#antes de la última campanada
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Hay reseña nueva en el blog, ¿te pasas?
¡Hola , grumete! Hoy te quería hablar de Antes de la última campanada de María Heredia publicado con Selecta. Una novela romántica especial para esta fechas o, si como a mí, en pleno verano tienes tantísimo calor que te apetece entrar en modo comedia romántica navideña para refrescarte (aunque sea mentalmente je,je), también es para ti.
Antes de la última campanada narra la historia de Elvira (quizá te suene este personaje de Cada vez que te miro) una joven que trabaja en el equipo de realización de Misión éxito el concurso/reality musical de moda. Todo va fenomenal hasta que, el día de la final, nuestra protagonista la lía a lo grande estropeando el directo. Esto la llevará directa a las listas del paro. Se acerca la navidad, por ello decide irse al pueblo mientras busca trabajo. Su municipio se encuentra como siempre, salvo por una excepción: un chico forastero ha abierto una cafetería-librería. Algo que le choca a Elvira, pues es extraño. Félix, el propietario, ha llegado a esta localidad con la intención de revolucionarla un poco creando eventos navideños y, bueno, para el resto del año. Como buen pueblo que se aprecie, nada más llegar la chica deciden emparejarla con el soltero barista. ¿Lucharán Félix y Elvira contra estos cotilleos? ¿Se gustarán y se dejaran llevar? ¿Cómo encajaran?
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coolpizzazonkplaid · 4 months ago
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La heredera del Infierno
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Aviso: En la estadía de Arctika, Adelina estará por varias semanas hasta incluso un par de meses.
Entrenamiento
Adelina despertó con el sonido de campanadas. Sus ojos tuvieron que hacer un esfuerzo titánico para abrirse y se levantó lentamente del futón. Se cambió el pijama y se puso el uniforme. Abrió la puerta corrediza y no esperaba ver el rostro Tomas.
–Buenos días –dijo y mostró una pequeña sonrisa. Un grupo de estudiantes se acercaron a mirar lo que ocurría y el gesto amable Tomas desapareció inmediatamente–. El Gran Maestro solicita tu presencia y ponte máscara.
–No la tengo –dijo la chica. Buscó en sus bolsillos, miró velozmente su habitación y no la encontró. Ante eso, Tomas acercó sus manos a la nuca de Adelina y tiró de la tela hasta mostrar una especia de capucha. Luego, sus manos fueron hacia su cuello y sacaron una especia de tela como máscara–. Ah, ahí estaba.
Soltó una pequeña risa e intentó acomodar la nueva parte de su uniforme, pero le fue imposible ya que hacía que su cabello se saliera de su cola de caballo.
–Déjame ayudarte con esto –el chico volvió a poner las manos en Adelina ayudándola a acomodar la máscara. Mientras la ayudaba, no se percató de que uno de sus dedos cálidos se clavó en uno de los ojos de Adelina.
–¡Ay!
–Perdón –dijo Tomas alarmado y la observó por un momento para corroborar el daño y si le puso bien la nueva parte del uniforme. Adelina sintió que sus mejillas se calentaban y agradeció que la tela cubría su rostro–. Siempre fue difícil ponérmela cuando era estudiante.
–Está bien, no hay problema –la tela la estaba asfixiando y no habían pasado más de pocos segundos de cuando se la puso. Tomas hizo un gesto con la mano, mientras caminaba y Adelina lo siguió–. No puedo respirar con esto.
Tomas soltó una risa pequeña.
–También me pasó eso siendo estudiante, pero te acostumbrarás.
Caminaron por los establecimientos del clan hasta un gran campo de entrenamiento. Estaba afuera, libre de nieve y estudiantes miraban a Adelina y Bi Han. Kuai Liang lo acompañaba, mientras observaba a la muchedumbre y caminó hacia ellos.
–Vuelvan a sus actividades –dijo mordazmente y los estudiantes se pusieron rectos. Kuai Liang los llevó a otro lugar y llamó a Tomas para que lo ayude. Miró a la joven una última vez y fue con su hermano.
Adelina enfrentó a Bi Han percatándose de sus ojos marrones gélidos y se le acercó, mejorando su postura. El hermano de Tomas parecía analizar cada detalle, incluso su respiración, pero Adelina se mantuvo impasible a sus ojos de hielo.
–Veamos qué te enseñaron en la Academia Wu Shi –habló Bi Han de forma mordaz.
Repentinamente, de sus manos emergieron escarcha hasta convertirse en antebrazos y expulsaron hielo haciendo que Adelina saliera disparada. Se levantó inmediatamente, se posicionó para el combate y arremetió contra su enemigo. Bi Han la esquivó, volvió atacar con una aguja de hielo, Adelina la rompió con un puñetazo, y le asestó una patada giratoria. Bi Han retrocedió, mientras la observaba Adelina lo analizó y supo a dónde tenía que atacar.
Bi Han creó una daga de hielo con sus manos repletas de escarcha y la embistió. Adelina se hechó para atrás de forma veloz y se agachó para evitar la nueva emboscada. Inmediatamente, le hizo una llave al brazo de Bi Han y trató de salir de su agarre. Poco a poco, comenzaba a dejar de forcejear, pero Bi Han logró escapar dejando una figura de hielo de él y pateó Adelina.
Se quitó la máscara para tomar aire, escupió sangre y se puso de pie tambaleante manteniéndose a la defensiva. Definitivamente, Bi Han era más difícil de estudiar sus ataques que su hermano, Tomas. El ninja azul le dio un gancho, luego otro, hizo una patada lateral y arremetió con un deslice de hielo en el suelo haciendo que Adelina cayera al suelo nuevamente. Intentó levantarse, pero Bi Han creó una lanza de hielo apuntándola al cuello de la chica terminando su pequeña pelea.
–Me decepciona lo que la academia te enseñó, Acosta –espetó Bi Han y se puso en postura firme. La muchacha se mordió la lengua para contestarle de la peor forma–. Es una pena que ni siquiera hayas desatado tu criomancia.
–No esperaba un combate, Gran Maestro –dijo Adelina e intentó ponerse de pie. Se limpió la sangre de la boca y se acomodó la ropa–. Tenía otras suposiciones sobre mi primera clase.
–La Academia Wu Shi te hizo débil –Bi Han siguió mirándola y los ojos heterocromáticos de la chica hicieron lo mismo–. Ellos mismos no pudieron detectar a una criomante ni siquiera sabrán cómo entrenarte. Recibirás el entrenamiento suficiente para desatar y controlar tu poder. No esperes amabilidad en tu entrenamiento.
Adelina se enderezó, mientras Bi Han le daba la espalda. Se fue caminando, pero al ver que la muchacha no lo acompañaba se dio la vuelta y le gritó:
–¡Camina!
Sintió las piernas como plomo por el combate, aun así, apresuró el paso. La llevó entre los tantos templos, donde los estudiantes miraban con burla cómo el Gran Maestro le dio una paliza. Llegaron a otra arena de entrenamiento donde Kuai Liang vigilaba los movimientos de ataque rítmicos de los alumnos y le dio permiso para poder seguir el entrenamiento, acompañando al resto.
Tomó una vara de madera y les siguió el ritmo hasta coordinar sus movimientos con el resto de la clase. Algunas veces, vio como los dos hermanos la estudiaban y se susurraban entre ellos, pero Adelina fingió que estaba concentrada en mover la vara.
Continuaron con esa actividad por varias horas más hasta que Kuai Liang dio la orden de hacer pequeños combates entre estudiantes. Adelina vio como la mayoría pasaba intentando dar lo mejor de sí e impresionar al maestro. Se sintió aliviada de que sonaran las campanadas anunciando el almuerzo, así evitaba pasar a combatir por el dolor muscular.
Durante el almuerzo, vio a los tres hermanos charlando animadamente, mientras ella disfrutaba su comida y las incesantes risas poco discretas de sus compañeros por su pelea con Bi Han. La mirada de Adelina reflejaba lo poco interesada que estaba de sus comentarios y trataba de dar su mejor mirada de asesina para evitar problemas.
Algunos susurros seguían siendo esparcidos para hacer que Adelina pisara el palito, pero mantuvo su buena postura e ignoró todos los comentarios sobre su persona. Si tenían algún problema con ella que se lo dijeran en la cara y no a escondidas.
Al terminar el almuerzo, un superior le dio un balde y una pala de madera para que continuara con la labor de la noche anterior, terminar de quitar la nieve de las entradas. Adelina tomó los objetos y continuó con la tarea. Lentamente, la primera entrada iba quedando despejada y más cómoda para caminar y Adelina dejaba la nieve a las afuera del recinto. Siguió con la segunda entrada, después tercera, hasta que las campanadas anunciaron el cambio de clase y donde la muchacha tenía que dirigirse.
Una clase de manejo de armas dirigida por Tomas. Todos eligieron un arma con las que pelear y, como en la clase de Kuai Liang, hicieron pequeños combates en los que Tomas corregía cada movimiento. La chica rezó para evitar participar en las prácticas por los dolores musculares y siguió observando como Tomas peleaba con uno de los estudiantes. Tras derrotarlo, el ninja gris los observó y sus ojos se toparon con la figura de Adelina.
–¿Quieres demostrar tus habilidades con armas, Acosta?
La muchacha maldijo por lo bajo y se puso de pie, llegando a unos pocos metros frente a Tomas.
–Con gusto, maestro –respondió Adelina resignada.
Había una repisa repleta de armas de largo y corto alcance. Dagas, cuchillos, espadas, hachas, lanzas, etc. Adelina eligió lo que parecía un cuchillo de cocina, era lo único que mejor manejaba gracias a las clases que tuvo hace tiempo con el Viejo Mario.
Se posicionó a la defensiva y Tomas hizo lo mismo con su karambit en mano. Se miraron uno al otro y Tomas fue el primero en atacar usando el arma como un proyectil con su magia de humo y Adelina lo bloqueó con el cuchillo. El humo llevó el arma a su dueño y atacó con una patada haciendo que la muchacha se alejara. Tomas volvió arremeter, pero Adelina lo impidió con su antebrazo, le asestó un puñetazo en el pecho e intentó embestir con el cuchillo de cocina. El traje gris del ninja quedó rasgado, miró el daño sorprendido y volvió a ubicar su karambit cerca suyo.
–Tienes habilidad, Acosta –dijo Tomas sonriente–. Pero eres muy lenta en algunos aspectos.
–De los errores se aprenden, maestro.
–Sí, espero que la Academia Wu Shi te haya enseñado corregirlos rápidamente –habló Tomas y se preparó para atacar–. Tu destreza en el combate es vital.
Adelina bloqueó un combo de golpes con toda su fuerza, pero el dolor muscular por sus actividades anteriores le cobraban factura. Volvió a enfocarse en su contrincante y atacó con un puñetazo seguido de una embestida con el cuchillo de cocina, pero Tomas la esquivó. Luego, usó su karambit como proyectil y Adelina lo desvió, aunque no pudo evitar que el muchacho se acercara velozmente. Intentó retroceder lo más que pudo, sin embargo, Tomas le quitó de las manos el cuchillo de cocina y con una maniobra hizo que la chica callera al suelo. Rápidamente, apuntó su karambit al cuello de Adelina dando por finalizado el combate de práctica.
–Peleaste bien, Acosta –el cuchillo seguía a centímetros de Adelina, pero Tomas lo retiró–. Te desempeñas bien, pero te falta aprender más el manejo de armas. Tus habilidades con las de corto alcance es bastante habilidoso.
–Gracias por el consejo, maestro –contestó la muchacha. En ese instante, Tomas le ofreció la mano y Adelina la aceptó con gusto.
Las manos de ambos se juntaron, y cuando se alejaban, Adelina sintió que sus dedos se tocaron y una electricidad desconocida la recorrió. Sus mejillas se calentaron, agradeció tener puesta la máscara de tela y caminó velozmente hacia su sitio, sintiendo las miradas de todos como un puñal constante.
Tomas siguió peleando con otros estudiantes hasta que las campanas sonaron y Adelina siguió a su grupo. En su caminata entre los pasillos, vio a las dos ninjas de la noche anterior hablando con Bi Han. Cuando pasaba con el grupo, la observaron momentáneamente y retomaron su conversación. Al mismo tiempo, los estudiantes hicieron una inclinación y siguieron su camino.
Las clases continuaron con normalidad hasta que las campanadas sonaron nuevamente para anunciar la hora de la cena y Adelina se sintió aliviada ante el sonido milagroso. Los músculos le dolían como nunca y extrañó las clases de la Academia Wu Shi. Con dificultad, se sentó en la mesa y soltó un pequeño suspiro aliviada de poder descansar.
Al recibir la comida, la chica la aceptó dichosamente y devoró todo su plato hasta dejarlo limpio y reluciente. Algunos compañeros, la observaron con risas y Adelina les devolvió la mirada hostilmente haciendo que volvieran sus rostros a sus platos, pero aun así siguieron soltando pequeñas risas.
Tras terminar de cenar, Adelina se aseó y sus músculos gritaron aliviados por cada gota de agua caliente. Se enjuagó bien el cabello negro y su cabeza se relajó con cada masaje en su cuero cabelludo. Salió de los baños con la mente más calmada y con el cansancio pesándole en el cuerpo.
Llegó a sus aposentos con pasos pesados y cerró rápidamente la puerta corrediza para evitar a sus compañeros. Ya bastantes la evitaban como la peste por ser una antigua estudiante de la Academia Wu Shi y no quería tener que confrontarlos o causar disturbios por los que el Gran Maestro se enojara.
Se acostó en la cama y se cubrió con las colchas hasta parecer un burrito. Sacó una mano para agarrar un libro que tenía pendiente y comenzó a leer, sumergiéndose en las palabras que se transformaban en imágenes en su cabeza. Con cada página, sus párpados empezaron a pesarle, las letras se volvían borrosas haciendo que Adelina volviera a leer la misma oración varias veces y dejó el libro al lado de su futón. Cerró los ojos gustosamente y, a la vez, temerosa esperando no tener pesadillas.
A los pocos días, buscó un lugar para poder enviarles cartas a sus amigos. En sus escapadas del almuerzo, encontró un palomar y los pocos soldados que quisieron hablar con ella le dijeron que las aves llegaban a la Academia Wu Shi. La muchacha intentó disimular su emoción y salió rápidamente a sus aposentos. Tomó una pluma de entre sus bolsos y papel, las puso en la mesa y comenzó a escribir.
Queridos Daniela y Mariano:
Espero que se encuentren bien en la Academia Wu Shi. En Arctika, las cosas son rutinarias y rigurosas… no sé si esto es la colimba como la que vivió el Viejo Mario, creo que estoy exagerando con lo que escribo. En estos días, no pude desarrollar mi criomancia, pero espero hacerlo pronto e irme. Bi Han sigue siendo el mismo amargo y creo que si viera a Mariano le daría un ataque de ira y dolor a su ego.
A veces, me escapaba de las horas del almuerzo para poder buscar el palomar. Por esta vez, Mariano tenías razón, ganaste. Además, estoy pensando dentro de poco ir a las ruinas de las fronteras de Arctika para ver si me faltó algo de mi investigación. Creo que encontraré respuestas, aunque sean pocas y quizás sobre el hijo de Hela, Kolbein.
Las comidas son ricas, pero extraño comer medialunas, vigilantes, milanesas, asado… No me atrevo a cocinar a escondidas porque hay guardia y no quiero causar problemas por las que Bi Han quiera matarme. A pesar, de esas nostalgias, intento adaptarme y volver rápido con ustedes y los demás.
Espero sus respuestas,
Adelina.
La chica corrió devuelta hacia el palomar, colocó el sobre en una de las palomas y la liberó, viéndola volar y alejarse más y más, hasta perderse en las montañas. Adelina se quedó unos minutos hasta que escuchó las campanadas anunciando que el almuerzo había finalizado. La muchacha corrió a seguir con sus labores con expectativas de que sus amigos recibieran su carta.
Las semanas siguientes transcurrieron lentamente en Arctika, los entrenamientos con Bi Han se volvieron más rigurosos y extremos con nulos resultados positivos en hacer que Adelina desatara su criomancia. Incluso, el Gran Maestro usó el combate y el silencio para hacerlo. Luego de que los entrenamientos con él finalizaran, Adelina barría los suelos y alrededores de los templos, también otras labores de limpieza con algunos principiantes. Al finalizar, retomaba sus clases con los otros hermanos de Bi Han y superiores. Clases de manejo de armas, estilos de lucha, meditación, sigilo, etc. Algunas, Adelina podía destacarse como en las armas de corto alcance y meditación.
Agradecía que no le tocó hacer guardia o preparar la cena por la ardua rutina que tenía constantemente. El resto de estudiantes podían manejarla de una manera tan tranquila que hicieron que Adelina envidiara su forma tan fácil de lidiarla. Todo el cuerpo de la chica parecía gelatina con cada día que pasaba y necesitaba un respiro.
En varias ocasiones, se topaba con Tomas, se saludaban gentilmente y volvían a sus labores. Otras veces, tenían pequeñas conversaciones que se esfumaban ante la presencia de otros estudiantes y superiores. Por otro lado, Adelina intentaba encontrar una forma de salir a las fronteras de Arctika para investigar las ruinas. Le costaba demasiado por la dura rutina y los guardias que custodiaban día y la noche, pero a pesar de esas incomodidades Adelina siguió sus tareas.
También, iba al palomar averiguar si llegaba una carta de sus amigos. Esperaba hasta que las campanas sonaban anunciando el fin del almuerzo y volvía a sus labores. Hasta que, un día, la paloma vino con una carta. Adelina, emocionada, la abrió y leyó su contenido:
Querida Adelina:
¡Te extrañamos mucho! Estamos bien en la Academia Wu Shi. Entrenamos bastante, pero conseguimos algo de tiempo para descansar y hacer otras cosas. Eso despertó las creatividades y manualidades de Mariano. Está empedernido en hacer una torre de radio con la electricidad que tiene el medallón de Raiden. Imagínate su estado de ánimo, harto y resignado. Tuvo que hacer todo un discurso para convencer a Liu Kang que lo dejara hacer sus inventos.
Kung Lao es casi su secretario, pero no soporta escuchar la música de Mariano, ni Raiden. Si estuvieras aquí, seguramente te parecería como canciones de cuna. Despiertas con heavy metal, comes con heavy metal y duermes con heavy metal. Además, hay cada explosión en la habitación de Mariano y cada ruido raro que me da risa.
Kenshi y Johnny siguen peleando por quien es el poseedor de Sento, siento que es la pelea por la custodia de un niño. Hace poco, casi luchan de enserio por la espada, lo único que los frenó fuimos nosotros… aparte de los maestros.
Por mi parte, no hay mucho que contar. Solamente veo cómo Mariano se mata así mismo, pero a veces lo ayudo, no tanto como lo hace Kung Lao. Estuve entrevistando a algunos maestros para una nota personal y para ver si les caigo bien. No creo que sea así, pero vale la pena el intento.
Te extrañamos mucho,
Daniela y Mariano.
P.S: El maldito me pidió que pusiera su nombre. Además, me dijo que te diera este aparato para cargar tu celular durante tu estadía en Arctika. Sí funciona y no te hace explotar.
Adelina vio el invento y le pareció maravilloso. Era redondo y metálico, emitía electricidad y cuando acercó su celular mostró que cargaba como lo hacía con su cargador. Guardó la carta y la máquina como reliquias y los llevó a su habitación en un escondite. Buscó una nueva hoja y escribió la respuesta, expresando todas sus emociones. Luego, fue al palomar, liberó a un ave con su carta y corrió a continuar sus actividades antes de que los superiores se enteraran.
Alrededor de esas semanas, se rumoreaban que harían noches más frías y algunos llevaban más colchas a sus habitaciones y leña cerca del establecimiento. Adelina le resultaba difícil de creer que podría hacer más frío del que hacía porque parecía que vivía en la Cordillera de los Andes que en montañas chinas.
Una de las noches, Adelina se quedó despierta mirando su celular, pérdida en las fotos que tenía con Daniela y Mariano. Pasaron pocas semanas, pero aun así los extrañaba al igual que a Kenshi, Kung Lao, Raiden y Johnny. Esperaba reunirse pronto con ellos y seguir con su vida, pero por ahora debía entrenar en Arctika. Adelina se quedó mirando una vieja foto en la que los tres estaban comiendo en una de las pizzerías de Avenida Corrientes, Mariano tenía un vaso alzando y las chicas sostenían una porción de pizza en forma orgullosa. Recordó ese momento, habían logrado conseguir una buena cantidad de dinero en sus trabajos y celebraron yendo al centro.
Pasó a la siguiente foto en la que estaban nuevamente, pero se encontraba el Viejo Mario. Adelina y Daniela eran más jóvenes de unos diecisiete o dieciocho años, estaban con su mejor ropa mostrando sonrientemente sus diplomas de graduación. El Viejo Mario vestía con uniforme militar para los dos actos de egreso del trío y se sentían orgullosos de poder compartir ese momento con él. Le invadió la nostalgia al recordarlo y cómo los cuidó antes de fallecer.
Los pensamientos fueron interrumpidos por los golpes a las afueras de la habitación de Adelina. Se levantó del futón, maldijo ante el abrupto aire congelado que la invadía, fue hacia la entrada para ver quién molestaba altas horas de la noche, frotando sus manos para conseguir algo de calor y abrió la puerta con dificultad. Se sorprendió ver a Tomas con su uniforme habitual de manga corta y una mirada preocupante. Sus ojos grises mostraban incertidumbre e hicieron que Adelina los comparara con la bruma de las madrugadas. Misteriosas y no sabía qué esperar de ellas.
–Tomas –dijo Adelina y tapó mejor su cuerpo del frío y de los ojos del muchacho. Se maldijo por lo bajo al decir su nombre cerca de los oídos de sus compañeros–. Maestro, ¿qué ocurre? ¿Qué hace a estas horas de la noche?
–El Gran Maestro quiere verte –contestó Tomas seriamente–. Pide que lleves puesta ropa de clima cálidos.
–¿Qué? Hace un frío horrible afuera ¿No se dio cuenta?
–Me ordenó que te llevara con él y con esas instrucciones. Él te dirá la otra parte de lo que quiere hacer esta noche –los ojos de Tomas se volvieron tranquilos y compasivos–. Si quieres lleva un abrigo, medias y un calzado.
Adelina lo miró por un momento y entró a su habitación cerrando la puerta. Eligió una remera de manga corta blanca con el logo del álbum “The Number of the Beast” de Iron Maiden, pantalones del mismo color con rayas azules, medias polares y unas pantuflas. Tomó una campera de invierno y se chocó con Tomas al salir apresuradamente. La atrapó antes de que callera y la miró por uno segundos para después recomponerse. Le hizo un gesto para que la acompañara y la chica lo acompañó, pasando entre pasillos oscuros hasta llegar a un área decorada con vasijas y retratos familiares.
Había alfombras y varias chimeneas dando calor, muebles decorados con armas antiguas, cajones, roperos y pinturas de guerras pasadas. En ese instante, Adelina se dio cuenta de donde se ubicaba, el área donde residía el Gran Maestro y sus allegados. Una zona prohibida para ella a pesar de que la curiosidad la carcomía cada vez que veía a los hermanos entrar y salir.
Tomas entró hacia una gran sala, por lo poco que pudo ver Adelina antes de que cerrara la puerta, y se quedó afuera caminando en círculos para obtener algo de calor. Sintió que sus piernas eran cubos de hielo y el resto de su cuerpo temblaba como una hoja. Se frotó los brazos en vano y siguió caminando por varios minutos.
Harta de esperar a que Tomas volviera aparecer o Bi Han la llamara, se acercó a la puerta para escuchar si la llamarían. La oreja derecha de Adelina tocó suavemente la madera y agudizó su audición lo mejor que pudo. Escuchó susurros entre los hermanos y gritos silenciosos seguido de pasos que se aproximaban de manera veloz y alarmó a Adelina. Se alejó de la puerta y comenzó a caminar en círculos nuevamente hasta que oyó el sonido de la madera abriéndose.
Tomas apareció, indicándole que podía pasar, fue recibida con la mirada gélida de Bi Han y se inclinó rápidamente. Volvió a poner sus manos cubriendo su pecho del horrible frío que hacía por más que las chimeneas dieran calor. Bi Han estaba sentado en lo pareció un trono con pieles de animales y sus ojos chocolate le lanzaron dagas a la muchacha.
–¿Para qué me llamó, Gran Maestro? –preguntó Adelina y bajó la cabeza–. Si no le molesta que la haga esa pregunta.
–Vamos a ver si esta noche puedes despertar tu poder de una vez, Acosta –dijo Bi Han poniéndose de pie y se acercó a Adelina–. Quítate el abrigo.
–¿Perdón? –un mal presentimiento la inundó y sentía que algo iba a salir mal de la situación.
–Quítate el abrigo –repitió Bi Han y su mirada se tornó amenazadora–. Vas a estar en el frío y no me hagas repetirlo.
–¿Por qué?
–Porque hará que tu criomancia despierte completamente –espetó Bi Han y alzó el dedo índice de forma represiva–. Y si sigues interviniendo me encargaré de hacer entrenamientos más duros y castigos extremadamente crueles.
La chica, resignada, se sacó la campera, medias y pantuflas y tembló locamente. El aire parecía ser miles de cubos de hielo que acechaban su piel descubierta y maldijo mentalmente de todas las formas posibles a Bi Han.
–Hermano, esto no es una buena idea –dijo Tomas y Adelina escuchó pasos acercándose, debía ser Kuai Liang–. Podrías ocasionarle un daño a su cuerpo o incluso matarla. Eso no le agradaría a Lord Liu Kang.
–¿Qué ocurre aquí? –preguntó Kuai Liang y salió de sus aposentos con una bata de seda–. ¿Qué hace Acosta en este lugar, Bi Han?
–Acosta despertará su criomancia –contestó su hermano tajante y volvió a enfocarse en Tomas–. Liu Kang no está aquí y si llegara a haber un problema con Acosta lo solucionaremos. Nos la trajo para que le enseñáramos la criomancia a nuestra manera.
–Bi Han, llevas entrenándola hace semanas, no creo que sea la mejor forma de hacer que su poder despierte –espetó Kuai Liang y se acomodó mejor la bata–. Deberías seguir con combate y meditación. Deja esto como último recurso. Padre no querría que te apresuraras en esto.
–No hubo ningún resultado –el tono de Bi Han se volvió oscuro–. Este es el último recurso. Sal al exterior, Acosta. Te vigilaré por si ocurre un inconveniente.
Adelina se quedó en silencio ante la discusión de hermanos y prefirió quedarse así que meter más leña al fuego. Aceptó con disgusto su destino y fue hacia la puerta que daba al exterior nevado.
El frío recorrió todo su cuerpo y quiso retroceder a toda costa. Miró una última vez la sala y comenzó a extrañar el calor que emergía de las chimeneas. Los rostros de los tres hermanos tenían diferentes expresiones, Bi Han reflejaba determinación y un aura amenazadora. El rostro de Tomas mostraba confusión y enojo y Kuai Liang miraba de una forma decepcionante a Bi Han.
Adelina puso un pie en frío suelo y sus dientes castañearon. Avanzó hasta quedar cerca de la puerta y seguía maldiciendo a Bi Han mentalmente.
–Debes alejarte del calor completamente, Acosta –gruño Bi Han–. Sino tu poder nunca despertará.
El rostro de Adelina reflejó enojo y caminó más lejos con los pies hundidos en la nieve alejándose del calor. El viento soplaba fuertemente haciendo que el cabello de Adelina se revolviera de un lado al otro. Su remera no le brindaba calor, sus pies ya no los sentía y temblaba como nunca antes lo había hecho en su vida. Sus dientes castañearon y Adelina se frotó los brazos para obtener algo de calor sin buenos resultados. Percibió la mirada penetrante de Bi Han a sus espaldas.
–Boludo de mierda y la concha de la lora –dijo entre susurros y castañeando–. La puta madre que te re mil parió, hijo de puta y la concha de tu hermana.
Para dejar de insultar, recordó canciones que le gustaban y comenzó a entonarlas para dejarla de pensar en el frío que estaba pasando. Se le dificultó memorizar cada letra por sus escalofríos y cantó desentonado por su castañeo constante. El cabello negro se le pegó constantemente a la boca seca, azotando cada parte de su rostro, haciéndole imposible ver su alrededor e intentó acomodárselo en vano.
Los minutos le parecieron horas o siglos, metida hasta la cadera en la nieve. No sentía sus piernas ni su cara, pero se mantuvo en su lugar, incapaz de poder hacer un movimiento. Extrañó con desesperación el calor y quería volver a la cama, el sueño la estaba consumiendo.
–Debo retirarme momentáneamente, Acosta –alzó la voz Bi Han–. Mi hermano, Tomas, te seguirá vigilando.
La chica no le contestó y siguió enfocada en cómo evitar morir congelada o por una hipotermia. A pesar del fuerte viento, pudo escuchar los pasos del ninja alejarse y quedó todo en silencio, como cuando estaba hace unos instantes, hasta que Tomas le habló:
–¿Estás bien?
–Me estoy cagando de frío –contestó Adelina dificultosamente–. No sé qué significa eso para vos, pero para mí es un no rotundo.
–Estoy intentando hacer que mi hermano recapacite de su idea loca –habló Tomas y Adelina volteó un poco para mirarlo–. Hasta Kuai Liang lo hace.
–Si quiere ver que haga que el clima pare, se está equivocando –dijo la chica frotándose fuertemente los brazos para tener movimiento–. Ni siquiera siento una sensación extraña o un llamado.
Una risa pequeña se escapó de Tomas, Adelina sonrió y sus mejillas se calentaron a pesar de estar en medio del frío.
–Lamento cambiar de tema, pero ¿qué demonio estabas llevando puesto? –preguntó Tomas fuertemente con curiosidad.
–¿Qué demonio? –Adelina volteó la cabeza, otra vez, haciendo que su cabello tapara su visión.
–El que llevas en la camisa –siguió explicando el muchacho–. Tiene una llama en la mano e hilos en la otra.
–Ah, no es un demonio –contestó Adelina con una risa pequeña–. Es Eddie The Head.
–¿Quién es?
–Es la mascota de la banda Iron Maiden –explicó Adelina con una sonrisa y se acomodó la maraña negra–. Es solo un personaje y la ilustración pertenece a la portada de uno de sus álbumes.
–¿Cómo se llama? –cuestionó el muchacho nuevamente.
–Me preocupa tu adolescencia. Te lo digo sinceramente, Tomas.
El muchacho río, Adelina sintió retorcijones en el estómago y el pecho comenzó a dolerle al igual que sus oídos. Volvió a mirar al frente rápidamente, pero no esperaba ver lo que tenía enfrente suyo. Una figura familiar, de cabello rubio y largo, rostro cuadrado y ojos azules.
–¿Mariano? –susurró.
Su amigo ni se inmutó ante su llamado, parecía que miraba hacia otro lado y Adelina vio que aparecían Kung Lao, Johnny y Kenshi. Pero el hombre tenía una roja en los ojos y una de sus manos estaba en el hombro del actor. Además, había tres desconocidos acompañándolos. Un hombre vestido de negro y verde, con una capucha ocultándole parte de la cabeza, una máscara cubriendo su rostro y Adelina creyó verle un tatuaje de espiral en uno de sus ojos. Un hombre calvo con heridas alrededor del cuerpo y lo que más le impactaba a Adelina eran sus dientes filosos. Por último, la que más le llamó la atención a Adelina, una mujer de cabello negro y ojos del mismo color vestida de blanco.
“Un demonio” pensó Adelina “Algo no está bien.”
–Tomas –llamó la muchacha. Sentía que el estómago le dolía más y la cabeza le daba vueltas–. No me siento bien. Quiero irme… ¿Tomas?
Volteó la cabeza y no lo vio, sino árboles con rostros de ojos verdes resplandecientes. Ese color abundaba por todo el mágico sitio, Adelina dejó de sentir frío y miró la escena que tenía delante suyo. Intentó tocar uno de los árboles con rostro, pero su mano lo traspasó. Comenzó a escuchar susurros por todo el lugar, no se había percatado de las voces que hablaban y recordó lo que le dijo Sindel.
“Es el Bosque Viviente.”
–¿Qué mierda es eso? –preguntó Mariano observando a la nada.
Pero Adelina vio a quienes sus compañeros espiaban. Eran cuatro extraños, dos hombres y dos mujeres que estaban caminando hacia una maquinaria extraña que irradiaba oleajes verdes. Esa… cosa, le dio escalofríos a la muchacha, le provocó asco, repulsión y le dio un mal augurio. Aunque uno de los cuatro desconocidos le originó desconfianza y mala espina. Un hombre calvo con dibujos en la cabeza, los ojos pintados y piel aceitunada.
Parecía discutir con uno de sus compañeros, tenía una joya roja y extraña como un rubí nunca visto por Adelina. Mientras Mariano y los demás observaban la escena, parecía que la chica de blanco sabía quién era el hombre. Comenzó a hablar:
–Un solo ladrón de almas basta para matar a cientos de miles. Si desplegara muchos…
“Ladrón de almas”. Le dio escalofríos hasta la médula, intentó recordar esas palabras en la Academia Wu Shi, tampoco los sueños que tuvo hace tiempo. Su memoria estaba en blanco. El miedo a esas tres palabras la tenía completamente paralizada y siguió escuchando la charla entre sus amigos.
Todos se pusieron de acuerdo y avanzaron hacia el ataque, Mariano alzó una ametralladora y en su espalda llevaba un rifle antiguo de guerra, el arma obsequiada por el Viejo Mario. Nunca pensó que la podría usar. Se lanzaron al ataque contra el hombre calvo y este se enfocó en la escalofriante maquinaria.
Entre los golpes de batalla, las manos del brujo se tornaron verdes como el aura del ladrón de almas terminando su conjuro. Las voces gritaron angustiadas, lloraban sin cesar y un grito femenino fue el más fuerte de todos. El bosque agonizaba, igual que ella y alguien más… Los oídos de Adelina fueron invadidos por quejidos de lobos, sus espeluznantes aullidos sin fin y lloriqueos… la estaban enloqueciendo… los gritos de femeninos se combinaron con los chillidos de las bestias haciéndose insoportables.
Las náuseas se volvieron más fuertes hasta volverse ganas de vomitar, la cena combinada con la bilis comenzó a subirse por la garganta de Adelina y salió de su boca manchando la nieve. Tosió fuertemente y su respiración se volvió pesada e irregular. No supo si en ese momento estaba gritando o Hela era quien lo hacía junto a los lobos.
–¿Adelina? –llamó Tomas Vrbada. Le pareció extraño que no haya contestado la pregunta, echándole la culpa a los fuertes vientos. Pero al ver que Adelina cayó a la nieve tras hacer arcadas y toser fuertemente, Tomas corrió hacia ella–. ¡Adelina! ¡Bi Han!, ¡Kuai Liang!
La chica tembló incontrolablemente y sus ojos estaban abiertos como platos. Soltó respiraciones agitadas y se le escapaba vaho por la boca dispersándose en el aire. Una parte de su cabello negro cubrió su rostro y se mezcló con el vómito. La recogió al estilo princesa y corrió hacia la puerta, uno de los brazos de Adelina colgaba inertemente, pero recobró la conciencia y se soltó del muchacho. Fue hacia la nieve nuevamente chillando y llorando como un bebé.
–¡No te me acerques! –gritó Adelina–. ¡Alejate de mí! ¡Todos aléjense!
–Adelina, soy Tomas –hizo un gesto con sus manos en señal de calma–. No hay nadie más que yo. Mis hermanos vienen para ayudarte.
–¡ALÉJENSE! –los ojos heterocromáticos de la chica reflejaban miedo, cayó en la nieve y con sus palmas se arrastraba por la nieve, apartándose del chico–. ¡BASTA! ¡NO ME TOQUEN!
–¡Bi Han!, ¡Kuai Liang! –gritó Tomas nuevamente. Intentó acercarse una vez más a Adelina, pero estaba completamente asustada–. ¡Vengan rápido!
Adelina se agarró su vientre y su rostro pasó a asco. Volvió a vomitar y cayó inconsciente. Al levantarla por segunda vez, Tomas se dio cuenta que estaba en el mismo estado que al principio, convulsionando y temblando sin cesar. La idea de Bi Han, sí que salió extremadamente mal. Cuando Tomas llegó a la puerta, Adelina volvió a gritar y patalear. Sus hermanos aparecieron y vieron el estado deplorable de los dos. Alarmados, los dejaron pasar y Adelina seguía gritando sin cesar.
–¿Qué le pasó, Tomas? –cuestionó Kuai Liang.
–No… no… no lo sé –dijo el muchacho. Los gritos de Adelina le impedían pensar con claridad–. Estaba bien y tosió… y… convulsionó…
–¡BASTA! ¡QUIERO QUE LOS CALLEN! –la chica comenzó a llorar y lágrimas emergían como cascadas de sus mejillas–. ¡NO LOS SOPORTO ESCUCHARLOS LLORAR!
Los gritos de Adelina se volvieron extremadamente fuertes y del suelo comenz�� a surgir escarcha. Formaron púas haciendo que se dirigieran hacia la puerta y a otros lugares de la sala. Bi Han apareció y llamó a Cyrax y Sektor.
Tomas se le estrujó el pecho ver el estado desastroso de Adelina. Quiso hablarle, hasta incluso tratar de tocarla amablemente, pero no tuvo resultados. Él y Kuai Liang intentaron cargarla, pero se retorcía y seguía llorando sin parar.
–¡CALLENLOS, POR FAVOR! –volvió a gritar y dejaba a Tomas más confuso a lo que se refería–. ¡NO SOPORTO SUS GRITOS! ¡DÉJENME EN PAZ, POR FAVOR!
Adelina volvió a convulsionar, arquear su espalda y gritar, Tomas notó algo en la alfombra. Un líquido carmesí con el que vivió la mayor parte de su vida en Arctika… Sangre…
–Bi Han… Kuai Liang –el hermano menor señaló con el índice–. Miren.
El brazo tatuado de Adelina comenzó a sangrar y su remera blanca se manchó en la parte del abdomen. Tomas subió la prenda velozmente, su abdomen sangraba en donde estaban los tatuajes anatómicos. Buscó tela para quitar el líquido carmesí, pero Adelina se soltó nuevamente.
–¡NO ME TOQUEN! –las lágrimas inundaban su rostro. Sus mejillas estaban rojas y moqueaba sin cesar–. ¡QUIERO QUE ME DEJEN EN PAZ! ¡DEJEN DE GRITAR! ¡BASTA! ¡SE LOS SUPLICO!
Cayó nuevamente en convulsiones y vomitó una última vez. Tomas y Kuai Liang la recogieron y llevaron a la enfermería a toda prisa. Bi Han llegó con Cyrax y Sektor y se prepararon para tratarla inmediatamente. Adelina dejó de gritar, pero temblaba y susurraba incoherencias y Tomas trató, una vez más, de consolarla.
–Los escucho… están sufriendo –dijo Adelina y su mirada parecía perdida–. Ella está sufriendo… llora por su preciosa creación… está siendo corrompido… ¡AHHHH!
Escarcha salió por toda la camilla y los cinco lograron someterla. Cyrax le dio un calmante haciendo que los gritos incontrolables de Adelina se convirtieran en lloriqueos, luego respiraciones agitadas hasta lograr que descansara completamente.
Hubo un silencio sepulcral en la enfermería, solamente se escuchaban las respiraciones agitadas de los cinco y con cuidado soltaron a Adelina. Bi Han tomó su brazo derecho y limpió la sangre que emanaba de la extremidad. El trapo se teñía de rojo y Tomas limpió la parte baja del abdomen, mientras que Cyrax y Sektor preparaban vendajes.
–Te dije que no iba a salir bien, Bi Han –soltó Tomas, mientras pasaba desinfectante en el abdomen–. Ella no estaba lista para soportar el frío. Lleva pocas semanas en Arctika.
–Acepto que fui extremo, pero su criomancia no despertaba –suspiró Bi Han y su mirada se relajó, dejando su frialdad que le había ofrecido a Adelina. Siendo simplemente, el hermano mayor que era enfrente de Tomas y Kuai Liang–. En pocas semanas, pude despertar mi don y padre me enseñó a controlarlo. Ella necesitaba este cambio.
–Padre fue más cauteloso cuando estábamos desarrollando nuestras habilidades –dijo Kuai Liang, mientras observaba a sus hermanos.
–Podrías haber seguido por unas semanas más –espetó Tomas y observó momentáneamente a Adelina–. Antes de sacarla a una de las noches más frías.
–Este método era necesario y no volveré a repetirlo.
Kuai Liang siguió observando, mientras Tomas y Bi Han limpiaban la sangre. Tomas miró por un momento a Adelina. La remera blanca estaba roja, las puntas de su cabello negro tenían restos de bilis y comida, saliva en la comisura de sus labios y sus mejillas seguían rojas de tanto llorar con lágrimas que no se habían secado. Los ojos de la chica estaban cerrados como si estuviera en un coma, su rostro mostraba una paz que le resultaba difícil de creer y algunas extremidades se comenzaban a retomar color.
Los tatuajes le provocaban terror con solo mirarlos, más cuando sangraron sin ninguna herida. Tomas recordó que eran las mismas actitudes que Adelina tuvo hace meses. Cuando vino a Arctika y encontró esas ruinas antiguas. Le preguntaría cuando despertara. Por ahora, la muchacha necesitaba descansar.
Una vez desinfectada sus heridas, Cyrax y Sektor empezaron a vendar el brazo y el abdomen. Les pidieron a los hermanos que se retiraran para poder cambiar a Adelina y cubrieron la camilla con cortinas. Se miraron entre ellos, el primero en retirarse fue Kuai Liang, seguido de Bi Han y Tomas se quedó unos minutos más. Ante de que Cyrax y Sektor se fueran, le pidieron que si ocurría un inconveniente le avisaran en cuanto antes para así poder ayudar a Adelina.
Tomas la vigiló, parecía que estuviera en un sueño tranquilo, pero en algunos momentos, hacia muecas y susurraba incoherencias.
–Ella sufre… está corrompido… debe ordenarse… los oigo llorar…
El muchacho no supo cómo hacer para que se calmara y se preocupó que volviera a tener un ataque de pánico tan pronto. Pero verla dormida, hizo que sus nervios se desvanecieron lentamente y siguió cuidándola. Tomas se dio cuenta de que una parte de su cabello cubría su rostro, inconscientemente le quitó unos mechones recién lavados permitiendo ver su belleza. No se había dado cuenta de que en sus mejillas había un grupo pequeño de pecas, creando formas distintivas y hasta incluso constelaciones como las que recordaba en sus tiempos de cazador con su madre y hermana. Le resultó extraño no ver sus ojos ni escuchar su voz.
Rememoró los acontecimientos de hace unos momentos, al escucharla gritar, su pecho comenzó a sentir dolor, como un millón de agujas clavándose. Le dio pena verla llorar descontroladamente y más lo asustada que estaba de él. Esperaría a que a la mañana siguiente mejorase y pudiera decirle a él e incluso a Bi Han sobre lo que le ocurrió.
Se dio la vuelta, una última vez, Adelina seguía dormida y ya no lloraba ni hablaba. Salió de la enfermería y se dirigió a sus aposentos para un merecido descanso.
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sanotsantosanto · 5 months ago
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01/07/24
Todavía se escucha el resonar de las campanas de la Garnisonskirche. Son las doce y tres minutos y supongo que están anunciando El Angelus. Además de las campanadas hay otros sonidos característicos, como el ruido de los coches al recorrer Bischofsweg o la línea 13 del tranvía que acaba de llegar a Alaunplatz. También puedo escuchar algunas personas charlando a lo lejos sin distinguir nada de lo que dicen, no solo porque hablan en dialecto sajón, sino porque están a una distancia bastante considerable. Mi apartamento se encuentra en la última planta del edificio de la esquina derecha de la calle Alaunstraße con Bischofsweg, se trata de un pequeño inmueble de un dormitorio, un salón-comedor, un cuarto de baño y una cocina con las mismas dimensiones o más pequeño que un vestidor.
Es un piso muy luminoso, situado en un pequeño torreón rematado con un chapitel bulboso tan característico de la arquitectura centroeuropea. El salón es una habitación con forma de heptágono de lados desiguales, los cuales tres de ellos dan al exterior y tienen grandes ventanas que permiten entrar la luz en el interior de la vivienda, tan importante en una ciudad como Dresde, donde la falta de luz natural hace que sea imprescindible tener grandes ventanales en los edificios.
Las campanas han cesado de sonar y ahora solo escucho el ruido de los coches, hoy es lunes y me imagino que no hay demasiada gente en el parque,  además son vacaciones escolares y la ciudad está bastante vacía. 
Estoy sentado en la única mesa que tenemos en casa, la cual usamos para comer, trabajar, estudiar y toda actividad en la que una mesa es necesaria. Cuando estoy sentado ante la mesa puedo ver por la ventana el campanario de la Iglesia de La Guarnición, una iglesia construida a finales del siglo XIX en estilo neogótico. Es una iglesia doble (destinada a los militares que se encontraban y se encuentran en esta zona de la ciudad) que alberga dos edificios, uno destinado al culto católico y el otro al culto protestante.
En la fachada principal de la iglesia, situada al norte,  se puede ver la torre campanario con un chapitel piramidal con una aguja rematada con una esfera y una cruz doradas. Sobre el campanario, debajo del chapitel hay un reloj que es lo que nos indica que estamos ante un edificio del neogótico y no del gótico propiamente dicho. Para muchos esto es difícil de entender, ya que el neogótico es un fiel fidedigno del antiguo estilo medieval y confunde al espectador en cuanto que siempre se intenta evocar o imitar lo que se hacía en el pasado. 
La fachada sur es la parte trasera del edificio compuesta por varios absidiolos que evocan a las antiguas catedrales del románico. En aquella época el ábside y los absidiolos tenían una función puramente técnica para contrarrestar el peso del muro, en este edificio la función es meramente decorativa ya que al tratarse de un edificio  neogótico el muro no necesita ningún tipo de elemento para contrarrestar su peso, para esto se utiliza la bóveda de crucería desarrollada en tiempos del gótico para poder liberar los muros y abrir grandes ventanales con vidrieras coloreadas. 
Hoy el día está un poco revuelto, a pesar de que el verano acaba de comenzar, el cielo se ha nublado y solo hay algunos huecos de cielo azul entre las nueves, justo encima del campanario de la iglesia a modo de rompimiento de gloria. Las hojas de los árboles se mueven y puedo ver a través de los cristales de la ventana una lluvia muy fina y casi imperceptible que anuncia la llegada de una tormenta. No hace ni frío ni calor. El cielo se acaba de cerrar con nubes por completo y la lluvia ha empezado a incrementar con fuerza, supongo que ya ha llegado la tormenta, ya puedo escuchar los truenos a lo lejos.
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veraejohnentrar · 7 months ago
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¿Cuáles son las cuotas de apuestas más recientes para Eurovisión este año?
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¿Cuáles son las cuotas de apuestas más recientes para Eurovisión este año?
Cuotas de apuestas de Eurovisión 2024
Las cuotas de apuestas de Eurovisión 2024 son el tema de conversación entre los fanáticos de la música y el espectáculo europeo. Cada año, el festival de Eurovisión reúne a artistas de toda Europa para competir por el codiciado primer lugar. Las casas de apuestas ofrecen cuotas para que los espectadores puedan apostar por su favorito y ganar dinero si aciertan.
En Eurovisión, participan países de toda Europa que presentan una canción original para deleitar a la audiencia. Las cuotas de apuestas se basan en diversos factores, como la calidad de la canción, la presentación en el escenario, la popularidad del artista y las tendencias históricas del festival.
Los apostadores estudian cuidadosamente las cuotas antes de decidir en quién confiar su dinero. Algunos optan por apostar por su país favorito, mientras que otros van más allá y eligen a los posibles ganadores según las probabilidades.
Las cuotas de apuestas de Eurovisión 2024 están en constante cambio a medida que se acerca el evento y los ensayos revelan más detalles sobre las actuaciones. Los apostadores deben estar atentos a las actualizaciones para tomar decisiones informadas y aumentar sus posibilidades de ganar.
En resumen, las cuotas de apuestas de Eurovisión 2024 son una parte emocionante de este evento cultural europeo que reúne a seguidores de la música y las apuestas en un ambiente de diversión y emoción. ¡Que comiencen las apuestas y que gane el mejor artista!
Últimas probabilidades de Eurovisión
Las últimas probabilidades de Eurovisión están causando revuelo entre los fanáticos del concurso de la canción más grande de Europa. Con la competencia acercándose rápidamente, las casas de apuestas están ajustando constantemente las cuotas de los diferentes participantes, lo que ha generado rumores y especulaciones sobre quién podría llevarse la victoria este año.
Según las últimas actualizaciones, los favoritos para ganar Eurovisión son cada vez más claros. Países como Italia, Francia y Suiza han estado encabezando las listas de apuestas, con canciones que han cautivado a audiencias de todo el continente. Sin embargo, no se puede descartar a contendientes sorpresa que podrían dar la campanada en la noche final.
Además de las apuestas sobre el ganador, también hay mucha emoción en torno a otros aspectos del concurso. Las apuestas sobre quién recibirá la puntuación más alta de un país en particular, quién sorprenderá con la mejor actuación en vivo y quién se llevará el premio a la mejor puesta en escena, están también en boca de todos los seguidores de Eurovisión.
Con la cada vez más cercana fecha del concurso, las probabilidades siguen cambiando y los aficionados están ansiosos por ver cómo se desarrollará la competencia este año. La emoción y la incertidumbre están a flor de piel, y solo el tiempo dirá quién se alzará como el ganador de Eurovisión 202X. ¡Que comiencen los tambores y que gane el mejor!
Apuestas actualizadas para Eurovisión
¡Las apuestas para Eurovisión están en pleno apogeo y los fanáticos de la música de todo el mundo están ansiosos por conocer las últimas novedades! Eurovisión es uno de los eventos televisivos más populares en Europa y cada año reúne a una gran cantidad de espectadores y seguidores.
Las casas de apuestas en línea son una excelente forma de seguir de cerca las tendencias y pronósticos sobre quién se llevará la victoria en Eurovisión. Los apostadores pueden realizar sus jugadas basadas en diferentes criterios, como la calidad de la canción, la puesta en escena, la popularidad del artista o el país de origen.
Es importante tener en cuenta que las cuotas y probabilidades pueden cambiar rápidamente, especialmente durante las semanas previas al festival. Por lo tanto, es fundamental mantenerse actualizado con la información más reciente para tomar decisiones acertadas a la hora de realizar apuestas.
Además, es interesante observar cómo la dinámica de las apuestas puede influir en el resultado final de Eurovisión. En ocasiones, un artista que no era considerado favorito logra posicionarse en la cima gracias al apoyo de los apostadores.
En resumen, seguir las apuestas actualizadas para Eurovisión es una manera emocionante de involucrarse aún más en este evento tan esperado. ¡Que comiencen los juegos y que gane el mejor!
Predicciones de apuestas Eurovisión 2024
Las predicciones de apuestas para Eurovisión 2024 están causando revuelo entre los fanáticos de la competencia musical más grande de Europa. Cada año, los apostadores alrededor del mundo intentan predecir quién se llevará la victoria en este emblemático certamen de la canción.
Para la edición del próximo año, ya se están generando especulaciones y pronósticos sobre quiénes podrían ser los favoritos para alzarse con la victoria en Eurovisión 2024. La emoción y la expectación están en aumento, y los sitios de apuestas están ofreciendo cuotas cambiantes a medida que se acerca la fecha del evento.
Algunos países suelen tener más éxito en Eurovisión que otros, y los apostadores están analizando detenidamente las tendencias pasadas y el rendimiento de los participantes para realizar sus predicciones. Factores como la calidad de la canción, la puesta en escena, la voz del intérprete y la originalidad son clave a la hora de determinar las probabilidades de victoria.
Es importante recordar que las predicciones de apuestas no siempre son certeras y que en Eurovisión pueden ocurrir sorpresas inesperadas. Sin embargo, la emoción de intentar predecir el resultado y la adrenalina de seguir el evento en directo hacen que las predicciones de apuestas para Eurovisión 2024 sean un tema candente de conversación entre los seguidores del festival. ¡Prepárate para disfrutar de una emocionante edición de Eurovisión y sigue de cerca las predicciones de apuestas para descubrir quién se convertirá en el próximo ganador! ¡Que empiece el espectáculo!
Tendencias de apuestas en Eurovisión
Las apuestas en Eurovisión se han convertido en una tendencia creciente en los últimos años, con cada vez más personas haciendo pronósticos sobre qué país ganará el famoso concurso de música. Esta forma de entretenimiento no solo añade emoción a la competencia, sino que también ofrece la oportunidad de ganar dinero a los apostadores más acertados.
Uno de los aspectos más interesantes de las apuestas en Eurovisión es que no solo se trata de predecir al ganador final, sino que también se pueden hacer apuestas sobre diversos aspectos del concurso, como qué país recibirá la mayor puntuación de un determinado país, quién quedará en último lugar o cuál será la actuación más llamativa de la noche.
Además, con la popularidad creciente de las casas de apuestas en línea, hacer apuestas en Eurovisión se ha vuelto más accesible que nunca. Los apostadores pueden encontrar una amplia variedad de opciones y cuotas en diferentes sitios web especializados, lo que les permite comparar y tomar decisiones informadas antes de realizar sus apuestas.
Si bien las apuestas en Eurovisión añaden emoción y diversión a la experiencia de ver el concurso, es importante recordar que se trata de una forma de entretenimiento y que siempre se debe apostar de forma responsable. Con la llegada de cada nueva edición de Eurovisión, las tendencias de apuestas continúan en aumento, atrayendo a más personas que disfrutan de combinar su pasión por la música con la emoción de apostar. ¡Que gane el mejor!
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el-mar-de-la-grieta · 10 months ago
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Kaishun
(...continúa)
-Tocaremos a menos cada uno.
-Debemos decírselo -media Sardo ante las quejas de Luzio-, pueden ayudarnos si las cosas se tuercen. Como siempre lo importante es dejar claras las cláusulas del contrato.
-Pues si sólo ponen músculo, cobran menos -Luzio evita dar su brazo a torcer.
Una mirada furtiva de Sardo obliga a Kaishun a tomar partido.
-Está bien que cobren menos, incluso que sólo cobren si participan, pero deberíamos decírselo. Son nuestros compañeros.
El viaje hacia La Trucha se hace un poco más largo al volver por calles estrechas y oscuras, evitan ser vistos. La séptima campanada hace tiempo que ha sonado, Zahir y Kara deben de estar ya cenando. Kaishun camina mirando sus pies, los callejones de la ciudad están llenos de desperdicios, pero Luzio parece caminar por ellos con la misma facilidad que las ratas o los gatos. Él sí pertenece a la ciudad. Su habilidad para moverse, para entender la ciudad, para respirarla, se acentúa aún más por su contraste con la tensión de la que tanto Sardo como él parecen incapaces de desprenderse. Aún parecían más fuera de lugar en la margen izquierda del Carna. Al otro lado del puente de los siete ojos, en la zona noble.
Las primeras indagaciones que habían realizado para la Fortuna habían ido sorprendentemente bien. Un nauta para encargarse del trasporte, un viejo mercenario de las Ligas para escoltar el envío y Guilem Roich, un recalcitrante noble menor a servicio de los Salá interesado en el mejor vino verde de Filí para una boda, hábilmente interpretado por Luzio. En la capitanía del puerto fluvial les habían puesto trabas para acceder a los registros, pero un tal Gilas Mavrós se había acercado a ellos para proponerles negocios. Era un subalterno de Galikasis Orfos, cuestión de suerte, suponía Kaishun. Fuese como fuese, habían dado en el clavo. El plan de la Fortuna era sabotear el envío de vino de Orfos a los Reinstaar para que estos tuviesen que comprar a un amigo suyo. Difícilmente podría haber salido mejor. Habían averiguado que tenían alquilado un pequeño almacén cerca de allí, junto a la Plaza del Rey.
Mientras repasa mentalmente los hechos de la última hora, Kaishun reconoce unos soportales. Han llegado a la pequeña calle inclinada que termina en el embarcadero del Espectro de Azur, su alojamiento. La taberna de La Trucha está un poco más arriba, en unos soportales muy similares a esos. Una trucha de madera maltratada por el tiempo, casi sin ningún resto de su policromía original marca la entrada, una puerta abierta con una mirilla enrejada y un taburete en el que no hay ahora mismo ningún portero. Tras la puerta una escalera con los peldaños desgastados por los muchos pies que la han transitado bajan a los sótanos del edificio. La Trucha es más grande de lo que esperaban. Las antiguas bodegas situadas bajo tres edificios distintos se han unido en un laberinto de túneles, nichos y grandes salas abovedadas débilmente iluminadas por innumerables velas. El ambiente es húmedo y cargado, el galimatías de más de cincuenta conversaciones simultáneas se entremezcla con las distintas músicas que provienen de los pequeños escenarios que presiden cada una de las salas más grandes.
La propia Fortuna está allí, sentada a la mesa con Ezoitz, Zahir y Kara. También Jeff está allí. Kaishun sonríe, no esperaba verlo tan pronto, el imperial se había despedido de ellos por la mañana, buscando algún lugar donde pasar una semana o más mientras ellos podían seguir yendo y viniendo a su antojo entre la ciudad y su campamento. El grupo charla animadamente Jeff se pone de pie y pide a gritos más cerveza para los recién llegados mientras Zahir acerca un par de sillas sin ocupar de una mesa cercana.
-Como os decía -Jeff se inclina acercando su cara al centro de la mesa-, yo sí he visto a Chielde fuera del Nido.
La lengua del imperio suena brusca y potente pero tiene una cosa positiva, no parece haber demasiados curiosos que la entiendan en los sótanos de La Trucha. El grupo parece algo sorprendido por las palabras de Jeff. Zahir aún parece tratar de ordenar mentalmente las palabras oídas cuando Ezoitz se lo traduce al idioma parduense en voz baja.
-Pues es como ver un unicornio -responde Luzio mientras se sienta en una de las sillas-. Nadie parece haberlo visto fuera en casi tres meses.
La Fortuna asiente con cara inexpresiva, perdida en algún pensamiento que no quiere compartir. Cuando Kaishun se sienta le dirige una mirada cómplice y esboza una media sonrisa.
-Creo que la posibilidad de acabar con la Brawentcompine lo convenció para salir -su pronunciación del idioma de Wend parece aún más fluida que la de Jeff-. Es un buen aliciente, sin duda, son los que le han obligado a quedarse prisionero en ese barrio de mala muerte.
-¿Y si le hacemos creer que hemos acabado con los Valientes? -pregunta Kaishun, poco convencido, casi impulsado por el leve tono ascendente con el que la Fortuna ha terminado su frase sin dejar de mirarlo.
-El plan es eliminar a sus lugartenientes -aclara Jeff, acabando con el incómodo silencio que sigue a la pregunta del nauta-. Estábamos hablando de ellos cuando habéis llegado.
-Huderto Doscasas, Grac Fragnon y Sura Mtomba -enumera Kara.
-Doscasas es un asesino en serie, El Carnicero del Puerto del Este, como os dije esta mañana -se apresura a añadir Sardo tras dar un largo trago de las cervezas que acaban de traer- asesino de putas y putañeros por igual e incendiario con resultado de muerte, una joya.
Kaishun ya ha oído esa misma historia, aún con más detalle, de labios del cazarrecompensas esa misma mañana. Aún así no puede evitar retorcerse levemente en su asiento. Coge la jarra que tiene ante él pero la devuelve rápidamente a la mesa con un gesto de molestia. “Cerveza” -piensa- “, siempre cerveza. Cuando no es vino, aguardiente o licor de fruta.” La Fortuna lo está mirando, su sereno rostro representa una emoción que el nauta no alcanza a descifrar. Tiene los ojos clavados en él como si anticipase algo. ¿Quiere volver a ver un truco de magia? El plan de sabotear el vino parecía haber surgido cuando él había purificado una copa de dorado de Bento en las habitaciones de Isto. La voz de Luzio le saca de sus pensamientos, tanto Kaishun como la Fortuna abandonan ese espacio extradimensional que parecían estar creando y vuelven sobre la mesa.
-Fragnon es un jaque del barrio del puerto, bastante conocido, y con fama de haber poblado de cadáveres el río durante muchas noches. Ahora casi todos coinciden en que se ha reformado.
-Yo no sé nada de la historia de Mtomba -dice Ezoitz, casi un susuro, con tono de disculpa-. Llevo dos días siguiéndola sin que me vea. Es imponente, la gente parece tenerle miedo pero nunca la he llegado a ver pelear con nadie. Sólo con amenazar parece bastarle.
La conversación comienza a decaer cuando la cena llega a la mesa. Sopa de patata. Más sopa que patata en realidad, pero servida en el interior de un pan duro. Más comida para el hambriento, menos que limpiar para el tabernero. Todo ventajas. Kaishun mira alrededor de la mesa. Puede saberse mucho de la gente al verlos comer. Cuando aún ejercía, la cena era uno de los mejores momentos del día para diagnosticar a su tripulación.
Sardo, Kara y Jeff comen de manera parecida, no saborean, no mastican más de lo estrictamente necesario, no levantan la vista del plato. Comen con la manera metódica de quien ha acostumbrado el cuerpo a los disciplinados horarios de un campamento militar. Ezoitz y Zahir comen como si cada sabor les sorprendiese, tragando con una sonrisa. Zahir mancha bastante más la mesa y es mucho más expresivo en sus gestos de placer, pero ambos parecen disfrutar cada bocado. Luzio es fino, comedido, moja el pan y lo lleva a la boca sin desperdiciar ni una sola gota, sin mancharse siquiera el bigote bien recortado. Es muy consciente de sí mismo. Es casi como si fuese un aprendiz aventajado de algún tipo de baile artístico del que la Fortuna es la máxima institución. Verla comer es como ver a un intérprete de arpa tocando una melodía dulce, como ver a un tejedor de arthali ante su telar. Domina tanto el arte de comer que incluso se permite el lujo de sonreír hacia Kaishun. El nauta deja caer un trozo de pan en mitad de la sopa, salpicando mientras se sonroja y baja la mirada.
Zahir y Sardo ríen. Las bromas invaden la mesa mientras el nauta vuelve a un color de piel más normal. No es momento de seguir analizando. Entre bromas y comentarios despreocupados, terminan de cenar. Luzio informa de que va a echar un ojo en el almacén de Gilas Mavrós. Sardo se ofrece a acompañarlo para hacer de vigía y hábilmente aprovecha para hacer partícipe al grupo del plan que la Fortuna los ha encargado a los tres. Sardo parece tener un don para dirigirse al grupo, podría haber sido contramaestre en otra vida. El nauta se dirige a la barra más cercana a por otra ronda, que pida él parece ser la única manera de conseguir algo sin alcohol. A lo largo de esa ronda, Jeff y Kara también se despiden, quedando para el día siguiente con Zahir. La Fortuna se levanta ante el sonido de un coche de caballos y deja sobre la mesa dinero suficiente para un par de rondas más.
-Estaré en la casa de maese Fuegoscuro, en el Acero -dice al marcharse, posando la mano en el hombro de Kaishun-. Si necesitáis cualquier ayuda podéis encontrarme allí.
Zahir mira divertido al nauta. Trata de serenar su rostro, si el djebel se lo ha notado, no ha podido pasar desapercibido para Ezoitz. La turnalduna tiene una sonrisa pícara en los labios. Ambos se miran entre sí y a Kaishun varias veces, dándose golpecitos con los codos. Finalmente el nauta también sonríe con ellos, es absurdo tratar de ocultar lo que ya han visto. La Fortuna tiene algo. Algo que hace que Kaishun pierda la compostura ante cualquier mirada o ante el más leve roce. Es algo sutil, casi etéreo. Nada que ver con las directas insinuaciones de Ezoitz o con las fogosas interacciones de su juventud. Es difícil saber qué es. Pero es algo.
Un violinista bastante competente interpreta una giga acelerada. Es la hora adecuada para ello, piensa Kaishun. La gente ha comido y ha bebido, sobre todo bebido. Los parroquianos más decentes se han retirado y los que quedan no dudan en bailar. El nauta sonríe amargamente pensando en el alcohol. La ebria población de bailarines parecen encontrarse sobre la cubierta de un barco en mitad de una tormenta, inclinándose y zarandeándose al ritmo de la música. Surgen algunos conflictos entre ellos debidos a los choques de unos con otros. Algunos se pelean, otros se meten mano; algunos se caen al suelo. Pero la mayoría es capaz de bailar con cierto control de sus extremidades e incluso muchos se acercan a echar una moneda o dos a la funda del violín.
Zahir se balancea en la silla, con los hombros muy sueltos. “Demasiado tímido para levantarse a bailar” -piensa Kaishun- “, pero tiene más ritmo que cualquiera de esos borrachos”. Ezoitz mira a la multitud con atención. Parece haberse separado un par de palmos de la realidad, o quizá varias millas. Sus ojos se mueven rápidamente, como se mueven los de un soñador tras los párpados, inspeccionando el gentío. Kaishun hace un par de gestos a Zahir para atraer su atención. El djebel mira a la muchacha y se ríe. Ambos ríen. Ezoitz sigue ensimismada mirando el baile hasta que el violinista concluye su pieza. Haciendo caso omiso a las risas de sus compañeros de mesa, la joven se levanta y camina con decisión hacia la barra, perdiéndose entre el gentío. Poco después Ezoitz los dirige una mirada pícara mientras sale del local agarrada al brazo de un hombre vestido con brillantes ropajes rojos y marrones. No es elegante, sólo ostentoso. El hombre ni siquiera repara en ellos, absorto en los cuchicheos de la turnalduna.
Una leve sensación de molestia invade a Kaishun. ¿Celos? Se fuerza a rechazar la idea, Ezoitz sin duda se insinúa cada vez que se quedan solos, pero no es más que un juego. Y probablemente uno interesado. ¿O no? La diferencia de edad es demasiado notable como para que no lo sea, Kaishun le dobla la edad con un generoso margen. Ezoitz podría ser su hija. Podría ser su nieta si se hubiesen dado suficiente prisa.
-Pues parece que va a tener más suerte que nosotros -el fuerte acento de Zahir tratando de hablar en imperial le saca de sus pensamientos-. O al menos más que yo, si te vas a buscar la casa de Fuegoscuro.
-¿Sólo estás aprendiendo el idioma de Wend para tocarme la moral?
Zahir sonríe y apura su bebida.
-Yo me voy a acostar -dice mientras se levanta.
Ambos salen del local. La humedad es aún mayor en la calle. Apenas un centenar de pasos los separan del río y de su posada flotante. El Espectro de Azur aguarda a su llegada firmemente amarrado a sus mohosos postes. Ni siquiera visto de noche, con poca luz y medio escondido por la bruma del río pasaría por un bote decente, pero es el único sitio que han encontrado para dormir. Desde la media cubierta a la que llegan por la pasarela de embarque puede verse sin problemas la parroquia de San Iramel al otro lado del río de la Miel, el corazón del Nido, el galeón estrella de la flota de Derri Chielde. Las farolas de aceite de la plaza que se extiende al este de la parroquia contrastan con la oscuridad general del barrio, de toda la ribera sur. Ni la noche ni el invierno consiguen vaciar por completo la plaza. Mendicantes ante las puertas del templo, aguadores en el pilón de su centro, jaques apoyados en el murete cerca del canal. No hay rastro de Chielde ni de ninguno de sus lugartenientes.
La primera luz de la mañana despierta a Kaishun en su pequeño camarote de proa. Se levanta hábilmente, evitando la viga colocada justo sobre su cabeza con la práctica que sólo dan los años y se lava la cara en la minúscula jofaina que prácticamente se incrusta en una de las esquinas. Sólo falta un día para que de comienzo el torneo. El nauta hace un repaso rápido de sus planes para hoy, es el día de poner todo en orden. Quiere ir al campamento del torneo, sondear a los participantes y dejarse ver como sanador, sus servicios serán muy apreciados cuando comiencen las justas y los combates y si todo va bien constituirá su principal fuente de ingresos. También piensa comprar algunas hogazas de pan, tantas como pueda; repartirlas en el Nido podría ayudar a obtener información relevante para hacer salir a Chielde. Un guía de las tormentas no deja de ser un clérigo, uno que adora al cielo, al viento y a las estrellas, uno que guía las almas de la tripulación como el capitán guía el barco. Kaishun puede ejercer su papel en el Nido, entre los marginados y los desposeídos; podría incluso aunque no quisiera obtener información.
Mientras piensa que quizá sería mejor buscar a Luzio o a León, puede que a Ezoitz, para adentrarse en le Nido se acerca a Sardo. Zahir y Kara han salido ya de la habitación comunitaria que ocupa casi toda la bodega del bote. El viejo mercenario está aún dormitando en su hamaca, cansado de la noche anterior. Kaishun le ayuda a incorporarse y lo conduce amablemente hacia su camarote para que descanse más tranquilo.
-Anoche Luzio se ganó los galones -comenta en voz baja tras cruzar la puerta-, entró y salió en menos de dos minutos. Ya sabemos dónde guardan los barriles.
El nauta añade mentalmente una tarea más a su lista. Si quieren hacer el trabajo que les había propuesto la Fortuna deben actuar también hoy.
-Descansa, esta tarde vemos cómo enfocarlo.
La voz de Zahir resuena en el exterior, llamando a Kaishun. Parece alarmado y el nauta se apresura a salir a su encuentro. El djebel está ya subiendo a grandes zancadas por la pasarela cuando lo alcanza. Está pálido, descompuesto y resopla por la carrera que lo ha traído de vuelta al bote. Evita parecer demasiado preocupado ante el grupo de curiosos que ha salido a cubierta al oír sus gritos. Sus ojos no mienten, lo que ha visto lo ha dejado tocado. Recupera el resuello antes de hablar, pero ya está tirando de la manga de Kaishun de vuelta hacia la calle.
-Es el tipo que se fue con Ezoitz -consigue decir cuando se recupera lo suficiente como para volver a apretar el paso-. Lo ha visto Kara. Lo he reconocido.
-Respira. Te sigo.
-Lo he reconocido -insiste Zahir entre resoplidos-. Creo que está muerto.
Kara espera con la espalda apoyada en la entrada de un callejón cercano. Su cara muestra a partes iguales la preocupación por el descubrimiento y una mueca de salvaje desprecio que mantiene alejado a cualquier otro curioso. Por encima de ella el Nauta obtiene un primer vistazo del callejón, antes aún de que la enana se aparte a un lado para dejarlos pasar. Uno de los tantos sucios rincones de la ciudad, restos rotos y amontonados de cajas, montañas de basura tan altas como un perro; tarda un instante y reparar en el bulto cubierto por una manta. Zahir se agacha junto a él y descubre su cara. Un escalofrío recorre la espalda de Kaishun, el mismo hombre que había salido junto a Ezoitz de la taberna la noche anterior yace ante él, pálido y frío. Alza su mano hacia él y aparta el pelo de la cara del cadáver, la humedad de la mañana lo ha dejado pegado. Apenas tendría veinticinco años.
Un leve temblor invade a Kaishun. Podría haber pasado desapercibido para cualquiera menos versado en anatomía que él, pero el hombre aún conserva un débil pulso. El nauta cierra los ojos, trata de pensar en la humedad matutina, en el murmullo tenue y lejano del río. Trata de evocar el sonido del mar, del viento, de una tormenta. Debió hacerlo al despertar, antes era algo tan natural. Kaishun trata de espantar los pensamientos oscuros, han pasado tres años pero aún no puede hacer frente a su expulsión. El mar… Aprieta los ojos y vuelve a pensar en el río, el apestoso viento del callejón. El mismo viento que empuja velas en alta mar es el que arrastra ese pútrido olor. Finalmente consigue imbuirse de sus poderes de antaño. Abre los ojos. Zahir sigue a su lado, ha sido apenas un instante para él. El hombre empieza a recuperar algo de color en las mejillas.
-¿Cómo te llamas? -pregunta el nauta con la suave voz de quien acostumbra a tratar con enfermos.
El herido delira y balbucea.
-¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? -el tono de Kaishun no cambia pero aprieta levemente su hombro con una mano para tratar de atraer su atención.
-Drac…
Zahir se agacha junto a ellos y le descubre un poco más. El aire frío parece animarlo un poco.
-Te vas a poner bien -dice Kaishun- te voy a curar. ¿Quién eres? ¿Qué ha pasado?
-Draco. Draco Grifus -la tos le corta antes de poder seguir.
Cada palabra escurre desde sus labios como si fuese un fluido viscoso. Habla tan quedo que Zahir y Kaishun tienen que pegar sus caras a él. Casi tiene que dar un salto para evitar los coágulos de sangre que saltan entre sus toses.
-Me ha apuñalado -consigue decir al fin.
-¿Quién? -Zahir pregunta con un tono mucho más imperioso que el nauta.
-¿Quién te apuñaló, dónde? -Kaishun palpa a su paciente mientras pregunta- ¿dónde está la chica con la que ibas ayer?
-Kiswa…
-¿Kiswali? -pregunta Zahir.
Draco asiente con la cabeza mientras tose debílmente.
-¿Te apuñaló un kiswali? -trata de reconducir Kaishun- Intenta hablar.
-Una mujer -musita Draco-. Una mujer negra, fuerte.
-Mtomba -la voz de Zahir muestra tanta sorpresa como ira.
-¿Qué pasó con la chica que te acompañaba?
-No… -Draco mira a Kaishun mientras sus ojos se van volviendo más y más vidriosos- no lo sé. Se la...
El nauta agita un poco al herido. No puede parar de hablar ahora. No puede. ¿Qué ha sido de Ezoitz? El sudor frío precede a la conocida sensación. “No puedes proteger a nadie. Ezoitz confiaba en ti igual que lo hacía tu tripulación. Esto es lo que pasa cuando confían en ti.” Kaishun trata de recordar de nuevo el mar, el viento. Trata de tranquilizarse y alejar los pensamientos que lo persiguen desde que emprendió su vida en tierra seca. “Para” -cree oír- “, para. Esto no ayuda nada.” Recuerda el viento, siente el aire en el callejón. “No ayuda en nada, justo como tú. Deberían dar gracias de no haber muerto todos como tu anterior tripulación. Es una pena que haya muerto Ezoitz, pero mejor una que todos, ¿no?”. “Para…”
-¡Para! -la voz de Zahir se acerca tanto a un grito como puede sin atraer más curiosos hacia el callejón- Kaishun, para.
Kaishun aparta las manos del herido. Ha perdido por completo la conciencia de nuevo. Lo estaba zarandeando. Se mira, casi sin reconocer sus propias manos frente a su paciente. La herida, la marca del puñal de la noche anterior, se ha vuelto a abrir y la sangre fresca comienza a separar la camisa empapada de sangre seca de su carne.
-Ezoitz…
-Aún no sabemos nada -Zahir habla con un tono tranquilizador-. Tú encárgate de él. Kara y yo vamos a reunir a los demás y a avisarles. Vamos a encontrarla.
Kaishun asiente lentamente mientras el djebel se levanta. Ahora se alegra, piensa, de que Zahir haya aprendido suficiente de la lengua de Wend como para poder hablar con él sin intermediarios. Es un buen chico, preocupado por los demás. Es tranquilizador. Intenta sacar una sonrisa para despedirse de él.
-La vamos a encontrar -dice más para sí mismo que para su compañero mientras se vuelve hacia su paciente-. Y tú no te me vas a morir.
(continúa...)
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inspireeconomist · 11 months ago
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Hasta que llega el día, nadie sabe nada sobre el look que escogerá, pero días antes de esa la noche, la presentadora siempre desvela pistas por sus redes sociales.
Falta muy poquito para el día más importante de Cristina Pedroche. Desde hace unos cuantos años, la presentadora se ha convertido en la imagen de la Nochevieja. Todos los españoles estamos esperando durante un año ese día porque es cuando la colaboradora de 'Zapeando' muestra el vestido elegido para despedir el año. ¡Todo un espectáculo! Hasta que llega el día, nadie sabe nada sobre el look que escogerá la Pedroche pero días antes de esa gran noche, la de Vallecas va dando pistas por sus redes sociales. Estas Campanadas 2023-2024, Cristina Pedroche, como no podía ser de otra manera, repite junto a Alberto Chicote, y celebra su décimo año consecutivo al frente de esta programación tan especial. ¿Y cómo será el look con el que seguro vuelve a arrasar? Aún es un misterio pero la recién mamá ha dado la primera pista. La presentadora, tras las constantes preguntas de sus fieles seguidores de Instagram sobre el look, ha contestado. Mediante un collage de fotografías de todos los vestidos que ha lucido en las últimas Campanadas, la madrileña ha asegurado que este año llevará un color que nunca antes ha llevado. Si repasamos los colores, la presentadora ya ha lucido el blanco, plateado, dorado, rosa o negro, y algunos de ellos en repetidas ocasiones. Son muchos y cada vez más los que especulan sobre la temática del vestido de este 2023, y la maternidad es una de las grandes apuestas de los seguidores de Cristina Pedroche, ya que este año ha tenido su primera hija con Dabiz Muñoz
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diarioelpepazo · 1 year ago
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Shai y Holmgren invitan a soñar. La contracrónica de la jornada NBA: Oklahoma arrasa a Lakers, vuelven los 'Splash Brothers' en Golden State , Milwaukee cae en Chicago,.. JAVIER MOLERO Nueva jornada NBA llena de sorpresas en lo que parecía que sería una noche tranquila. Milwaukee cae en Chicago con una pésima imagen en la prórroga, Oklahoma pasa por encima de los Lakers, 45 puntos de Young para vencer a Wembanyama, Curry y Klay pueden con los Clippers.... repasamos lo más destacado. Los Thunder arrasan como si nada. Hasta siete jugadores, incluido el quinteto inicial, firmaron dobles dígitos en la abultada victoria de Oklahoma ante los Lakers (133-110). Liderados por un sensacional Shai, que terminó con 33 puntos y 7 rebotes, aprovecharon el cansancio de los de oro y púrpura, que jugaron la noche anterior. Holmgren hizo daño a la débil defensa angelina (18 puntos), mientras que Jalen Williams (21), fue letal en penetraciones. Giddey (14+8), Dort (12) y Cason Wallace y Isaiah Joe (10 cada uno), completaron un partido soberbio, un ejercicio de sinergia sensacional ante unos Lakers muy dependientes de Davis (31+14) y LeBron (21+12), que se volvió a comer una minutada (35). Los Warriors pisan el acelerador. En el gran duelo de la jornada, Golden State vence a los Clippers (120-114) en un sobresaliente ejercicio grupal que recuerda a los mejores tiempos en la Bahía. Siete jugadores en dobles dígitos, liderados por un sensacional Curry (26) y un persistente Klay (20). Por parte de los angelinos, Kawhi (26) y Harden (18) volvieron a ser los mejores en una noche más favorable para Westbrook (14+11+6), pero en la que se quedaron cortos en los momentos decisivos y mostraron las carencias que aún les faltan por pulir como grupo. Haliburton es una super estrella. El duelo anotador de la noche fue cortesía del base de los Pacers y Jimmy Butler en un partido sensacional, divertido, y donde el ataque eclipsó a la defensa y Miami apretó al final (142-132). Tyrese, que firmó 44 puntos (máximo de su carrera) y 10 asistencias, encaja a la perfección con lo que busca Carlisle en Indiana. Butler, por su parte, se fue hasta los 36, incluyendo un par de canastas ganadoras claves en el clutch. Sharpe, un oasis en el desierto. En medio de la vorágine de reconstrucción a marchas forzadas en Portland, Shaedon Sharpe se erige como el faro principal. El canadiense se fue hasta los 29 puntos en la sorprendente victoria en Cleveland (95-103). Mitchell, el mejor de los Cavaliers con 23. Trae Young puede con Wembanyama. El premio al anotador de la noche va para el base de los Hawks. 45 puntos frente a unos Spurs que se quedaron a las puertas de romper su mala racha (135-137). 13 derrotas consecutivas en San Antonio. Wembanyama terminó con 22 puntos, 12 rebotes y 4 tapones en otro sensacional partido. Brunson mantiene a flote a los Knicks. No es noticia que Nueva York dependa del acierto del base. Con la irregularidad de Randle y las dudas en las últimas semanas, el ex de Villanova ha vuelto a demostrar por qué es uno de los más decisivos de esta liga. 42 puntos en la victoria frente a los Pistons (118-112). Jalen Brunson, el líder de los KnicksSeth WenigAP Milwaukee decepciona en Chicago. Los Bucks no pueden con unos Bulls que dieron la campanada. En una prórroga para olvidar (7-14), los de Antetokounmpo no fueron capaces de vencer a uno de los equipos con peor dinámica de toda la NBA (120-113). Giannis se fue hasta los 26 puntos y 14 rebotes. Lillard terminó con 18. Middleton, otra vez horrible, firmó tan solo 9. Vucevic, el mejor de los locales con 29 puntos y 10 rebotes. Los Hornets asaltan Brooklyn. Sin LaMelo, en un mar de dudas y sin una hoja de ruta clara, Charlotte vence en Brooklyn en un final apasionante (128-129). En el regreso de Cam Thomas para los Nets (26 puntos), el protagonista fue un Terry Rozier que se fue hasta los 37 con 13 asistencias. Cavaliers 95 - 103 Blazers Nets 128 - 129 Hornets Heat 142 - 132 Pacers
Knicks 118 - 112 Pistons Bulls 120 - 113 Bucks Timberwolves 101 - 90 Jazz Thunder 133 - 110 Lakers Spurs 135 - 137 Hawks Warriors 120 - 113 Clippers Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo/Marca
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laflechanet · 1 year ago
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Didier Drogba es el gran protagonista de la final de la Liga de Campeones 2011/2012
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La Liga de Campeones es el principal torneo de clubes del Viejo Continente. Es seguida de cerca por aficionados de todos los rincones del planeta. Y apuestas deportivas online disponibles con 1xBet para todos sus partidos.
Chelsea y Bayern de Múnich se enfrentaron en el partido decisivo de la Liga de Campeones de la temporada 2011/2012. El partido se disputó en el campo de este último. Dada la mejor plantilla del Bayern, el apoyo de la grada local y la motivación, parecía que el resultado del choque estaba cantado. Sin embargo, el Chelsea consiguió dar la campanada. Por cierto, apuestas deportivas online disponibles con plataforma 1xBet para todos los partidos en los que participe este equipo.
Así, durante ese encuentro, el Chelsea perdió, pero poco antes del pitido final, los londinenses lograron resarcirse del esfuerzo de Didier Drogba. Luego el partido se fue a la prórroga, donde el Bayern no logró convertir un penalti. Y en la serie posterior al partido, Chelsea resultó ser más fuerte. Además, fue Drogba quien dio el golpe decisivo desde el “punto”. No en vano, fue reconocido como el mejor jugador del partido final.
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En cuanto a Drogba, aquel partido fue casi el punto álgido de su carrera. Didier tenía entonces 34 años y aquella fue su última temporada con los Blues. Sin embargo, más tarde, en la campaña 2014/2015, regresó al equipo por una temporada. Además, incluso ayudó al club a triunfar en la Premier League inglesa.
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Las principales cartas de triunfo del juego del atacante
En la final de la Liga de Campeones 2011/2012, Drogba fue el auténtico líder del club. En torno a él se construyó todo el juego de ataque del Chelsea. Es fácil seguir los éxitos del equipo incluso ahora en una casa de apuestas fiable. Atrévete a hacer apuestas en directo en 1xBet.com.mx/live. Aquí siempre se aceptan pronósticos.
Volviendo a Drogba, tuvo un último partido con clase gracias a:
Motivación. El jugador se dio cuenta de que era su última oportunidad de ganar la Liga de Campeones, así que dio el 100%.
Mucha experiencia. Ayudó al jugador a estar en el lugar correcto. Por ejemplo, en un saque de esquina, consiguió bloquear el centro de su compañero.
Confianza del cuerpo técnico. Roberto Di Matteo apostó por Drogba y no perdió. El propio delantero sintió el apoyo de un mentor, y eso le sirvió para dar uno de los mejores partidos de su carrera.
Así, la final de la Liga de Campeones 2011/2012 fue un momento de auténtico triunfo para Drogba y el Chelsea. Es fácil seguir al equipo incluso ahora en una casa de apuestas fiable. Por lo tanto, las apuestas en directo en el sitio 1xBet  serán apreciadas por todos. Aquí el conocimiento del jugador será apreciado.
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thisisksoo · 1 year ago
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Cuando el reloj marca las doce, y el sonido de las campanadas danza por la habitación, los manos de Kyungsoo se mueven con prisa sobre la mesa, como si quisieran rasgar el papel que reposa frente a sí (ese que está destinado a ser llenado por la tinta de aquel bolígrafo que entre sus dedos, se siente más como el timón de su vida, que como un simple trozo de plástico). ㅤㅤ   No ha dejado de pensar en los días que hace mucho se perdieron tras el ocaso, no ha parado de considerar las opciones que lentamente se han caído a pedazos, ahí, frente a sus ojos, como el espacio vacío del armario y la maleza que crece en el jardín, no muy dispuesta a darle tregua a lo que alguna vez fueron duraznos y flores. La vida pasa marchitando hasta el recuerdo más bello, hasta los esfuerzos más persistentes, tal y como lo hace siempre, tal y como lo ha hecho por los pasillos de ese hogar que ya no lo es más. De ese hogar, que quizá, nunca lo fue. ㅤㅤ   Kyungsoo se cuestiona si está haciendo lo correcto cuando la tinta mancha lo antes inmaculado de negro. Cuando el tiempo se detiene y sus pulmones se quedan sin aire por un instante, como reconociendo lo inevitable. Se pregunta si realmente las cosas deberían tener un sentido (como ha escuchado tendría que ser), o si es válido que como todo lo demás, se arroje el mismo a la entropía (justo de la manera en la que se encuentra haciéndolo ahora). ㅤㅤ   — Eso sería todo —percibe a pesar de sus cavilaciones, aún incluso, si hubiera querido omitir palabra alguna—, nosotros nos encargaremos de los siguientes pasos, puede disfrutar de su tiempo a solas. ㅤㅤ   Kyungsoo sonríe, desánimo oculto entre fingida felicidad se asoma por sus comisuras mientras observa el papel que ha firmado por última vez, nuevamente pensando en si ha hecho lo correcto, aunque sin tiempo ya de enmendarlo, en caso de que lo considere necesario. Se levanta sin prisas, creyendo que siente el peso de los hombros aligerarse, creyendo que cada paso se siente como si flotara en el aire, pero no sabiendo si es paz o vacío lo que se esparce por su pecho de esa manera tan acelerada. ㅤㅤ   Cuando llega hasta el jardín y comienza a arrancar por su cuenta, los vestigios de aquel fruto que nunca pudo ser algo más, Kyungsoo no puede evitar la mueca de dolor que le descompone el rostro, mucho menos, eludir esa primera lágrima que sólo sirve para darle la bienvenida a la oleada de emociones que desde hace meses ha luchado por ocultar de todos; incluso de sí mismo. ㅤㅤ   — Dicen que todo termina, cuando finalmente te dejas llevar —Kyungsoo escucha, estremeciéndose y rogando por no quebrarse rápidamente cuando el sonido de su voz invade una vez más sus oídos, como un recordatorio cruel de que lo vivido no puede ser borrado con tanta facilidad; de que una vez culminado el sueño, siempre existe espacio para continuar con la pesadilla. ㅤㅤ  — Aléjate de mí... —susurra envuelto por el terror y terminando por ahogar los sollozos con ayuda de sus manos, se protege como un niño pequeño al plegarse contra sus rodillas. Negándose a girar, y entregarle un poco más de su cordura a ese espectro que tendría que encontrarse enterrado en su memoria. ㅤㅤ  — Te seguiré a dónde quiera que vayas... Porque tú estás hecho de mí, y yo estoy hecho de ti.
           
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sitiomagico · 2 years ago
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Víspera de AÑO NUEVO ó NOCHEVIEJA La Nochevieja, Víspera de Año Nuevo, Año Viejo o fin de año, es la última noche del año en el calendario gregoriano, comprendiendo desde 31 de diciembre hasta el 1 de enero (Año Nuevo). Desde que se cambió al calendario gregoriano en el año 1582, se suele celebrar esta festividad, aunque ha ido evolucionando. Tradiciones en la víspera de Año Nuevo Son innumerables las tradiciones y las supersticiones que se manifiestan por todo el mundo en relación a esa noche. La música y los fuegos artificiales acompañan las fiestas y reuniones sociales, forma común de llevar a cabo la celebración. La costumbre más extendida es brindar con champán durante las 12 campanadas. En Venezuela es tradición comer las doce uvas. Igualmente, se conserva la tradición de usar prendas a estrenar con ropa interior de color amarillo para atraer la buena suerte, un dinero en la mano para la abundancia y también salir a la puerta de la casa o pasear por la urbanización con una maleta para augurar buenos viajes en el año nuevo. Todo esto, durante las doce campanadas que se suelen escuchar por radio o en las iglesias y justo antes de El cañonazo y el himno nacional. Al igual, se oyen las típicas canciones "El Año Viejo" de Crescencio Salcedo y popularizado por Tony Camargo, "Faltan cinco pa' las Doce" de Néstor Zavarce y "Año Nuevo" por la banda venezolana Billo's Caracas Boys, acompañadas por el poema de Andrés Eloy Blanco "Las Uvas del Tiempo". Todas en la popular Radio Rumbos segundos antes de las campanadas y los fuegos artificiales. Un brindis con champaña no puede faltar y algunos, con un anillo de oro dentro de la copa. También está la cena familiar en una mesa abundante de alimentos, las conocidas hallacas, ensalada de gallina, entre otras, así como salir a desear el "feliz año" a los amigos y vecinos, y entre los más jóvenes, luego de los rituales familiares, salir a bailar en discotecas. La llegada de "las 12" o el año nuevo, en Venezuela, principalmente en el centro del país, es llamada también "El Cañonazo". #visperadeañonuevo #newyearseve #felizaño #happynewyear #arziade https://www.instagram.com/p/Cm1UKhruPM9/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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salvador2nd1985 · 3 years ago
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La máscara de la muerte roja
Edgar Allan Poe
La “Muerte Roja” había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.
Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.
Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre.
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación.
Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces.
Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.
Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias.
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.
Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.
-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!
Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó éste a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible.
Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.
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losmuchachosdelaagenda · 3 years ago
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El reverso de los mapas
Sábados de súper ficción
El reverso de los mapas
“Detrás de la figura del amante y de la ciudad desconocida está, sin embargo, la misma promesa: volverse irreconocible, empezar de cero, renacer”.
18 de septiembre de 2021
por Luisina Gentile
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Salieron del cine a buscar un bar y tomaron hasta que el bar cerró, y siguieron recorriendo la ciudad en busca de bares que también cerraban, hasta que ya no sabían dónde estaban y esa fue la primera vez que estuvieron juntas. El amor o su evento —esa desfiguración de la causalidad— era la razón detrás de todas las copas y el resto poco importa. Si se trataba de tomar hasta perderse como la protagonista de esa película de Akerman, yo también había estado enamorada. O era algo de ese orden, más que el alcohol y menos que el amor, lo que me llevaba a Canadá. El amor es el reverso del mapa de una ciudad sobre el que las personas se desplazan. Las personas se mueven pensando que el amor está en otra parte; o se quedan pensando que lo encontrarán ahí. Detrás de la figura del amante y de la ciudad desconocida está, sin embargo, la misma promesa: volverse irreconocible, empezar de cero, renacer; el viejo truco de encontrar lo que no se perdió porque lo perdido cambia de forma en su ausencia y lo que se encuentra es otra cosa. Entonces hay que elegir. O es la ciudad o es el amor. Yo intuía que todo había sido un error que no quería confirmar en público, viendo desde la ventana del auto cómo los segundos se iban tragando los árboles pelados y los carteles que achicaban los kilómetros al aeropuerto. La música no pegaba con el paisaje —puertas cerradas sin llave, calles sin veredas, formas ridículas que la nieve le daba a todas las cosas con total capricho, una cantidad inmanejable de color blanco para la vista— y yo la elegía por eso. La música me permitía construirme una cápsula, erigir una barrera entre Karolina y yo para compartir el tiempo pero no el espacio. Después de una despedida que sólo sé que ocurrió porque de un momento a otro estaba sola en el área de salidas, sin sospechar que iba a largarme a sollozar, me prendí un cigarrillo. Un tipo enorme vestido con un mameluco rojo me invitó a cruzar la calle. En este sector no se puede fumar. Pero a las palabras se las lleva el viento, en cualquier idioma. El amor comparte uno a uno la ciudad en un sistema de medidas equivalentes cuando existe, y cuando ya no lo hace, se repliega sobre sí mismo y elimina el resto del paisaje. Terminé el cigarrillo, me largué a llorar. No fue la última vez que estuve en Calgary .
Problemas populares
 Espero el atardecer mientras los basureros se abren y se cierran, como campanadas de alguna iglesia. A lo lejos veo el Plotzensee, donde los nadadores sostienen la línea del horizonte con sus hombros. Sentada en este banco mi mundo interior se hace cada vez más grande y cada vez más intraducible. El pastizal crece y va rascando la pintura, apoderándose de las paredes. A veces pienso que ya me olvidé de cómo se habla con la gente, a veces pienso que creo en la telepatía, a veces pienso que creer en eso es una trampa de la ansiedad que en realidad es una enredadera que hay que estar podando y vigilando constantemente. Antes de los problemas con una segunda lengua, antes del español, hay un puente entre el adentro y el afuera, que me cuesta cruzar cada vez más. Me quedo sentada en una orilla o en la otra, mirando la costa muda, mientras el sol de Moabit se vuelve del color de los billetes de cincuenta euros.
Cuando todavía no había llegado a este barrio hablaba y hablaba, levantando palabras como los obreros levantan las construcciones. Ahora este mundo interior se expande como un inmenso patio descuidado o como una pampa que requiere un modo de producción extensivo pero donde a mí me faltan las herramientas para lograr una productividad que realmente dé dinero o algún modo de cambio para trocar  con el afuera.
A diferencia de Nueva York todo en Berlín es bastante parejo.  Los edificios no suelen tener más de cinco pisos, raramente hay un ascensor. Con la excepción de algunas torres cerca de Alexanderplatz, o algún que otro gran edificio gubernamental de los soviéticos, toda la ciudad es baja y se extiende horizontalmente. La semana que viene comienzo a trabajar. Probablemente intente salir de Moabit.
  I will always do what I say I am going to do
  Me anoté pensando que serían oficinas, pero al final se trataba de limpiar casas particulares. La segunda a la que fui era el departamento de un matrimonio con un hijo, cerca de Savigny Platz, una parte rica y elegante de la ciudad.  La dueña de la casa se llamaba Inga y me pareció que aún sentía algo de culpa por contratar a alguien para hacer la limpieza. Al resto de la familia la conocí por fotos. La primera vez, pasando la aspiradora por el cuarto matrimonial, pensé que llevaban una vida que yo no querría tener en un par de años. La temática de la decoración eran ellos mismos: nuestro casamiento, nuestros quince días de vacaciones por año, los recuerdos recientes de nuestro matrimonio, el paso del tiempo en nuestro hijo. Me sofocaba. En realidad, mi trabajo era limpiar sobre limpio pero no dejaba de tener la sensación de que todo estaba cubierto de polvo. Al lado de la cama, una guitarra colgada era exhibida como memoria de otra vida, pero ¿cuántos  años tendrían estas personas? En la cocina me espantaba una botella del detergente vestida con un delantal floreado. ¿Cómo llega una botella a ser vestida  con un delantal con flores, volados y encaje?
Yo no tenía nada personal en contra de nada específico de todo su mundo (¿o sí?) pero no me imaginaba siendo feliz llevando la vida que, al menos en mi imaginación, llevaban ellos. ¿Pero por qué? ¿Cuál era el principal problema en eso? ¿La heterosexualidad obligatoria, contratar a alguien para limpiar sobre limpio, la centralidad que socialmente se otorga a la pareja como principal sostén material y emocional? Quizás el principal problema no era nada de eso sino la decoración del lugar. ¿Y si hubiera tenido un poco más de onda, qué? ¿Estaría pensando lo mismo?
Igual yo pasaba el trapo y me reía maliciosamente, imaginando a Jannine teniendo una vida así dentro de poco tiempo. No era una venganza, porque imaginaba que ella misma la anhelaba, pero yo lo sentía así. Mi compañera de doctorado, reuniéndose a tomar el té con sus amigas, intercambiándose halagos pasajeros bastante truchos del tipo: “Qué lindo tenés el pelo hoy!” o “Qué linda tu camisa, where did you get it?”. En alguna ocasión Jannine comentó que le interesaba la teoría queer y yo hice una mueca de horror para mis adentros (ahora que lo pienso ahí no hay nada que reprochar: se nota que le gustaba la teoría queer y no the queerness that could be found everywhere around, even beyond theory, perhaps even more beyond queer theory itself. Maybe that 's the only queerness that matters). Nunca entendí qué le interesaba del arte más que la dimensión social del prestigio. ¿La juntada con las arpías contaba como eso?
Estaba sola en la casa. Antes de irme, abrí la heladera y comí algunas cosas sin dejar rastro y me aseguré de que todo tuviera la cantidad necesariamente abundante como para que no se notara que había un par de rodajas de menos. Me acordé de mi mamá diciendo se lo habrá comido la empleada. Me cambié la remera por una musculosa negra y me fui al Hambüger Bahnhof a ver una muestra de Adrian Piper: The probable truth registry.  La muestra era una especie de contrato social de tres cláusulas, suscrito por todos los visitantes que quisieran firmarlo.“I will always be too expensive to buy”, “I will always mean what I say” y “I will always do what I say I am going to do”. Había tres mostradores con recepcionistas, uno por cada cláusula, que entregaban el contrato a firmar. Firmé los tres con la seguridad de que sabía que en la tercera estaba mintiendo, pero me pareció que estaba relativamente bien, de esas tres, fallar en esa.
  Görlitzer Park
 Es viernes, pero bien podría ser cualquier otro día de sol en esta ciudad donde solo los turistas trabajan de nueve a cinco. En el medio del Görlitzer Park hay un cráter gigante, que lo parte al medio y la gente cruza la depresión despreocupada, que es como siempre luce la gente en los parques desde lejos. Otros entran y salen de los arbustos, abriéndose paso entre las ramas, viniendo de mear o de comprar porro. Los únicos que parecemos estar quietos somos los dealers y yo pero estamos todos en el parque por el sol, sacudiendo del cuerpo tantos días de lluvia como si fuésemos perros.
Con la vista fuera de foco pienso en Wittgenstein y en la idea de juventud. En 1916 se anotó en el ejército y pidió que lo mandasen a la posición que más lo enfrentara a la posibilidad de morir. Volvía todas las noches de la trinchera y escribía en su diario algo así como “hoy me dispararon, tuve miedo. Tengo ganas de vivir!” A Wittgenstein, la guerra no le importaba; quizás no tenía ni idea de por qué estaba sucediendo, en qué bando ni contra quien combatía. Las balas que casi lo matan eran las mismas que le metían las ganas de vivir en el cuerpo, como si las disparase alguna otra parte de sí mismo. Más bien era una guerra contra sí, usando la historia como excusa. Demasiado se habla de la ansiedad como un problema, pero vivir sin ella se parece a vivir en un cráter gigante. Sentirla se parece a sentirse valiente; a estar en el medio de los tiros, a ser el héroe de tu propia guerra. Era eso lo que Wittgenstein había descubierto.
Luisina Gentile
Luisina Gentile (Resistencia, Chaco, 1989). Vive y estudia en California, Estados Unidos. El valor de las monedas es su primer libro y acaba de ser publicado por Socios fundadores.
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lljustbecauseyesll · 3 years ago
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Hola bebé ☺️
Antes que nada, buenas noch.... Ah! Te creas! No, antes que nada Feliz cumpleaños!!! 🎉🎉🎉
Espero que te la pases lindo y que veas esto mientras todavía sea tu día... Te escribí un cuento, ese es mi regalo, al menos por ahora, espero que te guste, yo de verdad no siento que sea bueno escribiendo, pero aún así lo hice :D
Se llama: Aquel que tiene la voz
Sucedió durante la construcción de una carretera que atravesaba por las entrañas de una montaña. Con anterioridad se habían evaluado otras opciones, sin embargo, al final se optó por abrir camino a través de los escarpados y sólidos confines de aquél monte que separaba 2 ciudades que en las últimas décadas habían comenzado a prosperar y por las que el gobierno decidió aventurarse a conectar.
Fue entonces que más o menos a la mitad de las obras, durante la construcción de un segmento del túnel particularmente complicado de perforar por la naturaleza rocosa del terreno, en la médula misma de la montaña, los excavadores se toparon con lo que parecía ser una pared de granito sólido. Sobra decir lo inusual que parecía el haber encontrado una pared completamente lisa, uniforme y separada de todo el caos pétreo con el que se había estado peleando metros atrás; o que estuviera, según los cálculos, sepultada a 300 m del punto más cercano en la superficie y que aun así, por sus cualidades, pareciera que alguna fuerza la hubiera construido intencionalmente… el panorama era sin duda extraño, sin embargo, esas eran sólo el comienzo de las particularidades que convirtieron esta área en un evento imposible y que sin embargo… pasó.
Cuando el primer excavador se acercó y deslizó su mano por la roca fría y tersa, esta pareció silbar ligeramente, un spnido que, si no fuera por el espectral silencio que había en el túnel en ese momento, nadie habría escuchado. Luego al golpearla ligeramente con un martillo, el muro resonó como si fuera una campana, y más allá del sonido que emitía lo que extrañó más a todos los presentes es que todo parecía indicar que la estructura estaba hueca y la pared de granito no sería de hecho, tan gruesa como para tener que perforar con maquinaria, Así que, sin pensárselo mucho, aquel que había pasado su mano por la pared en un principio, arremetió con un marro pesado contra la roca, haciéndola sonar. 23 golpes como 23 campanadas fueron suficientes para abrir un agujero de unos 45 cm de diámetro por donde se alcanzaba a ver la oscuridad de un espacio vacío que parecía nunca haber sido perturbado con ninguna luz y que sin embargo, emanaba un aroma a flores frescas…
En ese momento se consideró detener todo y contactar con las instituciones geológicas y antropológicas correspondientes para que fueran a evaluar el posible hallazgo, sin embargo, casi como si el abismo los estuviera invitando a pasar, el agujero se comenzó a desmoronar hacia abajo, derivando en una suerte de entrada de unos 45 por 148 cm de altura, por donde los hombres, a pesar de la sofocante atmósfera de misterio, comenzaron a entrar.
Dentro parecía un espacio completamente diferente, ajeno al frío y polvoriento túnel que había llevado a los excavadores hasta ahí, el aire se sentía tibio y el olor a flores era aun más penetrante, pero no parecía que hubiera nada, hacia donde fuera que se dirigieran las linternas no se veía más que el suelo plano desvanecerse en la oscuridad, sin embargo, directo hacia el frente y enfocando todas las luces hacia el mismo lugar, parecía verse algo en medio de la penumbra. Con cautela, 2 de los hombres se acercaron a lo que parecía ser la única roca que sobresalía de la losa inmaculada de la cámara.
Al llegar hasta el monolito e inspeccionarla brevemente, uno de los hombres regresó con el resto del equipo y luego él y otro más salieron de regreso al túnel y volvieron a la superficie para avisar al resto de la obra.
La edificación del túnel fue suspendida indefinidamente y al lugar acudieron todo tipo de comboys de investigación, traídos de todas partes del mundo. El área fue clausurada y cercada por el ejercito y el acceso a la cámara fue restringido excepto para aquellos con el nivel más alto de autorización. Se tomaron muestras de la roca de hormigón que formaba la pared, del suelo y hasta del aire, pero sin lugar a dudas el mayor de los misterios era la lápida que se encontró exactamente en medio de la cámara. Una estela de aproximadamente 2 metros de alto y 1 m de ancho de algún tipo de roca que no era consonante con ninguno de los sustratos registrados hasta la fecha, por lo que no fue posible datar su antigüedad; tenía a lo largo y ancho de toda su superficie lo que parecían ser inscripciones en lo que luego de diversos análisis se determinó que eran todas las lenguas y formas de escritura conocidas por el hombre a lo largo del tiempo y a través de todos los continentes y culturas de las que se sabía y otras tantas más de las que aun no se tenía conocimiento, todas las inscripciones, en su propio idioma decían, presumiblemente lo mismo “Yo soy aquel que tiene la voz”
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rewritemx · 4 years ago
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( What are you doing New Year’s Eve? )
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Era difícil de olvidar cómo hubiera celebrado el fin de año de no haber sucedido tanto durante este, de no haber perdido con quién se hubiera reunido para tomar las uvas hasta que la última campanada hubiera dado las doce. Pero aunque era difícil, y seguramente imposible, tomar cantidades considerables de alcohol hacía más llevadero y seguramente olvidable aquella fecha... Además era gratuito por lo que no había tenido que costearlo (y eso era un plus dado que no disponía de muchos ahorros), razón de más para sostener aquella tercera copa. -¿Qué mejor manera para adentrarse en el año que estando un poco achispado? Que era el dulce momento de encontrar todo gracioso, de hecho se había estado riendo hacia nada de ya no recordaba qué, antes de decaer. -¿Quieres unirte a nosotros? Pero lo cierto es que ya la otra persona la había abandonado hacia un tiempo y ni se había dado cuenta cofcof.
-El único cuidado que debes de llevar es luego no acercarte al borde del barco. Que ante todo, la seguridad. Buscó en su muñeca pero no había traído reloj... El teléfono también lo había dejado olvidado no sabía dónde, por lo que... -¿Qué hora es? ¿Queda poco para las doce? Preguntó confundida y esperaba no haberse pasado de hora (aunque tampoco importara y notara una diferencia). -Rápido, rápido, pide un deseo para este nuevo año.
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cuadernodeliteratura · 4 years ago
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«El terremoto de Chile», Heinrich von Kleist
En Santiago, la capital del reino de Chile, en el preciso instante en que se registraba el terrible temblor de tierra del año 1647, que se cobró la vida de miles y miles de personas, un joven español llamado Jerónimo Rugera estaba a punto de ahorcarse de un pilar de la prisión donde le habían encerrado acusado de un crimen. Haría como un año que don Henrico Asterón, uno de los hombres más nobles y acaudalados de la ciudad, le había expulsado de su casa, donde Jerónimo había entrado a trabajar como preceptor, al enterarse del tierno romance que mantenía con su única hija, doña Josefa. Tras amonestar con firmeza a la muchacha, y llevado por un malicioso celo, el orgulloso hermano puso al anciano caballero sobre la pista de un billete en el que los amantes concertaban una cita secreta; aquello indignó de tal modo al padre que decidió recluir a la joven en el monasterio de las carmelitas de Nuestra Señora del Monte. Una feliz coincidencia facilitó una salida a Jerónimo, que no sólo encontró el modo de continuar su relación, sino que además colmó sus últimas esperanzas en una noche callada en el jardín del propio convento. En la festividad del Corpus Christi, acababa de dar comienzo la solemne procesión de las monjas, seguidas por las novicias, cuando, al tañido de las campanas, la desdichada Josefa se desplomó sobre la escalinata de la catedral por los dolores del parto. Este incidente provocó un escándalo formidable; prendieron a la joven pecadora y, sin ninguna consideración por su estado, la mandaron directamente a la prisión. Apenas se había repuesto del parto, cuando, por orden del arzobispo, fue sometida a un implacable proceso. Los comentarios que se oyeron en la ciudad sobre este caso fueron de tal calibre y tan infames las calumnias que vertieron las afiladas lenguas del populacho sobre el convento de las carmelitas, que nada pudo aplacar el rigor con el que la ley eclesiástica cayó sobre la muchacha, ni la intercesión de la familia Asterón ni las recomendaciones de la propia abadesa, que había cogido cariño a la novicia por su intachable comportamiento. La condenaron a morir quemada, sentencia que levantó una gran indignación tanto entre las doncellas como entre las madres de Santiago, y que más tarde el virrey conmutó por la decapitación. No se pudo hacer más por ella. Las ventanas y balcones de las calles por las que había de pasar la comitiva hacia el cadalso se alquilaban y hasta se levantaron los tejados de las casas para que las piadosas hijas de la ciudad pudieran invitar a sus amigas a asistir en fraternal compañía al espectáculo con que la justicia divina vengaría aquella afrenta. Jerónimo, recluido a su vez en una prisión, estuvo a punto de perder el juicio al enterarse del espantoso giro que habían tomado los acontecimientos. En vano pensó en una forma de salvar a su amada. Donde quiera que le llevaran las alas de sus pensamientos más audaces, chocaba con cerrojos y muros. Trató de escapar limando los barrotes de su celda, pero fue descubierto y se le recluyó en un calabozo aún peor. Se arrojó a los pies de la imagen de la Santa Madre de Dios y le rezó con infinito fervor, pensando que sólo ella podía procurarle la salvación. Llegó el fatídico día y, consciente de que la situación era irrevocable, le embargó una profunda desolación. Al oír las campanadas que acompañaban al cadalso a Josefa, la angustia se apoderó de su alma. La vida se le antojó insoportable y decidió darse muerte colgándose de una soga que la casualidad había puesto en sus manos.
Como ya se ha dicho, en el preciso momento en que sujetaba a un pilar de la pared la soga que había de arrancarle de este valle de lágrimas, pasándola por una argolla de hierro que sobresalía de la cornisa, más de media ciudad se hundía de repente con un terrible estrépito, como si el firmamento entero acabara de desplomarse sobre ella, y todo lo que alentaba vida quedó enterrado bajo sus escombros. Petrificado de espanto y muy abatido, Jerónimo Rugera se agarró al pilar en el que poco antes buscaba la muerte para no caer. El suelo se estremeció bajo sus pies, todas las paredes de la prisión se resquebrajaron, el edificio entero se inclinó para desplomarse sobre la calle; sólo la caída de la casa de enfrente, con la que topó cuando estaba a punto de derrumbarse, evitó que quedara reducido a escombros. La casualidad quiso que entre ambas moles quedara un hueco. Temblando, con el cabello erizado y las rodillas vacilantes, Jerónimo se arrastró por el suelo buscando la abertura que la colisión de las dos construcciones había dejado en la pared delantera de la prisión. Una vez fuera, se produjo un segundo temblor que hundió la calle, dejándola completamente devastada. Sin saber qué hacer para salvarse de lo que parecía una muerte segura, se puso a correr y a saltar por encima de escombros y vigas, mientras la destrucción se cernía sobre él a cada paso que daba. Al final consiguió llegar a la puerta más cercana de la ciudad. Allí se desplomó otra casa. Los cascotes salieron volando en todas las direcciones y él se vio obligado a buscar refugio en una calle lateral, donde las llamas lamían ya los aleros de los tejados, destellando en medio de nubes de humo; Jerónimo huyó espantado a otro callejón, donde se topó con el río Mapocho, que se había desbordado, y cuyas aguas le arrastraron a una tercera calle. Allí encontró montones de víctimas; bajo los cascotes gemían algunas voces, otras gritaban desde los tejados en llamas, hombres y animales luchaban para no ser arrastrados por las aguas, algún valiente se esforzaba por salvarlos, otro, pálido como la muerte, alzaba las manos temblorosas hacia el cielo, mudo de espanto. Jerónimo consiguió salir de allí y ascendió a una colina que se elevaba a las puertas de la ciudad, donde quedó tendido en el suelo sin sentido. Habría pasado un cuarto de hora, en el que estuvo completamente inconsciente, cuando despertó y trató de incorporarse, con la espalda vuelta hacia la ciudad. Se palpó la frente y el pecho para cerciorarse de que no estaba herido. Cuando sintió de nuevo el viento del oeste que soplaba desde el mar le invadió una indescriptible sensación de bienestar, como si le insuflara vida. Recorrió con la mirada la floreciente comarca de Santiago, fijándose en todos los detalles. Vio gente por todas partes, y, al advertir la confusión reinante, le dio un vuelco el corazón; por unos instantes no entendió qué hacían allí y por qué él se hallaba en la montaña; sólo cuando se volvió y divisó la ciudad derruida, recordó la terrible experiencia que acababa de vivir. Postrado en tierra, tocando el suelo con la frente, dio gracias a Dios por su milagrosa salvación; se sentía profundamente conmovido; nuevas emociones borraban de su ánimo la tristeza y el dolor, y lloró de gozo por poder seguir disfrutando de la dulzura de la vida, llena de fuerza y color. De pronto, al ver el anillo que aún llevaba en el dedo, se acordó de Josefa, así como de su prisión y de las campanadas que había oído momentos antes de que el mundo se viniese abajo. De nuevo le embargó una profunda melancolía y empezó a arrepentirse de la oración que acababa de elevar a aquel ser terrible que reinaba por encima de las nubes. Se mezcló con la gente que intentaba poner a salvo sus pertenencias y salía a toda prisa por las puertas de la ciudad; y se atrevió a preguntar tímidamente por la hija de Asterón, pero nadie pudo darle razón de la joven ni aclararle si se la había ajusticiado. Pasó una mujer encorvada arrastrando una descomunal carga de enseres y dos niños agarrados a su falda que le dijo a Jerónimo, como si hubiera sido testigo presencial del hecho, que la joven novicia había sido decapitada. Jerónimo dio media vuelta. Considerando los minutos que habían transcurrido desde que oyera las campanas y el terremoto, tampoco a él le cabía ninguna duda de que la sentencia se hubiera cumplido; de ese modo, se refugió en un bosque solitario para entregarse por entero a su dolor, deseando que la fuerza destructora de la naturaleza se abatiera de nuevo sobre él. No comprendía por qué había escapado a la muerte, cuando ésta era la única salida a su pesadumbre, una solución que se le aparecía en cada esquina para redimirle. Se prometió a sí mismo que, aunque los robles se arrancaran de raíz y su copa se desplomase sobre él, no volvería a vacilar y se mantendría firme. Luego, conteniendo el llanto, descubrió entre ardientes lágrimas que la esperanza se abría paso en su pecho, así que se levantó y vagó sin rumbo por el campo. Recorrió la cumbre de la colina a la que seguía llegando gente de todas partes en busca de refugio. Jerónimo se abrió paso entre aquella marea humana agitada y bulliciosa. De vez en cuando, el vestido de alguna mujer ondeaba con el viento, y él se precipitaba con pasos temblorosos hacia el lugar donde le parecía haberla visto, pero nunca encontraba a la amada hija de Asterón. El sol se ocultó tras las montañas, y con él, se desvaneció su esperanza. Llegó al borde de una roca. Ante su vista se abría un amplio valle en el que no había demasiadas personas. Fue recorriendo de uno en uno los grupos que habían acampado allí, sin saber muy bien cómo debía actuar, y estaba a punto de volver sobre sus pasos cuando de pronto, junto a una fuente que recorría la garganta de un extremo al otro, acertó a divisar a una joven bañando a un niño. Su corazón se estremeció de alegría. Llegó hasta ella saltando por las piedras, con renovadas esperanzas. ¡Santa Madre de Dios! Al oír sus pasos, la mujer había vuelto la vista tímidamente, y él pudo reconocer a Josefa. ¡Con cuánto gozo se abrazaron aquellos desdichados a los que un milagro del cielo había concedido la salvación! Josefa se encaminaba a la muerte y ya estaba muy cerca del lugar donde iba a celebrarse la ejecución cuando uno de los edificios se había desplomado con un gran estruendo dispersando a la comitiva que la conducía al patíbulo. Llena de espanto, había dirigido sus pasos a la puerta más próxima; entonces había cobrado conciencia de la situación y se había encaminado precipitadamente hacia el convento, donde estaba su pequeño, que probablemente habría quedado desamparado. Había encontrado el claustro envuelto en llamas. La abadesa, que creía vivir sus últimos momentos, gritaba desesperada en el umbral pidiendo socorro para salvar al niño. Desafiando el denso humo que salía a su encuentro, Josefa había entrado en el edificio que ya se caía a pedazos y, como si todos los ángeles hubieran descendido del cielo para ampararla, al poco rato había salido por el pórtico ilesa y con su hijo en los brazos. Iba a echarse en los de la superiora del convento, que se llevaba las manos a la cabeza al advertir lo ocurrido, cuando ésta, y con ella casi todas sus monjas, desapareció sepultada por un derrumbamiento que, sin previo aviso, acabó con la fachada del edificio. Josefa se apartó temblando de aquella espantosa escena, se concedió el tiempo justo para cerrar los ojos a la abadesa y luego salió huyendo aterrorizada para arrancar a su amado hijo de las garras de la muerte, ahora que el cielo se lo había devuelto. No había dado más que unos pocos pasos cuando se encontró con el cadáver del arzobispo, que acababan de sacar de entre los escombros de la catedral y estaba destrozado. El palacio del virrey se había hundido, la corte de justicia en la que se había pronunciado la sentencia contra ella estaba en llamas y en el lugar que antes había ocupado la casa de su padre había aparecido un lago, que hervía lanzando al aire vapores rojizos. Josefa tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para seguir adelante. Caminó valientemente de calle en calle, sobreponiéndose como podía a la pena que anidaba en su pecho, y cuando estaba cerca de la puerta de la ciudad, vio reducida a escombros la prisión en la que Jerónimo había suspirado cautivo. Su ánimo vaciló y estuvo a punto de perder el sentido, pero, en ese instante, el edificio que tenía a su espalda, completamente deshecho por el terremoto, acabó de desplomarse obligándola a levantarse de nuevo; el miedo le insufló nuevas energías; besó al niño, se enjugó las lágrimas y, sin pararse a mirar el horror que la rodeaba, alcanzó la puerta de la ciudad. Una vez fuera, dio por sentado que quienes se encontraban dentro de aquellos edificios en el momento del terremoto habrían perecido por fuerza aplastados bajo los escombros. Llegó a un cruce de caminos y se detuvo. Aguardó un rato con la esperanza de ver aparecer a la persona que más amaba en el mundo, después del pequeño Felipe; pero, al darse cuenta de que no llegaba y de que el tumulto iba creciendo, decidió seguir su camino. Aún se detuvo una vez más para echar una última mirada a la ciudad, luego, derramando abundantes lágrimas, se internó en aquel oscuro valle, al que daban sombra las coníferas, para rezar por el alma de su amado, sin imaginarse que sería allí donde iba a encontrarle y que su felicidad convertiría aquel paraje en un auténtico Edén. Esto fue lo que relató a Jerónimo llena de emoción. Luego le tendió al niño para que le besara. Jerónimo tomó a su hijo y le acarició con indescriptible alegría. El niño, al ver ante sí el rostro de un desconocido, se puso a llorar, pero su padre se las arregló para tranquilizarle, cerrando su boquita con mimos. Aquella hermosísima noche, llena de destellos plateados, tan serena como sólo un poeta podría soñarla, extendió alrededor de la pareja un aroma de una dulzura prodigiosa. La gente llegaba de todas partes y se reunía en grupos a las orillas del manantial, cuyas aguas atravesaban el valle, iluminadas por el resplandor de la luz de la luna; allí preparaban blandos lechos de musgo y hojas para descansar de las fatigas de aquel aciago día. Los desdichados seguían quejándose por todo lo que habían perdido: éste, su casa; aquél, a su mujer y a su hijo; otro, todo en absoluto; así que Jerónimo y Josefa se internaron en lo más espeso de la floresta para no ofender a nadie con el secreto alborozo que sentían en el fondo de su alma. Encontraron un espléndido granado, cuyas ramas, llenas de aromáticos frutos, se extendían generosamente, y cuya copa albergaba a un ruiseñor que, con voz aflautada, entonaba una voluptuosa canción de amor. Jerónimo se echó a descansar junto al tronco; Josefa, en su regazo, y Felipe, en el de ella; y el primero cubrió a los tres con su capa. Recortándose contra la vaga luz del amanecer, la sombra del árbol se deslizó sobre ellos; la luna palideció ante la aurora y ellos saludaron el nuevo día sin haber pegado ojo en toda la noche, pues tenían infinidad de cosas sobre las que hablar: el jardín del convento, sus prisiones, lo que habían sufrido el uno por el otro, y se emocionaban al pensar la inmensa tragedia que había tenido que abatirse sobre el mundo para que ellos fueran felices. Decidieron que, en cuanto los temblores de tierra hubieran cesado, se marcharían a La Concepción, donde Josefa tenía una amiga de confianza; contaba con que ella les prestase algún dinero para comprar un pasaje y embarcar desde allí para España, donde residían unos familiares de Jerónimo por parte de madre. Allí vivirían felices hasta el fin de sus días. Con esta esperanza, entre incontables besos, se quedaron dormidos.
Cuando despertaron, el sol ya estaba en lo alto del cielo, y se dieron cuenta de que cerca de ellos había varias familias alrededor de un fuego ocupadas en preparar un pequeño desayuno. También Jerónimo empezó a pensar cómo haría para procurar alimento a los suyos. En ese momento, un joven bien vestido se acercó a Josefa con un niño pequeño en los brazos y le preguntó humildemente si no podría poner a su pecho a aquel pobre infeliz, aunque sólo fuera un rato, pues su madre yacía herida bajo los árboles. Josefa se quedó un poco confundida cuando reconoció al hombre, pero él, interpretando equivocadamente su confusión, siguió diciendo:
—No será más que un instante, doña Josefa. Tenga en cuenta que este niño no ha probado nada desde aquella hora que selló nuestra desgracia.
—Callaba… por otros motivos, don Fernando —replicó ella—. En estos terribles momentos nadie se niega a compartir lo poco que pueda tener.
Tomó a aquel pequeño, al que no conocía, y se puso a darle de mamar, dejando a su hijo con Jerónimo. Don Fernando se mostró muy agradecido por este favor, y les preguntó si no querrían unirse con él al resto del grupo, pues habían hecho un fuego y estaban a punto de preparar un pequeño desayuno. Josefa respondió que aceptaba gustosa el ofrecimiento y le siguió. Tampoco Jerónimo tuvo nada que objetar. Fueron hasta donde estaba su familia. Las cuñadas de don Fernando, damas jóvenes y dignas de todo respeto, les recibieron con sumo cariño y amabilidad. Doña Elvira, la esposa de don Fernando, yacía en el suelo con graves heridas en los pies. Cuando vio a su maltrecho bebé en el pecho de Josefa, se abrazó a ella agradecida. También don Pedro, su suegro, que estaba herido en el hombro, asintió con la cabeza afectuosamente. En el alma de Jerónimo y de Josefa se agitaban los pensamientos más insólitos. Al ver la confianza y la cordialidad con la que los trataban, no sabían qué pensar de lo que les había ocurrido en el pasado: el patíbulo, la prisión, las campanas…, ahora todo aquello les parecía una pesadilla. Era como si aquella terrible sacudida, que había estremecido hasta los cimientos de su alma, hubiera servido para que la gente se reconciliase con sus semejantes. Cuando se ponían a recordar, no lograban remontarse más allá del terremoto. La mañana anterior, una amiga había invitado a doña Elisabeth a su casa para presenciar el espectáculo que había tenido en vilo al pueblo en los últimos tiempos, pero ella no había aceptado la invitación. De vez en cuando dirigía su mirada a Josefa y se perdía en ensoñaciones, pero entonces llegaban noticias sobre cualquier nueva desgracia que la devolvían al terrible presente del que su alma acababa de escapar. Según decía, después del primer gran temblor muchas mujeres se habían puesto de parto y daban a luz a la vista de todo el mundo; los monjes recorrían las calles con el crucifijo en la mano gritando que había llegado el fin del mundo; cuando unos guardias exigieron el desalojo de un iglesia por orden del virrey, los de dentro les respondieron que en Chile ya no había virrey; de hecho, en los momentos más críticos, la autoridad había tenido que levantar cadalsos para poner freno al bandidaje; un inocente que trató de salvarse atravesando una casa en llamas y saltando por la parte de atrás, había sido atrapado por el propietario de la misma que, sin pensárselo dos veces, lo denunció, de modo que el infeliz fue ahorcado. Doña Elvira, a quien Josefa curaba las heridas, había aprovechado aquellos tortuosos relatos, a cuál más trágico, para preguntarle cómo había vivido ella aquel terrible día. Con el corazón en un puño, la joven refirió a grandes rasgos su historia. Al acabar, observó complacida que las lágrimas brotaban de los ojos de la dama. Doña Elvira le tomó la mano, la estrechó entre las suyas y le hizo un guiño para que no siguiera hablando. Josefa se sentía en la gloria. Por extraño que parezca, no podía dejar de pensar que el día anterior, con todas sus miserias, había sido una bendición, la mayor que el cielo hubiera derramado sobre ella. Ciertamente, en estos momentos de tribulación, cuando los bienes materiales que codician los hombres se habían desmoronado y hasta la naturaleza estaba a punto de quedar sepultada, el espíritu humano parecía abrirse como una hermosa flor. Hasta donde alcanzaba la vista, los campos estaban atestados de gente de toda clase y condición, mezclados entre sí: príncipes y mendigos, damas y campesinas, funcionarios y jornaleros, monjes y monjas, se compadecían unos de otros, se prestaban ayuda, compartían con alegría lo poco que habían salvado para su sustento, como si la desgracia que se había abatido sobre la población hubiera convertido a quienes habían escapado de ella en una familia. En lugar de las conversaciones vacías, de los temas triviales que solían tratarse a la hora del té, cobraba protagonismo la conducta ejemplar de hombres que hasta entonces habían pasado desapercibidos para la sociedad y, sin embargo, en esos instantes decisivos habían demostrado una altura gigantesca equiparable a la grandeza de los héroes clásicos de la antigua Roma y habían dado mil pruebas de valor, de abnegación, de sacrificio sobrehumano, despreciando el peligro alegremente y jugándose la vida, sin pensarlo dos veces, como si fuera el bien más insignificante y se pudiera recuperar en cualquier momento. No había nadie que aquel día no hubiera presenciado alguna escena conmovedora o que no hubiese realizado algo grandioso sacando fuerzas de flaqueza; por todo ello, el dolor que hombres y mujeres sentían en su pecho se mezclaba con una dulce alegría, y así, entrando en cuentas con uno mismo, era imposible determinar si la suma de lo que habían perdido y el bienestar al que habían tenido que renunciar no se compensaba con la bondad que ahora atesoraban. Llevaban un buen rato en silencio, dando vueltas a estas ideas en su cabeza, cuando Jerónimo tomó a Josefa del brazo con inefable júbilo y la invitó a dar un paseo por el bosque de granados, disfrutando de la sombra de los árboles. Después de ver el ánimo de la gente y el vuelco que había dado la situación, se había replanteado su proyecto de embarcarse para Europa. Tal vez no mereciera la pena. Iría a postrarse a los pies del virrey, en caso de que siguiera vivo, y suplicaría clemencia, pues siempre se había mostrado favorable a su causa. Mientras besaba a su amada, Jerónimo confesó que aún tenía esperanzas de quedarse a vivir con ella en Chile. Josefa admitió que a ella también se le habían pasado por la cabeza los mismos pensamientos y que tampoco dudaría en acudir a su padre, en el caso de que hubiera sobrevivido, para reconciliarse con él; ahora bien, en lugar de ir a postrarse a los pies del virrey, ella veía más prudente trasladarse a La Concepción y solicitar desde allí el indulto, pues, de esta manera, si no les concedían esa gracia estarían al lado del puerto; si por el contrario el asunto tenía el desenlace deseado, siempre podrían regresar a Santiago. Después de pensarlo un momento, Jerónimo aprobó la prudencia de su amada y convino en actuar según sus planes. Continuaron su paseo imaginando la felicidad que les depararía el futuro y, al cabo de un rato, volvieron con los demás.
Ya había caído la tarde, y los ánimos de quienes deambulaban por la colina buscando refugio se iban calmando al ver que los temblores de tierra remitían, cuando se extendió la noticia de que en la iglesia de los dominicos, la única que el terremoto había respetado, se iba a celebrar una misa solemne oficiada por el prelado del convento en persona para implorar al cielo su protección frente a nuevas desgracias. La gente se puso en marcha y acudió en tromba a la ciudad. Todos se apresuraban a regresar para asistir a la ceremonia. Don Fernando y los suyos también se plantearon unirse a los demás. Doña Elisabeth se quedó pensativa y, al recordar la desgracia que había ocurrido el día anterior en la iglesia, se dijo que a buen seguro ésa no sería la única misa de acción de gracias que se celebraría y que, cuando el peligro hubiera pasado definitivamente, podrían entregarse a la oración con todo el fervor, la tranquilidad y la alegría necesarios. Josefa se levantó inmediatamente y manifestó con entusiasmo que jamás había sentido un deseo tan vivo de ir a postrarse ante el Creador como ahora, cuando había mostrado su poder de una forma tan incomprensible y a la vez tan sublime. Doña Elvira respaldó resueltamente la opinión de Josefa. Insistió en que había que acudir a esa misa y suplicó a don Fernando que fuera él quien guiara al grupo. Cuando terminó de hablar, todos, incluso doña Elisabeth, se pusieron en pie. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que ésta no se sentía a gusto: mientras realizaba los pequeños preparativos para la partida, tenía el pecho agitado y la mirada perdida y llena de dudas. Cuando le preguntaron qué le ocurría, respondió que, por algún motivo, tenía la sensación de que algo malo iba a pasar. Doña Elvira la tranquilizó y le propuso que se quedara allí con ella y con su padre enfermo. Entonces Josefa dijo:
—Si es así, doña Elisabeth, no le importará quedarse con este amor de niño que tiene, pues, como ve usted, no se ha despegado de mi lado.
—Con mucho gusto —respondió doña Elisabeth e hizo ademán de cogerle.
Sin embargo, el pequeño empezó a gemir lastimeramente quejándose de la injusticia que se le hacía y que de ninguna manera estaba dispuesto a consentir. Viendo lo que pasaba, Josefa anunció sonriendo que se lo llevaría con ella a la ciudad. Volvió a cogerlo en sus brazos y procuró tranquilizarle con un beso. Don Fernando, gratamente sorprendido por la nobleza y la generosidad con la que se comportaba, le ofreció el brazo. Jerónimo, que llevaba al pequeño Felipe, hizo lo propio con doña Constanza.
Los demás miembros de la familia los siguieron y en este orden la comitiva echó a andar hacia la ciudad. Apenas habían dado cincuenta pasos, cuando se oyó gritar a doña Elisabeth, que había mantenido una conversación privada con doña Elvira en la que se había expresado con mucha vehemencia:
—¡Don Fernando! —exclamó, mientras se aproximaba a la comitiva con paso presuroso e inquieto.
Don Fernando se detuvo, se dio la vuelta y, sin soltar a Josefa, preguntó qué deseaba. Ella no respondió; al contrario, se quedó a cierta distancia como si esperase que él saliera a su encuentro. Al ver que no era así, decidió acercarse a él algo contrariada y masculló unas palabras a su oído de forma que Josefa no pudiera oírlas.
—¿Y bien? —preguntó don Fernando.
—Me preocupa que ocurra una desgracia.
Doña Elisabeth, visiblemente afectada, volvió a susurrarle unas palabras al oído. Don Fernando se mostró muy contrariado y enrojeció. Respondió que todo iba a salir bien y que lo importante era que doña Elvira se tranquilizase. Luego siguió adelante con su dama del brazo. Cuando llegaron a la iglesia de los dominicos, ya se oía la suntuosa música del órgano, y una muchedumbre inmensa se agitaba en el interior del templo. La multitud llegaba más allá del pórtico y ocupaba todo el atrio de la iglesia. Los chiquillos se encaramaban a los muros, agarrándose incluso de los marcos de las pinturas, con las gorras en la mano, y observaban expectantes todo lo que sucedía a su alrededor. Las lámparas de cristal irradiaban su luz sobre los fieles, a medida que avanzaba el crepúsculo los pilares proyectaban misteriosas sombras, el gran rosetón ardía al fondo de la iglesia con sus cristales de colores como el sol de la tarde que lo iluminaba. Cuando el órgano calló, un silencio sepulcral se impuso en toda la asamblea, como si el corazón de todos los presentes hubiera dejado de latir. En ninguna catedral de la cristiandad se había elevado hacia el cielo tal llama de fervor como aquel día en la catedral de los dominicos de Santiago, y ningún ser humano sintió jamás tanto ardor como el que albergaban Jerónimo y Josefa en su pecho. La solemnidad comenzó con un sermón, que pronunció desde el púlpito uno de los canónigos más ancianos, vestido con ornamentos de gala. Empezó levantando hacia el cielo sus manos temblorosas, orladas por las amplias mangas de la sobrepelliz, y alabó, bendijo y dio gracias a Dios por que todavía hubiera hombres en esta parte del mundo reducida a escombros capaces de elevar una plegaria con voz balbuciente. Interpretó lo que había ocurrido como una señal del Todopoderoso. El Juicio Final no sería peor que lo que habían vivido. Luego, señalando una grieta que se había abierto en la catedral, aseguró que, pese a todo, el terremoto del día anterior no era más que un pálido anuncio de lo que podría llegar a ocurrir. Al oír aquello, un escalofrío recorrió la asamblea. A partir de ese momento el anciano canónigo dio rienda suelta a su elocuencia sacerdotal y aprovechó para condenar la corrupción de las costumbres, que, a su juicio, era la causa de la devastación de la ciudad, donde se habían cometido atrocidades como no se habían visto ni en Sodoma ni en Gomorra, y sólo la infinita misericordia de Dios podía explicar que el castigo que habían recibido no les hubiera borrado por completo de la faz de la tierra. Al oír esas palabras, a nuestros dos desventurados se les cayó el alma a los pies, y cuando el canónigo recordó el crimen que se había perpetrado en el jardín del convento de las carmelitas, y que parte del pueblo había contemplado con impía indulgencia, ambos sintieron que un puñal les atravesaba el corazón. El canónigo desgranó maldiciones y luego entregó literalmente el alma de los dos impíos a todos los príncipes del infierno. Doña Constanza, que seguía agarrada del brazo de Jerónimo, exclamó temblorosa:
—¡Don Fernando!
—Cállese, señora, no mueva ni una pestaña y haga como si se desmayara; luego abandonaremos la iglesia —respondió éste uniendo el énfasis a la discreción.
Pero antes de que doña Constanza pudiera entender que aquel improvisado plan era la única alternativa sensata para salvarse y actuara en consecuencia, una voz interrumpió el sermón del canónigo clamando:
—¡Apartaos, ciudadanos de Santiago, aquí están esos impíos!
—¿Dónde? —preguntó otra voz terrible, mientras los fieles retrocedían espantados y formaban un círculo alrededor de ellos.
—¡Aquí! —respondió un tercero, y lleno de santa ira, y también de maldad, agarró a Josefa de los cabellos para tirarla al suelo, de modo que, si no hubiera sido por don Fernando, habría caído a tierra con el hijo de éste en los brazos.
—¿Os habéis vuelto locos? —exclamó el joven, rodeando a Josefa con su brazo—. Soy don Fernando Ormez, hijo del comandante de la ciudad, al que todos vosotros conocéis.
—¿Don Fernando Ormez? —preguntó un zapatero remendón que había trabajado para Josefa y conocía su rostro como la palma de su mano; luego se encaró con ella y la interrogó con descaro—: Entonces, ¿quién es el padre de este niño?
Al oír esto, don Fernando palideció. Miró a Jerónimo de soslayo y luego recorrió con la vista la asamblea temiendo que alguno de los presentes pudiera reconocerle. Apremiada por las atroces circunstancias, Josefa declaró:
—Este niño no es hijo mío, maese Pedrillo; eso es lo que vos creéis, pero estáis muy confundido. —Luego, con una infinita angustia en el alma, miró a don Fernando—. ¡Este joven caballero es don Fernando Ormez, hijo del comandante de la ciudad, al que todos vosotros conocéis!
—Ciudadanos, ¿quién de vosotros conoce a este joven? —preguntó el zapatero.
—¿Quién conoce a Jerónimo Rugera? —repitieron algunos de los que estaban alrededor—. ¡Que dé un paso al frente!
En ese instante, el pequeño Juan, asustado por el tumulto, se apartó del pecho de Josefa y buscó los brazos de don Fernando. Al ver lo que había sucedido, una voz gritó:
—¡El padre es él!
—¡El «Jerónimo» Rugera! —replicó otra.
—¡Son los blasfemos que han ofendido a Dios! —se oyó decir a una tercera.
—¡Apedreadlos! ¡Apedreadlos! —clamó entonces toda la cristiandad que se había reunido en el templo de Jesucristo.
—¡Deteneos, malvados! —dijo entonces Jerónimo—. ¡Si buscáis a Jerónimo Rugera, aquí le tenéis! ¡Liberad a ese hombre, que es inocente!
Al oír esas palabras, la airada muchedumbre quedó desconcertada, y algunas manos soltaron a don Fernando. En ese preciso instante un alto oficial de la marina se abrió paso a empujones a través del gentío y preguntó:
—¡Don Fernando Ormez! ¿Qué le ocurre?
—¡Bueno, ya lo está viendo, don Alonso; son estos asesinos! —respondió zafándose de los que aún le apresaban y manteniendo una serenidad verdaderamente heroica—. Habría estado perdido si este noble caballero no se hubiera hecho pasar por Jerónimo Rugera para calmar a la multitud enloquecida. Tenga la bondad de proporcionarle una escolta a él y a esta joven dama para seguridad de ambos, y a este infame, que ha instigado toda la revuelta —añadió, mientras agarraba a maese Pedrillo—, póngale bajo custodia.
—Don Alonso Onoreja, os pregunto por vuestra conciencia si esta muchacha no es Josefa Asterón —clamó el zapatero.
Entonces, don Alonso, que conocía muy bien a Josefa, vaciló un instante antes de responder, y esto volvió a inflamar la ira del populacho. Varias voces gritaron:
—¡Lo es, lo es!
—¡Dadle muerte!
Así que Josefa entregó al pequeño Felipe, hasta entonces en brazos de Jerónimo, y al pequeño Juan a don Fernando, y le dijo:
—¡Márchese, don Fernando, salve a sus dos hijos, y deje que se cumpla nuestro destino!
Don Fernando tomó a los dos niños y declaró que prefería morir a permitir que alguien a quien él protegía sufriera algún mal. Ofreció el brazo a Josefa y, después de pedirle la espada al oficial de la marina, rogó a la pareja que le siguiera. Gracias a esta maniobra consiguieron salir de la iglesia, pues todos los presentes les abrían paso respetuosamente, y se creyeron salvados; pero en cuanto pisaron el atrio, también atestado, se oyó una voz que gritaba entre el delirio de la muchedumbre que los había seguido:
—¡Ciudadanos, éste es Jerónimo Rugera; lo sé porque yo soy su propio padre!
Acto seguido le propinó un tremendo porrazo, y el joven cayó muerto a los pies de doña Constanza.
—¡Jesús, María y José! —gritó doña Constanza, y corrió en dirección a su cuñado.
—¡Ramera de convento! —clamó una voz.
Otro golpe, esta vez desde el lado opuesto, la dejó sin vida junto a Jerónimo.
—¡Monstruo! —gritó un desconocido—. ¡Ésa era doña Constanza Xares!
—¿Por qué nos han mentido? —preguntó el zapatero—. ¡Buscad a los auténticos y matadlos!
Al ver a Constanza muerta, don Fernando sufrió un ataque de cólera. Desenvainó la espada y descargó un golpe descomunal que hubiera partido en dos al fanático asesino responsable de aquella atrocidad si éste no hubiese esquivado a tiempo la furiosa estocada con un hábil giro. Viendo que no podría contener a la muchedumbre que le acometía, Josefa gritó:
—¡Que sea muy feliz con don Fernando y los niños! —Y añadió—: ¡Venid aquí, tigres sedientos de sangre, asesinadme a mí!
Y, diciendo esto, se abalanzó sobre ellos para poner fin a la lucha cuanto antes. Maese Pedrillo la derribó con la porra. A continuación, salpicado de sangre, exclamó:
—¡Acabad con el bastardo, que le siga al infierno! —Y cargó contra él ávido de sangre, con un insaciable deseo de volver a matar.
Don Fernando, ese héroe divino, había apoyado la espalda contra el muro de la iglesia; en la mano izquierda sostenía a los niños; en la derecha, la espada. Con cada estocada derribaba a uno de sus enemigos; un león no se habría defendido mejor. Siete perros rabiosos yacían muertos a sus pies, y el mismo príncipe de aquella chusma satánica estaba herido; pero maese Pedrillo no descansaría hasta haber arrancado de su pecho a uno de los niños: cuando lo hubo agarrado por las piernas, y después de hacerle girar en lo alto, lo estrelló contra la esquina de uno de los pilares de la iglesia. En ese instante se hizo el silencio y todos se alejaron. Cuando Fernando vio a su pequeño Juan muerto en el suelo, con la masa del cerebro saliéndosele del cráneo, elevó sus ojos al cielo con un dolor imposible de describir. El oficial de la marina llegó a su lado e intentó consolarle; le faltaban palabras para expresar cuánto lamentaba no haber podido evitar aquella desgracia, pero había tenido sus razones para no intervenir. Don Fernando dijo que nada podía reprocharle y le rogó que le ayudara a retirar los cadáveres. Aprovechando la oscuridad de la noche, los llevaron a la vivienda de don Alonso. Don Fernando seguía derramando abundantes lágrimas sobre el rostro del pequeño Felipe. Pasó aquella noche en casa de don Alonso, y, sirviéndose de falsos pretextos, retrasó todo lo que pudo el momento en que debería informar a su esposa de la magnitud real de la tragedia; en parte porque estaba enferma, y además, porque tampoco estaba seguro de cómo juzgaría ella su comportamiento en el incidente. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que una visita casual la informó de cuanto había ocurrido. Entonces, aquella dama excepcional lloró en silencio, con dolor de madre, la pérdida de su hijo. Por fin, una mañana, con las huellas de una última lágrima resplandeciendo en su rostro, se arrojó al cuello de su marido y le besó. Don Fernando y doña Elvira acogieron al pequeño Felipe como hijo adoptivo; y cuando don Fernando lo comparaba con Juan, y pensaba cómo había llegado hasta él, no dejaba de alegrarse por haberlos tenido a ambos.
Autor: Heinrich von Kleist
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ideas-neuroticas · 5 years ago
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Había sido una tarde agitada.
Apenas podía respirar por el fétido olor del lugar y mi sombra se paseaba nerviosa, proyectada únicamente por una pequeña lámpara de nuestra sala.
La noche estridente me acompañaba en silencio, advirtiendo lejanas campanadas de la iglesia de aquel frío suburbio. La tierna risa de los pequeños se oía desde las afueras, correteando por el empedrado, jugando con pequeñas bengalas de distintos colores.
Mi esposa se encontraba recostada en el sofá esperando, quizás, que el reloj llegara a su tramo final y, por fin, poder sentir el bienestar de estar juntos nuevamente.
Noté de repente la alfombra empapada en lodo y césped, recordando mi aventurada travesía de aquella jornada.
Las campanas repicaron una vez más. Aprecié entonces como las luces del firmamento comenzaban a penetrar entre los recovecos de mi hogar y la estrepitosa pirotecnia ocultaba mi reciente y sofocante llanto.
Me acerqué suavemente a mi esposa, arrodillándome ante ella, abrazando su magro torso por última vez, implorando piedad ante el iluminado cielo por haber desenterrado su cuerpo aquella tarde agitada.
Simplemente, no podía sentir la desolada navidad otra vez.
— Ideas Neuróticas ©️.
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