#pestañado
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Si tú hubieras pestañado, entonces yo hubiera mirado hacia otro lado desde el primer instante.
Si sentiste sabor a veneno, entonces podrías haberme escupido a la primera oportunidad.
Si yo fui alguna clase de pintura ¿Acaso se habrá salpicado? ¿Y mancho a un hombre prometedor ya grande?
Y si yo era una niña ¿Acaso importa? ¿Si pudiste lavarte las manos?.
Todo lo que solía hacer era rezar, por lo que podría, debería, tendría que haber hecho, si nunca me hubieras hechado la mirada.
Me hubiera quedado de rodillas y de seguro nunca hubiera bailado imprudentemente con el diablo a mis 19.
Y la verdad es que el dolor era celestial y ahora que ya crecí le tengo miedo a los fantasmas.
Los recuerdos se sienten como armas.
Y ahora que ya lo se, me hubieras dejado preguntándome. Si nunca me hubieras tocado, yo hubiera estado de acuerdo con hacer lo honrado.
Si yo no hubiera sonrojado, ellos nunca hubieran susurrado sobre todo esto. Y si tú nunca me hubieras salvado del aburrimiento, podría haber seguido tal como estaba.
Pero Dios, tu me hiciste sentir importante y después intentaste borrarnos de la existencia. Me hiciste dudar de mis convicciones.
Que dios se apiade de mi alma, extraño la persona que solía ser, la tumba no se cierra, ventanas de vitral en mi mente.
Me arrepiento de lo que pasó contigo todo el tiempo, no puedo dejarlo ir, peleó contigo en mis sueños, la herida no se cierra, sigo esperando una señal.
Me arrepiento de lo que pasó contigo todo el tiempo.
Si las cosas se ven claras en el lecho de la muerte. ¿Porque lo nuestro no se muere? Años de derribar nuestras banderas
“tu y yo”.
Viviendo por el puro placer de lastimarte dónde más te duele.
Devuélveme mi niñez que fue mía primero.
Y de seguro nunca hubiera bailado imprudentemente con el diablo a los 19.
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hacemos varios servicios entre ellos bombeado y pestañado de tapas, rolado de planchas , rolado de tubería y perfiles.
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Mecanizado de piezas
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SERVICIO DE CORTE Y PLEGADO DE PLANCHAS
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#RD #Apagones #GranSantoDomingo #SituaciónCoronaVirus19 #VuelvenLosApagones #Viral #Denuncias #Pandemia #Redes Sectores del Gran Santo Domingo reportan apagones. RD. --A la redacción han llegado varías quejas por los apagones reportados en el Gran Santo Domingo en estos días & la noche de este martes. Usuarios de Santo Domingo Este, Oeste, Norte y el Distrito Nacional han reportado apagones en las últimas horas, atribuidos a una avería en el circuito eléctrico. “En menos de dos horas la luz ha pestañado más de cinco veces”, reportó un ciudadano del sector Evaristo Morales. En tanto que una joven que reside en la Zona Oriental denunció que la luz se ha ido más de tres veces en su comunidad. Lo mismo ha pasado en Herrera y en Sabana Pérdida. Estos apagones ocurren en momentos en que la República Dominicana vive un estado de emergencia debido a la propagación del COVID-19. Hasta el momento, ni la Distribuidora de Electricidad del Este (Edeeste) @edeeste.rd , ni la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE) @cdeeerd se han pronunciado en torno al tema. Se recuerda que las principales instituciones del sector eléctrico garantizaron el abastecimiento de energía durante el estado de emergencia decretado por el presidente Danilo Medina. @danilomedina https://www.instagram.com/p/B-tMpzmD-Xf/?igshid=1t6u6eoteqry3
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Los intangibles
por Pablo Bracalenti
Elías Roger se agachó para dejar el paquete y miró a ambos lados con desconfianza, sin embargo era la esquina correcta, eran precisamente las nueve y diez de la noche y el envío estaba justo en el punto indicado, solo le faltaba voltear y retirarse. No era la primera vez que hacía una entrega de este tipo, en verdad lo había hecho docenas de veces desde que empezara a trabajar para SouthernCorp, pero nunca había dejado de preguntarse si era realmente cierto que el sistema dependiese de este eslabón en particular.
—Déjalo en donde se te ha indicado y da la vuelta, el envío llegará como está previsto — le dijeron la primera vez que se atrevió a preguntar, diez años atrás.
—Ellos se encargarán —«ellos», pensó, y supo que se arrepentiría de la respuesta que habría de cosechar.
—¿Ellos quiénes? —la pregunta salió con toda la inocencia que Roger nunca supo que tenía.
—Los Intangibles, por supuesto —las cómplices carcajadas de sus compañeros, describieron el contorno de la normalidad y ocultaron nuevamente las inquietudes fundadas en cada una de sus mentes.
Esa noche hizo su trabajo, dejó el envío donde se le había indicado y volvió a casa, así lo hizo durante diez años, nunca recibió una sola queja ni tuvo noticias de algún pedido extraviado, ni uno solo. Era evidente que el sistema funcionaba, pero no podía evitar dudar, aunque fuera un poco, de la naturaleza de este eslabón, de esta «pieza» del mecanismo.
Retiró sus manos del paquete y se puso de pie, esperó un instante con las manos en la cintura y la mente en todos esos momentos en que se había hecho la misma pregunta: «¿Son realmente ellos?». Que inmediatamente encadenaba a la siguiente: «¿Quiénes son?». La mezcla de curiosidad y ansiedad le jugó una mala pasada, jugó con sus dedos sobre el borde de la campera, pero finalmente sacó su cámara del bolsillo y retrocediendo de frente, comenzó a filmar. Mantuvo la vista clavada en el paquete, su pulso se hizo algo nervioso y un escalofrío le recorrió la espalda como antecediendo a un hecho que sería memorable, y vaya si lo fue. Duró un instante, de haber pestañado, se lo habría perdido. Fue justo allí en donde estaba mirando, donde las luces se tocaban con la penumbra y era difícil prestar atención. Como una suave brisa que corta la niebla de la mañana, el Intangible pareció atravesar el velo de la realidad. Era gris, el disfraz perfecto para su maniobra, imperceptible, estaba donde antes no había nada. Roger lo observaba y, por un instante, sintió miedo. Lo vio encorvarse para tomar el paquete con unos finos y lánguidos dedos que parecían no tener la fuerza para sostenerlo, pero que sí lo hicieron. Para luego desaparecer en lo que, después constató, fue menos, mucho menos que un segundo. Sus manos se aferraron sudorosas a la cámara que sostenían, mientras por su cabeza un desfile de argumentos trataba de dar explicación a lo que acababa de ver, etéreo, fugaz, ¿humanoide?... Sus pensamientos naufragaron entre diversas sensaciones hasta que lo trajo a tierra una ruidosa motocicleta que pasó a su lado casi llevándoselo por delante. Intangibles, el epíteto se adecuaba a la perfección.
Volvió directo a su casa, como cada vez que completaba un envío, solo que en este viaje lo acompañó la sensación, incomodísima, de que todos sus movimientos estaban siendo observados. Paranoia por algo que estaba totalmente fuera de su alcance, agitó la cabeza para pensar en otra cosa. Otra cosa que bien podría no existir, pero lo hacía. Sabía que al menos en algún punto, la historia tendría un poco de verdad.
Una vez dentro, mantuvo las luces apagadas y se sentó en la mesa, tomó un buen trago de agua para volver a humedecer su garganta. No sin pensarlo dos veces, extrajo su pequeña cámara para revisar el hecho en cuestión. Fue algo decepcionante, era poco nítido y no llegaba a distinguirse demasiado, ante un tercero, no parecería más que un brillo extraño y un truco de cámara para hacer desaparecer el paquete. A él, le recordaba todo lo que había visto en aquella fracción de segundo que le quitó por completo el aliento, volvieron los nervios y las manos sudadas, los Intangibles existían y él tenía la prueba, aunque nadie le creyese, estaba seguro de eso. Para toda la gente eran un mito urbano, un atractivo tanto para los visitantes como para los abúlicos transeúntes de la ciudad. Incluso para ellos, quienes trabajaban en las fábricas y oficinas de SouthernCorp, eran poco más que una leyenda para asustar a los novatos. Se contaban mil rumores, que eran fantasmas, habitantes del más allá que deambulaban ambos mundos en busca de redención, que eran extraterrestres con la habilidad de moverse por la cuarta dimensión, que eran tan veloces que era imposible verlos y que si alguien llegase a tocarlos, sufriría una muerte inmediata, él se preguntaba más que otras cosas, como qué eran, cuánto tiempo habían estado entre la gente y por qué parecían estar trabajando para la compañía más grande del continente. Lo cierto es que nadie sabía si existían o no, mucho menos quienes o que eran los Intangibles. Pero ahora Roger sabía algo y ese pedazo incompleto de información, lo puso aún más nervioso.
Esa noche no durmió, ni tampoco prendió la luz de su casa, se mantuvo preguntándose con desesperación lo mismo de siempre: quiénes eran y por qué lo hacían. Los imagino rondando las calles vacías, pasando inadvertidos entre las personas de una ciudad bañada de la más cómplice de las obscuridades, observando, llevando misteriosos encargos y quien sabe qué mensajes de un lado a otro. Pensó en lo mucho que valdrían para sus propios intereses su secreto y su ignominia, la incuestionable impunidad que da el anonimato. Solo entonces se percató de lo delicada de su situación, con el tremendo shock se le había escapado la posibilidad de que los Intangibles se hubiesen enterado de que su secreto ya no estaba a salvo. Sin dudas lo buscarían y que podría hacer él para oponerse a tan tremenda entidad, no era capaz siquiera de imaginar lo que podrían llegar a hacer esos seres en pos de mantener su misteriosa existencia dentro de los parámetros de la mitología y los rumores.
Con los párpados hinchados y teñidos de un tono insalubre, Elías Roger se percató de que había pasado la noche en vela, los primeros rayos del alba así se lo indicaron. Se levantó del sillón en el que se había sentado varias horas antes, luego de recorrer una y otra vez toda la superficie de su piso, casi involuntariamente, de memoria y caminó directamente al baño para lavarse la cara. La respuesta al problema de su seguridad le asestó como una estocada a la mente con el primer chorro de agua fría que le empapó la cara. Haría exactamente lo mismo que cualquier otro día, llegaría a su oficina y se sentaría en su escritorio a hacer su trabajo, haría caso omiso de la amenaza que le representaba aquel conocimiento recientemente adquirido. Quizás, si se presentaba la oportunidad, interrogaría informalmente al jefe del Departamento de Despachantes, quien estaba a cargo de ordenar y certificar todos los envíos. Era muy posible que existiese alguna acción de prevención que pudiese iniciar para protegerse de una eventual reacción por parte de los Intangibles, era una buena idea, después de todo SouthernCorp era un gigante de las finanzas a nivel global y seguramente ya disponían de un plan a seguir en este tipo de eventualidades. Al menos ese fue el pensamiento que más lo animó mientras terminaba de cambiarse y salía para las oficinas de la empresa.
Caminó por las calles con la intención de no enredarse entre sus cavilaciones, no lo consiguió, el día estaba nublado y a cualquier cambio en la luz, Elías lo acompañaba con un nervioso movimiento de cabeza. Con cada brillo, en cada reflejo, parecía asomarse un Intangible que lo seguía de cerca, y lo sentía susurrándole al oído «Cuidado donde pisas, te estamos observando». Elías miró paso por paso, con la mirada baja, cada uno de los que dio, hasta llegar al edificio de la compañía, donde cruzó el mostrador de entradas sin prestarle atención a recepcionistas ni equipo de seguridad. Al llegar a la zona de ascensores sintió un esbozo de alivio, eran los mismos ascensores de siempre, allí no tendría de qué preocuparse. Las dos hojas se abrieron, algunas personas salieron y otras entraron en su lugar, las dos hojas volvieron a cerrarse con un choque metálico. Eran tres, un rápido escrutinio le hizo saber que los otros eran empleados al igual que él, probablemente de otros pisos, por eso no los reconoció. Eso le tranquilizó, todo estaba saliendo como lo había planeado. Se sentaría en su escritorio y nadie sospecharía nada acerca de su desafortunado encuentro del día anterior. Llenaría los formularios correspondientes, los sellaría, etiquetaría los ingresos de mercadería y marcaría los envíos, como cualquier otro día.
Volvió a mirar a sus acompañantes, le llamó la atención, hubiera jurado que al subir al ascensor, había otras dos personas.
La puerta de dos hojas del ascensor, tronó a sus espaldas y él se apresuró a salir de inmediato. Tuvo que levantar la vista para ver por donde iba, notó las miradas de todos clavadas en él, acusadoras. Pensó que se había delatado a sí mismo y trató de seguir como si nada le pasara. Fue inútil, en cada cristal, cada reflejo le resultaba extraño y sabía perfectamente por qué era. Los recuerdos de cada rumor sobre los Intangibles, lo acosaba en ese corto recorrido por las oficinas centrales. Que eran fantasmas, que eran un invento para asustar a los novatos, que mataban con solo tocar, que nadie les había visto directo a los ojos y esa era la fuente de su poder, que concedían deseos… todos esos rumores se agolpaban juntos en su cabeza, al tiempo que intentaba no pensar. Miró hacia atrás, no intentó disimular, no le importaba lo que dijesen de él, pero allí estaban, yendo y viniendo entre las capas del tiempo como espectros de un secreto irrevelable que necesitaba ser protegido. Su corazón se agitó y sin pensarlo se echó a correr hacia las escaleras, mientras intentaba bajar por el túnel cerrado que componía el circuito de escaleras, escuchaba las voces de los Intangibles, como un eco, que le decían que no había modo de escapar. Se detuvo, trató de alcanzar la puerta pero al hacerlo cayó de espaldas. Los Intangibles estaban sobre él y en el último momento, gritó.
La puerta se abrió desde el otro lado y el jefe del Departamento de Despachantes se inclinó para verle el rostro.
—¿Le ocurre algo Sr. Roger? — pronunció cada sílaba con una completa falta de interés. Elías miró hacia ambos lados.
—Señor, tengo algo que hablar con usted.
Dos horas después Elías Roger se encontraba sentado en uno de los cuartos de las oficinas superiores, habiendo declarado acerca de sus experiencias, esperaba las opciones que SouthernCorp podía ofrecerle para remediar su situación. El jefe del Departamento de Despachantes regresó al cuarto acompañado de un hombre en uniforme de doctor. Ambos se abstuvieron de mirar a Elías hasta que el primero de ellos habló.
—Entonces Sr. Roger, queda notariado que usted ha entrado en contacto con Los Intangibles —el Despachante hizo un silencio como esperando una respuesta, que no fue más que un asentir de la cabeza de Elías Roger.
—Acordado, y… ¿está completamente seguro de que no ha comentado esta información a ninguno de sus compañeros de piso?
—Con ninguno, señor, a decir verdad, no lo he comentado con nadie en absoluto —Elías Roger se encogió de hombros.
—Entiendo, tanto mejor así —una sonrisa seca acompañó la frase del despachante, Elías se tranquilizó– Verá, Sr. Roger, ocurre que los Intangibles son un recurso basal de esta empresa, nos permiten transportar prácticamente cualquier cosa, a prácticamente cualquier parte. En otras palabras, son fundamentales, así como un valioso secreto —el Jefe de Despachantes buscó complicidad en la mirada de su interrogado, que claramente no consiguió.
—Decía que era una fortuna que no hubiese comentado esto con nadie más, porque nos deja una alternativa para ofrecerle. Verá usted, Sr. Roger —el despachante acompañó su última frase con un firme ademán y dio paso a su explicación—, la política de la empresa en este tipo de casos es la de transferirlo a otra central, a donde sus comentarios acerca de la existencia de nuestro más preciado recurso sean considerados chisme y palabrerío. Pero comprendemos que esto puede afectarle nocivamente en su fuero personal, por lo tanto tenemos otra salida.
El continuo ademán culminó su trayecto en la persona del doctor.
—Le presento al Dr. Fommel, nuestro Director de Estudios acerca de la naturaleza de Los Intangibles —el Dr. Fommel se puso de pie– Verá usted, Sr. Roger, existe una manera de que vuelva a su trabajo habitual, como si nada de esto hubiera sucedido.
Elías entornó sus ojos y se mantuvo expectante.
—Me refiero a un tratamiento experimental, verá Sr. Roger, es de suma importancia conservar la secrecía inherente a Los Intangibles, por lo tanto necesitamos borrarlos de su memoria —el Jefe del Departamento de Despachantes contuvo la respiración por un segundo.
—Si bien aún está catalogado como tratamiento «experimental», hemos comprobado su eficacia en numerosos pacientes, pero esta carátula nos exige que usted firme estos documentos para ofrecerse como voluntario —rápidamente la carpeta se abrió delante de Elías y se le tendió una lapicera.
—No perderá nada de su memoria, solo aquello que tenga que ver con el asunto en cuestión, el lunes por la mañana estará sentado en su lugar habitual, creyendo que Los Intangibles son una leyenda generada por sus compañeros.
Elías Roger recordó la sensación de ser perseguido, observado a cada momento por esa omnipresencia aterradora que aquellos seres poseían. Olvidó su avidez por conocer el misterio, por averiguarlo todo acerca de estas enigmáticas criaturas y pensó en su seguridad. Tomó la lapicera y firmó los papeles con los ojos cerrados. Luego levantó el semblante hacia el despachante con la misma expresión de inocencia que aquella vez, siendo novato, preguntara por vez primera acerca de los Intangibles.
—Quédese tranquilo, Sr. Roger, todo se resolverá pronto.
A decir verdad así fue, estaba tan nervioso que cuando se dio cuenta ya estaba acostado en una camilla y le estaban ajustando una serie de electrodos en la cabeza. Sin ser capaz de escuchar del todo, podía dilucidar la conversación que el Dr. Fommel estaba manteniendo con su ayudante. Hablaban de él, sus datos estaban siendo cargados a una lista de pacientes de algún tipo, luego leyó claramente los labios del Dr. Fommel. No de pacientes, sino de recursos. El tratamiento comenzó antes de que pudiera comenzar a razonar lo que acababa de oír.
Dos horas después, el que había sido Elías Roger se levantó de la camilla sin recordar su nombre, sin siquiera saber si alguna vez había tenido uno. A su alrededor todo parecía transcurrir con lentitud y el vagaba sin prisa hacia un destino que sin estar seguro por qué, sabía le estaba marcado. Levantó sus manos y las puso frente a su rostro, sus lánguidos y finos dedos se cerraron sobre un paquete. Si alguien hubiera mirado en su dirección en ese preciso momento, habría visto como algo que se asemejaba a Elías Roger rompía el velo de la realidad y desaparecía como un fantasma.
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