#pero no me acuerdo que puse y me da pereza buscar (?)
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hirelingscenario · 4 years ago
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VIII
Me recosté en mi asiento, satisfecha. Era sábado, me había despertado a las ocho de la mañana y me había encaminado hacia la biblioteca, decidida a no salir de ahí hasta no haber avanzado algo con mi tesis.
A las once de la mañana, mi estómago rugía, pero ya tenía un plan de ataque. Había encontrado todas las exposiciones temporales que habría y durarían los próximos seis meses. Algunas estaban en viajes en coche de tres horas, pero había enviado correos a todas y cada una de ellas, explicando que les escribía de la Universidad de Anteros y que quería entrevistar al comisario de su exposición. No había mentido, pero me había ahorrado el detalle de que solo era una alumna de la universidad, y de que mis entrevistas tenían como finalidad encontrar las deficiencias en su organización de exposiciones.  
Con una sonrisilla, me estiré y me puse en pie. Me había ganado alimentarme. Cogí mi portátil, pero dejé el resto de mis papeles en la mesa para que nadie ocupara mi sitio. Mientras caminaba hacia la máquina de comida que había frente a la entrada de la biblioteca, medité sobre la logística de mi proyecto. Mis padres me dejarían el coche siempre que fuera un fin de semana y les explicara para qué lo necesitaba, aunque era consciente de que habría alguna exposición a la que tendría que buscar otra forma de ir, puesto eran demasiadas y me sabía mal dejar a mis padres tantos fines de semana sin transporte. Casi treinta años después de casados, seguían haciendo escapadas románticas de fin de semana, cosa que en realidad a mí me alegraba mucho.
Mientras seleccionaba un sándwich empaquetado y un café, miré el calendario en mi móvil. Tendría que empezar tan pronto como me fuera posible y tuviera una respuesta de los museos, para que me diera tiempo a visitarlos todos. Empezaría la siguiente semana, puesto que ese mismo sábado ya era tarde y además tenía el concierto de Castiel donde debía hacer las fotos.  
Volví a mi mesa y dejé un reguerito de migas sobre mi portátil mientras comía mi sándwich, relleno de una ensaladilla gris y con un ligero regusto a plástico. Estaba organizando mis fines de semana de ahí hasta lo que parecía ser mi edad de jubilación, cuando una tenue voz me llamó.
– ¿Señorita Nielsen?
Alcé la mirada, sabiendo a quién me iba a encontrar. Le sonreí, y con un tono de voz ligeramente irónico respondí:
– Buenos días, profesor Zaidi.
Alzó una ceja, pero me devolvió la sonrisa. Después de la cena de cumpleaños de Leigh, habíamos vuelto a tratarnos con formalidad en un silencioso acuerdo. Sin embargo, había una especie de complicidad en nuestro saludo cuando nos cruzábamos por los pasillos. Era un cambio agradable respecto a mi situación con Nathaniel, que era un chat lleno de memes de gatos por mi parte y alguna respuesta muy ocasional por la suya.
Rayan se inclinó sobre la mesa y echó un ojo a todos mis libros y papeles.
– ¿Es para su tesis? – asentí, y él guardó silencio unos instantes, antes de sacar el móvil de su bolsillo– Eso me recuerda que he visto esto y he pensado que podía interesarle…
Me pasó su móvil, donde tenía un artículo sobre una exposición de pintores impresionistas en una ciudad cercana. Me reí, giré mi ordenador hacia él y le enseñé el calendario donde tenía marcada esa misma exposición como la primera de mis incursiones.
– Grandes mentes…– dije.
Riéndose suavemente él también, Rayan volvió a incorporarse sin guardar el móvil.
– Vaya, qué casualidad. Yo también estaba pensando en ir…
Sabía qué me estaba proponiendo, y noté un cosquilleo en el estómago.
– No es un museo muy grande, puede que nos crucemos por ahí– comenté en tono casual, mientras marcaba con un post-it un libro de forma despreocupada.
– Es cierto – asintió–, aunque puede haber tanta gente que me da miedo ponerme a parlotear con una completa desconocida por error. Imagine qué vergüenza pasaría.
– ¡Qué bochorno! ¿Cómo podemos evitar que haga usted semejante ridículo, profesor?
– Si hubiera una forma de saber que es usted quien está ahí…
Con una sonrisa traviesa, intercambiamos los números de teléfono. Como ya llevaba demasiado rato en mi mesa, Rayan se despidió con tono formal y se perdió entre las estanterías de la biblioteca. Al cabo de un rato, lo vi alejarse por el rabillo del ojo y abandonar el edificio. Me desilusionó un poco que no hiciera ni el más mínimo gesto para despedirse, pero entonces la pantalla de mi móvil se iluminó.
¿Me pareció ver una lista larguísima de museos y exposiciones?
Al parecer tengo en mente visitar un museo diferente cada fin de semana de aquí a que me muera
No me parece un mal plan de vida.
Sonreí como una idiota, escribiendo y borrando la misma frase hasta que por fin me armé de valor y le di a enviar.
Eres más que bienvenido a cualquiera de ellos
En un lapso deliciosamente aceptable, muy diferente a los ocho días hábiles que tardaba Nathaniel en dar señales de vida, llegó su respuesta.
Tendremos que repasar esa lista, entonces.
El día avanzó suave como la seda. Por primera vez en varias semanas sentí que todo iba en orden. Mi tesis por fin estaba encarrilada, Yeleen y yo habíamos alcanzado una especie de reticente tolerancia, estaba rodeada de amigos que me querían, esa noche iba a hacer unas fotos por las que me iban a pagar y encima tenía una cita programada.
¿Una cita con la persona de la que seguía enamorada? No, porque esa persona había decidido que la vida era más interesante apareciendo y desapareciendo sin previo aviso. De vez en cuando Nathaniel aparecía entre clase y clase con un café, un bollo (los baozi totalmente arrinconados en nuestras interacciones) y una sonrisa llena de ternura al verme hasta arriba de libros o con tres fundas de objetivos de cámara diferentes colgando hombro. Pero también había días en los que lo veía andar por la ciudad con paso acelerado, la mandíbula apretada y gesto hosco. En esas ocasiones, pasaba la mirada sobre mí como si no me conociera, y si yo hacía el más mínimo gesto de acercarme a él, Nathaniel fruncía aun más el ceño y se alejaba rápidamente.
No tenía ni idea de dónde venía esta versión suya de doctor Jekyl y señor Hyde, pero cada vez que ocurría recordaba a Rosalya y Castiel pidiéndome que no me acercara a él. Pese a ello no olvidaba aquella comida en el restaurante, así que me armaba de paciencia y esperaba la próxima vez que decidiera acercarse a mí.
Y sobrada iba de paciencia y buen humor al volver a mi habitación cuando la biblioteca cerró. Tenía que arreglarme para el concierto. El manager de Crowstorm, no totalmente encantado con la idea de que una fotógrafa amateur se hiciera cargo de su concierto, pidió ver algunos ejemplos de mi trabajo. Pero al parecer le gustó bastante lo que hacía, porque además de pagarme un pequeño sueldo, me dio entradas gratis para el concierto y se sumó a la oferta de Castiel de invitarme a todas las copas que quisiera.
Además, me habían asignado un pequeño casillero en el backstage para que dejara mis cosas. Así que cuando llegué a la prueba de sonido, vestida con zapatillas de deporte, vaqueros y una sudadera negra, también llevaba una mochila donde había guardado un vestido largo, maquillaje y unos tacones.
Castiel me presentó a los miembros de su grupo, cuya actitud iba desde la alegre simpatía hasta la más abierta indiferencia, pero al menos todos estaban acostumbrados a que les echaran fotos. Pudieron ignorarme y continuar con sus pruebas mientras yo probaba objetivos. Incluso el dueño del local fue tan simpático que, pese a ya haber hecho la prueba de luces, volvieron a apagarlas para que yo pudiera ver cómo quedaría el ambiente.
Como nunca había hecho fotos en un concierto tan abarrotado, decidí sentarme un rato en la barra del bar y elaborar un pequeño esquema. Tenía una copia de la lista de canciones que iban a tocar y las pausas, y como ya conocía la iluminación, podía decidir en quién centrarme y desde qué ángulo en cada canción.
– Eres muy meticulosa, ¿no?
Jim, el manager del grupo, estaba echando un vistazo a mi lista por encima de mi hombro. Sonreí, algo nerviosa.
– Maniática, es quizás el término adecuado– le pasé la lista para que pudiera verla mejor–. De todo el concierto pueden salir unas trescientas fotos, pero que valgan la pena, quizás cien.
– Cuantas más mejor. Como ya sabes, queremos material para promocionarnos.
Asentí, y aunque algo se revolvió dentro de mí, estaba tan nerviosa como emocionada. Podía hacerlo bien, solo tenía que dejar de dudar de mí misma cada cinco minutos. Algo se removió dentro de mí otra vez, y me di cuenta de que esta vez emitió un sonido.
Dios, ¿tanta hambre tenía?
– ¿Quieres… unos nachos, o algo?– preguntó Jim.
Me puse tan roja que noté cómo mis mejillas emitían calor. En realidad había comido muy poco ese día, porque los sándwiches de la biblioteca no eran precisamente un manjar. Pero me daba muchísima vergüenza que Jim creyera que tenía que alimentarme.
– No, no, estoy bien…– balbucí.
– Tranquila, no nos cuesta nada. Espera, ahora te traigo algo.
Me quedé en la barra, mortificada y avergonzada, pero salivando al mismo tiempo que pensaba en la salsa de queso. Seguí dándole vueltas a mi esquema hasta que mi móvil vibró en mi bolsillo.
Va a parecer ridículo que un profesor de una carrera de arte pregunte esto pero, ¿me recomiendas una película para ver esta noche?
Encantada, sonreí y me dispuse a responder. En las reglas no escritas del flirteo por mensajes, que Rayan me escribiera dos veces el mismo día dejaba muy claro su interés. Y quizás él, al ser mayor que yo, no lo vivía de la misma forma, pero yo no dejé de sonreír mientras escribía.
Depende, qué te gusta ver?
De todo. Pero la comedia francesa que me recomendaste me encantó…
A que es genial?? Pensándolo bien, en realidad a mí también me apetecería más un plan de peli y manta Qué pereza
¿Cuál es tu plan esta noche?
Le reenvié el cartel que anunciaba el concierto de Castiel, con un emoji de una cámara
No me pagan mucho, pero me hace mucha ilusión Y luego podré estar de fiesta gratis.
Ah, he visto muchos anuncios de ellos. De ahí a fotógrafa de la Rolling Stone hay un paso.
– Por favor, dime que esa sonrisa de idiota no es porque estés hablando con Nathaniel…
Alcé la vista del móvil para descubrir a Castiel con mis nachos, un refresco y un té. Le lancé una mueca desdeñosa.
– No estoy sonriendo como una idiota.
Castiel dejó los nachos y el refresco frente a mí, mientras él se sentaba a mi lado y daba un sorbo de su té caliente. Recordé con cariño una tarde en mi casa, tocando la guitarra y cantando los dos. Mi madre nos preparó un té con miel, y desde entonces Castiel siempre tomaba uno antes de cantar cuando venía a casa.
– Sí, sí lo estás. Es la misma sonrisa que ponías cuando ese estúpido delegado te decía cualquier cosa.
Sacrificando uno de mis preciados nachos, se lo tiré con desdén contra el pecho, rebotó y cayó en la barra. El gesto de Castiel era de sorprendida indignación.
– ¿Me acabas de agredir con un nacho?
– No es Nathaniel, pero no te voy a mentir: he quedado con él varias veces– Castiel me dirigió una mirada ceñuda. Yo suspiré–. Mira, todos me decís lo malo que es ahora, pero las veces que he estado con él, he visto al mismo chico de siempre. Vas a tener que decirme algo más que ��ha cambiado”, si quieres que te crea.
Castiel dudó un momento, algo sorprendente. Siempre me había parecido muy dispuesto a echar pestes de Nathaniel cuando era mi novio.
– No voy a hablarte de los rumores, porque odio esas gilipolleces, pero sí te puedo decir lo que yo he visto.
Intrigada, asentí.
– Nos hemos cruzado poco, pero siempre que lo he visto de noche estaba borracho, o metido en alguna pelea. Dicen que trabaja de camello, y aunque eso no lo sé a ciencia cierta, siempre lo he visto con gente que sé que tiene la entrada prohibida a muchos sitios por vender droga incluso a menores…
Guardamos silencio. Pensé en Nathaniel diciéndome que todo había cambiado, pensé en su nuevo aspecto, en el abandono de sus estudios… Y no quise creerlo. No quise creerlo, pero tenía sentido. Como también tenía sentido la actitud de Castiel y Rosalía.
– No era Nathaniel, – repetí en voz baja– Pero él no es así…
– Castiel, Hall, ¿podéis venir?
Jim nos llamó desde la puerta del backstage. Castiel miró la hora en la pantalla de su móvil, y nos dimos cuenta de que quedaban poco más de diez minutos para que el local abriera. Cogimos nuestras bebidas y mis nachos y nos pusimos en pie.
– Solo… ten cuidad, ¿vale?– me pidió– Y respóndele a quien sea que te haga poner esa sonrisa de idiota que no es Nathaniel.
Me detuve un momento y cogí mi móvil.
Perdona, esto ya empieza The Affair Es una serie, pero está muy bien Dime qué te parece
Me dirigí al backstage y me preparé para lo que esperaba fuera una noche de trabajo, concierto y fiesta memorable.
Mi bendito esquema resultó ser muy útil. El público del concierto era de lo más variopinto, pero había una clara mayoría de chicas jóvenes que gritaban y saltaban con tanta intensidad que era sorprendente que se escuchara la música. Me había imaginado esa situación, y había encontrado la forma de moverme por el local evitando esa masa de gente que me habría impedido no solo obtener un buen ángulo, sino andar en general.
El concierto en sí fue impresionante, y aunque ya había escuchado a Castiel en más de una ocasión, no dejaba de sorprenderme lo bien que cantaba en directo. A medio concierto, el grupo hizo una breve pausa, que aproveché para enseñarles algunas de las que consideraba las mejores fotos. Todos parecían muy satisfechos, incluso el tipo de la guitarra con la actitud de indiferencia. Fue agotador estar correteando de un lado para otro del escenario, de una esquina a otra del local, agachándome, subiéndome a sillas y cambiando de objetivos como si no hubiera mañana, pero también fue muy divertido. Al final acabé con cuatrocientas veintisiete fotos del concierto y una selfie mía mientras ellos aun tocaban. Un recuerdo de mi primer concierto como fotógrafa.
La fiesta comenzó y yo me dirigí al backstage. Había invitado a Chani, a Rosa y a Alexy. Alexy no podía venir y Rosa, aunque tenía planes, me dijo que intentaría pasarse. A Chani sí que la vi durante el concierto, por lo que me apresuré para cambiarme de ropa. Después de casi dos horas correteando, me mataban los pies y no me apetecía ponerme tacones, pero mis zapatillas andrajosas me daban un poco de vergüenza ahora que no estaba trabajando.
Rosalya me había escrito para decirme que se le había hecho tarde, y que me llamaría si podía ir. Cogí mi móvil pero dejé todo lo demás en mi casillero del backstage. A fin de cuentas, esa noche invitaba Castiel.
Resultó que ser parte del círculo VIP del grupo tenía muchas ventajas. Para empezar, Chani y yo teníamos una mesa en la zona reservada, y aunque ella intentó negarse, tanto Jim como Castiel insistieron en pagar sus bebidas. Amber también había venido al concierto y de alguna forma terminamos juntándonos en un grupo enorme de músicos, sus invitados, Amber y sus amigos modelos. Me sentía en la cúspide de un día espectacular. También me sentía algo borracha, pero todos estábamos en diferentes grados de embriaguez, y yo no era ni de lejos la que peor iba.
Horas después, Chani dijo que se iba. Me desinflé un poco, porque estaba pasándomelo en grande, pero Chani me sonrió.
– No, tú quédate– señaló a los amigos de Amber, que llevaban un rato publicando vídeos y fotos en sus redes sociales–. Tienes a todos estos modelos encandilados con tus fotos, y te lo estás pasando genial.
– Al menos déjame que te acompañe fuera, tengo una app para pedirte un taxi– me dirigí a Castiel y le puse una mano en el hombro para llamar su atención–. Ahora vengo, voy a acompañar a Chani a que pida un taxi.
Castiel asintió y señaló una pesada chaqueta de cuero que había en una silla cercana. Mi sudadera negra se había quedado en el backstage, demasiado poco glamourosa para la noche de artistas y reservados que estaba viviendo.
– ¿Quieres mi abrigo?
Negué con la cabeza y le dije que no tardaría tanto. Tras despedirse todos se efusivamente (algunos más que otros) de Chani, cogí mi móvil y la acompañé a la salida.
Una vez estuvimos fuera, nos dedicamos a comentar el concierto hasta que llegó su taxi. Una ráfaga de aire frío me revolvió el pelo, era bastante reconfortante si lo comparaba con el calor humano que había en el interior del local abarrotado.
– Gracias por invitarme, me lo he pasado genial– dijo ella.
Nos dimos un abrazo de buenas noches.
– Te escribo mañana– respondí.
Chani subió al taxi y se despidió con la mano. Yo me giré y entré de nuevo al local. Antes de volver al reservado, me acerqué a la barra para pedir otra copa. Estaba esperando a que me la sirvieran cuando reconocí a Nathaniel en el otro extremo de la barra. Me sorprendió verlo ahí, pues no lo tenía por un gran fan de Castiel, aunque supuse que habría ido por Amber. Estaba hablando con otro chico y yo me debatía si ir a saludarlo. El camarero me tendió mi copa en ese momento, le di un breve trago para armarme de valor y decidí intentarlo.
A medida que me acercaba, el chico con el que hablaba Nathaniel se giró y pude verle la cara. Me detuve en seco. La primera vez que lo vi había bebido bastante, y la sensación de estar embotada por el alcohol hizo mucho más fácil revivir la ansiedad. Era el mismo tipo que me había agarrado por el brazo la primera noche que salí de fiesta al volver.
En medio de aquel local lleno de gente que bailaba, sudaba y gritaba, con la música ensordecedora y las luces de neón, recordé perfectamente el miedo de la primera noche. Recordé el dolor del brazo que me duró días, las arcadas de p��nico, los largos dedos marcados en morado sobre mi hombro.
Y Nathaniel le estrechó la mano.
– ¿Estás bien, guapa?
Di un bote cuando alguien puso su mano sobre mi hombro. Mis dedos se crisparon sobre la copa, que se me resbaló y se rompió contra el suelo. La gente a la que salpicó se alejó un poco, pero me dio igual. Con el estrépito, Nathaniel me había visto. En a penas unos instantes pasó del esbozo de una sonrisa al desconcierto. Yo no me había movido, ni siquiera cuando más gente me preguntaba si estaba bien, solo podía mirar a Nathaniel totalmente relajado con aquel hombre.
Me di media vuelta y me alejé a paso apresurado.
Sabía que si iba con Castiel en ese momento, iba a tener que dar muchas explicaciones. Y sabía que Castiel no iba a reaccionar bien a nada de lo que le dijera en ese estado. No quería que montara una escena después de su concierto, en medio de sus fans, ni que se peleara con Nathaniel ni, mucho menos, que se enfadara conmigo.
Así que salí del local y eché a caminar por la calle. Dos bloques más arriba, me di cuenta de que mi respiración era errática. Respirar mal, el cambio de temperatura, el alcohol y los recuerdos… Todo aquello me desbordó y comencé a marearme. Me detuve. Tenía que calmarme, no podía ir a ningún sitio en semejante estado, con cinco trenes de pensamiento diferentes colisionando todos al mismo tiempo en mi cabeza.  Inspiré hondo e intenté soltar el aire lentamente, pero lo que me salió fue un sollozo.
Ahí fue cuando todo se vino abajo.
Las lágrimas empezaron a correrme por las mejillas. Daba igual cuántas veces me pasara la mano por la cara, el llanto no cesaba. Dos chicas que claramente venían del concierto pasaron a mi lado, pero antes de que pudieran acercarse a preguntarme si estaba bien, cuando era evidente que no, seguí andando por la calle hasta que las luces se atenuaron y la gente desapareció.
Me senté en un portal. Estaba sola. Tenía frío. No podía parar de sollozar. Y lo peor de todo, tenía miedo. ¿Pero a quién podía llamar? Todos mis amigos me lo habían advertido, todos me habían pedido que mantuviera la distancias. ¿De quién era culpa toda esa situación, si no mía?
Desconsolada, alcé el móvil que todavía tenía en la mano. Iba a escribirle a Castiel que me iba a casa cuando vi otro mensaje que había llegado veinte minutos antes.
Ya llevo cinco capítulos. Esta serie es adictiva.
Probablemente no se me habría ocurrido llamarle a esas horas de haber estado sobria. Pero pensé que quizás escuchar su voz tranquila me ayudaría a calmarme. Contestó al segundo tono.
– No creí que me fueras a responder esta noche, es tardísimo­– abrí la boca para decir algo, pero lo único que me salió fue otro sollozo roto. Joder, qué espectáculo–. ¿Hall? ¿Qué pasa?
Volví a intentarlo. Esbocé una sonrisa enorme, intentando transmitir alegría a mi voz.
– ¿A que es genial? Las otras temporadas empeoran bastante, pero la primera es genial.
Vale, seguía sonando rara, pero nadie diría que estaba sentada sola en un portal, de noche y con lo que empezaba a parecer un ataque de ansiedad.
Al otro lado de la línea, empecé a escuchar movimiento.
– Hall, ¿dónde estás? ¿Sigues en el concierto? ¿Qué ha pasado?
Estaba a punto de decirle que no había pasado nada, pero sabía que no era una respuesta creíble. ¿Y qué podía decirle? ¿“Tranquilo, solo me he topado con mi ex novio y su amigo, el tipo que me agredió hace unos meses”?
– ¡Hall!– la voz de Nathaniel resonó por la calle mientras él venía hacia mí– ¿Por qué has salido corriendo?
– Joder, esto tiene que ser una puta broma…– mascullé en voz baja. Rayan volvía a preguntarme algo, pero le corté apresuradamente– Perdona, te tengo que dejar.
Colgué antes de que pudiera decir o escuchar nada más. Alcé la mirada hacia Nathaniel, y descubrí que estaba viendo doble. La última vez que solo como sándwiches de máquina y nachos antes de una fiesta, me juré. Nathaniel llegó al portal donde yo estaba sentada y se acuclilló frente a mí.
– ¿Qué ha pasado?– preocupado, posó suavemente su mano sobre mi mejilla empapada de lágrimas– Estás helada, toma…
Nathaniel hizo un gesto para quitarse el enorme abrigo verde. Se me hizo un nudo en el estómago. Al mismo tiempo tuve dos impulsos: apretar su mano más fuerte contra mi mejilla helada y darle un empujón que lo tirara al suelo antes de alejarme.
– ¿Quién era ese hombre?
Nathaniel me miró a los ojos, y noté cómo se ponía a la defensiva.
– ¿Por qué quieres saberlo?
¿En serio me estaba preguntando eso? ¿En serio había significado tan poco para él que aquellos dos tipos me arrinconaran esa noche? ¿O es que a caso era algo tan habitual que no lo había registrado en su memoria? Me incorporé con tanta brusquedad que Nathaniel perdió el equilibrio y a mí se me torció un tobillo con los estúpidos tacones que llevaban matándome toda la maldita noche.
– ¡Da igual, Nathaniel, lárgate!
Eché a andar otra vez, pero él vino detrás de mí.
– ¡Hall! ¿¡Qué coño está pasando!? ¡Estás histérica!
Detrás de mí, Nathaniel intentó retenerme por la mano, pero yo sacudí el brazo y me revolví para encararlo, llorando ya sin saber si era rabia o pánico.
– ¿¡Y cómo demonios quieres que esté!?– grité– ¡Si te veo tan alegre con aquel tipo que…!
¿Que qué, Hall?, me pregunté a mí misma de pronto. En realidad tampoco había llegado a pasar nada. ¿Estaba haciendo todo este ridículo por una estupidez?
No. Algo en Nathaniel hizo clic, y sus mejillas perdieron color, como si tuviera miedo. Su voz pasó a ser a apenas un susurro.
– Hall, no es lo que parece…
– Entonces dime qué es– le pedí.
– No puedo, pero tienes que creerme…
Suavemente, Nathaniel volvió a coger mi mano. Esta vez se lo permití.
– Pues ayúdame a no creer todo lo que dicen de ti.
Los faros de un coche acercándose iluminaron el rostro de Nathaniel, y pude ver la desesperación en su rostro. Entrelacé mis dedos con los suyos y noté la delicadeza con la que Nathaniel se aferraba a mí
– Hall, no insistas.
– ¿Quién..?
Antes de que pudiera repetir mi pregunta, fue Nathaniel esta vez el que soltó mi mano de forma violenta.
– ¿¡No ves que intento protegerte!?– volvió a gritar.
– ¿¡De qué!?
– ¡De mí!
– Hall…
Nathaniel y yo nos giramos bruscamente. Durante un momento, temí encontrarme a Castiel. Pero me quedé muda de asombro cuando vi a Rayan unos metros más delante de un coche en marcha. A mi espalda, Nathaniel soltó una risotada cruel.
– Claro, cómo no– dio otro paso hacia mí, y noté el calor de su cuerpo acercándose al mío­–. Todo bien, profesor, pero gracias por el sumo interés en las actividades extraacadémicas de su alumna.
Rayan mantuvo la calma. Miró con fría indiferencia a Nathaniel antes de posar sus ojos sobre mí, esperando mi respuesta a una pregunta que no había formulado, pero flotaba en el aire.
– ¿Cómo… puedes decir que todo va bien?– pregunté, incapaz de mirarle a los ojos– ¿Entonces todo iba bien aquella noche? ¿Lo que ese tipo hizo, iba bien?
Nathaniel se inclinó un poco para poner sus ojos a mi altura. Intentó apoyar las manos en mis hombros, pero yo me sacudí y di un paso hacia atrás.
– Hall, por favor, confía en mí, sabes que yo nunca dejaría que te hicieran daño…
– ¿¡Y qué llevas haciendo todo este tiempo!?
Con un latigazo de dolor en el tobillo torcido, me encaminé cojeando hacia Rayan. Nathaniel me llamó casi a gritos e hizo ademán de seguirnos, pero cuando yo cerré la puerta del copiloto y me hundí en el asiento, Rayan se interpuso entre Nathaniel y el coche. Si le dijo algo, no lo escuché. Entre lágrimas vi la figura de Nathaniel darse la vuelta y perderse en la oscuridad de la calle.
Helada, me abracé a mí misma. Y como culmen de una noche esperpéntica, me dio hipo. Rayan subió al coche y me contempló en silencio un momento. Se giró hacia el asiento trasero y sacó una chaqueta de deporte de lo que parecía una bolsa de gimnasio. Me la tendió antes de asegurarme con voz tranquila:
– Está limpia…
Hipé, asentí y me cubrí el vestido, que ahora me resultaba obsceno, con la chaqueta como si fuera una manta. El coche se puso en marcha. Miré de reojo a Rayan, y por primera vez me fijé en que llevaba unos pantalones de chándal y una sudadera.
– La próxima vez que hagas algo así, necesitas un antifaz y una capa– la comisura de sus labios se dobló hacia arriba, pero no llegó a sonreír–. Siento haberte llamado. Ha sido una estupidez.
Los dedos de Rayan se crisparon sobre el volante, pero su voz se mantuvo tranquila.
– No ha sido una estupidez, Hall. ¿Qué te ha hecho?
Apoyé la frente contra la ventana, pero otro hipo hizo que me diera un pequeño cabezazo. Ya era todo tan ridículo que no pude sino reírme. El coche siguió avanzando suavemente por las calles mientras yo ponía mis ideas en orden. Rayan había salido de su casa a buscarme por los alrededores de un concierto a las dos de la mañana. Como poco, se merecía una explicación.
– Él, nada…
Nos detuvimos suavemente. No estábamos frente a la universidad, sino frente a un bloque de edificios elegante, con entrada de cristal. Rayan apagó el motor del coche y se giró para mirarme. Me incliné hacia adelante, apoyando la frente en las rodillas y la historia empezó a salir a borbotones. Otra vez le conté una historia que ninguno de mis amigos sabía. Le hablé de la primera noche, de los dos tipos y de Nathaniel apareciendo como un caballero de brillante armadura. De las advertencias de mis amigos y del cambio de Nathaniel. Le expliqué de dónde salían los moretones que él había visto, pero también le hablé del Nathaniel vulnerable que me pedía que lo viera como realmente era, y no como mis amigos lo describían. Del restaurante, de los cafés por los pasillos y del estúpido libro firmado que siempre llevaba encima, como si fuera el único amuleto que me aseguraba que Nathaniel no desaparecería para siempre sin decirme nada.
Cuando terminé de hablar, las lágrimas hacía rato que se habían secado. El gesto de Rayan era sombrío, cosa que me asustó. Sentí el impulso de cambiar totalmente de tema, así que me incorporé y forcé la más luminosa de mis sonrisas.
– ¿Entonces la serie te ha gusta..?
– Para. No hagas eso.
– ¿Qué?
– Siempre haces lo mismo. Cuando algo va mal, pones esa sonrisa enorme y pretendes que no pasa nada– Rayan se inclinó suavemente y subió el cuello de la chaqueta, que se había resbalado sobre uno de mis hombros–. No hace falta que hagas eso. Conmigo, no.
Bajé la mirada, sin saber qué decir. Rayan volvió a incorporarse y lanzó un hondo suspiro. Supuse que debía estar tan cansado como yo.
– Creo que si te llevo a los dormitorios, él podría estar ahí. Preferiría que te quedaras conmigo esta noche– entonces se apresuró a añadir:–. Pero puedo llevarte a donde tú me digas, si quieres ir a casa de Rosalya y Leigh, de tu amigo el cantante, o a casa de tus padres, yo…
Negué con la cabeza. A mis padres los mataría de un infarto si me veían en esa situación, y Rosalya y Castiel prenderían fuego a cada esquina de la ciudad si les contaba toda la historia.
Así que terminé subiendo a casa de Rayan, agotada y embotada. Rápidamente le envié un mensaje a Castiel, diciéndole que me había ido con Chani y que si podía recoger mis cosas, al día siguiente iría a su casa a por ellas. No esperé una respuesta.
Rayan me dejó toallas para ducharme, y al salir del cuarto de baño vi que me había abierto la cama y me había dejado una camiseta de hacer deporte y unos pantalones de chándal para que usara de pijama. Me asomé al salón, donde él ya se había acurrucado en el sofá y leía un libro.
– Rayan, no…
– Si crees que te voy a dejar dormir en el sofá después de la noche que has tenido, estás muy equivocada– replicó, sin siquiera levantar la vista de su libro.
Me apoyé en el marco de la puerta, demasiado cansada para discutir
– El próximo sábado conduzco yo y lloras tú, ¿te parece adecuado?
Durante un momento, Rayan me miró con desconcierto, hasta que comprendió que el próximo sábado íbamos a ir a la exposición sobre impresionistas. Cuando registró a qué me refería, se rio.
– Te lo prometo.
Le di las buenas noches y volví al interior de su habitación. El olor y la suavidad de la cama me envolvieron como un cálido abrazo, y dormí con un sueño sorprendentemente plácido.
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madnessinthishouse · 7 years ago
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❔ 🔷 ✔️ //Lo dejo a tu criterio(?)
nsfw headcanons!
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❔ - How to tell your muse is horny?
Diane comienza a seducir, sonrisas y algún comentario, luego ya lo susurra al oído porque mejor es directa (?)
A pesar de como se comporta normalmente, cuando Ning está con ganas de sexo, puede ponerse algo slutty, y tal vez no lo grita, pero si dice directamente que quiere hacerlo, capaz hasta se le escape la mano para rozar la entrepierna(?)
🔷 - How often does your muse have sex?
Diane: Un promedio de tres veces a la semana, aunque puede variar depende del humor o época
Ning: Unas cuatro veces a la semana, normalmente días intercalados para descansar su parte trasera, pero si está muy antojado, pos no importa(?)
✔️ - Which things do they enjoy especially when having sex?
Sonará cursi, pero más allá de la parte de satisfacción y placer, poder comunicar lo que siente a su pareja por medio de cosas físicas, esa cercanía es lo que le encanta a Diane.
De nuevo, Ning cambia totalmente en ese ambiente, porque lo que disfruta de sobremanera es poder liberarse de todo y que realmente le valga un pepino todo lo demás, todo el acto sexual le encanta.
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@nindread-fatalis
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