencial psiquismo de unos personajes que ya anuncian, tempranamente, como centrales en la extraña saga jimenezureana. Tal es el caso de Anabella del libroDionisia, esa prodigiosa síntesis de fanático erotismo que conduce al lector a los predios de las más oscuras pulsiones deseantes.
Lucífugo ya anunciaba una escritura «moral», temible, que ha sabido sobreponerse a la gazmoñería pacata sin hacerle concesiones al hermafroditismo literario tan corriente en los cultivadores de la literatura banal y trivial.
JIMENEZ URE es implacable en estas cortas, pero incisivas, páginas: un lenguaje corrosivo recorre los intersticios argumentales de esta novela, en cuyas primeras páginas realiza una singular requisitoria a la sensibilidad finisecular: constatando que los finales de siglo han sido, siempre, desconcertantes. De esta forma, el autor suscribe el antiguo proverbio árabe que dice: «Los hombres se parecen cada vez más a sus tiempos que a sus padres».
Los rasgos característicos de los personajes concebidos y delineados por J. URE son, fenotípicamente, homolesbolíficos. Mujeres que ostentan rasgos marcadamente masculinos: «[…] expresión facial dura, hombros musculosos y un poco de bigotes […]». Kentucfield, geografía espiritual donde se desarrolla el acaecer imaginario, podría ser, perfectamente, la Mérida de hace más de dos décadas: un refugio de escritores, artistas y estudiantes; una ciudad fría y llena de gente joven en la cual la vida comercial gira alrededor de sus luciferinas y paradisíacas universidades.
Nomus Macedonio es un intelectual que trabaja en la Editorial de la Universidad de Logos (en Ciudad Parnaso) y desea estudiar Filosofía solitariamente: como suelen hacerlo aquellos que se entregan, reverencialmente, al cultivo y realización de la Sophia.
En esta novela hay de todo. La definiría como la «literatura del desasosiego». Por sus peligrosas páginas desfilan seres melancólicos, individuos que se sientan al frente de una máquina de escribir «idos», «lelos» en sus ingobernables tristezas, contemplando cómo las aves, en sus desesperados vuelos, pierden el control y se estrellan unas a otras. Un frío temblor invadirá a quien, sin suficientes armas intelectuales, se disponga a leerlas: porque campea el filicidio, el lesbianismo, la tentación de morir por mano propia, los tormentos y remordimientos de quien sabe «la fórmula» y no tiene el valor de ejecutarla. El autor de estas estremecedoras escrituras imagina unas «carniceras y aristotélicas fiestas» que sirven, eficazmente, a los pobladores de Kentuckfield como insustituible catarsis de purificación de sus más caros valores de coexistencia pacífica. El autor de Lucífugo es tan corajudo que ha declarado, en innumerables ocasiones, la pertinencia de limpiar la sociedad -mutatis mutandis- poniendo en práctica métodos similares a los que plasma en sus ficciones, los cuales suscribe plenamente (valga decir)
El mejor homenaje que puedo rendir al inventor de Lucífugo, luego de más de diez años de haberse editado, es revisar su fascinante mundo paralelo y celebrar -con verdadero júbilo- la valentía de un novelista que se atreve a desafiar los retos y límites que constantemente la imaginación está provocando a la Inteligencia.
(En el diario El Impulso, Barquisimeto, Venezuela, Septiembre 19 de 1998)
(XI)
SOY UN CLARIAUDIENTE
[Diálogo con el escritor
Alberto JIMÉNEZ URE]
«Mi Literatura responde a una concepción personal o método poético-narrarativo-ensayístico. Suelo verter extremo apasionamiento por la antítesis, el pensamiento y la invención de neologismos e imágenes»
JIMÉNEZ URE es autor de más de veinte libros, entre los cuales se comentan más: Aberraciones (novela), Abominables (cuentos), Adeptos (novela), Macabros (cuentos), Suicidios (cuentos, Dionisia (novela), Luxfero (poemas) y Revelaciones (poemas). «Monte Ávila Editores Latinoamericana», en coedición con la Universidad de Los Andes, editó su más reciente novela: Desahuciados. Combativo y combatido, dirige la revista de Arte y Literatura «ALEPH universitaria». La Universidad de Costa Rica aprobó publicarle la II Edición, ampliada, de Abominables. Ha sido parcialmente traducido al inglés y danés. Sobre su trabajo escritural se han publicado dos libros: Aproximaciones a la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure (1991, por Fernando Báez) y El Horror en la Literatura de Alberto Jiménez Ure (1996, un ensayo escrito en Buenos Aires por Luis Benitez) Presento a los lectores el resultado de un interrogatorio que le formulé vía e-mail.
Rafael RATTIA.- En Venezuela, tu has sido considerado un fiel exponente de la estética heterodoxa, irreverente, herética. ¿Aceptas la condición maldita de escritor de la sombra en el panorama literario nacional?
Alberto JIMÉNEZ URE.- No soy un escritor «maldito» ni pertenezco «a la sombra», ello aun cuando adhiera a «Quien la Luz Porta». Ocurre que mi estilo escritural, argumentos, juicios, ideas y pensamientos difieren, notablemente, de la mayoría de los hacedores venezolanos. Igual sucede que, por no formar parte del Funcionariado Cultural Nacional (privado o público), ni comulgar con sus hábitos, he tenido libertad para cuestionar cualquier acaecimiento literario que me parezca lesivo a la inteligencia comprometida con la probidad. También a esa burocracia corrupta, sedentaria y acomodaticia que se ha perpetuado en el Poder para enfermizamente pervertir todo cuanto toca. Durante años, los difamadores del ambiente literario nacional han propagado infinidad de comentarios que intentan perjudicarme en diversos ámbitos y generar terror hacia mi y mi obra.
R.R.- Tu narrativa, especialmente tu cuentística, revela casi siempre una obsesión absurdista de la existencia. Casi todos los personajes que pueblan tu universo narrativo son seres paranormales, esquizoides, proscritos de la vida. ¿Es esa tu visión del mundo?
A.J.U.- Mi percepción del mundo empeora cada vez más. En esta «realidad y tiempo» que experimentamos, la presencia de seres racionales o inteligentes luce abominable frente a lo que defino Principio Suficiente de Justicia Humana. Lo digo por razones que son del «dominio público»: desigualdad en las remuneraciones, asesinatos, apropiación de bienes colectivos, guerras entre naciones, violación de los Universales e Inalienables Derechos Humanos y exaltación criminal de la multiplicación de capitales. No admito que anónimas e internacionales empresas financieras dicten la vida y la muerte de los habitantes de la Tierra. No acepto que, a causa de fortuitas y arbitrarias leyes, unas personas reclamen mayor confort que otras: sean mejor remuneradas y más respetadas. Me produce felicidad tener visiones extrañas y escuchar revelaciones porque soy un escritor clariaudiente. Lo digo sin miedo a lo que puedan pensar de mí algunos imbéciles, para los cuales nada existe más allá de sus narices. Todo ello influye, tremendamente, en mi Literatura. Lo admito.
R.R.- El lector de tu obra «en marcha», advierte que la perspectiva espacio-temporal de tu propuesta literaria siempre desemboca en uan especie de Distopía o Utopía al revés. ¿Concuerdas con ello?
A.J.U.- En el curso de más de dos siglos, lo que ideólogos y pensadores tuvieron por Utopía culminó develándose como la Tesis post Tesis del Establecimiento. Hasta hace poco más de una década, la Utopía representaba el equivalente a la redención -mediante la ocupación del Cielo- que ofrecía el Cristianismo. En el campo del Realismo no Mágico, una «acción revolucionaria» redimiría a quienes se mantenían humillados y rezagados del disfrute de las riquezas del mundo. En el ámbito religioso, la inmortalidad del alma era el premio que ofrecían los ministros de Dios en la Tierra. Cuando, tras sangrientas guerras, se impusieron dogmas «revolucionarios» que ocultaban su verdadera naturaleza tras la faz de la Utopía, el hombre pobre comprendió que había sido timado por fablistanes de la Política. En relación a los feligreses, en momentos de dolorosa agonía suplicaron a Dios para que los salvara de la muerte y entraron -más temprano que tarde e irremediablemente- en ella. No se sabe de alguien que haya ido al Cielo y disfrute junto al Gran y Paradisíaco Padre.
«No soy adheso de ninguna ideología política o dogma religioso, pero creo que los hombres debemos entender que existe un Principio Suficiente de Justicia Humana: y él dicta que ninguno es mejor o peor que otro, que todos -perezosos, hiperactivos, brutos, pervertidos, delincuentes, mediocres, inteligentísimos, negros, blancos o amarillos merecemos vivir y morir sin que se irrespeten nuestros «Inalienables y Universales Derechos Humanos»
R.R.- ¿Te sientes un escritor solitario? A ti no se te conoce filiación literaria con grupos, sectas, cofradías burocráticas nacionales. Hasta donde se sabe, tu obra se ha ido fraguando al margen de cualquier institucionalidad cultural?
A.J.U.- Es cierto: mi único vínculo es con la Universidad de Los Andes, una vetusta y muy apreciada institución educativa que tiene más de doscientos diez años de fundada. Existe una gran diferencia en la forma como se dirigen las actividades literarias en las universidades, empresas privadas o instituciones del Estado como el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). No yerra quien piense que soy un escritor solitario, desligado -absolutamente- de mafias institucionalizadas y grupúsculos que anhelan sustituir a los oficializados. Soy, felizmente, un escritor refugiado en una casa de estudios superiores.
R.R.- ¿Cómo has logrado resguardar tu perfil identidario y tu autonomía política como escritor?
A.J.U.- Ha sido extremadamente difícil. Por intentar mantenerme incontaminado, he sido perseguido por envidiosos, traicioneros y cobardes cuyos nombres no revelaré: aparte de lo cual, hostigado, amenazado, excluido de importantes proyectos culturales y periodísticos (incluso universitarios, en mi área de trabajo), desestimado, descalificado, saboteado, denigrado y difamado. Se ha propagado que soy una especie de monstruo que produce una literatura lesiva. Me convertí en escritor por la voluntad del Impiadoso y Supremo Poder, por volición de «Quien la Luz Porta»: una entidad que condena al hospicio a mis adversarios y a quienes intentan colocar obstáculos en mi camino.
R.R.- Una de tus más polémicas novelas, Aberraciones, generó en las sensibilidades estéticas literarias pacatas una fuerte ola de anatemas, dicterios, invectivas y denuestos hacia tu postura filosófica. ¿Qué tienes que decirnos al respecto?
A.J.U.- Siempre sospeché que Aberraciones generaría prejuicios y rechazos. Todavía está por producir situaciones incómodas para mi, cuando sea masiva e internacionalmente difundida. Hasta este año, sólo lleva dos ediciones: las de 1987 y 1993. Una de ellas es universitaria. Ocurre que la distribución de los libros de la Universidad de Los Andes es limitada. Pese a ello, esa novela ha sido muy leída.
R.R.- ¿Merced a qué estrategia de trabajo «verbal-escritural» has logrado conciliar el lirismo poético con el arte de contar y narrar, en el entendido de que en toda tu Ars Narrativa subyace un asombroso univeso de imágenes poéticas?
A.J.U.- Pienso que quien advierte «lirismo» en mi prosa, o en mis textos escritos en versos (en mis relativamente innovadores poemas), logra hacerlo en virtud de su inteligencia superior. No lo digo por petulancia. Los poetas de la Antigüedad fueron pensadores, tuvieron algo que decir cuando escribieron sus versos. En cambio, los de «nuestra realidad y tiempo» son unos «encantadores». Describen los ambientes como si fuesen «pintores paisajistas» o «especialistas en naturalezas muertas». Pese a la resistencia de mis adversarios fortuitos, pienso que si hay un intenso lirismo en mi prosa y poesía. Mi Literatura responde a una concepción personal o método poético-narrarativo-ensayístico. Suelo verter extremo apasionamiento por la antítesis, el pensamiento y la invención de neologismos e imágenes.
(En Mérida y Tucupita, Venezuela, Junio de 1999)
(XII)
CRÍTICA AL POEMARIO [IRA] CUNDO
«Estos poemas de la más ígnea y encendida iracundia verbo-lingüística dejan constancia de un ethos proveniente de propuestas poéticas contenidas en libros suyos tales como Trasnochos y Luxfero que en su momento estremecieron la sensibilidad estético-literaria de la Venezuela»
Por Rafael RATTIA
Se trata del más reciente poemario del escritor venezolano Alberto Jiménez Ure cuyo expresivo y por demás elocuente título no deja tan siquiera un ápice de dudas acerca de su contenido temático. Se trata de una plaquette de unas 42 páginas que reúne la más reciente forja del poderoso estro lírico del también extraordinario narrador y ensayista cuya vasta obra literaria ha contribuido sustantivamente a enriquecer la tradición estético-verbal de nuestro país e incluso del continente de habla hispana.
Conociendo, tal como le conozco, pues su amistad me enorgullece y enaltece intelectual y afectivamente; no podría esperar de él una propuesta poética menos beligerante y densa, contentiva de una ética y una estética de profunda resonancia filosófica y política en el más estricto sentido aristotélico. Un antiguo proverbio árabe reza que: «los hombres se parecen cada vez más a su tiempo que sus padres». Pues, Jiménez Ure da fe plenamente de ello. Con este libro [en formato digital, PDF] el poeta y, ex aequo novelista, cuentista y ensayista testimonia y asume su singular condición de testamentario crítico irreverente, heterodoxo y ácrata del tiempo histórico que le tocó vivir. Estos poemas de la más ígnea y encendida iracundia verbo-lingüística dejan constancia de un ethos proveniente de propuestas poéticas contenidas en libros suyos tales como Trasnochos y Luxfero que en su momento estremecieron la sensibilidad estético-literaria de la Venezuela de la década de los años ochenta de la pasada centuria. Sobre ambos libros de poesía escribí mis impresiones y esbocé mis críticas literarias en periódicos y revistas culturales de aquellos años.
Este nuevo poemario de JIMÉNEZ URE que enhorabuena viene a hacernos benéfica compañía intelectual a quienes adoptamos la poesía y la lectura de poesía como la última casamata irredenta del espíritu de resistencia ética, moral e intelectual ante la tentación autoritaria, despótica, tiránica del Moloch estatocrático bolivariano-socialista.
Dice el poeta en el primer texto del libro que ahora comento:
«He sido perseguido
Hostigado y amenazado de muerte
Por dictado de la Organización Mundial de la Salud.
Me obligan usar mascarillas
Que no impedirían contaminar [me]
Del Virus Comunista Chino de laboratorio bélico» (pág. 3)»
El poeta no evade la terrible embestida del expansionismo socialimperialista de la «plaga amarilla» en su inocultable pretensión neohegemónica que pugna por apoderarse de este recodo del planeta para terminar de expoliarlo y saciar su voraz apetito de materia prima con el fin de satisfacer las demandas de la sociedad postindustrial del totalitarismo sino comunista.
En estos textos poéticos de Jiménez Ure se percibe la impronta de Artur Schopenhauer, de Friedrich Nietzsche, un inocultable pesimismo de raigambre cioraniana exhalan no pocos versos y fragmentos prosados con vigoroso ímpetu de rebelión y desacato moral e intelectual que, obviamente, despiertan la más viva y entusiasta admiración del lector.
No me gusta tildar con adjetivos calificativos la prosa poética de Monsieur Ure porque su timbre elocutivo es radicalmente evanescente y evasiva y se resiste a taxonomías académicas e institucionales al uso; por tanto me ciño a los textos que se bastan a sí mismos como un artefacto autotélico que no necesita de prótesis denominativas. Mucha herejía antiautoritaria transita por estas abrasadoras construcciones poéticas, mucho desacato a la fatua representación teológica del Vicario de Cristo en la tierra por su inhumano estruendoso silencio en torno al crimen de lesa humanidad cometido por el monstruo totalitario chino con la invención de la pandemia del Covid-19 y cohonestada y legitimada por el celestinaje abominable de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que a un año de la pandemia planetaria aún no ha condenado con suficiente énfasis categórico el ataque viral bacteriológico de la China comunista contra la especie humana. El poeta profiere con encomiable valentía moral:
«No admito
Que «beatos»
O «virtuosos»
Presuntos
Me miren
Como a un
Atrevido hereje
Porque denuncio
Que su «Pontifex»
Encubre maleantes:
Es público y notorio
La devastadora
Perversidad moral
Que ese individuo exhibe
Mientras arroga santidad […]» (pág.5)
Este libro de JIMÉNEZ URE recrimina el intento del mal de entronizarse sobre la faz del orbe terráqueo y condena la fallida pretensión tanatocrática del comunismo internacional y sus satélites de estados forajidos, fallidos en la región latinoamericana. De igual modo con una racionalidad ontolumínica que no oculta su parentesco con la aufklarung dieciochesca alemana el poeta adopta una clara y meridiana postura por la vida, la democracia liberal, la tolerancia y la convivencia pacífica y civilizada de los que piensan distintos.
Como fiel exponente de un universo metafórico que hunde sus raíces en las simas abisales de lo real dado constituido J. URE iza y flamea su poemática extrayendo del topos ouranos terrestre perlas y gemas lexicales que no obvia su filiación con la poesía de la rebeldía e insurgencia ontológica del ser cívico que ha nacido en una república civil que ha sido confiscada por la barbarie de izquierda con rostro humano:
«Los bárbaros han consumado
La destrucción física e institucional
Del país donde nací pero –corajudo
Enfrento el «decadentismo asfixiante»
Que fustiga a una derrotada, por salvajes,
Nación de fétidos, incultos y harapientos […]
Me obstaculizan satisfacer
Mis necesidades fundamentales,
Mientras ellos arrogan poder y lujos» (pág.19)
En este libro Jiménez Ure reivindica su orgullosa filiación con los poetas malditos de la estirpe del Conde de L`autreomont y ello me remite a la admiración ilimitada que sentía el poeta cumanés José Antonio Ramos Sucre por el amargo y pesimista poeta italiano Giácomo Leopardi cuando el autor de La Torre de Timón dijo; «Leopardi es mi igual»; valga el dato para dejar constancia aquí que desde hace más de treinta años leo y releo la obra literaria de URE y doy fe del renovado fervor con que mi espíritu lector se impregna de júbilo cada vez que el autor de este poemario sorprende a sus lectores –que somos legión- con una pequeña joya literaria como esta.
(https://www.elnacional.com/opinion/iracundo/)
(XIII)
EPÍLOGO
(Jiménez Ure, ese archimandrita de la palabra)
«En esos días en que conocí a JIMÉNEZ URE yo venía de un complejo proceso cismático del espíritu y experimentaba intensos descalabros en mi edificio mental e ideológico del cual había abrevado como exmilitante de la teología ateológica conocida como marxismo que intoxicó a media humanidad durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el largo y dilatado siglo XX»
Llegaba a la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes con cierta regularidad a saludar a sus amigos, profesores y estudiantes de las escuelas de Letras, Educación e Historia y en una de esas intempestivas visitas me lo presentaron. Ya Jiménez Ure tenía un respetable camino andado como escritor, tenía cierta notoriedad entre los jóvenes narradores residenciados en el Occidente de Venezuela. Cuando le conocí ya Alberto había publicado Acarigua, escenario de espectros y Lucífugo.
Poco a poco fui conociendo y familiarizándome con la portentosa prosa narrativa de este hacedor de asombrosos e ígneos universos ficcionales y trabando amistad intelectual con el escritor que se ganaba la vida como empleado público en la «Oficina de Prensa» de la bicentenaria y autónoma Universidad de Los Andes de Mérida [Venezuela]. En esos días en que conocí a Jiménez Ure yo venía de un complejo proceso cismático del espíritu y experimentaba intensos descalabros en mi edificio mental e ideológico del cual había abrevado como exmilitante de la teología ateológica conocida como marxismo que intoxicó a media humanidad durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el largo y dilatado siglo XX. Ciertamente, Alberto era «duro y destemplado» con su escritura. Su nombre figuraba entre las más inteligentes y beligerantes «plumas» de los diarios locales y regionales de Mérida, a saber: Frontera, El correo de los Andes, El Vigilante y también sostenía con idéntica pasión política y literaria una columna en los diarios caraqueños El Universal y El Nacional. En este último diario aún escribe semanalmente enalteciéndome al compartir los días jueves el espacio de la Sección de Opinión de este aguerrido y combativo periódico nacido de la mano del mítico y legendario narrador y ensayista venezolano Miguel Otero Silva.
Dentro de la historia de la cuentística y de la novela venezolana del XX y XXI este prolífico y enjundioso narrador afincado en los Andes Venezolanos desde por lo menos hace más de medio siglo ocupa un destacadísimo lugar de insoslayable privilegio descollando como un auténtico maestro de un «Ars narrativa» que descubre vetas sobresalientes por su impecable factura lingüística [aportes y contribuciones lexicales y neolinguisticas de personalísimo sello expresivo]. No por nada el gran poeta, crítico literario y ensayista venezolano Juan Liscano ponderó con serena sindéresis y ecuanimidad analítica la obra literaria de Jiménez Ure como una de las más aquilatadas en lo referente a originalidad formal e incluso en lo tocante a sus desafiantes u osados ejes temáticos. Yo -sin temor a incurrir en el más mínimo ápice de exageración- afirmo categóricamente que Jiménez Ure es nuestro Rudyard Kipling de la literatura venezolana.
En todo caso, ahí está su obra que habla por sí sola y ya no necesita por fortuna de la exégesis apologética de la reseña lisonjera y ni de los prologuillos de ocasión. Por JIMÉNEZ URE hablarán sus libros enhorabuena muníficos. Cuando en el futuro la historiografía literaria venezolana deba realizar los saldos que dejó para la posteridad la producción estético-escritural de los últimos 150 años en materia de narrativa no podrá soslayar este «homme de lettres» y «enfant terrible» de la narrativa fantástica nacional del último siglo y medio del relato corto y de la novela corta de Venezuela. Yo me envanezco y celebro con júbilo y regocijo espiritual haber descubierto tempranamente a este escritor raro de la literatura venezolana y de haberme ocupado de leer con frenética fruición la vasta obra escrita de este narrador, poeta y ensayista que no cesa de subvertir los cánones literarios establecidos por la tradición académica e institucionalizada en Venezuela.
(https://www.elnacional.com/opinion/alberto-jimenez-ure-ese-archimandrita-de-la-palabra/ https://www.tanetanae.com/alberto-jimenez-ure-ese-archimandrita-de-la-palabra/?amp=1)
SUMARIO
(I)
¿Quién es ese tal Jiménez Ure?
(II)
Cuentos abominables
(III)
Breve visita a Luxfero
(IV)
Estética de la podredumbre: una aproximación a la obra narrativa de Jiménez Ure
(V)
Dionisia
(VI)
La Poética de Jiménez Ure
(VII)
Revelaciones
(VIII)
Sobre la novela Adeptos
(IX)
Cuentos Escogidos
(X)
Volver a Lucífugo
(XI)
Diálogo con el escritor
Alberto Jiménez Ure
Epílogo
(XII)
Sobre Iracundo
(XII)
Alberto Jiménez Ure, ese achimandrita de la palabra
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La caraqueña guio al Keflavík en la victoria ante el Pór Akureyri para llevarse el título del torneo. HUMBERTO CONTRERAS Daniela Wallen sigue ampliando su palmarés en suelo nórdico y este sábado llevó al Keflavík Karfa al título en la Copa Islandia. El Keflavík Karfa derrotó al Pór Akureyri 89 por 67 y se coronó campeón de la Copa Islandia, con Daniela Wallen como máxima figura. Daniela Wallen terminó con doble-doble, producto de 15 puntos y 12 rebotes, además de 6 asistencias y 5 balones robados. La alero estuvo en cancha 32 minutos, en los que encestó 6 de 11 dobles y se fue de 4-1 desde el perímetro. Esta actuación le valió a Wallen para llevarse la distinción como la Jugadora Más Valiosa de la final de la Copa Islandia. Keflavík venía de derrotar en semifinales de la Copa al Njarovík 86-72. En ese encuentro Wallen rozó el triple-doble al registrar 17 puntos, 15 rebotes y 9 asistencias. El Keflavík también se coronó campeón de la Copa Islandia en masculino, convirtiéndose en el primero en ganar en ambas ramas desde 2004. Este es el segundo título que consigue el Keflavík esta temporada, tras coronarse en la fase regular de la Subway League. Daniela Wallen ha disputado 24 encuentros de la Subway League en esta 2023-2024, promediando 14.4 puntos, 11.3 rebotes, 4.8 asistencias, 2.5 robos y 0.5 bloqueos. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo/Líder
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