“El éxito se basa en tener dos talleres. Es decir, en tener una doble vida, vivir en estado de esquizofrenia: ser un corresponsal de agencia –o un redactor de periódicos– que cumple órdenes, y guardar, en un pequeño lugar del corazón y de la mente, algo para sí, para la propia identidad, para las ambiciones personales”. Ryszard Kapuscinski
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SONIDOS
dormir has la muerte
nos cura siempre
ven a aliviar
esta vida este mal
Beckett
Pero este sonido en particular era extraño. Suave, tenue y continuo.
En un principio, concluí que eran las regaderas que se encendían automáticamente durante la noche. Fueron tres o cuatro días que pensé en aquella teoría. Al auto convencerme de esta razón logré cerrar los ojos durante algunas madrugadas. En otras ocasiones, la curiosidad me asaltó. Miraba por la ventana la hora completa, pero no lograba detectar desde dónde provenía aquel tímido sonido que me mantenía en vela.
También pensé en que era mi imaginación la que me estaba jugando una broma. Entonces no tenía de qué preocuparme: mis fantasmas internos me estaban molestando y solo había que obviarlos e intentar meterme debajo de las sábanas, esconder mi cabeza entre las almohadas, y dejar de pensar en ese ruido que poco a poco comenzaba a atormentarme, pese a su belleza.
Alguna vez en Barcelona escuché fuertes bombazos durante las madrugadas o ruidos de parejas intimando, gemidos guturales que se extendían hasta incluso las mañanas. Pero este era diferente, especial. Hasta que un día, mirando por la ventana decido a descubrirlo, di con él. Y lo vi. No al ruido por supuesto, sino a él. Al tipo que todas la noches me tenía obsesionado con fantasmas, imaginaciones y regaderas. Entre los arbustos aparecía y se escondía. Quizás sí era un fantasma. Logré ver su silueta borrosamente hasta que mi paciencia dio resultado: era un hombre con una escoba en sus manos, con la que barría intensa y apasionadamente el asfalto. Un movimiento perfecto que hacía que el ruido que provocaba la escoba al contactarse con el suelo fuera melodioso, musical, sublime.
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Libros del Amanecer en La Tercera
Aparecimos en La Tercera con la librería. Se incluyen algunas declaraciones mías con respecto al proyecto. Además, intervenciones de otras librerías sobre cómo se está armando el barrio librero del Barrio Italia.
Lo pueden leer acá:
http://www.latercera.com/noticia/santiago/2014/05/1731-579126-9-las-ocho-librerias-que-atraen-a-las-familias-al-barrio-italia.shtml
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La doble presencia de Ednodio Quintero
Dos escenas. Dos encuentros. Un escritor público y otro privado. Conversamos con el narrador venezolano, a propósito, de la publicación de Combates (Candaya, 2009) en España. Presentación junto a Enrique Vila-Matas en Casa América Catalunya y una charla íntima en un céntrico café de Barcelona. Dos versiones que conjugan en lo mismo: escribir es un placer.
“Me he arrastrado como un reptil sonámbulo, acumulando puestas de sol, arena en los ojos, retazos de miradas. Humo en la garganta. Polvo y semen en lo profundo de mis huesos. Siempre de espaldas a mí mismo. Ciego y sordo a los llamados de mi sangre…”.
Estamos en Barcelona. En Casa América de Catalunya. El narrador Enrique Vila-Matas lee -en voz alta- el primer cuento, “Sobreviviendo”, –a modo de presentación- del libro Combates(Candaya, 2009) del escritor y ensayista, Ednodio Quintero (Venezuela, 1947), que se presenta por estos días en diversas ciudades de España. (Ver programa aquí)
Y Vila–Matas continúa leyendo, sin detenerse ,“Sobreviviendo”, mientras el público sigue atento, concentrado, en la voz del catalán, y al mismo tiempo, en la prosa de Quintero: “… En los momentos de peligro, saltando a la manera de los sapos, y dejando tras de mí un rastro efímero –como las pisadas de la brisa en una montaña de rocas y de sal… recién llegado del otro lado de la noche, susurra a mis oídos las sílabas enrevesadas de mi nombre”.
Pero hay dos escenas. Dos momentos –que tienden a fundirse- que retratan mi encuentro con el mejor narrador venezolano de su generación, según ha precisado el escritor español. Ahora me transporto a un céntrico café, a un costado de la Plaza Catalunya. Lo tengo frente a frente, no precisamente para un combate, sino para conversar íntimamente; lejos del público, de los flashes y de las lecturas en voz alta. Y de los merecidos aplausos, por supuesto.
Pedimos dos cafés cortados y la charla se inicia. Ahora estamos sólo Ednodio Quintero, la grabadora encendida y yo.
Escritor a pulso
Ednodio Quintero nació en los andes venezolanos, en una zona montañosa. Seca, inhóspita, lejos de ese paisaje suizo, verdoso, de montañas nevadas, que muchos se imaginan. Ahí se crió Quintero. Y él lo retrata con una sabrosa anécdota: “Hace un tiempo, en una feria del libro, me encontré con una vieja amiga argentina que no veía hace muchos años, y que había estado en el lugar donde nací. Me ve y se me acerca llorando y me dice: “lograste salir de ahí”. Y claro, logré salir”.
Quintero siempre estuvo cerca de los libros, y fue precisamente la lectura -como ese amigo inseparable- que lo salvó de aquellas experiencias desoladoras. Por su padre, que ejerció la política, tuvo la posibilidad de establecerse en diversas ciudades de Venezuela, de hecho, estudió los seis años de primaria en seis pueblos diferentes. Lugo estudió Bachillerato.“Siempre fui lector. Todo lo que me conseguía lo leía, hasta el Código Civil. Durante el bachillerato, un primo cura que había estudiado en Roma Derecho Canónico, en su casa contaba con una biblioteca y él me invitaba a leer. Leí a muchos autores alemanes y franceses. Pero aún no tenía una vocación por la literatura”, me cuenta.
En tercer año –inesperadamente- bajó sistemáticamente sus calificaciones. Pensaron que estaba loco, que era una cosa de la adolescencia. Y lo mandaron al campo a reforzarse. Fue un destierro.
Pero los libros – y esas lecturas salvadoras- estuvieron siempre presentes.
En el campo se encontraba su padre, que estaba muy viejo, arruinado –me sincera. No era un proyecto muy grato para él: “No hacía prácticamente nada. Ayudaba por las mañanas a ordeñar las vacas, pero no trabajaba la tierra, no tenía la fuerza, ni la vocación. Pero tuve la suerte de estar cerca de un padrino muy culto, que había estudiado algunos años medicina, hablaba idioma y que poseía una gran biblioteca, en el segundo piso de una casa muy bonita”.
Su padrino lo apreciaba. Le regalaba todos los títulos que le pedía. Catorce, quince libros, los que quisiera. Pasó un año leyendo. Fue un época clave para el autor, según me cuenta: “Desde ahí nació este amor por las letras. Era una lectura desordenada, leía de todo un poco. Leí, leí y leí y finalmente, bueno, como a los dieciséis años comencé a escribir, sin saber que iba a convertirse en una vocación de vida”. Pero durante una época de su carrera estuvo diez años sin publicar ¿A qué se debió? “Me sentía satisfecho con lo que había hecho –tenía cuarenta años- cuando ya había escrito varios libros de cuento. Pero eso le pasa a varios escritores, es raro que escribas durante cuarenta o cincuenta años. Es un trabajo solitario, más solitario que el amor”. ¿Y escribía de vez en cuando? “Yo me consideraba escritor, pero no escribía, pero sí leía mucho. Leía a los clásicos griegos y libros sobre la historia de la literatura. En esos diez años debo haber escrito cien páginas, y ahora de pronto de un arrebato, en tres meses, escribo cien páginas. También, mi peor enemigo, fue la pereza. Si hubiera sido menos perezoso, tendría el doble de producción. Y bueno, después retomé ese hilo perdido, y volví hacer lo que más me gusta: escribir”.
Combatiendo
Ednodio Quintero inició el sueño de Candaya. Un sueño que hoy es una realidad. Mariana y los comanches, de Quintero, inauguró la obra editorial del sello, y con ello el primer título de la colección de narrativa de Candaya.
Combates, la publicación que convoca este encuentro con el autor, precisamente, es la última obra editada por editorial Candaya. Este libro reúne los relatos de madurez de Quintero. Experiencias esenciales que parecen nacer de la alucinación y el delirio: la caída, la huida, el regreso, la metamorfosis, el cuestionamiento de la propia identidad. Son cuentos que sacuden de forma radical todos los sentidos.
Enodio Quintero dejó de escribir cuentos hace diez años. Y no es un dato menor: “Por lo mismo, me ofrecieron desde México, una editorial, realizar una compilación de mis cuentos, pero por diversos problemas, al final el proyecto no se concretó. Y hace menos de dos años, coincidí con Olga y Paco (editores de Candaya) en la feria del libro de Guadalajara. Fui invitado a un encuentro con Rubem Fonseca y Sergio Pitol. Me pidieron los cuentos, y yo se los envié; y cuando Paco los maqueteó, le salió un volumen muy grande. Al final decidimos partir el libro en dos. Publicando inicialmente mis últimos cuentos”, me enfatiza.
Es así que con Combates (1995-2000) –relatos que se escribieron durante catorce años- Candaya inicia la publicación de los Cuentos Completos del escritor venezolano. Ceremonias(1974-1994), también en Candaya, recogerá el resto de su producción cuentista.
Entre sorbos de café, Quintero dice que, si le dan a elegir un cuento de este volumen, prefiere por lejos, “El combate”. “Prefiero de todos, ese cuento. Es un cuento muy fuerte. Es como autobiográfico, simbólicamente, claro. Ahí logré lo que un escritor debe hacer cuando maneja el lenguaje como símbolo. Estaba pasando por una situación muy difícil, y me sentía así: desnudo ante un enemigo acorazado y desconocido”. No sabes a lo que te enfrentas… “Claro es real, pero como imprevisible”. “En otro tigre”, un cuento que me gustó mucho, se percibe ese plan de autodefensa del protagonista, esa estrategia ante el enemigo, cuando ese enemigo puede ser tu propio amigo…. Sí. Este cuento es una reescritura, inventada por supuesto, de un capítulo de “María” de Jorge Isaacs. Obviamente, yo le agrego otros elementos, como el erotismo por ejemplo. Pero esa es una clave para leer este cuento. En la universidad donde yo trabajo, hay un profesor de literatura, que conozco hace muchos años, que a sus alumnos les da a leer ambos relatos”. Después de publicar en España ¿En qué ha cambiado tu carrera? Yo no hago carrera literaria como lo haría un escritor joven en la actualidad. Yo he tenido la suerte de no haber vivido de la literatura. Entonces, en ese sentido no ha cambiado tanto. De todas maneras, publicar en España me abre otros horizontes, y eso me alegra mucho. Además, me he hecho de muchos amigos, y la labor de Olga y Paco para mí es algo espectacular. Ellos le ponen demasiado corazón a su proyecto editorial, y en particular, porque han publicado varios autores venezolanos”.
Para Ednodio Quintero no vivir de la literatura es una suerte. El escribir es su placer máximo.“Lo único que sé hacer es escribir”, me sincera cuando su café ya se acaba. Para él las concesiones en esta carrera no existen. No se desespera por ganar premios literarios, ni volverse loco por vender más y más ejemplares de sus libros. “Todo lo hago por placer. Es un lujo que me puedo dar porque vivo de mi sueldo de profesor universitario. Pero eso no quiere decir que yo sea descuidado con la promoción de mis libros. Si se venden muchos libros, mejor para la editorial y mejor para mí. Pero no es algo que me atormente”.
El café se ha terminado.
“… Corrí hasta la terraza, desde la cual se divisaba, en picada, la maldita ciudad. Yo era dueño de un corazón helado y solitario, el mío. Tomé impulso y me lancé al vacío. Ahora vuelo con las alas desplegadas, rumbo al sur. Siempre tuve sueños de halcón”.
Enrique Vila-Matas concluye su discurso leyendo, en voz alta, el último relato de Combates, “Owner of a lonely heart”. Ahora los cuentos de Quintero, en España, vuelan por sí solos. Son los lectores, que irán estos relatos encontrando en el camino, los que les darán respiro.
Combates (1995-2000) Ednodio Quintero Ed. Candaya Barcelona, 2009
*Editorial Candaya me encargó entrevistar a uno de sus autores principales, Ednodio Quintero, para promover "Combates", la novedad que por ese tiempo (2009) la editorial lanzaba al mercado español. Fue una charla inolvidable con el gran autor venezolano. Y fueron dos encuentros: uno íntimo en un café catalán y otro público en la multitudinaria presentación de su libro junto al autor Enrique Vila-Matas.
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En los diarios El Mercurio y La Tercera celebraron la aparición de Confesiones imperdonables de Daniel de la Vega, antología que edité junto a Francisco Mouat, y que fue publicada por Lolita Editores el año 2012.
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Telegramas
“Un día gris en una ciudad extranjera, mirando la calle asomado a una ventana”
Cormac McCarthy
Lo vi devorarse una decena de libros en dos o tres días, ya sea en el comedor o recostado en su cama, como casi siempre, al fondo de su habitación. Transcurridas dos semanas desde que lo conocí, solo podía jactarme de saber tres aspectos sobre su persona: que se llamaba J, que llevaba dos años cursando un perturbador doctorado en filosofía (o humanidades, creo) y su nacionalidad mexicana. Esta última condición fue lo primero que capté: su acento inconfundible, que me recordaba a los capítulos del Chavo del 8, y la cantidad de tortillas de tacos que era capaz de devorarse durante un día, lo delataron ante mis ojos los primeros días. Nunca pensé que tendría a México respirándome en los oídos, literalmente.
Recuerdo la manera en cómo nos comunicábamos: especial, remota, un juego en que ambos éramos los cómplices. Un método extraño, que, finalmente, fue lo más sensato y respetuoso que pudimos acordar, tácitamente, para mancomunar una agradable estadía en el piso que el azar nos hizo compartir por un poco más de un año. Siempre he sido malo para los juegos de azar, pero en este caso, la casualidad del juego inventado hizo perdurar en el tiempo lo imperdurable.
El método en cuestión lo comenzó él: una mañana al despertar me encontré con un papel junto a mi puerta que decía: “Por favor güey, intenta de hacer menos ruido con las teclas de tu computador, eran las 3 am y seguías, no podía dormir. Gracias”. Por supuesto, lo primero que hice fue responderle: “J, perdona, en mi país son 6 horas menos, no volverá a ocurrir”. Siguiendo la dinámica, deslicé el mensaje por debajo de la puerta de su habitación y me fui a desayunar.
El juego había comenzado. La incertidumbre por el futuro, también.
La comunicación de los papelitos siguió así por bastante tiempo. A veces, eran contenidos insípidos, pero para J no, nunca; en ocasiones, pareciera que le quitaban el sueño de vivir. “Guarda bien tu cepillo de dientes”. “Se te ha olvidado hacer el baño”. “Hoy necesito dormirme temprano”. Mensajes que, poco a poco, fueron construyendo nuestra relación telegrafiada. Un par de veces almorzamos juntos o nos detuvimos a conversar sobre la contingencia de nuestros países. Algo acerca del terremoto en Chile me habrá preguntado. Pero siempre, aquellos telegramas mandaban. Desconozco si con K o C -nuestras compañeras de piso- la situación fue igual. No creo. O fue lo que logré interpretar, luego de pillar en varias ocasiones a J y C mantener largas y secretas conversaciones en la cocina. Sin papelitos de por medio.
Pronto capté que los libros que se despachaba diariamente eran para su tesis de doctorado en filosofía. Estaba en el último año y la cantidad de trabajo era tremendo, a tal punto que, si no estaba en la universidad, se pasaba horas en su pieza trabajando, o postrado en la solitaria biblioteca del barrio, que se ubicaba casi justo frente a nuestro edificio. Claro, luego reparé de por qué muchas veces lo vi entrando y saliendo de aquel lugar durante las horas más extrañas. No sé si alguna vez se topó con el viejo de Gracia, otro extraño ser, ermitaño, que secundó mis pasos durante mis paseos por el barrio.
“Mañana me ausentaré por una semana de casa, debo viajar, cuídate. Abrazos”, fue uno de los mensajes que me encontré una tarde al entrar a mi habitación. Al otro día, a las 6 am, sentí la puerta cerrarse. J se iba, cumpliendo lo escrito. Era verano y el resto también se encontraba fuera de la ciudad. Estuve dos días pensando en entrar o no al búnker de J. En quebrar el azar. ¿La razón? No tenía ni idea, pero la curiosidad me asaltaba. Hasta que finalmente, una noche llegando de madrugada, rompí los códigos y abrí la puerta de su habitación. Entrando, a un costado, como si te quisiera devorar, me enfrenté a una gran biblioteca de libros amontonados y otros cuantos apilados. Comencé a revisarlos uno por uno: portadas, créditos, títulos, colecciones; leí algunos pasajes de ellos, hasta que di con la clave: la cantidad de libros que llenaban su estantería referían a un solo autor: sí, más de 500 libros que solo trataban de o sobre la persona de Michel Foucault. El filósofo francés, pareciera, era lo único que le importaba a J.
Estuve varias semanas pensando en el autor francés. No tenía escapatoria. La cantidad de libros que lo referían ya habían copado gran parte de mis preocupaciones diarias. Entre las varias frases de Foucault, hubo una que me quedó rondando y que me hizo pensar bastante en J: “La verdadera razón no está libre de todo compromiso con la locura; por el contrario, debe seguir los caminos que ésta le señala”. No sé si J estaba loco o yo. Quizás los cartelitos, aquellos telegramas con los que nos comunicamos durante esa temporada extranjera, eran la de mantener la racionalidad entre ambos, pese que al contarlo ahora suene un poco loco o, al menos, extravagante. Nunca fue necesario mantener un extenso diálogo, o disparar palabras de la boca que no queríamos expresar. Los telegramas nos salvaron, por supuesto que sí. Y el azar.
A J no lo volví a ver nunca más.
Y, desde entonces, que no leo a Foucault.
*Este cuento se publicó en la revista literaria ojoseco.cl
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Viejos zapatos en el Danubio. Busdapest, Hungría. Agosto de 2010.
Foto: archivo personal
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Manuel
Manuel leía concentrado. Yo, escondido detrás de una vieja estatua, intentaba descifrar su lectura. Una lectura apacible, feliz —lo veía en su rostro—. Sin darme cuenta, el observarlo por varios minutos se había convertido en mi propia literatura. En mi propia manera de leer: leía a Manuel.
A veces levantaba la cabeza, dejaba de leer por un momento y miraba hacia el cielo, mientras los caminantes ni se inmutaban de su presencia solitaria. Loco lo deben haber encontrado por estar en plena noche, de invierno, sentado leyendo en una plaza sin más compañía que el penetrante frío catalán. Pero a Manuel no le importaba y seguía concentrado en su lectura. Yo desde la distancia continuaba mirándolo.
Cada vez que me lo encontré en aquel ritual tuve la intención de acercarme. De conocerlo y charlar sobre su vida. O mejor sobre su día, sobre lo que lo ocupaba cotidianamente. Pero creo que lo verdaderamente que me importaba de Manuel era lo que leía. Los libros que todas las noches, en un solitario banco del barrio Raval, lo acompañaban. Libros que quizá, sin conocerlos, se han convertido en mis libros. Lecturas imaginarias que se han transformado en mi conexión con Manuel.
“Momentos de absoluta soledad, en los cuales nos damos cuenta de que no somos más que un punto de vista, una mirada”, escribió Julio Ramón Ribeyro. Una frase que leo y releo encerrado en el pequeño cuarto que me cobija, mientras me acuerdo de Manuel, en el banco y su lectura solitaria. Como esta frase del peruano que me acompaña hoy, un día en el que no quiero salir al exterior, conversar ni saludar a nadie, ni cruzar miradas casuales.
¿Dónde vivirá Manuel? ¿Leerá como yo, ahora, como lo hace en aquel banco invernal? ¿Me observará por la ventana del fondo como yo lo he hecho con él detrás de esa vieja estatua barcelonesa? Son preguntas con respuestas que me invento, que me imagino. Como también imagino que Manuel perfectamente puede estar leyendo a Ribeyro.
Al día siguiente de mi encierro pasé por la plaza. Para mi sorpresa no estaba Manuel. Quizá porque ya hacía calor y se iniciaba la primavera, pensé. Y claro, la plaza y sus terrazas ya comenzaban a llenarse de turistas y de personas que se instalaban a gozar de la belleza del lugar. Belleza que Manuel no encontró para sentarse y gozar de su lectura diaria, y que simplemente lo hizo desaparecer.
Cada vez que leo a ciertos autores o paso por aquella plaza me acuerdo de él. Imagino sus lecturas y en dónde se acogerá ahora en busca de tranquilidad, de ese mundo privado que le han quitado. Quise conocerte, Manuel. Quizá podríamos haber sido grandes amigos. Amigos de lecturas, de libros. Incluso hasta te puse nombre, Manuel. Pero ya nos encontraremos, quizás en muchos años más, en la misma plaza y banco, en aquel barrio Raval, yo estaré detrás de la estatua y por fin me acercaré a ti y de improviso te regalaré esta frase de Ribeyro que leo ahora: “Hay tardes de primavera en París, como esta de hoy, soleada, dorada, que no se viven, sino que se desgajan y manducan como una mandarina. Y para ello nada mejor que una terraza de café, una bebida tonificante, una vacancia de la atención, un dejar que nuestra mirada en reposo reciba y archive las imágenes del mundo, sin preocuparse de encontrar en ellas orden ni sentido ni prioridad. Ser solamente el cristal a través del cual nos penetra intacta la vida”.
A Manuel, no lo volví a ver nunca más.
*Relato escrito en Santiago de Chile, posterior a mi estadía en Barcelona. Esta es una versión corregida del mismo relato que leí alguna vez en voz alta en un taller literario.
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Figuras difuminadas en la noche catalana.Paseos nocturnos e invernales. Desde la periferia hacia el centro, dejando bares y conversaciones atrás.
'Figuras'. Barrio Raval, Barcelona, España.
Foto: archivo personal
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Temas / Desde el fin del mundo: Narrativa chilena actual
Tomando como línea de tiempo los últimos diez años, sí se habla con propiedad de un nuevo panorama en la narrativa chilena, tanto en géneros como temáticas (novela, cuento, microficción, crónica, etc.; familia, adolescencia, burla, ironía, fantasía, identidad, ciudad, muerte o sexo; respectivamente). Escenario que la revista Quimera ya presentó en una edición de 2010, bajo el título: “Cuando pase el temblor. Nueva narrativa chilena”, en la que se incluyó estudios escritos por Claudia Apablaza, Álvaro Bisama y Pablo Torche, y relatos de Alejandro Zambra, Marcelo Mellado, Marcelo Lillo y Juan Pablo Meneses. Este artículo representa una muy buena pincelada, para los lectores españoles, de la narrativa chilena de hoy. De autores, eso sí, que en Chile hace rato sobrepasaron la categoría de noveles o primerizos: Meneses, ha publicado en Colombia, España y Argentina; Bisama, lleva seis libros a cuestas con benevolentes críticas; Zambra pertenece al corral de Jorge Herralde e integra la lista de Granta; o Marcelo Lillo –se dio a conocer en 2008 con su libro El fumador-, una firma consagrada en Mondadori.
Obviamente, existe algo más allá de este buen dossier que confeccionó Quimera. El escenario se amplía y, asimismo, como bien lo están haciendo estos escritores nombrados anteriormente (más nombres destacados como el de Andrea Jeftanovic, Jorge Baradit, Alejandra Costamagna, Rafael Gumucio, Patricio Jara y Carlos Labbé, entre otros), hay una serie de nuevas voces que están haciendo sus primeras armas o la harán en un futuro cercano, principalmente gracias a diversas editoriales independientes, como La Calabaza del Diablo o Das Kapital, por nombrar algunas. No es una mera coincidencia. Estos sellos son verdaderos espacios de experimentación editorial, ajenos a esas leyes y presiones del mercado que regulan a las grandes casas o transnacionales. Factores claves y finales cuando se decide publicar un original, más si su autor es un novel o debutante.
2. En el buen artículo escrito por Claudia Apablaza (Diario de las especies, Barataria) titulado: “Entre el estado y el mercado. Narradoras chilenas nacidas entre el 70 y el 85”, se vislumbra un panorama esclarecedor de la literatura femenina en Chile y de lo que sucede con ésta hoy. Diversa en temáticas, pero común en difusión y espacios para publicar.
La mayoría de las narradoras nombradas en el artículo se abanderan, en términos de tradición y aprendizaje narrativo, entre Diamela Eltit (Impuesto a la carne) y Pía Barros (El lugar del otro), ambas destacadas y consagradas escritoras chilenas. Por ejemplo: por la primera, Andrea Jeftanovic (Escenarios de guerra, Baladí) y Andrea Ocampo (Ciertos ruidos), cercanas a la experimentación y al lenguaje; y por la segunda, Alejandra Costamagna (Animales domésticos) y Patricia Poblete (Marcha atrás), relacionadas con la acción y la descripción de la historia y su trama en sí. Nombres a las que se unen Lina Meruane y Nona Fernández, como representantes de la narrativa femenina chilena actual.
Hay un patrón común en la mayoría de las autoras nombradas: un aislamiento editorial. Y el primer dato de la causa es la escasa proliferación de estas autoras en los mercados extranjeros. Obviamente, hay excepciones. En España, la mayoría son desconocidas, lamentablemente. Apablaza apunta una tesis interesante: “Creo que ellas mismas se cierran a los lectores fuera de Chile, al publicar en transnacionales. Todos sabemos que, por políticas económicas, los libros locales en los grandes grupos llegan hasta donde acaba el país”. Claro, quizás si buscasen oportunidades de publicación en editoriales independientes extranjeras –por ejemplo, Candaya ejerce una labor editorial orientada en ese sentido-, como el caso de Jeftanovic en Baladí, podrían mostrarse más, como sí es más recurrente en los hombres. Claro está, es un tema que da para otro artículo.
¿Y qué tal las autoras noveles? De las autoras jóvenes ya publicadas, sin duda, los principales nombres que salen a la palestra son los de Francisca Solar, nacida en 1983, y Andrea Ocampo, nacida en 1985.
La primera, luego de su decepción al leer el quinto tomo de la saga escrita por J.K Rowling, Harry Potter y la Orden del Fénix, decidió escribir su propia versión del sexto tomo, mediante Internet, generando 1 millón de visitas y buenos comentarios desde las editoriales y la crítica. Posteriormente, tal éxito le valió firmar un contrato, a los 22 años, con la gigante Random House Mondadori para escribir una trilogía sobre sucesos paranormales y fantásticos, publicando el primer libro en 2006 bajo el título La séptima M; además, escribe para niños en la editorial SM, en su colección Barco de Vapor. Y no se queda sólo allí: ha participado en antologías, por ejemplo, en la muy bien recibida Cuentos chilenos de ciencia ficción (Ed. Norma), aparecida en 2010, junto autores como Jorge Baradit (Synco) y Marcelo Simonetti (El fotógrafo de Dios), y siendo la única mujer.
La literatura de Andrea Ocampo se desmarca de la fantasía de Solar. Ocampo (que lanzó hace poco su primer poemario, Piñata), cercana a la crónica y el ensayo, traza en Ciertos ruidos��(Planeta, 2009) un mapa sobre las nuevas tribus urbanas chilenas, representadas en su mayoría por los pokemones, emos, góticos o las peloláis. Diversos grupos surgidos al amparo de la modernidad y la globalización, donde la autora intenta esclarecer sus significados, sus lenguajes, sus referentes culturales, modas y maneras de mirar el mundo. Podemos agregar también a Mónica Ríos, que con su primera novela,Segundos, cosechó una muy buena crítica de la prensa. Licenciada en Letras, debutó en el género novelesco en Sangría, mismo sello del que es editora junto a Carlos Labbé.
Las autoras inéditas merodean entre revistas culturales, blogs y talleres literarios. Algunas se muestran más que otras. Carolina Melys o Ximena Jara, son nombres conocidos en ciertos ambientes del panorama literario local. No han publicado, pero de seguro lo harán más temprano que tarde. Precisamente, Ximena Jara* (quien también imparte talleres de lectura y fue nombrada en Quimera), apareció en el libro Porotos granados -definido como “la antología chilena del cuento breve contemporáneo”-, que incluye piezas narrativas diversas en temáticas, estilos y lenguajes. En ella, una serie de autores son sindicados como lo “mejor” de lo que hay en Chile en el género del relato. Jara apareció junto a textos de Zambra, Apablaza, Mellado, entre otros autores.
Desde su mirada como autora inédita, Ximena Jara opina sobre el actual panorama, y apunta una arista interesante que quizás complementa ese aislamiento al que se refiere Apablaza: “Si bien los mercados se han ido equiparando en términos de género, y las mujeres pueden perfectamente figurar entre primeros lugares en venta o lectoría -por buena o mala que se la juzgue, Isabel Allende es la autora más solicitada en el sistema chileno de bibliotecas públicas-, a las nuevas generaciones de mujeres narradoras se las juzga de acuerdo con su calidad, pero también se las valora desde sus temáticas y cuán “de género” son.
“En la narrativa femenina –agrega Jara- a diferencia de la narrativa “universal”, como quien dice masculina, no se buscan los grandes problemas, conflictos o temáticas “del género humano”, sino las problemáticas “típicas de lo femenino”, como si eso escapase de la humanidad transversal. El problema, entonces, no reside tanto en las formas de publicación o en el acceso a los mercados (problema común en narradores y narradoras) sino más bien en los códigos de lectura que tienden a agrupar o estigmatizar a cualquier mujer narrando en la vereda de la “literatura feminista” o “de género”.
Finalmente, opina que “las voces femeninas existen en Chile, se multiplican y se posicionan con fuerza, como en toda Latinoamérica. Pero dado el carácter íntimo del ejercicio de escribir, no puede sino ser un ejercicio subjetivo, este de darse voz. El tema parece ser la validación de esas voces en tanto “voces mismas”, antes que la categorización de esa obra como parte de un ejercicio de resistencia o de validación, aunque también puedan serlo”.
3. En Chile, las editoriales independientes han sido -y son- refugio de muchos autores que buscan oportunidades de publicación. La edición alternativa no es una industria gigantesca como en España, pero proporcionalmente, por lectoría y tamaño del mercado editorial chileno, sí tiene una participación relativamente importante. Y no es raro que talentosos narradores prefieran abrir los fuegos de su trabajo en este tipo de sellos -pese a la precariedad de la promoci��n y distribución-, ya que sus editores están más abiertos a cualquier tipo de temáticas y estilos narrativos.
Por ejemplo, Libros La Calabaza del Diablo es una interesante editorial independiente y la marca un proyecto editorial muy distintivo: editar libros es una manera eficaz de cambiar la sociedad. Desde 1997, es una editorial líder en su estilo. Su catálogo lo integran libros de narrativa, poesía, memoria, arte y ciencias sociales. En el ámbito de la narrativa, le han dado espacio a autores jóvenes. Como en los últimos años: editaron Camanchaca de Diego Zuñiga yHombres maravillosos y vulnerables de Pablo Toro, como dos destacadas obras debutantes.
En su novela, Zuñiga dibuja un viaje entre un padre y su hijo, desde el centro al desértico norte de Chile. A medida que el tiempo del trayecto avanza, el chico –el narrador- siente que sus años retroceden, y con ese retroceso aparecen los sentimientos y los recuerdos: su infancia, sus amigos, la relación con sus padres y los desparecidos, aquellos cercanos ausentes, pero presentes en este largo viaje. La crítica recibió a Camanchacacomo un “descubrimiento” y, sin duda, Diego Zuñiga con este debut se realza como una de las figuras más promisorias de la narrativa chilena emergente. En su libro de relatos, Toro construye un Santiago imaginario integrado por diversos personajes de la vida social chilena, tanto del cine, la literatura, el espectáculo y la televisión. Personajes que deambulan entre la ficción y la realidad, y que hacen de este primer libro una buena puerta de entrada para su autor.
Matías Rubio debutó hace algunos meses con Geografía de lo inútil, bajo el sello independiente Chancacazo. En su relato construye diversos fragmentos de vidas de personajes anónimos: un profesor retirado, un abogado que administra el edificio en el que siempre ha vivido, un médico exiliado y un joven provinciano; todos conviven en el mismo edificio, y comparten espacios atemporales y temporales; un pequeño muestrario de vidas y mundos del transcurrir cotidiano, que engloban a esta novela como uno de los buenos libros editados en 2010. Por su parte, Daniel Hidalgo publica su opera prima en editorial Das Kapital; en Canciones punk para señoritas autodestructivastraza a Valparaíso –su ciudad natal- como un escenario de personajes delirantes, en medio de basuras, ruinas y colores grises. Relatos teñidos de descontento, desesperación y duras realidades, lejos de ese Valparaíso que algunos intentan describir hoy: alternativo, cultural y de alto nivel intelectual.
Obviamente, hay varios casos que se quedan en el tintero, pero la tendencia es la misma: varios autores emergentes, que publican y publicarán en sellos que estén dispuestos a apostar por ellos –como es el caso de Andrés del Olmo en Libros del Amanecer-, y que seguramente seguirán enriqueciendo el panorama narrativo actual.
4. El género de la ciencia ficción poco a poco da señales de auge. Ya vimos el caso de Francisca Solar en el apartado femenino y que, sin duda, es parte sustancial del grupo que hace este tipo de literatura actualmente en Chile. Aparte de ella, quizás el nombre más representativo es Jorge Baradit, autor deYgdrasil (Ediciones B, 2005), Synco (Ediciones B, 2008) y Kalfkura (Ediciones B, 2009), y Premio UPC 2006 de novela corta de ciencia ficción con la nouvelleTrinidad (Ediciones B, 2007). En Synco, por ejemplo, narra la historia de Chile desde una óptica en que Pinochet es el salvador del país (pretende detener el golpe de estado de 1973) y Allende intenta transformar a la nación en el primer Estado cibernético del mundo, haciendo del Socialismo una tendencia política mucho más “conectada”. El proyecto Synco existió, pero nunca se llevó a cabo. Sólo quedó como una idea anecdótica que no se implementó. Consistía en un sistema computacional capaz de controlar el sistema económico de la época en tiempo real. Baradit se sirve de estos datos y construye una historia alucinante de lo que pudo ser Chile, por supuesto, en una realidad paralela.
Francisco Ortega también es un nombre común, de hecho, a compartido variados trabajos con Baradit. Es autor de 60 kilómetros y El número Kaifman (que tuvo una muy buena venta); también es guionista de televisión. Mark Wilson, es otro actual autor destacado, escribió las novelas El púgil y Zombie. Asimismo, este auge se evidencia en varias antologías que se han editado en Chile al respecto. Obviamente, los cuatro nombres apuntados anteriormente son recurrentes en estas obras colectivas. Por ejemplo, Chil3, coordinada por el mismo Baradit, es una antología en la que aparecen varios autores chilenos del género (algunos más relacionados que otros) junto a narradores internacionales, como Edmundo Paz Soldán y Rodrigo Fresán. El título tuvo una buena acogida y se lanzó con éxito en la última Feria Internacional del Libro de Santiago.
También se ha publicado Cuentos chilenos de ciencia ficción (Norma), que incluye cuentos de Francisca Solar, Francisco Ortega, Jorge Baradit, Carlos Tromben y Marcelo Simonetti, entre otros. E, indudablemente, el trabajo que ha hecho la editorial Puerto de Escape -la única especializada en el género en Chile- es sumamente destacable. Este sello, afincado en Valparaíso, ha editado un par de libros muy completos: Años luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile, un estudio de Marcelo Novoa, en el que se lanza a la titánica tarea de trazar un dibujo de la ciencia ficción local, el que tiene como resultado la agrupación de 36 pioneros autores, hombres y mujeres chilenos (desde 1911 hasta el 2005), por primera vez juntos en un libro; y Alucinaciones.TXT, que reúne 20 relatos inéditos, donde circulan apuntes descabellados del futuro; pero también, se ventilan ocultas problemáticas del presente. Y así, queriéndolo o no, se vislumbrara el espacio interior del país; aparecen autores como los ya referidos, Baradit, Solar y Bisama, y también otros como Sergio Gómez, Tito Matamala, Alberto Rojas y Sergio Meier; este último, ya fallecido, es considerado uno de los padres del género en Chile.
*Ximena Jara publicó en 2011 su primer libro de relatos: Anatomía de la melancolía (Libros del Amanecer)
* Este artículo lo escribí hace un par de años. Me lo encargaron de la revista española Dylarama.es; la idea era retratar en parte lo que estaba pasando en Chile con respecto a la narrativa actual y autores emergentes. Intenté confeccionar una especie de mapa, una pequeña pincelada al respecto.
* El artículo lo rescató la web literaria letras.s5.com y lo puedes leer acá.
Foto: tecnoculto.com
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Andar el camino hacia 'Camino a tu alma'
Leer a Álvaro Morales-Trelles me emociona. Lo digo sin un ápice de exageración. Aún recuerdo la primera vez que me habló sobre su poesía. Yo me interesé en el acto. Sin ni siquiera haber leído o escuchado un solo verso. Pero esa energía ya la podía percibir en su música: el oficio primero del autor que hoy celebramos, un oficio que lo hace con pasión.
Cada verso que me fue compartiendo y regalando -porque sí, la poesía de Moe es un regalo- era un canto de esperanza. Un canto de felicidad. De alegría. Una alegría que me fue envolviendo. Ya estaba dicho: estos versos, estas poesías, tenían que convertirse en un libro: era la única manera de agradecer tan grandiosa creación.
Concebir el libro no fue una tarea fácil. Para nada. Cuando nos reunimos por primera vez con Álvaro a conversar del tema, en diciembre del año pasado, creo, recibí de sus propias manos un manuscrito, pero no cualquier manuscrito: era un verdadero mamotreto, un ladrillazo, un portento de años y años de creación y de viajes. Aquello coincidió justo con la vuelta de Álvaro, luego de unos meses de estadía en Valencia. Él tenía la película clara, y eso fue en un principio lo que me convenció a formar parte de esta aventura: su energía, su decisión, como ese poema escrito con su puño y letra que dice ‘quieres o puedes hacerlo/ tú lo dirás”.
Ya con ese gran manuscrito en mis manos, lo primero que le dije fue: “Vamos a tener que entrar a picar”. Claro, prácticamente tenía su obra completa a mi disposición. Así que poco a poco, entre reuniones y lecturas, fuimos dándole forma al libro que hoy presentamos y que ya es una realidad: Camino a tu alma. El viaje como eje central de un conjunto de poemas que no hace más que cantarle a la vida. Al cielo, al sol, a nuestra tierra, a nuestros hermanos. Al amor, sin duda. A la amistad. A la pasión. A toda esa energía que tenemos guardada cada uno de nosotros: el autor nos invita a sacarla, liberarla y regalarla y compartirla.
Camino a tu alma finalmente contiene 28 poemas. 28 poemas que fueron seleccionados más con el corazón, con la intuición, que con la razón. Eran esos poemas y no otros los que debían ser publicados y lanzados a la calle. No me pregunten por qué. La respuesta está en ese bello objeto blanco y verde que es el resultado de una sincronía creativa de muchas personas. Sin duda, este libro no sería lo mismo sin Matías, que gracias a él, encontró la forma y la estética que teníamos en nuestras mentes. Gracias al arte de Matías este libro encontró su propio camino. Felipe, “Colombia”, en el prólogo construye una puerta de entrada al libro única, palabras extraídas de lo más profundo y que, sin duda, contextualizan todo el universo creativo del poeta que hoy hace su estreno en sociedad.
Si debo referirme a los poemas de este libro, la primera palabra que se me viene a la cabeza es ‘energía’. Cada verso, cada frase es una palmada en la espalda, un golpe de adrenalina que insta a emprender el viaje del autor. De salir y gritar que estamos vivos, más vivos que nunca, Cómo no, entre los rincones y pliegues de Camino a tu alma, avizoramos la palabra ‘nostalgia’. Pero no la nostalgia del pasado (o quizás sí) si no la nostalgia de lo que vendrá, de lo que nos espera, como nos diría Jorge Tellier. Y el recuerdo de que somos parte de una tierra, una tierra que nos acompaña con sus maravillas que tal vez aún no descubrimos. Y la música y el canto, las armas letales propias de Álvaro Morales-Trelles. “Vengo desde mi canto/ aquel lugar sutil/ de corazones claros,/ de corazones altos”, nos lo confirma en el poema “Aquel lugar”.
También hay espacio para el silencio, para la soledad. Aquel espacio tranquilo que necesita todo hombre para reflexionar. “Hoy, el cauce de las campanillas parece/ ser amante curtido en el agrio sosiego/ Hoy, ha llegado la soledad acariciándome,/ llevándome al sueño de las palabras mudas.”, se lee en el poema “Hoy, ha llegado la soledad”, que nos invita a reflexionar sobre esos espacios donde es necesario, a veces, callar y que el silencio acompañe nuestros pasos.
Recorro el camino y me quedo, también avanzo. Me recuesto y leo. Los poemas de Camino a tu alma no te obligan a nada. Te liberan. Te salvan de algún modo. Y te enseñan en ciertos momentos. Y más que certezas, este libro contiene preguntas. Preguntas que se hace el narrador, pero también preguntas que nos podemos hacer nosotros mismo. El compartir inquietudes, y repito: el compartir, mirarnos y regalarnos vida es la meta final.
La poesía que creó por muchos años el autor ya está entre nosotros. Es palabra viva. Ahora este libro recorrerá su propia ruta entre los lectores que vaya encontrando en su camino, en el camino de compartir, de despertar sueños. Y mientras aquello sucede, las melodías de estos poemas seguirán resonando en nuestros oídos, como esa energía que queda en nosotros cada vez que abrimos y cerramos un libro.
Santiago, 18 de julio de 2012
*Este texto lo escribí para la presentación del libro Camino a tu alma, del poeta Álvaro Morales-Trelles, publicado por Libros del Amanecer .
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Libros: Paseador de perros, de Sergio Galarza
TODOS LOS PERROS DE GALARZA
“Trabajo paseando perros, también cuido gatos y limpio la jaula de un mapache… He realizado toda clase de trabajos desde que iniciara este peregrinaje por la ruta incierta de los anhelos, pero nunca imaginé que me haría cargo de un mapache”.
En esta historia conoceremos muchos, pero muchos perros. También a un mapache. Y a diversos personajes con los que se cruzará el narrador -un joven inmigrante- quien decide optar por el trabajo de paseador de perros para sobrevivir en medio de una furiosa capital española. Y asimismo, porque no está solo, sino que con su novia, Laura Song, la que llevó a Madrid prometiéndole que todo en el primer mundo iba a ser muy diferente a Lima. Pero las desesperanzas y las presiones que te impone una gran ciudad -sobre todo cuando eres un joven inmigrante- harán que la relación amorosa llegue a su fin, marcando profundamente al narrador, que en cada momento del relato rememorará a su enamorada, afectándolo en su diario vivir. En ese periplo como paseador de perros, desde Malasaña hasta Coslada, desde Alcorcón hasta La Moraleja.
“Estaba dispuesto a cualquier sacrificio por el dinero que nos salvaría a mí y a Laura Song” -reflexiona el narrador- mientras se enfrenta a la entrevista laboral con el que se convertirá en su futuro jefe en la empresa de prestaciones de servicios para mascotas.
La relación del narrador con su jefe es otra arista importante en el relato. JFK o Jota, es un español que se estableció con una empresa de servicios para mascotas, ya hartado de trabajar para otros desde muy joven. Una primera impresión hacia él, lo deja claro el narrador, que vuelve a rememorar en su mente a Laura Song: “Lucía como un midnight cowboy perdido en Madrid, la clase de personajes que en mis pesadillas se robaría a mi chica y se la tiraría mañana, tarde y noche, uno de esos hombres que se creen dueños del mundo”.
Por medio de Paseador de perros puedes conocer Madrid. Pero no ese Madrid de las postales turísticas, ni de las revistas de viajes que hojeas arriba de un avión. Es –por llamarlo de algún modo- una crónica periférica de la capital española. Un relato de una vida contaminada por el odio y la desesperanza. Pero no sólo eso. Lo que experimentará el narrador en cada rincón de Madrid y con cada personaje que conocerá durante su atípico trabajo, hacen de la historia un compendio de situaciones al límite, escenas que se debaten entre el triunfo y el fracaso. Y también el día a día. Donde la intensidad de la cotidianeidad deja muy poco espacio para reflexionar sobre el futuro y la planificación de proyectos venideros. Pasear perros, cuidar a un mapache, relacionarse con conserjes odiosos, conocer mujeres adictas a la autoayuda; además de ese miedo al desempleo y que todo puede acabarse de un día para otro, y la esclavitud que le genera su trabajo, y el desamor por supuesto, lo hacen aún más vulnerable ante las más mínimas provocaciones.
“No tenía nada para comer y tampoco estaba como para acostarme. El cansancio se había replegado y me dominaba un nerviosismo inusual, como si tuviera un examen muy difícil al día siguiente, una prueba de la cual dependiera el resto de mi vida. La debilidad que sufro al magnificar las cosas pequeñas se acentuaba”.
Pero también nos encontramos con otros tipos de tópicos que adornan de manera brillante al relato. Como la música (podemos encontrar guiños a Morrisey o a los Rolling Stone). El soundtrackpersonal del narrador. El que le recuerda a Laura Song, el que lo secunda mientras aplana las calles de los diversos barrios madrileños. Y el fútbol. La pasión que desata el Atleti en el narrador, y esa lesión que sufrió y que lo alejó de los campos del fútbol amateur para siempre.
La novela de Galarza se lee de diversas formas, y desde todos los ángulos funciona. El recorrido personal por las barrios y calles de un Madrid escondido es un tour callejero que invita al lector a adentrarse en los cambios que han transformado a las grandes ciudades en los últimos años; el trabajo como paseador de perros, atípico para algunos, pero poco a poco más normal para el narrador -no por eso menos exhaustivo- se convierte en su única y real posibilidad de sobrevivir; el desamor y su agonía por el alejamiento de Laura Song, y cómo cada circunstancia, mínima o grande, le recuerda a ella; la música y el fútbol, sus pasiones; las vulnerabilidades y sentimientos convertidos en literatura.
“Esta novela parte de mi propia vida y se transforma en ficción. Las mentiras son pocas, la ficción corresponde más a los hechos que he mezclado para conseguir una historia propia. La escribí porque necesitaba quitarme de encima muchas cosas y recordar los buenos momentos de mi trabajo con los perros, aunque estos sean escasos. Eso es para mí escribir: vengarme.”, advierte el autor.
Con un estilo ágil, aquí se nos muestran desnudas las experiencias de vida de los inmigrantes. Vidas extranjeras convertidas en palabras. Pese a que hay una clara autorreferencia en su obra -Galarza fue paseador de perros- logra mostrar a un ciudad como Madrid desde el lente de la inmigración y sus concecuencias; y desde una mirada atenta y alerta a lo que sucede en las urbes cosmopolitas de hoy en día.
Esta es la primera novela de lo que Galarza ha llamado la “Trilogía Madrileña”.
Paseador de perros
Sergio Galarza
Candaya
2009
*Esta reseña la escribí en Barcelona el año 2009, luego de que Candaya publicara la edición española de la primera novela de Sergio Galarza: Paseador de perros. Tuve la suerte de conocer al autor en Cuenca, para una feria del libro, en el año 2010. Recuerdo que vimos juntos un partido del Barcelona, frente al Inter, cuando los catalanes quedaron eliminados aquel año de la champions. Sergio también ha publicado un par de libros de relatos y el 2012 publicó JFK, la continuación de su trilogía. Vive en Madrid y trabaja en una librería.
Más info sobre el libro
Foto: www.terra.com.pe
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Ausencias
“Aquello que aparece porque sí, brilla un instante y luego
se va por años y años. Aquello que yo también olvido”.
Mario Levrero
1.
Nunca había dado qué hablar, su vida no causaba noticias. Hasta que un día cualquiera de octubre de 2005 desapareció sin dejar rastro. Pasaron días, semanas y meses en que nadie supo de su paradero. En su entorno todos especulaban. Algunos decían que se había suicidado, otros que lo raptaron, incluso, se llegó a pensar que agarró sus cosas y se fue algún país extranjero a vivir la vida loca. Poco probable, si apenas su sueldo le alcanzaba para parar la olla y comprar la entrada para ir a la cancha los domingos. Y ahí se quedaba, ni siquiera le sobraban monedas para la cerveza que sus supuestos amigos se tomaban después de cada partido del equipo caturro.
Familiares cuentan que, a veces, desaparecía por algunos días o semanas a visitar a viejos amigos en otras ciudades. Pero esta ausencia no era normal. Ya habían pasado dos meses desde que salió de su humilde casa —heredada de sus padres ya fallecidos— y la preocupación aumentaba. En su trabajo nadie sabía nada de él. Sus pocas amistades colgaban carteles en las calles del cerro con su morocho rostro, en desesperación, intentando conseguir algo. Poco a poco su familia comenzaba a impacientarse.
Cuando se cumplieron tres meses desde su desaparición, intervino Carabineros, quedando todo en manos de la ley. Hasta que un día de enero de 2006 sonó el teléfono de su hermano S. Era él, el desaparecido. S al otro lado de la línea sólo escuchó una frase fría y distante: “Estoy bien. No se preocupen, creo que en dos meses más regreso, saludos y besos a todos ¿cómo le ha ido al ‘wanderito’?”; pasaron unos segundos, se produjo una interferencia y se cortó la llamada. Su hermano quedó con la mente en blanco, minutos después atinó a dar la noticia: unas de las pocas noticias que hasta estas alturas había generado C en su vida.
Dos meses después volvió nuevamente al puerto, como si nada hubiera pasado. Lo echaron de su trabajo, pero consiguió otro en el Cementerio de Playa Ancha, al igual que su oficio anterior, en jornada nocturna. Nunca nadie descubrió qué pasó con él en ese tiempo. En aquel paréntesis de su vida, C es callado y nunca quiso contar. Rumores dicen que estuvo trabajando como temporero al interior de La Serena, en el Valle de Elqui, o incluso, mucho más al norte. Vaya uno a saber.
Hace un año lo fui a visitar. Le llevé comida, bebidas y muchas revistas viejas de la revista Don Balónpara que se entretuviera. Andaba triste porque su radio se había descompuesto. Conversamos un poco fútbol y sobre la magra campaña del equipo verde en el campeonato nacional, que era otro de los motivos que lo aquejaba.
Al rato me fui, él quería estar solo. Lo noté en sus ojos.
2.
Hace tres días que C no sale de su pieza. Lo han visto escaparse un par de veces al baño y bajar a la cocina a apurar un vaso de agua, para luego encerrarse, a volver a su silencio. Lo echaron del laburo y mata el tiempo recostado en su cama, escuchando su antigua radio a pilas, esa que siempre se descompone y lo pone de mal humor.
En qué pensará, no sé. Estará triste, feliz o malhumorado, lo desconozco; eso sólo lo sabe él y las cuatro paredes que lo acompañan y mitigan en parte ese aislamiento del mundo. No pretende asomar su nariz hacia el exterior ni contestar el celular. Pocas veces responde los golpes a la puerta, a esos avisos de comida y preocupación. A C no le interesan, siempre ha sido así.
Me lo imagino sentado en su cama, con la cabeza gacha entre sus manos. Reflexionando sobre su presente, su futuro. Quizás con muchas ganas de salir y recorrer esas calles empinadas del puerto, que solía aplanar todas las mañanas un poco antes de almuerzo, para luego en las tardes volver a su pieza a mirar el reloj, en busca de esa espera junto a su radio, antes de irse a trabajar como nochero. O quizás duerme para olvidar el pasado y su finiquito laboral. O quizás planea alguna nueva desaparición, como aquella vez en que no se supo de él por varios meses y que su única señal fue una llamada corta y precisa: preguntar por las andanzas de su querido equipo de fútbol “wanderito”. Posteriormente, los rumores contaban que andaba ganándose unos pesos en el norte, en una ciudad cualquiera.
Escribo estas líneas recordando la soledad de C allá en Valparaíso. Una soledad asumida, en que la aparición y la desaparición juegan a encontrarse y a evitarse al mismo tiempo, como dos figuras que se esconden detrás de las murallas, debajo de la cama o en una habitación sin pretensiones anclada en el cerro Playa Ancha de Valparaíso, donde sólo el susurro de un transistor de una vieja radio a pilas se atreve a quebrar el silencio de un hombre que vive al revés: duerme cuando la ciudad está en llamas y vive cuando las calles sólo son gobernadas por sus pasos, su respiración y la luz de la luna.
“Una noche, sentado a su mesa con la cabeza entre las manos, se vio levantarse y marchar”, escribió Samuel Beckett. Cada palabra de esta frase me evoca íntimamente a C. Como si la imagen de su retirada voluntaria en su habitación se me reprodujera frente a mis ojos. Y verlo ahí, en este mismo instante, saliendo por la puerta de casa en silencio para que nadie lo descubra, a pasos lentos y delicados, y caminando cerro abajo, con la mirada perdida en medio de la noche, entendiendo que su vida no está aquí, sino allá.
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*Este relato apareció originalmente en la antología El libro del taller (Lolita Editores, 2012) con el título "Ausente". También fue publicado en la revista literaria Ojoseco.cl
Foto: nextdestination-beltran.blogspot.com
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