Tumgik
hormigarevolucionaria · 11 months
Text
Camino
Nuevamente G. sintió esa presión en el pecho. 
A medida que caminaba hacia su lugar de tortura su mente divagaba sobre pensamientos nocivos, tóxicos que llenaban su cerebro con visiones de cuartos vacíos, camas estériles y brazos entrecruzados. 
Esta misma calle la recorre todos los días en sus rutinarios vaivenes, pero esta inquietud que le genera un nudo en la garganta solo le asedia cuando se dirige allí.
A medida que sus pies le dirigen hacia el área de parqueo del establecimiento, G. comienza a sentir que sus manos pierden sensibilidad. Un leve hormigueo recorre sus brazos y una fuerte punzada hace acto de presencia en su costado derecho. En su intento de ignorar las sensaciones que asedian su cuerpo, aumenta el volumen de la música que retumba a través de los audífonos. Los desafinados instrumentos y rasposas voces lastiman sus oídos. 
Murmurando las canciones trata de ahuyentar cualquier otra voz de su cabeza que no le hable de los delirios de grandeza de un joven anarquista. Es un esfuerzo inútil. 
Pero la sensación empeora. Su frente se perla con un sudor nervioso, el nudo en su garganta se tensa, una corriente imparable de lágrimas se acumula en la parte inferior de sus ojos. 
G. se detiene por un segundo, considerando volver sobre sus pasos. Refugiarse en  la seguridad de su morada, esperar que sus sentidos le devuelvan la cordura e intentarlo nuevamente, tal vez mañana.
No. 
Es necesario. Las carencias en su hogar le obligan a seguir este camino semanalmente y enfrentarse a este mismo sentimiento. Una y otra vez. En un momento pensó que sería más fácil con el paso del tiempo, pero en dos meses de verse obligado a la solitaria labor, poco ha cambiado. 
Retomó su camino.
Cada paso le aprieta más el corazón. La vista se le nubla, tantas son las lágrimas que llenan sus ojos. El nudo en su garganta se materializa en la forma de un dolor en la parte posterior de su boca y cada vez que respira hondo, como tratando de animarse a continuar, el proceso lento y doloroso le brinda poco o ningún consuelo. 
Sus piernas tiemblan, apenas tienen suficiente fuerza para arrastrar sus pies hacia la puerta doble que se abre ante él como la boca de un lobo gigante dispuesto a devorarlo. Un último respiro profundo le raspa la garganta, sus uñas se clavan en las palmas de las manos. La música desaparece y solo puede escuchar los latidos de su corazón y la sangre como un torrente a través de sus venas. 
Poco hace falta para que se desvanezca frente al hueco de la puerta. Pero logra mantener la compostura y poco a poco cruza el umbral del establecimiento con la vista clavada al suelo.
—Bienvenido a P. señor G. —le saluda una joven efusivamente a la entrada del supermercado mientras añadía—: Es un gusto atenderle.
0 notes