#{ el clima aquí está medio raro ??? a veces hace mucho calor; a veces mucho frío }
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La casa del maizal
un pequeño proyecto, que soñé hoy, espero continuarlo y que les guste. qué les pareció? ...........
Capítulo I
-¡Uf, qué calor!
Era todo lo que se escuchaba desde que habíamos partido para llegar a mi nuevo trabajo. Ahí, en la parte trasera del auto iba yo, quejándome como siempre, del clima del lugar.
-Ya te dije que bajes el vidrio de la ventana o te quites los zapatos, para que te refresques –respondió mi madre.
-No, no tiene caso. Si bajo el vidrio, de igual manera va a entrar el aire caliente de afuera. No tiene caso. Ah, mejor deberías poner el aire acondicionado. ¡Por favor! –dije suplicante.
Mi madre sólo se limitó a contestar que el dichoso aire acondicionado no servía y por lo tanto mis quejas tampoco funcionarían. Molesta, me crucé de brazos y el auto prosiguió su camino lentamente como siempre, llevándonos a mi hermano, mi madre y yo por un lugar compuesto casi únicamente de parcelas, parcelas y terrenos baldíos que parecían no tener fin, pues se extendían hasta donde no alcanzaba la vista.
-“¡Vaya! Parece que nunca saldremos del calor de estas parcelas, todo se ve tan solitario, apuesto a que ni un alma vive por aquí. ¿Y a quién le gustaría vivir aquí? Todo está tan seco, caluroso y muerto. Hasta da lástima” –pensé, mientras continuaba mirando este inhóspito paisaje, con la cabeza apoyada en una mano.
De repente, me invadieron unas ganas inaguantables de ir al baño.
-¡AH! Mami, ¿qué hago? Por favor, tengo que hacer pipí. Párate por ahí. ¡No me aguanto!
-¡No, cómo crees! Aguántate otro poquito, no podemos dejar que hagas ahí entre las parcelas. Además, no ha de faltar tanto para llegar a una gasolinera o una caseta para poder ir todos. Compramos agua o algo frío para que se te quite el calor también. Te dije que no tomaras tanta agua y, ¡mira, te acabaste toda la botella!
-Mamá, ¡perdón; te estoy diciendo que tengo calor, no me aguantaba la sed! Vamos, déjame bajar, te prometo que lo haré rápido. Además, nos sentaría bien salir un poco, para estirar las piernas, ya sabes. ¡Por favor, me conoces, ya no aguanto, ni un poquito! –dije, con un tono de extrema urgencia, mientras apretaba mis manos entre las piernas simulando el acto de retener mis ganas de hacer pipí.
Mamá, accedió a mis ruegos. Mi hermano, medio dormido, no dijo nada y quiso quedarse dentro del auto, el cual se detuvo al lado de un maizal enorme cuyos cultivos estaban secos, como todo en ese lugar. Mamá salió del auto, le pedí que me esperara, que no tardaría mucho.
-Está bien, cuídate, tal vez haya serpientes o algún animal por ahí. No te alejes tanto. ¿Traes papel? Toma este pedazo –argumentó mi madre, mientras extendía su mano hacia mí.
Recibí el pedazo de papel y le contesté a mi madre que me adentraría un poco en el maizal para evitar que me viera. Ella hizo una mueca de disgusto, pero ambas nos reímos. Comencé a caminar por entre los cultivos, estos eran demasiado altos, diferentes a los que hubiera visto antes en mi ciudad natal. Quise verlos más de cerca, noté con extrañeza que las mazorcas dentro de cada planta eran de color rojo intenso. “¡Oh, qué curioso!” pensé. Pues este tipo de maíz era muy raro encontrarlo, y sobre todo que una parcela entera estuviera cubierta de ello. Continué caminando, cada vez más adentro del maizal, para hacer una especie de sondeo y verificar con mis propios ojos si era cierto que todas las mazorcas eran de ese color tan peculiar. Sin darme cuenta, ya me encontraba muy dentro del maizal, al percatarme de ello, di media vuelta para saber si aún podía voltear y ver el auto o a mi madre; pero nada, mas no me dio miedo y al contrario, hasta desaparecieron mis ganas de ir al baño. Pensé en caminar un poco más, en caso de que existiera una salida más cercana o que pudiera rodear el maizal y salir por otro lado. Así pues, unos pasos más adelante comencé a ver una pequeña colina, de una altura similar a una casa de dos pisos, junto a ella, el paisaje comenzaba a ser más acogedor, un poco menos árido y hasta con arbustos y algunos pinos de gran tamaño. Quise apresurarme y caminar más rápido. Para saber si subiendo a esa colina podría ver a lo lejos alguna salida o un camino, por el cual poder salir y volver con mi familia, pues estarían preocupados de que tardara tanto tiempo. Pensé en mi celular, lo saqué de mi bolsillo, pero, desafortunadamente no tenía señal. “¡Lo que me faltaba!” pensé mientras caminaba y ponía los ojos en blanco. De repente, me di cuenta de que estaba un poco más allá de la colina, y a lo lejos, se veía el techo de la que podría ser una casa. Pensé en no caminar más, tal vez molestaría a las personas que vivieran ahí, debería regresar a la colina y hacer lo que tenía planeado hace un momento. Sin embargo, de la nada, al detenerme, comencé a escuchar un leve sonido que aparentemente era traído por el viento.
Al principio no podía distinguir qué era, o qué cosa hacía ese sonido, por eso comencé a ponerle más atención:
-¡Ah, ah!
Dejé caer el papel que traía en la mano, pues el sonido fue un tanto inesperado. Seguí escuchándolo. Caminé un poco más adelante… “¿Qué es, qué es eso?” Me temblaban las manos, pero mi curiosidad se hizo cada vez más grande. Tal vez, tal vez era alguien herido pidiendo ayuda. Quizás estaba solo y necesitaba que alguien lo atendiera. En un impulso de valentía, seguí moviéndome, aunque sigilosamente, podría ser que estuviera equivocándome de situación. Me escondí detrás de uno de los enormes pinos y presté más atención a los sonidos: ¡Ah, ah, sí; así, más!... ¡Nnn!
Mis ojos se abrieron al máximo, fue como si un rayo me hubiera atravesado. “¿Podría ser esto…, los gemidos de alguien?”. Agudicé aún más mis sentidos, cerré los ojos. Pude distinguir ahora, dos voces diferentes…dos… ¿¿voces de hombres?? En un arranque de curiosidad, asomé la cabeza. Y, me di cuenta de que estaba justo en frente de esa pequeña casa, que era como una cabaña, hecha en su mayoría de madera. Y ahí, frente a mis ojos, detrás de una pequeña ventana estaban, en efecto dos hombres, de similares rasgos, cabellos castaños y rizados. Tumbados sobre un sofá de color verde, se podía apreciar sus cuerpos, musculosos, llenos de sudor…. desnudos. Sin darme cuenta, me encontraba ahí, contemplándolos mientras hacían el amor de un modo un tanto salvaje, apasionado y feroz. No sabía qué pensar, simplemente no podía dejar de verlos, eran tan bellos, sus rostros, sus cuerpos entrelazados uno con el otro. Casi danzando, mientras sus bocas se disfrutaban con frenesí continuo… De repente, y como si un hechizo se estuviera rompiendo, en el aire, se escuchó un sonido molesto que deshizo toda la magia del momento; mi celular, que por algún azar del destino había captado un poco de señal, irrumpió con su peculiar sonido que anunciaba una llamada entrante, de mi madre. Contuve un jadeo, a pesar de la tremenda sorpresa; rápidamente me empeñé en poder callar ese infernal aparato, que con su ruido, podría hacer que aquellos hermosos seres me descubrieran en mi labor de espía. Sin pensarlo y tratando de apagar el celular, salí completamente de detrás de aquel árbol que escondía mi presencia de ser vista frente a aquella casa de madera. Sin embargo, finalmente apagado mi celular, me di cuenta, demasiado tarde, que mi persona se encontraba expuesta, perfectamente a esa ventana, que como me había dado cuenta hace pocos minutos, no estaba sola, y esas personas detrás de ella, estaban en efecto, mirándome silenciosamente, uno de ellos sentado en el sofá y el otro, erguido y con las manos sobre los hombros del primero. Siendo así, que, rápidamente, di media vuelta, intentando huir de esa situación tan embarazosa. Corrí, lo más rápido que pude. Recordé la colina, pero en mi esfuerzo, no pude subir a ella, resbalé, caí. Y sin darme cuenta, mi celular voló de mi mano al suelo. Me levanté, con gran esfuerzo, pues estaba aterrada de que me encontraran. Volteé hacia atrás, pues quería saber si me estaban siguiendo. Pero no vi a nadie, nada. Aun así, llena de vergüenza y arrepentimiento, me adentré en el maizal y corrí lo más rápido que pude. Sin pensar en nada más que en salir de ahí e irme a casa…
Al llegar al auto, mi madre estaba preocupadísima. Mi hermano, había salido del auto, estaba buscándome y regresaba de dentro del maizal de al lado.
-¡Hija! ¿Qué pasó, por qué tardaste tanto?, te estuve llamando muchas veces...Uhm, ¿por qué estás tan roja y llena de sudor; qué pasó? Y ¿por qué llegaste corriendo y tan asustada?
“¡Demonios! ¿En serio me veo tan mal? Tengo que disimular, eso que pasó, ¡por supuesto que no lo debe saber nadie!” –me dije mentalmente. Les conté que había estado buscando un lugar en donde no hubiera tantas plantas para poder hacer del baño tranquilamente y sin que al agacharme me picara alguna de ellas. Pero que al adentrarme un tanto más en el maizal, me había encontrado con una serpiente tan espantosa y salvaje que comenzó a perseguirme y que por eso es que yo había regresado tan cansada y llena de sudor. Pero que me encontraba bien, que no debían preocuparse y que dado el intenso calor, deberíamos reanudar nuestro camino inmediatamente.
Todos nos reímos; nos abrazamos y abordamos el auto, volviendo a nuestro viaje tan tranquilamente como antes. Al comenzar a avanzar, no pude evitar voltear la mirada hacia atrás y contemplar aquella colina de antes, que cada vez se fue haciendo más pequeña, pero me dejó con un vacío y, aunque me sentía aterrada, pero a la vez, con un extraño deseo de volver de nuevo, a verlos…
Al llegar a la ciudad, mi madre me pidió que le llamara a mi hermano, para avisarle que ya habíamos llegado y que saliese a recibirnos. Al decir esto, metí inmediatamente la mano en mi bolsillo, pero descubrí con inmensa sorpresa, que nada se encontraba ahí. “No puede ser, no puede ser. Por favor, que no sea cierto.” Pensé, al darme cuenta de que había dejado mi celular, en aquel lugar de antes.
-¿Qué pasa, ya le estás marcando? –preguntó mi madre, mientras volteaba un poco su cara hacia la parte trasera del auto, al verme, su expresión se tornó preocupada. ¿Qué tienes?, parece que acabas de ver un fantasma. –preguntó de nuevo, tratando de hacer una broma.
Al verla tan preocupada, traté de calmarme, no debía hacerle entender nada innecesario. Así que me obligué a calmarme y comencé a adoptar un tono de voz más sereno, mientras le explicaba:
-¡Ah! ¿Qué crees? Me acabo de dar cuenta de que se me perdió el celular, lo debí soltar mientras me correteaba la serpiente esa. –contesté, tratando de reír, aunque de forma forzada. Le dije que no se preocupara, y que ahora que trabajara podría comprarme uno nuevo, finalicé con una sonrisa complaciente. Le sugerí que me prestara su celular, y que desde ahí llamaría a mi hermano. Lentamente me pasó el aparato, y el viaje siguió transcurriendo lentamente, hasta que llegamos a casa de mi hermano, que es el mayor, lo saludamos, bajamos el equipaje y nos instalamos tranquilamente.
Capítulo II
Las semanas siguientes a nuestra llegada transcurrieron rápidamente. Llegamos un viernes por la tarde a casa de mi hermano y comencé a trabajar el siguiente lunes. Al principio, todo era nuevo para mí; trabajar por primera vez, supongo que siempre resulta algo difícil… y más si es en una tienda de… juguetes para adultos.
Cuando les hablé a mi madre y a mis hermanos sobre mi deseo de trabajar en un lugar como ese, reaccionaron de una manera que, de una forma u otra ya tenía esperada. Para mí también suponía un gran reto, pero a la vez era algo que de cierta manera extraña me apasionaba, se me hacía muy interesante. Sobre todo para una chica que nunca ha tenido ni comenzado una vida sexual con un hombre, sí, sería un gran reto, toda una experiencia. Tal vez era una curiosidad llena de morbo, y quizás, no daría el ancho, no desempeñaría bien el papel, debido a mi falta de experiencia en esas cosas. Pero no me importó, envié la solicitud, me aceptaron y le rogué tanto a mi madre que terminó por complacer mi deseo.
(…)
Después de lo que pasó ese día en el maizal; no pude evitar seguir recordando a aquellos chicos, todos los días, por las noches, cuando me acostaba. Recordaba sus rostros, con esa expresión tan lasciva, tan llena de deseo. Era, de cierto modo, como yo me sentí al verlos, mientras se disfrutaban uno al otro. Pero, siempre que recordaba ese día, de repente me venía a la mente la cara y la expresión de uno de ellos en particular. El hombre que se percató de mi presencia, y que se quedó viéndome, con ese rostro, con una expresión difícil de descifrar, no sabría decir cuál, quizás era algo entre enojo y… excitación. Hasta ahora, todo eso sigue dando vueltas en mi cabeza, incluso, a veces, busco su rostro en el de otras personas. Pero a la tienda, sólo llega gente mayor, quizás de 30 hacia arriba, en su mayoría hombres, con expresiones pervertidas en sus caras, aunque algunos son amables, otros hasta conversan conmigo o me piden consejos. A veces llegan mujeres, creo que les da confianza que una chica las atienda. En algunas ocasiones, vienen chicas jóvenes, como de mi edad, llegan acompañadas de sus amigas, supongo. Husmean la tienda, se escuchan de vez en cuando sus risas, sobre todo cuando pasan por el estante lleno de consoladores; hacen bromas, algunas veces me preguntan sobre algunos productos que les parecen extraños, pero no compran nada, y después de un rato se van o dicen que volverán más tarde, pero no vuelven. Siempre, les regalo a todos los clientes una tarjetita con el teléfono de la tienda, la página de internet o el correo, les recuerdo que también tenemos servicio de paquetería a domicilio, todo esto por si les da pena venir o para ahorrarles la ida hasta la tienda. Esto fue una idea mía que le sugerí al gerente, le agradó, además gracias a esto, hemos tenido más ventas, incluso vendemos más que antes de que llegara aquí. Es por eso que, aunque somos una tienda pequeña y relativamente nueva, ha comenzado a ser un tanto popular entre la gente de esta ciudad.
Ahora, ha pasado un mes desde que llegué a la ciudad y comencé a trabajar. He llegado a acostumbrarme a mi rutina: levantarme temprano, ir al trabajo, comer, regresar al trabajo, hacer un inventario sobre las ventas del día y regresar a casa. Puede sonar monótono, tal vez, excepto para una persona como yo. Esta rutina me facilita la vida, pues siempre sé qué hacer, todo está bien planeado y además es a mi gusto.
Hoy es lunes, agradezco el ya no ir a la escuela con una sonrisa, mientras reviso los pedidos de clientes en la computadora. ¡Qué idea tan excelente la que me he inventado! Además, con la entrega de pedidos a domicilio que a veces hago llegar yo misma, he podido conocer gente de lo más peculiar, tanto personas tímidas que sólo firman el papel y me cierran la puerta en la cara como otras que hasta me hacen plática y preguntan por qué una chica como yo trabaja en un lugar como este. Mis días se han vuelto tan interesantes desde que comencé a trabajar en esta tienda, es todo lo que yo esperaba, todo ha ido transcurriendo de manera muy buena, ¡me encanta!
Ese mismo día, tuve que hacer inventario de nuevo como todos los días; terminé y comencé a cerrar la tienda. Estaba lloviendo, hacía un clima tan terrible y frío, que extrañé de alguna manera, el calor con el que me había recibido esta ciudad cuando llegué. Aun así, gracias a mi buena intuición, había logrado llevarme un paraguas y un abrigo lo suficientemente calientito como para sentirme cómoda y no empezar a quejarme del clima. Terminé de cerrar la tienda, y repentinamente, antes de que pudiera abrir mi paraguas, sentí un chorro de agua helada y sucia caer en todo mi cuerpo. Reaccioné inmediatamente:
-¡Hey, fíjate por dónde pasas! –le grité al chico en bicicleta que había sido el causante de aquel desastre sobre mi ropa. Al escuchar esto, él volteó, se acercó a mí montado en su vehículo, extrañamente me miró de arriba abajo; después de esto, sonrió y se limitó a decir “Perdón, no te vi”. A continuación, sacó de su chaqueta un pañuelo blanco, me lo entregó lentamente, y se apresuró a subir a su bicicleta, lo vi alejarse a rápida velocidad. Pero… ¿quién era él?, no pude más que quedarme viéndolo, pues, al parecer, me recordaba a alguien. Su apuesto rostro. A pesar de que ya era tarde, y la luz no muy buena, pude distinguir los rasgos de su cara pero, ¿dónde lo había visto antes?
Me fui a mi casa, con la duda carcomiéndome por dentro; al parecer, mi buena memoria estaba fallándome en este momento de gran ansiedad. Llegué a casa, con la mente en las nubes, tratando de recordar a esa persona, a la vez tan grosera por haber manchado mi abrigo, pero al mismo tiempo algo amable pues… ¡es cierto! Me regaló un pañuelo blanco para limpiarme. Rápidamente hurgué en mis bolsillos; ahí estaba, intacto, el pañuelo que aquel guapo extraño me había dado, pues cuando me lo entregó, no lo usé para el propósito que se supone que debería servir, sino que, embobada mientras lo veía irse, me limité a guardarlo en alguno de mis bolsillos. Ahora que había recordado aquel peculiar regalo de ese desconocido, me di a la tarea de observarlo, hasta de olerlo, pero nada. “Qué chica tan curiosa” pensé sobre mí misma. Luego, me di cuenta que al parecer, el pañuelo tenía algo bordado, no se alcanzaba a distinguir nada entendible o legible. Así que, le di la vuelta, y encontré unas letras, que, bordadas en color dorado decían: “J. S. S”
¿J. S. S? –me pregunté, con extrañeza. ¿En estos tiempos, quién le pone sus iniciales a sus cosas? Sobre todo a un pañuelo, bordado, ¡qué extraño! Me recordó a las películas de época, donde las damiselas entregaban ese tipo de prendas a algún chico que les interesara, quizás, para que él tuviera un recuerdo, de ella, como una especie de carta o entrega de tu número telefónico, pero de manera antigua. Seguí meditando sobre el pañuelo, no pude dejar de pensar en que se me hacía un acto demasiado extraño y original, tal vez, sobre todo en tiempos como estos. Sonreí mientras me preparaba para ir a la cama, guardé el tan preciado objeto en el cajón del buró más cercano, apagué las luces y me introduje en la comodidad de mis cobijas. Cerré los ojos, pero, no pude evitar el evocar su rostro, el del chico que ensució mi abrigo, demasiado guapo para ser verdad, aunque no pude verlo bien, supongo que vi lo suficientes como para sentirme atraída hacia él. Así que, con la imagen de su rostro en mi mente, comencé a conciliar el sueño y sin pensarlo, me quedé dormida.
--continuará..... (?)
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Piel violeta - (Pandemia 2)
Todo empieza con la historia simple de un cambio de look. Me escapé a la peluquería, Armando dice que me atiende sin problemas y con todos los protocolos porque llevo años siendo su cliente favorita, y no lo quiero a él tanto como lo que es la peluquería para mí, mi lugar favorito. No soportaba más verme a mi misma en otra reunión de Zoom con el pelo enmarañado, en ese cuadrito minúsculo, mientras intento fijar mi atención cuando veo en la pantalla al hijo de otro, al perrito de aquel y el rompecabezas terminado del jefe. Es increíble sentir cómo algunos lugares son lejanos y a la vez cercanos cuando se convierten en todo tu mundo. Mi apartamento es mi lugar seguro, pero el resto del edificio me hace pensar en la posibilidad de cualquier aventura, hasta en una de esas que no quiero vivir. Al llegar de la peluquería, el portero me da la noticia de que durante mi breve ausencia hubo un intento de robo en el edificio. Inmediatamente imagino que unos hombres con máscaras entran a nuestro apartamento y nos amordazan. Pero yo estoy aquí abajo. Camilo. Olvidé que Camilo sigue en la casa, ahora que estamos en cuarentena nadie va a ningún lugar. Soy una niña que corre y corre, subo las escaleras sin pensar en los tacones que me puse y abro la puerta, que está sin seguro.
-Ana María, qué te pasa, respira, escúchame. Aquí no ha pasado nada-. Respiro como me dice la aplicación: inhalo, exhalo, inhalo, exhalo y una vez más inhalo y exhalo. Cuando vuelvo en mí estoy buscando un sistema de alarma para instalar en la puerta, descubro los sensores de movimiento y pienso que el seguro del balcón es una farsa. Camilo ya está preparando algo, un té de manzanilla, mientras me recuerda que llevo varias noches hablando dormida pero en idiomas que él no entiende. Bueno, después de todo esto ya no tengo mucho tiempo, un baño rápido, cola de caballo alta, unos jeans que empiezan a quedarme más sueltos y unas medias, siempre con medias, para así iniciar el día de trabajo.
De repente, el peso de esas noches hace que mi vida se parezca a un gran elefante que crece en la sala, alimentado por sueños extraños que no me dejan en paz. A pesar de que trato de evitar la ficción en mis lecturas, por más intentos de leer solo filosofía y una que otra biografía, no logro salir de los recuerdos de personajes de vidas excéntricas que se presentan con recurrencia sin dejarme descansar. Un día despierto con ánimo insólito, con ganas de amordazar a alguien y sé que no lo resistiría otra vez.
Hace mucho calor en Bogotá. Como si el clima estuviera queriendo jugarnos una broma, aunque es junio parece diciembre y no podemos salir. Muy de vez en cuando sufro de insomnio y ahora me siento tranquila porque dejo de soñar. Lo otro que dejo a un lado en esos momentos es la introspección. Camila me habló de un bar clandestino, me asegura que los protocolos de bioseguridad hacen que estos nuevos bares sean los únicos sitios públicos seguros en la ciudad. Por supuesto que no le creo, solo quiere convencerme de salir con ella. Camilo tiene el sueño muy pesado y no se ha dado cuenta de mis días de insomnio. Lo pienso todos los días durante una semana, ¿seré capaz de escaparme a un bar en una noche de pandemia? La peluquería fue una cosa, simple, segura y de confianza. Pero mis ganas de farra y un rum and dark tonic suelen ser irresistibles.
Empiezo a salir un día al mes. Me parece muy raro sentir tanto calor cuando estoy afuera. No hay nadie en las calles que rodean mi edificio, tampoco veo a nadie en el camino hacia el bar. Sin embargo el bar está lleno. Veo a Camila sentada en la barra porque no hay más lugar. El calor sofocante y la energía estática a punto de electrocutarnos a todos me hace sentir a gusto. Observo a la gente, en los últimos meses este bar es el único lugar que me da la impresión de realidad. Es donde la gente vive sus historias de amor y dolor, donde buscan compañía, donde dejan volar su personalidad. Primero son tímidos, nadie se acerca a más de un metro a otro, después entran en confianza, comparten historias, construyen ideas que se pierden como notas al margen en medio de una experiencia donde prima lo sensorial.
Tengo una nueva rutina. Comencé a ir al bar cada mes, me pareció fácil escapar y a pesar de que el calor insoportable de afuera hace que busquemos el frío en un cuerpo próximo y que se haya vuelto, más que costumbre, una necesidad dormir abrazados, Camilo todavía no nota cuando me deslizo entre las sábanas de seda, que logran seguir refrescándolo como lo hace mi cuerpo.
Ahora salgo de casa dos veces a la semana para ir al bar. Cuando salgo el calor es tan insoportable que siento la necesidad de ponerme un sombrero, así sea mucho más tarde de la hora en la que en esta ciudad tropical se oculta el sol. No puedo describir la forma en la que ahora percibo los sabores de mi coctel favorito. Me sabe a costa, me sabe a baile, es como poder tocar los sabores con mi mente y sentirlos entrando por la parte de arriba de mi cabeza. Comienzo a detestar el sombrero que tengo que ponerme en las tardes en que salgo al bar. Me nubla la percepción. Me presiona a moverme con más velocidad. Pierdo la curiosidad por los sueños. Ahora la vida es solo adentro, en espacios cerrados. En el día trabajo, y mientras cambio levemente de posición entre reuniones, alcanzan a pasar por la pantalla las imágenes del gato mecánico que arma rompecabezas y que le sirve de ayudante a mi jefe activando las videoconferencias. En la noche decido si mi propósito es balancear la temperatura de este hogar o lanzarme a una nueva aventura.
Estoy agotada. Siento el peso de mi ropa a punto de traspasar mis rodillas y coserse entre mis costillas. Camilo comienza a preguntarme por qué estoy todo el tiempo tan cansada. No sé qué responderle, no quiero sacrificar mis escapes nocturnos. Ayer me dijo que todo lo veía diferente, hasta mi piel, que le parecía que había tomado un tono más oscuro, irradiando un color casi violeta. Al despertar, en la tarde siguiente, me detengo frente al espejo y no me reconozco.
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